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 Tiempo de Historia, nº 68, julio 1980

Los ucranianos

J.M. Solé Mariño

COMUNIDAD eslava con muy pocos contactos con las civilizaciones occidentales, Ucrania podría servir de ejemplo para un modelo de nacionalismo utópico. Conocedora de una rudimentaria democracia bajo el dominio cosaco, la región soportará dominaciones sucesivas y será campo de batalla en guerras en las que no interviene voluntariamente, sino por la presión de sus vecinos, belicosos y expansivos. EL silencio y la muerte parecen ser los habituales acompañantes de los ucranianos a lo largo de todo su proceso histórico.

UNA FRACASADA PUGNA POR LA LIBERTAD

Las civilizaciones cimerias y escitas, las colonias griegas establecidas en las orillas del Mar Negro, de las que habla Herodoto, y la posterior invasión doria, que terminaría por ceder su lugar predominante a la influencia romana, forman los jalones fundamentales de la primera historia de Ucrania.

En el siglo IX, san Wladimir comienza la tarea de cristianizar la región y prepara las bases para la posteriori diferenciación ucraniana como entidad social, política y cultural particular. Las subsiguientes invasiones de tribus eslavas y ostrogodas van conformando también el carácter ucraniano hasta alcanzar la época de mayor apogeo en el siglo XI, cuando la ciudad de Kiev se convierte en el principal centro comercial del este de Europa. El reinado de Yaroslav I —entre 1077 y 1054—marca el punto más alto alcanzado en influencia por el Estado de Kiev, cuya base se halla en los intercambios comerciales efectuados entre los países del Báltico y el Imperio bizantino. Suele situarse en la invasión tártara del año 1240 el momento del definitivo derrumbamiento del sistema político de Kiev —la ciudad madre de Rusia—, pero en realidad la decadencia había comenzado mucho antes. Cuando las Cruzadas abrieron las rutas del Mediterráneo y la línea comercial de norte a sur había ido muriendo, el papel de Kiev había terminado de cumplir su misión. El golpe que produce la invasión de los quinientos mil miembros de la denominada Horda de Oro, que destruyen la ciudad de Kiev y sojuzgan a todo el territorio que hoy conocemos por Rusia, será, pues, el último paso en un proceso de descomposición que desde hacía varios decenios había ido alejando de la zona que más tarde será Ucrania a una gran parte de su población, atraída por la seguridad de las áreas situadas más al norte, que les ofrecían la protección de sus bosques, además de su posición geográfica, al margen de las rutas tradicionales de invasión procedente de Asia. De la desaparición del esplendor de Kiev, que todavía es hoy mirado por los nacionalistas ucranianos como la edad de oro perdida de su patria, nacerá la posterior influencia de Moscú, que no era más que una pequeña y primitiva aldea cuando la capital del Estado kievita era ya una ciudad comparable a las mayores aglomeraciones urbanas de Europa.

La descomposición del Estado tártaro, situada alrededor de los años medios del siglo XV, favorece la intervención de las potencias vecinas. Polonia y Lituania ocupan así enormes zonas de Ucrania y establecen allí sus límites extremos. El nombre de Ucrania nacerá como denominación de la marca fronteriza de Occidente frente a los abigarrados y corrompidos reinos asiáticos. Y comienza en esta época la primera de las particiones seguidas por dominaciones extranjeras que se van a disputar la posesión de las riquísimas tierras ucranianas. El siglo XVI observa, sin embargo, la preponderancia del poder cosaco como expresión del más fuerte nacionalismo ucraniano. Grupos étnicos nómadas e independientes, los cosacos, fanáticamente ortodoxos, van a determinar durante muchos años la vida de Ucrania. Con su centro espiritual en la isla fluvial de Siech sobre el Dniéster, los cosacos se van a enfrentar sistemáticamente —salvo en casos concretos y muy aislados— con el dominio católico-polaco. La fuerte organización político militar que los cosacos alcanzan en ese momento les permite situarse en una posición de fuerza y tratar al mismo nivel con los dominadores polacos. La fracasada insurrección de 1648, cuando encabezados por el hetman Chmielnicki los cosacos llegan a liberar la ciudad de Kiev, demuestra la fuerza real de estas agrupaciones organizadas. Derrotadas sistemáticamente por la acción concertada de Polonia y de los terratenientes ucranianos, que prefieren una política autoritaria aun estando impuesta por una potencia extranjera a un gobierno nacionalista que pondría en peligro sus privilegios, los cosacos van perdiendo vigor hasta llegar a convertirse en meros ejecutores de las órdenes del nuevo Estado del norte que está a punto de convertirse en el decisor de la zona.

La creciente pujanza de Rusia hace aparecer un nuevo factor en las luchas por el dominio de Ucrania, que muy pronto es dividida una vez más. Bajo el reinado de Pedro el Grande, el legendario hetman cosaco Iván Mazepa se alía con el rey de Suecia Carlos XII con la finalidad de conseguir la definitiva independencia para su país. Pero la victoria rusa sobre los suecos en Poltava en el año 1709 pone fin a las aspiraciones cosacas y en los años siguientes Rusia irá refor- 72 zando su dominio sobre la región hasta la total anexión en 1775 bajo el reinado de Catalina II. El debilitamiento cosaco había precedido a la destrucción de Siech a manos de los rusos. La obra de dominación es terminada con la ocupación de la península de Crimea y la construcción de la base naval de Sebastopol en 1784. Ucrania volverá a unificarse cuando la partición de Polonia, nueve años más tarde, entregue a Rusia su porción ucraniana. Pero será una unión oscurecida por la falta de independencia. Bajo la servidumbre impuesta por Rusia, Ucrania no solamente ha perdido la libertad material, sino que además comienza a sufrir un evidente agotamiento espiritual. En 1863 Ucrania vuelve al plano de la realidad política con ocasión del enfrentamiento entre el Imperio ruso y las fuerzas coa-ligadas de Turquía y las potencias occidentales. Las luchas acaecidas en el Mar Negro tendrán su punto culminante en el sitio de Sebastopol, cantado más tarde por León Tolstoi, protagonista de los hechos. La derrota final de Rusia supondrá durante algunos años la clausura de la base naval de Crimea.

ORTODOXOS Y JUDIOS

 Es a través de Ucrania por donde penetra en Rusia la religión cristiana, y su proximidad y estrechas relaciones con el Imperio bizantino van a determinar su inclusión dentro de la Iglesia cismática ortodoxa al producirse el rompimiento de Oriente con Roma en el año 1054. Siglos más tarde, las constantes fricciones producidas entre los ucranianos dominados y el Gobierno ruso van a tener su reflejo en la vida religiosa, de importancia tan fundamental para los pueblos eslavos. No solamente en los aspectos políticos los ucranianos debían obedecer las órdenes emanadas de San Petersburgo, sino que su propio clero, con una tradición mucho más antigua que la de la propia Rusia, es- taba situado bajo la directa organización del patriarcado de Moscú. Cuando en 1917 la caída del zarismo parece ofrecer nuevas perspectivas a los ucranianos, será una vez más la cuestión religiosa nunca apagada el aspecto más llamativo del enfrentamiento con los nuevos poderes soviéticos. En los años treinta, cuando las purgas estalinianas oscurezcan la vida en la Unión Soviética, uno de los grupos sobre los que se va a ejercer mayor represión será el clero ucraniano autonomista, que se verá perseguido y diezmado.

Una cuestión fundamental en el desarrollo histórico del pueblo ucraniano lo constituye la gran población judía que entra a formar parte del imperio de los zares a raíz de las sucesivas particiones de Polonia. Compuesta principalmente por pequeños comerciantes y artesanos, esta fuerte minoría conserva durante siglos la mayor parte de sus arcaicas costumbres en toda su pureza y provoca con ello el nacimiento del antisemitismo, tan arraigado en todas las capas de la sociedad rusa, como se pondrá repetidamente de manifiesto. Por parte judía, la habitual dureza del régimen autocrático es sufrida de forma especialmente cruel. Las medidas coercitivas de cristianización decididas por el Gobierno de acuerdo con las presiones de las altas jerarquías ortodoxas hacen cada vez más difícil la vida de los judíos, que se ven obligados a vivir en ghettos regionales, situados en su mayor parte en tierras de Ucrania. A fines del siglo XIX, cuando las minorías hebreas aposentadas en los países occidentales están experimentando el proceso de modernización que las convertirá en verdaderas élites culturales y económicas de sus países de residencia, los judíos rusos no accederán en modo alguno a esta transformación debido a la total ausencia de libertades del país, y seguirán conservando así sus costumbres, rodeados por la creciente animadversión —natural o fomentada— del ortodoxo pueblo ruso, que los considera como cuerpos extraños dentro de su seno. En el reinado del ultraconservador Alejandro III se alcanzan los más altos niveles de expresión práctica del antisemitismo. Josy Eisemberg, en su Historia de los judíos resume de forma muy clara este oscuro período: «A partir de 1881 y hasta la Gran Guerra, la historia de los judíos de Rusia es una serie casi ininterrumpida de leyes de excepción y de violencias populares. Los progroms tuvieron lugar con la complicidad, a veces excitante, de las autoridades gubernamentales. El proceso era siempre el mismo: una agitación popular, animada por algunos agitadores, arrasaba el barrio judío durante un período que podía prolongarse durante varios días. El ejército o la policía intervenían cuando la magnitud de la masacre, de los pillajes y de la violencia había llegado al colmo. Los judíos de Rusia vivieron en un terror perpetuo, en una atmósfera que recuerda a los peores momentos de la Edad Media».

El primero de los conocidos progroms tuvo lugar en 1871, en el gran puerto ucraniano de Odesa. Diez años más tarde se produce la primera emigración masiva de judíos rusos que marchan generalmente hacia los Estados Unidos, como el caso de la familia de Golda Meir, nacida en Ucrania, que sería con el tiempo primer ministro del Estado de Israel. 1903 es el año del gran progrom de Kichinev, que llega a provocar la protesta de León Tolstoi. Dos años más tarde, al mismo tiempo que se produce la fracasada revolución de 1905, alrededor de cincuenta progroms se suceden sobre el territorio de Rusia, alcanzando la mayor ferocidad los provocados en las ciudades ucranianas. Las potencias occidentales elevan protestas ante el Gobierno del zar debido a la consentida violencia de los actos. El antisemitismo ha llegado a constituir —como en el resto de Europa— bandera de combate para las organizaciones nacionalistas y reaccionarias. Centenares de miles de judíos rusos abandonarán su país por el puerto de Odesa en los años siguientes. Las tradicionales acusaciones de muertes rituales de cristianos a manos de los judíos continuarán desencadenando violentas acciones populares contra los hebreos, las últimas de las cuales tendrán por escenario a Kiev, Jarkov y otras ciudades de Ucrania en el año 1919, tras la revolución y en plena efervescencia de la guerra civil. Ahora los judíos serán acusados de haber favorecido el triunfo de la revolución bolchevique. El régimen estaliniano, años más tarde, no aliviará en absoluto la situación de la minoría judía. Se calcula que entre 1880 y 1932 más de cuatro millones de judíos abandonaron Rusia. A partir de 1941, cuando la invasión alemana ocupe la totalidad de Ucrania y sitúe sus ejércitos en los arrabales de Leningrado y Moscú, más de un millón y medio de judíos rusos morirán como parte del programa de solución final dirigido por Himmler para librar a Europa de judíos. Los supervivientes sufrirán hasta el mismo día de hoy una larga serie de dificultades reales que se hacen patentes a cualquier observador de la realidad soviética.

EL NACIONALISMO UCRANIANO. LA LITERATURA

Bandera y escudo de la República Soviética de Ucrania, uno de los Estados de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas

La eclosión de los sentimientos nacionalistas de Ucrania se produce paralelamente a la de tantos otros movimientos similares de la Europa oriental alrededor de la fecha clave de 1848, la primavera de los pueblos. Y como en todos ellos, es a través de la creación intelectual como el particularismo ucraniano se manifiesta de forma sistemática y fija definitivamente las bases ideológicas del moderno nacionalismo frente al absorbente espíritu integrador de Rusia.

Tras la subyugación de Ucrania bajo Pedro I y Catalina II, fuertes contingentes de colonos rusos habían ido situándose en la región como principio de un proceso de unificación ideado por el Gobierno. Pero el nacionalismo ucraniano no había muerto. Estaba solamente adormecido y debilitado por las mordazas impuestas. En 1846, treinta intelectuales de Kiev organizan una Hermandad de Cirilo y Metodio; los santos hermanos creadores del alfabeto eslavo. Muy pronto esta organización destaca por su postura autonomista y realzadora de los valores propios de Ucrania. El arresto de todos los miembros del grupo, seguido por su deportación a Siberia, será la respuesta del Gobierno a estos balbucientes anhelos por recobrar la propia personalidad del pueblo ucraniano, que a pesar de todas las largas dificultades nunca había dejado de hablar su propia lengua y de conservar cuidadosamente sus más queridas y viejas tradiciones. En 1863, el pensador Wolodymir Antonovich, verdadero padre del nacionalismo ucraniano, funda la Sociedad Hromada y afirma el carácter democrático de la comunidad ucraniana, situada entre la autocrática Rusia y la aristocrática Polonia, y triturada por estas en sus afanes expansionistas. Los primeros pasos ya están dados, pero es la época del retroceso del tímido liberalismo que muy poco antes había apuntado en Rusia, lo que se traduce para el caso de Ucrania en la prohibición —en 1876— del uso de su propia lengua, considerada como elemento disolvente dentro de la uniforme construcción que se pretendía fuese el Imperio ruso.

A partir de esta fecha, el centro del nacionalismo ucraniano se trasladará de Kiev a Lwow, capital de Galitzia, la Ucrania dominada por el Imperio austrohúngaro. En el último cuarto del siglo XIX proliferan en esta ciudad las sociedades literarias y científicas que pueden desenvolverse mejor dentro del ámbito austriaco. En 1890, se funda la Universidad de Lwow, que muy pronto se convertirá en el principal foco de nacionalismo ucraniano. Dragomaniv y Hruschevsky serán los más destacados partidarios de una Ucrania libre y reunificada. Pero todavía está lejos el momento en que esta ilusión pueda realizarse. No ha llegado la hora de la caída de los imperios.

Pero antes del desencadenamiento de la guerra de 1914, conocerá Ucrania una nueva oleada de violencia estatal. En el verano de 1911, durante un viaje del zar Nicolás II a Kiev acompañado por su odiado primer ministro Stolypin, éste es asesinado durante una representación teatral por un terrorista que actuaba al mismo tiempo como agente de la policía. Este acto, considerado como típico de la actuación de las sociedades secretas terroristas, pone de manifiesto la efervescencia de las mismas en una Ucrania altamente industrializada, y por lo tanto muy directamente influida por la agitación política de los activistas y la subsiguiente represión del Gobierno. Sin embargo, el papel que Ucrania va a representar seis años más tarde, cuando la revolución se alce triunfante, será tan pequeño que va a estar en disonancia con su importancia como región granero de Rusia y proveedora de fundamentales productos industriales.

La lengua ucraniana había sido el vehículo de expansión de las ideas nacionalistas, como se ha visto ya. Esta lengua, hablada hoy por más de cuarenta millones de personas, está estrechamente ligada a los idiomas polaco y ruso. Será en la segunda mitad del siglo XIX cuando la lengua ucraniana alcance sus formas definitivas, después de varios siglos oculta en los ni- veles populares de la sociedad. La literatura ucraniana posee unas características propias que todavía hoy siguen determinando sus formas literarias. Son la gran riqueza de la tradición oral y el elemento fantástico que casi nunca deja de estar presente en sus creaciones. El folklore ucraniano se caracteriza por una abrumadora exuberancia, reflejada tanto en sus danzas campesinas como en las composiciones literarias populares, a partir de las primeras obras épicas de nivel muy rudimentario que cantaban las hazañas de los cosacos luchadores contra sus ocupantes. La dominación lituana, polaca y rusa han influido indudablemente en la literatura ucraniana, pero nunca han conseguido despojarla de estos dos elementos básicos y diferenciadores, que han sido repetidamente utilizados posteriormente por los autores que buscan una personalidad literaria para su patria. Ya en el siglo XIX, cuando las minorías aristocráticas y burguesas emplean solamente la lengua de los dominadores, el pueblo sigue utilizando el lenguaje autóctono, repitiendo el esquema clásico en situaciones similares. Las universidades ucranianas se dividían en ese momento en dos apartados. Por una parte, la anteriormente citada de Lwow, centro del más activo nacionalismo, y por otra, las de Kiev y Jarkov, en la parte rusa, que eran centros oficiales rusos que ignoraban deliberadamente la cultura ucraniana tradicional y pretendían convertirse en fábricas de funcionarios fieles al servicio de Rusia.

A los primeros intentos de búsqueda de una identidad perdida, llevados a cabo por investigadores de la Historia, el arte y la etnografía de la región siguen las obras de crea- ción literaria propiamente dicha. Los poetas, los novelistas, los dramaturgos, prosiguen con una alta conciencia la obra de exaltación ucraniana que había comenzado, quizá observando únicamente el aspecto externo y no su significado profundo, el gran novelista Nikolai Gogol, que vuelve en su obra una y otra vez sobre el tema de su patria y recoge multitud de tradiciones y leyendas ucranianas en sus relatos, por los que desfilan campesinos y ladrones, viejos terratenientes y diablos, estudiantes y brujas en ejercicio, además de los heroicos cosacos que se presentan en las páginas de Taras Bulba. El carácter reaccionario e integrista de la personalidad de Gogol no impedirá que sus obras sirvan de valioso punto de partida para los autores liberales que vendrían después, entre los que destaca Iván Franko, que morirá en vísperas de la revolución y al que la literatura ucraniana debe más de cinco mil títulos que recogen aspectos históricos y lingüísticos de su patria. El régimen soviético, cumplidor de su política centralizadora, no solamente no pondrá ningún interés en fomentar la literatura ucraniana, sino que más bien procurará debilitarla en todos los sentidos. En los años del estalinismo, dos autores ucranianos lograrán, sin embargo, sobresalir muy por encima de la mediocridad media del momento. Isaac Babel, judío de Odesa, es el fiel descriptor de la clase social y de la ciudad en que nació. Sus relatos, situados en los ghettos de la urbe portuaria, son hoy todavía parte de la mejor literatura soviética y herederos directos de la gran tradición rusa del relato corto. Su participación en la guerra civil como comisario le permitirá posteriormente describir sus experiencias en los campos de batalla, que quedarán plasmadas en su Caballería roja. A su lado, otro autor ucraniano de nacimiento, éste natural de Kiev, Mikahil Bulgakov. Uno y otro conocerán muy de cerca y sobre sí mismos los rigores de la dictadura estalinista. Sus obras serán prohibidas, sus personas serán perseguidas, y ambos-morirán de forma más o menos oscura en los primeros años cuarenta. Las obras de Bulgakov, ahora en cierto modo rehabilitado por el régimen, se sitúan generalmente en los ambientes teatrales y literarios del Moscú de los años treinta, pero entre sus grandes producciones existe una obra fundamental, La guardia blanca, donde la ciudad de Kiev alcanza categoría de protagonista principal durante los sucesos de la revolución, la guerra civil y la ocupación alemana. Un claro síntoma de la situación impuesta por las autoridades soviéticas es la no utilización de la len- gua ucraniana por ninguno de estos dos autores. El ruso se ha impuesto desde hace ya varios decenios sobre la lengua propia, que vive una lánguida existencia, mientras otra rama, ésta viva, se desarrolla con relativa fuerza entre los centenares de miles de emigrados en América del Norte.

LA REVOLUCIÓN Y LA GUERRA CIVIL

Jean Bruhat hace, en su Historia de la URSS, un breve pero ilustrativo resumen de la realidad política y social de la Rusia que precede a la revolución de 1917. El historiador francés escribe: «A principios de siglo, el Imperio ruso era una monarquía absoluta. El zar dominaba por medio de una burocracia que gobernaba a golpes de ukases —decretos—, de los cuales la policía aseguraba la aplicación. Nada limitaba la autoridad del soberano, ni un parlamento, ni siquiera una corte. La arbitrariedad era la regla: la voluntad del zar tenía fuerza de ley, y los ministros no eran más que ejecutores. Este régimen había tenido sus horas de gloria con Pedro el Grande y Catalina II. Esta burocracia había hecho entonces de Rusia un Estado moderno. Pero el sistema se había anquilosado, y esta burocracia, convertida en venal y perezosa, se enfrentaba a la potencia nueva de un movimiento liberal que, desde las guerras contra Napoleón, no había cesado de aumentar, y que había encontrado en la industrialización reciente las razones de un nuevo empuje». Así las cosas, cuando se produce el fracaso de la denominada revolución de 1905, todo el edificio del Imperio parece tambalearse. Las nacionalidades autóctonas —ucranianos, georgianos, bálticos y fineses— aprovechan el momento para llevar a cabo sus propias sublevaciones. Pero la represión caerán tanto sobre unos como sobre otros. Nacionalistas y revolucionarios marcharán juntos a llenar los presidios siberianos, mientras el temeroso zar se decide por fin a hacer propuestas de apertura que en la mayor parte de los casos quedarán solamente en palabras. Mientras, el movimiento clandestino en todas sus facetas sigue trabajando activamente y llevando a cabo acciones sucesivas, unas espectaculares como el mencionado asesinato de Stolypin, y otras más directas pero con una mayor carga de efectividad, como la extensión de las doctrinas socialistas entre la masa obrera y campesina. Cuando en el verano de 1914 estalla la guerra mundial, el Gobierno aprovecha la oleada de patriotismo que se produce en todo el país para ayudar a los hermanos servios. Todos los partidos representados en el parlamento —Duma— apoyan la decisión de entrar en la guerra. Los izquierdistas no pueden hacer nada por el momento para evitar el contagio guerrero que se extiende entre el proletariado urbano y el campesinado. Pero esta euforia pasará pronto, cuando las tremendas pérdidas sufridas en el frente superen a fines de 1916 los dos millones y medio de muertos. Grandes zonas de Rusia pasan a manos de los alemanes, lo que produce una general desmoralización, aumentada por la creciente falta de alimentos. La casi totalidad de Ucrania, con sus principales ciudades, está perdida para Rusia. Entre la primera revolución de febrero-marzo y la definitiva de octubre-noviembre, los dos poderes enfrentados, el del gobierno burgués y el de los soviets, siembran desde las más altas intancias el desorden y el caos más absoluto, que se refleja después a todos los nive- les. Cuando los bolcheviques se hacen cargo del poder y dan comienzo las conversaciones de Brest Litovsk para poner fin a las hostilidades con Alemania, Ucrania ya está comenzando a dar los primeros pasos de una débil y casi irreal libertad.

LA EFIMERA INDEPENDENCIA

En Ucrania la acción de las agrupaciones de izquierda había sido muy fuerte en los años anteriores a la revolución. Los primeros socialistas se habían hermanado en los últimos años del siglo XIX en una Unión de los obreros de la Rusia meridional, que mantenía continuas huelgas y agitaciones en las zonas industriales del Dontez y en el puerto de Odesa, donde tiene lugar en 1905 la célebre acción del acorazado Potemkin. Ya en el mismo mes de marzo de 1917, mientras la revolución a escala nacional se estaba desarrollando a escala nacional en Petrogrado y Moscú, una asamblea nacional ucraniana se reúne en Kiev, bajo el histórico nombre de Rada, tomado de las asambleas populares cosacas, y repite el enfrentamiento entre bolcheviques y mencheviques que por un tiempo dividirá a las fuerzas revolucionarias. La Rada, presidida por el escritor Hruschevsky, estará compuesta mayoritariamente por mencheviques y sus actos se encaminarán a la consecución de la idea de formación de una república independiente del poder bolchevique que ya se vislumbra en Petrogrado. La República será de esta forma proclamada el día 23 de junio con Hruschevsky como presidente. Simón Petliura será el ministro de la guerra del nuevo Gobierno.

Para enrarecer todavía más la situación, el día 26 de diciembre se forma otro gobierno en la ciudad de Jarkov, dominado éste por los bolcheviques. Los imperios centrales apoyan la secesión de Ucrania por lo que significa en el debilitamiento de Rusia, pero las decisiones de la Rada no cuentan con la aprobación de la mayoría de los ucranianos, que no se ven representados en ella, por lo que el Gobierno de Jarkov no encuentra demasiada oposición cuando llama al ejército rojo en su ayuda y éste ocupa los puntos claves de la región. El día 9 de febrero de 1918, mientras las tropas rojas amenazan a Kiev, el parlamento ucraniano firma un tratado de paz por separado con las potencias centrales, que le asegura el control del distrito polaco de Cholm a cambio del aprovisionamiento de los ejércitos germanos. Ese mismo día, el Gobierno ucraniano huye de la capital camino de Zhitomir y los rojos entran en Kiev. Cuando el 3 de marzo Rusia y Alemania llegan a un acuerdo de paz y los ejércitos rojos abandonan grandes extensiones de territorios —Polonia, los países bálticos, Finlandia y Ucrania— parece llegada la hora de la libertad. El Gobierno bolchevique es obligado por Alemania a reconocer la validez del tratado de paz firmado por la Rada el 9 de febrero. El parlamento ucraniano llama para su protección a los ejércitos alemanes y éstos entran en Kiev, disuelven la asamblea, provocan un golpe de estado e instalan en el poder al general Pavel Skoropadski, nombrado hetrnan de Ucrania, que implanta un régimen colaboracionista de terror. La parte de Ucrania dominada por Austria se unirá voluntariamente a la nueva República independiente dentro de la zona de influencia alemana. En noviembre de 1918, con la caída de los imperios centrales, se derrumba el régimen de Skoropadski y su ministro de la guerra, el socialdemócrata Petliura se hace cargo del poder.

Mikhail Bulgakov, en su citada Guardia blanca, reconstruye con extrema fidelidad el clima reinante en el Kiev de esta confusa época. A través de los acontecimientos por los que atraviesa la familia protagonista se ve desfilar la ocupación alemana, el régimen de Skoropadski y el de Petliura, el ataque final del ejército rojo... En toda la ciudad se producen violentos combates y el mismo Bolgakov resume la caótica situación cuando escribe: «Según las cuentas de los habitantes de Kiev se produjeron dieciocho golpes. Algunos autores de memorias los fijan en doce. Puedo decir que fueron exactamente catorce y que diez de ellos los presenció con mis propios ojos». Isaac Babel, por su par- te, también se detiene a describir el Kiev del momento, que él conoció como comisario de la Cheka: «Caí en Kiev la víspera de que Murabiov comenzara a bombardear la ciudad... En el mundo no hay espectáculo más deprimente que la estación de Kiev. Unos barracones provisionales de madera profanan desde hace muchos años la entrada a la ciudad. En las tablas mojadas crujían los piojos. Desertores, especuladores, gitanos, yacían mezclados. Viejas de Galitzia meaban de pie en el andén. Un cielo bajo estaba sesgado por nubes, saturado de tinieblas y de lluvia». El precario gobierno de Petliura se coloca bajo la directa protección de Francia, que apoya decididamente la independencia de Ucrania debido a las fuertes inversiones que mantiene en el país y que teme ver caer en manos de los rojos. El mariscal Pilsudski, padre de la independencia polaca, había intentado formar una federación lituano - ruteno -ucraniana, situada bajo la dirección de Polonia para recuperar el lugar perdido que su país había mantenido en la zona, pero la movilidad de la situación no se lo permite. Ucrania vive sobre su suelo los momentos decisivos de la guerra civil entre blancos y rojos. Los principales generales zaristas, Denikin, Krasnov y Wrangel, operan en territorio ucraniano al lado de las fuerzas occidentales enviadas a Rusia con la finalidad de hacer fracasar la recién nacida revolución. Dentro de este caos general, la actitud de los generales blancos negándose a colaborar con los comunistas en el gobierno de una Ucrania independiente debilita todavía más al régimen de Petliura que poco a poco va perdiendo los escasos apoyos con que contaba al principio. En diciembre de 1919, Lenin había ofrecido a Ucrania la incorporación pacífica a la Unión Soviética en plano de igualdad. Pero pasará todavía un año antes de que el acta de incorporación se firme en Moscú. El día 7 de mayo de 1920, tres semanas después de la firma de un pacto entre Polonia y Ucrania ofreciendo ayuda mutua, el mariscal Pilsudski entra en Kiev con la idea de formar la federación que tenía proyectada de antemano para que sirviera de amortiguador entre la Polonia conservadora y la Rusia bolchevique, casi asfixiada por el cordón sanitario que las potencias occidentales extienden a su alrededor. Pero ahora Pilsudski va a tropezar con el nacionalismo ucraniano representado por Petliura, que pretende ver a su país independiente y libre de influencias extrañas, tanto rusas como polacas, sus tradicionales enemigos. En ese momento, los ejércitos polacos, aprovechando la confusión reinante, penetran en otras zonas de Rusia respaldados por Francia, que ha enviado a Varsovia como asesor militar al prestigioso mariscal Weygand. Pero la respuesta del Ejército Rojo no se hace esperar. A pesar de su debilidad, los bolcheviques han visto cómo finalmente las tropas aliadas que se le oponían han embarcado en los puertos del Mar Negro. Solamente le falta terminar con los decaídos generales blancos, que no tardarán en abandonar la lucha. Por su propia supervivencia, el régimen bolchevique no puede permitir que los polacos violen la linea Curzon, trazada como frontera entre los dos países tras la terminación de la Gran Guerra, y lanzan una potente ofensiva sobre Kiev, que ocupan rápidamente, persiguiendo a continuación a los ejércitos polacos hasta las mismas puertas de Varsovia. La acción, comandada por el general Tujachevski, que será la más conocida de las víctimas de las purgas estalinistas, obligará a Polonia a firmar la paz de Riga en octubre de 1920. Ahora ya con las manos libres, el Gobierno de Moscú puede dedicarse enteramente a eliminar los restos de la guerra civil. Solamente un mes más tarde, las últimas tropas blancas embarcan en Odesa hacia el exilio. El poder soviético está consolidado gracias a los terribles enfrentamientos que han tenido como principal escenario a Ucrania. Tras la forzada pacificación, los bolcheviques ocupan la totalidad de la región que pierde definitivamente su efímera independencia. Simón Petliura huye también al extranjero, y en mayo de 1926, será asesinado en París en una oscura venganza entre exiliados. Wassiliew, el último director de la Ockrana —policía secreta zarista—, recuerda en sus memorias, publicadas en la capital francesa durante los años treinta, su participación en el Gobierno del heiman Skoropadski como miembro del Tribunal de Apelación de Kiev, y acusa a Petliura de ser un agente pagado por las potencias occidentales al mismo tiempo que no ahorra buenas palabras hacia los alemanes que ocuparon el país durante varios meses. Comentando la rapidez de los acontecimientos, Wassiliew, con un estilo que trasluce inmediatamente su ideología, finaliza de esta forma el capítulo dedicado a la Ucrania independiente: «Tampoco el régimen de Petliura fue de gran duración. En los primeros días de febrero de 1919 tuve que emprender la fuga ante el ímpetu arrollador del ejército bolchevique, mandado por el pérfido general Klembovsky. Con ello —Petliura— había concluido para siempre el papel que re- presentaba en Ucrania. Después vivió en París hasta que en el año 1926 fue asesinado por un fanático judío llamado Scharzbard». Muy poco tiempo después de abandonar su país, el antiguo jefe de la policía que había perseguido tan eficazmente a los revolucionarios recibiría repetidas propuestas del Gobierno soviético para entrar a formar parte de la dirección de la Cheka, la policía secreta del nuevo régimen...

EL GRAN TERROR

Los años que siguen a la finalización de la guerra civil vienen marcados por los intentos de institucionalización del nuevo régimen y marcan su hito decisivo en la Constitución de 1924, en que se proclama el principio federativo para los países que componen la Unión Soviética. Ucrania es ya una más entre las repúblicas de la URSS. El régimen, después de haber perdido territorios como Polonia, Finlandia y los estados bálticos, en los que habían nacido nuevos Estados, mantiene con Ucrania una postura blanda con la finalidad de mantenerla unida a la federación. Así, en diciembre de 1922, el primer congreso de los soviets denotaba ya esta actitud provocada por la evidente debilidad del sistema naciente. En Ucrania se produce concretamente un proceso que se ha denominado como de ucranización. El Gobierno soviético, al mismo tiempo que de cierta forma castiga a la región al mantener la capitalidad en Jarkov, y no en el centro tradicional de Kiev, promueve y fomenta desde arriba un cierto e inofensivo proceso nacionalista al que le resulta muy fácil controlar. El casi legendario literato Hruschevsky es nombrado presidente de la Academia Ucraniana de Ciencias. Pero esta política es abandonada, de la misma forma que la política económica del régimen, en los primeros años treinta, cuando ya está consolidándose el poder absoluto de Stalin. Este impone rápidamente crecientes recortes a la ucranización y persigue cualquier movimiento moderadamente autonomista. Ucrania conoce muy pronto los primeros síntomas de lo que será la época de las purgas. Decenas de intelectuales son condenados a muerte o deportados. Los políticos ucranianos son detenidos y maltratados. Las instituciones culturales y políticas pasan a ser controladas directamente por la policía secreta. Las coordenadas de la vida ucraniana ya no son decididas en la región sino que vienen férreamente determinadas desde Moscú. Ya han pasado los días relativamente tranquilos de la permisividad controlada. El gran terror de Stalin comenzará aproximadamente a partir de 1935 y Ucrania será una de las zonas más sacrificadas, ya que a posibles desviaciones ideológicas se añadirán motivos separatistas a la hora de la represión. La mayor responsabilidad directa de los sucesos acaecidos en Ucrania a partir de 1938 corresponde a Nikita Kruschev, primer secretario de Ucrania a partir de ese año y procónsul por tanto del Gobierno de Moscú. Su primera acción no pudo menos que dejar satisfecho a su jefe supremo. En menos de seis meses había depurado perfectamente al comité central del partido en Ucrania. De ochenta y seis miembros de que constaba solamente quedaban tres con vida. Edward Cransahw, el primer editor en Occidente de las memorias del antiguo primer ministro soviético, apunta a este respecto: «La segunda tarea de Kruschev consistía en rusificar Ucrania. Para ello tenía que eliminar de los puestos de autoridad y confianza a todos los ucranianos sospechosos de patriotismo local —los llamados nacionalistas burgueses— y poner trabas al uso de la lengua ucraniana en todos los ámbitos, incluidas las escuelas. Para Stalin era una operación de suma importancia. En aquella rica tierra, el granero de la Unión Soviética y su más poderosa base industrial, el nacionalismo era muy vivo». El mismo Kruschev reconoce haber realizado la purga a conciencia y no haber dejado con vida a cualquier sospechoso de desviacionismo de las nuevas órdenes. Durante esos años, la personalidad y la cultura de Ucrania sufren los más duros ataques de su historia. El mismo Hruschevsky, patriarca de las letras ucranianas, había muerto en presidio en 1934. El dirigente húngaro Bela Kin, que había protagonizado la fracasada experiencia soviética en su país durante los meses centrales del año 1919, y que tras su caída había huido a la Unión Soviética, después de haber participado muy activamente en la exterminación de minorías cosadas en la región sur de Ucrania durante los últimos años veinte, caérá en desgracia y será asesinado en la prisión ucraniana de Uman a principios de 1939.

LOS NUEVOS NACIONALISTAS

Tras el triunfo definitivo de la revolución, se había formado en Polonia una Organización Militar Ucraniana y una Organización Nacionalista Ucraniana, dirigidas ambas por el coronel Evhen Konovalets, que sería asesinado en Rotterdam en mayo de 1938 por un agente soviético. Estas asociaciones de ideología claramente reaccionaria, reciben el apoyo del Gobierno dictatorial de Varsovia. Stephan Bandera será el líder de la organización nacionalista y realizará continuados esfuerzos para acercarse a Alemania a la espera de obtener su ayuda para la independencia de Ucrania. Cuando el día 30 de julio de 1941 los alemanes en su avance hacia el Este ocupen Lwow, en la Ucrania occiden- tal, los partidarios de Bandera proclamarán el principio de la independencia. Pero los alemanes tenían unos fines muy distintos. Desde mucho tiempo antes de alcanzar el poder, el partido nacionalsocialista tenía puestas sus miras en la rica Ucrania como principal campo de experimentación para sus doctrinas del Lebensraum, el espacio vital necesario para el perfecto desarrollo del pueblo alemán.

Las doctrinas nazis consideraban a la raza eslava como inferior, y para ella solamente deberían existir dos caminos: o la exterminación o la condición de esclavos. El pacto germano - soviético de agosto de 1939 no tranquilizó a los gobernantes de Moscú. Para nadie eran un secreto los planes nazis que miraban hacia la expansión en el Este. Pero por el momento, la nueva partición de Polonia había supuesto la reunificación, una vez más, de Ucrania, cuya parte occidental sufrirá un enérgico proceso de sovietización dirigido por el mismo Kruschev. Esta será la definitiva reunificación de Ucrania. Nunca más, pasada la guerra, volverán las dos porciones a estar separadas, sino unidas bajo la órbita soviética. Pero las ansias emancipadoras de los ucranianos no quedarán satisfechas con esto, que más bien servirá de acicate para llevarles a mayores exigencias. Kruschev anota en sus memorias: «Desde la firma del pacto en 1939 hasta la ruptura de las hostilidades en 1941, los nacionalistas ucranianos nos causaron más quebraderos de cabeza que ninguna otra cosa. Pruebas documentales nos indicaron que estaban recibiendo instrucciones y dinero de los alemanes. Hitler venía sirviéndose de los ucranianos nacionalistas como agentes a su servicio en la Ucrania occidental, y cuando la invadió, las jaurías nacionalistas en ese área ayudaron al servicio de inteligencia alemán». A pesar de la escasa credibilidad con que se deben considerar ciertos aspectos de las memorias de Kruschev, no parece muy alejada de la realidad esta acusación hacia las fuentes de apoyo y financiación de las fuerzas nacionalistas ucranianas.

El lider nacionalista Stephan Bandera, asesinado en circunstancias aún no esclarecidas el 18 de octubre de 1959, en Munich

El 22 de junio de 1941 se desencadena la Operación Barbarroja. Los ejércitos alemanes invaden la Unión Soviética sin previa declaración de guerra, apoyados por fuerzas rumanas, eslovacas, italianas y húngaras. Los puntos neurálgicos sobre los que se lanza el ataque serán Leningrado, Moscú y Ucrania - Cáucaso. El frente ucraniano será el primero en desmoronarse y muy pronto las divisiones del mariscal Von Rundstedt se desparraman por la llanura. El día 3 de julio, Stalin lanza al pueblo soviético su mensaje declarando la guerra patriótica. Todas las fuerzas del país, incluida la jerarquía ortodoxa, le respaldan. Las autodestrucciones como medida de guerra comienzan a gran escala y la más grave de ellas tiene lugar cuando los mismos soviéticos vuelan a finales de agosto la gran presa de Zaporozhe, que suministraba energía a toda la cuenca industrial ucraniana. El día 17 de septiembre, solamente tres meses después de la invasión, cuatro ejércitos rusos se rinden ante Kiev después de una defensa de seis semanas. Los alemanes entran en la ciudad y se hacen con más de medio millón de prisioneros soviéticos, a los que dejarán morir de inanición o por falta de cuidados. Antes de fin de año, toda Ucrania y Crimea —a excepción de la plaza de Sebastopol— estarán en manos de los alemanes. Y es en este momento cuando se trata de plantear la cuestión, ya casi tópica por tan debatida y comentada, de la aceptación de la invasión alemana por los ucranianos como una liberación del yugo soviético. En efecto, se produjeron repetidos actos de bienvenida hacia los ocupantes, pero no hay que olvidar que, poco más de veinte años antes, había sido bajo la protección alemana cuando Ucrania había alcanzado la deseada independencia que, a pesar de sus fallos y su rápida caída, había venido a representar la realización de un anhelo secular. Ahora, el pueblo, influido indudablemente por las organizaciones nacionalistas, veía equivocadamente en la llegada de los alemanes la repetición de la Historia y salía a las entradas de las plazas ofreciéndoles las flores y la sal tradicionales. Muy pronto los alemanes demostrarán sin embargo la verdadera finalidad de la ocupación. El plan Rosemberg preveía la creación de un cordón de estados vasallos de Alemania desde el Báltico hasta el Cáucaso y la exterminación de su población para dejar espacio a los colonos alemanes que irían a aposentarse allí. Ucrania sería una fuente de productos alimenticios y de mano de obra esclava. Por otra parte, ya en las primeras semanas de ocupación, y para agradecer a su aliada Rumania el apoyo prestado, le hace entrega de los distritos fronterizos al otro lado del río Prut además de la ciudad de Odesa con su zona de influencia, donde los rumanos crean la provincia de Transnitria, que se mantendrá como tal mientras los alemanes dominen la zona. Mientras prosigue el arrollador avance germano, que no se detendrá hasta Stalingrado.

Ucrania comienza a conocer los horrores de la ocupación. A las primeras deportaciones de habitantes de zonas enteras sigue la matanza sistemática de cientos de miles de paisanos. Cuando Hitler visita la región ya se está llevando a cabo con gran efectividad la matanza masiva de judíos, ayudada por la actividad antisemita de la población local. En el mes de septiembre de 1941, más de treinta y cinco mil judíos de Kiev son asesinados en cuarenta y ocho horas en las fosas de Babi Yar. El campo de Zhitomir y la ciudad de Pinsk ostentan dudosa celebridad por las mantanzas llevadas a cabo por las SS. En esta ciudad, en un solo día morían casi veinte mil judíos por medio del empleo de granadas, hachas y perros especialmente entrenados para ello.

Una semana después de comenzada la campaña de Rusia, Stepan Bandera había formado en Lwow un Gobierno ucraniano independiente bajo la sombra de los ocupantes, que por el momento permiten esta situación que nada les perjudica. Pero la aparición en Kiev de otro gobierno de liberación rival, presidido por Andrei Melnik, disidente del grupo de Bandera, es más de lo que los alemanes pueden tolerar, y desautorizan a ambos de la forma más drástica. Ucrania se convertirá administrativamente en un protectorado del Reich bajo el mando de un Reichprotector, de la misma forma que la mayor parte de Polonia y Bohemia-Moravia. Sin embargo, los ucranianos independentistas no habían perdido las esperanzas de obtener ventajas bajo la ocupación y llegan a constituir cuerpos armados —entre los que destacan divisiones enteras de cosacos— colocadas bajo dirección directa de los oficiales de la Wermacht y que obtendrán amplio apoyo entre las clases populares. Ucrania constituirá de esta forma una de las zonas de la Europa ocupada que cuenta con un más alto índice de colaboracionismo con los invasores, que utilizarán a estas formaciones militares en su lucha contra la guerrilla comunista que al servicio del Gobierno de Moscú lleva a cabo importantes acciones contra el ocupante, al mismo tiempo que impiden de forma eficaz la separación de Ucrania ejecutando a cuantos partidarios de la independencia o simplemente sospechosos de serlo encuentran en la región. Pero a pesar del ambiente no del todo opuesto a la ocupación, Ucrania será uno de los países más maltratados por la guerra dentro del conjunto general europeo, y una parte importante de los millones de muertos —entre veinte y treinta—que cueste a la Unión Soviética la invasión y posterior liberación de su territorio, pertenecerán a Ucrania, que verá considerablemente reducida su población y destruida la mayor parte de sus ciudades e instalaciones industriales, además de la ruina de sus fértiles campos.

LA PAZ

En febrero de 1943, la derrota alemana ante Stalingrado marca el principio del declive nazi y los términos comienzan a invertirse. La retirada a través de la estepa diezma a la Wermacht, que también ha visto detenido su avance sobre las dos capitales del norte. En ese momento, Roman Shukhevych, compañero de Bandera, funda el Ejército Insurgente Ucraniano, con la finalidad de no permitir la reintegración de Ucrania en la Unión Soviética una vez expulsados los alemanes. Pero deberá huir a Polonia al año siguiente, y en 1950, a los siete años de su fracaso, será asesinado por orden soviética. Con el final de la guerra y las reformas en las fronteras orientales, Ucrania verá en- grandecido su territorio a costa de Polonia, Checoslovaquia y Rumanía. Una terrible época de hambre se adueña de la región durante los años 1946 y 1947, mientras la represión subsiguiente a la guerra no cesa en absoluto. La abandonada colectivización vuelve a implantarse por la fuerza a costa de innumerables sacrificios. Y en este momento Ucrania salta al plano del protagonismo internacional cuando debido a las presiones de Stalin sobre los aliados, obtiene un escaño para Ucrania y otro para Bielorrusia en las Naciones Unidas, además del oficial que le corresponde a la Unión Soviética. En 1954, muerto ya Stalin, la península de Crimea, que había visto el exterminio y la deportación de sus grupos étnicos tártaros en las purgas de los años veinte, es unida administrativamente a Ucrania, con lo que la región alcanza su superficie actual de poco más de seiscientos tres mil kilómetros cuadrados y una población que ahora se aproxima a los cincuenta millones de habitantes. Los movimientos de liberación ucranianos no han desaparecido en absoluto, si bien se mantienen muy debilitados en la clandestinidad y actuando dentro de los círculos intelectuales en el interior del país y sobre todo entre los emigrados en América, donde se observan las posturas políticas y religiosas más radicales. Una muestra de la preocupación de los sucesores de Stalin por esta cuestión la ofrece la solución del caso de Stepan Bandera. El dirigente ucraniano, opositor visceral al régimen soviético parece que dio bastantes problemas al Gobierno de Moscú organizando movimientos en Ucrania desde su refugio en Europa Occidental. En octubre de 1959 el Gobierno soviético decidió eliminar de una vez este problema y envía a sus agentes a la República Federal de Alemania. El día 15 de ese mismo mes, Bandera es asesinado en su casa de Munich. Pero el nacionalismo ucraniano, enriquecido en tantos aspectos, sigue vivo dentro del marco monolítico de la Unión Soviética y su existencia es evidente para el observador que encuentra en esa región una base social y cultural muy diferente a la oficial, a pesar de los esfuerzos desplegados por el régimen para lograr la uniformización total del país.

■ J. M. S. M.