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  Tiempo de Historia, números 80-81 de julio-agosto de 1981

Errores y aciertos en los partidos populares

Amaro del Rosal

Llegó el mes de julio de 1936 con una carga de hechos y acontecimientos que habían ido acumulándose a través de un re-corrido de siete meses para desembocaren el 18 de ese trágico mes para la historia de España. Al finalizar el año 1935, como consecuencia de la derrota del movimiento revolucionario de octubre de 1934 y su brutal represión, el país ofrecía el fenómeno de una radical evolución de la opinión pública solidarizada con los treinta mil presos y el ex Gobierno de la Generalidad presidido por Luis Companys cumpliendo duras condenas en el penal de Cartagena, en el mismo que, en 1917, sufrieran la de cadena perpetua Largo Caballero, Besteiro, Daniel Anguiano y Andrés Saborit, como miembros del Comité de huelga del movimiento revolucionario de agosto de aquel año. Como España es el país de las más extraordinarias paradojas no estará demás recordar que Largo Caballero fue el dirigente del movimiento revolucionario de octubre y que Alcalá Zamora era el presidente de la República, y que ambos, en 1930, por ser miembros del Comité Revolucionario antidinástico del mes de diciembre de aquel año, se encontraban en la cárcel de Madrid para más tarde, en abril, formar parte del Gobierno provisional de la República. De 1934 a 1935, Caballero estaría de nuevo en la cárcel mientras su antiguo compañero ocupaba la jefatura del Estado. Todo eso ocurrió en el corto periodo de 3 años. La segunda República vivió cinco años con dos presidentes; la Primera, once meses, con cuatro. De 1939 a 1975 gobernó a España un Caudillo por la gracia de Dios, sin Monarquía ni República. Las paradojas históricas de España, no las ofrece pueblo alguno...

A primeros de diciembre de 1935, a los tres años de la intentona del general Sanjurjo (agosto 1932), ya estaba en marcha la preparación de un nuevo golpe militar. El día 10, dimitido el Gobierno de Chapaprieta, Gil Robles, que no había aceptado la República, apoyándose en su mayoría parlamentaria, exigía el poder, a lo que no accede el Presidente de la República, que designa, el 14, a Manuel Portela Valladares —connotado masón— como jefe del nuevo Gobierno con el Decreto de la disolución de las Cortes y convocatoria de nuevas elecciones. Para las izquierdas el nuevo Presidente representaba una esperanza; las derechas y los «golpistas», lo consideraban como un reto. La ultraderecha española, nunca entró en el siglo XX, y con su cerrilismo e incompatibilidad con la libertad y la democracia, llegará al XXI. Es el drama de España.

La cerril ultrarreacción española con su falta de visión, de perspectivas realistas y sus falsos sueños de grandeza, ha jugado el papel de haber sido y seguir siendo el motor impulsor del proceso de decadencia de España en todos Ios órdenes. En su debatir histórico permanente fue acentuando su pequeñez y su incapacidad, deslizándose que, si no se le cortara el paso, terminaría convirtiendo a España en una triste colonia. En la encrucijada de 1981, tal parece que la derecha «civilizada», para defenderse de la provocadora derecha extremista, fascista, trata de cobijarse bajo el paraguas atómico nortóamericano, amparándose en su política de dominación y guerra. Con este paso se contribuiría a transformar a toda la Península Ibérica en un gigantesco Gibraltar y a Canarias en un segundo Puerto Rico de los americanos y sus marines. Esa política antinacional y antihistórica, es la que caracteriza a la extrema derecha, pero no la que corresponde al proceso democrático de hoy bajo una Monarquía parlamentaria constitucional y democrática. El 18 de julio de 1936, se inició la crisis y quiebra más profunda y transcendental para los destinos del país por seguir los designios de dominación del nazi-fascismo; que 1981 no dé continuidad a esa política bajo los de un nuevo amo. Sólo la concertación de las fuerzas del progreso y la democracia podrán levantar a España en vilo con su independencia, desviándola del camino secular de su decadencia.

Durante los primeros días de diciembre de 1935, la palabra de golpe de Estado suena insistentemente en el ambiente, barajándose los nombres de los generales Sanjurjo, Barrera, Franco, Goded, García Herranz, Mola, Queipo y otros. A ninguno se le consideraba como masón. Los días de la crisis fueron días de angustia e incertidumbre. Las visitas ala cárcel de Madrid no transmitían más que notas pesimistas y desalentadoras anunciando la inminencia de la sublevación. Entre esas visitas, por ejemplo, se contaban las de Azaña y Araquistáin en la línea del pesimismo, y las de Casares Quiroga en la de un desbordado e irreflexivo optimismo. Más tarde los dos tendrían el poder en sus manos. El primero de febrero a mayo; el segundo, de mayo a julio.

El nuevo Presidente del Gobierno y ministro de la Gobernación, Portela Valladares, con el general Molero —masón— como ministro de la Guerra, vivió los primeros días de gobierno bajo fuertes presiones, coacciones y amenazas de los militares golpistas y de las fuerzas reaccionarias que les prestaban apoyo. Al mismo tiempo, los medios políticos republicanos realizaban una intensa labor de presión ante el primer mandatario a la vez que se esforzaban por galvanizar a todas las fuerzas de la democracia tratando de neutralizar las maniobras de la reacción y a los militares golpistas. La izquierda socialista se preguntaba: ¿Resistirá Portela? ¿Será capaz de salir adelante de la encrucijada en que se encuentra la República en la que se juega el porvenir del régimen republicano? En algunos medios, se dudaba; en otros, se creía que si. La esperanza de treinta mil presos en aquellos aciagos días, estaba puesta en Portela Valladares. Pero el propósito del golpe seguía su proceso animado por sendos convenios con el nazifascismo. La confabulación en contra de la República estaba en marcha, lo que determinó la unidad de la democracia en torno al Frente Popular. Portela había ganado la batalla y tal vez pudiera añadirse que, en gran parte, gracias a la debilidad y vacilaciones de Gil Robles.

La contraconspiración de la masoneria, indirectamente, velase respaldada por el movimiento obrero y por la poderosa corriente de la opinión pública enfervorizada por un sentimiento de solidaridad hacia los presos y condenados por la Revolución de Octubre. Esa actitud popular significaba la adhesión a la República expresada en los dos grandes ejemplos de las impresionantes concentraciones populares del campo de Mestalla en Valencia y en la de Madrid, en las que el elemento aglutinante fue la figura de Manuel Azaña. Jamás se había conocido un movimiento de opinión democrática de una tal amplitud, lo que no sólo tenía asustada a la reacción y a los «golpistas» sino, por otros motivos, al propio Azaña. Indalecio Prieto, coincidiendo con él, desde París, advertía del peligro que representaba un tal ambiente, aconsejando que el Partido Socialista sacrificara una parte de sus candidatos a favor de los republicanos para minimizar la victoria socialista. Esa opinión era compartida por Azaña y su grupo, y por los masones con la adhesión de Sánchez Román y Maura, tres personajes admiradores de Prieto. La posición política de Prieto, por supuesto, chocaba con la de Caballero-Araquistáin-Baraibar. Prieto jugaba a «su realismo»; el «caballerismo», al «antiprietismo».

El Gobierno de Portela Valladares disuelve las Cortes y convoca elecciones. Ese ambiente de unidad nacional, de euforia, ofrece la resonante victoria del Frente Popular el 16 de febrero. De 453 diputados, el Frente Popular obtiene 257, de ellos, 15 comunistas gracias al apoyo del socialismo de izquierda. Prieto, a los efectos policíacos, se encontraba exiliado en París, en realidad, durante toda la campaña electoral, se hallaba en su domicilio de Madrid en la calle de Carranza, 20, dirigiendo todas las maniobras electorales, teniendo como vicesecretario del partido, al activo e influyente masón, Juan Simeón Vidarte, que jugó un papel muy importante en todo ese periodo. Caballero, ya en libertad, llevaba el peso de la campaña electoral desde el campo socialista. Portela sabía que Prieto se hallaba en Madrid y no en París. Era bien acreedor al título de campeón en los cruces «clandestinos» de la frontera, no obstante su volumen y rebasar los noventa kilos de peso. Ante los resultados electorales, «los golpistas» vuelven a la carga creándose la misma situación de inquietud y gravedad de los días de diciembre. El presidente del Gobierno se ve acosado. El triunfo clamoroso del Frente Popular, desconcierta a la reacción y a los «golpistas», que no ven otra salida que la disolución de las Cortes que acababan de nacer y el golpe de Estado. Portela Valladares se opone a las presiones. En esos días de conciliábulos «golpistas», jugó un papel importante en las maniobras ante el jefe de Gobierno, un general llamado Francisco Franco unido a él por el paisanaje y separado por lo masónico. Portela, abrumado, dimite, y el Presidente de la República se ve obligado a nombrar jefe de Gobierno a Manuel Azaña. Una amplia amnistía pone en libertad a los presos y restituye en sus puestos a todos los represaliados. Cataluña cuenta de nuevo con un Gobierno de la Generalidad bajo la presidencia de Luis Companys, que tres años más tarde sería fusilado en los sótanos de Montjuich. Los «golpistas» aceleran el proceso de organización de la sublevación. Les había fallado en la coyuntura de la crisis de diciembre; volvía a fallarles en febrero. Había que montarlo definitivamente para otra fecha. La nueva etapa de la conspiración fue breve: De febrero al 18 de julio.

En efecto, de febrero al 18 de julio se vive bajo la amenaza del golpe. Han sido cinco meses de inquietud, de fiebre, sin un día de tranquilidad. Los presos y condenados salieron de las cárceles para quedar movilizados y en guardia permanente en defensa de la República. La Casa del Pueblo de Madrid, los círculos obreros de los barrios, en las noches, transformábanse en verdaderos hormigueros humanos. Cada día se anunciaba el golpe.

Las organizaciones obreras formaban grupos de retén y de vigilancia en torno a los cuarteles y así se vivió en una constante zozobra y agotadoras alertas a partir de la destitución de Alcalá Zamora y la designación de Manuel Azaña como nuevo Presidente.

En torno a la designación del nuevo jefe de Estado y ante una situación cargada de peligros, el Partido Socialista alcanzaba la cota más alta de sus contradicciones, de sus antagonismos personales y luchas internas. «El Socialista», del que era director Julián Zugazagoitia, mantenía una intensa campaña en contra de «Claridad», dirigida por Araquistáin. Pocos momentos antes del acto de votación para designar al nuevo Presidente de la República, en el jardín del Palacio de Cristal del Retiro, Araquistáin abofetea a Zugazagoitia...

Un lamentable espectáculo. Prieto manejaba la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista y a su fracción anticaballerista, sin presidente ni secretario general por las dimisiones de Caballero y Enrique de Francisco; Caballero, a la C. E. de la UGT, a la minoría parlamentaria socialista; contaba con las fracciones de izquierda del partido y con el apoyo incondicional de las dinámicas y poderosas Juventudes Socialistas y su órgano de expresión «Renovación».

El nuevo Presidente de la República abre el período de consultas para la designación de jefe de Gobierno. Este trámite constitucional fue sin duda el problema más grave y conflictivo y el que en un análisis histórico retrospectivo pudiera llevar a la conclusión de que esa trascendental cuestión, tal y como fue resuelto, facilitó el desarrollo del proceso conspirativo de los golpistas, que pudieron operar impunemente. El 13 de julio iniciase la sublevación en Canarias y Marruecos. Era capitán general de Canarias el general Franco. El prólogo de su sublevación sería el «suicidio» del general Balmes...

El primer designado para formar gobierno fue Indalecio Prieto. Azaña quería que Prieto fuese presidente, los republicanos también, y él deseaba serlo; pero comprendía que no le sería posible dada la actitud de su propio grupo parlamentario que, con mayoría «caballerista», le negaba su apoyo. Los problemas personales y de caudillaje han sido catastróficos en la política general española, pero particularmente y con mayor trascendencia, en el Partido Socialista, sobre todo después de la desaparición de Pablo Iglesias. La falta de doctrina y de posiciones que obedecieran a una línea rigurosa de principios y de bases ideológicas, llevaba a las actitudes personales y a las situaciones conflictivas. Prieto tuvo que renunciar a formar gobierno para dejar paso a Santiago Casares Quiroga. Pero este hecho necesita un esclarecimiento como nota para la historia. En el periódico «Claridad», Araquistáin y Carlos Baraibar, con el asentimiento de Caballero, patrocinan la candidatura del republicano Casares Quiroga «como el hombre fuerte» para hacerse cargo del poder en aquella grave situación. En las oficinas de «Claridad», Narváez, 72, durante la tramitación de la crisis estaba reunida permanentemente lo que pudiera considerarse como la dirección ideológica del «caballerismo». Caballero no asistía, pero Araquistáin y Baraibar estaban en contacto permanente con él. En una de las reuniones, en actitud radical anti-Prieto, Carlos Hernández y Ricardo Zabalza coincidían al decir «que Prieto al frente del Gobierno sería el Noske de la revolución española». El mismo argumento fue empleado en una reunión de la Comisión Ejecutiva de la UGT con el asentimiento de todos sus miembros, entre ellos el autor de este trabajo. Al autor no le duelen prendas al reconocer hoy que aquella actitud sectaria, motivada esencialmente por el antagonismo personal de Caballero-Prieto, animado por Araquistáin - Baraibar, fue una táctica subjetiva y un tremendo error.

Casares Quiroga, sin ninguna simpatía en el Ejército ni autoridad entre los republicanos, ni entre la clase obrera, no podía ser «el hombre fuerte» de aquella situación. El hombre político en aquellas circunstancias era Prieto. Azaña, admirador de Prieto y viceversa, al querer entregarle el Gobierno, tenía razón. Prieto no era masón, pero se daba la paradoja de que todos los masones eran «prietistas». Este problema, dada la composición de los altos mandos en el Ejército, en aquellos momentos, era fundamental y decisivo.

Del mes de mayo a julio, Casares Quiroga, como Presidente y ministro de la Guerra, con Juan Moles y Bibiano Ossorio en Gobernación, por su despiste y negligencia, permitió que los golpistas tuvieran la vía libre para el desarrollo de sus planes. Prieto, que, como es conocido, tenía un servicio de información personal formidable, trasladaba a Casares todas las confidencias, quien las consideraba como «cuentos de miedo de Prieto». Lo curioso es que Araquistáin y Baraibar eran de la misma opinión que su «hombre fuerte». Casares fue impermeable a todas las denuncias que recibía, subestimándolas. No creía en el golpe. «Estoy deseando decía—, que salgan a la calle para meterlos a escobazos en los cuarteles». Casares Quiroga, «el hombre fuerte», con toda la buena fe y honestidad que se le quiera atribuir, se caracterizó por lo irresponsable, por una frivolidad y bravuconería que condujo al 18 de julio. En el diario «Claridad» del 2 de julio, insistiendo en el error, aparece un curioso y largo interviú con una «alta personalidad» ocultando su nombre así como el del periodista autor del trabajo, que es un testimonio de la máxima importancia histórica, puesto que revela la línea de inconsciencia de esa «personalidad» que hoy, por primera vez, como miembro de la dirección del periódico, podemos decir que no era otra que la de Santiago Casares Quiroga, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, y el periodista anónimo, en exclusiva, Carlos de Baraibar. En ese interviú sin nombres, está reflejada la irresponsabilidad e inconsciencia de Casares y Baraibar, el patrocinador «del hombre fuerte». Once días más tarde se iniciaba la insurrección.

Al reflexionar, a una distancia de cuarenta y cinco años, bien que cuarenta hayan estado inmersos en la dictadura, sobre los problemas y acontecimientos anteriores al 18 de julio, uno se queda extrañado al evidenciar el grado de incomprensión y sectarismo que caracterizó esa época. De haber sido Prieto el jefe de Gobierno, el desarrollo de los acontecimientos habría discurrido por otros derroteros y casi se podría afirmar que la conspiración de los «golpistas» habría sido desmantelada y el Programa del Frente Popular desarrollado en sus puntos mínimos y realistas como primera etapa. Las anteriores afirmaciones pudieran considerarse hoy como una mera especulación, pero si se trata de recordar el 18 de julio de 1936, históricamente, es obligado tener en cuenta los prolegómenos de esa fecha que caracterizan lo que significaron para el desenlace de los acontecimientos.

Prieto conocía perfectamente bien las bases del golpe; sus puntos fuertes y débiles; contaba con simpatías dentro del Ejército; conocía a los hombres clave. Disfrutaba de un margen de confianza entre muchos hombres importantes de la industria y de la banca; entre la pequeña burguesía. Poseía cierta audacia y una capacidad de maniobra y organización que le habría permitido, con su habilidad, desmontar la conspiración. Años más tarde de finalizar la guerra, en México, confesó que después de su famoso discurso de Cuenca, José Antonio Primo de Rivera le mostraba una viva simpatía cada vez que se tropezaban en el Parlamento; que había llegado a felicitarle por ese discurso diciéndole que lo suscribía. Ni qué decir tiene que el discurso mereció la más dura crítica del «caballerismo». Prieto guardaba como una reliquia el testamento y papeles íntimos que José Antonio poseía en la celda de la prisión de Alicante. Señalamos este hecho para reforzar los argumentos anteriores y ello independientemente de aspectos de doctrina e ideológicos. La autoridad y la influencia personal que Prieto tenía en los medios no revolucionarios, no la tenía ningún otro líder. Esto, en nuestra opinión, no confirma la idea de que en aquella situación pudiera haber sido el Noske de la revolución española, como afirmaba Hernández y Zabalza, dos diputados de la fracción de Caballero. En mayo de 1936 no estábamos ante la revolución, sino ante la contrarrevolución, como lo evidenció el 18 de julio. Estábamos en una situación bastante similar a la de mayo de 1981. En algunos momentos nos preguntábamos si en torno a esta época, no rondará la figura de Casares Quiroga y la de un Franco.

A primeros de julio de 1936, los peligros de golpe, según los informes de Prieto, alcanzaban su cota más alta. Como negativa contrapartida, el campo socialista ofrecía el cuadro más lamentable. La parte mayoritaria de izquierda del partido, en abierta oposición a su Ejecutiva, manipulada por Prieto; la dirección de la UGT, bajo la dirección de Caballero, en oposición a la del partido; la de las Juventudes, bajo la presidencia de Carlos Hernández, y la secretaría de Santiago Carrillo, en la vanguardia, involucrada en las querellas del partido. Todos estábamos embaucados en esa falsa línea. Casares Quiroga, impertérrito.

Estamos a finales de junio, la Ejecutiva del PSOE envía una convocatoria a la de la UGT para celebrar una reunión conjunta para examinar un problema urgente y de la máxima gravedad. En otras ocasiones se incluía a la juventud, en ésta se excluía. Se discute si se asiste o no a la cita. Fue una discusión dura en la que no intervino Caballero, que permanecía silencioso y como preocupado. Por mayoría se acuerda no asistir, votando en contra Pretel, P. Tomás y Rosal. Celebrada la votación, interviene Caballero para señalar que el no asistir entrañaba una gravedad y utiliza los mismos argumentos que había expuesto la oposición. José Diaz Alor, que presidía, intervino para decir: «Después de lo dicho por Caballero, creo que interpretando el sentir de los compañeros que votamos en contra, nos "revotemos"». Se acuerda, después de la «revotación», que asista, como observador, Manuel Lois y que de inmediato dé cuenta a la C. E. de lo sucedido. La información del delegado fue escueta y concreta: Prieto anunciaba la inminencia de un golpe de Estado. La mayoría estimó que se trataba de un chantaje más de Prieto que quería el poder. Con algunas otras manifestaciones antiprietistas se daba por terminada la reunión. Al verbo «revotar» le dedicó el autor de este trabajo un artículo en «Claridad» que fue criticado por algunos compañeros de Ejecutiva por considerar que había quebrantado el secreto de la reunión.

A los pocos días de la reunión que acabamos de citar, estaba convocado en Londres el VII Congreso de la Federación Sindical Internacional al que asiste Caballero con la casi totalidad de la Comisión Ejecutiva de la UGT y un grupo del Comité Nacional, en el cual figuraba Ramón González Peña, presidente del PSOE y secretario general de la Federación de Mineros. En esa delegación unitaria, figuraban tres delegados comunistas: Pedro Martínez Cartón, Luis Delage y César García Lombardía. En el Congreso se iba a discutir el problema de la unidad sindical internacional.

Los lamentables asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo, sorprendieron en París a la delegación. Cuando Llega a Madrid ya se había iniciado la sublevación en Canarias y Marruecos con las repercusiones inmediatas en la Península. En El Escorial, una delegación de las juventudes, creo que Carrillo y Cazorla, esperaban el tren para recoger a Caballero y Vayo con el fin de adelantarles las informaciones sobre la situación. El resto de la delegación siguió en tren. Nada más llegar, la Ejecutiva de la UGT quedaba reunida en sesión permanente en su domicilio de Fuencarral, 93. Desde ese momento nos incorporaríamos a la vorágine de la movilización del movimiento obrero madrileño y a las relaciones con el de provincias.

Madrid era un gigantesco hormiguero humano en multitudinaria movilización. En la Casa del Pueblo, en los círculos de barriada, en los locales de las federaciones, se agolpaban los trabajadores pidiendo armas, orientaciones, multiplicándose en iniciativas. Se vivía bajo una actividad febril. El Sindicato de Radiotelegrafistas, sus dirigentes, Juan Naves y José Satue, de inmediato, instalan en el domicilio de la Comisión Ejecutiva una emisora, «Radio UGT». Su primer mensaje a las organizaciones fue ordenando la huelga general; que solicitaran de los gobernadores civiles la entrega de armas; que se pusieran en relación con las fuerzas de orden público así como con los elementos del Ejército que se mantuvieran leales a la República y a sus instituciones. Los gobernadores, en general, no entregaron las armas y en los militares hay dos fallas fundamentales: La del coronel Aranda, masón y en el que Prieto tenía una gran confianza, y en Zaragoza la de Cabanellas, también masón, que no sólo se subleva, sino que fusila al general Núñez del Prado, enviado por el Gobierno a Zaragoza. Las notas del Gobierno teniendo por vocero al subsecretario de Gobernación, Ossorio Tafall, son el reflejo de la irresponsabilidad del Presidente. Según ellas, en todas partes el Gobierno dominaba la situación y reinaba la normalidad. El día 9, Ossorio Tafall desmentía los rumores de un golpe. «ABC» terminaba su artículo de fondo en los siguientes términos: «Vamos a declarar alarmista a Prieto...? Su alarma proviene del estado pesimista y medroso de su espíritu». Prieto, en «El Liberal» de Bilbao, escribía: «A cuantos estas líneas leyeren, correligionarios y afines, exhorto a vivir prevenidos. Conviene estarlo siempre; pero mucho más en determinadas circunstancias que exigen hallarse alerta».

El día 11, dos días antes de la sublevación en Canarias y Marruecos, habían se celebrado maniobras de concentración de los Ejércitos de las dos zonas en el territorio del Rif bajo la dirección del general Gómez Morato —masón— y el Alto Comisario, Alvarez Buylla. Tomaron parte en esas maniobras 18.000 hombres, 11 baterías de artillería y la escuadra aérea de Marruecos, así como, por primera vez, seis banderas del Tercio y todos los grupos de Regulares. A los pocos días el general Gómez Morato y Alvarez Buylla, serían fusilados y grandes contingentes de esas fuerzas pasarían a la Península «a sofocar un movimiento comunista». Antes de esas maniobras, una delegación del Frente Popular de Ceuta se había trasladado a Madrid para denunciar las conspiraciones ante el ministro de la Guerra. Nos correspondió acompañar a esa delegación. Fue en esa ocasión cuando Casares nos dijo que estaba deseando que salieran a la calle para meterlos a escobazos en los cuarteles.

«Claridad» seguía defendiendo «al hombre fuerte». A grandes titulares diría: «El Gobierno de Casares, robustecido»... La prensa, sometida a la censura, se debatía en el mayor desconcierto. El día 18 aparecen unos cuantos decretos: Anulando la declaración del Estado de guerra en todas las plazas de la Península, Marruecos, Baleares y Canarias; la disolución de todas las unidades del Ejército que tomaran parte en el movimiento insurreccional; licenciando las tropas cuyos cuadros de mando se hubiesen colocado frente a la legalidad republicana; cesando al general Francisco Franco, al general González Heredia, al general Gabriel Queipo del Llano... Firman los Decretos Azaña y Casares Quiroga.

Ese mismo día «el hombre fuerte se desmorona». Dimite y a las cuatro de la mañana se constituye un Gobierno relámpago presidido por Martínez Barrio; en Guerra, el general Miaja; Marina, Giral, y Estado, Justino Azcárate. El Gobierno ni siquiera llegó a tomar posesión. Una imponente manifestación de hostilidad al equipo considerado de la claudicación lleva a la constitución de un nuevo Gobierno presidido por Giral; guerra, general Castelló; Gobernación, general Pozas; Estado, Augusto Barcia. Todos estos acontecimientos ocurren del 18 al 19; en menos de 24 horas.

Por «Radio UGT» se levó un mensaje elaborado por Baraibar, llamando a los soldados a la deserción, y otro de Mohamed Torres, un árabe de la zona del Marruecos español, llamando a sus compatriotas a que se rebelaran en contra de quienes trataran de enviarlos a España a luchar en contra de los españoles. Torres llegó a ocupar altos cargos después de la independencia de su patria. Pertenecía a una rica familia de Tetuán que conservaba el apellido de origen levantino. La estación de «Radio UGT» jugó un gran papel. Mantuvo comunicación con las radios de La Felguera y San Sebastian hasta la caída de aquellas plazas. Recordamos las angustiosas llamadas del gobernador Amilibia desde San Sebastian, en S.O.S., pidiendo municiones que no se le podían enviar mientras al otro lado de la frontera había varios vagones cargados de armamento bloqueados por el gobierno del Frente Popular del socialista León Blum. Por falta de municiones cayó Irún y aquella parte de la frontera.

Largo Caballero mantenga una estrecha amistad con el coronel Rodrigo, jefe del cuartel de artillería del Pacifico. Le Llama por teléfono desde la UGT para preguntarle si estaba dispuesto a entregar los fusiles que tuvieran disponibles, contestándole afirmativamente. Caballero encomienda esa gestión a Margarita Nelken y a Rosal, los que inmediatamente se desplazan al cuartel del Pacífico. Dos horas más tarde estaban cargados en camiones cientos de fusiles; quedaban muchos más, pero sin cerrojos. Por una medida especial, elementos comprometidos en el movimiento, habían dispuesto que los cerrojos se depositaran en el Cuartel de la Montaña, en el que, como se sabe, pernoctaba el general Fanjul con un grupo de falangistas disfrazados de soldados.

Cuando se estaban cargando los fusiles, en un momento en que nos encontrábamos en el despacho del coronel, éste recibe una llamada telefónica desde Carabanchel, del general Cardenal, preguntándole si era cierto que estaba armando al pueblo. El coronel, con el aplomo y serenidad que le caracterizaba, le contestó afirmativamente, a lo que el general le replica que quedaba destituido y arrestado. El coronel Rodrigo nos trasladó la conversación con su superior, sin inmutarse. Los fusiles salieron para el Circulo Socialista del Sur, calle de Valencia, y allí fueron repartidos a unos contingentes de obreros y de la juventud. Con esos fusiles el teniente coronel Mangada y el italiano Fernando de Rosa, organizaron las primeras milicias que, con contingentes de Guardias de Asalto, contribuyeron a la rendición de los cuarteles de Carabanchel. Una vez logrado ese objetivo, hechos prisioneros los jefes y oficiales, y el general García de la Herranz, jefe de aquellos sublevados, milicias y Guardias de Asalto marcharon hacia la sierra, a impedir que las fuerzas falangistas de Valladolid y Segovia se descolgaran por aquel frente.

En los días de julio, después de iniciada la sublevación, la Casa del Pueblo de Madrid, en relación directa y permanente con la Ejecutiva de la UGT, como ya se señaló, transformóse en un verdadero cuartel general y centro de dirección y coordinación de la clase obrera y pueblo madrileño, con los organismos oficiales, aportando una valiosa ayuda a las disposiciones de los organismos oficiales y a las disposiciones de las autoridades militares. He aquí un ejemplo de esa colaboración: El general Castelló, ministro de la Guerra, solicita de la UGT la movilización y reclutamiento de trabajadores para realizar los trabajos de fortificaciones. La Federación de la Edificación, en pocas horas, tenía concentrados a cientos y cientos de sus afiliados que se hacían cargo de los picos y palas que simultáneamente habían sido concentrados en la Casa del Pueblo. Se daba el caso de que faltaban picos y palas y sobraban hombres.

De Piamonte, 2, salían los primeros batallones de fortificaciones, puestos a disposición del ministro de la Guerra, imbuidos de un emocionante entusiasmo y de una elevada moral antifascista. En torno a los grupos que realizaban los trabajos de fortificación, agrupábanse mujeres, niños y ancianos que, poseídos del mismo entusiasmo y moral de los milicianos, se incorporaban a los trabajos, aportando sus propias herramientas, sus carretillas, sacos, todo lo que encontraban a mano que pudiera ser utilizado en la construcción de las trincheras. Así se fortificó Madrid en los primeros días del movimiento.

Las masas puestas en marcha por una gran motivación, tienen una capacidad creadora formidable. Multiplicándose en iniciativas, en la Casa del Pueblo, en todos los centros obreros, la labor de reclutamiento para la formación de milicias en los días —llamémosles del «18 de julio»—, era algo extraordinario, por el entusiasmo y la moral de aquellas masas enfervorizadas, anhelantes de obtener un fusil y ocupar un puesto en las brigadas, en las compañías, y marchar hacia el frente en busca del combate. Por ese heroísmo colectivo en defensa de la libertad y la democracia, Madrid fue considerada como la capital del antifascismo. En la febril tarea de la creación de las primeras milicias en aquellas horas dramáticas que titulamos «del 18 de julio», merecen ser destacados algunos nombres de militares profesionales, como los de Mangada, Cuervo, Asensio, Barceló, Orad de la Torre, Carratalá, Benito, Condés, Vidal, Sabio, los hermanos Galán, Paco y José, fieles a la memoria de sú hermano Fermín, con García Hernández, primeros héroes de la República. Los elementos dirigentes de las Juventudes Socialistas, jugaron un papel muy importante en la formación de las Milicias de la Juventud.

En los domicilios de los demás partidos políticos y organizaciones de la CNT, registrábanse, con menos volúmenes de masas, las mismas actividades, en particular en los del Partido Comunista, con la creación de su famoso «Quinto Regimiento» y el «Batallón de Acero», que tan importante papel jugaron en los días del 18 de julio y, más tarde, con las Brigadas Internacionales, en la defensa de Madrid. Sus unidades fueron una aportación considerable a la transformación de las Milicias Populares en el Ejército Regular.

El 18 de julio, el Estado, sus instituciones, se habían derrumbado. Fueron los Comités del Frente Popular los que tuvieron que dar continuidad a la vida económica de las empresas abandonadas y asegurar la normalidad de los organismos oficiales. Milicias administrativas imbuidas de un sentimiento responsable, de orden y disciplina, enfrentábanse a las acciones provocadoras, incontroladas, de los elementos irresponsables, asegurando los servicios más importantes de las actividades públicas, económicas y administrativas.

En la batalla de Madrid hubo una que no figuró en los partes de guerra, pero no por ello dejó de tener un gran valor estratégico. Nos referimos a la batalla por la defensa del oro del Banco de España. Cuando sobre Madrid avanzaban los ejércitos sublevados amenazando con la rápida toma de la capital, el Gobierno acuerda la evacuación del oro, de la plata y demás valores encerrados en las cámaras de seguridad del Banco de España. Había que realizar ese trabajo con el mayor secreto y máxima rapidez. Esa misión, esa batalla, fue encomendada a la Federación de Banca de la UGT. Un centenar de bancarios convirtiéronse en «milicianos de la economía». Encerrados en los sótanos del Banco —ni sus familiares sabían donde se encontraban—, dentro de las formalidades administrativas de rigor, cumplieron la misión encomendada y diez mil cajas quedaban depositadas en un fuerte de Cartagena. El secreto no fue posible, y el gobierno de Burgos, conocedor de la operación, condenaba a muerte por el delito de alta traición, a cuantos habían participado en la batalla del oro del Banco de España. Gracias a ella fueron posibles los tres años de resistencia a las fuerzas coaligadas del fascismo.

Indalecio Prieto, en su primera alocución desde el Ministerio de Marina, en los días del 18 de julio, henchido en aquellos momentos de euforia y optimismo que él mismo subrayaba como cosa rara en él, decia: «Ganará la guerra quien tenga el oro; nosotros lo tenemos; ganaremos la guerra». Tal vez recordaba la célebre frase de Napoleón: «Para ganar la guerra —o para hacerla; citamos de memoria— hacen falta tres cosas: Dinero, dinero y dinero». La República no perdió la guerra por falta de dinero, sino por otras causas que en este 18 de julio de 1981 no entramos en ellas porque la batalla por la libertad, la democracia y su consolidación, en otro contexto histórico, por supuesto, en estos momentos, como en 1936, es la gran tarea, el reto ante el que, una vez más, está emplazado el pueblo español.

En un serio y profundo acto de contricción, hay que borrar odios ancestrales, pero que esto no lleve a olvidar, a renegar de las lecciones, positivas y negativas de la Historia. Sólo así estaremos en el camino de construir una nueva patria libre de traumas y rencores. Hasta mediados del siglo XIX, México se llamaba la Nueva España; en lo que queda del siglo XX, nuestro país tiene que ofrecer al mundo, a los pueblos hermanos de América, el ejemplo, la imagen de una «Nueva España» universalista en plenitud de libertades y democracia. No será por el camino de septiembre de 1923; por el de agosto de 1932; por el de julio de 1936 ni por el de febrero de 1981 como se alcanzará ese objetivo.

 A. del R.