S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Historia del Partido Comunista de España -Notas para una recuperación- Pilar González Guzmán Tiempo de Historia
No es posible resumir en unas cuantas páginas la historia del Partido Comunista de España, porque hoy tal historia incluye más preguntas sin respuesta que incógnitas resueltas. Conocemos muy poco sobre los relevos de los distintos grupos dirigentes; ignoramos, salvo en casos aislados, las relaciones a escala regional del partido con los movimientos sociales y los periodos más convenientes para estudiarlas; sólo existe una descripción superficial de cómo se ha formado y evolucionado el tronco ideológico —y el mitológico— del partido; tampoco conocemos estudios satisfactorios de las relaciones, consonantes o disonantes —según las épocas—, entre el modo comunista de vivir y expresarse y la cultura popular, y entre el partido y las élites intelectuales. Pasando a una época más reciente, es preciso investigar cómo se ha formado y desarrollado la resistencia a la incondicionalidad al PCUS y cuál es su alcance real; cómo ha reaccionado el partido a cada cambio de coyuntura económica; de dónde proceden los impulsos renovadores y un largo etcétera. Por desgracia, no se trata tan sólo de que existan algunos aspectos nebulosos en la historia orgánica e ideológica del Partido Comunista de España, sino que, además, nos encontramos con épocas completas y no las menos carentes de interés, en las que la niebla es tremendamente densa: así, el período clandestino del partido durante la Dictadura de Primo de Rivera, las guerrillas —época sobre la que recientemente se han publicado algunas cosas—, o los hechos que precedieron al cambio de política que supuso la Reconciliación Nacional. Sería de igual modo interesante conocer cómo y por qué la agitación social —o su ausencia— ha ayudado o dificultado los cambios de política experimentados por el PCE, especificando sectores sociales y regiones. Pese a la amplitud de los terrenos vírgenes o insuficientemente explorados, hemos intentado esbozar aquí un mínimo esqueleto para la historia del Partido Comunista de España. Si muchos de, nosotros hemos entendido la reciente legalización del partido como el paso más serio dado hacia la normalización democrática del país, ¿no debemos contribuir, en la medida de lo posible, a normalizar la presencia del PCE en la memoria colectiva de nuestro pueblo? Hemos tratado de exponer aquí el pasado del comunismo español con las mismas lagunas e insuficiencias con que lo conocemos: conocimiento, en parte extraviado en la amnesia producida por un trauma de cuarenta años; en parte, embellecido por los propios resistentes comunistas, para, ayudados por sus mitos, mejor defenderse de una de las más fieras persecuciones de la Historia; en parte, mancillado por los colaboradores intelectuales de tal represión; en parte, simplemente eliminado ante pelotones de ejecución.
Recuperar y elaborar la historia del comunismo español es una tarea urgente para nuestros historiadores; y no por razones de oportunidad política, sino porque todavía viven testigos de su pasado más lejano, que constituyen una fuente histórica de inapreciable valor. En ese orden de cosas, ¿sería mucho pedir, y precisamente para impulsar esa investigación histórica, que se facilite el libre acceso a los archivos gubernamentales, militares y policiales, a los del propio partido y a los soviéticos? LOS COMIENZOS. Las primeras noticias del triunfo de la revolución proletaria en Rusia llegan a España inmediatamente después de la sangrienta represión a que dio lugar la fracasada huelga general de 1917. Todas las organizaciones obreras saludan favorablemente los sucesos revolucionarios, que conocen de manera imperfecta. Importantes movilizaciones sociales evitan, entonces, la participación de España en el bloqueo al naciente Estado soviético; en ellas intervienen conjuntamente la CNT, la Federación Nacional de Agricultores (anarquista), el Sindicato Metalúrgico de Vizcaya, el PSOE, el Congreso Agrario de la UGT... La clase obrera española estaba entonces organizada en dos grandes sectores ideológicos. el social-marxista y el anarco-sindicalista; en ambos existía un ala de izquierda, más propicia a la acción revolucionaria. El Octubre de Lenin les produjo un fuerte impacto. En marzo de 1919 se había fundado la Internacional Comunista en Moscú. Desde ese momento quedaba abierto el banderín internacional de enganche para todos los «bolcheviques». No tardaron en apuntarse algunos españoles: en diciembre de ese mismo año, la Federación de Juventudes Socialistas, impaciente por la indecisión del PSOE entre la II y la III Internacional, decide en su Congreso adherirse a la III para, en abril del 1920, transformarse en el Partido Comunista de España (1). Mientras tanto, el PSOE, en el Congreso extraordinario de 1919, decide por sólo 14.010 votos contra 12.497, permanecer provisionalmente en la II Internacional hasta que pueda tomarse una decisión más informada. En un nuevo Congreso extraordinario que tiene lugar en junio de 1920, se acuerda ingresar en la Internacional Comunista por 8.269 votos contra 5.016 y 1.615 abstenciones, condicionando el ingreso al conocimiento de las condiciones en que habría de realizarse dicha adhesión. Conocidas las «21 condiciones» que fijó el II Congreso de la Internacional Comunista (julio-agosto de 1920), el PSOE no acepta ya definitivamente su integración en la Internacional Comunista. Es entonces cuando García Quejido, uno de los fundadores del PSOE, declara que los miembros de la ejecutiva partidarios de la Internacional Comunista se separaban del PSOE para fundar el Partido Comunista Obrero Español (2). Las agrupaciones de Asturias y Vizcaya constituían el núcleo más fuerte del nuevo partido. El mismo camino siguió la Federación de Juventudes Socialistas, reconstruida ese mismo año, y que quedó configurada como Federación de Juventudes Comunistas. Los dos partidos comunistas existentes se fusionaron en noviembre de 1921 y García Quejido fue elegido secretario del recién fundado Partido Comunista de España. En el plano sindical, la creación de la III Internacional trajo como consecuencia la creación, en 1921, de la Internacional Sindical Roja. La UGT decide no incorporarse a ella, por 111.000 votos contra 18.000. La CNT, sin embargo, con cerca de 700.000 afiliados, decide afiliarse a la Internacional Sindical Roja, aunque ratificándose a su vez en los principios anarquistas que la inspiraban, lo cual le llevaría más tarde, en la Conferencia Nacional de Zaragoza en 1922, a romper definitivamente con la ISR. Mientras tanto, en el Congreso de ese mismo año de la UGT los comunistas habían dado lugar a ciertos actos de violencia, por lo que el Congreso había expulsado a 29 sindicatos dirigidos por ellos, entre los cuales figuraban los de los mineros de Asturias y Vizcaya. No puede decirse que el joven PCE se caracterizara por un examen serio y objetivo de la realidad española: por este tiempo, 1922, prepara nada menos que una insurrección armada. Tampoco tenía, comparativamente con los otros grupos proletarios, demasiados militantes: la gran mayoría de los obreros organizados permaneció en sus partidos y sindicatos tradicionales, pese a su simpatía por la Revolución de Octubre y a la existencia de este nuevo partido que trataba de representarla. La fundación del PCE no fue acompañada del suficiente debate político e ideológico como para ser comprendida masivamente por los obreros militantes. La ruptura de los más combativos con el reformismo, trajo consigo su ruptura con las masas obreras.
Esta inicial fundación sectaria del PCE coincide, sin embargo, con el viraje del III Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en 1921; las primeras tesis sobre el «frente único obrero» fueron aprobadas a finales de ese año. Los partidos comunistas, recién constituidos a través de un enfrentamiento y una escisión con los reformistas, tenían ahora que unirse en un frente común con ellos. No es de extrañar que se produjera más de una incomprensión. En el origen de los nuevos planteamientos de la Internacional Comunista estaba la derrota de los intentos revolucionarios fuera de Rusia; pero el reflujo no actuaba por igual en toda Europa. ¿Qué pasaba en España? El Primer Congreso del PCE, celebrado el año 1922, aprueba una política de frente único con ugetistas y cenetistas; pero, a la hora de su realización práctica, tal política encuentra serias resistencias en los hábitos sectarios de algunos delegados. Pese a todo, el PCE llega a alcanzar en ese año la cifra de 10.000 militantes, ciertamente importante, pero muy inferior de todos modos a la del PSOE. LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA: LA ILEGALIDAD La liquidación por Primo de Rivera del régimen parlamentario y la supresión de las libertades políticas, colocan al PCE en 1923 en una difícil situación. Sus dirigentes son detenidos nitradas veces, hasta el punto de que en breve espacio de tiempo es necesario renovar por cinco veces consecutivas el Comité Central. El PCE cae en la inoperancia y se convierte en un grupo marginal. Bien es verdad que durante los primeros años de la Dictadura el dinamismo social es nulo, pero además, coincidiendo con el paso del PCE a la clandestinidad, se inicia a fines de 1924 una nueva fase sectaria en el seno de la Internacional Comunista. Las nuevas consignas internacionalistas abogan por «la no colaboración con la burguesía», por la «lucha contra los social-fascistas». El movimiento comunista internacional se aísla en un inoperante «ghetto»; los más fanáticos y sectarios tienden a ocupar los puestos decisivos.
El PCE no cayó en el izquierdismo» sectario mientras Ramón Lamoneda se mantuvo a su frente (García Quejido, viejo ya, apenas ejercía papel activo alguno; murió en 1927). Lamoneda, junto con otros dirigentes procedentes del PSOE, como César R. González (el anterior secretario general) y Rodríguez Vega. representaban la tendencia «oportunista» de renuncia a la lucha («No hay condiciones para la lucha, es preciso conservar las fuerzas para tiempos mejores»), que tratan de imponer al partido, con métodos no muy lejanos al sectarismo de la corriente «izquierdista». Ante las criticas internas a su política de pasividad, Lamoneda y otros acabarán abandonando el partido; algunos de ellos reingresarían posteriormente en el PSOE. Pero en 1925 es elegido secretario general José Bullejos, secretario del sindicato minero de Vizcaya; Bullejos, junto a dirigentes como Adame, Trilla, etc., representaba la tendencia «izquierdista», y a partir de entonces, el PCE desarrollará una línea ultra-sectaria, que le aislará, más aún si cabe, de las masas; era una «profundización» del sectarismo de la Internacional Comunista de la época; el PCE pierde en esos anos más de las nueve décimas partes de sus militantes de 1922. En Sevilla, sin embargo, la Agrupación Comunista se ve reforzada por la entrada en el partido de José Díaz, destacado dirigente sindicalista de la CNT; con él, y procedentes de las filas del anarcosindicalismo, ingresarían hombres como Antonio Mije y Manuel Delicado. Muy poco conocemos de la actividad general del partido en los años de la Dictadura de Primo de Rivera; de quiénes lo formaban a escala regional, de la extracción social de sus militantes y de su escasa incidencia en la realidad social del país; es difícil precisar incluso el número de militantes que quedan cada año, con el estrechamiento ideológico del partido; son años de inmadurez teórica, de inexperiencia política, en los que el PCE se aísla de las masas y ofrece fácil blanco a la represión. LA CAÍDA DE LA DICTADURA. La crisis económica y social precede en España al «crack» general del 29; la depresión pone de manifiesto las fuertes contradicciones internas de la Dictadura y está en el origen de una amplia serie de movilizaciones sociales. Los efectos de la crisis se hacen sentir especialmente entre los campesinos pobres y jornaleros, entre el proletariado y las capas bajas urbanas. Se inicia un fuerte ascenso del movimiento obrero. Surgen huelgas de consideración en Asturias, País Vasco, Cataluña y Andalucía. Los sindicatos se reorganizan. El PSOE cuenta con 7.940 afiliados en 1928 y la UGT con 144.269. Mientras, el PCE, aislado de la realidad social y política del país, sigue durmiendo el más profundo de los sueños sectarios. En el año 29, las luchas se radicalizan, tomando una amplitud mayor; tienen ya una dimensión claramente política contra la Dictadura primorriverista y presentan un marcado carácter antimonárquico. En esta situación, en agosto de 1929, se celebra en París, por razones de clandestinidad, el tercer Congreso del PCE. Los acontecimientos de la vida nacional planteaban la posibilidad de una revolución inminente. ¿Cuál iba a ser su carácter? ¿Qué papel le correspondía desempeñar en ella a la clase obrera y al PCE? Tales eran las cuestiones claves que se le planteaban al PCE en su tercer Congreso. El carácter de la revolución se definió entonces como el de una «revolución democrático-burguesa»: «Sólo el proletariado podía conducir consecuentemente a las restantes capas de la población trabajadora hasta la victoria definitiva de la revolución democrático-burguesa». Las fuerzas motrices de dicha revolución iban a ser la clase obrera y los campesinos, únicas clases interesadas en romper resueltamente con el viejo régimen, en arrebatar el poder político a las clases caducas y . tomarlo ellas en sus manos, para asegurar la victoria definitiva de la revolución. El Tercer Congreso aprobaba también medidas tendentes al fortalecimiento numérico e ideológico del partido, a su disciplina interna, a la ampliación de sus órganos dirigentes; era necesario enraizar el partido en los centros proletarios más importantes del país. Pero el III Congreso fue más fructífero en resoluciones que en consecuencias. En la práctica, el PCE seguía siendo un grupo político marginal; cuando en vísperas de la Re-pública todos los partidos ampliaban sus filas de manera considerable, los comunistas apenas contaban con 800 militantes. En enero de 1930 cae la Dictadura primorriverista, y el Gobierno Berenguer restablece parcialmente las libertades políticas, autoriza el retorno de los exiliados, amnistía a los presos, tolera la actividad de los partidos republicanos, del PSOE y de las centrales sindicales, pero mantiene en la ilegalidad al PCE.
Dos meses después, en marzo de 1930, se celebra en Bilbao, clandestinamente, una Conferencia Nacional del partido —la primera—, que fue denominada por razones de seguridad «Conferencia de Pamplona». El acuerdo de mayor novedad tomado por esta Conferencia es el que decide participar en la reconstrucción de la CNT sobre unas nuevas bases. Es en Sevilla donde se aplica de manera más consecuente esta política y donde el PCE llega a ser dominante en el Comité de re-construcción de la CNT. En dicha Conferencia se acuerda incorporar al Comité Central del partido a Dolores Ibarruri. En el Comité Ejecutivo seguían siendo predominantes las posiciones sectarias de Bullejos, Adame, Vega y Trilla. Mientras tanto, la Federación Catalano-Balear del PCE es escenario de fuertes enfrentamientos políticos que la esterilizan. Un grupo de trabajadores catalanes, hartos de tantas disensiones internas en el seno del PCE, crea, al margen de los propios comunistas catalanes, en 1928, el Partit Comunista Catalá, cuyo desdoblamiento legal sería el Partit Obrer y Camperol. Como órgano de expresión semanal editaron, desde 1930, la revista «Treball». Ese mismo año se produce una escisión en el seno de la Federación Catalano-Balear del PCE, encabezada por Maurín; el núcleo de la Federación que permanece fiel al partido será el que principalmente configure el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) en 1936. Por su parte, los escindidos se fusionarán después con el Partit Comunista Catalá para fundar el Bloc Obrer y Camperol; éste, después, acabaría unificándose en 1935 con la izquierda comunista (trotsquista) dirigida por Andréu Nin, dando lugar al nacimiento del Partit Obrero de Unificación Marxista (POUM). LA REPUBLICA. Socialistas y anarcosindicalistas tenían una idea contradictoria —y divergente de la del PCE— sobre la naturaleza del proceso revolucionario iniciado con la caída de la monarquía. Los primeros consideraban que se trataba de una revolución puramente burguesas que por ello debían ser los partidos republicanos burgueses los que asumieran su dirección. Los anarcosindicalistas partían también del mismo supuesto la revolución era puramente burguesa—, pero su conclusión operativa va a ser completamente opuesta: Ninguna colaboración activa con la República del 14 de abril; hay que ir a la revolución social para instaurar el «comunismo libertario». Los comunistas, por su parte, faltos durante los primeros meses de la República de directivas claras de Moscú, improvisaban —guiándose por la línea general, ultraizquierdista, que sigue la Internacional Comunista en ese período—. Su posición puede re-sumirse en las siguientes consignas: «¡Abajo la República burguesa de los capitalistas, los generales y el clero! ¡Por la República de los soviets de obreros, soldados y campesinos!». A las elecciones municipales del 14 de abril del 31, el PCE había ido con los consabidos llamamientos en contra de cualquier compromiso y a favor del «Gobierno obrero y campesino» (3). La política del PCE se orientaba así en la línea de resolver las «cuestiones pendientes» de la inacabada revolución burguesa; pero como la burguesía ya no era revolucionara, el proletariado debía atacar y desenmascarar a la contrarrevolucionaria burguesía y asumir el papel dirigente en la operación de liquidar las «supervivencias feudales» (latifundismo, dominio de la Iglesia, castas militares, aristocracia, opresión de las nacionalidades...) Lo que resultaba de estos presupuestos políticos era el enfrentamiento, al lado de la CNT, del PCE con la naciente República; aunque se afirmara que sólo cuando hubieran sido resueltos estos problemas (los planteados por la revolución democrático-burguesa), el proletariado podría pasar al ataque frontal contra la propiedad privada capitalista de los medios de producción, es decir, pasar a la etapa socialista, instaurando la Dictadura del Proletariado. Por esta vía, el 15 de mayo de 1931, PCE e CNT caen en una provocación que los monárquicos tienden a la República. El resultado será la convocatoria de una Huelga General; coincidiendo con la huelga, pero al margen de ella, se produce la quema de iglesias. La Jornada constituye el mejor regalo que podían esperar los enemigos del nuevo Régimen (y que por su parte, detienen en ese día confuso a 100 simpatizantes del PCE que habían acudido a manifestarse a la Plaza Mayor). En un clima de tensión, en el que se suceden las huelgas reivindicativas y políticas, y en el cual se manifiesta la impaciencia creciente en las masas trabajadoras defraudadas por la República que no colmaba sus esperanzas, se celebran el 28 de junio las elecciones a Cortes Constituyentes, en las que el PCE no obtiene ningún acta de diputado. La necesidad perentoria de disponer el partido de un órgano oficial de Prensa con el que entonces no contaba, había llevado en agosto de 1930 a publicar el primer «Mundo Obrero», que se convierte en el órgano central del PCE, editado entonces semanalmente; un año más tarde, el 14 de diciembre, dicho semanario se convertía en el periódico diario del Partido Comunista de España. 1932: EL GRAN VIRAJE. En la trayectoria del PCE, 1932 es el año del gran viraje, el año del IV Congreso celebrado en Sevilla el 17 de marzo. La instauración de la República, las fuertes movilizaciones de masas que exigían del Gobierno una legislación social más avanzada, sobre todo en lo que a la Reforma Agraria se refería, y la negativa experiencia del partido en las elecciones municipales del 31, situaban al PCE en la necesidad, si quería jugar algún papel en la revolución española, de elaborar una estrategia política nueva, en consonancia con lo que sucedía en el país. En el PCE predominaban todavía las posiciones políticas de Bullejos. En el Congreso, José Díaz, secretario provincial de Sevilla, puso el acento en su intervención en la necesidad de trabajar en el seno de los sindicatos en que se hallaban organizados los trabajadores -CNT y UGT- y planteó como un objetivo primordial para el partido el ganarlos para la lucha política, interviniendo en la orientación de sus acciones reivindicativas. José Díaz pretendía corregir la orientación vigente en el partido en la que veía un freno a su desarrollo, ya que lo alejaba de las masas. Tales opiniones, defendidas también por Dolores Ibarruri, entre otros, y que representaban a las organizaciones más activas y con arraigo popular, las de Sevilla y Vizcaya, provocaron una grave crisis política en la dirección del PCE. Poco conocemos de cómo se fue resolviendo esta crisis; tan sólo sabemos que meses después del cuarto Congreso se expulsaría del partido a Adame, Bullejos y Trilla. ¿Cuál fue durante todo ese proceso la actitud de la Internacional Comunista ante la revolución española y el hasta entonces equipo dirigente del partido? ¿Se aplicaron inmediatamente estas nuevas orientaciones del PCE? ¿Su elaboración suponía en parte cierta independencia respecto a las consignas de Moscú o, por el contrario, fue Moscú quien facilitó el cambio? En cualquier caso, sabemos que en agosto de 1932 hay un conflicto entre la IC y la dirección de su sección española. Cuando el general Sanjurjo intenta dar su golpe de estado, la dirección del PCE lanza la consigna de «defender la República». La IC consideró oportunista tal medida. Meses después del IV Congreso, en el que José Díaz había sido elegido miembro del Comité Central, tras la destitución de Bullejos pasa a ocupar la secretaría general y con él acceden a la dirección del partido Dolores Ibarruri (ya miembro del Comité Central), Pedro Checa, Antonio Mije, Manuel Delicado y Vicente Uribe, todos los cuales seguirán al frente del partido durante los acontecimientos de Octubre del 34 en Asturias, durante la experiencia del Frente Popular y en la Guerra civil. Tras este cambio de política y con una dirección recién estrenada, empieza a consolidarse el PCE como una fuerza política importante. No obstante, el abandono de las posiciones sectarias y el paso a planteamientos más unitarios en el movimiento obrero tendrán aún que desarrollarse en el terreno práctico. Los cambios originados en la IC en su VII Congreso y la elaboración de la política frente-populista en 1934, van a facilitar la nueva línea del PCE. Un paso muy serio hacia la unidad lo constituyó la integración del sindicato comunista (CGTU) en la UGT socialista, a fines de 1935. La CNT había expulsado de su seno a fines de 1932 v comienzos del 33 a algunos sindicatos sevillanos por «políticos» y por estar dirigidos por comunistas. Los expulsados, junto a algunos otros autónomos hablan formado poco después la Confederación General del Trabajo Unitaria. Por estas fechas, Dolores Ibarruri expuso ante la Komintern la necesidad de superar la división sindical y terminar con los Sindicatos Rojos existentes en España; lo cual, en un momento en que la política internacionalista de la IC estaba centrada en las consignas antiunitarias y de guerra al «social-fascismo», colocaba al PCE en una posición difícil. De hecho, también en la IC era inminente un cambio de táctica, obligado por el ascenso del nazismo en Alemania y la consiguiente derrota de socialistas y comunistas. El giro de 1932 no está todavía suficientemente estudiado. Así, por ejemplo, a las elecciones legislativas de noviembre de 1933, el PCE acude con una plataforma sectaria en la que se dice que «los partidos de la democracia burguesa, junto con los socialistas... han sido y son el centro organizador de toda la contrarrevolución», y sin embargo, simultáneamente se presenta en Málaga la primera candidatura conjunta de las fuerzas que luego iban a formar lo que se llamaría el Frente Popular: la del médico comunista Cayetano Bolívar, que resultó elegido. Es la primera vez que se forma en toda Europa una candidatura que incluye a socialistas y comunistas. En estas elecciones de noviembre, el PCE obtuvo ya 400.000 votos, lo que suponía un serio adelanto respecto a los 60.000 que había logrado en las Cortes Constituyentes, aunque aún distaba mucho del 1.800.000 votos socialistas (el número total de votantes fue de 8.700.000). EL FRENTE POPULAR El viraje de la IC en su VII Congreso del verano de 1934, favorece a la incipiente política unitaria del PCE. La favorece también el proceso de radicalización que se estaba produciendo en el PSOE. En diciembre de 1933, Largo Caballero se pronunciaba por la «Unidad obrera», por la «República social» y por la «concepción leninista del Estado». Simultáneamente propone la formación de Alianzas Obreras en todo el país. Las Alianzas Obreras se crearon inicialmente en Cataluña a fines de 1933. En febrero de 1934, el PSOE hace suya la propuesta de Largo Caballero de crearlas en toda España, invitando a todas las organizaciones obre-ras a entrar en ellas. En septiembre de 1934, el Comité Central del PCE acuerda el ingreso de los comunistas en ellas, aunque subrayando la necesidad de que se incorpore también a los campesinos. El 5 de octubre de 1934, para evitar la entrada de la CEDA en el Gobierno, se produce una fuerte movilización popular. En Asturias, donde la unidad obrera era un hecho, tal movilización se convierte en insurrección armada. Aunque el levantamiento es aplastado, la participación del PCE eleva considerablemente su prestigio y favorece la política de alianzas. En abril de 1935, siguiendo el ejemplo francés, el PCE postula la creación de un bloque popular antifascista. Pese a las resistencias iniciales de anarcosindicalistas y del ala izquierda del PSOE, esta política quedará plasmada en la coalición electoral establecida por sindicatos y partidos de izquierda, puestos de acuerdo sobre un programa mínimo de 14 puntos. La coalición alcanza un triunfo inesperado en las elecciones de febrero de 1936. Las medidas represivas adoptadas por el Gobierno Lerroux tras la insurrección asturiana, provocaron una violenta reacción social. Obreros y campesinos, olvidando sus decepciones del «primer bienio,,, se incorporaron en masa al Frente Popular. A ello hay que añadir el convencimiento general de que las fuerzas reaccionarias preparan un golpe fascista cuyas víctimas iban a ser tanto los partidos republicanos como las organizaciones obreras. Con el triunfo del Frente Popular creció la influencia del PCE. Poco antes, en junio de 1935, se había celebrado el Congreso Constituyente del Partido Comunista de Euzkadi. De febrero a junio de 1936 los efectivos del partido pasaron de 30.000 a 84.000 militantes; en vísperas del 18 de julio, contaba ya en sus filas con 100.000 afiliados. ¿Encajaba la situación española con las formulaciones políticas de frente popular de la Internacional Comunista? En el verano de 1936, Dimitrov había expuesto ante el VII Congreso de la IC la necesidad de elaborar una táctica popular contra el fascismo, capaz de lograr la unidad de acción con los socialistas; pero también expuso que era imprescindible considerar como piedra de toque del internacionalismo proletario la lucha por la paz y la defensa de la URSS. ¿Supuso esto en alguna medida que los partidos comunistas pospusieron el avance en la revolución de sus propios países en aras de la seguridad por la paz mundial y la defensa del Estado soviético? ¿Afectó esto de alguna manera en la política aplicada por el PCE en nuestro país? (4). LA GUERRA CIVIL Durante los meses que precedieron al golpe del 18 de julio, los comunistas, conscientes del peligro fascista, desplegaron una intensa actividad, denunciando en el parlamento, en la calle, en el campo y en las fábricas, la inminencia del golpe militar fascista y sus ramificaciones internacionales. Sin embargo, el Gobierno de la República no adoptaba medidas concretas para detener la conspiración. Los propios socialistas de izquierda y los anarcosindicalistas atribuían una entidad menor al peligro fascista, convencidos de que había que avanzar hacia la inminente revolución proletaria y que, por tanto, no tenían mayor interés las diferencias entre un Gobierno democrático burgués y otro fascista. Tras el levantamiento militar, la respuesta popular y de todas las organizaciones que componían el Frente Popular fue firme y unánime, cerrando filas en torno a la defensa de la legalidad republicana. Un hecho importante que venía a fortalecer a los comunistas fue la unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas, el primero de abril de ese mismo año, Santiago Carrillo fue elegido primer secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas. Entre los dirigentes más destacados figuraban Federico Melchor y José Laín, procedentes de las Juventudes Socialistas; Trifón Medrano y Felipe M. Arconada, de las Comunistas.
Santiago Carrillo describe así los motivos que les llevaron a tal unificación: «Considerábamos a la Revolución rusa cono un ejemplo a seguir. Y era este sentimiento el que nos guiaba en la búsqueda de la unidad con la juventud comunista. Habíamos entablado conversaciones y conseguido la unidad de acción antes de 1934, después continuarnos el diálogo en las cárceles y en los comités de acción para la lucha contra la represión. En 1936, después de la victoria del Frente Popular, decidimos pasar a la unificación. Había cierta dosis de utopismo en la estimación de las posibilidades del partido socialista. Deseábamos en general la unificación de la II y la IIII Internacional sobre unas bases revolucionarias. La Juventud socialista, por otra parte, había abandonado ya la II Internacional; lo habíamos decidido en el congreso en que yo había sido elegido secretario general, sin adherirnos todavía a la III... Esta unificación de las Juventudes fue motivo de una batalla contra la derecha y el centro del Partido Socialista, porque la juventud socialista, en su conjunto, estaba en posiciones de izquierda. Firmamos la unidad con ocasión de la primera visita de nuestra delegación a Moscú, en 1936, inmediatamente después de mi salida de la cárcel.» (5) Una segunda realización unitaria de no menor trascendencia para el desarrollo del PCE la constituyó, ya en plena guerra civil, la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña, que tuvo lugar el 23 de julio de 1936, como resultado de la fusión de cuatro partidos obreros: el PCE de Cataluña (los militantes que habían quedado en la Federación catalano-balear del partido, tras la escisión de Maurín en 1930); la sección catalana del PSOE; la Unión Socialista, presidida por Joan Comorera, y el Partido Proletario. El propio Comorera fue el primer secretario general del PSUC. Un año después de su fundación, los comunistas catalanes contaban en sus filas con 60.000 militantes, el 62 por 100 de los cuales eran obreros, y el 20 por 100 campesinos. Partidarios de mantener la lucha armada hasta el final —se consideraba la guerra española como la primera batalla internacional contra el fascismo—, los comunistas tuvieron una preocupación constante a lo largo de toda la contienda; orientar y encauzar las actividades de las masas y de su ejército popular al logro de la victoria, insistiendo en el mantenimiento de la unidad del Frente Popular y en la defensa de la independencia nacional. Las fuerzas del partido iban creciendo y consolidándose en el transcurso de la guerra: en un informe presentado por José Díaz al partido en marzo de 1937, da como cifra global la de 250.000 militantes, distribuidos de la siguiente manera: — 87.000 obreros industriales — 62.000 obreros agrícolas — 76.000 campesinos — 15.000 procedentes de las capas medias — 7.000 intelectuales y profesionales liberales. De los 250.000, 130.000 estaban el Ejército, lo cual determinaba que si bien la penetración del PCE era espectacular en el frente, en cambio, la conquista de las masas trabajadoras de la retaguardia por los comunistas era más lenta y escasa (excepto en Cataluña) y en especial, entre el proletariado agrícola. A los efectivos generales del PCE, había que añadir los 45.000 militantes con que en esas fechas contaba el PSUC. En el transcurso de la lucha por defender la República democrática y la soberanía republicana, fueron surgiendo contradicciones entre las distintas fuerzas; es decir, entre las diferentes posturas políticas que adoptaban los partidos y organizaciones defensores de la República. ¿Cuál fue la posición del PCE ante estos hechos? ¿Cómo actuó el PCE en la guerra civil? Gerald Brenan juzga así la actuación de los comunistas españoles durante la guerra civil (6): «En ellos había un dinamismo que no poseía ningún otro partido de la España republicana. Con su disciplina, con su capacidad de organización, en su empuje, con su comprensión de la técnica contemporánea militar y política, ellos —los comunistas— representaban algo nuevo en la Historia de España... Y con los medios relativamente débiles que tuvieron a su disposición consiguieron éxitos muy grandes. Sacaron de la nada un gran ejército y un Estado mayor que ganaron grandes batallas. Su propaganda fue muy hábil; durante dos años fueron el corazón y el espíritu de la resistencia antifranquista.»
Releyendo hoy los discursos de José Díaz, entonces secretario general del PCE (7), es posible aclarar —y cuestionar también— muchos de los enigmas planteados por la actuación de los comunistas durante la guerra civil. El 31 de agosto de 1936, un mes después de la sublevación fascista., José Díaz, en una alocución por radio desde Madrid, decía: «¿Por qué lucha en estos momentos el pueblo español? Por la defensa de sus libertades y los derechos democráticos, contra el fascismo, contra los militares traidores que quieren sumir en la barbarie, en la miseria y el hambre a nuestro país. En esa lucha en defensa de la República, el PCE está en primera fila... Queremos vivir en paz con todos los pueblos del mundo. Defendemos las más puras esencias ,de la democracia, luchamos porque los obreros tengan un salario remunerador, por-que no vuelvan a ser azotados por el espectro del paro y el hambre; luchamos por una legislación justa, por la igualdad de derechos políticos y sociales para la mujer; luchamos porque los campesinos tengan tierra suficiente para poder vivir... Defendemos las libertades a que tienen derecho Cataluña, Euzkadi, Galicia y Marruecos. Respetamos las ideas religiosas tanto como deseamos sean respetadas las nuestras.» El 22 de octubre de ese mismo año, en el cine Monumental de Madrid, alertaba sobre las consecuencias que el triunfo del fascismo podría traer para todas las capas de la población: «¿Es que el fascismo, o mejor dicho, la lucha contra el fascismo es una cosa que interesa solamente a los trabajadores, que sólo a ellos les interesa vencer en esta guerra? No. Hay, que ir mucho más lejos. También los empleados, la pequeña burguesía, los campesinos, la burguesía media, tienen que luchar, porque el fascismo, donde triunfa, liquida los partidos obreros, los partidos republicanos de la pequeña burguesía y de la burguesía media. Porque el fascismo es el representante de los grandes monopolios industriales y financieros, de los grandes terratenientes.» Y en las Cortes, en representación de la minoría comunista de la que él formaba parte como diputado por Madrid, explicando el porqué de la lealtad de dichas fuerzas democráticas a la República, añadía el primero de diciembre de 1936: «Ganar la guerra significa mantener y respetar el régimen democrático, las instituciones parlamentarias que se ha dado libremente nuestro país desde el advenimiento de la República y que fueron ratificadas por la voluntad popular en las magnas elecciones del 16 de febrero...» «... No hay que pararse en ensayos de tal o cual doctrina económica, de tal o cual sistema teórico, en querer construir demasiado el (lauro, olvidándose del presente. El presente nos dice que lo primordial, lo inmediato, lo urgente, lo indispensable, es GANAR LA GUERRA. Pues si no se gana la guerra todos los ensayos doctrinales, todas las realizaciones de carácter social, caerá,, corno un castillo de naipes bajo las botas dominadoras del militarismo y del fascismo. Por eso, nosotros comunistas, sin renunciar ni un ápice a nuestra ideología y a nuestro programa, decimos que hoy no puede haber más que un solo programa, una sola idea, un solo objetivo: GANAR LA GUERRA». UN PARTIDO DE GOBIERNO En septiembre de 1936, el Partido Comunista entra a formar parte del Gobierno republicano con dos carteras, la de Instrucción Pública y la de Agricultura. El 7 de octubre de 1936, un mes después de haber entrado el PCE en el Gobierno, un ministro comunista, Vicente Uribe, firmaba el decreto sobre la Reforma Agraria; se sistematizaban las medidas que generalmente ya habían sido tomadas por los campesinos: expropiación por responsabilidades políticas, o por fuga, y reparto de las grandes propiedades. Las comunidades (dice Pierre Vilar) eran libres de elegir entre la explotación individual o la colectiva. En mayo de 1938 se dieron las siguientes cifras: 2.432.202 hectáreas expropiadas por abandono o por responsabilidades políticas, 2.008.000 por utilidad social, 1.252.000 ocupadas provisionalmente y sujetas a revisión. Por lo que respecta al impulso cultural, en plena guerra se abrieron mas de 10.000 escuelas nuevas, se mejoraron los sueldas de los maestros, se fundaron Institutos obreros donde los trabajadores recibían gratuitamente enseñanza secundaria. Entre los soldados se organizaron, desde el Ministerio de Instrucción Pública, «milicias de Cultura» para desarraigar el analfabetismo. Numerosos historiadores, hombres políticos y militantes, al abordar este fecundo y discutible período, se han planteado la siguiente cuestión: ¿No congeló el PCE en cierta manera, la revolución? ¿No quebró la iniciativa popular, en aras de ese objetivo primordial que era ganar la guerra? ¿ No se planteaba el PCE de una manera un tanto esquemática las etapas por las que había de pasar la revolución española? «Los comunistas nos opusimos a cualquier iniciativa que pudiese perjudicar el apoyo popular a la causa de la República (en concreto a las colectivizaciones forzosas)... errores como ese, se traducirían inmediatamente en una desmovilización en el frente. En cambio, todas las empresas importantes y los latifundios pasaron bajo el control ele los trabajadores, y no sólo establecimos consejos obreros), sino que intentamos conseguir que éstos fuesen elegidos directamente por los obreros de las fábricas... El Gobierno y sobre todo las fuerzas populares —dado que existía un Comité de Frente Popular- y un Comité de Unión Sindical que ejercían un poder político quizá mayor que el del Gobierno—, lograron durante aquel período superar esas contradicciones (8) e incluso reforzar la unidad: es decir, fueron las grandes derrotas militares, las perspectivas de derrota que siguieron a la intervención de Hitler y Mussolini, y a la llamada política de «no intervención», de las demás potencias capitalistas, las que crearon las condiciones del derrumbamiento del Frente Popular» (Santiago Carrillo). ¿Supuso la experiencia del Frente Popular en España una experiencia de democracia social de nuevo tipo, no prevista hasta entonces por los teóricos del marxismo, pero desarrollada después por los abanderados del eurocomunismo? ¿No hay que buscar en esa experiencia el embrión de las formulaciones sobre la construcción del socialismo por una vía democrática? Se hacía de hecho, al mismo tiempo que la guerra una revolución democrática nueva, puesto que en sus transformaciones sociales las masas populares iban mucho más allá que el mero ejercicio de las libertades burguesas. TRAS LA DERROTA, EL REPLIEGUE. LA POLÍTICA DE UNIÓN NACIONAL Los años inmediatos al fin de la guerra fueron años de represión para todos los partidos y personalidades de la República, especialmente los comunistas; fueron años de miseria en las capas populares, de destrucciones y de aislamiento internacional. El PCE, al igual que las restantes organizaciones políticas democráticas, entraba en el período más duro de su historia: cuarenta años de Dictadura marcados por el terror, el exilio y la clandestinidad. La nueva situación hizo imprescindible una total reorganización; los comunistas pasaban de la legalidad y la participación en el poder, a la más completa ilegalidad, a la clandestinidad más cerrada. Por duras que fueran las condiciones, el PCE decidió continuar el combate. Adaptarse a la clandestinidad y el exilio, organizar lo poco que la represión de los primeros momentos había dejado en pie del aparato del partido, ir creando poco a poco un partido nuevo. Desde la cárcel, hombres como Mesón, Ortega, Girón, Ascanio... continuaban dirigiendo la actividad de los comunistas madrileños; existía organización en Euzkadi, dirigida por Realinos, grupos de camaradas en Galicia, Andalucía, Extremadura, Navarra, Valencia, etc. En Cataluña, el PSUC se mantenía. Se editaba «Mundo Obrero». El Partido se reorganizaba también en la emigración, especialmente en Francia, África del Norte, México, Cuba, Argentina, Chile y Uruguay. A los cinco meses de la derrota de la República, comenzó la II Guerra Mundial. Hasta mayo de 1940 la diplomacia franquista deseó agrupar a neutrales y beligerantes contra la URSS. Una vez que el ejército alemán se instala a orillas del Bidasoa, Franco pasa de la «neutralidad, a la «no beligerancia» activa. En los manifiestos del Comité Central de agosto de 1941 y de septiembre de 1942, el PCE llamaba a crear la Unión Nacional de todos los españoles, aunando los esfuerzos en torno a lo que ellos consideraban la cuestión decisiva del momento: impedir la entrada de España en la guerra mundial y oponerse a la ayuda que la dictadura otorgaba a las potencias fascistas. «Ni un hombre, ni un arma, ni un grano de trigo para Hitler», fue la consigna lanzada entonces por el partido. Dicha política —la de la Unión Nacional— se basaba en el hecho de que las fuerzas opuestas al hitlerismo eran más amplias que las que habían luchado en favor de la República. Existía la posibilidad —teórica al menos— de un reagrupamiento de fuerzas políticas, que poniendo fin a la división entre españoles abierta por la guerra civil, incorporase a la acción contra la dictadura a sectores sociales que antes la habían apoyado, y que ya en 1941 se pronunciaban a favor de la coalición antihitleriana y por la neutralidad española. En su deseo de facilitar la constitución de la Unión Nacional, el Comité Central propuso en el manifiesto de septiembre un programa susceptible de ser aceptado por fuerzas de izquierda y derecha, dispuestas a luchar contra el franquismo. Un punto esencial de dicho programa lo constituía la propuesta de crear un gobierno de unidad nacional, que una vez derrocada la Dictadura y restablecidas las libertades políticas llevara a cabo unas elecciones para que el pueblo, libre y democráticamente, decidiese el futuro régimen del país. Pocos meses antes de la citada reunión del Comité Central, había muerto en Tiflis, capital de la Georgia soviética, José Díaz, el 21 de marzo de 1942. Para sustituirle fue designada Dolores Ibarruri. El PCE se había constituido en la principal —y única en ocasiones— fuerza organizada contra la dictadura franquista en el interior del país. En 1943, y a pesar de la represión, se edita «Mundo Obrero» en Madrid, Andalucía, Galicia y Asturias; «Verdad», en Valencia; «Unidad» en Málaga; «El Obrero» en Canarias y «Nuestra Palabra» en Baleares. Por entonces, la dirección del PCE estaba dispersa en varios centros de organización; existía, además de las delegaciones del Comité Central que operaban en España y Francia, las más relacionadas entre sí, un centro de dirección en Moscú, en torno a Dolores Ibarruri, secretario general del partido, que disponía de la radio y daba orientaciones políticas generales, aunque tropezaba con grandes dificultades, debido a la falta de enlaces. Otro centro funcionaba en México con los camaradas Uribe y Mije, directamente ligado a! Gobierno Republicano en el Exilio formado después de la derrota. Tanto el núcleo dirigente mexicano como el de Argentina, dirigido por Claudín, se limitaban entonces a la orientación política de las organizaciones en la emigración de América Latina, a falta de otras posibilidades de coordinación e información. Desde Portugal y Argelia, donde actuaba Santiago Carrillo en tareas de dirección, se encontraban también con dificultades para mantener contacto rápido con las organizaciones del interior del país y con Francia. LAS GUERRILLAS: 1944-1949 La guerrilla se había formado espontáneamente en diversas regiones de España, al ocuparlas las tropas fascistas; la integraban grupos de republicanos obligados a huir para salvarse de la muerte y que no habían podido pasar a la otra zona. Al producirse la derrota, el movimiento se vio nutrido con nuevos grupos de fugitivos. El PCE apoyó desde el principio el movimiento guerrillero, intentando dar a la prolongación de esta lucha armada un contenido político, y no de mera resistencia física. Como jefes organizadores y combatientes del movimiento guerrillero, cayeron muchos comunistas: Ramón Vía, Manuel Ponte, Cristino García, Pérez Galarza, ... A partir del año 1943, tras la victoria soviética de Stalingrado, la guerra mundial da un viraje radical y se suceden las derrotas del eje fascista. El PCE y otras fuerzas de izquierda, y en especial el Gobierno Republicano en el Exilio, confían entonces en que la derrota mundial del fascismo significará el fin de la dictadura de Franco. Se confiaba en que los países aliados ayudarían en este sentido a la oposición a terminar con el franquismo. En esa perspectiva, el PCE empezó a organizar grupos guerrilleros en el exilio, que fundiéndose con los ya existentes en el interior del país, pudieran preparar un recrudecimiento de la lucha armada que favoreciera la intervención de las potencias aliadas. Para reforzar el trabajo del partido en el interior, volvieron clandestinamente al país, entre otros, Santiago Álvarez, Sebastián Zapiraín, etc., más tarde detenidos y condenados a largos años de prisión. La organización de Argelia, donde se encontraba entonces Santiago Carrillo, comprá armas y entrena militarmente a un total de 60 camaradas, que constituyen la Agrupación Guerrillera de Málaga, cuyo objetivo principal sería (¡!) cruzar el Mediterráneo y provocar un desembarco. Pero el intento más importante en esa dirección iba a basarse en aquellos españoles que durante su exilio forzoso en Francia habían participado activamente en la resistencia francesa y, organizados como guerrilleros, habían tenido una participación importante en la lucha armada contra los invasores hitlerianos. Al liberarse Francia, la Agrupación de Guerrilleros Españoles, compuesta por unos 12.000 hombres, concentró sus fuerzas cerca de la frontera española con el propósito de participar en la lucha por la liberación de su país. La delegación del Comité Central en el interior dio entonces a la de Francia instrucciones precisas para crear un frente militar en la vertiente española de los Pirineos. Se preparaba una invasión por el Valle de Arán. Iniciada la penetración en el país, se reconsideró la operación, procediendo a retirar las unidades, que sólo llegaron a enfrentarse en pequeñas escaramuzas con las fuerzas del orden, sufriendo pocas bajas. A pesar de estas dificultades y reveses, el PCE continuó insistiendo en la posibilidad de provocar un levantamiento nacional, impulsando la acción guerrillera local, con pequeños grupos en todas las regiones. El objetivo final consistía en conseguir un auténtico levantamiento general. La actividad de las guerrillas se prolongaba, no sin una buena dosis de subjetivismo político, ayudado por un comportamiento heroico y disciplinado de los militantes. Según estimaciones hechas por la Guardia Civil, en el período 1939-49 debieron de actuar —entre grupos móviles y puntos de apoyo en los pueblos— unos 15.000 guerrilleros. En 1947 empieza el resurgir de las luchas reivindicativas, todavía muy tímidamente, en algunas empresas metalúrgicas de Madrid, en el textil en Cataluña, en Guipúzcoa... En el año 1948, coincidiendo con este resurgimiento de las movilizaciones obreras y con un declive de la actividad guerrillera, una delegación de dirigentes del partido compuesta por Dolores Ibarruri, Santiago Carrillo y Francisco Antón, se entrevista con Stalin en Moscú. En las conversaciones, Stalin deja entrever la posibilidad de abandonar la táctica guerrillera y la necesidad de impulsar el trabajo en las organizaciones de masas. El fin de la guerrilla era inminente. El 4 de noviembre de 1950, la ONU anulaba su resolución de 1946, autorizando a las potencias occidentales a enviar embajadores a Madrid. España ingresaba en la FAO. La guerra había terminado definitivamente y la lucha guerrillera había fracasado. Fue un episodio heroico, al margen, salvo excepciones, de la vida nacional. Su prolongación más allá de lo razonable quemó posibilidades de cuadros dirigentes para el partido.
El aislamiento y la represión provocaron en los últimos años de la acción guerrillera una desmoralización muy seria: las agrupaciones estaban a punto de convertirse en pequeñas partidas, para cuyos hombres la supervivencia se transformaba en único objetivo. El PCE procede en 1949 a la retirada de los ya escasos focos guerrilleros que quedaban dispersos; la incorporación de esos hombres a la vida civil, entonces, era prácticamente imposible, y en su mayor parte pasan a engrosar las filas de la emigración política. En 1950 no había ya guerrilleros comunistas españoles. Ante la consolidación definitiva del franquismo, va creciendo dentro del PCE una opinión favorable a un cambio de táctica, a una nueva estrategia política más adaptada a la realidad y a las nuevas necesidades del país. El PCE comienza entonces un viraje político de 180°: intenta combinar el trabajo ilegal con el aprovechamiento de las posibilidades legales en los sindicatos verticales y en cualquier organización de masas posible, acercando el partido a las capas populares. La aprobación de esa nueva táctica inicia importantes cambios en la vida del PCE. Por un lado, comienza a enraizarse en las masas nacidas a la vida social después de la guerra civil; por otro, el propio contacto con la realidad social española va a presionar a favor de cambios en el interior del PCE y de su doctrina; cambios que van a irse esbozando, con avances y retrocesos, en una dialéctica continua de los acontecimientos y las ideas, y que culminará ya bien entrada la década de los sesenta. Gracias a la nueva táctica sindical, en las elecciones a enlaces de octubre de 1950 son elegidos algunos comunistas y otros obreros combativos, especialmente en Cataluña. Las primeras movilizaciones obreras del año 1951 marcan la pauta de una nueva etapa en la historia del PCE. II - De la guerrilla a la legalización
AL finalizar la Segunda Guerra Mundial, Franco está aislado internacionalmente; para un régimen que en gran parte había conquistado el poder gracias a sus amigos extranjeros, la situación era potencialmente grave. Pero ya no estamos en 1936; los vencedores de la guerra civil han aprovechado su triunfo y hoy -1945,1946 y 1947—, los del Frente Popular están prácticamente aniquilados. Quienes todavía mantienen la lucha, los guerrilleros, no pueden integrar sus acciones en una movilización popular creciente que desemboque en la insurrección antifascista: las fuerzas represivas se valen del hambre y del miedo para mantener a los hombres de la sierra lejos de obreros y campesinos. Cuando la coyuntura internacional cambia, en 1947, y los aliados antifascistas se enfrentan en una guerra fría, el PCE va a pasar una de sus peores épocas. Franco maniobra en busca de nuevos padrinos exteriores: no intenta aparecer ya como el aliado de los nazifascistas, sino como el «precursor» de la lucha contra el comunismo; en consecuencia, la represión se dirige primordialmente contra «los hombres de Moscú». Simultáneamente se rompe en el exilio la unidad del Frente Popular: los comunistas, aislados, no tienen otra alternativa que mantener en el interior del país la lucha contra Franco; los demás pueden pensar que Washington o Londres van a obligar a Franco a llamarles a ellos desde el exilio y ponerles en su lugar; no se daban cuenta de que para Foster Dulles, Franco era entonces lo más adecuado para España. 1948 abre un período particularmente duro para el PCE. La policía logra golpearle repetidas veces; los comunistas no acaban de encontrar la mejor forma de defenderse de la represión; pasar de la guerrilla —campos delimitados, choque frontal—, a la lucha de masas —acción en el interior del enemigo, acumulación de fuerzas—, no es cosa fácil. No levantan cabeza hasta que deciden dirigir toda la actividad desde el exterior mediante la introducción de militantes clandestinos aislados entre sí, y rápidamente sustituidos al menor síntoma de peligro. Todo intento de estructuración de Comités regionales, direcciones en el interior, etc., termina con sus miembros —Monzón, Zoroa, Sánchez Viedma, Lucas...— ante pelotones de ejecución. LA RECONSTRUCCIÓN DE LAS BASES DEL PARTIDO La década de los cincuenta va a ser la de la reconstrucción, con ese método, de la organización, aplicando la nueva táctica de lucha de masas; tal reorganización va a dar cada vez más fuerza en el interior del partido a opiniones favorables a una revisión táctica más profunda que extraiga todas las consecuencias necesarias del abandono de las guerrillas, que permita ver «que la guerra ha terminado» y que al PCE le urge salir del aislamiento. Los comunistas concurren a las elecciones a enlaces el año 1950, obteniendo algunos puestos. Tales puestos sindicales van a permitir realizar la primera acción de masas de la postguerra: el boicot de los transportes y los paros de protesta contra la carestía que durante once días tienen lugar en Barcelona en 1951. Los estudiantes apoyan estas acciones obreras, por lo que el gobierno clausura la Universidad cata-lana y poco después la de Madrid. A estas primeras acciones de Barcelona le siguen en abril de ese mismo año una huelga de cuarenta y ocho horas en el País Vasco contra la carestía, y otra, de menor entidad, en los transportes madrileños. Las repercusiones de estas movilizaciones obreras en la relativa calma política de la postguerra son de tal amplitud que van a dar lugar a una crisis de gobierno. Ruiz Jiménez y Martín Artajo entran en la nueva formación gubernamental. Serán los ministros que tras la vuelta de los primeros embajadores, propiciada por la ONU a partir de 1950 (9), logren encajar a España en los nuevos pactos de la guerra fría: en septiembre de 1953, y tras un largo período de negociaciones que desembocan en la firma del Concordato con el Vaticano, el gobierno de Franco y los EE.UU. concluyen sus primeros contactos político-militares con los Pactos de Madrid. Se había recorrido un camino importante en la normalización diplomática del Régimen franquista. El PCE reacciona denunciando tales acuerdos con una declaración conjunta del Comité Central y del Secretariado del PSUC. Tres meses después de los pactos militares yanki-franquistas las movilizaciones obreras se reproducen: 3.000 trabajadores de la Euskalduna, de Bilbao se declaran en huelga en demanda de mejoras salariales; la huelga duró nueve días y con ella se solidarizaron algunas factorías importantes de Vizcaya y Guipúzcoa. El gobierno revisó entonces las Reglamentaciones de trabajo y otorgó importantes aumentos de sueldo; se abría así una brecha en el bloqueo salarial. Durante los años siguientes, y hasta 1956, se aceleraría el desarrollo económico centrado en torno a un proceso incipiente de industrialización, facilitado por la ayuda extranjera y los intercambios con el exterior que la nueva situación diplomática permitía. Las primeras acciones reivindicativas del mundo obrero antes descritas muestran la presencia incipiente de la juventud universitaria al lado de los trabajadores. Un importante número de intelectuales se distanciaba cada vez más de las posiciones políticas del Régimen franquista y adoptaba otras distintas que iban desde el liberalismo y la oposición monárquica hasta el reformismo y el comunismo. (Años antes, durante la lucha guerrillera, el PCE había intentado agrupar a los intelectuales antifranquistas en una Unión de Intelectuales Libres, y asimismo había intentado recomponer la antigua FUE, Sindicato estudiantil de izquierdas, anterior a la guerra civil). En el campo de la poesía, la novela, el cine, la pintura, etc., figuraban ya destacados intelectuales (Celaya, Blas de Otero, López Salinas, Ortega, Sastre, Zamorano, Ferlosio, Aldecoa, Carmen Martín Gaita, Bardem...) que hacían de sus obras un instrumento de denuncia social y de lucha por la libertad. EL V CONGRESO DEL PCE: 1954 Desde 1951 la organización interior conocía una época de éxitos, no exentos de dificultades, pero en la que ya la policía no lograba desarticular al partido. En tales logros organizativos jugaron un papel primordial militantes de fidelidad a prueba, recién salidos de la cárcel, tales como Simón Sánchez Montero. El PCE, siendo una organización numéricamente más pequeña que en años anteriores, había adquirido una mayor influencia política, especialmente en los sectores más avanzados de los trabajadores industriales y de los intelectuales y estudiantes universitarios. Las movilizaciones de los años anteriores, en las que el PCE había jugado el papel decisivo, eran otro motivo de optimismo. Todo lo anterior llevó a la dirección del partido a convocar el V Congreso, ya convocado en marzo de 1936 para agosto de ese mismo año y luego aplazado a consecuencia de la insurrección de julio y de los acontecimientos posteriores. El Congreso se celebró en Praga, del 1 al 5 de noviembre. Acudieron representaciones de Madrid, Euzkadi, Valencia, Asturias, Galicia, Andalucía, Extremadura, etc.; Cataluña estuvo representada por el PSUC. El Congreso aprobó un nuevo programa y unos nuevos Estatutos. Se fijaban como objetivos centrales la lucha contra el franquismo, por la democracia, la independencia nacional y la paz. El mismo Programa diferenciaba dos etapas de esa lucha: en la primera el PCE propugnaba la creación de un amplio Frente Nacional Antifascista, cuyos objetivos serían el derrocamiento de la Dictadura y la formación de un gobierno provisional revolucionario; una vez derrocado el franquismo, tal coalición debería mantenerse unida para desarrollar la democracia, abordando fundamentalmente la superación de todas las supervivencias feudales en el campo, a través de una profunda Reforma Agraria. Es difícil aclarar aquí el significado de este Congreso que aparece algo nebuloso en este intento de reconstrucción histórica. No cabe duda que España había empezado a cambiar en 1954: comenzaba el proceso de industrialización y una fuerte emigración rural que se dirigía a las principales capitales del país. De mayor trascendencia política eran los cambios operados en la actitud de obreros y universitarios que a partir de 1951 mostraban un alto grado de combatividad. ¿Cómo se reflejaban en el V Congreso la nueva coyuntura económica, la conflictividad social y los cambios producidos dentro del gobierno? ¿Cómo la guerra fría? Son cuestiones aún no resueltas y sobre las que es difícil aventurar una hipótesis. El Congreso eligió un nuevo Buró Político, que quedó constituido por Dolores Ibarruri como secretario general, Santiago Carrillo, Delicado, Mije, Claudín, Cristóbal Errandonea, Moix (PSUC), Líster y Uribe. INTELECTUALES Y OBREROS Ya en abril de 1954, antes del V Congreso, el Comité Central había publicado un «Mensaje a los intelectuales patriotas», alentándoles a la lucha contra la Dictadura franquista, instrumento del imperialismo americano, y a engrosar las filas del PCE. Tal llamamiento se apoyaba en la apreciación de un estado de insatisfacción general en los medios culturales. Desde unos años antes un núcleo de intelectuales demócratas se había ido articulando en torno a la revista «Espadaña», editada en León. Nova, Victoriano Crémer, Celaya, etc., se encuentran entre sus más asiduos colaboradores. De esta oposición intelectual surge la idea de celebrar un Congreso de escritores jóvenes. Varios de sus organizado-res serían detenidos después, entre ellos Mújica Herzog, entonces militante del PCE, López Campillo, Ridruejo, Tamames, Javier Pradera, Gabriel Elorriaga... El clima se va endureciendo; con tal estado de ánimo, el entierro de Ortega y Gasset en ese mismo año se convierte en una manifestación de oposición al Régimen por parte de estudian-tes e intelectuales antifascistas. El segundo trimestre del curso 1955-56 es importante en la Universidad: en un clima de continuos sobresaltos se enfrentan estudiantes falangistas y demócratas contrarios al SEU; un Seuísta resulta herido de pistola. Franco destituye al ministro de Educación (Ruiz Jiménez) y también al secretario general del Movimiento.
Sobre la base de estas movilizaciones se consolidan y amplían las organizaciones universitarias del PCE en Madrid y del PSUC en Barcelona. Mientras tanto, los militantes obreros colocan los cimientos de una posterior fase de ascenso del movimiento reivindicativo. 1954 es año de elecciones sindicales. Algunos comunistas resultan elegidos. Su labor organizativa la desarrollan fundamentalmente en las escuelas de enlaces, trabajando con los representantes más combativos, y conscientes, y popularizando entre ellos las consignas de lucha del partido. Así, fue posible que el III Congreso Nacional de trabajadores, celebrado en 1955, hiciera suya la plataforma reivindicativa del PCE («salario mínimo vital con escala móvil», «a trabajo igual, salario igual para las mujeres y los jóvenes» y «seguro de paro»), con lo que se convertía así en una plataforma legal de lucha. La actuación comunista en la madrileña escuela de enlaces Virgen de la Paloma se ponía de ejemplo en el Partido. De toda esta actuación organizativa e ideológica resultaría más tarde, hacia 1957, la Oposición Sindical Obrera (OSO), que, lejos de constituir una organización sindical comunista clandestina, era un movimiento de oposición al sindicalismo vertical, compuesto por grupos de enlaces que trabajaban en defensa de los intereses obreros desde dentro del mismo sindicato falangista. Al mismo tiempo, pequeños brotes reivindicativos jalonaban la paz social de estos años, cambiando progresivamente el clima en las fábricas y preparando el que iba a ser el primer movimiento huelguístico de nuevo tipo: tendría lugar en la primavera de 1956; todo el norte y Cataluña se puntearon de importantes conflictos, sin que el movimiento pudiera alcanzar un cuerpo orgánico que sirviera de interlocutor. Ante el miedo a que el movimiento huelguístico se generalizase por todo el país, el gobierno desencadena una fuerte represión policíaca, deportando militarmente a los dirigentes obreros asturianos y recurriendo al lock-out. Sin embargo, el movimiento triunfa parcialmente; el gobierno decreta una subida de salarios del 30% en dos etapas. Tal triunfo iba a reanimar la actividad sindical en el país. Máxime cuando al año siguiente se permitiría la negociación de convenios colectivos a nivel de empresa y de rama industrial. Se reconocía así la imposibilidad de seguir manteniendo una reglamentación central de salarios frente al auge reivindicativo de los trabajadores; era también una consecuencia de las transformaciones económicas financiadas en base de la inflación galopante. Al finalizar 1956 (inflación imparable, endeudamiento externo creciente, despertar de los movimientos obrero, intelectual y estudiantil) se cierra el ciclo iniciado con la apertura diplomática de España a Occidente. La crisis está abierta; la alternativa no está clara. LA POLITICA DE RECONCILIACION NACIONAL El PCE va a intentar tomar la iniciativa ante la crisis que vive el país. En junio de 1956 el Pleno de su Comité Central aprueba la política de Reconciliación Nacional. Sin embargo, Franco logrará imponer su alternativa: la que le iban a ofrecer Carrero Blanco y los tecnócratas del Opus Dei. A pesar de ello, la elaboración de la política de Reconciliación Nacional iba a suponer para los comunistas la base de todo desarrollo posterior; en realidad, era la primera fuerza política del país que se situaba más allá de la guerra civil, y que por lo tanto iba a poder intervenir mejor en una sociedad que, en su dinámica propia, iba superando la divisoria de aquella guerra. En resumen, la política de Reconciliación Nacional del PCE consistía en propugnar un entendimiento para conquistar las libertades democráticas entre todas las fuerzas políticas y sociales, hubieran combatido en uno u otro campo de los enfrentados en el 36-39. Se trataba de lograr la unidad de las masas populares sin que las dividieran factores ideológicos heredados de la guerra civil, tales como la Religión. Una condición imprescindible para este compromiso era cancelar, mediante la promulgación de la Amnistía, las responsabilidades de la guerra civil en ambos campos. La aprobación de tal política condujo a fuertes enfrentamientos en el seno del partido. ¿Cómo llegó el PCE a esta nueva formulación que contradecía en parte su política anterior? ¿Qué fuerzas en su seno protagonizaron el cambio? ¿Produjo esto una crisis en la dirección del partido? ¿Favorecieron el giro político las nuevas formulaciones del XX Congreso del PCUS? A principios de 1956, a raíz de la entrada de España en la ONU (diciembre de 1955, sin votos en contra y con sólo dos abstenciones: México y Bélgica), se produjo una crisis en la dirección del PCE, ante las posturas divergentes de los miembros del Politburó. La mayoría de la dirección, que se encontraba accidental-mente en Bucarest, elaboró un manifiesto de protesta, situándose todavía en el terreno de la defensa de las instituciones y de la legalidad republicana, que ya no existía, pero que ellos consideraban mal-tratada por la decisión de la ONU. Sin embargo, desde París, Santiago Carrillo, Delicada y Errandonea publicaron en «Mundo Obrero», bajo la firma del primero, un artículo que aspiraba a superar las posiciones políticas de la guerra y a tener en cuenta los nuevos problemas de la realidad de 1956. De hecho, el fondo del problema —mantener o no la divisoria de la guerra—estaba subyacente en todas las reuniones, e incluso en los periódicos del partido. A finales de abril, tuvo lugar en Bucarest un Pleno del Buró político del PCE. En ese pleno quedó re-suelta la diferencia a favor de la postura de Carrillo (10). Resuelta la polémica, el Pleno de agosto del Comité Central ratificará el anterior debate. En dicho pleno, Santiago Carrillo presentaría un informe sobre funcionamiento interno y organización del PCE, en el que abordaría de forma muy critica las insuficiencias orgánicas del partido para adecuarse a las nuevas tareas de dirección que la política de Reconciliación Nacional requerían. En ese sentido se reforzó el Buró político con seis miembros nuevos, la mayor parte de los cuales realizaba clandestinamente labores de dirección política permanente o temporalmente en el interior del país (Simón Sánchez Montero, Santiago Alba, Federico Sánchez (Jorge Semprún), Gregorio López Raimundo (PSUC), Romero Marín y Zapiraín). EL XX CONGRESO DEL PCUS El 25 de febrero de ese mismo año, tan pródigo en acontecimientos, y tres años después de la muerte de Stalin se reunía en Moscú el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. El informe secreto de Krushchev fue un revulsivo dentro y fuera del Movimiento Comunista Internacional. Las criticas a Stalin y la condena del culto a la personalidad, a pesar de la debilidad ideológica con que se abordaban tales cuestiones; la nueva valoración de la crisis general del Imperialismo y la formulación explícita de la política de «coexistencia pacífica» entre países de distinto sistema social; y el hincapié marcado en la vía pacífica al socialismo, dentro de la variedad de formas que la revolución podía adoptar en aquellos países que aún no la habían realizado, fueron las principales formulaciones de ese XX Congreso. El golpe asestado a las concepciones y modos de actuar esenciales en los partidos comunistas, sería el revulsivo de una posterior evolución, lenta pero presumiblemente irreversible del Movimiento Comunista Internacional. En términos de revisión histórica estaba proclamado un nuevo principio que legalizaba la pluralidad de opiniones y la controversia. Al poner en entredicho aspectos importantes del modelo seguido en la construcción soviética del socialismo, Krushchev, sin proponérselo, habría puesto al descubierto la débil preparación ideológica de los partidos comunistas que se habían limitado a seguir a pies juntillas las «lucecitas» de Moscú; al mismo tiempo revalorizaba a aquellos dirigentes y a aquellos partidos que antes o entonces pensaron con su propia cabeza los problemas originales de la revolución en sus respectivos países. En ese sentido, no es de extrañar la posterior revalorización de Rosa de Luxemburgo, Gramsci, y otros teóricos del socialismo en la Europa de comienzos de los años 60. La necesidad de acometer el análisis del mundo desarrollado moderno, y de elaborar la teoría de la revolución en los países capitalistas más avanzados (terreno en el que poco o nada se había avanzado después de Marx), iba sin embargo a tardar todavía un tiempo en resolverse. El debate abierto inmediatamente en todos los Partidos comunistas desembocó un año después, en 1964, en una Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros, en la que junto a otras 64 delegaciones participó el PCE. La Conferencia aprobó unánimemente las tesis del XX Congreso y todas las delegaciones firmaron el «Manifiesto por la Paz»; la lucha contra la amenaza de guerra imperialista y la defensa de la URSS se situaban entonces como las tareas primordiales de todo el Movimiento Comunista Internacional. Tan sólo los comunistas yugoslavos se negaron a reconocer la primacía del PCUS, retirándose de la asamblea. La condena por «revisionistas» y «nacionalistas» fue unánime, incluida la del Partido Comunista de China. Poco se había avanzado todavía. En el PCE, la denuncia de los crímenes de Stalin y el nuevo rumbo de coexistencia pacífica, favorecieron a los defensores de la Política de Reconciliación Nacional; la discusión de tal política coincidió en el tiempo con el XX Congreso. ¿Cuál fue entonces el alcance de esta revisión de planteamientos? ¿Qué operatividad concreta traería consigo en la política y en el funcionamiento interno del PCE? Lo cierto es que cuatro meses después, en el Pleno de agosto que ese mismo año de 1956 celebró el Comité Central del PCE, Santiago Carrillo presentó un informe autocrítico de los métodos sectarios en el partido y contra la manera excesivamente centralista y personal de ejercer las tareas de dirección por parte de algunos camaradas del Buró Político, en concreto de Mije y Uribe. «Verdad es —cuenta hoy Santiago Carrillo— que en el interior del partido no habíamos conocido el "culto a la personalidad", si por ello se entiende la dictadura de un dirigente que hace todo lo que le parece, que actúa de manera arbitraria y que es adulado... Sin embargo, es verdad que un número reducido de camaradas disponían de un gran poder. ¿Hasta qué punto esto era el resultado de la influencia de los métodos estalinistas sobre nuestro partido, y de otra parte de las condiciones específicas de la guerra y de la clandestinidad? Es difícil medir la intervención de una y otra causa en la concentración de poderes de un grupo dirigente como el nuestro. Pero los problemas suscitados por el XX Congreso exigían una re-visión de los métodos de dirección, un esfuerzo por desarrollar formas más democráticas. Todo ello, sin olvidar que éramos un partido clandestino» (11). Esta revisión crítica de los métodos de dirección personal no era algo nuevo en el PCE. Ya en 1951 Dolores Ibarruri había abordado la misma cuestión en su «Informe ante un grupo de militantes y de cuadros del Partido». En 1952, el Comité Central en su «Carta a las organizaciones y militantes» había insistido también en la necesidad de poner fin a «los métodos de ordeno y mando»; un paso más reciente hacia la revisión de los defectos señalados lo había dado el mismo V Congreso del PCE al formular en sus nuevos Estatutos el principio del centralismo democrático. Era evidente, que él abandono de la guerrilla exigía también el renunciar a los métodos militares de dirección, muy arraigados aún en la vida del PCE. LA JORNADA DE RECONCILIACION NACIONAL Y LA HUELGA GENERAL PACIFICA El gobierno de 1957 va a intentar frenar la inflación congelando los salarios, por lo que camina hacia el choque frontal con el movimiento obrero. No es extraño, pues, que el año 1957 sea pródigo en acciones obreras y estudiantiles. A los boicots a los transportes públicos en Madrid y Barcelona, les siguen las movilizaciones de Sevilla, Valladolid y Alcoy. En febrero se encierran, por primera vez, varios centenares de estudiantes en la Universidad de Barcelona, en protesta contra el SEU; la policía entra en la Universidad, se abren expedientes, se clausura la Universidad. Otros distritos —Madrid, Oviedo, Valladolid, Salamanca— se solidarizan tímidamente. Si ya en 1956, como consecuencia de la lucha universitaria se habían incorporado capas más amplias que las proletarias y específicamente estudiantiles a la oposición democrática, ahora, en el 57, el fenómeno iba a ser más amplio en Barcelona, como expresión de sentimientos nacionales (a raíz del incidente de Galinsoga). En la primavera de 1958 la ola de movilizaciones sigue en su fase ascendente. Pese a la política de mano dura, el gobierno no logra hacerse con la situación. Se produce un fuerte movimiento huelguístico en la minería asturiana; se extiende al País Vasco y Barcelona. Pero esta vez la represión es más brutal: el Gobierno suspende por cuatro meses los artículos 14, 15 y 18 del Fuero de los Españoles. La reconstrucción del movimiento obrero es frenada en seco por el gobierno; la policía y la represión patronal desarticulan los núcleos que se habían ido constituyendo en los últimos años. El pleno del Comité Central del PCE se reúne en el mes de junio de 1957 y ante tal coyuntura y sobre la base de un informe presentado por Simón Sánchez Montero elabora la propuesta de una «Jornada de Lucha» por la Reconciliación Nacional de todos los españoles, por la Amnistía, contra la carestía de la vida y por las libertades cívicas. La fecha de la Jornada se fija para el 5 de mayo. Iba a ser el primer movimiento político organizado, de carácter nacional, contra la Dictadura; ese día hubo huelgas parciales en diversas empresas de la construcción en Madrid; abstención de comprar en las grandes ciudades españolas, huelga de obreros agrícolas en las provincias de Extrema-dura y Andalucía. La Jornada no obtuvo el nivel previsto de movilización general que el PCE le había atribuido, pero supuso para éste un salto adelante en la popularización de su política de Reconciliación Nacional y en el impulso de las corrientes unitarias contra la Dictadura. Junto a los comunistas habían participado en la Jornada grupos de socialistas y republicanos confederases, miembros de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y otros grupos, si bien, la dirección nacional del PSOE, de los Partidos republicanos y de la CNT, lo mismo que la Democracia Cristiana, se habían negado a tomar posición en favor de la Jornada. Dejando aparte las propias valoraciones que como muy positivas hizo entonces el. PCE, es interesante destacar que, según los indicios, ningún sector social arropó las acciones obreras de la Jornada. Intelectuales y estudiantes, activos poco antes, permanecen pasivos ahora, si exceptuamos los propios militantes del partido. Hasta 1961 no comenzará, pese a los esfuerzos no exentos de cierta dosis de voluntarismo en algunos momentos de la trayectoria histórica del PCE, una nueva fase ascendente del movimiento obrero, al amparo de la negociación de convenios colectivos, posible por la ley de convenios de 1958. Igual iba a suceder con el movimiento estudiantil. Los estudiantes más politizados están resolviendo una polémica, cuyo resultado será decisivo para la etapa posterior, pero que momentáneamente paraliza las energías. Para unos, el movimiento estudiantil servirá únicamente de apoyo al movimiento obrero, dado el origen de clase de los estudiantes; para otros, la aportación máxima a la lucha antifranquista ha de venir de la colaboración entre ambos movimientos sobre la base de reivindicaciones propias, autónomas, y de reivindicaciones políticas comunes. Para salir de la crisis imponiendo su alternativa, el Régimen somete al país a una fuerte represión política y económica. Son las consecuencias de la vinculación al capitalismo mundial a través del Plan de Estabilización. El malestar es fuerte, pero no logra convertirse en movilización, tanto menos cuanto que los líderes del movimiento sindical han sido inutilizados por la represión. Hay indicios de que una campaña en favor de la amnistía y contra la represión política pueda prender en medios intelectuales: «Los obstáculos que impiden la reconciliación de los españoles deben ser eliminados. Nosotros pensamos que un paso necesario y eficaz en este camino sería la Amnistía general para todos los presos y exiliados políticos...», rezaba un llamamiento de los hombres más destacados de las artes y las letras opuestos al franquismo. También las propuestas de los Colegios de Abogados contra los procedimientos arbitrarios y antijurídicos aplicados por la Dictadura y sus llamamientos en favor de la supresión de las jurisdicciones especiales y por la anulación de las leyes terroristas publicadas por el gobierno, se iban haciendo cada vez más populares y generalizadas.
El PCE decidió de nuevo lanzarse a un llamamiento para la acción generalizada: la Huelga General Pacífica. El período de preparación de la misma se extendió de febrero a junio de 1959, en cuyo espacio de tiempo el partido libró una batalla mayor que la anterior por conseguir aliados, lo que le daría unos resultados mucho más positivos que la misma acción en sí (12). Era la primera vez que se llegaba a una coincidencia de tal envergadura para convocar una acción de masas contra la Dicta-dura; dicha coincidencia, sin embargo, no se llegó a plasmar en ningún documento conjunto ni en la creación de un órgano unitario. El esfuerzo propagandístico del PCE fue amplísimo. En la tarde del día anterior a la acción era detenido en Madrid Simón Sánchez Montero, ya uno de los principales dirigentes del Partido en Madrid, junto con Francisco Romero Marín. La huelga fracasó, excepto en algunos sectores del campo andaluz; especialmente en las provincias de Córdoba, Sevilla, Jaén y Badajoz. La policía practicó numerosas detenciones; en Madrid, además de Sánchez Montero y Lobato, miembros de la dirección del PCE, eran detenidos varios centenares de militantes. También lo fue Julio Cerón, dirigente del FLP. El Partido valoró, no sin una buena dosis de subjetivismo, la acción como una victoria importante: el PCE se había dado a conocer, la consigna de la Huelga general política se había popularizado y la unidad de las fuerzas de la oposición había dado un salto muy positivo. EL VI CONGRESO DEL PCE: 1960 Del 28 al 31 de enero de 1960 se reunió en Praga, con asistencia de delegados del interior y de la emigración, el VI Congreso del PCE. La situación interna del país había cambiado desde 1954, fecha del anterior Congreso. 1959 había sido un año inicial de un gran viraje en las relaciones internacionales: retroceso de la guerra fría, distensión y progresos en la política de coexistencia pacífica, etc. A ello había que añadir el impulso descolonizador de los movimientos de liberación nacional que alcanzaba ya a numerosos países de Africa; Cuba, por su parte, realizaba a las puertas del imperialismo yanki una revolución agraria, antifeudal y antiimperialista. En el interior del país los cambios eran también notables. La crisis cíclica iniciada en el mundo capitalista en los años 57-58 adquirió en España mayor agudeza que en otros países capitalistas. El gobierno, al borde del colapso económico, había decretado el Plan de Estabilización que comenzó a aplicarse inmediatamente. El VI Congreso ratificó la Política de Reconciliación Nacional; sus decisiones tendieron a desarrollarla en las nuevas condiciones, a convertirla en patrimonio de las masas. El Congreso centró la actividad del partido en dos frentes fundamentales: intensificar los esfuerzos en pro de la unidad política de todas las fuerzas antifranquistas y elevar a un nivel superior la lucha de masas. En este sentido, el VI Congreso dirigió una carta a todas las fuerzas de la oposición insistiendo en la propuesta, ya formulada en julio de 1959, de celebrar una Conferencia para contrastar opiniones y determinar los puntos en que era posible una coincidencia. Además de un programa detallado de lucha antimonopolista, en el VI Congreso se aprobó la oposición al Plan de Estabilización y a la «integración europea» de España. Se reelaboró asimismo el Programa sobre la base de un documento («Balance de 20 años de Dictadura franquista») que había servido de cobertura para una amplia discusión política sobre los temas a tratar ante el Congreso. El Programa aprobado abarcaba además de una serie de medidas concretas cara a la lucha contra la Dictadura, las grandes líneas de avance hacia el socialismo en una perspectiva de desarrollo democrático sobre la base de una democracia parlamentaria con pluralidad de partidos políticos y con el apoyo de un fuerte movimiento de masas. La principal reforma de estructuras en él contenida era la Reforma Agraria, tendente —se decía— a suprimir las supervivencias feudales en el campo. El informe de Tomás García (Juan Gómez, en la clandestinidad), documento sobre el que se basó la alternativa agraria del PCE en este Congreso, contenía importan-tes modificaciones respecto a las elaboraciones anteriores; tales modificaciones trataban de adecuar el Programa a la evolución económica de la agricultura española durante los años precedentes. Los problemas organizativos internos estuvieron centrados en el crecimiento numérico que el partido había experimentado en la última década y las nuevas exigencias de crear comités de dirección política en todos los lugares y en torno a ellos ir adecuando formas organizativas muy va-riadas, de encuadrar a los comunistas. Se eligió el Comité Central y se transformó el Buró Político en Comité ejecutivo. Carrillo fue elegido entonces secretario general; Dolores Ibarruri pasaba a ocupar el cargo de Presidente del partido. La nueva dirección ejecutiva quedó compuesta por Santiago Álvarez, Fernando Claudín, Delicado, Mije, Ignacio Gallego, Juan Gómez, Líster, Ramón Mendezona, José Moix (PSUC), Simón Sánchez Montero, Jorge Semprún (Federico Sánchez), Eduardo García, Gregorio López Raimundo (PSUC) y Francisco Romero Marín. Carrillo, Claudín y Eduardo García procedían de las JSU. El secretariado del Comité ejecutivo lo formaban: Carrillo, Claudín, Gallego, Mije y Eduardo García. Los cambios introducidos en la dirección del Partido, así como su ampliación numérica implicaban una profunda renovación en el PCE, abierto fuera y dentro a las nuevas generaciones. LAS COMISIONES OBRERAS El PCE tiene sus mejores éxitos en la nueva etapa que se abre ahora en la lucha de masas; en cambio, no acaba de romper el hielo en los pactos políticos. El crecimiento económico que conoce España en los años sesenta, gracias al fuerte tirón de la prosperidad europea (a través del turismo, las remesas de emigrantes y las inversiones extranjeras) es la base que permite el surgimiento de un nuevo movimiento obrero; es nuevo, no sólo porque las centrales sindicales tradicionales fueron eliminadas en el 39 y no han vuelto aún a reconstruirse, sino sobre todo, porque responde a otra estructura social del país. Desde los años cincuenta, y aceleradamente en los años sesenta, se produce un espectacular trasvase de población que modifica totalmente el mapa demográfico y la ocupación de la población laboral. Decenas de miles de jornaleros agrícolas se convierten en obreros industriales. El nuevo movimiento obrero será controlado por el PCE. En el período del año 61 al 68 se produce así una modificación, no irreversible indudablemente, en el mapa político del país: por primera vez en España, los comunistas iban a tener un fuerte arraigo en el movimiento sindical obrero; es de sobra conocido que antes de la guerra eran los socialistas y los anarquistas las fuerzas dirigentes del movimiento sindical. Para interpretar en profundidad las condiciones que hicieron posible ese cambio tendríamos que responder, sobre una base empírica que no conocemos, algunas preguntas: ¿Qué modelos culturales traen consigo los trabajadores que emigran del campo a la ciudad? ¿Cómo se modifican en contacto con la cultura suburbana de los años cincuenta? ¿Y cómo con la de los años sesenta? ¿Cómo modificaba la problemática urbana y proletaria las tradiciones revolucionarias del campo andaluz, en las que junto al anarquismo encontrábamos en el 36 un fuerte arraigo comunista? Tal transformación del papel del PCE en el seno del movimiento sindical obrero se realiza aplicando la política de Reconciliación Nacional, la más alejada del «obrerismo» que haya enunciado nunca un partido comunista; no cabe duda de que ese hecho es el argumento de más peso o al menos uno de los mayores a favor de toda la orientación marcada por el equipo dirigente encabezado por Santiago Carrillo al PCE desde su llegada a la dirección. ¿Se puede decir que gracias al arropamiento que la política de Reconciliación Nacional proporcionaba al nuevo movimiento obrero, éste ha podido consolidarse en las difíciles condiciones del franquismo? En todo caso, el PCE ha procurado desarrollar su presencia en todos los frentes antifranquistas y fomentar en ellos una política de unidad. Ya en 1961, en Barcelona, el Comité de Coordinación Universitaria (PCE, socialistas de ASU, cristianos revolucionarios del FLP, IDU y otros grupos demócratas y liberales) realiza entre los estudiantes una amplia campaña a favor de la Amnistía, las libertades sindicales, la libertad de expresión y la democratización del SEU. Las cámaras sindicales de varias facultades aprobaron tales reivindicaciones, lo que originó su suspensión. A final de curso, y como culminación de la agitación democrática en la Universidad, aparecen en Madrid y Barcelona sendos documentos de estudiantes, profesores e intelectuales en favor de las libertades. En la misma línea, en febrero del 62 se producen algunas huelgas parciales en favor de las libertades democráticas en la Universidad de Barcelona. El clima en las aulas iba a estar presto para las importantes acciones solidarias con los mineros asturianos cuando éstos mantuvieron su huelga en abril y mayo de 1962. Para entonces, el movimiento obrero también había recorrido un camino importante en la estructuración del nuevo movimiento de las Comisiones Obreras. La primera vez que sepamos que se utiliza el nombre de Comisiones Obreras es en la Camocha, en 1956; a partir de este momento surgen con ese nombre, en lugares y momentos dispersos, grupos informales que negocian con las empresas. Es en 1962, en el ciclo de auge a que antes nos hemos referido, cuando comienzan a tener estructura orgánica permanente. Desde sus comienzos, el movimiento de Comisiones Obreras negocia y lucha simultáneamente; al fin y al cabo surge por los resquicios que abre la Ley de Convenios Colectivos de 1958. Se mantiene en la tolerancia y contacta con las más diversas autoridades: Solís, Romero Gorría, Emilio Romero. Coincide en esto con la política de lucha de masas y unidad del PCE. El clima en que el movimiento surge es posible gracias a la reactivación económica de 1961. Se producen una serie de conflictos en las grandes empresas a partir de la discusión de los convenios colectivos que venían a sustituir a las Reglamentaciones laborales. La primera gran acción desde 1958 es la huelga y manifestaciones en la CAF en noviembre de 1961. En abril, mayo y parte de junio del 62 se produce un gran movimiento huelguístico en todo el país: nace en las minas de Asturias que se declaran en paro total, se extiende por Euzkadi (metal, eléctrico, papel, químicas y construcción naval) y Cataluña (en las grandes empresas del metal), zonas de Levante, minas de Linares, Puertollano y Riotinto, jornaleros agrícolas de Andalucía Central y Occidental, y Extremadura; en Madrid apenas prende en alguna gran empresa (Euskalduna en particular). En total unos 400.000 trabajadores se ponen en huelga. La agitación se mantiene hasta junio en el País Vasco (General Eléctrica) y en Asturias los mineros vuelven de nuevo a la huelga, del 18 de agosto al 5 de septiembre. El movimiento consigue triunfos parciales (sobre todo en Asturias). Políticamente, precipita el cambio de gobierno de julio de 1962; este gobierno rompe definitivamente el bloqueo de salarios determinado por el Plan de Estabilización; en definitiva, los trabajadores con-siguen mejoras, desigual-mente repartidas. A partir de este momento proliferan los conflictos en todas las ramas y regiones, aunque ya no lograrán coincidir y ex-tenderse en el estilo de la primavera del 62, salvo en Asturias, donde se vuelve a la huelga total en el verano del 63 (dos meses) y en abril y mayo del 64. En Madrid tendrán lugar entonces las primeras acciones importantes coincidiendo con el convenio colectivo del metal de 1964. Hay manifestaciones de metalúrgicos madrileños en septiembre de 1964. Camacho, Ariza y el falangista Maeztu son los nombres que más comienzan a sonar. Hay una importante participación de trabajadores procedentes de los movimientos apostólicos (más adelante nos referiremos a este hecho llamado a transen la Universidad, aparecen en Madrid y Barcelona sendos documentos de estudiantes, profesores e intelectuales en favor de las libertades. En la misma línea, en febrero del 62 se producen algunas huelgas parciales en favor de las libertades democráticas en la Universidad de Barcelona. El clima en las aulas iba a estar presto para las importantes acciones solidarias con los mineros asturianos cuando éstos mantuvieron su huelga en abril y mayo de 1962. Para entonces, el movimiento obrero también había recorrido un camino importante en la estructuración del nuevo movimiento de las Comisiones Obreras. La primera vez que sepamos que se utiliza el nombre de Comisiones Obre-ras es en la Camocha, en 1956; a partir de este momento sur-gen con ese nombre, en lugares y momentos dispersos, grupos informales que negocian con las empresas. Es en 1962, en el ciclo de auge a que antes nos hemos referido, cuando comienzan a tener estructura orgánica permanente. Desde sus comienzos, el movimiento de Comisiones Obreras negocia y lucha simultáneamente; al fin y al cabo surge por los resquicios que abre la Ley de Convenios Colectivos de 1958. Se mantiene en la tolerancia y contacta con las más diversas autoridades: Solís, Romero Gorría, Emilio Romero. Coincide en esto con la política de lucha de masas y unidad del PCE. El clima en que el movimiento surge es posible gracias a la reactivación económica de 1961. Se producen una serie de conflictos en las grandes empresas a partir de la discusión de los convenios colectivos que venían a sustituir a las Reglamentaciones laborales. La primera gran acción desde 1958 es la huelga y manifestaciones en la CAF en noviembre de 1961. En abril, mayo y parte de junio del 62 se produce un gran movimiento huelguístico en todo el país: nace en las minas de Asturias que se declaran en paro total, se extiende por Euzkadi (metal, eléctrico, papel, químicas y construcción naval) y Cataluña (en las grandes empresas del metal), zonas de Levante, minas de Linares, Puertollano y Riotinto, jornaleros agrícolas de Andalucía Central y Occidental, y Extremadura; en Madrid apenas prende en alguna gran empresa (Euskalduna en particular). En total unos 400.000 trabajadores se ponen en huelga. La agitación se mantiene hasta junio en el País Vasco (General Eléctrica) y en Asturias los mineros vuelven de nuevo a la huelga, del 18 de agosto al 5 de septiembre. El movimiento consigue triunfos parciales (sobre todo en Asturias). Políticamente, precipita el cambio de gobierno de julio de 1962; este gobierno rompe definitivamente el bloqueo de salarios determinado por el Plan de Estabilización; en definitiva, los trabajadores con-siguen mejoras, desigualmente repartidas. A partir de este momento proliferan los conflictos en todas las ramas y regiones, aunque ya no lograrán coincidir y ex-tenderse en el estilo de la primavera del 62, salvo en Asturias, donde se vuelve a la huelga total en el verano del 63 (dos meses) y en abril y mayo del 64. En Madrid tendrán lugar entonces las primeras acciones importantes coincidiendo con el convenio colectivo del metal de 1964. Hay manifestaciones de metalúrgicos madrileños en septiembre de 1964. Camacho, Ariza y el falangista Maeztu son los nombres que más comienzan a sonar. Hay una importante participación de trabajadores procedentes de los movimientos apostólicos (más adelante nos referiremos a este hecho llamado a transformar el mapa ideológico del país: en el haber de la política de Reconciliación Nacional hay que anotar la superación de la división de los trabaja-dores por motivos religiosos), lo que iba a ser fundamental para el desarrollo de las Comisiones Obreras, no sólo porque amplían la base sobre la que se asientan, sino también porque facilita los medios que las CCOO necesitaban para defender a los trabajadores: prensa y medios de expresión, locales, etc., sólo en manos de la Iglesia, a parte de los del Estado. Desde que las CCOO empiezan a ser una realidad orgánica, el PCE juega todas las bazas a su carta y se olvida de la que hasta entonces era su organización sindical, la OSO, a la que ya nos hemos referido. No sabemos cómo se produce el abandono de la OSO por el PCE, ni si tal hecho origina alguna tensión en el partido. Nos suponemos que hasta 1965, o quizás algo antes, la OSO sigue llevando una cierta vida fantasmal; luego, serán los marxistas-leninistas quienes la vuelvan a poner en pie con un contenido totalmente sectario, que no sindical. Toda esta experiencia viene a confirmarle al PCE que en un Régimen fascista, para que la clase obrera pueda desarrollar una organización más o menos fuerte y una lucha que vayan imponiéndose, es preciso crear en torno a ella un ambiente favorable para que no soporte sola los golpes de la represión. La represión actuaba frente al nuevo movimiento de oposición con parecidos métodos a los de épocas anteriores, es decir, golpeando al PCE; pero el movimiento de las CCOO, en el que se apoyaba fundamentalmente el movimiento de oposición, tenía una dinámica propia y una «protección» que le mantendría entonces en la tolerancia, hasta 1966-67, a pesar de la dureza represiva frente al PCE. En julio de 1962 detienen a Ormazábal, dirigente del Partido comunista de Euzkadi, a consecuencia de las huelgas acaecidas en el País Vasco; es la primera detención importante desde la de Sánchez Montero en 1959. Hay otras detenciones. Pero no basta; la oposición sigue creciendo; por ello Franco va a montar un «escarmiento» por todo lo alto. En septiembre de ese mismo año detienen a Grimas. Su ejecución, la última a consecuencia de la guerra civil, se efectúa en abril de 1963, en medio de una crispación antifranquista en toda Euro-pa. Franco busca crear un clima de guerra civil para re-tomar la iniciativa política. Mientras tanto, la lucha democrática ha tomado nuevos vuelos en la Universidad. Existe ya una primera coordinación estable de los estudiantes de todo el Estado: la CUDE. Mientras, el PCE ha lo-grado una fuerte implantación estudiantil, extensa como no se conocía desde la guerra civil. Pero en 1963-64 la organización Universitaria de Madrid hace crisis. Van a salir del partido la mayoría de los militantes universitarios madrileños, unos apoyando a las te-sis chinas sobre el movimiento internacional y otros a la plataforma política de Fernando Claudín. ESCISIONES A DERECHA E IZQUIERDA La polémica chino-soviética repercutió, como era de esperar, en España. Ya en noviembre de 1960 los comunistas chinos dejaron de asistir a una reunión de los partidos Comunistas de todo el mundo. Pero la ruptura no se materializó hasta 1962-63, en torno a los problemas de la coexistencia pacífica y de las nuevas vías al socialismo. En España la escisión era ya un hecho en 1963. Inicialmente, las tesis chinas encontraron algunos seguidores, pocos, en algunas organizaciones del exilio (con el apoyo de las embajadas chinas). Más tarde repercutieron en las organizaciones universitarias, principalmente en Madrid. El resto de las organizaciones del interior no se vieron prácticamente afectadas por la polémica. Los escindidos celebraron una primera Conferencia Nacional en febrero de 1963; el proceso culminará en diciembre del 64 en que se crea el PC (ML). La crisis abierta por la plataforma política de Claudín fue de mayor envergadura. Ya dijimos que por estos años comenzaba a madurar la transformación capitalista que por vía autoritaria estaba llevando a cabo el Régimen franquista; los residuos feudales iban siendo barridos por ese desarrollo. Tales transformaciones iban a incidir de un modo contradictorio en la dirección del partido, no lográndose sintetizar los análisis divergentes. Por ello la dirección del PCE entra en crisis. Para Claudín, a través de los tecnócratas opusdeístas, el neocapitalismo estaba tomando la dirección política del país; según él, esta nueva formación disponía de los suficientes instrumentos para integrar las contradicciones latentes en el tejido social, por lo que habría de conducir al país a la democracia por la vía de la reforma controlada; por ello, el PCE, según Claudín, debía pasar entonces a apoyar las reformas en el interior del franquismo. Por su parte Carrillo defendía la imposibilidad de que la desaparición del Régimen de Franco fuera el resultado de un proceso interno a él. Claudín, ante su puesta en minoría en el seno del equipo dirigente, trató de llevar la polémica a todo el partido, cuestionando por ello la democracia interna y los propios criterios organizativos del PCE. Vista hoy la polémica, no cabe duda de que su origen se encontraba en los cambios que estaban sucediendo en un país que venía de la miseria y del estancamiento. Parece cierto que la mayo-ría del Comité ejecutivo no consideraban tan acuciante como Claudín la importancia que estos cambios iban adquiriendo para la propia estructura social del país. También parece cierto que Claudín no tuvo en cuenta la autonomía del sistema político franquista en relación a estos cambios, y que mientras el dictador tuviera en sus manos los resortes del poder nadie podría imponer reforma alguna medianamente eficaz en el camino hacia la democracia, desde el sistema político dictatorial. Muerto Franco, es decir, finalizada la dictadura personal del caudillo, el PCE está siguiendo una política que en tanto en cuanto se va confirmando la evolución contradictoria pero cierta de la monarquía hacia la democracia, va aproximándose al tipo de propuestas que Claudín hacía en 1964. La historia no consiste en dar retrospectivamente la razón a unos o a otros, sino en explicar por qué las cosas ocurren, como ocurren y qué fuerzas lo determinan en el momento histórico en que acontecen. «Nuestra Bandera», de enero de 1965, publicó íntegro el documento plataforma de Fernando Claudín. Pero por haber llevado sus opiniones al partido de manera inorgánica una vez que éstas no habían sido aceptadas en el seno del comité ejecutivo, fue expulsado junto a Semprún y Berenguer en mayo de 1965. EL GRAN AUGE DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Superada la difícil situación del PCE en la Universidad de Madrid, la hegemonía del partido en el movimiento estudiantil va a ser indiscutible durante algunos años. Años, además, de esplendor de la lucha democrática en la Universidad. 1965 vio la manifestación de 10.000 estudiantes el 24 de febrero en la Ciudad Universitaria madrileña, y la de otros tantos el 2 de marzo en Cibeles (13). El programa madrileño de lucha estudiantil, a la que se habían sumado por primera vez varios profesores, recogía las reivindicaciones sindicales (sindicato libre, autónomo y representativo), la amnistía universitaria, la libertad de expresión y la solidaridad con la lucha sindical obrera. Mientras, Barcelona camina paralelamente. Los intelectuales se suman también a este movimiento. El SEU ha muerto y los dirigentes estudiantiles deciden ir hacia la constitución de un Sindicato Democrático de Estudiantes. En el curso siguiente de 1965-66 se realizan elecciones libres en Barcelona, constituyéndose el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB). El gobierno, a través del reaccionario rector García Valdecasas, acomete una represión masiva, como jamás se había visto. Con motivo de la solidaridad con el SDEUB nace en Barcelona la «Mesa de Partidos», antecedente importante de las organizaciones políticas unitarias catalanas posteriores. La solidaridad amplía el marco del movimiento estudiantil: Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao, Navarra... Se realizan también los primeros contactos de delegados estudiantiles y dirigentes de CCOO. Por último, se produce una manifestación de sacerdotes el día 11 de mayo para protestar contra las torturas a que fue sometido el estudiante Joaquín Boix. En 1966-67, los sindicatos democráticos cubren ya todo el estado español: Barcelona, Madrid, Oviedo, Navarra y San Sebastián. Una fuerte represión —se detiene a todos los delegados del SDEUB—, y las propias dificultades de dar continuidad al movimiento, originarán la crisis del sindicato catalán. Durante estos años de intensa actividad estudiantil, las organizaciones del PCE se fortalecieron en todo el Estado, rejuveneciendo los cuadros directivos locales y regionales. Pilar Brabo, miembro hoy del Comité Ejecutivo, dirigía ya desde 1966 la organización universitaria del PCE en Madrid. EL VII CONGRESO Y LA LEY ORGANICA La situación en que se va a realizar en 1964 el VII Congreso del PCE era la siguiente: Ascenso del nuevo movimiento obrero y estudiantil; superación de la crisis interna originada por las posiciones chinas y por las claudinistas; transformación de la base social del país y del clima político; contradicciones en el Movimiento Comunista Internacional; coexistencia Kennedy-Krushchev-Juan XXIII. Santiago Carrillo presenta al Congreso el informe «¿Después de Franco, qué?» como base de discusión. En él trata de fijar la línea del Partido en polémica con quienes se han situado a la izquierda y a la derecha del mismo. Resalta en el informe la importancia de las alianzas; así, define el papel dirigente del partido por su capacidad para sintetizar sus iniciativas con las de los demás. El informe defiende claramente un socialismo en que no haya un único partido y paralelamente opta por la aceptación del parlamento en la vía al socialismo. En diciembre de 1966 ni gobierno trata de retomar la iniciativa; pretende lograr un consensus favorable a la Dictadura mediante la convocatoria de un Referéndum para aprobar la Ley Orgánica del Estado. El PCE propugna la abstención. Pero no logra una posición unida de todas las fuerzas políticas. Con el Referéndum el PCE acomete la primera acción directamente política de gran envergadura en todo el Estado español desde la guerra civil. Contra las esperanzas de liberalización que algunos sectores abrigaban para después del Referéndum, éste supondrá, por el contrario, un endurecimiento del Régimen. EL RÉGIMEN Y CCOO, FRENTE A FRENTE En las elecciones a enlaces y jurados de 1966, CCOO consiguió un importante triunfo. El gobierno iba a tratar de frenar su ascenso pasando a la represión del nuevo movimiento obrero. A finales de junio de 1966, Camacho, Hernando y Martínez Conde son detenidos al intentar entregar en el Ministerio de Trabajo un escrito con 20.000 firmas de los trabajadores madrileños. Aunque se les concede la libertad provisional son procesados y destituidos de los cargos sindicales. Se cierra así un agitado período de tolerancia y de contactos; de la tolerancia se pasa a la persecución en toda regla; el movimiento de CCOO va a empezar la peregrinación de iglesia en iglesia, soldando así, dicho sea de paso, los estrechos vínculos que ya le unían a la Iglesia de los barrios obreros. CCOO quiere responder a la ofensiva gubernamental (¿cuál era la coyuntura económica?, ¿determinaba el cambio de coyuntura este endurecimiento del gobierno, o fueron los intereses políticos de éste los que al provocar el choque con las CCOO precipitaron a la crisis económica?). En enero, las CCOO convocan una Jornada de Lucha en Madrid. Obreros y estudiantes acuden masivamente a manifestarse y se enfrentan con la policía. La acción es un éxito y se repite luego el Primero de Mayo y el 27 de octubre con igual fortuna. Es el auge de las CCOO en su lucha antirrepresiva y por la libertad sindical. Pero también es el comienzo de su crisis en Madrid, al no poder ir más allá en sus movilizaciones y no bastar éstas para transformar la situación política. La falta de éxito de la política unitaria del PCE impide la salida de la crisis. Igualmente, el movimiento estudiantil alcanza una cota de altura y extensión no repetida en la Historia del Franquismo: Zaragoza, Barcelona, Bilbao, Santiago, Valladolid, Sevilla, Granada y Málaga están en huelga a principios del mes de febrero. El juicio del TOP a la Junta de delegados del SDEUB tiene que ser aplazado ante la respuesta estudiantil, lo que constituye un hecho sin precedentes (sin embargo, la organización estudiantil del PSUC entrará en crisis escindiéndose un grupo que formará el PCI (Internacional). El motivo de origen estaba en el descenso de las movilizaciones en Barcelona.) Confirmando la ofensiva de represión, el TOP declara ilegales en 1967 a las CCOO y a los Sindicatos democráticos de estudiantes. El 1 de marzo de 1967 el TOP decreta el encarcelamiento de Camacho, acusado de promover una manifestación de metalúrgicos. Ya quedará encarcelado hasta después de la muerte de Franco, con un paréntesis de 105 días en libertad en 1972. El 30 de abril y los días l y 2 de mayo de 1968 hay nuevas jornadas de lucha, sin que signifiquen un avance en relación a las anteriores. EL PCE NO ES INCONDICIONAL AL PCUS 1968 es seguramente un año fundamental en la historia del PCE. Es el año del Mayo francés y de la invasión de Checoslovaquia. La actitud del PCE hacia el Movimiento Comunista Internacional había evolucionado lentamente desde el XX Congreso del PCUS. 1964 debió haber sido, en ese sentido, un año importante; pero los problemas internos reclamaron una mayor atención, y las cuestiones internacionales quedaron relegadas a un segundo plano. Fue el año crítico de la polémica chino-soviética, de la destitución de Krushchev (octubre), y de la muerte de Togliatti (agosto). Los comunistas italianos venían defendiendo desde la muerte de Stalin el policentrismo dentro del movimiento comunista internacional. Cuando muere Togliatti, los soviéticos, preocupados en impedir toda posible influencia de las tesis chinas en los demás partidos comunistas, estaban preparando desde unos meses antes una Conferencia Internacional de Partidos Comunistas para condenar las tesis chinas. Togliatti, al morir, deja un Memorial —el «Memorial de Yalta»—en el que se muestra contrario a esa conferencia y defiende una vez más su postura totalmente opuesta a todo nuevo intento de creación de una organización internacional centralizada. En él se sistematizan algunas ideas claves de la evolución del PCI: la afirmación de que la lucha por la democracia adquiere un contenido distinto al que ha tenido hasta un pasado todavía reciente (democracia burguesa); el abandono de la propaganda atea y la afirmación del carácter laico del Partido; la voluntad de los comunistas italianos de convertirse en campeones en la defensa de la libertad de la cultura. La destitución de Krushchev, dos meses después, originó un artículo de «Mundo Obrero» en des-acuerdo con la explicación oficial soviética. A la vez, de 1964 a 1968, había ido tomando cuerpo la nueva concepción del socialismo en la libertad. Cuando se produce la situación de tirantez entre el PCUS y los comunistas checoslovacos, por intentar éstos modificar el sistema político en una dirección que se aproximaba a las propuestas de socialismo del PCE, éste se coloca, sin ambages, al lado de Dubcek. Al producirse la invasión, el PCE la condena. Tal actitud abrirá una nueva crisis en el seno del partido. La afirmación de que el socialismo no estaba en peligro en Checoslovaquia no es compartida por todo el equipo dirigente. Agustín Gómez y Eduardo García encabezan a los prosoviéticos y, tras un año de larga polémica interna, son expulsados del partido por su actitud fraccional. (Un dato que pone de manifiesto el grado de tensión existente durante aquellos meses entre el PCE y el PCUS lo constituye el hecho de que Antón, responsable de la organización del PCE en Checoslovaquia, fuera expulsado del país por las tropas invasoras del Pacto de Varsovia.) En junio de 1968 aparece el documento «La lucha por el socialismo, hoy», en donde se sistematizan las propuestas más actuales, entonces, del PCE en el campo de la política internacionalista; toma cuerpo la idea de la «unidad en la diversidad», como norma de funcionamiento y ayuda mutua dentro del Movimiento Comunista Internacional. En el terreno de la profundización teórica de la revolución en los países capitalistas, se formula la tesis de la «Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura», en cuya elaboración habían influido, por un lado, la nueva estructura social que la revolución científico-técnica mostraba en los países industrializados —entre los cuales había que incluir ya a España—, y de otro, el potencial revolucionario que el movimiento estudiantil e intelectual en nuestro país, y las experiencias del «Mayo francés» habían aportado. La nueva fuerza intelectual había de ser en lo sucesivo, junto a la ya tradicional alianza de los obreros y campesinos, el nuevo motor de la revolución socialista. A fines de 1969, tiene lugar la Conferencia Mundial de Partidos Comunistas. El clima de tensión PCE-PCUS es manifiesto. Listen acude a la Conferencia entre los delegados del PCE; poco después abandonará el Partido en 1970. Las relaciones con el PCUS, si no tan tirantes, nunca volverán al clima de cordialidad que reinaba entre ambos antes de la invasión de Checoslovaquia. A partir de entonces el PCE afirmará en todo momento su independencia y su carácter nacional. La incomodidad de los soviéticos es recíproca: así, por ejemplo, en febrero de 1974 la revista «La Vida del Partido», órgano del PCUS, atacó duramente el in-forme que Manuel Azcárate, miembro del Comité ejecutivo, había presentado al pleno del Comité Central, celebrado ese mismo año, por oponerse a la Conferencia Mundial de Partidos Comunistas. A consecuencia de la afirmación de independencia por parte del PCE se produjo una nueva crisis en su seno que afectó fundamentalmente a algunas organizaciones de la emigración y a los militantes más veteranos, educados en una incondicionalidad a la URSS y ligados afectivamente por múltiples lazos emotivos al partido de Lenin. «EL PACTO POR LA LIBERTAD» A partir de 1970 va a entrelazarse con esa línea de discusión ideológica la de la validez o invalidez de «Un pacto por la libertad», como solución a la crisis del país. Su precedente material, que no teórico, lo encontramos en la movilización unitaria contra el proceso de Burgos a los militantes de ETA. Desde 1968, ETA había comenzado su actividad armada en el País Vasco. Los sectores más impacientes del nacionalismo vasco comenzaban así una compleja evolución que iba a incidir en la marcha del país. En junio de 1968 resulta muerto por la Guardia Civil el dirigente de ETA, Etchevarrieta; en Euzkadi se produce una enorme tensión que se prolongaría hasta el mes de agosto. Cuando cae asesinado el comisario Manzanas se desarrollaba una fuerte operación policíaca al amparo del decretado Estado de Excepción. Los acontecimientos se precipitan: a los continuos Consejos de Guerra contra los militantes vascos, hay que añadir una larga huelga minera en Asturias, la expulsión de Carlos Hugo y la huelga de hambre de los presos políticos de Soria. A comienzos de 1969 muere en Madrid, a manos de la policía, el estudiante de Derecho Enrique Ruano, lo que daría lugar a una movilización general de los estudiantes madrileños; la indignación y la solidaridad alcanzan prácticamente a todas las Universidades del país. Tres días después, el 24 de enero, el Gobierno clausura las Universidades y decreta el Estado de Excepción en todo el territorio nacional. Duro golpe que acaba con toda una época del movimiento obrero y estudiantil. Se producen numerosas detenciones, encarcelamientos y deportaciones; casi cuatrocientas personas pasan a disposición de los tribunales militares y del TOP; se restablece la censura de prensa. En Bilbao, Santander, Vallado-lid, Asturias y Sevilla se suceden las huelgas. En el Proceso de Burgos (fines de 1970) el fiscal va a pedir varias penas de muerte. El PCE, aunque critica la táctica de ETA, participa en una movilización que sobre todo en el País Vasco iba a adquirir características de amplitud y combatividad importantes. En la movilización contra la pena de muerte colaboraron todas las fuerzas políticas, algunas inherentes incluso al propio sistema franquista, consiguiéndose la conmutación de todas las penas de muerte. De la necesidad de dar salida a la crisis política surge la propuesta de un «Pacto para la libertad» con todas las fuerzas sociales y políticas dispuestas a coincidir en ese objetivo. Se preconizaba con tal Pacto una alternativa democrática, que facilitara la convergencia entre fuerzas de diverso signo interesadas en poner fin a la Dictadura, sobre bases muy amplias que no prejuzgaran ni el Régimen político ni las transformaciones sociales futuras, dejando estas cuestiones para su solución en un marco democrático. Durante largo tiempo se produce en el partido una polémica interna sobre esta cuestión; de sus características, amplitud y desarrollo posterior no tenemos datos fiables. Lo que sí sabemos es que a finales de 1969 se había constituido en Barcelona la «Comisió Coordinadora de Forces Politiques de Catalunya», primera instancia unitaria de la oposición en el Estado español. Carrillo defenderá esta política adoptada por el Comité Central en el mitin de Montreuil, en 1971, ante más de 50.000 trabajadores, fundamentalmente emigrantes, que se reunieron en torno a los máximos dirigentes del PCE. Con el mitin de Montreuil se trataba también de demostrar que las escisiones de Lister y los demás eran algo minoritario, y que el verdadero partido comunista se agrupaba en torno a Carrillo.
EL PROCESO 1001 Y EL VIII CONGRESO En 1972 tuvo lugar el VIII Congreso del PCE, último de los celebrados hasta la fecha. El partido se definió en él en torno al tema de la revolución política. La cristalización de toda la política unitaria propugnada desde hace años no llegará aún a escala de todo el Estado hasta la formación de la Junta Democrática. Antes tienen que pasar todavía r nas cuantas cosas. Así, en junio del 72 es detenido nuevamente Marcelino Camacho, que había sido puesto en libertad en marzo de ese mismo año. CCOO está atravesando entonces en Madrid por un duro período. La detención de Camacho, junto con la Dirección Nacional de CCOO, daría lugar al proceso 1001 y a una crisis de tremenda gravedad para todo el país. Una fuerte campaña de movilización prevista para el día del juicio es cortada de raíz por el atentado contra Carrero Blanco, ocurrido ese mismo día, 20 de diciembre de 1973. En torno al atentado se montó un intento de provocación; pero también en torno a ello se articularían los primeros intentos de muchas fuerzas —algunas de ellas incluso del interior del propio aparato del Estado— para no dar una salida «tremendista» a la crisis abierta. Las fuerzas más reaccionarias trataban de oponerse a toda la degradación de la situación política con los mismos instrumentos con los que se habían enfrentado a las guerrillas: atemorizando a la población, creando un vacío de miedo en torno a las fuerzas más decididamente opositoras y reprimiendo a éstas sin contemplaciones. Tal proyecto, por la naturaleza de la sociedad española de 1973 y por el propio carácter del movimiento de masas de las CCOO, tenía que contar con esas resistencias. La línea de la provocación iba a seguir durante 1974 con el atentado de la calle del Correo y el intento explícito de mezclar al PCE en tales sucesos, con un largo etcétera en años posteriores. 1974 es también un año decisivo: Alrededor de la trombo-flebitis de Franco se crea la Junta Democrática. Poco antes, el 25 de abril, había tenido lugar la revolución de los claveles en Portugal. Las divergencias con las orientaciones políticas de Alvaro Cunhal, le permiten al PCE delimitar su estrategia con mayor claridad. En julio de 1974 se constituye la Junta Democrática. La voluntad de intervenir en las crisis políticas, no sólo a través de la actividad de los movimientos de masas, queda clara en este momento en que Franco está enfermo. En junio se había celebrado la concentración de Ginebra, en la que habían participado 25.000 es-pañoles en apoyo a la política de unidad de la oposición, que en la visión del PCE no podía ser solamente una unidad por arriba, sino una unidad articulada a todos los niveles. En junio de 1975 se produce la declaración de Livorno, por la que «los comunistas españoles e italianos declaran solemnemente que en su concepción del avance democrático hacia el socialismo en la paz y en la libertad, se expresa no una actitud táctica, sino un convencimiento estratégico, que nace de la reflexión sobre el conjunto de experiencias del movimiento obrero y sobre las condiciones históricas específicas de los respectivos países en el contexto europeo occidental» (14). Tanto para el PCE como para el PCI, tal afirmación no suponía nada nuevo; lo nuevo es precisamente el hecho de que lo digan juntos; a partir de entonces se generaliza la expresión «Eurocomunismo», a la que en noviembre de ese año se adherirá también el Partido Comunista Francés. Poco antes se había reunido la Segunda Conferencia del PCE; en dicha reunión, y tras dos años de discusiones en todas las organizaciones de base, se aprueba el Manifiesto-Programa del Partido —vigente hoy— y un llamamiento titulado , Por la liberación de la mujer» por el que el PCE se definía como partido feminista. La conferencia ratificó también las posiciones acerca de la militancia de los cristianos en las filas del partido. En octubre, cuando la gravedad de la enfermedad de Franco era de dominio público, la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática —que se había constituido unos meses antes— lanzan una primera declaración conjunta en la que se declaran dispuestas a concertar sus esfuerzos para una acción política de carácter patífico para la construcción de un sistema democrático. Frente a la unidad de la oposición, Franco sigue utilizando los únicos resortes que conoce, y así promulga la Ley de represión contra el terrorismo en agosto de 1975. Al aplicarla, un mes después se ejecuta-rían las cinco penas de muerte de El Goloso, impuestas a militantes de ETA y FRAP. El 20 de noviembre de 1975 moría Franco. Se abría una nueva etapa cuyos hitos iban a ser marcados por una ofensiva de masas, como jamás se había conocido antes en el país y que iba a dar al traste con el gobierno Arias, modificando la política reformista de éste, pero que no llega a imponer una ruptura, peligrando en ciertos momentos la unidad de la oposición. Toda la dirección del PCE vuelve entonces al interior y comienza a actuar cada vez más abiertamente. Santiago Carrillo regresa clandestino en 1976. Se abren locales, se lucha por la democracia, la Amnistía y la legalización. El Pleno de Roma del Comité Central, celebrado en julio, pone de manifiesto que la salida a la luz de los comunistas españoles es ya una realidad. En diciembre es detenido en Madrid el secretariado del Comité Ejecutivo del PCE y con ellos Santiago Carrillo. No significa un retroceso; por el contrario, constituye un avance hacia la salida ala superficie del Partido y legaliza, de hecho, la presencia de su secretario general en el país.
El asesinato de los abogados laboralistas de Atocha es la primera provocación de una nueva época. El PCE se ganó ese día, con su comportamiento, la presencia legal en el juego político del país; supo movilizar a más de cien mil personas y supo también mantener la movilización en los términos justos para no provocar tensiones en el aparato del Estado, en un momento por demás cargado de tensiones por los recientes secuestros del GRAPO.
El sábado nueve de abril de 1977 el Partido Comunista de España quedaba legalizado. A partir de aquí comienza una nueva etapa de su historia, la del PCE legal. P. G. G. (1) El primer Comité Nacional lo formaban Ramón Merino Gracia, J. Andrade, A. Buendía, Luis Portela y Vicente Arroyo. (2) Pasan al PCOE cuatro miembros de la Comisión Ejecutiva del PSOE: Daniel Anguiano, que es elegido secretario general, César R. González, Manuel Núñez de Arenas y Ramón Lamoneda, aunque la figura más representativa es la de Antonio García Quejido, uno de los fundadores del PSOE y de la UGT, y principal dirigente de la Federación Gráfica Española. (3) En dichas elecciones municipales, resultaron elegidos 10 concejales comunistas que no tuvieron contrincante para el puesto (se eligieron por ese procedimiento un total de 29.804 concejales). En competencia con otros contrincantes se obtuvieron otros 57 diputados comunistas de un total de 50.988, que se eligieron. Los cifras hablan, por si solas. (4) En el VII Congreso de la IC salieron elegidos rrektnfires de se Gorrilla Ejem-M.o Dolores Iberniri y José Dias. (6) Gerald Brenan: «El Laberinto Es-pañol». Editorial Ruedo Ibérico. París, 1962. (7) José Díaz: «Tres años de lucha». Editorial Ebro. París, 1969 (8) Las existentes entre iniciativa popular y democracia, por un lado, y eficacia militar, por otro. (9) Las Naciones Unidas derogaron el 4-X1-50 la resolución de 1946, por la cual habrían aconsejado la retirada de embajadores de Madrid. El ingreso de España en la ONU se producía en diciembre de 1955 sin ningún voto en contra y con sólo dos abstenciones: México y Bélgica. (10) "Mañana, España", Santiago Carrillo. Entrevista con R. Debray y Max Gallo. Ed. Ebro, París, 1975. (11) Libro citado. (12) Ala huelga del 18 de junio llamaron junto al PCE y al PSUC, Acción Democrática, el Frente de Liberación Popular, Organizaciones del interior del Partido Socialista, la Agrupación Socialista Universitaria, Comités de Coordinación Universitaria de Madrid y Barcelona, el Movimiento Socialista Catalán, el Partido Demócrata Cristiano de Cataluña, el Movimiento Obrero Católico catalán, el Comité Regional de la CNT en Cataluña y otros grupos corno Nueva República, Esquerra de Cataluña, Front Nacional Catalá, Unión Democrática Montañesa (democristianos, comunistas y FLP) y el Frente revolucionario canario (comunistas, socialistas, democristianos, re-publicanos, obreros católicos y el grupo regional «Libertad para España»). (13) A raíz de tales sucesos serían e ex-pulsados de sus cátedras universitarias, Aranguren, García Calvo y Tierno Galvá n, que no serían va reintegrados en sus puestos hasta 1976. (14) «¿Qué e el Eurocomunismo?», Máximo Loizu-Pere Vilanova. Ediciones Avance. Barcelona, 1977. |