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Armas para España... pese a Howson

por Artemio Mortera Pérez

Revista de Historia Militar nº 9 Marzo de 2001

Cuando la Dirección de la Revista Española de Historia Militar me propuso que escribiera la crítica a la edición en castellano del libro de Gerald Howson "Armas para España" les respondí que eran de tal naturaleza las reflexiones que su lectura me había inspirado que me resistía a condensarlas en las escasas líneas que acostumbran a dedicarse en la sección "Libros" a cada una de las obras que en ella aparecen. Conforme la Dirección con mi opinión de que el interés del tema bien merecía un más largo tratamiento, me fue concedida «carte blanche» para dedicarle todo el espacio que considerara oportuno, aunque sobrepasara los límites normales de un mera crítica para convertirse en un artículo en torno a cuestión tan apasionante como es el tema de las importaciones de material bélico efectuadas por la República española durante la guerra civil.

La primera noticia que tuve sobre el libro de Mr. Howson fue el envío que me hizo un amigo de una trascripción de sus apéndices en los que figuraba una relación de diferentes buques que trajeron a España pertrechos militares. Dichos apéndices atrajeron de inmediato mi interés aunque no fuera más que por presentar por primera vez de forma organizada y coherente una serie de noticias e informaciones que circulaban dispersas por la exuberante bibliografía dedicada a nuestra guerra o emanaban desordenadas de colecciones documentales apenas estudiadas.

Junto con el envío de la mencionada trascripción, me comunicaba este buen amigo -en cuyo criterio confío plenamente- que precisamente dichos apéndices eran la parte más interesante de la obra. Esta información, unida al hecho de que mis rudimentarios conocimientos del idioma inglés habrían de impedirme una cabal comprensión de la misma, evitó en principio que me precipitara a la búsqueda del libro de Howson cuya irrupción en el mercado parecía haber causado cierta sensación. La aparición de la edición española variaba sustancialmente el panorama, empujándome a la adquisición sin más demora de la obra que contenía tan interesantes listados y de cuya restante información, ahora a mi alcance, estaba deseoso por empaparme.

Mi primera decepción ya se produjo al leer los dos primeros capítulos del libro destinados a situar en el tema al lector poco versado en el mismo. Tanto el capitulo 1, que pretende desentrañar las causas de la guerra civil, como el 2, dedicado al estudio de su inicio, constituyen una colección antológica de los manidos tópicos propagandísticos nacidos ya contemporáneamente a los propios hechos y a los que lamentablemente no podemos calificar de trasnochados, pues siguen vigentes merced a la aceptación que aún se les dispensa en determinados círculos. Podemos así enteramos de que el Ejército español tenía en 1931 ochocientos generales (pag. 18)[1]; que la Legión, constituida por "ex presidiarios españoles cuyas penas se habían conmutado por el servicio militar" (pag. 25), era la "tercera parte extranjera del ejército" (pag. 37); que Indalecio Prieto fue "abatido a tiros" en un mitin celebrado en Ecija (pag. 21); que ya en 1932 "dos diputados socialistas y dos diputados republicanos fueron asesinados por pistoleros de la extrema derecha" en un mitin en Bilbao (pag. 18)[2] ; que la revolución de octubre de 1934 -a la que, por cierto, justifica- costó "cuatro mil vidas" (pag. 19)[3] o, más adelante, que "nunca había habido ningún (socialista) en los gobiernos anteriores" (pag. 145) al constituido por Largo Caballero en septiembre de 1936[4] y ya, cuando profundiza en los medios bélicos con que España contaba antes de la guerra, que el fusil ametrallador reglamentario era el Hotchkiss 1922 0. C. (fabricado) en Oviedo-La Coruña" (pag. 51), ignorante de que el fusil ametrallador Mod. 1922 no se habia fabricado nunca en España y menos en La Coruña cuya fábrica de armas no fue creada hasta 1937 con la maquinaria recuperada de la de Oviedo, por lo que no fue hasta el año siguiente cuando empezó a producir el nuevo modelo "O.C."; que los buques de guerra de la Escuadra española quedaron repartidos en diez y siete para los nacionales y veintisiete para los republicanos[5] o que los trece destructores de la clase "Churruca"[6] de que dispuso la flota republicana iban armados con cañones fabricados por Vickers-Armstrong[7] y cada uno de ellos montaba "seis lanzatorpedos triples de 71 pulgadas" (pag. 93), lo que, de hacer caso a Howson, les convertiría en los buques más poderosamente armados jamás construidos. Y así, entre otras muchas pinceladas pintorescas -"Franco huyó (de Canarias) en un De Havilland Dragon" (pag. 23); el "aeropuerto de Tablada (disponía) de amplios astilleros aeronáuticos" o las bombas no cayeron sobre el edificio de la alta comisión (en Tetuán)" ... [8] -nos describe Mr. Howson con vigorosa pluma la situación del pueblo español. Según él, cada duque o marqués poseía "un castillo, un palacio, tres casas solariegas, una casa en Madrid, un piso en Montecarlo, dos aeroplanos privados y seis Rolls-Royce" (pag. 16) mientras los habitantes de las aldeas vivian en chamizos que en 1931 se hallaban en peor estado aún que "en el 431 de la era cristiana" (pag. 16), sólo a principios del siglo XX se habían convertido al cristianismo, abandonando sus prácticas paganas (pag. 17), y creían "que los animales, aves e insectos del campo nacían espontáneamente de los elementos ambientales de la tierra, el aire y el agua" (pag. 119); aunque, como consuelo, tenían a su alcance algunos esparcimientos entre los que Mr. Howson destaca las corridas de toros y las procesiones de flagelantes de Semana Santa.

ARMAS E INVESTIGACIÓN

Una vez superados estos antecedentes me adentré en el meollo de la obra en cuestión, un tanto impresionado, desde mi modesta condición de francotirador de la historia de nuestra guerra civil, por el alarde de erudición y el admirable despliegue de fuentes de que Mr Howson hacía gala. Encontré allí muchos datos valiosos, al tiempo que observaba con aprensión como el autor no se limitaba a exponer los resultados de su investigación, dejando que el lector extrajera de ellos sus propias conclusiones, antes bien eran empleados exclusivamente en la demostración de unas tesis preconcebidas. Toda la obra parecía encaminada a probar tres supuestos: que la cuantía de los suministros bélicos obtenidos por el bando republicano fue mucho menor de lo que se venido admitiendo habitualmente; que a su escaso número había que agregar lo vetusto, heterogéneo e inútil de la mayor parte del material adquirido y que las personas u organismos encargados de su adquisición se distinguieron sin excepción por una honradez acrisolada y que, precisamente a causa de ella, fueron siempre sorprendidos por la mala fe de los desaprensivos traficantes de armas. A tales conclusiones no se llega al final de la obra, sino que van repitiéndose explícita y machaconamente una y otra vez a lo largo de la misma para evitar la posibilidad de que el lector no se de por enterado.

Fundamenta sus tesis Mr. Howson en una estimable labor de investigación documental; tan estimable en su opinión que parece considerarla exhaustiva y, en consecuencia, todo aquello que queda fuera de la misma, todo aquello que no ha alcanzado, simplemente no existe. Ahí es donde se produce el desacuerdo con otros historiadores, principalmente españoles, que se han visto obligados a orientar sus investigaciones por itinerarios diferentes. Contrariamente a lo que se ha venido admitiendo, el régimen de Franco no mostró el menor interés por escribir la HISTORIA, con mayúscula, de la guerra civil y, más curiosamente, tampoco lo tuvieron los socialistas mientras detentaron el poder, a pesar de haber estado quejándose durante cuarenta años de que el conflicto había sido historiado por sus adversarios. Consecuencia de este desinterés oficial ha sido la falta de ayudas y estímulos a los historiadores que han visto sus investigaciones confiadas en exclusiva a sus medios particulares con la limitación de recursos y tiempo que ello supone; esta labor paciente y obstinada, que ha ido aportando día a día ese nuevo dato que enriquece y clarifica nuestra más reciente historia, es desdeñada por Mr. Howson, incapaz de comprender el cúmulo de dificultades en medio de las cuales se ha venido desarrollando. Los investigadores españoles, salvo raras excepciones, no han podido acceder por falta de medios a los archivos extranjeros -soviéticos, norteamericanos o centro-europeos-, viéndose obligados a limitar su actividad a las fuentes españolas, más a su alcance. Y, concretamente, en lo que se refiere al armamento utilizado en la guerra, al no tener acceso a la documentación de origen, que confirmara su envío, ha debido circunscribirse a la recepción del mismo en España, reuniendo concienzudamente, una a una, todas aquellas noticias que permitían su recuento. Tiene este método la gran ventaja de que el resultado que con él se obtiene es un mínimo comprobado, que resulta inatacable, y el inconveniente de que las lagunas que inevitablemente se producen han tratado de rellenarse con extrapolaciones que, en muchos casos, han dado lugar a exageraciones, pues ni la vida ni la Historia suelen ceñirse a términos lógicos o matemáticos. En cualquier caso, la honestidad de los investigadores ha hecho habitual que junto a los cuadros o cifras deducidos figuren los pasos que se han dado hasta llegar a las conclusiones, de suerte que pueda detectarse cualquier error en la cadena seguida y, en consecuencia, propiciar una rectificación. Los resultados obtenidos por este método, impuesto, como digo, por las circunstancias, podrán ser discutidos, pero nunca menospreciados a la ligera.

¿FUERON TANTAS?

Una verdad digna del mismísimo Perogrullo que, sin embargo, ha sido publicada en muchas ocasiones como resultado de sesudas reflexiones es que el material de guerra importado por la República española no le fue suficiente para alcanzar el triunfo, en tanto que el adquirido por los nacionales fue suficiente para que éstos se alzaran con la victoria. Dejando a un lado lo evidente de tal conclusión, habría que cuantificar lo que necesitaba cada uno de los ejércitos enfrentados para ganar la guerra. Sabemos lo que que precisaron los vencedores, pero el tratar de averiguar cuánto material hubieran necesitado los vencidos nos llevaría al terreno de la pura especulación. No basta con afirmar que las armas recibidas por estos últimos fueron pocas, porque poco, mucho, escaso, abundante... son términos subjetivos que sólo cobran su auténtica dimensión cuando se apoyan en cifras que permitan la comparación. Seria preciso contabilizar el equipo bélico efectivamente recibido por la República para poder juzgar si éste hubiera sido bastante de haberlo empleado con la misma eficacia con que sus adversarios utilizaron el material que obtuvieron. Y eso era precisamente lo que yo buscaba en el libro de Mr. Howson, y lo que éste cree haber conseguido al manejar unas listas y unas cantidades, que considera definitivas por exhaustivas, confirmando en base a ellas sus conclusiones aprioristicas. Sin embargo, dichos listados, obtenidos generalmente en fuentes de los países donde tenía origen el envío, evidencian muchos defectos cuando se los compara con los resultados obtenidos por los humildes historiadores españoles por el método, ya mencionado, de ir rastreando la presencia fisica de los materiales presentes en España, lo que invalida en gran medida las citadas conclusiones.

Vamos, pues, a examinar algunos de los defectos hallados en las listas de G. Howson a partir de los cuales me he atrevido a aventurar las anteriores afirmaciones. Comenzaré por centrarme en el material soviético, más fácilmente identificable, advirtiendo de antemano que no voy a tratar de los medios acorazados -aunque las cifras de los mismos manejadas por Mr. Howson me parecen decididamente bajas- por ser un tema que no he investigado en profundidad y, consecuentemente, resistirme a escribir sobre algo que desconozco. Quiero, no obstante, dejar constancia de algo no por archisabido menos ilustrativo: la abrumadora superioridad cualitativa del material blindado importado por la República española sobre el de sus adversarios. No se puede decir que éstos últimos trataran de oponerle unos modelos muy inferiores porque la diferencia era tan grande que, simplemente, no había lugar a tal oposición y sólo con el transcurso de la guerra, tras incorporar a sus unidades suficientes carros rusos capturados, estuvieron en condiciones de enfrentarse a los medios acorazados del Ejército Popular. Así, en septiembre de 1938, la Agrupación de Carros de Combate nacional disponía de 64 carros Panzer I y 32 "T26" capturados -con lo que estos últimos eran un 33 por ciento del total- y, en noviembre, de 66 alemanes y 41 rusos -casi un 39 por ciento-. Por no hablar, de la también nacional, Agrupación de Carros del Sur, constituida en un cien por cien con material tomado al enemigo.

La lista de los envíos soviéticos está numerada lo que parece descartar la posibilidad de que alguno fuera omitido; sin embargo se detecta en la misma la ausencia de, al menos, dos cargamentos completos de artillería. El primero de ellos fue el enviado en el vapor «Elaie», que llegó al puerto de Alicante el 18 de enero de 1937, transportando 12 cañones antiaéreos Lender de 76,2 mm. Mod. 1915 (y no "de campaña" como afirma Howson en la pag. 379 de su obra), con sus accesorios y 44.000 disparos y 6 cañones antiaéreos de 75 mm., igualmente Mod. 1915, con 7.000 disparos, amén de 362 ametralladoras Colt del calibre ruso de 7,62x54R con diez millones y medio de cartuchos para las mismas. Todo este material soviético, aparece registrado en el Informe dirigido por el ministro de Marina y Aire, Inclalecio Prieto, a la ministro de Sanidad Federica Montseny el 17 de marzo de 19379 pero, a mayor abundamiento, ha sido posible seguir el rastro físico de los cañones de los cuales los seis de 75 constituyeron las baterías 4151, 421 y 432 y los doce Lender de 76,2 mm. las 2151, 221, 2322, 241 y 252 de la D.E.C.A. republicana.

El segundo cargamento que se echa en falta lo componían 10 cañones "de sitio- de 42 líneas (107 mm.) y 40 obuses Perm de 152 mm. Mod. 1884 [10]. Estos materiales fueron recepcionados en el C.O.P.A. de Almansa y en Lérida en agosto de 1937 [11] -junto con otras piezas no soviéticas, como eran seis cañones Krupp de 150 mm. y 8 Vickers, igualmente de 150 mm.- sin que haya podido averiguar cuál fue el buque que las llevó a Francia desde donde cruzaron la frontera con Cataluña.

Tampoco aparece en el listado el vapor soviético "Yjora" que llegó a Bilbao el 8 de enero de 1937 con carga militar, sin que haya podido precisarse el detalle de la misma, aunque es probable que transportara alguno de los auto-ametralladoras-cañón BA-6 suplementarios enviados al Norte y, tal vez, algún carro T-26.

Pero, además, en los envíos registrados se detectan numerosos desacuerdos con la realidad, lo que no tiene nada de particular pues, si los soviéticos defraudaron a la República en el material y la estafaron escandalosamente en el precio, como admite cumplidamente el propio Mr. Howson, ¿qué garantía tenemos de que su documentación no se encuentre igualmente retocada, asunto este al fin y al cabo de mucha menor importancia? Así, el expediente Y-17 (pag. 393) incluye el envío en el "Aldecoa" de 20 obuses de 115 mm., mientras que el C.O.P.A registra la recepción de 54 con los que ordena organizar 18 baterías: 12 en el Centro Eventual de Almansa y 6 -internacionales- en el Parque de Albacete [l2]. El expediente Y-35 (pag. 405) asegura que fueron enviados 20 cañones franceses de 155 mm. a bordo del «Cabo Santo Tomé»; sin embargo, la Inspección General de Artillería republicana nos confirma que fueron 32 los recibidos, organizándose con ellos 15 baterías, a dos piezas y remitiéndose las dos restantes a la Escuela Popular de Guerra nº 2 de Lorca y al Parque de Artillería de Valencia, respectivamente [13]. El expediente Y-42 (pag. 412) recoge el envío de 15 obuses de 115 mm. en el «Ain el Turk», no obstante lo cual los recibidos en la España republicana fueron 45; además, hay un error de un mes en la fecha de llegada que Mr. Howson sitúa el 26 de febrero de 1938, en tanto que los obuses de 115, así como los cañones de 107 y los antiaéreos de 76,2 mm. que los acompañaban, se recepcionaban en el C.O.P.A. de Figueras ya en el mes de enero [14], precisamente en unas fechas en que se hallaba oficialmente cerrada la frontera francesa, situación esta en la que Howson supone ingenuamente que no cruzaba la misma material de guerra alguno. Se afirma que en la travesía n9 45 (pag. 413) el «Winnipeg» transportaba 10 cañones de 76,2 Mod. 02/30 (y no 03/30, como allí se dice); sin embargo a Cataluña llegaron treinta y nueve cañones de dicho modelo: treinta con tubo de 40 calibres y nueve con tubo de 30 calibres. Por el contrario, la partida de 250 piezas antitanques de 37 mm. Mod. 30 L/45 que se dice fueron enviados en el «Bougaroni» (travesía n2 44, pag. 413) no hay ninguna evidencia de que llegara a España. Una cantidad tan importante de estas modernas piezas hubiera tenido que dejar un rastro físico tanto en el campo de batalla, como entre las capturas logradas por los nacionales durante la guerra o al término de la misma y, sin embargo, no ha sido así; ni aparecen en la documentación, ni en el Ejército español de la posguerra, que mantuvo en servicio materiales mucho más anticuados o llegados en un número muy inferior, ni mucho menos hay rastro de los 5.128.000 cartuchos de 37x250 (como diría un castizo, ahí se han pasado cantidad) de fabricación rusa que se asegura vinieron con ellos y eso a pesar de algunos testimonios de brigadistas británicos que pretenden se disponía de estas piezas ya en mayo de 1937.

También se detectan ausencias en la lista de material soviético que cruzó la frontera catalana en enero/febrero de 1939, en la cual no figuran 14 cañones de 107 mm. "nuevos" -no los antiguos "Japoneses"- que el Comandante General de Artillería, don Carlos Botet, ordena el 28 de enero remitir "por mitad a los Parques de los dos Ejércitos del G.E.R.O. " [15], ni las 500 ametralladoras "Maxim" PV-1, destinadas al armamento de los "Chatos" que se construían en Cataluña, que el Servicio de Antiaeronáutica y Armamento nacional recuperó en Malgrat cuando fue ocupada esta población.

En cuanto a los materiales de otras procedencias, son tan numerosas las lagunas que resulta imposible pormenorizarlas. Brillan por su ausencia los envios en el "Jug" y el «Domayo», en septiembre de 1936; en el "Iciar", en octubre; en el «Saga» y el «Yorkbrook», en noviembre; en el "Sil", en enero de 1937; en el «Dobesa», en febrero; en el «Gala Pi», el «Pepito», el «Autorn», el «Nordjson» (capturado por los nacionales), el «Bolivar», el "Carmen", el «Leonia» y el «Rarribon» (capturado por los nacionales), en marzo; en el «Scotia», en abril; en el "Marijanpoli», en mayo; en el Jhurston», el «HilIfern», el «Viiu» y otra vez el «Scotia», en junio. "Después de julio de 1937 llegó muy poco material de verdadero uso militar para la República de países fuera de la U.R.S.S.", asegura Howson (pag. 290), basando al parecer tal conclusión en el hecho de que él sólo tiene noticia de los cuatro envíos efectuados en el «Al Racou», el 31.7.37, en el «Ploubazlanec», el 20.8.37 y el 27.9.37, y en el «Jaron», el 21.9.37, si bien el cargamento de este último acabó llegando a España en otros barcos.

"Aunque el SEPEWE vendió más armas a España después de septiembre de 1937 no se pudieron entregar muchas, pues no hay constancia de los barcos que las llevaron ni a dónde", insiste en la página 381. Pues bien, precisemos que no es que no haya constancia, sino que Mr. Howson no tiene constancia, que no es lo mismo. Dejando a un lado la llegada del "Ibai" al Havre, en enero del 38, y el envío del «Lola», que nunca recibió la República, ambos citados por Howson, al igual que el muy importante, por su extraordinaria calidad, de fusiles, municiones y fusiles ametralladores checos, que incluye entre los suministros soviéticos, hay constancia [16] de la llegada a Gijón del «Reyna» el 18.10.37; de la salida desde Gdynia del «Mostaganem», el 27.10.37, del «Gravelines» y el «Perros Guirec», el 29.1.38, del «Thielbeck», en la noche del 5 al 6 de febrero de 1938, y del «Virginia» (ex «Morna»), el 26.2.38; del viaje del «Winnipeg» de Rotterdam a Burdeos, a finales de marzo/principios de abril del 38; nuevamente desde Gdynia el «Gravelines», en la noche del 13 al 14 de abril de¡ 38, el «Diaria» (ex «Scotia»), el 14, y una vez más el «Virginia»; igualmente, en abril de 1938, llevaron material de guerra desde Marsella a Barcelona el «Fenja» y el «Yorkbrook», aunque tal vez se tratara de armas en tránsito, y, desde Gdynia a puertos franceses del Atlántico, el «Diana» que zarpó del puerto polaco en la noche del 14 al 15 de mayo, el «Patria» (ex Wirgínia»), que lo hizo en la del 9 al 10 de junio, y otra vez el «Diaria», que llegó al Havre el 18.6.38 y aún dio al menos otros dos viajes más, zarpando de Gdynía el 27.7.38 y el 28.9.38, y bastantes otros que, sin duda, se me escapan ya que me limito a citar aquellos cuya carga militar resulta más o menos conocida. En estas expediciones llegaron a la España republicana, entre fusiles, municiones, armas automáticas y otros muchos materiales cuya presencia resulta más dificil detectar, los aviones adquiridos en Checoslovaquia y las siguientes piezas de artillería: 15 antiaéreos (2 de 37, 4 Vickers de 40 y 9 de 57 mm.), 30 cañones Schneider/Saint Chamond de 76,2 mm., 18 Schneider de 80 mm., 14 Schneider de 105 mm. Mod. 1913, 5 obuses Krupp rígidos de 15 cms., 4 obuses Krupp Ig. s.F.H. 13 de 150 mm., 40 obuses Schneider de 155 mm. Mod. 1915 y los antiaéreos Bofors de 40 mm. y antitanques, igualmente Bofors, de 37 mm. a los que nos referiremos más adelante; piezas estas cuya recepción nos confirma la documentación de la Inspección General de Artilleria republicana

Además, Howson muestra dudas muy serias de que llegaran a la España republicana algunos otros envíos que sin embargo menciona, aunque efectivamente se recibieron en todos los casos a que hace referencia. Así, pone en tela de juicio el envio de cincuenta antiaéreos Oerlikon de 20 mm. en el «Jalisco" en agosto de 1936, y aunque, por una parte, parece admitir (pag. 151) que pudieron haber venido en un segundo viaje efectuado por dicho buque en septiembre, por otra, afirma que "es posible que.... no llegaran a entregarse nunca" (pag. 151, n. 11). Pues sí se entregaron; y vinieron en agosto, al menos 20 [17] de los 55 (no 50), contratados por el coronel Romero. El día 26 ya combatía en Toledo una batería de este material, mandada por el teniente don Salvador Utrilla Croza, que, el 28 de septiembre, perdía dos piezas, capturadas por los nacionales al liberar el Alcázar, y, en noviembre, una veintena larga de estos antiaéreos -a los que ya se habrían reunido los de la segunda remesa, si es que efectivamente vinieron en dos expediciones- combatían en la batalla por Madrid. Y continuaron llegando a lo largo de toda la guerra hasta armar nada menos que 72 baterías -las numeradas del 51 al 59 y del 510 al 572- de la D.E.C.A. republicana de la zona Centro, más otras 34 máquinas -9 de ellas antitanques- que llevaron a la zona Norte los vapores "Scotia" y «Thurston». Pese a tal abundancia, Howson sólo detecta el envío de seis armas de este tipo (él dice Oerlikon de 30 mm., pag. 420), desde Rusia, montadas dos de ellas en el «Aldecoa» y cuatro en el "Cabo Santo Tomé", equivocándose una vez más, pues los antiaéreos montados en tales buques, al igual que en los restantes españoles que viajaron a la Unión Soviética, no eran de 20 mm. ni de 30, sino de 45 mm. Mod. K-21 L/46.

Tampoco tiene claro Mr. Howson el tema de los cañones Bofors antiaéreos de 40 mm. y antitanques de 37, aunque en este caso parece más disculpable pues, ciertamente, no han podido establecerse con precisión las circunstancias de su adquisición y envío. Tan sólo hay noticia concreta del paso a Cataluña desde Francia [18] -a donde habían llegado, con toda probabilidad, a bordo del «Diana- de 12 antiaéreos Bofors de 40 mm., con 50.000 disparos [19], el 27 de mayo de 1938. En cualquier caso, se sabe que llegaron bastantes más, pues con este material fueron armadas doce baterias -números 71 a 79 y 110 a 120- de la D.E.C.A. republicana. Por lo que se refiere a los antitanques Bofors de 37 mm., se ignora cúantos, cuándo y cómo llegaron, pero hay noticia de que el Ejército del Ebro disponia de cinco baterías [20] y que el Grupo de Ejércitos de la Región Central contaba, al menos, con un grupo que perdió dos baterias, capturadas por los nacionales frente a Castellón el 11 de junio de 1938 [21].

Mr. Howson se pregunta igualmente... "¿Qué fue... de los 7.119 Mauser del mismo calibre (7,65 mm.) comprados en Paraguay por Thorvald Ehrich (no Erich, como dice) ... ? (pág. 334), aunque admite que "es posible" que formaran parte del cargamento que el «Ploubazlanec» tomó en Tallin (pág. 380). Pues no sólo es posible, sino seguro, ya que con estos fusiles fue armada en diciembre de 1937 la 142 Brigada Mixta "VascoPirenaica", y no pudieron ser los comprados a Bolivia y enviados en el «Ibai», pues él mismo reconoce que no llegaron al Havre hasta el 13 de enero de 1938, sino los que tras largo y tortuoso periplo llevó en octubre del 37 el «Ploubazlanec» hasta Burdeos y que poco después cruzaban la frontera española con el resto de la expedición, la cual incluía siete cañones de montaña Krupp de 75 mm. Mod. 1907, que fueron recepcionados por el Parque de Artillería de Valencia igualmente en diciembre de 1937 [22].

Asimismo, retrasa hasta abril/mayo de 1938 (págs. 380 y 419 ) la llegada del material que en principio componía la carga del «Jaron» y que supone transportada por el «Járvamaa» y el «Virumaa» a puertos franceses. Desde luego, las cosas no sucedieron así; los dos pequeños cargueros finlandeses se limitaron a llevar el material desde Paldiski, donde estaba a punto de ser embargado, a Gdynia; allí fue embarcado parte del mismo -concretamente, 54 cañones italianos de 75 mm. Mod. 1906 .25 cañones alemanes de 77/32 v 15 obuses cortos, también alemanes, de 105 mm. - en el «Al Racou» que lo llevó a Francia desde donde cruzó la frontera catalana, "oficialmente cerrada", en enero de 1938, acusando la Inspección General de Artillería su recepción en los C.O.P.A. de Figueras y Almansa el 1 de febrero [23] pese a que Howson ponga en duda que los 54 cañones italianos se recibieran en su totalidad (pág. 158). El resto del cargamento -los cañones de 37 mm. y los 127 lanza-minas de 76,2 se recibían en estos mismos centros el 17 de marzo. Por cierto, que las piezas de 37 mm. no eran de un "tipo no especificado" (págs. 378 y 419) sino cañones - M.28 desmontadas de los antiguos carros de combate soviéticos T-18, T-19 y T-20 que, naturalmente, llegaron a España sin cureña, haciéndose preciso dotarles de una de circunstancias construida por las Industrias de Guerra dependientes de la Subsecretaria de Armamento; además, el número de piezas de este tipo recibidas fue de 38, en lugar de las 26 que señala Howson.

Todas estas deficiencias en las listas publicadas por éste y, posiblemente otras muchas no detectadas, especialmente en lo que a blindados o armas portátiles se refiere, introducen variaciones tan significativas en los cuadros resumen de Howson que desvirtúan el apoyo que éstos prestan a sus tesis. Si Mr. Howson considerara por un momento la posibilidad de que sus datos pudieran contener defectos, tal vez no hubiera llegado a emitir conclusiones tan rotundas. Así, por ejemplo, considera exagerada (pág. 200) la cifra de 1.968 piezas de artilleria importadas por los republicanos, publicada por don José Luis Infiesta Pérez en la revista "Ejército" de noviembre de 1992; pues bien, a dicha cifra habíamos llegado por aquellas fechas el señor Infiesta y quien esto escribe como resultado de la investigación que realizábamos para nuestra obra "La Artillería en la Guerra Civil Española" por el procedimiento de recontar todas las piezas presentes en España de que teníamos noticia; hoy, cuando por fin se vislumbra la publicación del V volumen de dicha obra, dedicado a los materiales adquiridos por la República, la investigación no interrumpida durante el tiempo transcurrido desde entonces ha hecho subir tal cifra a 2.418, aunque tanto ésta como aquella reflejan el total estimado de las importadas y no sólo el de las suministradas por la Unión Soviética. Claro que la contabilidad de Howson resulta incompatible con la nuestra, desde el momento en que él solamente considera piezas de artillería los "cañones de campaña y obuses para producir cortinas de humo (?)" (pág. 200), dejando fuera de tal clasificación a los cañones antiaéreos, la artillería de trinchera, los antitanques o las piezas de acompañamiento. Constituye una buena muestra de su contabilidad la afirmación que hace en la página 205 de que los nacionales emplearon 700 cañones en "su contraofensiva... hacia el final de la batalla del Ebro", cuando en realidad era éste más o menos el total de piezas de que disponía el Ejército de Norte nacional, lo que le permitió acumular una concentración máxima de 91 baterías en la preparación sobre la sierra de Caballs del 30 de octubre de 1938. Como quiera que buena parte de estas baterías tenían tres o, incluso, dos piezas, nos daria un número de bocas de fuego en torno a las 320, aunque tal vez Howson no se refiera a esa fecha, pues dice que la batalla aún "duró otros sesenta días", cuando en realidad terminó el 16 de noviembre [24].

Con las cifras del material aeronáutico ocurre algo parecido: "no entiendo -dice (pág. 204)- ...cómo los autores (soviéticos)" pueden llegar a unas cifras diferentes a las suyas, a las que considera perfectas. No se le ocurre ni remotamente sospechar que sus listados puedan contener algunas ausencias y, así, por ejemplo, considera incuestionable la cifra de 91 aviones suministrados por la U.R.S.S. en el primer trimestre de 1937 -treinta I-15 en el «Darro», treinta I-15 en el «Mar Blanco» y treinta y un R-Z en el «Aldecoa» (págs. 391-393)- frente a la afirmación que figura en la relación enviada por el ministro de Marina y Aire, don Indalecio Prieto, a la ministro de Sanidad de que fueron 184 los aparatos soviéticos recibidos en la zona Centro en ese mismo periodo de tiempo. Documento contra documento... ¿Cuál es el mejor? En total, Howson admite la llegada de 657 aparatos soviéticos, cifra a la que llega incluyendo los treinta I-152 que supone "no participaron en la guerra" (pág. 205, n.18); si a ellos agregamos los 266 -doscientos cincuenta I-15 y diez y seis 1-16- que Jesús Salas consideraba entonces habían sido construidos en España (hoy reconoce que fue alguno menos) y que incluía en el cuadro publicado en "Intervención extranjera en la guerra de España", publicado en el ya distante 1974, nos daría un total de 923 aviones, no demasiado alejado de los 1.008 que sumaba dicho cuadro, al que sin embargo Mr. Howson considera de todo punto inadmisible. En cuanto a los I-152, sí que efectuaron misiones de guerra; durante un mes más o menos, y, aunque a tales alturas tuvieron escaso peso en las operaciones, si los eliminásemos del cómputo, habría que hacer lo propio con los Messerschrnitt Bf 109E, los Heinkei He 112 y los Fiat G.50 que los nacionales recibieron en las mismas fechas.

En cambio, con los aviones llegados de otras procedencias ha seguido Mr. Howson un método diferente; ha ido rastreando la pista de cada aparato adquirido en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, Polonia, Checoslovaquia, Estonia o Francia, identificando en muchos casos su matrículas, constatando su presencia en España e investigando las circunstancias individuales de cada adquisición. Este método le ha permitido obtener unos resultados mucho más válidos que los extraídos de un cuerpo documental incompleto, aunque él lo considere irreprochable.

REFLEXIONES EN TORNO A LA CALIDAD

Propugna Howson que las armas llegadas a la España republicana eran heterogéneas, anticuadas y en muchos casos inservibles, que venían desprovistas de accesorios y respetos y, especialmente, de municiones y no le falta buena parte de razón; sin embargo, para encuadrar estos calificativos dentro de la realidad de la guerra civil española y evitar que se queden en meras afirmaciones abstractas, es preciso buscar un término de comparación y cuál mejor que el de las armas usadas por sus adversarios.

Por lo que a fusiles se refiere, afirma que unos 25.000 -casi un diez por ciento de los que, según sus cifras, suministró la U.R.S.S.- eran "antiguas piezas de museo" (pág. 205) y acierta en lo referente a los Kropatschek, de repetición (que no eran austriacos, como dice, sino franceses), los Gras y los Vetterli de un solo tiro, todos ellos recamarados para cartuchos de pólvora negra de calibre en torno a los 11 milímetros, munición esta que había dejado anticuada la aparición de los cartuchos de pólvora sin humo allá por 1886. Estos fusiles no fueron empleados habitualmente en el frente, sino en misiones de retaguardia, por lo que la munición de que vinieron acompañados fue suficiente para los cometidos a que fueron destinados sin falta de iniciar en España su fabricación, cosa que hubiera sido absurda. Los nacionales no recibieron tantos fusiles anticuados, pero el C.T.V. -considerado siempre como la unidad más modernamente equipada de las que combatieron en España- trajo entre su armamento una partida de viejos Vetterli-Vitali del mismo calibre que los recibidos por los republicanos, aunque se trataba de armas de repetición, con un depósito capaz para cuatro cartuchos- que constituyeron en principio el armamento de la brigada "Flechas Negras", si bien fueron pronto retirados del frente y dedicados a misiones de segunda línea, al igual que los de sus oponentes. Los restantes fusiles recibidos por los republicanos -Mannlicher austriacos Mods. 1888 y 1895; Mauser alemanes Mod. 1898, mejicanos Mod. 1902, checos Mod. 1924 y polacos Mod. 1929; Enfield Pattern 1914, británicos (aunque fabricados en Estados Unidos); Lebel franceses Mod. 1886; Berthier, igualmente franceses, Mods. 1907-15 y 1916; Arisalka japoneses Mods. 1897 y 1902 o rusos Winchester Mod. 1895 (fabricado en Estados Unidos) y Mosin-Nagant Mod. 1891 y 1891/30, aparte de otros recibidos en cantidad menor- eran los fusiles que habían hecho la 1 Guerra Mundial y los que aún estaban en servicio al comenzar la Segunda, pues los nuevos tipos, cuyo diseño halbía impulsado la crisis internacional, no estuvieron a punto para el inicio de ésta. Como indican los años de sus modelos casi todos habían sido proyectados en la última década del siglo XIX o la primera del XX, al igual que los fusiles suministrados por Italia -Mod. 1891- o Alemania -Mod. 1898- al bando nacional.

Párrafo aparte merecen los Mosin-Nagant rusos, pues en torno a ellos hilvana Mr. Howson la teoría de que los soviéticos sólo enviaron en principio el modelo anticuado -1891- y no suministraron los de tipo moderno -1891/30hasta mediado el año 1937. Al parecer, los numerosos tratados de armamento con que Howson dice haberse ilustrado sobre el tema (págs. 430-431) no han servido para aclararle que la diferencia entre el anticuado y el moderno Mosin-Nagant se reducía al cambio de las medidas en "arshin", del antiguo sistema métrico ruso, en que iba graduada el alza del Mod. 1891 por otras del sistema métrico decimal en el Mod. 1891/30; las restantes modificaciones -una más corta longitud y el cajón de mecanismos hexagonal, en lugar de cilíndrico, para facilitar su fabricación- no se pueden considerar en absoluto como una modernización. Tanto un modelo como otro tenían idénticas condiciones balísticas y de servicio que convertían al Mosin-Nagant en un gran fusil al que traicionaba su desgarbado aspecto que le hacia parecer anticuado, lo que fue probable causa del rechazo que los ejemplares capturados encontraron entre los nacionales, en curioso contraste con el caso del Berthier francés, que fue ampliamente utilizado por éstos para armar a las unidades de segunda línea, pese a tratarse de un arma mucho peor [25]

En cambio las armas automáticas rusas encontraron una acogida muy favorable entre las tropas nacionales hasta el punto de convertirse en práctica frecuente que la unidad que capturaba alguna la ocultase para quedarse con ella, en lugar de entregarla al Servicio de Recuperación. Fueron especialmente apreciadas las ametralladoras Maxim Mod. 1910 y los fusiles ametralladores Maxim-Tokarev (más que los Degtyarev, pese a ser éstos últimos más modernos y ligeros) y, entre las armas de otras procedencias, los fusiles ametralladores Bergmann MG 15nA, alemanes, y Browning Wz 28, polacos. La ametralladora francesa Saint-Etienne Mod. 1907 de las que Howson dice, como prueba de su mala calidad y refiriéndose a la Guerra Europea, que "en el frente occidental en el año 1914, todas habían sido retiradas" (pág. 198) -confundiéndola probablemente con la Puteaux Mod. 1905, pues la Saint-Etienne continuó usándose durante toda la contienda y aún era la ametralladora pesada estándar del Ejército francés al estallar la II G.M.- fue utilizada por los nacionales en mayor número aún que por los republicanos pues, según fuentes italianas, les fueron suministradas 1.005 máquinas de este modelo [26], aparte las capturadas.

En cuanto al fusil ametrallador Chauchat Mod. 1915, no vamos a descubrir a estas alturas que se trataba de un arma que dio mal resultado, pero los franceses lo emplearon durante toda la 1. G.M. y los norteamericanos lo adoptaron cuando intervinieron en la misma; probablemente, porque no había otra cosa disponible, pero la utilizaron hasta el final, aunque fuera entre maldiciones. Los nacionales capturaron cinco millares de estos fusiles ametralladores que transportaba el «Sylvia» y les sirvieron para salvar el bache anunciado por el General Orgaz al entonces capitán de corbeta don Pascual Cervera en octubre de 1936 cuando le aseguraba, una vez rebañados los almacenes marroquíes, que si no se conseguían de inmediato 1.500 ametralladoras habría que suspender las operaciones [27]. El Ejército nacional continuó empleando los Chauchat -los mismos que, según Jason Gurney, "tiraron a la basura (los brigadistas británicos) la primera mañana de la batalla del Jarama" (pág. 199)[28]- hasta el final de la guerra, tras organizar en la Fábrica de Artillería de Sevilla la construcción de cargadores de repuesto para los mismos. En torno a la captura del «Sylvia» teje Howson una historia según la cual el almirante Canaris habría aprovechado el buque para cargar en él armas alemanas en la confianza de que todo el cargamento "iria a parar a los nacionales" (pág. 275). Fundándose en que determinados componentes de la carga -"los... más importantes"- no figuran, al parecer, en las listas del SEPEWE, deduce que se trataba precisamente de las armas alemanas y, así, considera tales a los 10 cañones Schneider de 75 mm., que desde luego no eran alemanes, o a los "250 cañones Maxim" (pág. 274), que ni eran alemanes, ni eran cañones, ni eran Maxim, sino ametralladoras austríacas Schwarzlose. En realidad, sólo se trataba de un acto de suprema irresponsabilidad -o de traición- de Manuel Escudero, primer secretario de la embajada mejicana en Francia, a quien la Comisión de Compras de París había encomendado la supervisión de la carga del material adquirido por la República y que, tras un cúmulo de irregularidades, acabó por embarcarlo en un buque -el "Sylvia"- que también llevaba armas para los nacionales. Sin comentarios.

La captura providencial del «Sylvia» no fue la única en que los suministros republicanos sirvieron para solucionar alguna papeleta urgente del Ejército nacional, como volvió a suceder cuando, en mayo de 1938, el apresamiento de los mercantes «Eugena Cambanis», «Virginía S» y «Ellinico Vouono», cargados con cuatro centenares de camiones, vino a resolver el problema de la motorízación del Ejército del Norte nacional. Y es que hay algo que se olvida frecuentemente que es el hecho de que, al aproximarse el final de la guerra, entre un veinticinco y un treinta por ciento del Ejército nacional -dependiendo de qué renglones- estaba armado con material capturado al enemigo: el Ejército Popular de la Republica se había convertido, junto con Italia y Alemania, en uno de los grandes proveedores del mismo.

Por lo que se refiere al material de artillería, si seguimos el peregrino criterio de Mr. Howson, consistente en excluir de tal epígrafe los cañones antiaéreos o antitanques, nos encontramos con que del total de piezas suministrado por Alemania e Italia al bando nacional solamente tres baterías -las que constituyeron el llamado "Grupo Experimental" en septiembre de 1938- eran modernas, pues los restantes modelos recibidos -todos usados- eran anteriores, o contemporáneos, a la 1 G.M. Y en cuanto a su diversidad, si Howson se escandaliza de que el Ejército Popular estuviera armado con "sesenta tipos distintos de piezas de artillería" (pág. 350) ¿Qué diría de la Artillería nacional, que empleó 74 modelos diferentes, más otros 25 de costa.? Sobre la valoración cualitativa de las piezas de artillería recibidas por los republicanos basta recoger lo que decía en agosto de 1939, ya terminada la guerra, un informe sobre las posibilidades de conquistar Gibraltar firmado por el General Jefe de la Comisión de Fortificación de la Frontera Sur [29]; afirmaba éste que varios de los mejores materiales de que disponía "por ironía de la suerte, nos han sido proporcionados por los aliados de Inglaterra, como son los cañones Putilov de 152 rusos y los Saint Chamond franceses". Estos últimos son los que Howson despectivamente denomina "prehistóricos cañones de campaña franceses" en la página 203.

Otra de las singulares teorías de Mr. Howson es la explicación que da al "número desproporcionado de piezas de artillería capturadas por los nacionales durante el transcurso de la guerra" (pág. 158) que, en su opinión se debía a que éstas llegaron del, extranjero faltas de los elementos de transporte ("ruedas (sic) y armones", especifica en la página 157) lo que impedía que pudieran retirarse a tiempo. En efecto la artillería, de campaña era en todo el mundo, incluida España, por el tiempo en que comenzó nuestra guerra civil, de tracción hipomóvil y cada pieza requería para su transporte de un armón y de un carro de municiones con su correspondiente retrotrén, más otros cinco carros por batería de cuatro piezas, arrastrados por un total de setenta y seis animales de tiro.

Los nacionales mantuvieron muchas baterías -incluida la única que recibieron de modernísimos obuses alemanes LeFH 18 de 105 mm.- con este sistema de tracción hasta el final de la contienda. En cambio, los republicanos, incapaces de manejar con soltura tan complicada organización, arrumbaron desde el inicio del conflicto los carruajes de que disponía la Artillería española y, salvo unas pocas de montaña, motorizaron la totalidad de sus baterías. Por ello, fue una suerte para los mismos que no recibieran tales elementos (aunque en muchos casos sí los recibieron) que no hubieran hecho más que aumentar los costes sin utilidad alguna, pues habrían sido destinados al desguace desde el mismo instante de su llegada.

Un leitmotiv más en la obra de Howson es la insistente referencia a las escasas municiones que acompañaban a las armas importadas. Afirma que lo habitual era que las piezas de artillería se vendieran con "dos mil cuatrocientos proyectiles (para) cada una" (pág. 157), relacionando seguidamente diversas partidas de material artillero que llegaron con cantidades inferiores, sin tener en cuenta los posteriores (o, a veces, anteriores) suministros exclusivamente de proyectiles. Ateniéndonos a sus propias cifras, en la relación de envíos desde la U.R.S.S. (Apéndice 111) se contabilizan 2.282.524 proyectiles para una total de 735 piezas de artillería reseñadas; es decir 3.105,47 por pieza, sin contar, por supuesto, los 5.128.200 disparos para antitanque de 37 mm. que, como he dicho, estoy persuadido de que no llegaron. La proporción es bastante inferior en lo que respecta al material enviado desde Polonia (Apéndice ll); pero, en cualquier caso, la escasez de proyectiles nunca hubiera debido ser un problema grave, ya que la República, como habían hecho los nacionales, tenía organizada la fabricación de los mismos en el territorio bajo su control, contrariamente a lo que sucedía con las piezas de artillería que, una vez perdidas las fábricas de Placencia, Reinosa y Trubia, era incapaz de producir. Mr. Howson no considera esta posibilidad, suponiéndola, tal vez, fuera de¡ alcance de un pueblo tan atrasado que aún creía que las bestezuelas del campo nacían espontáneamente de la tierra, el agua o el aire.

El material aeronáutico resulta más difícil de contrastar, pues no suelen producirse capturas numerosas de aparatos en estado de servicio; sin embargo, tenemos un caso que nos permite establecer comparaciones. -Los nacionales lograron apresar veintidós Aero A.101 (Howson dice 23 -pág. 299) que transportaba el «Hordena», adquiridos por los republicanos, a los que Howson califica de "vetustos y prácticamente inservibles" (pág. 298). Pues bien, esos vetustos e inservibles aparatos fueron utilizados por la Aviación nacional en la campaña de Vizcaya, en la detención de la ofensiva republicana sobre La Granja-Segovia, en la batalla de Brunete, en las campañas de Santander y Asturias, en la de cierre de la bolsa de Mérida y en la contención de la ofensiva contra Peñarroya. El 28 de marzo de 1939, dos días antes de terminarse la guerra, aún efectuaban una misión en el sector de Aranjuez. Como contraste, los restantes aparatos de este mismo tipo que llegaron efectivamente a manos republicanas, tras una fugaz e intrascendente aparición en los cielos de Belchite, fueron relegados a efectuar anodinas misiones de reconocimiento marítimo, encuadrados en el Grupo 71 ¿Acaso las disponibilidades de material autorizaban semejante lujo?

La moraleja de todo esto es que, cuando llegaba a manos nacionales bien por captura, bien por adquisición un tipo de material anticuado o desgastado, éstos, en vez de postergarlo entre lacrimógenas quejas o acerbas críticas, se limitaban a repararlo, ponerlo en servicio y tratar de sacarle así el mayor rendimiento posible.

En fin, la falta de espacio nos obliga a poner termino a estas reflexiones que se van alargando en demasía, pese a tocar sólo algunos aspectos del libro espigados de aquí y de allá. Quédense, así, para otro día los comentarios sobre la conducta de algunos de los comisionados por la República para la compra de armas, sobre los cuales se han proferido desde su propio bando tantas y tan graves acusaciones que no bastan la media docena de afirmaciones sensu contrario con que Mr. Howson pretende haberlas desmontado, dejándolas reducidas al científico término de "paparruchas" (pág. 299, n. 20). Es precisamente ese aire pontifical con que acuña sus afirmaciones, al tiempo que trasluce su escasa penetración de la realidad española y de su guerra civil, lo que empaña la lectura del libro que, por otra parte, abunda en informaciones interesantes. Tal vez sea por ello que estos comentarios se hayan visto impregnados de un cierto tono ácido por el que pido disculpas de antemano -pues tampoco se trata de ofender a nadie-, pero es que me duele que cada vez que la investigación española sobre la guerra civil sube trabajosamente algunos peldaños, por mor del entusiasmo de unos cuantos apasionados al tema, surja un hispanista, normalmente arropado por buen alarde publicitario que presenta su obra como definitiva, distorsionando los datos y ejerciendo una labor intoxicadora. Mr Howson, desde luego, no nos ha contado la historia no contada de la guerra civil española"; queda todavía un campo muy amplio por labrar.

Entre lo más bonito de su libro, la foto de la portada -la única que contiene- que, por cierto, no guarda relación alguna con la guerra civil, pues los "18 libras" que aparecen en ella nunca estuvieron en España.

NOTAS

1) El preámbulo del Decreto que concedía el pase a la reserva a los generales y el retiro a los jefes y oficiales de fecha 25.4.31 recogía la cifra de 258 generales y asimilados de los que 190 figuraban en la escala activa; de ellos, 178 en plantilla.

2) Lamentablemente, no especifica si el supuesto asesinato de cuatro diputados en un sola jornada tiene para él la consideración de un hecho aislado y extraordinario o se trata de un simple ejemplo con el que pretende ilustrar algo que sucedía todo los días.

3) Pareciéndole pequeña -en relación, sin duda, con el grado de barbarie que supone a los españoles- la cifra de 3.000 muertos puesta en circulación por la propaganda oficial del Partido Comunista, la aumenta hasta doblar con creces los 1.200/1.500 tenidos por reales.

4) Olvidándose de los tres ministros socialistas del Gobierno provisional de abril de 1931 y de los mismos tres ministros socialistas que figuraron en los Gobiernos de Azaña hasta mediados de 1933.

5) Hasta el 16 de septiembre de 1936, en que se incorporó el crucero «Canarías» a la flota nacional, dispuso ésta de un acorazado, un crucero, un destructor y cuatro cañoneros: Siete buques en total. Del lado republicano se alinearon, hasta esa misma fecha, un acorazado, tres cruceros, trece destructores, doce submarinos y un cañonero; o sea, treinta buques. (No se tienen en cuenta torpederos, guardacostas y otros auxiliares por carecer de valor militar)

6) Hasta finales de 1936, la República contó con DOCE destructores de este tipo y, a partir del verano de 1937, con otros dos más.

7) Los cañones de 120 y 76,2 mm. que montaban eran, efectivamente, de patente Vickers, pero fabricados en los talleres de La Carraca y San Carlos (Cádiz) y en Reinosa (Santander).

8) Las cursivas no figuran en el texto original.

9) Servicio Histórico Militar (En adelante, S.H.M.). Armario 47, Legajo 71, Carpeta S.

10) Aunque anticuados gozaron de extraordinaria e insospechada aceptación en el Ejército Popular, armándose con ellos nueve baterías internacionales.

11) S.H.M. L. 547, C. 9.

12) S.H.M. L. 541, C. 6

13) S.H. M. L. 541, C. 6 y L. 542, C. 4.

14) S.H.M. L. 542, C. 4; L. 543, C. 2y L. 547, C.12.

15) S.H.M. L. 766, C. 4.

16) Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, R. 104 7, Exp. 27131 y R. 1048, Exp. 21126.

17) En el contrato, firmado el 2 de agosto, se especificaba que veinte de ellos habrían de entregarse inmediatamente y los treinta y cinco restantes en un plazo de ocho crías.

18) Expedición nº 3.894 remitida por la Comisión Técnica, de París.

19) 4.166 disparos por pieza, pese a que Howson resalta que llegaron "escasos de munición" (pag. 419).

20) 1ª Batería, mandada por el teniente Martín Quevedo; 2ª por el teniente Mañas Moreno; 3ª (?) 4ª por el teniente Fernández Ceballos y 5ª por el alférez Terres Carreras. S.H.M. L. 542, C. 3.

21) Documento reproducido en "Historia del Ejército Popular de la República", pags. 3274-3276.

22) S. H. M. L. 54 7, C. 12.

23) S.H.M. L. 547, Cs. 11 yl2yL. 542, C. 2.

24) Podía referirse a la preparación que tuvo lugar sobre Gironeses (Gandesa) el 1 de septiembre -a dos meses y medio del final de la batalla, pero en esa ocasión las baterías empleadas fueron 76.

25) Probablemente influyó también el hecho de que los nacionales disponían de más munición de 8x50R, del "Berthier", que de 7,62x54 R del fusil ruso.

26) Esta cifra, facilítada por la Agencia Stefani el 28.11.41, requiere una revisión pero, en cualquier caso, sabemos con certeza que sólo entre el 15 de julio y el 10 de diciembre de 1937 Italia suministró al bando nacional 375 ametralladoras "Saint-Etenne" (Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores R. 1. 720 Ls. 1-5.)

27) Ejército. Diciembre, 1972.

28) Muy sobrados debían de andar de material. Otro de los inefables testimonios de Gumey es la afirmación de que las ametralladoras "Colt" que les entregaron, en sustitución de las "escopetas Lewis" (sic), carecían de cintas (pag. 198); cintas que, por no llevar herrajes metálicos, eran las más fáciles de fabricar de entre todas las empleadas en la guerra.

29) Reproducido en el número 84 de la revista "Defensa ".