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La destrucción de Guernica.

Prensa, propaganda y diplomacia en torno al bombardeo

Historia 16 nº 12, abrild e 1977

Por Herbert Southworth

EL desastre de Guernica es algo más que un episodio brutal en la historia de las guerras.  Lo que da al hecho importancia historiográfica universal son sus repercusiones en el periodismo, la propaganda y la diplomacia, y las diversas cuestiones que en él subyacen: la guerra santa y la presión católica mundial a favor de los franquistas; el Pacto de No Intervención frente a la presencia italo-germana en el combate y la lucha nacionalista y falangista contra los movimientos regionalistas. Hoy ya se admite en España que aviones de la Legión Cóndor alemana destruyeron Guernica con bombas explosivas e incendiarias. Pero aceptada esta verdad al cabo de cuarenta años, aún quedan puntos oscuros y personas que se niegan a reconocer quién ordenó bombardear la ciudad vasca y por qué se hizo.

La historia en sí no empieza con la destrucción sino cuando, alrededor de las nueve de la noche del mismo día 26 de abril, se anuncia a los corresponsales extranjeros que cenaban en el Hotel Torróntegui de Bilbao que Guernica está en llamas. Son estos corresponsales quienes despiertan el interés del mundo, pues de no haber estado allí no habría llegado a nosotros la historia tal como fue y me atrevo a sospechar que de ser otros estos periodistas, conoceríamos una versión diferente.

Al menos cuatro corresponsales extranjeros acreditados por el gobierno vasco había entonces en Bilbao, tres ingleses y un belga: George Steer, del Times; Noel Monks, del Daily Express; Christopher Holme, de la Agencia Reuter, y Mathieu Corman, del parisiense Ce Soir. No había corresponsal norteamericano ni francés, mas sí otros reporteros ocasionales extranjeros y algunos representantes españoles de las grandes agencias norteamericanas (Associated Press, United Press y Universal News) y de la agencia francesa Ha-vas. Estas personas acudieron rápidamente a Guernica, observaron el incendio, hablaron con los supervivientes y, al regresar a Bilbao al día siguiente, cablegrafiaron a sus medios informativos.

Las noticias de la catástrofe aparecieron en la prensa mundial durante la tarde del martes 27 de ,abril. Gracias a los telegramas de Reuter, todos los periódicos británicos resaltaban el suceso, y la prensa vespertina norteamericana cedió su primera página al acontecimiento, utilizando telt -gramas remitidos desde Bilbao y la frontera vasco-francesa. Sin embargo, en Francia la noticia pasó desapercibida y sólo Ce Soir, informado por Corman, la destacó debidamente. Otro periódico la publicó en las páginas interiores sin darle relevancia y los restantes órganos parisinos la silenciaron.

La mañana del 28, el Times londinense y el New York Tirites recogieron el cablegrama de Steer subrayándolo con comentarios editoriales. También en 'Londres, donde la noticia del bombardeo causó sensación, el Daily Express publicó la información de su corresponsal Noel Monks y Cristopher Holme, de la Agencia Reuter, envió más referencias. En Francia persistió el silencio porque la Agencia Hayas saboteó la distribución de las primeras noticias sobre el bombardeo y para hablar de él, la prensa izquierdista y moderada francesa, hubo de recurrir a los telegramas publicados en Londres.

Estas informaciones, por lo general procedentes de Bilbao, constituyeron la base de la historia de Guernica. Y si esta historia se ha trabucado es porque al aparecer las primeras noticias del suceso en la prensa de Londres, el cuartel general franquista emitió un comunicado atribuyendo el hecho a vascos, asturianos, comunistas y otros republicanos que habrían incendiado y dinamitado la ciudad, negando, por consiguiente, que ésta hubiera sido bombardeada. Se basaba el mentís nacionalista en que sus aviones, a causa del sirimiri, no habían volado el martes 27 de abril, precisamente el mismo día y la misma hora en que se publicaba en la prensa londinense la información del ataque. Ya entonces la opinión pública inglesa consideraba responsables de la atrocidad a los alemanes y a los nacionalistas españoles; pero en Francia la indignación era menor porque la prensa conservadora apenas había prestado atención al incidente.

La toma de Guernica

La ciudad había sido destruida el lunes 26 y al mediodía del jueves 29 de abril, las tropas españolas e italianas del general Mola, acompañadas por periodistas. entraron en Guernica. El sábado 1 y el domingo 2 de mayo estos nuevos corresponsales visitaron las ruinas de la villa guiados generalmente por oficiales de prensa nacionalistas. Dos de los despachos expedidos por estos reporteros desempeñan un papel fundamental en la controversia sobre el suceso.

James Holburn, corresponsal del Times, fue citado durante años en testimonio de que la ciudad había sido destruida por incendiarios voluntarios republicanos, aunque la parte esencial de su telegrama, aprobado por la censura de Vitoria, decía que Guernica había sufrido un bombardeo aéreo durante tres horas y media. El otro despacho informativo procede del representante de la Agencia Hayas, Georges Botto. Esta agencia, lacónica y desdeñosa con los telegramas llegados del bando republicano relativos al bombardeo, distribuyó con rapidez el procedente de Vitoria, que fue destacado por la prensa francesa el 3 de mayo y al día siguiente por la prensa nazi. El despacho de Botto afirmaba que no había indicios en Guernica de bombardeo aéreo, que el olor de gasolina y keroseno se percibía y que, viéndose pruebas de fuego por doquier, no existían agujeros de bombas.

Las contradicciones habidas entre las versiones de los vascos y de los nacionalistas y entre los telegramas de Bilbao y los de Vitoria encendieron una polémica que aún no ha terminado y que, en mi opinión, tiene dos partes: una que discurre durante la guerra civil y otra después de ella. La primera parte, importante por sus efectos propagandísticos en la misma contienda, debe situarse en tres frentes: en Inglaterra y Estados Unidos, donde liberales, laboristas, comunistas y protestantes discutieron contra los conservadores y la agresiva minoría católica; en Francia, donde disputaron católicos conservadores y católicos liberales y, de nuevo, en Londres, donde se centró una sorda batalla diplomática.

Gran Bretaña fue el núcleo geográfico de la polémica porque la prensa había levantado una oleada de cólera entre los ingleses contra los responsables del bombardeo y porque el presunto autor del primer mentís nacionalista sobre Guernica, el jefe de los servicios de prensa del cuartel general de Franco, Luis Bolín, mantenía estrecha relación con los católicos británicos más vocingleros —Arnold Lunn, Douglas Jerrold y el marqués del Moral—, a los que se unieron aquellos expertos militares invitados a visitar la ciudad que regresaron a Inglaterra afirmando que Guernica había sido destruida por incendiarios voluntarios.

Hay que precisar que la postura de los defensores de las tesis nacionalistas cambió paulatinamente. En los primeros días posteriores al ataque, negaron la existencia del bombardeo. Después, lo admitieron puntualizando que no había causado los devastadores efectos que se le suponían porque eran obra del incendiarismo voluntario. Jerrold, Sencourt y sus amigos rechazaban que se hubieran empleado bombas incendiarias en el desastre de Guernica, detalle, sin embargo, bien subrayado en los despachos emitidos desde Bilbao. El blanco principal de sus críticas fue George Steer, el corresponsal del Times, acusado por ellos de mentiroso, sentimental y excesivamente cándido y vilmente calumniado por católicos norteamericanos como el Padre Thorning y el Padre Code.

Casi inmediatamente después del bombardeo, la Junta Técnica de Burgos nombró una comisión para investigar la tragedia. La mayor parte del informe emitido por ésta se componía de declaraciones juradas de los guerniqueses presentes en el bombardeo y confirmaban la caída de bombas incendiarias sobre la ciudad a consecuencia de las cuales Guernica había ardido. Aunque las conclusiones oficiales de este documento corroboraron la postura nacionalista, leído con cuidado, con las declaraciones juradas, era enteramente desfavorable para los franquistas. Por ello, no fue publicado en España, aunque sí en 1938 en Londres por amigos de la causa nacional. Este documento debería haber resuelto la controversia, al menos en Inglaterra, pero no fue así.

El incidente en Francia

Si en Gran Bretaña un sector de la opinión pública, normalmente conservadora, se enemistó con los nacionales a raíz de las noticias publicadas en la prensa de derechas sobre el bombardeo, en Francia, donde la disputa se desarrolló con más lentitud porque la Agencia Hayas había manipulado las informaciones, la prensa se dividió: la neutral o de izquierdas publicó las noticias disponibles, y la de derechas, las favorables a los nacionalistas, sobre todo, el despacho de Botto.

Entonces ocurrió algo imprevisible. Por pura casualidad, cuando las bombas comenzaban a caer sobre Guernica, llegó a esta ciudad el canónigo vasco Alberto de Onaindía, políticamente nacionalista vasco, quien al estallar la guerra civil actuaba de embajador oficioso de Euzkadi cerca del Vaticano y de la Iglesia católica en Francia. El día después del bombardeo, el 27 de abril, contó lo que había visto al presidente Aguirre, quien le rogó que pasase a Francia a referir sus impresiones.

En París fue entrevistado por un periodista de L'Aube, diario católico demócrata cristiano de pequeña tirada. La publicación de la entrevista causó extraordinario efecto e, invitado Onaindía a casas particulares a relatar sus impresiones de la tragedia, la narración del incidente sembró el cisma en las filas católicas francesas en las que figuraban relevantes personalidades como Jacques Maritain y Francois Mauriac. Y de la misma manera que el despacho de Steer en el Times convirtió a lectores conservadores en enemigos de la causa nacionalista, exactamente igual la entrevista con Onaindía convirtió a un grupo de católicos intelectuales con influencia internacional en opositores del bando franquista, y la misma calumnia y difamación que persiguió a Steer acompañó a Onaindía, a quien la Iglesia «oficial» repudió tratándole de mentiroso.

Hay que distinguir, sin embargo, entre los católicos franceses y los de Inglaterra y Estados Unidos, porque si en estos dos países los más virulentos abogados de las tesis nacionalistas eran miembros del clero y, frecuentemente, jesuitas, yo no he encontrado hasta ahora clérigos franceses que participasen en la controversia, hasta el extremo de que los defensores franquistas franceses en el asunto de la guerra santa y Guernica presenten como portavoz de sus opiniones no a un hombre de paz, sino a un hombre de guerra, el almirante Joubert.

La guerra diplomática

Londres fue también el cuartel general de la controversia secreta sostenida por diplomáticos y ello no sólo por ser sede del Comité de No Intervención, sino porque la opinión pública inglesa era más sensible al problema de Guernica al estar informada antes y más ampliamente que otros países europeos, razón por la cual los alemanes consideraron responsables a los británicos de las acusaciones esgrimidas contra ellos. La prensa nazi, concretamente, denunció a la prensa londinense, elogiando a la prensa derechista francesa y a la Agencia Havas.

El gobierno inglés, atacado por los laboristas y una opinión pública alertada, intentó demostrar a sus ciudadanos que pretendía descubrir a los culpables del desastre de Guernica y evitar así desgracias parecidas. En su esfuerzo pretendió, de un lado, que el Comité de No Intervención aprobase una propuesta, denunciando el bombardeo de ciudades abiertas, y buscó, de otro lado, la acción conjunta de los gobiernos de Alemania, Unión Soviética, Italia, Portugal y Francia para una investigación internacional de las causas de la destrucción de Guernica.

Las discusiones tendentes a denunciar el bombardeo de ciudades abiertas comenzaron el 4 de mayo, y durante las sucesivas sesiones, el delegado alemán, apoyado por el italiano y el portugués, aguó tanto la proposición original inglesa que veinte días después quedaba convertida en un alegato abstracto contra las brutalidades de la guerra. Du. rante esta mascarada diplomática, el mismo nombre de Guernica —razón fundamental en los debates— sólo fue mencionado en una ocasión, y eso por el delegado ruso, que terminó como solitario abogado de la primitiva propuesta británica. Finalmente, se aprobó la resolución inocua. Resultado similar aguardaba al segundo proyecto del gobierno inglés: la investigación internacional de las causas de la destrucción. Portugal, Alemania e Italia rehusaron el proyecto, Francia y la Unión Soviética lo aceptaron, y tras unas semanas de tímidas negociaciones, Gran Bretaña abandonó la propuesta: el gobierno conservador había ganado el tiempo suficiente para que la inquietud inglesa sobre Guernica perdiera la emotividad inicial. Hoy sabemos, sin embargo, a través de los documentos oficiales ingleses disponibles, que el ministro de Asuntos Exteriores, el recientemente fallecido Eden, conocía la verdad sobre la destrucción de Guernica, gracias a informes diplomáticos y confidencias de los corresponsales que trabajaban al lado de los nacionalistas, información que no fue revelada—ni al pueblo británico ni a sus parlamentarios— hasta treinta años después del desastre.

Tras la guerra civil

Poco se escribió sobre Guernica durante la Segunda Guerra Mundial y sólo se renovó la polémica con el fin del conflicto, manteniéndose poco alterables las posturas sobre el hecho hasta 1970. Quienes mencionaban Guernica, bajo el control de la censura, achacaban la destruccióri a los vascos incendiarios, a los asturianos dinamiteros o a los republicanos criminales. Fuera de España, los partidarios de la causa nacional, comolos católicos anglosajones, sostenían que la ciudad había sido incendiada voluntariamente o destruida por dinamiteros, y los simpatizantes de los vencidos insistían en la responsabilidad de las bombas explosivas e incendiarias.

Pero pasaron los años y con ellos surgió en España una nueva generación que, sin ser antifranquista, comprendía rápidamente que las versiones dadas sobre el incidente por los nacionales desde 1937 eran indefendibles. Simultáneamente España se convertía en foco de atracción turística y a menos que cada turista fuese escoltado por un policía nadie podía impedir a cualquiera de estos visitantes que se comunicase con algún guerniqués superviviente del bombardeo.

Al mismo tiempo, un nuevo movimiento político nacía en el País Vasco, Euzkadi ta Askatasuna, ETA. Por vez primera, el sentimiento religioso de los vascos se aliaba con elementos marxistas. Hubo violencia y muertos y el gobierno franquista incoó los procesos de Burgos.

En septiembre de 1969 moría Luis Bolín, inventor de la fantasía que propalaron los nacionales sobre la destrucción de Guernica, y entonces se gestó la que yo llamo «Operación Guernica», una maniobra emprendida por el director de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid, y un funcionario del Ministerio de Información, Ricardo de la Cierva. La idea motriz de la campaña era ofrecer una nueva versión de la destrucción de Guernica que desarmase la controversia creada y, al elevar a símbolo de la unión entre Madrid y el País Vasco al cuadro de Picasso «Guernica», hacer bajar la tensión en el País Vasco.

La campaña comenzó en noviembre de 1969 cuando Pérez Embid declaró públicamente que el sitio más apropiado para el famoso cuadro de Picasso era el nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Y aunque posiblemente ni el mismo Pérez Embid llegara a creer que Picasso daría el cuadro al régimen franquista e inmediatamente el abogado del pintor hizo saber que era voluntad del artista donar el cuadro al pueblo español cuando fuera restaurada en España la República, las declaraciones de Pérez Embid, con la complicidad de la censura, causaron impacto en España.

En enero de 1970, De la Cierva entró en acción diciendo por vez primera en un periódico nacional, en Arriba, que no era cierto lo que se venía afirmando hacía más de treinta años que Guernica fue incendiada por vascos y dinamitada por asturianos, sino que fue destruida por aviones alemanes que habían arrojado sobre la ciudad bombas explosivas e incendiarias.

La versión formulada por la Escuela Neo-Franquista incluía otras menciones: hubo pocas víctimas, ningún español conocía de antemano el bombardeo, ningún español participó en el ataque y cuando Franco y Mola se enteraron se pusieron . furiosos con los alemanes. Este cambio radical acerca de Guernica no fue posible sin el acuerdo previo de las autoridades censurables.

En el curso de 1970, Ricardo de la Cierva continuó proclamando esta nueva verdad en unas cuantas entrevistas y artículos, modificando los detalles a cada nueva declaración y contradiciéndose cada dos o tres semanas. Para sostener sus tesis, De la Cierva anunció un gran descubrimiento, un informe sobre el incidente realizado en 1937, según instrucciones de Franco. De la Cierva aseguró a sus lectores que era inédito, sin darse cuenta que se trataba del informe publicado en 1938 en Inglaterra, documento que en realidad no apoyaba los argumentos de De la Cierva.

Nuevas versiones

Al socaire de esta campaña, Vicente Talón pudo publicar en el verano de 1970, Arde Guernira, con la bendición de Ricardo de la Cierva. El libro tiene virtudes, aunque el autor no sabe manejar los instrumentos de trabajo del historiador. Le revierte fundamentalmente el mérito de ofrecer al pueblo español unas verdades sobre la destrucción de Guernica que la censura había escamoteado durante treinta y tres años.

Por vez primera, Talón presentaba en la España nacionalista pruebas irrefutables de que la ciudad había sido incendiada por bombas incendiarias lanzadas desde aviones alemanes. Talón seguía las líneas maestras de la versión neo-franquista, aunque sobre el número de muertos discrepaba de Ricardo de la Cierva, afirmando que podía llegar hasta doscientos, cifra que De la Cierva aceptó por el momento. Talón patinó al descartar la responsabilidad de las autoridades nacionalistas en el bombardeo. Cuando Talón escribió esta afirmación gratuita: «Guernica fue destruida por aviones alemanes que recibían órdenes directas de Berlín y que al cumplir su agresión violaron, gravísimamente, la lealtad jurada al gobierno de Salamanca», él no aportaba ni una palabra de documentación para sostener sus argumentos. Si posee hoy esta documentación, tiene el deber de revelarla.

El fracaso de la «Operación Guernica» fue evidente en septiembre de 1970, cuando Joseba Elósegui (1), un vasco presente en Guernica cuando el bombardeo, se prendió fuego en el frontón Anoeta de San Sebastián y cayó ardiendo delante de Franco. Días más tarde, se anunciaba oficialmente el Consejo de Guerra de Burgos.

La controversia continuó y en enero de 1973 un profesor de literatura inglesa, Jeffrey Fiad, del Dartmouth College, institución norteamericana de gran reputación, publicaba un artículo en un semanario derechista estadounidense, National Review, afirmando de nuevo que Guernica no había sido bombardeada utilizando para ello los desacreditados argumentos de Bolín y Jerrold. Increíblemente, esta amalgama de prejuicios e información errónea obtuvo enorme difusión: fue materia polémica en Italia y Alemania; y en España, el corresponsal en Roma del diario madrileño ABC, envió un despacho sobre el citado artículo, como si el libro de Talón no existiera. Entonces Ricardo de la Cierva leyó el artículo de ABC y se descolgó afirmando que era difícil negar veracidad a esas pruebas, aunque él había sido el primero en acusar a Berlín dé mentiras. Episodio que demuestra la nostalgia de la Escuela Neo-Franquista por volver a los días de antaño cuando todos pretendían creer que Guernica había sido destruida por vascos incendiarios.

Por último, en los primeros meses de 1976, aparece en Estados Unidos e Inglaterra el libro de Gordon Thomas y Max Morgan-Witts, The Day Guernica Died. No tengo demasiada afición por este tipo de obras en las que el hecho y la ficción, la verdad y la imaginación están tan mezcladas que el lector no sabe a qué dar crédito. El libro no inspira confianza al historiador, pues no puede verificarlas informaciones que el libro aporta. Por ejemplo, dicp el texto inglés que el Jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, Von Richthofen, y el Jefe del Estado Mayor del General' Mola, Juan Vigón, que tenían la costumbre de celebrar consultas diariamente, se encontraron a las once de la mañana del 26 de abril para discutir las actividades aéreas del día.

Y entonces leemos: «Sin referencia a autoridades superiores, un español de Madrid y un alemán de Silesia decidieron la suerte del centro espiritual de los Vascos.» Se trata probablemente de la más importante revelación del libro. Según declara el texto, la confirmación se encuentra en el diario personal de Von Richthofen, ahora en poder de su viuda. Pero precisamente esta confirmación no se encuentra en el diario de Von Richthofern, —tal como lo produjo un libro del profesor alemán Klaus A. Maier, recientemente traducido al castellano y publicado en España. Es posible que el encuentro tuviera lugar, pero no se puede escribir historia con posibles y probables.

El libro de Thomas y Morgan-Witts fue rápidamente traducido al castellano y publicado en Barcelona con el título El día en que murió Guernica. Uno de los autores vino a España y viajó por varias ciudades proclamando su verdad sobre Guernica. Pero la traducción castellana del texto es fraudulenta. Para vender el libro en España y con la esperanza de halagar al censor, se introdujeron cambios respecto a la versión original, entre ellos, eliminar las atribuciones de responsabilidad en la decisión de bombardear Guernica al entonces Coronel Vigón. Estos autores que venden una «verdad histórica» en Inglaterra y otra en España parecen suponer que los españoles no son lo suficientemente adultos para entender qué pasó en Guernica.

Problemas a debatir

Concluido el relato de la controversia despertada por el asunto de Guernica, hay unos puntos oscuros en el debate que trataré de dilucidar. El primero de ellos hace referencia a los ataques que católicos ingleses y norteamericanos lanzaron sobre el periodista Steer y a las contradicciones de los despachos emitidos desde Bilbao y Vitoria sobre el bombardeo.

Mis investigaciones confirman que no hay base en las acusaciones calumniosas contra el corresponsal del Times, de Londres; en ningún momento este periódico puso en duda la veracidad de los despachos de Steer sobre Guernica. Otro asunto es el suscitado por el corresponsal del Times en Vitoria, James Holburn. El cablegrama de Holburn procedente de Vitoria daba como posible que al menos parte de los daños sufridos por Guernica eran consecuencia de una labor incendiaria, pero, a la vez, en este cablegrama se reconocía la existencia de un bombardeo de tres horas y media de duración.

Holburn atribuye hoy las contradicciones de su despacho a las dificultades planteadas por la censura nacionalista. La preocupación primordial de Holburn era poder decir en su periódico que el bombardeo había tenido lugar —hecho negado por los nacionalistas— y para poder mencionar este hecho básico hubo de hacer concesiones a la censura de Vitoria.

Solventado esto, hay que hablar del telegrama mandado a París por Georges Botto, corresponsal de la Agencia Hayas. Este telegrama, que ha jugado un destacado papel en la controversia, fue utilizado por los defensores de la causa nacional en Francia, Inglaterra, Estados Unidos y la Alemania de Hitler. Fue citado en la Cámara de los Comunes por los simpatizantes de Franco, fue esgrimido por el embajador nazi en Londres al entrevistarse el 5 de mayo con Eden, y referido por el General Queipo de Llano desde Radio Sevilla.

Lo cierto de este despacho es su falsedad. Una clave en el interior del telegrama alertó a los redactores de París: las informaciones contenidas en él no eran verdaderas o estaban escritas bajo coacción, pero la Agencia Hayas, en confabulación con el Ministerio francés de Asuntos Exteriores, distribuyó el telegrama aun consciente de su mendacidad. ¿Por qué? Fundamentalmente, para mantener la estructura de No Intervención, para no tener que admitir al pueblo francés el hecho que aviones alemanes controlaban los cielos de Vizcaya sobre la frontera francesa y por temor a la reacción del pueblo francés si esta evidencia era asumida públicamente por la Agencia Hayas, instrumento manipulado por el gobierno galo.

En cuanto a las víctimas del bombardeo, hay que resaltar que en todo el tiempo que duró la disputa, casi nunca mencionaron los muertos de Guernica los partidarios de la causa nacionalista. Acusaron de haber destribuido la ciudad a los vascos, asturianos, comunistas y republicanos, pero nunca de haber originado la muerte de sus habitantes. ¿No podemos suponer que al saberse los nacionalistas responsables de las muertes preferían no tocar el tema?

Cuando Ricardo de la Cierva lanzó la «Operación Guernica» en 1970, declaró que no rebasó la docena el número de muertos en Guernica. Pero ya el informe suprimido de 1937 había fijado en cien la cifra de víctimas, y Vicente Talón la había elevado a doscientas. Analizando las cifras de Talón observamos que no cuenta entre los fallecidos los transportados a Bilbao la noche del 26 al 27 de abril y el día 27. Desconocemos cuántos murieron en el bombardeo porque los vascos de Bilbao perdieron la villa tres días después del desastre y los nuevos amos de Guernica no se esforzaron seriamente en aclarar el asunto. Para mí, la cifra real supera las estimaciones de Talón, pero nunca lograremos saber el número de fallecidos en el desastre. Lo que resulta evidente es el intento de la escuela neo-franquista por disminuir el número de los que perecieron, con el fin de quitar importancia a la tragedia.

Cómo y quién la destruyó

Hoy día casi todo el mundo está de acuerdo en que Guernica fue destruida por bombas explosivas e incendiarias arrojadas por aviones alemanes. Únicamente no comparten esta creencia el profesor norteamericano Jeffrey Hart, el periodista inglés Brian Crozier y el escritor alemán Hans Henning Abendroth.

Hay más discrepancias sobre quién la destruyó, pues, aunque los pilotos fueran alemanes, importa saber. de quién partió la orden de ataque. Como hemos visto, Thomas y Morgan-Witts ofrecen una solución, aunque la confirmación se reproduce un documento revelador que, al parecer, ha pasado inadvertido a los censores y, aparentemente, a Talón mismo. Talón reproduce un telegrama enviado por las autoridades aéreas nacionalistas desde Salamanca al cuartel general de la Legión Cóndor en España, para su retransmisión a París. El telegrama lleva fecha del 7 de mayo de 1937, doce días después de la destrucción de la ciudad, y dice así:

«UNIDADES DE PRIMERA LINEA PIDIERON DIRECTAMENTE A AVIACION CRUCE CARRETERAS, EJECUTANDOLO AVIACION ALEMANA E ITALIANA, ALCANZANDO POR FALTA DE VISIBILIDAD POR HUMOS Y NUBES POLVO BOMBAS AVIONES A LA VILLA... ROJOS APROVECHARON BOMBARDEO PARA INCENDIAR POBLACION.»

Sabemos que la última frase es falsa, pero lo importante se encuentra al comienzo del telegrama: a los doce días del ataque aéreo, el mando nacionalista asume la responsabilidad de haber solicitado el ataque al comunicarse con Berlín, lo que nos hace suponer que el 7 de mayo Berlín ignoraba cómo se había producido la destrucción. Yo creo lo mismo que hace dos años cuando publiqué mi libro sobre Guernica, en francés y en París, que el ataque fue decidido en España por militares españoles y alemanes que no previeron las catastróficas repercusiones que el hecho iba a desencadenar en el mundo.

¿Por qué destruyeron Guernica? Yo no lo sé y no he encontrado documento que avale los motivos. La eventualidad de un accidente no debe ser admitida por nadie con dos dedos de frente. Las bombas incendiarias se cargaron en los aviones para incendiar casas con vigas de madera. Nadie que participase en esta decisión ha ofrecido un testimonio verosímil. En alguna parte de Alemania o España debe existir un escrito revelador que algún día será descubierto, pero entretanto, me permito ofrecer una hipótesis:

Recordemos la situación militar de la guerra en abril de 1937. La campaña del Norte no avanza con la rapidez presumible y desde noviembre de 1936 Madrid está sitiada, habiendo fracasado los esfuerzos para romper el cerco. ¿No es probable entonces que los militares nacionalistas temieran que en Bilbao se reprodujera el sitio de Madrid? Bilbao es una ciudad acostumbrada a los cercos; en el siglo pasado había sufrido repetidas veces el sitio carlista y nunca había sido conquistada. ¿Parece descabellado que los militares nacionalistas, a la vista de estos antecedentes, decidieran bombardear Guernica para escarmentar a los vascos, para advertirles: lo que hemos hecho con Guernica podemos repetirlo en Bilbao?

Una controversia de cuarenta años

¿Por qué tantos años de debates sobre un acontecimiento de cuya realidad podrían ser testigos miles de personas? Cuando la periodista norteamericana Virginia Cowles visitó Guernica en agosto de 1937, en compañía de un oficial de prensa, yendo hacia Santander, un habitante declaró para explicar las ruinas: «¡Aviones!, ¡aviones! ¡Italianos y alemanes!» El oficial de prensa quedó desconcertado y cuando ya en Santander hablaron con un piloto nacionalista, el oficial de prensa se apresuró a decir: «Guernica estaba llena de rojos. Dijeron que la ciudad fue bombardeada y no quemada.» El aviador miró entonces al oficial de prensa y afirmó: «Naturalmente, fue bombardeada. La hemos bombardeado, bombardeado y bombardeado, y bueno, ¿por qué no?»

Durante la guerra civil norteamericana, el general Sherman recibió la orden de cortar en dos el territorio sudista, lo que realizó brutalmente, dejando ruinas y desolación a su paso. Cuando después le reprocharon su vandalismo, el general replicó: «La guerra es el infierno.»

¿Por qué no argumentaron los nacionalistas como el general Sherman? Porque su propaganda en los países no fascistas de Occidente, en Francia, Inglaterra, Estados Unidos y América Latina se basaba en que la guerra civil española, lejos de ser una guerra infernal, era una guerra santa. Uno de los asesores religiosos de•Franco, el Padre Menéndez-Reigada, había conferido a la guerra civil la cualidad de «guerra santa, la más santa que la historia haya conocido». En otras circunstancias, Guernica podía ser arrasada y sus habitantes quemados vivos, mas no en una guerra santa.

La intervención decisiva de Luis Bolín en la confusión puede explicarse por su ascendencia británica por parte de madre y su prolongada estancia en Inglaterra. Era colaborador íntimo de Jerrold, del marqués del Moral, de Lunn y de otros miembros de la agresiva minoría católica inglesa. Luis Bolín, autor del primer comunicado nacionalista sobre Guernica, ya había mostrado, en febrero de 1937, su sensibilidad frente a la opinión pública inglesa en un incidente relativo a la matanza de Badajoz. Bolín reaccionó no como un militar español, sino como un católico inglés, y puesto que en el incidente de Badajoz solucionó las dificultades del tema negando todo lo referente al mismo, al percibir la reacción de la opinión pública británica sobre Guernica, siguió con la costumbre de negar todo.

Bolín tuvo razón: la victoria de los nacionalistas se debe a dos circunstancias: a la intervención militar activa de nazis alemanes y fascistas italianos y a la intervención «neutralista» y pasiva de los católicos norteamericanos e ingleses. Si los nacionalistas hubiesen dicho la verdad sobre lo que pasó en Guernica, habría sido moralmente imposible para la jerarquía católica apoyar la causa nacionalista en Washington y Londres. Y, hasta el momento actual, los que ganaron la guerra no han podido confesar que su guerra santa fue una guerra infernal.

Hay un hilo conductor en la confusa historia guerniquesa, el afán de unos gobiernos determinados por ocultar la verdad a sus ciudadanos. El gobierno francés, a través de la Agencia Hayas, saboteó las primeras noticias sobre el desastre y distribuyó un telegrama favorable a los nacionales a sabiendas de su falsedad; el gobierno inglés, que sabía lo que había ocurrido, rehusó descubrir la verdad a su pueblo y al Parlamento; Cordell Hull, ministro de Asuntos Exteriores norteamericano, escribió en 1937 una carta a un diputado favorable a la causa republicana, negando la responsabilidad germana en el bombardeo de Guernica, aunque estaba enterado de quiénes eran los autores de la tragedia; después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno federal alemán se despreocupó de investigar la verdad y algunos,de los que bombardearon Guernica son hoy respetables generales alemanes condecorados por los americanos por haber defendido el llamado «mundo libre». Por último, el gobierno español ha procurado tapar a su pueblo la verdad sobre Guernica durante cuarenta largos años, esos cuarenta «años de paz» que pueden ser denominados también «años de censura de guerra».

H.S.

(1) Joseba Elósegui era el oficial de mayor graduación que se hallaba en Guernica durante el bombardeo y, por tanto, resulta un testigo excepcional de la tragedia. El lector puede consultar los números 5 y 9 de HISTORIA 16, donde se publicaron trabajos sobre el tema, escritos por el propio Elósegui y nuestro colaborador Angel Viñas. Parte del material gráfico que ilustra estas páginas ha sido gentilmente cedido por el señor Elósegui.

(2) CPLSB