S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Ricardo Nalda. Historia de un espía Historia 16 nº 276 Por Miguel José Rodríguez Álvarez Historiador Ricardo Nalda, un veterano en labores de información, recuerda su trabajo de espía en la Hungría de 1948 bajo la identidad de agregado cultural de la República y su posterior destino en Belgrado. Hacia el otoño de 1948, José Antonio Aguirre me convócó en París. Fui a la reunión en la sede de la Avenue Marceau. Estaban el lehendakari y Pepe Michelena. El lehendakari me puso las cosas muy claras desde el principio: «... vamos a cambiar de caballo en mitad dél río... el mundo se divide en dos partes... necesitamos dinero...» y a continuación me dijo que si quería ir a Budapest para efectuar labores de espionaje. Después ya, con medias palabras, insinuó algo que se me quedó para siempre: «que todo lo que ayudásemos ahora se lo podríamos dar luego a nuestro pueblo», como diciendo que los norteamericanos nos lo devolverían políticamente después y eso fue lo que me convenció. Le dije que sí. También lo dije porque confiaba totalmente en Pepe Michelena. Era el mejor en su trabajo, como él no había nadie. Era un hombre frío, quiero decir que sabía mantenerse tranquilo en situaciones de tensión, pero era generoso y comprensivo con las debilidades ajenas.
Todos teníamos devoción por él, desde los mugalarís (6) hasta los que estábamos de diplomáticos con la República. Luego me habló de las condiciones económicas: no me iba a sobrar, pero tampoco me iba a faltar. Iría a Hungría con mi nombre, Ricardo Nalda, como agregado cultural de la República. Yo no estaba afiliado, aunque tenía conocimientos de idiomas, cierta experiencia como oficial de Estado Mayor y llevaba años efectuando acciones en la clandestinidad, que fue por lo que me escogieron. Incluso el ser apolítico era lo más conveniente en un diplomático. Pero algunos se enfadaron e incluso denunciaron al Gobierno y al PNV por qué estaba yo desempeñando esta acción sin ser del partido. Los partidos son como capillas, como los cristianos, como los católicos, muy cerrados, sectarios. Pero Pepe Michelena José Antonio Aguirre tenían confianza en mí porque les había demostrado que podían confiar. Porque en la ruleta de la vida me había tocado realizar estas funciones. Por otra parte, los exiliados republicanos, de más edad, tenían el concepto de que el Gobierno republicano era una institución poderosa. Y sólo era un bluff. Pensaban que el nombramiento de agregado cultural de la República en Hungría era un puestazo impropio de mi edad. Pero el puesto no era nada. Incluso los funcionarios de la República me miraban como a un loco, porque todas las plazas en Hungría estaban vacantes, hasta la de embajador. Aunque ellos estaban contentos de que fuese, porque no les costaba un duro y tenían de paso a alguien que les representase. Así que me acreditaron sin problema. Los norteamericanos me dieron un curso para ponerme al día en las nuevas técnicas, porque nosotros funcionábamos con ingenio y en plan artesano, escribiendo en el reverso de sellos y cosas por el estilo. Yo salía de nuestro piso en Quentin Brouchard iba a un piso franco suyo. Cada vez que iba, los compañeros me pedían que les sacase tabaco, paquetes de Camel, rubio americano, que era la primera vez que veía. Yo acudía a su sede cada tres cuatro días para no llamar atención. Me enseñaron a hacer mezclas para tintas invisibles y otras técnicas. En el invierno de 1948 fui a Hungría. Desde París hasta los Alpes Julianos no paró de nevar. Llegué a Budapest con mi mujer hijo en el Oriente Exprés, París, Munich, Viena y Budapest. En Budapest, mi cobertura era la de agregado cultural la República y director comercial de una empresa vasca en México interesada en traer productos mexicanos y venderlos en el Telón de Acero. Eso debía justificar —a los ojos de los comunistas— mi interés por estar y explicar mis contactos con ellos y mi correspondencia. El antiguo embajador, un tal Guardiaola, había sido chantajeado por la Policía húngara por un asunto sexual y querían obligarle a colaborar con ellos. Pero tuvo la dignidad de negarse y se escapó gracias a un diplomático francés amigo que le proporcionó un pasaporte. Me instalé en el chalet del encargado de negocios, en Buda. Allí habían tenido lugar unos combates terribles cuando se completó el cerco de la capital y todavía todo estaba destruido. Por allí habían atravesado los rusos el Danubio, que tendría unos 300 metros de anchura. Creo que habían tenido casi 100.000 bajas en tres meses de combates. Cuando me concedieron el placet, después del asunto de Guardiola, los húngaros pusieron en marcha su organización, que no sé si era buena, pero numerosa sí que era. Respecto a mí, ellos vieron en seguida cuáles podían ser mis ideas, sobre todo porque pidieron información al PCE. De hecho, bien rápido les llegó mi ficha, porque sin decirles que había combatido en la guerra, a los dos meses me nombraron presidente honorífico de la Asociación de antiguos combatientes de la Guerra Civil. Pero los húngaros, pese al reconocimiento oficial de la República, eran hostiles. Éstos tenían un buen olfato. Aunque mucho «heroico ex combatiente contra Franco y Hitler» por aquí y por allá, eran hostiles. Ya vieron que no me iban a convertir en comunista. Su trato era cortés, pero muy distante, mostrando que sólo permitían mi presencia por cuestiones diplomáticas. Yo tenía dos tipos de funciones. Una era la recogida de información general. Luego también llevaba algunas labores particulares con instrucciones concretas, referentes a la oposición interior. Entonces los norteamericanos eran un desastre, había una diferencia bárbara entre un diplomático inglés o francés y uno americano. La información estadounidense con el Office of Strategic Services era un fracaso, aunque luego con la Central Intelligence Agency (Agencia Central de Inteligencia, CIA) todo cambió (7). ¡Es que no tenían ni idea, ni la tuvieron durante un lapso largo de tiempo! El OSS sacaba agentes como sacaban soldados para la guerra. Su concepto era el de la Segunda Guerra Mundial y esto no era lo requerido en la paz. El OSS reclutaba en las universidades, pero como un tropel —tú a Hungría, tú a Yugoslavia...— sin tener conocimiento del idioma, de la psicología del país o de la ideología comunista. Por de pronto, enviar a Budapest a alguien que no conociese el francés, el alemán o el húngaro era como mandar a un sordomudo. No tenían a nadie eficaz y por eso nos mandaron a nosotros. La gama de las informaciones que requerían eran muy amplias, iban de lo político a lo económico y lo militar: marcha de las nacionalizaciones y de la planificación, tráfico de mercancías, extracción de materias primas —petróleo, cereales y bauxita —, relaciones comerciales, existencia de manifestaciones, moral de la población... pero nada espectacular. En aquel tiempo había gran secretismo y hasta estaban prohibidas las guías telefónicas por no dar información al enemigo. Con esto quiero decir que conseguir un listín telefónico de Budupest y mandarlo a París para que procesasen la información era una acción de primer orden. Mis informadores eran agentes pagados. Había tal miseria que no era un problema comprar a cualquiera con dinero norteamericano. Mis agentes se encargaban de conseguir la información mediante informadores locales. Tenía varios colaboradores: un abogado, Franck, estraperlista, que había ayudado a los judíos durante la guerra y que por eso no se metían con él; el marido de mi secretaria, un poeta, tenía un nombre muy corriente, Lazlo, y otros más. Yo recibía a Franck para tratar supuestos negocios de importación y Lazlo venía al chalet a recoger a su esposa y entonces me pasaban los informes. Toda la información la comunicaba a la oficina de Michelena, mediante tinta simpática generalmente. En 1949, cuando se fundó la OTAN, se me comunicó que lo prioritario ahora eran las cuestiones de logística militar, la vigilancia de los movimientos de las tropas, para lo que había que observar los movimientos en las estaciones de ferrocarril, carreteras y aeródromos. De mis colaboradores, nadie cayó en manos de la Policía porque, aunque sus métodos de contraespionaje eran muy severos, también eran muy eludibles. Aunque casi no había comunistas, los que quedaban eran unos auténticos salvajes. En Hungría nunca había habido muchos y además los nazis habían matado a bastantes. Cuando llegaron los rusos trajeron a algunos dirigentes de la URSS —como su jefe, Matías Rakosy, un comunista radical y algunos antiguos combatientes de España— y los colocaron en algunos ministerios. Pero la población era totalmente contraria al comunismo, desde las atrocidades de Bela Kun al final de la guerra del 14. El Partido de los Pequeños Trabajadores, de Ferenc Nagy, era mayoritario, pero no estaban en el poder. El primado Mindszenty también estaba en de contra los comunistas, pero es falso todo lo que se decía sobre que no se podían tocar las campanas de las iglesias o asistir a misa. Mi mujer, que es católica, iba a procesiones públicas por Semana Santa. Pero si el clero español era horrible, el clero húngaro era tres cuartos de lo mismo. Algo malo en el trato diario era que los húngaros eran bastante racistas, se creían descendientes de la pata de Júpiter y de Atila. Allí tenían su estatua, como otros tienen a Viriato y Pelayo. Tenía cierta inquietud al vivir en un país ajeno, con una población bastante hostil, sin conocer la lengua. Empecé a estudiar húngaro, pero de momento, aunque algo comprendía, tenía que entenderme en francés. Pero mi deseo de hacer algo podía más que mis temores. Estando allí, los comunistas mataron al ministro de Asuntos Extranjeros, Rajk. No voy a decir que fuera mi amigo, pero me gustaba aquel hombre. Solía hablar con él, porque había estado en España y yo era el presidente honorífico de los ex combatientes. A aquél lo ahorcaron, no los comunistas húngaros, sino los rusos, mejor dicho, Stalin. Aquél había estado en España y todo lo que olía a español en Hungría era sospechoso. Los que habían estado en España, incluso sus esposas, no los tenían en consideración, estaban mal vistos. Nunca he sabido cuál es la razón histórica, pero Stalin sospechaba de todo lo que se hubiese relacionado con España. Pero habría alguna razón, porque Stalin reducía muy bien las cuestiones a sus aspectos esenciales y luego obraba en consecuencia. Recuerdo el juicio de Mindszenty. Los juicios eran un gran circo, duraban meses y se les daba mucha publicidad. Allí sacaron a relucir su homosexualidad y muchas cosas, como que recibía dinero de los norteamericanos. Nosotros, por lo menos, no tuvimos relaciones con él. Pero es posible que recibiese dinero. Porque los norteamericanos, aunque eran bastante incapaces, derrochaban dinero a espuertas. Estoy seguro que si los ruskis llegan a haber tenido una décima parte de los recursos de los norteamericanos, habrían ocupado todo el mundo. Yo creo que tenían comprado a medio Budapest y era increíble que no lograsen nada. Al final, para lo que servían sus actividades era para que muchos húngaros y sus familias viviesen a cuenta de su dinero. En 1950 Pasionaria escribió un artículo en Mundo Obrero atacando al antiguo diplomático en Budapest, Guardiola, diciendo que estaba al servicio del imperialismo y tal y cual. Decía además que no era el único en ese caso. Pensé que era una alusión personal y me quedé bastante inquieto, hasta que, con gran satisfacción, de la noche a la mañana recibí la orden de recoger los cacharros y largarme a París. [Ya en París, Pepe Michelena buscó un nuevo destino a Nalda, porque en las filas de los «servicios» no abundaban los agentes que pudiesen actuar en el extranjero. Se barajó la posibilidad de enviarlo a Oriente Medio. Pero el agente en Belgrado, Máximo Andonegui, tenía una novia yugoslava que había quedado en estado y se casaron. Como en Yugoslavia estaba prohibido que un ciudadano del país se casase sin permiso con un diplomático, lo expulsaron. Ya que Nalda, cuando estuvo en Budapest, había entablado buenas relaciones con el embajador yugoslavo, otro ex combatiente de las Brigadas Internacionales, decidieron enviarlo a Yugoslavia.] Llegué en el Oriente Exprés a Belgrado, vía París, Munich, Viena y Belgrado. Allá la situación era totalmente diferente a la de Budapest y yo en seguida me identifiqué con el pueblo serbio. Lo que hicieron los ustachís allí no tiene nombre. Y la Iglesia católica que también hizo de las buenas. Pobre gente. Fui al Museo del Ejército Serbio y se me cayó el alma a los pies. Me instalé en el piso de Andonegui. Tuve suerte, porque me recibieron maravillosamente. Mi relación era infinitamente mejor que con los húngaros. Pero, ¡qué miseria! En las farmacias no había medicinas, los niños estaban desnutridos... pero qué dignidad tenía aquella gente. ¡Y mi labor era hacerles daño! Andonegui aún no había establecido una red de agentes y cuando empecé con los contactos y a tratar a los informadores, me di cuenta de su calaña. Ya vi que aquella gente con que tenía que mantener tratos eran mis enemigos y no los serbios comunistas. Porque pese a las tensiones Tito-Stalin, yo iba a Yugoslavia con las mismas instrucciones que a los otros países del Este. Aunque los norteamericanos facilitaban algún material de minas y todos los saldos, los servicios de información éramos hostiles. Allí del Plan Marshall llegaban las migajas y la miseria era integral. La autogestión no funcionaba mal, por lo menos en Serbia, que era agrícola, mientras que no sé como funcionaría en Croacia o Eslovenia. Pero en Serbia la autogestión era repartirse la pobreza. Mis instrucciones eran generales, económicas, políticas y militares. Políticamente había poco que hacer, porque los estalinistas no tenían fuerza en el Ejército y aunque en cada valle tenían una religión y una nacionalidad, los croaras y los musulmanes estaban muy quietos. Pero estaba la cuestión de Trieste, de donde británicos y norteamericanos querían expulsarlos, que no se arregló hasta 1954. Allá todo era bueno para los norteamericanos: los ustachis, los tchetniks, los chivatos, los fascistas, los tíos de la Gestapo... todo era bueno (8). Lo mismo que eran buenos para los comunistas, ojo. Que si podían aprovecharse de «a», «b» o «c», también les daba igual el pasado. Y mis únicos agentes posibles eran éstos, con los que estaba totalmente en desacuerdo. Me hice con un primer agente, al que conocí a través de una amiga de mi mujer, Alejandro Luarda, un serbio que hablaba inglés bastante bien e incluso algo de castellano, que había sido marinero mercante y radiotelegrafista en los bombarderos norteamericanos. Cuando coges cariño a una persona, cuando te dedicas a una causa, cuando palpas a un pueblo y te gusta... no puedes traicionarlo. Vi que aquello no era para mí. Lo medité mucho. Yo buscaba argumentos para luchar contra aquella gente, buscaba argumentos. Pero no encontraba ni la dignidad ni los argumentos. Tal como en la Legión española o en Budapest, en medio de esas bandas, todo lo que hicieras lo podías dar por bueno, aquí no. Estaba perjudicando a un amigo, lo que me hacía sentir una repugnancia total. Me estaba dejando allí los sentimientos, cantando con ellos canciones de la guerra de España y minando sus espaldas. Así que escribí a Michelena diciéndole que había tomado una decisión y que me volvía. Esto era en 195I. En París, Michelena intentó presionarme para que no lo dejara y también vino el norteamericano del OSS. Tuvimos una reunión, pero yo les dije que no me sentía con fuerzas para seguir. Y ellos, machaca que machaca, que no lo dejase. Y yo poseía una segunda razón, que tenía miedo por mi mujer y mi hijo. El agente del OSS era de origen cubano, un hijo de papá que iba a todas partes con su jeep cargado de tabaco, con la manía de llamar «nene» a-todo el mundo. Él en París, viviendo la vida y presionando a la gente para que se fuese a dar la cara por ellos al Este. Vi que ni comunismo ni capitalismo, que aquello no iba para mi concepto de la vida, de la ética y de la dignidad. Así que no cedí y le dije a Michelena que contase con uno menos. Que me mandase a otro sitio donde pudiese ser útil (9). Era el año 51, el año en que los jueces nos obligaron a ceder el edificio de la Avenue Marceau a los franquistas, los norteamericanos nos dijeron que no iniciásemos una huelga general en España y además empezaron los contactos para establecer relaciones diplomáticas con Franco. Pero más que esto, pesó en mi decisión el problema moral (10)». Notas.- 1) El Servicio Vasco de Información se organizó paralelamente a las milicias vascas durante la Guerra Civil. Sus fundadores fueron Antón Irala, Juan Manuel Epalza, el poeta Lauaxeta, los hermanos Michelena y José María Lasarte. En 1939 establecieron relaciones con el Deuxiéme Bureau francés. Tras una etapa de inacción debido a las caídas causadas por el descubrimiento de un listado de agentes en la sede del Gobierno Vasco de París y a la falta de recursos, desde 1942 reiniciaron sus actividades. Los «servicios» se instalaron en la zona de Dan y se pusieron al servicio del OSS norteamericano. En 1959, en el marco de la Guerra Fría, los «servicios» se disolvieron. 2) En Estados Unidos existía gran temor, aunque con escasas bases racionales, a que una invasión de Hispanoamérica supusiese un paso previo al ataque directo a su país. Tras la victoria de Franco, las acciones de Falange Exterior pasaron a ser el nuevo fantasma del OSS y de la Oficina Federal de Investigación (el FBI). A aquella organización se le adjudicaba un importante papel en la caída de Filipinas e intentos de golpe de Estado en Cuba y en los países del Cono Sur. El OSS y el FBI gastaron bastantes recursos en neutralizar sus supuestas acciones, por lo que resultaba obvio el interés de utilizar a la colonia vasca para impulsar la política norteamericana en Hispanoamérica. 3) Los informes de la Delegación Vasca en Londres destacaban el daño que las acciones del maquis comunista español producían a la causa de la democracia española ante el Foreign Office y la Cancillería norteamericana. 4) Las relaciones con los servicios británicos las había iniciado Flavio Ajuriaguerra, el hermano de Juan, en Bilbao durante la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la lucha contra el Eje y las prosiguió Juan hasta 1951, en que un agente de la CIA, Frederic Klott, le acusó de traición por pasar los informes pagados con dinero norteamericano a los británicos. En este asunto, que terminó con el abandono temporal de Juan Ajuriaguerra del PNV, también pesó la rivalidad personal entre él y Pepe Michelena, que mantenían relaciones bastante conflictivas, atemperadas generalmente por los buenos oficios de José Antonio Aguirre. 5) Sobre todo, tras la expulsión del Gobierno Vasco en 1948 del único consejero comunista, Leandro Carro, acusado de malversación de fondos. Con ello se consumó el apartamiento del PCE de las instituciones republicanas. 6) Pasadores de frontera, bien de personas, contrabando o informaciones. 7) En realidad, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) había desaparecido en 1947, convirtiéndose en la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pero eso no lo sabían los agentes vascos, que creían seguir trabajando para el OSS. 8) Las relaciones de los aliados con Yugoslavia durante la contienda habían sido ya todo un repertorio de ignorancia o de mala fe. Si hemos de creer a Fitzroy Mactean, jefe de la misión militar británica ante los partisanos, hasta 1943 los aliados desconocían si Tito era un hombre, una mujer o respondía a las siglas de Taja Internacionalna Teroristicka Oroanozacija (Organización Terrorista Internacional Secreta). Todavía en agosto de 1944 el OSS mandó al coronel Macdowell como representante ante los tchetniks de Mihailovic. Este mantenimiento de relaciones con un movimiento abiertamente colaboracionista se explica por la presión de grupos de norteamericanos de origen yugoslavo anticomunistas. Esta actitud ambigua ante Yugoslavia se mantuvo incluso después de la condena del Kominform, el 28 de julio de 1948. 9) Aunque el señor Nalda no hable de ello, su voluntario retorno de Belgrado suscitó ciertas suspicacias en medios cercanos al PNV y las habituales y consabidas acusaciones de «agente comunista», que quizá expliquen su pronta vuelta a España en 1954. 10) Testimonio personal del señor Ricardo Nalda Zabalo al autor. |