S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Tiempo de Historia nº 62 de enero de 1980 Francisco Giral: Pasado y presente de la RepúblicaLuís Méndez Asensio Don Francisco Giral González es uno de los testigos excepcionales de las vicisitudes por las que atravesó nuestro país durante los tres años de guerra civil. Hijo del que fuera jefe de Gobierno durante parte del mandato republicano, don José Giral Pereira, ha mantenido siempre, así como sucedió con su padre, una directa gestión en lo referente a cualesquiera actividades de la República, tanto en la conflagración como en el largo exilio mejicano. En la actualidad, don Francisco Giral se ocupa de la enseñanza en la Universidad de Salamanca. Una cátedra de química orgánica en la Facultad de Farmacia, que, tras un prolongado período de injusta marginación, ha llegado a recordar al igual que otros muchos intelectuales exilados. Giral quiso hablar en todo momento desde la posición de un simple ciudadano que ejerce una actividad más, en este caso la docencia, y que vivió aquellos instantes con una tremenda pasión... la del más profundo de los compromisos. LOS PRIMEROS TIEMPOS DEL EXILIO —El gobierno republicana siempre ha mantenido la tesis de sustentar el derecho de la legitimidad hasta que el pueblo español, libre-mente consultado y en ejercicio de su soberanía, hubiese instalado una nueva legitimidad. ¿Por qué con posterioridad se rechazó la idea? —Simplemente porque nos vimos obligados a ceder a pesar de que el pueblo no fuera tan libremente consultado. No hay que olvidar que en las elecciones de 1977 se prohibió la participación de todo republicano que se presentara a los comicios con el nombre de tal. —Y en lo que se refiere a la consulta, ¿monarquía o república...? —Esa es la cuestión que propugnaba la República desde el exilio, pero, y esto es del cono-cimiento público, no se quiso en ningún momento hacer. La solución ya ha prescrito por-que el mismo gobierno republicano, a raíz de las primeras elecciones, decidió disolverse aunque en aquellas circunstancias no se hubiera reconocido legalmente a ningún partido republicano, en concreto a A.R.D.E., que fue el primero que lo solicitó. —Retrotrayéndonos en el tiempo y antes de abordar la guerra civil, ¿cómo fueron los primeros pasos de la República una vez en Méjico? —Este país, al que hay tanto que agradecer, arbitró la fórmula para reconstruir las instituciones, entonces esparcidas, de la legitimidad republicana. Incluso Méjico concedió extraterritorialidad al Salón de Cabildos del viejo ayuntamiento colonial situado en la plaza del Zócalo. Por un decreto ley el presidente Camacho facilitó las reuniones, allí, de las cortes elegidas democráticamente en febrero del 36. —Por aquel entonces tiene lugar el discurso de Indalecio Prieto, nombre de la minoría socia-lista, y su contenido parece ser que provocó serias diferencias... —En el discurso Prieto se opone a la fórmula perseguida por Martínez Barrios, que era en aquellos instantes el Presidente en funciones de la República tras el fallecimiento de Azaña. La fórmula de Barrios fue la que se llevó a cabo y consistía en la reconstrucción, como he señalado antes, de todas las instituciones de la legitimidad republicana en el exilio, reuniendo, al tiempo, la mayoría de diputados. Indalecio Prieto había fundado con anterioridad, incluso con el apoyo de Martínez Barrios, una Junta de Liberación en la que deliberadamente, y ese era el fallo grave, quiso excluir a los comunistas. Esta Junta, que no había sido ratificada por las cámaras, fue la que operó y negoció la intervención mejicana en la Conferencia de San Francisco, previa a la creación de la O.N.U., donde se produciría la tremenda intervención del delegado de ese mismo país, Luis Quintanilla, que arrastró la prohibición de que participase en las Naciones Unidas el régimen franquista. —La acción del Gobierno republicano en el exilio ha sido, entre otras, impedir que la tiranía franquista aún reconocida por la diplomacia internacional no haya podido alcanzar nunca unos títulos morales de legitimidad. ¿Hasta qué extremo este enunciado se llevó a la práctica? —En todos los que se encontraban a nuestro alcance. Se hizo propaganda a través de políticos e intelectuales de todos los países del mundo donde se ha podido expresar esta idea. Siempre ha sido una actuación clara y muy firme de don Fernando Valera desde su puesto de Jefe de Gobierno al que accedió tras el mandato del señor Sánchez Albornoz. La labor se ha desarrollado en todas las coordenadas posibles. LA INSURRECCIÓN Y LA GUERRA CIVIL —Dejando a un lado la interesante actividad de la República en el exilio, tomemos ya los primeros hilos que conducirían más tarde al conflicto bélico. En este sentido, prevalece el acuerdo de que el pronunciamiento preparado por Mola y parte del ejército peninsular no hubiera triunfado sin la aportación de Franco al frente del ejército colonial, que fue trasladado a la península por la aviación ítalo-alemana. ¿Qué hay de cierto en esto? —En una entrevista que mantuve con don Manuel Azaña, Presidente de la República, en el mismo mes de agosto de 1936, me dijo lo siguiente: «Estoy preocupadísimo porque acaban de aparecer los primeros moros en la sierra de Guadarrama y esto es una monstruosidad jurídica de tipo internacional de la que ni siquiera se han dado cuenta Ios militares rebeldes. Son súbditos del Sultán de Marruecos y España ejerce un protectorado sobre este mismo dominio. Un prótectorado a título militar que los encargados de ello han violentado trayendo tropas a la Península para combatir contra españoles. Las consecuencias pueden ser imprevisibles....
—¿Cuáles serían las causas que generaron y mantuvieron la guerra? —Son varias. La primera, la citada por don Manuel Azaña, que es la de la intervención de las tropas marroquíes y la felonía cometida por alguno de los militares con mando en Africa. La segunda sería la decisión tomada por gobiernos auténticamente totalitarios y de manera muy especial, no nos engañemos, la Alemania nazi e Italia. Aunque esta última no fuera tan decisiva como la primera. A este respecto hay un dato significativo y anecdótico. Mi padre, Jefe de Gobierno a raíz del 19 de julio, se da cuenta de la maniobra germana cuando aparece en el aeropuerto de Barajas un «junker» alemán que iba totalmente desorientado y que es el mismo que, junto a otros, se había enviado como transporte militar para el trasvase de tropas marroquíes sobrevolando el estrecho, ya que la zona maritima la controlaban barcos republicanos. Así fue como desplazaron el contingente militar desde Africa al virreinato de Queipo de Llano en Sevilla. Es de destacar que todo esto sucedia estando aún el embajador oficial alemán en su sede de Castellana... —¿Y en cuanto al resto de los argumentos...? —También pertenecen al plano internacional. Por un lado, la traición y el miedo de las democracias. Inglaterra utiliza hábilmente a los franceses que en aquel tiempo tienen un gobierno de Frente Popular presidido por Leon Blum. Al principio de la guerra sucede un hecho de vital importancia a la hora de entraren el análisis del tema. Desde la época del «bienio negro» (gobierno derechista de la C.E.D.A.) se habían establecido unos contratos comercia-les entre Francia y España por los que el primero estaba obligado a aceptar el exceso de producción agrícola en nuestro país, a cambio de que le compráramos una serie de artículos manufacturados y un considerable lote de armamento. Este no hacía demasiada falta en España, ya que el necesario para el mantenimiento del Protectorado se venía fabricando en la Península desde hacía años. Pues bien, después de tener lugar la rebelión del 18 de julio el Gobierno francés, presionado por otras potencias, decide romper el tratado y devolver el dinero al Gobierno republicano bloqueando así el envío de armas. El último factor vendría resumido en la descarada intervención de las transnacionales. Concretamente los Estados Unidos, y a través de la Texaco, que era la compañía que había realizado los contratos para suministros de petróleo con el Gobierno republicano. En el momento en que se produce el alzamiento el presidente de la Texaco, desde su despacho en Huston, Texas, averigua mediante el teléfono y la radio cuáles son los puertos que se encuentran en manos de los militares sublevados. Hay cinco grandes pe-troleros en alta mar que en un principio venían destinados al Gobierno español y que, por expresa decisión del presidente de la multinacional, son desviados hacia puertos controlados por las apellidadas tropas «nacionales». A partir de ahí la Texaco empieza a suministrar a los militares sublevados, ya de forma gratuita, ya mediante créditos, todo el petróleo necesario.
—¿Por qué después de la intentona del general Sanjurjo la República no tomó medidas tendentes a controlar la actuación de determinados militares claramente descontentos? —Quizá porque confió demasiado en las promesas de algunos de ellos. No hay que olvidar que tanto Franco como Queipo de Llano se sublevan al grito de «¡viva la República!». Su rebelión, aparentemente, es contra el Gobierno, aunque luego se convirtiera en la inefable cruzada nacional». En realidad, y en un principio, se intenta tomar el poder dentro de la vida y formas republicanas. Hubo un retiro físico de aquellos militares hacia los que se tenía un justificado recelo. Franco, en Canarias; Goded, en Baleares... y Cabanellas, aquí sí hubo equivocación, con mando en Zaragoza, una de las plazas más importantes para la comunicación militar. Casares Quiroga confiaba plenamente en este último y cuando se da cuenta a última hora de que le ha fallado, la primera gestión que realiza es la de enviar a la ciudad del Ebro a dos militares de absoluta adhesión republicana como emisarios personales. Lamentablemente llegan tarde; ya que el general Núñez de Prado (Jefe de la Aviación) y Arturo Menéndez (Jefe de la Policía) son fusilados a las pocas horas de descender del avión. El suceso hace que Casares Quiroga pierda la cabeza y tenga que dejar el Gobierno... POLI TICA EXTERIOR DE LA REPUBLICA —En el nivel de la política exterior republicana resalta el hecho de que las intervenciones de Alvarez del Vayo tengan más de «affaire» diplomático que de firmes gestiones con miras a la pronta solución del conflicto... —Creo que a Alvarez del Vayo nunca le habrían dado las democracias más confianza que la otorgada en su momento ami padre o a ciertos republicanos de mayor templanza y seriedad que don Julio, que era mucho más vehemente en el desempeño de su función pública. A mi padre le impresionaba tremendamente la posibilidad de una guerra directa o solapada contra las fuerzas nazis, y de ahí que el Gobierno fuera comedido en su política internacional. La verdadera presión en este sentido, antes de realizarla el Gobierno de la República, quien la hace es el gabinete mejicano, a través de su Presidente Cárdenas, enviando al foro internacional a uno de sus diplomáticos más inteligentes. —¿Cuál es en concreto la actuación de Cárdenas? —Pues dando instrucciones al abogado Favela sobre la posterior intervención en Ginebra a favor de la República española. Era la época, aún, de la Sociedad de Naciones. —En aquel tiempo se da la contundente prohibición de que determinados países apoyen a las fuerzas en litigio. Alemania e Italia continúan su acción entre bastidores europeos. —El resultado, y volviendo a Alvarez del Vayo, es que éste, en su turno de ministro de Asuntos Exteriores, hace el ridículo de manera aplastante, ya que en la reunión de países no le hacen ningún caso. El utiliza todos los canales de reclamación que mi padre, con anterioridad, se había reservado. En cualquiera de las alusiones lo cierto es que ni a uno ni a otro les tienen en consideración. Esta suerte de «sordera» de la que adolecen las democracias internacionales es evidente. JOSE GIRAL Y LARGO CABALLERO —¿Cuál es la situación cuando su padre, tras el alzamiento, accede a la jefatura del primer Gobierno?
—El es entonces ministro de Marina en el Gobierno de Casares Quiroga y encerrado en el Ministerio se afana por sujetar esta sección del ejército. Lo cierto es que lo consigue, ya que impidió la sublevación de la Marina, escapándosele sólo un barco de importancia, el «Almirante Cervera». Este navío se encontraba en dique en la base gallega del Ferrol y después del fusilamiento de Azarola, almirante en jefe de la base, cayó en manos de los rebeldes. —El 4 de septiembre de 1936 su padre abandona la dirección del Gobierno. ¿Qué es lo que realmente sucedió? —La respuesta se halla en su sustitución por Largo Caballero, reemplazo este que mi padre, con anterioridad, había acordado con Azaña. Cuando tiene lugar esa «indiferencia» por parte de la Sociedad de Naciones, los dirigentes del Gobierno republicano son conscientes de que se ha llegado a una situación crítica. La única carta que quedaba por jugar era la de la URSS y mi padre sabía que este país no iba a dar su apoyo a un político de Izquierda Republicana, como era su caso. Es entonces cuando se les ocurre a los dos que sí concederían su favor a un socialista de «extrema izquierda» y el único posible era don Francisco Largo Caballero.
—Cuál es su opinión respecto a esta figura socialista? —Bueno, una de las cosas fundamentales que he heredado de mi padre es la de no herir a nadie con los que uno haya colaborado, aunque no esté de acuerdo con ellos. Lo único que puedo decir es que Largo fue un hombre extraordinariamente honesto, admirable por su devoción a la causa obrera. LOS PARTIDOS POLITICOS Y AZAÑA —Retomando al tema central de la entrevista y en relación con los tres gobiernos de entonces, el de Madrid, el de Euskadi y el de Cataluña, ¿se hace difícil, dado el carácter tripartito, entablar acciones conjuntas? —Sí, efectivamente. El problema es que hay una descoordinación tremenda, como en todo lo español, con el agravante de que en un espíritu liberal y abierto, como era el de la República, se concede mucho más margen a la actuación del individualismo, que es el opuesto, precisamente, a la disciplina militar de carácter rígido.
—El cinco de noviembre de ese mismo año, 1936, los anarquistas acceden al Gobierno. Federica Montseny (F.A.I.) se hará cargo de la cartera de Sanidad y Juan Peyró (C.N.T.) ocupará la de Industria. Los comunistas, ya con anterioridad, habían entrado a formar parte del gabinete. ¿Se podría afirmar que es en aquel momento cuando se encuentran, de modo tajante, las ideologías en cuanto a planificación de la guerra de los grupos anarquista y comunista? —Lo cierto es que la entrada de los anarquistas en el Gobierno fue totalmente procedente, ya que éstos representaban a una facción muy importante de la masa obrera española y su postura política era determinante. En lo que se refiere a las divergencias en ese instante, una vez representadas las dos tendencias, se manifiestan de una manera cruda y repercuten en la falta de acción decisiva por parte de unidades controladas por anarquistas o sindicalistas con honrosas excepciones, como la de Cipriano Mera y otros que, surgidos del anarquismo, se convirtieron en verdaderos caudillos populares acatando, en cualquier trance, las soluciones de la República cuyo fin más inmediato era el de acabar con aquel monstruoso belicismo. —Finalizando ese mismo año el Gobierno se traslada a Valencia. Según parece esta medida fue tomada personalmente por el Presidente de la República, don Manuel Azaña... —No, en absoluto. La decisión surgió por consenso y era lógico. Madrid continuaba asediado y no era práctica la estancia en la capital. Utilizando el argot ajedrecista lo que se intentaba era dar «jaque mate» al rey yen un intento de resultar más operativo el rey, en este caso el Gobierno, se retiró a Valencia. La «torre» de salvaguarda que permaneció en Madrid fue la constituida por la creación de una Junta de Defensa. —¿Cuál es la imagen que guarda de Azaña? —Qué puedo decir de ese hombre si me considero azañista ciento por ciento. Cabe opinar que fue una auténtica revelación en la República y, por otra parte, el gran descubrimiento de mi padre, de lo que se sentía totalmente orgulloso ya que él conocía sus propias limitaciones y entre éstas la de saber que no llegaría nunca a ser un gran político de masas. Azaña era, por todo, un hombre de acción. LA INTERVENCION EXTRANJERA —El 19 de noviembre Alemania e Italia reconocen al Gobierno del general Franco. En los primeros meses de 1937 un grupo de aviones republicanos bombardea el navío alemán «Deutchsland». Alemania abandona el Comité de No Intervención y, en represalia, se bombardea Almería. ¿Cómo se desarrollaron estos acontecimientos? —El «Deutchsland» era un acorazado de bolsillo destacado en el Mediterráneo, cuyo cometido era el de prestar ayuda a los militares sublevados. Ahora bien, habría que formular la siguiente pregunta: ¿qué hacía un acorazado como éste fondeado en la rada de Ibiza, en plena guerra, y a unos cientos de kilómetros de Valencia, sede del Gobierno? El bombardeo posterior fue totalmente accidental, ya que se pensó se trataba de uno de los grandes barcos de las tropas rebeldes, concretamente el «Cervera» o el «Baleares».
Cuando el Führer se entera de la noticia monta en cólera y promete que va a deshacer al Gobierno republicano y ¡qué mayor escarmiento que bombardear Valencia! Así estaba la situación en aquellos momentos cuando el Presidente americano, Roosevelt, tiene noticias en Washington de la intentona de Hitler. De inmediato telefonea a su embajador en Berlín y le comunica, en, términos drásticos, que si Alemania se atrevía a realizar la acción se la consideraría, sin más, nación beligerante, lo que conllevaba el corte de esenciales abastecimientos que Estados Unidos, ya en el apogeo del nazismo, exportaba hacia el país germano. Hitler, al verse en la encerrona, ni siquiera se atrevió a dirigir sus cañones hacia Cartagena, que era la base, naval fuerte del Gobierno español, sino que lo hizo contra la desamparada Almería. Envió para ello aun navío que alcanzaría fama en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, el «Graf Von Espee», que tras bombardear impunemente la ciudad andaluza se retiró, escoltado por cuatro o cinco destructores, desplegando una densa «cortina de humo». Así culminaría su gran hazaña. INDALECIO PRIETO —A principios de 1938 Indalecio Prieto abandona el Gobierno. ¿Qué causas fueron las que implicaron la retirada del socialista?
—Antes de nada me veo en la obligación de decir que Prieto fue uno de los talentos más extraordinarios que ha tenido España. Un hombre con una personalidad arrolladora que en aquellos instantes —él había sido de natural muy pesimista— se enfrenta curiosamente con Negrin. Cuando éste entró en un principio como Jefe de Gobierno, en las esferas de la política se barajaba la posibilidad de que se convirtiera en el «hombre de paja» de Indalecio Prieto. No sucedió así, ya que Negrín inició un desarrollo muy personal distanciándose del líder socialista y enfrentándose al mismo en lo que concernía, mayormente, a las relaciones con la URSS y con los comunistas es-pañoles. —¿Y en lo que respecta a esa fallida «paz ce compromiso»? —Esta idea había sido anterior y surgió de Indálecio Prieto al alimón con mi padre y con Azaña. Consistió en enviar a Inglaterra con motivo de la coronación del nefasto Eduardo VIII, que posteriormente abdicaría para contraer matrimonio morganático con la americana Wallis Warfieeld, una delegación de la República Española, que aún detentaba su legitimidad internacional, encabezada por Julián Besteiro y con el decidido propósito de gestionar con Inglaterra su mediación, para poner fin a la guerra. El cometido de la misión diplomática era el de lograr una paz honrosa, pero, como había sucedido siempre, la pro-puesta no alcanzó el necesario eco. Tampoco hicieron caso.
NEGRIN Y LA CRISIS FINAL —Cuando se produce el traslado del Gobierno republicano desde Valencia a Barcelona se producen también los primeros roces políticos en cuanto a las competencias atribuidas a la Generalitat. El quid del enfrentamiento lo constituyen tres proyectos de ley que surgen a iniciativa de Negrin...
—Lo recuerdo con cierta claridad. El problema de Negrin es que tuvo que hacer verdaderas genialidades para conseguir el suficiente apoyo a la legitimidad republicana y esta actividad tenía un riesgo. Al final acabó imponiendo su propia personalidad, el excesivo individualismo tal como he apuntado con anterioridad. En lo que se refiere al dilema de las competencias hay que reconocer que existieron siempre. Lo triste es que en aquellos momentos dramáticos para el país afloraran diferencias cuyo mantenimiento lo único que lograba era acumular una rémora más al deseado triunfo republicano. Además, por nuestro propio carácter liberal, no podíamos caer en ningún caso en el juego de Franco, cuya resolución en el proceder del falangista Hedilla nos permitió ver con qué talante, en la otra zona, se arreglaban las diferencias. Lo cierto es que aquel hecho, en el que destacaba el proyecto de ley sobre militarización de industrias de guerra, mermaría en gran medida la capacidad industrial de Cataluña, tan vital en aquellas circunstancias. —Ya en 1939 el Gobierno Negrin se traslada a Madrid desde Francia, país al que acudió tras su estancia en Barcelona, y se intenta por todos los medios prolongar la guerra... —La postura de Negrin era la de continuar la guerra a ultranza para así intentar empalmar con la guerra mundial en ciernes. Pero es que Negrín ignoraba, o no quería reconocer, que Stalin ya se había comprometido con Hitler mediante el famoso pacto germano-ruso de no agresión mutua. El Tratado se publicaría en el mes de abril de 1939, ya finalizada la guerra, y una delas condiciones que los nazis impusieron a los soviéticos fue la de acelerar el encuentro bélico español con el consiguiente triunfo de las fuerzas rebeldes. Los planes de Hitler estaban perfectamente señalados en aquella época y éste sabía que la futura invasión de Francia, con una guerra civil en la Península, podría ser arriesgada. Los alemanes preferían tener las espaldas cubiertas y actuar sin, mayor problema en terreno galo. Negrin llegó a creer que el último armamento ruso, que era voluminoso e importante, llega-ría a tiempo para prorrogar la guerra. Teóricamente su planteamiento era interesante pero también el hecho del pacto era innegable. Los últimos envíos de armamento no llega-ron... —A esta suerte de resistencia final proclamada principalmente por Negrín se opone parte del ejército, en especial el sector encabezado por el coronel Casado, que crea el Consejo de Defensa para intentar una paz negociada con Burgos. Besteiro y los jefes anarquistas, Val y González Marin, siguen la pro-puesta de Casado, mientras que los comunistas apoyan la tesis de Negrín. — ¿Cómo se suceden las últimas horas de la República? — Bueno, Negrin acude a Madrid ya de forma desesperada, sin esperanza alguna y cometiendo el error de traer consigo a todos los mandos comunistas que habían fracasado en la defensa de Cataluña. La mayoría de las autoridades habían salido hacia Francia e incluso Azaña había presentado su dimisión en la embajada española de Paris. Fue entonces cuando Casado, en su calidad de jefe del Ejército del Centro, y los que quedaban en la zona intentaron, con la ayuda política del socialista Besteiro, una humanización de las condiciones por parte de las tropas rebeldes. Se envían de modo ingenuo emisarios a Burgos, con la oposición de los comunistas, no consiguiendo absolutamente nada. Cuando todo finaliza, Miaja y Casado marchan al exilio y don Julián Besteiro, en un romántico gesto digno de alabanza, permanece al lado del pueblo de Madrid sabiendo la suerte que corría. —Se inicia entonces el largo exilio que finalizaría con la disolución de las instituciones republicanas en Méjico a raíz de las elecciones generales en España a pesar de que los republicanos seguían siendo meros «convidados de piedra ». Ahora, con el paulatino asentamiento de la democracia, ¿cuál es la actitud de los republicanos que cruzaron la frontera en el 39...? —Lo cierto es que no estamos en situación de tirar de la manta, como vulgarmente se dice. Por otra parte, creo que los últimos acontecimientos vienen a corroborar esa falta de interés que subsiste en la gente por el retorno a planteamientos de este tipo. Estamos en A.R.D.E. y desde ahí, haremos todo lo posible...
L. M. A. |