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 Tiempo de Historia, nº 90, mayo 1982

La caída de Málaga y sus trágicas enseñanzas

Rafael Tenorio García

En Málaga, los acontecimientos de julio de 1936 se desarrollaron de un modo confuso para todos. La ciudad era eminentemente roja y el general Francisco Patxot Madoz, jefe de la IV Brigada de Infantería y Comandante Militar de Málaga, comprometido con el alzamiento. sabía que, para apoderarse de la ciudad y dominar la situación, las dificultades serían enormes. Sin embargo, el general Patxot no goza de buena prensa en ningún bando. Su actuación quiso ser acertada en todo momento. El 18 de julio, por la noche, el general Patxot declaró el estado de guerra y sacó las tropas a la calle para que controlaran la ciudad lo antes posible. Era su compromiso de conjurado y actuó en consecuencia. Más que una ocupación, aquella salida parecía un desfile militar. Al general Patxot le habían prometido que, inmediatamente después del alzamiento, tropas africanas desembarcarían en Málaga para asegurar su conquista y emprender la invasión de otras tierras andaluzas. El general Patxot confiaba en este desembarco, ya que él sabía mejor que nadie que la ciudad era adversa a un alzamiento de las derechas.

La noche del 18 al 19 de julio empezó la movilización popular en Málaga para hacer frente al general Patxot. Los guardias de asalto, por ejemplo, ni siquiera estaban comprometidos o identificados con el alzamiento.

A las tres de la mañana, el señor Martínez Barrio formó un gobierno en el que figuraba un ministro que no era del Frente Popular. El alzamiento, exclusivamente antigubernamental, quedó en suspenso. La formación de ese gobierno parecía ser una componenda para evitar las cascadas de sangre y de dolor que amenazaban anegar a España. El general Patxot dudó. Los oficiales comprometidos eran audaces, pero eran también muy poco numerosos; los guardias civiles no sabían tomar decisiones claras en favor de uno u otro bando; los carabineros se encontraban sin norte y los falangistas y otros miembros de derechas estaban desorganizados y confundidos.

Y es en esta coyuntura cuando el pueblo malagueño decide tomar las grandes iniciativas. Armados por algunos guardias de asalto, a primeras horas del día 19, los obreros se lanzaron contra el cuartel de los Capuchinos, foco principal de la rebelión, mientras que los guardias civiles estaban a la defensiva en la plaza de la Trinidad.

En esta histórica madrugada, el general Patxot debió pensar que un nuevo gobierno de hombres moderados y centristas podría, tal vez, resolver la crisis, al mismo tiempo que los obreros y las fuerzas leales recibían la orden de asaltar los cuarteles. Entonces sucedió la deserción de numerosos soldados, que se pasaban a los leales abandonando a los conjurados. Poco después empezaron a dinamitar el cuartel de los Capuchinos y sus alrededores. La' rendición era inevitable. La única esperanza era él desembarco de tropas africanas que pudiera sacarles de aquel trance y apuro, pero el primer buque de guerra que llegó a Málaga era el destructor Sánchez Barcáiztegui, que ondeaba la bandera de la República y que traía a los oficiales comprometidos prisioneros. El general Pátxot había perdido la batalla. No era el único culpable. Hubo varios factores importantes en esta derrota

a) Málaga era una ciudad roja.

b) No hubo cohesión entre las distintas fuerzas afines al alzamiento.

e) Los soldados desertaron en masa para ponerse a las órdenes del Gobierno.

d) Los obreros se organizaron en cuestión de horas e hicieron frente, como en Barcelona y en Madrid, a la rebelión.

e) El desembarco de tropas africanas tan anhelado y necesario para el éxito, no tuvo lugar.

 Por otra parte, no fue el general Patxot el único que dudó en aquella noche dramática. El coronel Aranda se mantuvo. leal en Oviedo hasta que pudo liberarse dé la pesadilla de los mineros. El general Mola pensó en el suicidio cuando se cercioró de que el alzamiento, como tal, había fracasado. Los militares de Valencia siguieron dudando durante muchas horas. El general Campins en el complejo tinglado de Granada, también dudo. La retirada de las tropas y la simultánea decisión de asaltar los cuarteles pusieron fin al alzamiento de julio en la ciudad de Málaga. El general Patxot fue detenido y asesinado. El capitán Agustín Huelín Gómez, hombre arrojado y valiente, que había conducido las tropas por las calles de Málaga, fue detenido y fusilado. Otros excesos, como incendios, .saqueos y numerosos paseos sucedieron poco después en la hermosa y triste provincia de Málaga. El terror rojo en esta ciudad fue uno de los más sangrientos que registra la guerra civil.

Sin embargo; la posición de Málaga no era nada halagüeña. Ese verano el general' Varela conquistó Ronda (15 de septiembre) y otros pueblecitos. Los rebeldes se afirmaron en Granada capital y se lanzaron hasta Loja y Orgiva, manteniendo una considerable presión sobre lo que dio en llamarse «la bolsa de Málaga». Aquel verano se pasó en episódicos combates locales de escasa importancia, ya que el gran esfuerzo rebelde se centró en la Andalucía occidental, la conquista fulminante de parte de Extremadura y la penetración en Castilla la Nueva. Todo el otoño de guerra pasó en la provincia de Madrid y el invierno sorprendió a los dos bandos contendiendo en una guerra de usura en los alrededores de la capital.

Pero la Italia fascista, factor determinante, había decidido intervenir en la guerra de España con divisiones enteras y todo tipo de pertrechos militares, incluyendo aviones y submarinos.

En efecto, fue en diciembre de 1936 cuando empezaron a desembarcar en Cádiz las primeras unidades militares de lo que más tarde sería el Cuerpo de Tropas Voluntarias. Pronto hubo una brigada completamente italiana y dos brigadas más compuestas de mandos italianos y tropas italo-españolas.

Los nacionalistas franceses Robert Brasillach y Maurice Bardéche, que estaban muy bien relacionados con el fascismo italiano y que vieron esas tropas en España, aseguran que, en febrero de 1937, cuando se inició la gran ofensiva contra Málaga, ya había 20.000 combatientes italianos (1).

No es una cifra astronómica, ni mucho menos, ya que la mayoría de los historiadores y observadores favorables a Franco tienden a disminuir todo lo posible la ayuda nazi-fascista, porque ésta, por muy útil que fuera en su momento, se compagina muy mal con el nacionalismo exacerbado de la propaganda y la mitología de la zona franquista.

Estos 20.000 hombres habían llegado a Cádiz encuadrados y bien armados y no tenían nada, o muy poco, que ver con las Brigadas Internacionales, hombres idealistas y desarmados que se estaban concentrando en Albacete y que defenderían Madrid desde noviembre de 1936. Por su puesto, no todos los participantes de la ofensiva eran italianos, pero sí fueron ellos los que tomaron la capital y los que más alarde hicieron de esa victoria (2). En enero de 1937, el Gobierno de la República envió al coronel Villalba para que organizara la defensa de la ciudad e impusiera el orden y la autoridad que tanto faltaban. No era en absoluto el hombre adecuado para tamaña empresa, parece ser que palideció cuando fue nombrado para el cargo y que confesó «que no se consideraba con capacidad suficiente para asumir ese mando» (3).

Málaga y sus alrededores habían vivido, como casi toda la zona republicana, varios meses de terror rojo y había que remediar cuanto antes aquella lamentable situación. Además, las fuerzas republicanas de la ciudad se perdían y gastaban en luchas banderizas y políticas que perjudicaban enormemente al gran esfuerzo colectivo de defensa ante el enemigo común. El famoso Comité de Salud Pública no solamente era totalmente inepto, sino que, además, fue un producto «revolucionario» peligroso. Ni gobernaba ni dejaba gobernar. Más al este se formó otro comité en Motril que no quería saber nada de Málaga y que penetraba estúpidamente en las atribuciones del comité de Almería, mientras que, en Ronda y su comarca, se alzó otro comité desastroso que quiso organizar la revolución y que llevó a todo el mundo al fracaso.

El día 14 de enero de 1937, los rebeldes desataron una ofensiva de mediana envergadura para apoderarse de Estepona (14 de enero) y de Marbella (17 de enero). El 22 de enero, tropas rebeldes de Granada conquistaron Alhama y amenazaban con caer sobre Málaga desde el norte.

Así estaban las posiciones cuando el 3 de febrero el alto mando rebelde del Sur dio orden de atacar, a todas sus columnas. El duque de Sevilla atacó desde Marbella, bordeando la carretera de la costa; desde Antequera y Loja atacaron las tropas italianas; otra columna rebelde atacó de sus bases de Alhama hacia Vélez-Málaga, mientras que la columna del coronel González Espinosa, en el ala izquierda del ataque, pensaba caer desde Orgiva hasta Motril, para cortar las comunicaciones y la retirada de los republicanos de Málaga.

Era una gran operación nunca vista en aquellos teatros de lucha. La marina de guerra rebelde se situó frente a las costas malagueñas y bombardeó a mansalva las aglomeraciones que estaban en poder de los republicanos. El general Gonzalo Queipo de Llano había instalado su cuartel general provisionalmente en el crucero Canarias.

Esta operación de bombardeo masivo tenía la doble finalidad de despejar el paso a las tropas atacantes y de sembrar el pánico en los asustados pueblecitos de la costa.

En estas condiciones, y no habiendo ninguna organización ni medios de defensa en la zona republicana, el ataque se convirtió en un paseo militar sin percances dignos de mencionar.

El día 7 de febrero, los italianos se encontraban en las afueras de Málaga, al otro día entraron en la ciudad cantando Giovinezza y otros himnos fascistas.

El día 9 se prosiguió el ataque desde Vélez-Málaga hasta Motril, y el día 10 las fuerzas rebeldes se lanzaron a la conquista de Albuñol, amenazando Almería.

Los mandos republicanos, y el coronel Villalba en cabeza, habían abandonado la ciudad y su retaguardia más próxima sin organización alguna de defensa. Dos batallones comunistas, que habían sido enviados desde Motril para defender Málaga, tuvieron que retirarse ante el abrumador avance de los rebeldes. Entonces enviaron a la VI Brigada republicana, mandada por el comandante Gallo, más otra brigada y varios batallones de la XIII Brigada Internacional para contener el ataque y salvar a Almería. Los batallones internacionales pelearon con valentía, pero no podían ejercer el peso y la importancia del pequeño ejército italiano, entre otras cosas porque «la XIII Brigada Internacional se encuentra provisionalmente desmembrada» (4).

El frente quedó establecido el 11 de febrero al este de Motril. Pero el horror de Málaga, que había empezado el mismo día 8, continuaba y continuará durante muchos días.

Terror en la ciudad

Calcular el grado de horror de una ciudad sometida es siempre delicado. En España nunca se han hecho estadísticas en un bando u otro y se tiene que averiguar a base de testimonios de la época, sin lugar a dudas partidistas, e imaginando siempre cómo pudo ser el terror en esta o aquella zona.

Málaga no es una excepción.

Ahora bien, Málaga, como Badajoz meses antes, fueron seguramente las dos capitales españolas más sacudidas por una violenta represión de corta duración, pero tremendamente aguda.

Según los testigos que pudieron escapar, la cifra de 3.000 ó 4.000 víctimas no sería exagerada. No hubo periodistas extranjeros, como en Badajoz, que pudieran contar lo que sucedió en Málaga, y los que lograron entrar se guardaron mucho de publicar nada que pudiera deteriorar la imagen del Ejército que había conquistado la ciudad. Mister Monks, corresponsal del Daily Express, afirma que no pudo entrar en la ciudad hasta el 11 de febrero. El lamentable ejemplo de Badajoz no podía repetirse. Pero sí hubo otros testigos que, aunque no eran periodistas extranjeros merecen ser tenidos en cuenta.

Bernardo Muniesa Brito cita a un testigo directo que pasó por varios penales hasta 1950, que le confesó:

«Era dominio común entre los presos políticos el que no existieran prácticamente presos malagueños. En esta ciudad, Málaga, no se hicieron presos políticos. Allí les mataron a todos. Allí operaba el fiscal Carlos Arias Navarro, llamado el "carnicero de Málaga"» (5).

Un capitán de la justicia militar confesó al señor Ruiz Vilaplana que habría habido 9.000 ejecutados. Cifra que parece a todas luces muy exagerada, pero que ilustra la intensidad dramática de los sucesos de Málaga. -Una señora inglesa, residente en la Bahía de Algeciras, afirmó que en la noche del 17 de febrero, 250 personas fueron fusiladas muy cerca de su casa:

«La noche siguiente, un número mayor fue fusilado, y esto se repitió el 25 de febrero»(6).

 Otros testigos. citados en varias obras hablan de 4.000 ejecuciones o más. Arthur Koestler es un testigo de excepción, porque estuvo en Málaga, porqué fue detenido y vivió la pesadilla de aquel terror desde dentro.

Koestler cuenta que cuando él fue detenido en la Comisaría de Policía —o lo que podría entenderse como tal— se estaba practicando la tortura-a gran escala. Un hombre pasó delante de él- ensangrentado y a Koestler le pareció como «si hubiera sido aplastado por una locomotora» (7). Este hombre pasó gritando: «No me peguen más. No me peguen más.» Pero los gritos humanos y el horror de la tortura continuaron. La prisión, por ejemplo, estaba rebosando de prisioneros. En celdas exiguas e individuales habían metido hasta cinco y seis hombres que no se. podían mover.

Haciendo un cálculo de estadísticas, con todos los datos que poseía, Koestler supone que, el sábado 13 de febrero de 1937, cinco mil personas habían sido fusiladas en Málaga y que, solamente en la prisión donde él estaba, habían fusilado a seiscientas personas (8).

El general italiano Roatta, jefe de las tropas italianas y testigo de aquel drama, se entrevistó con el embajador nazi Von Faupel, el 21 de abril de 1937. En esta entrevista el general Roatta señaló al embajador nazi que en Málaga «las tropas habían procedido a fusilamientos en masa» (9). El general Roatta, qué duda cabe, se convierte también en un testigo de cargo sobre este espinoso y sangriento acontecimiento.

Los italianos, según ha podido saberse después, estaban horrorizados con aquellas medidas represivas, que ni siquiera ellos habían aplicado en Abisinia. Las tropas italianas fueron acuarteladas por dos motivos: evitar que los vieran por la ciudad vencida y separarlos del terror que se desarrollaba en la muy bella y muy triste ciudad de Málaga.

No obstante, los mandos italianos tuvieron conocimiento de aquel desastre humano y consultaron inmediatamente con su embajador, para que alguien intentara poner remedio a la represión despiadada. El embajador Cantalupo intervino ante el general Franco y ante el conde Ciano, Ministro de Asuntos Exteriores italiano. Otro tanto hizo el cónsul italiano de Málaga, señor Bianchi, cuya actuación humanitaria evitó la muerte de algunas personas.

Esta actuación de los italianos fascistas ha sido escamoteada por la propaganda rebelde. Sin embargo, por lo insólita, abrumadora y pertinente, es digna de mención.

En sus minuciosas y casi siempre acertadas búsquedas, el historiador norteamericano Herbert R. Southworth descubrió algo que ha sido ocultado con esmero y que implica el terror blanco, a la censura franquista y a la estupidez propagandística que caracterizó siempre al régimen franquista.

 En 1948, el ex-embajador fascista Roberto Cantalupo publicó en Verona un libro titulado «Fu la Spagna». Cantalupo había sido embajador desde febrero hasta abril de 1937. Antes de venir a España, Cantalupo había estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores de su país, donde le contaron las horribles atrocidades y los numerosos fusilamientos que habían cometido los rebeldes en Málaga. A su llegada a España, los altos mandos italianos se entrevistaron con él para informarle de que «el clima de represalias era despiadado». Cantalupo preguntó a su gobierno qué podía hacer y el conde Ciano le aconsejó que se entrevistara con Franco. La entrevista se celebró el 3 de marzo y Franco afirmó que se habían cometido muchos abusos inevitables. Cantalupo salió con la impresión de que Franco no tenía autoridad suficiente para acabar con aquellas salvajadas. Poco después, el cónsul Bianchi escribió a su gobierno para anunciarle que «el buen nombre (?) de las tropas italianas saldría perjudicado por las ejecuciones de Málaga» (10).

No deja de ser tragicómico, al cabo de los años, el comprobar que fueron los fascistas italianos, famosos ya por sus propios horrores, los que se interesaron por la suerte de los españoles derrotados y los que más quisieron humanizar aquella guerra civil entre españoles. De todos modos, a los horrores de la ciudad, que se prolongaron durante muchos días, hay que añadir el calvario indescriptible del éxodo malagueño interrumpido salvajemente por la aviación y la marina de guerra.

El éxodo de Málaga

Málaga capital se había llenado de refugiados de otras provincias y de sus pueblos. Vivían hacinados en distintos lugares. Separados por sacos abiertos en forma de cortinas, guisando en las tapias de las fábricas y en los garajes, resistiendo lo imposible. El 6 de febrero se inició el éxodo de la población civil. Camiones, coches, carros, familias a pie, todos se iban hacia Almería, hacia Valencia.

 Las cifras del éxodo malagueño —y siempre pecamos por no disponer de cifras exactas— se han calculado entre 100.000 y 150.000 personas (11). No era sólo la capital que huía, eran también los miles y miles de refugiados que procedían de la provincia —yo he conocido personalmente a algunos— y de otras provincias andaluzas.

El camino era exiguo y sería el teatro de un nuevo drama. Algunos buques de guerra se situaron frente a Torre de Mar y bombardearon a la caravana humana que huía de Málaga. Entre el lunes 8 y el martes 9 de febrero fueron atacados por la aviación rebelde que descendían hasta 80 metros de altura para ametrallarlos.

La duquesa de Atholl logró entrevistarse con muchos refugiados de Málaga que le contaron las mismas trágicas aventuras vividas en aquel paisaje de delirio. Sir Peter Chalmers-Mitchell vio, desde la terraza de su casa, cómo eran bombardeados los refugiados. Arthur London (12) presenta un relato que coincide absolutamente con el de Koestler, el de Atholl y con lo que me han contado, muchos años después, testigos y supervivientes de aquel drama.

Espectáculo sombrío el de aquella caravana de refugiados atacada por los buques de guerra y por la aviación. El resto podemos imaginarlo: mujeres enloquecidas, pánicos, desesperación, niños abandonados, muertos en cada tramo de la carretera, un sinnúmero de peligros, hambre y desolación.

El poeta Rafael Alberti lo ha señalado en unos versos:

«Por ese largo y duro

costado que sumerges en la espuma

fue el calvario de Málaga a Almería

el despiadado crimen,

todavía —oh, vergüenza— sin castigo» (13)

Nadie que tenga dos dedos de frente puede pedir muchos años después, se atreve a insinuar que aquel horror fue una leyenda, entonces, y en honor a la verdad, hay que intervenir.

Se trata de José Luis Alcofar Nassaes, quien en su libro citado señala:

 «Según Dolores Ibárruri (ob. cit. 238), Vélez-Málaga fue tomado el mismo día 7, lo que de confirmarse, destruye hasta cierto punto la leyenda de la terrible huida de la población civil de Málaga por la carretera de Almería, sometida a cruel bombardeo por los aviones y los barcos nacionales.» (14)

 Que un historiador serio, como es Alcofar Nassaes, niegue la existencia o la ponga en duda, como es su caso, de esta tremenda caravana humana atacada despiadadamente por la aviación y la marina de guerra rebelde es francamente lamentable. Además, fue el sábado día 6 cuando se inició el éxodo, y el sábado, lo sabemos por testigos, Vélez-Málaga estaba en poder de la República. Si el día 7 lo estaba o no, es algo que tiene muy poca importancia, ya que el gran crimen sucedió el lunes día 8 y el martes día 9, y sucedió al este de Vélez-Málaga, aunque fueron inicialmente atacados y asustados desde las afueras de la ciudad. Miles de refugiados llegaron no solamente hasta Almuñécar, donde fueron, efectivamente, copados por fuerzas rebeldes, sino que hubo muchos que llegaron hasta Valencia. En cualquier caso, sabemos que el coronel Villalba y su sé quito abandonaron la ciudad el domingo día 7, por la tarde, viajando en coche y que lograron cruzar el sector de Vélez-Málaga. Aparte de todas las historias escritas a este propósito por gente que vivió directamente estos sucesos o los escuchó de los refugiados que los habían padecido, yo mismo me he entrevistado con personas que estuvieron en aquel infierno, que viven todavía y que podrían corregir de sus dudas, en cualquier momento y definitivamente, a José Luis Alcofar Nassaes.

En la zona republicana sucedió una verdadera conmoción por esta ofensiva y por sus consecuencias terribles. Numerosos refugiados llegaron contando lo que habían vivido y el clamor popular, sabiamente orquestado, exigió responsabilidades.

Las responsabilidades

Colodny, que fue un combatiente de la República, señala:

«En el caso de Málaga, no hay la menor duda sobre la complicidad de los oficiales de Largo Caballero en la derrota.» (15)

Y Mijail Koltsov, corresponsal de la Pravda en España y gran experto en asuntos político-militares, afirma:

«Sabido es que una parte importante del Estado Mayor de Málaga no sólo estaba en relación con los fascistas, sino que, además, se quedó en la ciudad hasta su llegada.» (16)

 Es cierto que hubo, como en todas partes, espionaje y deserciones. Las deserciones de los militares Romero y Conejo son conocidas, pero es evidente que no fueron más numerosas o trágicas que en cualquier otro lugar. El problema no reside ahí.

Los comunistas querían desembarazarse del general Asensio y la caída de Málaga iba a servirles de pretexto. Pronto se dijo que Asensio no había prestado la ayuda necesaria a Málaga, que había enviado a un inepto (el coronel Villalba) para enredar más las cosas y que, en fin, la noche de la caída de Málaga, el general Asensio la pasó en un cabaret nocturno de Valencia.

El día 21 de febrero el general José Asensio Torrado fue destituido de su cargo de subsecretario de la Guerra.

 En octubre de 1937, los generales Asensio Torrado, Martínez Monje y Martínez Cabrera fueron detenidos y se abrió un proceso contra ellos por haber desatendido criminalmente el frente de Málaga. Martínez Monje había sido jefe del Ejército del Sur, y Martínez Cabrera jefe del Estado Mayor. El coronel Villalba también fue procesado.

Cuando Manuel Azaña, presidente de la República, se enteró por los periódicos del arresto de los militares y de su próximo juicio, anotó en su cuaderno de La Pobleta:

«Ignoro de qué les acusan.» (17)

En mayo de 1938, y una vez que la causa contra Asensio y los otros militares fue sobreseída, recuperaron la libertad, aunque ninguno de ellos volvió a ejercer el mando. El coronel Villalba, sin embargo, pasó más de un año en prisión, pero fue rehabilitado más tarde. De todos modos, este tipo de proceso era normal en aquel momento. Había que buscar culpables, y culpables ajenos a la política oficial. Ningún ministro comunista, y Uribe era, además, miembro del Consejo Superior de la Guerra, dimitió por la escandalosa caída de Málaga. El general Asensio, en su defensa, aseguró haber obedecido en todo momento a las órdenes del ministro de la Guerra. ¿Por qué Largo Caballero no fue procesado?

Hay que suponer que fue por la sencilla razón de que un proceso Largo Caballero habría sido un fichero de dominó, y que todo el Gobierno de la República podría haber aparecido en el banquillo de los acusados.

En lo que se refiere al abandono del sector de Málaga, es más que probable que lo hubo, pero no estaba más abandonado que ciertos sectores de Aragón, o de Extremadura y Castilla la Nueva. La única organización unitaria político-militar de la República estaba concentrada alrededor de Madrid. El resto de los frentes vegetaba. Málaga, en este sentido, tampoco era una excepción. Por otro lado, los rebeldes atacaron con un dispositivo militar ventajoso de 2 a 1 en la tropa y con absoluta superioridad en la aviación y en la marina, además, las unidades de tierra estaban completamente motorizadas.

¡Cómo ignorar, por otra parte, la ausencia total de disciplina en aquel sector de Málaga, eminentemente político y politizado, con sus luchas intestinas de influencia, su excesivo número de comisarios políticos, la autoridad casi omnímoda del doctor Cayetano Bolívar, diputado comunista, comisario político de mayor envergadura y, si se quiere, uno de los grandes responsables de la caída de Málaga; cómo ignorar también la falta de armamento y la escasez de víveres —tanto Koestler, que estuvo allí semanas antes de la tragedia, como los falangistas que entraron en Málaga, han reconocido que la ciudad estaba hambrienta—, los pocos y malos trabajos de defensa realizados por la población, la traición de algunos militares, la absoluta falta de aviación y de marina de guerra republicanas, cuyo mayor responsable era Indalecio Prieto!

Como muy bien señala el sociólogo Franz Borkenau, que estuvo días antes de la ofensiva en Málaga:

«El aspecto más inexplicable del desastre de Málaga es la inactividad de la flota.» (18)

Y Arthur Koestler se preguntaba angustiado:

«¿Dónde están los buques de guerra de la República?» (19)

Pero, ¿se atrevió alguien a pedir responsabilidades a Prieto? No. Más aún, el comisario político y gran responsable civil era el doctor Bolívar, ¿se atrevió alguien a pedir explicaciones al doctor Bolívar, diputado comunista? Sí se atrevieron, pero las Cortes de la República se negaron a quitarle la inmunidad parlamentaria, a pesar de que Bolívar estuvo en todo momento en Málaga y colaboró con el coronel Villalba.

El desastre de Málaga fue en realidad el desastre de una política republicana de reinos taifas que no podía durar y que no pudo resistir al choque de las ofensivas rebeldes, bien organizadas y llevadas a cabo por un ejército profesional abastecido convenientemente de armamento.

Este desastre puso en evidencia la falta de medios de combate de los republicanos, su ineptitud para defenderse y su inmensa y estéril capacidad de sacrificio. No hubo mayor traición. La bolsa de Málaga estaba condenada al desastre, como lo estaba todo el norte republicano y como estaría Aragón. en marzo de 1938, cuando Asensio y los otros estaban presos y cuando los comunistas no tenían a quién culpar. Habían pasado casi dos años de guerra y todo el frente aragonés se hundió ante el avance irresistible de fuerzas mejor armadas y mejor organizadas. Por otro lado, la ignominia de la represión dentro de la ciudad y en el éxodo nos enseña perfectamente que una guerra no se compone de heroísmos y que una guerra civil tiene todavía menos heroísmos que las guerras entre naciones. El triunfo o la caída de Málaga es un ejemplo insuperable de salvajismo y demuestra que los españoles, cuando desdeñan los argumentos y las razones y luchan entre sí, pierden el control y las grandes virtudes que poseen y se convierten en bárbaros. Devorar a sus hijos, o devorarse entre hermanos, agobia y agota a un pueblo. La Historia ha condenado ya estos enfrentamientos civiles. Los españoles tendremos que aprender esta lección de la Historia.

■ R. T. G.

(1) Robert Brasillach y Maurice Bardéche: Histoire de la guerre d'Espagne. Librairie Plon. París, 1939, p. 233.

(2) Para ver las cifras más exactas se puede consultar José Luis Alcofar Nassaes: CTV. Los legionarios italianos en la guerra civil española 1936-1939. Dopesa. Barcelona. 1972, págs. 66-67-68. Alcofar Nassaes es favorable a los alzados y a los italianos fascistas.

(3) Antonio Cordón: Trayectoria. Colección Ebro. París. 1971, pág. 293.

(4) Luigi Longo: Las Brigadas Internacionales en España. Ediciones Era, s. a. México, 1969, pág. 170.

 (5) Bernardo Muniesa Brito: Algunas notas acerca de la legitimación del Régimen franquista. Coloquio internacional sobre la guerra de España. Universidad de Barcelona. Barcelona, abril de 1979. Ver también Cambio 16, 8 de mayo de 1977, la reseña «Arias: Málaga no te olvida» para. más detalles sobre la intervención del conocido político en la represión le Málaga.

(6) Duquesa de Atholl: Prójecteurs sur I'Espagne. Editions Denoél. París, 1938, pág. 292.

(7) Arthur Koestler: Un testament espagnol. Albin Michel. Le livre de pbche. París, 1963, pág. 73.

(8) Koestler, libro citado, pág. 107.

(9) Les Archives secretes de la Wilhelmsrrasse L'Allemagne et la guérre civile espagnole (1936-1939). Librairie Plon. París, 1952, págs. 219-220.

(10) Herbert R. Southworth: El mito de la cruzada de Franco. Ruedo Ibérico. París, 1963, pág. 274, nota 893. El libro de Cantalupo fue editado en España, pero toda la parte del terror fue censurada.

(11) Ver Robert G. Colodny: El asedio de Madrid. Ruedo Ibérico. París, 1970, pág. 236, nota 95; Gabriel Jackson: The Spanish Republic and the Civil War 1931-1939. Princeton University Press. Princeton. New Jersey, 1972, pág. 344; y Guillermo Cabanellas: La guerra de los mil días. Editorial Heliastra. Buenos Aires, 1975, tomo 11, pág. 718.

(12) Arthur London: Espagne... Les éditeurs francais réunis. París, 1965, pág. 211.

(13) Rafael Alberti: Antología poética. Editorial Losada, s. a. Buenos Aires, 1969, pág. 257.

(14) Alcofar Nassaes, libro citado, p. 69, nota 51.

(15) Colodny, libro citado, p. 222, nota 11.

(16) Mijail Koltsov: Diario de la guerra de España. Ruedo Ibérico. París, 1963, pág. 362.

(17) Manuel Azaña: Obras completas. Ediciones Oasis, s. a. México, 1966-1968. tomo IV, pág. 834.

(18) Franz Borkenau: The Spanish cockpit. Ann Arbor Paperbacks. The University of Michigan Press. Michigan, 1974, pág. 224.

(19) Koestler, libro citado, pág. 35.