S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores

Artistas plásticos en la Guerra Civil española

José María Torregrosa

Escultor. Estaba preso en el Reformatorio de Adultos de Alicante cuando Miguel Hernández falleció en la mayor de las desatenciones médicas, para desesperación de sus compañeros y amigos que revolvieron Roma con Santiago para que fuera atendido debidamente. Lo que fue del todo imposible ante la cerrazón de la dirección del reformatorio, como venía ocurriendo desde atrás. El caso es que uno de los presos, precisamente, el escultor José María Torregrosa fue llamado por Ramón Pérez Álvarez para confeccionar la mascarilla mortuoria de Miguel Hernández. Pero la dirección denegó el permiso. Entonces, a escondidas, Torregrosa confeccionó dos dibujos que pasarían a la historia como el rostro yaciente de Miguel, pero sin ninguna firma, como es natural. Posteriormente, Ramón Pérez Álvarez atribuyó la autoría de estos dibujos históricos al escultor José María Torregrosa. Tiempo después, Manuel Signes, también del inmediato entorno del poeta, rectificó a Pérez Álvarez, asignando la autoría a Eusebio Oca. Para más confusión, hay una tercera opinión, concretamente de la Universidad de Murcia, atribuyendo la famosa cabeza yacente a Luis Jiménez Esteve.

No podemos dejar traer a estas páginas, las sentidas palabras de Francisco Agramunt Lacruz relatando la muerte de Miguel Hernández en el Reformatorio de Adultos de Alicante y publicadas en un articulo de Historia 16 en noviembre de 2003:

LA MUERTE DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Los artistas presos fueron testigos excepcionales del fallecimiento de Miguel Hernández a causa de una tuberculosis que se le declaró tras su paso por diversas prisiones españolas, donde sufrió hambre, enfermedades, humillaciones y torturas físicas. Le ayudaron durante su estancia en la enfermería de la prisión y en sus últimos momentos de vida. Pero sobre todo captaron en sus bocetos la imagen del poeta recién muerto, algunas de las cuales se publicarían años después y otras permanece-rían durante muchos años semiocultas en manos de familiares y amigos que desgraciadamente desconocían su verdadero valor testimonial. Así, por iniciativa del dibujante Ramón Pérez Álvarez, el escultor José María Torregrosa, burlando la vigilancia y exponiéndose a un severo correctivo, realizó los dibujos a lápiz que se conservan del cuerpo sin vida de Miguel Hernández: aquellos ojos hasta el hueso casi desnudo; la boca entreabierta, esos ardientes retratos que, según palabras de María Zambrano, sobrecogían sin remedio. Amortajado por sus propios compañeros, el cadáver de Miguel Hernández fue conducido hasta el patio de la cárcel, donde a media tarde, formada la población reclusa en perfecto duelo, la dirección del establecimiento permitió que los presos desfilaran ante el poeta y que la banda del reformatorio interpretase la marcha fúnebre de Chopin. El humilde ataúd fue sacado a hombros por Antonio Ramón Cuenca, Luis Fabregat, Ambrosio, Monera y Pérez Álvarez hasta el exterior del recinto, donde fue entregado a la empresa de pompas fúnebres y a la familia de Miguel. Allí esperaban un modesto coche de caballos y Elvira Hernández, Consuelo [una vecina de aquélla), el pintor Miguel Abad, Ricardo Fuente y la esposa del poeta. A la mañana siguiente se le dio sepultura en el nicho 1.009. Abad Miró relataba, con evocadora dureza, que él y Ricardo Fuente, antes de introducir el ataúd en el agujero, abrieron la caja porque no sabían si estaba desnudo el cadáver del poeta. Se encontraron con un cadáver en los huesos y con los ojos abiertos.

Atribuido al escultor José María Torregrosa.

El segundo dibujo.