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Agencia Informativa Gráfica Alfonso

La familia.

Los Alfonso formaron una saga de fotógrafos que se inició con Alfonso Sánchez García (Alfonso), el padre de la dinastía. La familia provenía de empresarios teatrales, en la que se respiraba cultura, pero donde se ingresaba muy poco. A la muerte del abuelo, vinieron las deudas, y Alfonso hubo de ponerse a trabajar, aunque a la par, estudiaba Bellas Artes.  Por un golpe de fortuna, Alfonso pudo colocarse de aprendiz en la casa  de Amador de la Puerta del Sol, conocido estudio fotográfico. El aprendizaje de Alfonso fue muy provechoso técnicamente, pues en aquellos tiempos cada fotógrafo tenía que prepararse sus propias placas de cristal. El joven Alfonso tuvo un importante éxito entre la población madrileña, al conseguir una instantánea que sería reproducida en toda la prensa diaria, el cuerpo, al parecer incorrupto de San Isidro, patrón de Madrid y de gran devoción entre el pueblo creyente. Por esas fechas, España perdía Cuba, Puerto Rico y las Filipinas por el pérfido imperialismo yanqui y la demostrada incompetencia gubernamental española, que corría pareja con su corrupción.

Alfonso Sánchez García. El padre. (1880-1953)

A principios de siglo, Alfonso se asoció con otro conocido fotógrafo, Company, y mejoró algo su situación económica, lo que le permitió casarse. Alfonso tuvo cinco hijos, Alfonsito, Luis, José, Victoria y María. Todos se dedicaron de una forma u otra a la fotografía. El buen hacer de Alfonso le permitió retratar al todo Madrid, al propio rey, y a los próceres del gobierno alfonsino. Entre sus clientes se encontraban semanarios gráficos y señeros diarios, como "El Imparcial", aunque los pagos a los fotógrafos eran irrisorios obligando a los profesionales al pluriempleo.

Otro de sus famosos reportajes, el del "Huerto de Francés", un garito donde cazaban a los ricos y tras robarles les asesinaban y los enterraban en el citado huerto, no pudo ser publicado enteramente porque el semanario cerró. Pero su profesionalidad le proporcionó un empleo fijo en el "Heraldo de Madrid", uno de los más importantes periódicos de Madrid, entonces, aunque con un sueldo insuficiente.

En 1904, Alfonso, por indicación de un compañero del Heraldo se presentó al Certamen Internacional de fotografía de Nueva York. La obra, una gran ampliación de su mujer lavando en la buhardilla de la calle Carretas donde vivían, constituyó todo un éxito para el jurado internacional que le otorgó el Premio extraordinario:

María Portela.

En 1909, Alfonso realizó uno de sus primeros reportajes de gran éxito, el desastre del barranco del Lobo. Se había embarcado con un batallón de cazadores de la guarnición de Madrid, en una expedición de castigo contra los rifeños rebeldes que habían asesinado a varios trabajadores de las minas españolas en la región. Pero ya no eran los tiempos de Prim, y la columna española fue emboscada muriendo un general, cinco jefes, ocho oficiales y casi 200 soldados, a más de seiscientos soldados heridos y cincuenta jefes y oficiales también heridos. Un desastre sin paliativos. Alfonso alterno la cámara con la camilla para atender heridos y fue recompensado por los militares con la cruz del merito militar.

Alfonso adquirió fama de gran profesional y de hombre valiente. Fueron de grande popularidad los retratos que hizo a La Fornarina horas antes de ser operada y de morir en la operación, y también el reportaje que hizo con motivo del crimen del capitán Sánchez, unos hechos pavorosos, donde este militar que vivía en mancebía con su propia hija, llamada María Luisa, y que usó precisamente a su hija, para hacer de cebo sexual a un jugador profesional, García Jalón, del que sabían había tenido suerte últimamente. El capitán fingió sorprender al tipo cuando estaba encamado con su hija, y tras despojarle de todas sus propiedades lo mató descuartizándolo pacientemente entre padre e hija, deshaciéndose de los restos en uno de los excusados de la época. Probablemente, el crimen habría quedado impune, pero la avaricia de la morbosa pareja, hizo que el capitán se presentara a cobrar una ficha del casino del Circulo de Bellas Artes, que tenía un valor de  mil pesetas, una cifra muy apetecible en 1913, pero que todo el casino sabía había sido ganada recientemente por el jugador, Jalon. Otro periodista, Francisco Serrano Anguita, investigó el asunto y terminó denunciando al militar que fue fusilado en Carabanchel el 3 de noviembre en medio de una expectación desmesurada. La hija cumplió larga condena en la prisión de mujeres de Alcalá de Henares.

Algunos biógrafos opinan que el mejor trabajo de Alfonso fue el que realizó en 1917 con motivo de la Huelga General Revolucionaria del 13 de agosto de 1917, que fue reprimida por el Ejército y la Guardia Civil, con artillería, ametralladoras y fusilería.

En 1921, tras el desastre de Annual en agosto de 1921, Alfonso partió para África con otros reporteros. A Alfonso le tocó, tras otras peripecias, el horror de la reconquista de Monte Arruit en noviembre de 1921.  Allí se encontró con una siniestra procesión, hileras e hileras de muertos secándose al sol inmisericordioso del Rif. Sus fotos fueron publicadas en el mundo entero, y no sólo hicieron famosos al ftotógrafo sino que le dieron a la "Agencia Informativa Gráfica Alfonso" una merecida fama. Poco después mandaría a su hijo mayor, Alfonsito a realizar otro impactante reportaje en el cuartel general del rebelde rifeño, Abdelkrim. En 1926, Alfonso embarcó en el Plus Ultra con la firme intención de hacer el recorrido completo. Pero en Canarias, fue desembarcado por sus tripulantes. Había exceso de peso y era un lujo llevar un fotógrafo que el hidroavión no se podía permitir.

Al estallido de la guerra siguió trabajando en la dirección de la agencia. Era muy amigo de Campúa (José Demaría, padre) aunque rivales en la profesión. Debió sentir mucho el fusilamiento de éste en 1936. Terminada la guerra civil, ya con 60 años, lo que no obsta para que le fuera retirado el carné de fotógrafo en 1940, para que no pudiera ganarse la vida (la dura vida de posguerra), con su profesión.

El hijo. Alfonsito o Alfonso Sánchez Portela. (1902-1990)

En 1918, Alfonsito o Alfonso hijo, inició sus primeros trabajos en fotografía de la que llevaba aprendiendo desde niño, pese a que su padre aspiraba para su primogénito los estudios universitarios que él no pudo tener. El caso es que al terminar el bachillerato el chico le dijo a su padre que seguiría sus pasos. El adelantado aprendiz no tardó en colocarse de reportero donde realizó muchos reportajes de carácter costumbrista. Fue en 1921, cuando Alfonso hijo (Sánchez Portela) con apenas 19 años, partió para Melilla como reportero de guerra, a raíz del desastre de Annual acompañando a su padre. Cuenta el propio Alfonsito, que la empresa fue todo lo contrario de lo que espera, y que abominó de las guerras coloniales, tras observar la naturaleza cruel de aquella guerra, donde la reconquista significaba encontrar una larga trocha de cadáveres de soldaditos españoles pudriéndose al sol, mientras las fuerzas coloniales practicaban una cruel venganza.

En el verano de 1922, otro audaz reportaje junto con el periodista Luis de Oteyza, director de "La Libertad" y el fotógrafo Diaz Casariego, amigo de Alfonsito, que se preparó prácticamente en secreto, pues se trataba de visitar a los militares presos que Abdelkrim (Abd-el-krim ben Mohamed el Jattabi) tenía desde el desastre de Annual, (la carne de gallina, que decía el monarca. ¡Qué caradura! tras haber animado a Silvestre a introducirse en las líneas moras sin tropas suficientes). En ese reportaje, además de fotografiar a los prisioneros y fraternizar con ellos, Alfonsito consiguió, lo nunca visto, cuando a regañadientes, el propio Adbelkrim accedió fotografiarse con Oteyza. Imagen que impacto terriblemente en España:

Abdelkrim y Oteyza. Observe el lector, como el jefe de la guardia del líder rifeño lleva un revolver en la mano con el que, al parecer apuntaba a Oteyza cuando se acercaba demasiado a Abdelkrim.

Alfonsito se lo contaba así a Álvaro Custodio en 1977:

"El notable periodista Luis de Oteyza, director del diario «La Libertad», con su cuaderno de notas y yo con mi cámara fotográfica, preparamos con el mayor sigilo un viaje al campo enemigo para entrevistar al hombre más aborrecido en España, Abd-el-Krim, y a los numerosos prisioneros, jefes, oficiales y soldados, que tenía en su poder. Tratamos, primero, de pasar por la zona francesa, a través de Argel, que creímos lo más fácil puesto que por allí hacían los propios franceses el contrabando de armas con destino al cabecilla rifeño. Sin embargo, acabamos por ser expulsados de aquel territorio ya que los franceses no quisieron hacerse responsables de lo que pudiera ocurrirnos. No hubo otro remedio que embarcarnos en un falucho perteneciente a los propios contrabandistas de armas, que nos llevó a la playa de Suani en la bahía de Alhucemas, totalmente dominada entonces por los guerrilleros de Abd-el-Krim. Y así, por las buenas, enarbolando una bandera blanca, desembarcamos sin saber si seríamos respetados por los pacos (francotiradores) moros. Fuimos rápidamente rodeados por un grupo de guerrilleros que nos hicieron prisioneros. Les explicamos que éramos periodistas y que nuestro objetivo era ver a Abd-el-Krim para tratar con él sobre el posible rescate de los prisioneros de guerra españoles. Nos tuvieron unos cuantos días encerrados en una chabola, hasta que vino a buscarnos un moro al que llamaban «Pajarito», que nos condujo ante la presencia de Mhmed, hermano del jefe de la Jummurhiya Rifiya (República del Rif). Mhmed autorizó, después de sentarnos Oteyza y yo a discutir con el Imgharem (Consejo), que visitáramos y fotografiara yo a los prisioneros españoles

En un gran recinto, en lo más elevado de una explanada, formados en dos filas, jefes y oficiales delante y soldados detrás, estaban los prisioneros españoles en actitud de firmes. Oteyza reaccionó rápidamente, pidiendo al jefe de la guardia mora que les permitieran fraternizar con nosotros. Entonces, todo fueron abrazos, lágrimas, agitación y ternura. Sus preguntas caían a torrentes sobre nosotros. Aquel cautiverio se prolongaba demasiado y era durísimo para ellos. ¿Qué pensaba hacer el Gobierno, puesto que el Ejército no estaba en condiciones de ir a rescatarlos? Mis bolsillos se llenaron en un instante de cartas, pero Oteyza, muy nervioso, me advirtió que los jefes rebeldes habían prohibido que lleváramos correspondencia por temor al espionaje. De todos modos, yo logré introducir disimuladamente todas las cartas que cupieron en la mochila de mi cámara. Fue una escena estremecedora que jamás podré olvidar. ¿Respetaría sus vidas Abd-el-Krirn, quien había dejado pasar a cuchillo a casi todos los defensores de Monte Arruit? Nuestra despedida de los prisioneros produjo en todos ellos y en nosotros una enorme conmoción.

Después de larga caminata, monte arriba por diversos vericuetos, entre chumberas, única planta que crece en tierra tan seca, bajo el sol implacable de agosto, llegamos conducidos por «Pajarito» a una edificación no muy grande, modesta, encalada y rodeada por todas partes de centinelas moros. En la puerta nos recibió Amogar, jefe de la guardia personal de Abd-el-Krim, quien nos condujo al interior. Detrás de una sencilla mesa, en una habitación blanca, bastante amplia, nos recibió al fin el cabecilla rifeño. Acababa de cumplir 40 años. La habitación era vigilada por cuatro moros con los fusiles terciados, más «Pajarito» y Amogar, rígido, detrás siempre de su señor, con el puño puesto en una pistola. De la conversación, muy larga, que sostuvo con Luis de Oteyza, recuerdo que repetía insistentemente: «Nosotros no queremos la guerra, pero este territorio nos pertenece desde tiempo inmemorial y estamos obligados moralmente a defenderlo. ¿No expulsaron los españoles a nuestros antepasados de la península? Pues lo mismo queremos nosotros ahora. Estamos dispuestos a firmar la paz, pero siempre que no haya lazo ni yugo para nuestra gente. El Protectorado es un nombre inventado para avasallar nuestros derechos. ¿A quiénes protegen los militares? A los explotadores de las minas de hierro. El Rif no odia al pueblo español, pero sí a su Ejército invasor»... No cabe duda de que Abd-el-Krim era hombre muy inteligente, aunque careciera de escrúpulos en sus métodos de guerra. Cuando Oteyza aludió a los prisioneros, el entonces poderoso jefe de la República del Rif contestó que estaba dispuesto a tratar seriamente sobre la posibilidad de su rescate. España entera vibró cuando leyó en la crónica de Oteyza estas líneas de esperanza. Terminada la entrevista, le pedí que me permitiera retratarle con Oteyza, a lo que se negó rotundamente. Ninguno de los argumentos que Oteyza le expuso para que autorizara mi fotografía fue escuchado. Yo veía que la información gráfica iba a quedar coja, y me lancé audazmente a tratar de convencerle: si nos había permitido retratar a los prisioneros y al Ingharem (Consejo) presidido por su hermano, y si se publicaba todo esto en la península y en el extranjero, faltando su figura junto a Oteyza podría pensarse que nuestra visita a su cuartel general era una ficción, y el futuro trato para el rescate de los prisioneros, al que Abd-el-Krim iba a sacarle un formidable beneficio pecuniario, se perdería. No sé si por mi juventud, mi ingenuidad o por la pasión que puse en mis palabras, teniendo en cuenta la agudeza del guerrillero, logré convencerle, y ahí está la fotografía que recorrió el mundo entero y que tan profunda impresión causó en España. Como despedida y para que conservara un recuerdo suyo, Abd-el-Krim me regaló la «gumía» (espada corta curvada) que siempre llevaba consigo y que guardo en mi estudio museo."

En 1925, y con el apoyo de Francia, el recién dictador, Primo de Rivera, ordenó el desembarco en Alhucemas. Para allá fue también Alfonsito, que desembarcó con las tropas de asalto de la legión. El mar estaba encrespado y la cosa tuvo bemoles. Alfonsito fue citado por su arrojo profesional por todos sus compañeros de profesión. Ya en 1928, se embarcó en una avioneta y viajo, de nuevo con Oteyza a Senegal, piloto y copiloto. En 1930 cubrió el juicio de los sublevados en Jaca, Fermín Galán y García Hernández y compañeros.

Y entonces viene la II República, agitada por la violencia de quienes no la quieren, algunos hasta de izquierdas. Alfonso hijo, consigue fotografías de los principales incidentes contra la II República, como el petardo que las derechas arrojaron contra la tribuna de Azaña en la conmemoración del 14 de Abril, en 1936, y que terminó con el asesinato del Alferez Reyes, Guardia Civil que se encontraba precisamente allí esperando el petardazo para sacar su pistola y contribuir al altercado. Y después, las imágenes del entierro del alférez, donde también salieron a relucir las pistolas y donde el teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, cercado y amenazado por los sediciosos, disparó contra uno de ellos, lo que le costaría la vida días después, lo que detonaría el asesinato de Calvo Sotelo posteriormente. En todos ellos, estuvo Alfonsito y de todos sacó fotografías, algunos de ellas con cierto riesgo.

Con el estallido de la guerra, Alfonsito estuvo en el cuartel de la Montaña, en la Sierra de Madrid, el Puerto del León, en Alcalá, en Toledo, en la batalla de Extremadura, en la de Madrid y en Teruel, donde entró en la plaza de Torico dentro de un auto Blindado, y donde también terminó hospitalizado por principio de congelación. Sus ultimas fotografías en guerra fueron las de la hora de la traición de Casado, Besteiro y Mera, de la que Alfonsito dejó perfecta imagen:

Franquismo

La llegada del franquismo supuso el fin de la Agencia Informativa Gráfica de los Alfonso. Padre e hijos recibieron comunicación gubernativa donde se les retiraba el permiso para ejercer la profesión. Los Alfonso hubieron de dedicarse a profesiones relacionadas con la fotografía, pero nunca en la prensa gráfica o diaria. En 1953, Alfonso padre falleció, y en 1952, Alfonsito recibió permiso para ejercer de nuevo el reporterismo gráfico, pero no le interesó. Estaba enfrascado en otros proyectos y además la familia se desenvolvía con cierta holgura en su estudio de la Gran Vía.