S.B.H.A.C.
nº 6 Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores (universal.sbhac.net) |
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Imágenes de la historia universal |
10.0 La Gran
Gripe de 1918 (centenario) (Busque sus carpinteros y póngalos a hacer ataúdes...) |
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Los primeros casos.- Corría la primavera del año 1918. América estaba en guerra con los Imperios Centrales desde enero de 1917 y su reducido ejército se estaba convirtiendo en un gran ejército, moderno y bien armado. Los campamentos militares de instrucción habían nacido por doquier el año anterior y miles de reclutas se afanaban en su instrucción en la espera de que cuando ésta terminara embarcarían para Francia donde pensaban batir a los feroces alemanes. Muchos compatriotas ya estaban en Francia completando la instrucción y la dotación de material o incluso combatiendo. Más de diez mil soldados embarcaban cada día rumbo a Francia hacinados en sus bodegas durante semana y media. Y en esas estaba el país cuando en un par de campos militares aparecieron los primeros infectados de gripe. Hay cierta unanimidad en destacar Camp Funston cerca de Nueva York y Fort Riley en Kansas, pero se apuntan otras instalaciones militares también como brotes iniciales. La gripe era una vieja conocida de la especie humana, aunque por entonces se desconocía que la producía un virus. El muy probable origen del virus es animal, un inofensivo virus porcino que pululaba por las granjas de cerdos de Kansas, y que mutó en contacto con humanos convirtiéndose en el causante de la mayor catástrofe sanitaria de la historia de la humanidad hasta la presente. El virus inició su carrera por los zonas rurales sin levantar las alarmas en el invierno de 1917-1918, hasta que el gobierno empezó a concentrar jóvenes en campamentos militares para luchar contra las Potencias Centrales y en la primavera de 1918 las enfermerías de las instalaciones militares afectadas comenzaron a llenarse jóvenes en la flor de la vida que morían en horas ante la desesperación de las dotaciones sanitarias. Semanas después en Estados Unidos aparecieron brotes en otras instalaciones. El servicio sanitario americano carente de medios de cura, procedió a registrar casos y muertos. Esta gripe, de la que América había sufrido una variante menos severa entre 1889 y 1893, sorprendió a los facultativos. Las muertes se producían mayoritariamente, como en la anterior, por pulmonías dobles de origen bacteriano, complicaciones que se decía. Pero esta nueva gripe era muy a menudo fulminante y además de la neumonía bilateral, tenía novedosas y muy peligrosas complicaciones. Ahora sabemos, que la respuesta del sistema inmunológico, en muchos casos generaba lo que los inmunólogos llaman "tormenta de citoquinas" que producen tales inflamaciones que imposibilitan la función respiratoria. En cuestión de horas, los cuerpos se volvían negros por la cianosis y morían. Las autopsias revelaban unos pulmones convertidos en masas sanguinolentas. Los forenses recogían muestras y las preservaban para su estudio futuro. Esta científica tarea nunca será suficientemente pagada, pues permitió que con esas muestras y otras recogidas en fosas congeladas, reconstruir el virus por ingeniería genética y permitir a la ciencia avances importantísimos en el estudio de la enfermedad, de los virus en general y de las vacunas que tantas vidas han salvado y salvarán. Este peligroso virus fue años después bautizado como Gripe A H1N1, y que si en una década perdió mucha de su virulencia, aun nos dio un buen susto a principios del siglo XXI. |
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El personal sanitario que tuvo que enfrentarse en los Estados Unidos a esta enfermedad sufrió los sobresaltos de tener que aplicar cuidados a enfermos a los que precisamente sus cuidados de bien poco les servían en realidad, que además les podían contagiar, y que, lo peor, muchos de los pacientes ingresaban por la mañana y morían por la noche en la flor de la vida. Soldados y civiles jóvenes parecían las victimas propiciatorias. Semejante virulencia alarmó a la clase médica y a los otros estamentos sanitarios. Los más eminentes patólogos de la nación más avanzada del mundo se reunieron con la intención de buscar un suero que inmunizara a la población, lo que, desconociendo el agente patógeno, era prácticamente imposible.
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Sólo era la primera oleada. Como decimos, de los cuarteles, la epidemia pasó a los sanitarios y a la población civil. Durante las primeras semanas de julio de 1918 la mortalidad fue altísima, cebándose en los jóvenes, embarazadas, y estamentos industriales donde las condiciones higiénicas eran malas: mineros, indígenas, orfanatos, los propios hospitales, fábricas y oficinas atestadas pagaron duramente las consecuencias con una alta mortalidad, que en el caso de los jóvenes alcanzó del 3 al 8% de la población total. Sólo en reclutas, el ejercito calcula casi 50.000 muertos. El pico de la epidemia se estabilizó tras 12 semanas a finales de agosto de 1918. Nadie sabía que se trataba de la primera ola de una serie de tres.
Cuando la pandemia alcanzó países subdesarrollados y poco familiarizados con las invernales gripes de occidente, la mortandad fue de tal calibre que muchos pequeños municipios de naciones asiáticas o del subcontinente indio quedaron reducidos a la mitad en semanas. De las grandes catástrofes de salud pública, la primera oleada de la peste negra que duro de 1340 a 1400, mató a 100 millones de personas con un ratio de 35.000 muertos por semana. La Gran Gripe de 1918 mató entre 50 y 100 millones de personas durante los años 1918 y 1919, con un ratio de 3 millones de muertos por semana. La epidemia de Sida del virus VIH mató a 40 millones de personas durante los año 1981 y 2017, con un ratio de 20.000 muertes por semana. Tres millones de muertos por semana aterrorizaron al mundo, que tenía ya poca capacidad de aterrorizarse después de la carnicería de la gran guerra, sí, pero esta gripe atacaba al frente y a la retaguardia en países donde todos sus recursos industriales, económicos, ¡y sanitarios! estaban puestos en una sangrienta y cruel guerra que no terminaba nunca. Para empeorar, la naturaleza y la virulencia de la pandemia fueron ocultados por la censura militar y naturalmente por la civil. Eso empeoró muchísimo el condicionamiento social, ya gravemente afectado por la guerra, y provocó, rumores, bulos, pánicos, actitudes irracionales, progromos, actos vandálicos, y rotura del contrato social que mantiene a la especie humana lejos del salvajismo. |
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El virus viajó temprano a Europa y su bautizo lo pagó España. Mientras tanto, los buques americanos seguían transportando a Francia a los centenares de miles de soldados que formaban el Cuerpo Expedicionarios del US Army. Pronto la enfermedad hizo estragos en los ejércitos aliados. El mando decidió no dar publicidad a la pandemia y, como los muertos y enfermos eran imposibles de ocultar, se decidió desviar las culpas a la guerra química y biológica que Alemania desató en abril de 1915 a la que los aliados contestaron con la misma moneda. Los bulos corrían como la propia gripe, que si submarinos alemanes habían arribado a las costas americanas y esparcido la gripe en las ciudades americanas, que si la Bayer había fabricado aspirinas infectadas y las había distribuido por el mundo. Y así. De Francia, la gripe pasó al resto de Europa. Como toda Europa estaba en guerra y regía la censura militar, sólo en España empezaron a publicarse noticias de la terrible gripe, primero también con paños calientes, y luego, ante la evidencia, con sumo rigor. Esto les vino al pelo a las potencias en guerra, que comenzaron a llamar a la pandemia, gripe española: "Spanish influenza" |
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No querían alarmar a la población y quisieron ocultar lo que pasaba. Pero eso era imposible. Las autoridades civiles de Europa y sobre todo de los Estados Unidos trataron de ocultar la gravedad de la epidemia, aparte de endilgar el origen a España, anunciaron que era un gripe muy débil que apenas estaba haciendo mella en la sociedad y que la mayoría de las muertes se debían más bien a una neumonía pertinaz. Pero no coló, la población se dio cuenta pronto de lo que se estaba jugando y rápidamente ató cabos. Para empeorarlo, los servicios municipales de las ciudades americanas recorrían las calles con carros llenos de muertos y altavoces donde impelían a los vecinos a bajar sus muertos. Lo que los espectadores vieron y que pronto se extendió como la pólvora eran montones de cadáveres con sangre en los ojos y en los oídos, hemorragias que esta gripe provocaba muy a menudo en sus estadios finales. Como resultado, la población entró en trance y perdió toda confianza en sus autoridades sanitarias. Se impusieron normas de distancia y de protección y las normas sociales cambiaron. Ya nadie se daba la mano, ni besos ni abrazos, y la tolerancia con el infractor se descontroló. En las ciudades y pueblos importantes de los países menos desarrollados que no contaban con buenos sistemas de salud y sanitarios, llegó un momento en que nadie recogía los muertos, que se acumulaban en las aceras, y lo que es peor, algunas familias contagiadas murieron de hambre al no atreverse nadie a llevarles alimentos. En España, como en la epidemias de cólera entre 1855 y 1885, pagaban un duro por cada cadáver retirado de la calle, a los valientes carreteros que se atrevían a hacer esta función sanitaria. |
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También surgió la intolerancia en las clases favorecidas. Decía el escritor Albert Camus en su obra La Peste, que ésta mata los cuerpos y desnuda las almas. La intolerancia y la amenaza de romper el contrato social es la segunda victima de la peste. El oportunismo político, económico y social siempre acompañan las grandes desgracias humanas. Acaparar los productos de primera necesidad y las medicinas y materiales de protección más necesarios es la primera reacción de muchos ante la demanda. Hay sabemos que además de la mascarilla, pero incluso más importante, la distancia física entre humanos es la mejor mascarilla junto con el lavado sistemático de manos. En América y en Europa se dictaron normas de contención, mascarillas principalmente y confinamiento. Las ciudades que lo cumplieron a rajatabla salieron pronto de la pandemia. Es notable el caso de Philadelphia que se apresuro a levantar el confinamiento y sufrió un nuevo brote muy expansivo que fue peor que el anterior.
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Tres oleadas. La Gran Gripe tuvo tres oleadas. La primera, en la primavera-verano de 1918, afectó principalmente a jóvenes sanos que estaban confinados en barracones militares y luego a los habitantes de las grandes ciudades, con escasa difusión a las zonas rurales. Esta baja difusión tenía su explicación por la altísima afectación urbana que hacía que la epidemia se apagara antes de expandirse por la regiones circundantes. En muchos países esta primera ola pasó desapercibida o se solapó con la segunda. La segunda fue brutal, en el invierno de 1918-1919 y afectó a todo el mundo con, de nuevo, preferencia de jóvenes, pero también con importantes incidencias de niños y ancianos. En dos meses la epidemia estaba en todo el mundo conocido. Sobre el 70% de los fallecidos se produjo en esta oleada. En la actualidad se sabe que esta segunda ola apareció simultáneamente en tres importantes puertos de embarco de tropas veteranas. Se sospecha que el virus, mutado, fue capaz de burlar las defensas desarrolladas en la anterior ola. Esta mutación ocurrió probablemente en los campamentos militares, donde había mucha gente en poco espacio, en ambientes cerrados y con relativa higiene. La tercera ola es también un misterio. Llegó en el invierno y primavera de 1919 con muchos contagiados pero menor mortalidad. En 1920 hubo otro brote de cierta intensidad, pero que cambió su comportamiento, una mortalidad mucho más baja que no afectaba preferentemente a la población adulta joven, pero si a bebés de menos de un año, que al parecer no tenían defensas. El virus se comportaba como una gripe estacionaria. Y este fue uno de sus grandes misterios, pues en un periodo muy corto perdió gran parte de su virulencia.
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En España... En España aparecieron los primeros casos en abril de 1918, pero fueron llamados, fiebre de los tres días, mal del Soldado de Nápoles y similares. La gripe en España fue tan demoledora como en otros sitios. El sol y el calor no sirvieron de nada. Y las hambres endémicas de los trabajadores en España y su mala situación sanitaria e higiénica causaron estragos. La población se contagió mayoritariamente, falleciendo más del 10% de la población. 270.000 compatriotas. El propio rey la pilló en mayo, al inicio de la primera ola, y estuvo seriamente encamado dada su fuerte adición al tabaco. Naturalmente las noticias traspasaron las fronteras, ayudando a endilgarnos el origen de la pandemia. La prensa mayoritariamente afín al poder, como ahora, no informó de la gravedad del estado de monarca que tenía los pulmones muy dañados. A unos meses de los primeros casos, en mayo, ya el rey de España la había pillado. Parece que fueron los ingleses, su Academia de Medicina la que aprovechó la oportunidad para endilgarnos los muertos y quitárselos ellos. En Junio ya había casos en la India, que, la verdad, poco visitábamos los españoles. Madrid fue la ciudad más castigada al inicio de la pandemia en España, 30.000 infectados en una sola semana. Pero en terminando el verano fue en Andalucía y Extremadura donde surgieron más casos, mientras las comarcas más próximas a Madrid de ambas castillas empezaron a sufrir los efectos de la peste. La población apenas tenía formas de protegerse. Los ayuntamientos tampoco estaban para muchos trotes y los bulos, rumores y consejas de viejas tomaron el lugar de las recomendaciones sanitarias. La población cayó como moscas, el 12% de la población murió por la afectación, probablemente más. Unas 270.000 personas. Lo más dramático era que el virus tenía preferencia por los varones de entre 15 y 45 años. Un auténtico drama. Al principio la prensa y las tertulias se lo tomaron con humor, el conocido humor negro español. Pero según avanzaba el año, la cosa se fue poniendo cruda y los españoles dejaron de reírse y algunos pasaron directamente al motín en 1919. El gobierno dicto finalmente medidas de contención que fueron seguidas de forma dispar por la población, a pesar de que la clase médica proclamaba su necesidad, y que además se demostraba que las ciudades más intransigentes con las medidas de contención, fueron las que primero se libraron de la enfermedad. La iglesia española, como tenía protección divina, se negó a acatar las normas y celebró misas multitudinarias en algunas poblaciones que debieron ser exponenciales para el contagio. Al ser requeridos, los próceres eclesiásticos amenazaron con la excomunión, una cosa que no escuece nada, pero que entonces creían que sí. El gobierno ordenó medidas de orden nacional, pero en cada lugar se cumplieron de la manera más dispar. Unos a rajatabla, otros al libre albedrío. El resultado fue el desastre descrito en los párrafos anteriores. Un caso curioso de la Gran Gripe en España fue la relativa fortaleza de las Islas Canarias frente a la epidemia que quedó al margen de las tres oleadas gracias a su aislamiento y al cese del trafico marítimo por el bloqueo de los submarinos alemanes. |
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Consecuencias y reflexiones. Los epidemiologos han aprendido mucho a posteriori de esta pandemia. La cual ha sido bastante estudiada y sobre la hay un gran logro científico, como fue la síntesis en el laboratorio del virus H1N1, que los avances de la genética permitieron y que dio paso a remedios y vacunas. Se sabe que esta pandemia se diferenció sustancialmente de las gripes estacionales en dos cuestiones importantes y varias secundarias. Primero que atacaba grupos de edad tradicionalmente a salvo de sus peores efectos, como son los adultos jóvenes y sanos. Hay una teoría sobre este aspecto que afirma que esta población de los veinte a los cuarenta había desarrollado en su infancia anticuerpos de un tipo de gripe, el H3, que en vez de beneficiarles les perjudico, al producirse una respuesta patológica del sistema inmunológico, motivo que provocaba fallos respiratorios muy graves. Lo que hemos citado como tormenta de citoquinas. Segundo, acompañando a esta característica propia de la Gran gripe de 1918, venía naturalmente, la alta mortalidad, con porcentajes en esta población adulta y sana inusitados, mientras los ancianos parecían más inmunes. Precisamente al revés de otras gripes estacionales que se ceba en los niños, en los viejos y en los crónicos. En las graficas de mortalidad, la abscisa (eje x) de edades y la ordenada (eje y) de muertos, la U tradicional de niños y ancianos se convertía en una W, con un pico en las edades de adultos jóvenes y sanos. Otra importante lección de la Gran Gripe es que la principal defensa sanitaria es la distancia física con tus semejantes y el lavado de manos. No hay mascarilla tan potente como esas dos cosas. Naturalmente, los hacinados y faltos de higiene, mera agua corriente y sanitarios (WC), eran los pobres. Tanto en países desarrollados como en los más pobres. Hay que destacar también que en los países no desarrollados, en muchas comarcas lejanas sin lazos comerciales y pocas comunicaciones, la población se encontraba desprovista de defensas inmunológicas para estas enfermedades supuestamente de los inviernos occidentales, y eso provocó que el virus las arrasara en la segunda ola cuando conseguía abrirse camino por medio de carteros, viajantes, chamarileros, etc... infectados. La catástrofe estaba servida, y las tasas de mortalidad se disparaban al 20% al 30% o incluso más. Y tampoco hay que olvidar una importante lección más, que cuanto más dure el confinamiento mejor, lección que aprendió duramente en sus carnes la ciudad americana de Philadelphia. .. Otras dos cuestiones relevantes son la escasa trascendencia de la Gran Gripe en la historia escrita de la humanidad, y los cambios sociales en los que subrepticiamente intervino sin que nadie pareciera dirigirlos. El aislamiento político de los Estados Unidos durante los años veinte y treinta esta directamente relacionado con la idea de que Europa llevó la Gran Gripe a USA y que del viejo continente solo llegaban guerras y plagas. Como el lector sabe en la cuestión de la Gran Gripe las máximas probabilidades es que fuera al revés, y en cuanto a las guerras sólo había que esperar unos años. Pero así son los países. Y del escaso eco que la Gran Gripe ha tenido en los libros de historia, hay muchas ideas circulando y muchas cuestiones a valorar. Primero que nada, la población de los países en guerra aceptó divinamente que la plaga fuera cosa española, ya se sabe el país de la Inquisición, de tintes negros, de atraso inveterado y de vagos, maleantes, gitanos y navaja en la faja. Además estaba la censura militar, todo el mundo sabía lo que la prensa decía muy poco en cuanto a su gravedad y extensión. Pasaba también un poco como a los romanos con las guerras serviles (las rebeliones de esclavos, como la de Espartaco) que no las consideraban dignas de costar en sus obras de historia. Se cuenta que el general Ludendorf, adjunto del general Hindenburg, jefe del Alto Estado Mayor del Ejército del Kaiser en 1918, afirmó que una de las causas del fracaso de la ofensiva alemana en el Oeste en la primavera de 1918 había sido la desmoralización producida en la tropa por las cuantiosas bajas que provocaba la gripe. Revisados decenas de trabajos sobre la Gran Guerra, es dificilísimo, se lo digo yo, encontrar una referencia parecida a líderes y protagonistas de la contienda, cuando es notorio que el Cuerpo Expedicionario americano tuvo más bajas por la Gran Gripe que en el mero conflicto bélico. Por cierto, el mando alemán consideraba que la tropa se había contagiado en el frente ruso, y que al firmarse la paz con los bolcheviques y traer las divisiones del frente de Este al frente Occidental la gripe se expandió imparable. Quizá, pero los rusos creen que la Gran Gripe llegó a Rusia cuando los alemanes liberaron a centenares de miles de soldados rusos prisioneros que ya contagiados en Alemania la transmitieron a sus compatriotas rusos al regreso. Los finales bélicos siempre suponen grandes movimientos de masas, de prisioneros, refugiados, desmovilzados, etc... Y la Gran Guerra fue insuperable en esto y una verdadera autopista para esta hermana apocalíptica de las cuatro conocidas (la guerra, el hambre, la peste y la muerte), la Gran Gripe de 1918. Los barcos americanos la trajeron a Europa, atravesando las trincheras llegó a Alemania y a Rusia. El transiberiano la llevó a Asia, y los cuerpos expedicionarios, inglés, francés y ruso la llevaron a Oriente medio vía Iran y Siria. La desmovilización de las tropas coloniales inglesas y francesas llevó la gripe a la India y al África colonial francesa. A Méjico y Sudamérica llegó por barco y por ferrocarril de su poderoso vecino. Pero parafraseando a Laura Spinney en "El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo" (2017) aquellos "océanos de cadáveres" que produjo la gripe se añadieron a otros océanos de muertos en trincheras por cualquiera de las decenas de modos que las trincheras matan. Para Spinney, la olvidadiza memoria colectiva de las naciones Aliadas es debida al menor número de muertos en comparación con los frentes de guerra y muertos subsidiarios. Nos parece una argumentación muy endeble. Primero, que las muertes en los países de ultramar y en los imperios coloniales fueron incalculables (de hecho el número de muertos en el planeta por la Gran Gripe oscila entre 50 y 100 millones de muertos, fíjese lector que holgura), y hubieran dejado una huella más perenne. Y segundo que el olvido y la pérdida de la memoria histórica siempre tiene un padrino, y si no que se lo digan a los republicanos españoles. Y es que la guerra acababa por fin, y una peste no iba a amargarle la victoria a los vencedores. De modo que lo que era una catástrofe sanitaria mundial sin precedentes quedó desdibujada por otra catástrofe bélica, sin precedentes hasta entonces, la Gran Guerra, que el capitalismo de principios de siglo había dejado caer sobre las clases trabajadoras, y que los centros de pensamiento dominante necesitaban urgentemente transformar en una victoria militar para conjurar las iras de los trabajadores, donde no cabían plagas de ningún tipo, ni iban a dejar que una triste realidad le estropeara una buena noticia, como dicen los periodistas. Quiénes con toda naturalidad se dedicaron a la victoria y a los malditos bolcheviques, enviando un reportero tras otro a la Unión Soviética para testificar los millones de muertos del hambre comunista, sin abrir esta boca para mencionar los muertos propios de la pandemia, más allá de los ambientes científicos y profesionales. |
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El personal sanitario. La Gran Gripe es probablemente la primera vez en que los profesionales sanitarios de todo el mundo hubieron de enfrentarse a una pandemia, no sólo de la que no tenían idea de cómo curarla, lo que era precisamente lo habitual en épocas pasadas, sino que eran el grupo profesional en primera línea para cuidar a los pacientes y para contagiarse. Eran una primera línea de acción, que al contrario que en la sanidad militar, donde la metralla no contagia, el peligro venia por el aire y no eran gases asfixiantes. En los países industriales, donde la sanidad, pública o privada estaba bastante desarrollada, la clase médica, la enfermerías y todos los estamentos sanitarios fueron puestos a prueba. Una pequeña parte, una vez que se dieron los primeros casos y sus efectos en el personal de los ambulatorios y hospitales, salió pitando con inaceptables excusas como "no van a quedar cirujanos para enseñar a las nuevas generaciones" (1), pero la gran mayoría abordó el asunto con una profesionalidad no exenta de un espíritu solidario y una mística comunitaria desconocida pero envidiable que les hizo mantenerse al pie del cañón como los soldados en el bombardeo, pero sin necesidad de sargentos mayores. Los contagios entre los profesionales fueron innumerables, y eso, y el agotamiento físico y psíquico fue lo único que les retiró de la primera línea. No tuvieron verdaderos medios de protección, como los EPI actuales, pero tampoco los demandaron. Mascarilla, bata de cuerpo entero y si acaso guantes de caucho. En el hospital o en las urgencias domiciliarias, sabiendo que no tenían cura, los profesionales trataron de ayudar a sus pacientes, echándose por los hombros aquella responsabilidad enorme que significaba la inútil lucha contra la enfermedad en sus pacientes, muchos de ellos con evidentes síntomas de emprender el camino del la muerte, y además, drama añadido, los familiares solicitando información esperanzadora que no existía y quizá iniciando ellos mismos el calvario de aquella rápida y mortal enfermedad. En las salas de los hospitales de principios de siglo y en los improvisados por los ayuntamientos y otras instituciones se desarrollaban unos dramas individuales demoledores donde la vida de las gentes, muchos de ellos sanos hasta hacía días, se diluía en una agonía que les privaba de su ser, de su persona de sus recuerdos, de sus seres queridos, mientras sus cuidadores recogían sus últimos momentos tratando de conformar algo verdaderamente humano que aliviara tan terrible trance, morir en soledad, devastado y deshumanizado por una enfermedad desconocida. Y a ese día a día se enfrentó la clase médica, las enfermeras y todo el personal de los hospitales en oleadas que a veces llevaban a la desesperación, más además, cuando sus propios compañeros de semanas atrás eran ahora muchos de esos esos pacientes.
(1) Verídico. |
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BIBLIOGRAFÍA | ||
La gripe de 1918. Centenario de una crisis devastadora. Ministerio de Sanidad. Barcelona Enero de 2018.
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El jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo. Editorial Crítica Barcelona 2017
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La Gran gripe. John M. Barry |
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En el centenario de la gripe española: un estado de la cuestión, por Beatriz Echevarerri Dávila | ||
The Spanish Lady, la gripe española de 1918-1919, por José Luis Beltrán. |
Imágenes H. Universal V. 1.2 Agosto de 2018 Sbhac nº 6