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La cremá olvidada: Las "Fallas" de la Guerra Civil

Ricardo Blasco

Tiempo de Historia nº 41, abril de 1978


En marzo de 1936, cuando ya se estaba incubando el alzamiento militar contra la República, que estallaría en julio, se plantaron en Valencia unas 120 «fallas». En marzo de 1940, casi un año después de concluir la guerra, solamente se plantaron 34. La primera cifra da idea de la pujanza adquirida por esta fiesta popular en vísperas de la tragedia. La segunda, es bien elocuente respecto de las dificultades que tuvo para revivir, en la primera década de una paz difícil. Pero... ¿y entre tanto? ¿Qué fue de la fiesta de las «fallas» en los tres años que duró la contienda?

Se da por supuesto que, en la época, las urgencias bélicas privaron sobre todo lo demás y que no hubo ni ánimos, ni humor, ni siquiera tiempo, para pensar en levantar los catafalcos de madera y cartón con que los valencianos se recrean cuando llega el día de San José. La suposición, en general, tiene lógica. Y, sin embargo, no ocurrió exactamente así. En Valencia, en plena guerra, se intentó plantar cuatro fallas, que a punto estuvieron de ser quemadas en cuatro esquinas distintas de la ciudad. Y, fuera de Valencia, hubo valencianos que en el frente de combate desahogaron su furia antifascista quemando en efigie al adversario. Como hicieron en marzo de 1937 los componentes del batallón Juan Marco, destinados en tierras de Granada. Debió ser un antiguo «fallero» quien tuvo la idea. Quizá, como escribió el redactor del periódico de la unidad, movido por «la nostalgia de aquellas horas vividas por esta fecha en nuestra querida Valencia». Para crear la ilusión de una «falla» bastaron dos monigotes (dos «ninots») sobre un escueto estrado. Uno de ellos representaba al general Queipo de Llano, máxima figura del bando «nacional» en el sector. A su lado, un rudimentario micrófono evocaba las célebres charlas del general por Radio Sevilla, cuyo contenido, y en especial su anuncio de la toma de Madrid, era ridiculizado por el cartel que pendía del artefacto. Al otro monigote se le habían pintado las iniciales del «Frente Popular» en el pecho. Blandía en una mano un garrote y en la otra una pancarta: «No pasarás; ¡pasaremos!». Entre ambos, una mesilla con unos vasos y una botella recordaban el sarcástico retrato de Queipo compuesto por el poeta Rafael Alberti. Las inscripciones y los dibujos de la tarima hacían el resto, en especial la gráfica leyenda en lengua vernácula: «¡quin pet portes...!». Con esta economía de elementos el anónimo «fallero» había dado suelta a la sátira miliciana, con un poco de sal gruesa, un mucho de animadversión combatiente y gran confianza en la benevolencia del público. La «falla» se plantó en un pueblo granadino, «frente a nuestra Comandancia Militar y Comisariado de Guerra». Sin duda el Comisario alentó la iniciativa, que le servía tanto para excitar los ánimos en la lucha como para reforzar la moral de los soldados que añoraban su Valencia natal.

Puede que otros «falleros» que empuñaban el fusil plantasen su «falla» en las cercanías de un frente, pero ésta es la única de la que tenemos noticia. En Valencia, las «comisiones falleras» quedaron desorganizadas a causa de la movilización. Alguna, renunciando a plantar su «falla» en vista de las circunstancias, entregó lo recaudado para atender a las necesidades bélicas. Por ejemplo, la de las calles Roberto Castrovido, Cuenca y adyacentes, que con destino a los hospitales de sangre dio al Gobernador Civil 848 pesetas. No fue la única.

Era entonces Director General de Bellas Artes el pintor-cartelista valenciano Josep Renau, autor de un ensayo crítico-histórico: «Sentido popular y revolucionario de la fiesta de las "fallas"». En él ponía de relieve que, pese a las adulteraciones y manipulaciones del ancestral festejo por la clase dominante para embotar «la eficacia de la crítica», todavía era posible recuperar «tan formidable medio de expresión y propaganda que, reduciendo a simples figuraciones grotescas las ideas y personas representativas y sagradas, exponía a la mofa popular, a través de un realismo sangriento, su desnudez despreciable». Renau sostenía que «el pueblo valenciano necesita hoy más que nunca de las «fallas», porque en la lucha por una vida mejor se apoya en su tradición histórica, en la salvación de sus valores ancestrales. Y más aún cuando estos valores pueden esgrimirse como armas eficaces para su victoria. El pueblo necesita hoy más que nunca de la eficacia funcional de las «fallas», porque su razón de ser reside en el fondo mismo del temperamento popular». Con este espíritu y apuntando a esos fines iban a realizarse las cuatro «fallas» de 1937.

El 11 de febrero de ese año la «Gaceta de la República» publicó una orden del Ministerio de Instrucción Pública concediendo 40.000 pesetas a la «Alianga d'Intel.lectuals per a defensa de la Cultura» para la construcción «de cuatro "fallas" de carácter antifascista». La ejecución debería correr a cargo del Sindicato de «Art Popular» de la CNT, con la colaboración de elementos de la UGT. Al Director General de Bellas Artes, o sea a Josep Renau, le correspondería «el control artístico». Las «fallas» se colocarían «en los lugares que de acuerdo con el Consejo Municipal se fijen». La subvención se justificaba por entrar dentro de los planes de política cultural del Ministerio «el fomentare impulsar todas aquellas manifestaciones artístico-populares que por estar fuertemente enraizadas en la tradición han llegado hasta hoy con todo su contenido vital y fuerza expresiva», lo que evidentemente era el caso de las «fallas». Cuya conservación, en aquellos momentos, «sería imposible sin la ayuda del Estado». La meta que se perseguía, siempre según la orden ministerial, era la de «aprovechar toda su potencia satírica de origen», pero imprimiéndole «un nuevo sentido de propaganda que se acomode a las circunstancias por que atravesamos».

Los bocetos de las «fallas» en cuestión se encargaron a Gori Muñoz, un extraordinario pintor, no específicamente «fallero», que supo dar a su arte el sesgo caricatural que los temas requerían. Eran éstos de una rabiosa actualidad. La «falla» titulada «Coses d'ara» («cosas de ahora»), ponía en solfa a los vividores de la retaguardia: «emboscados», bulistas, especuladores, etc. La titulada «La Catedral» mostraba un miliciano que con su manga de riego limpiaba el templo de Burgos; no es necesario decir quiénes eran objeto de su acción. La denominada «El Betlem d'enguany» («El Belén de hogaño») satirizaba los acontecimientos acaecidos desde el 18 de julio y sus protagonistas más destacados: los generales Cabanellas, Queipo y Franco; Hitler y Mussolini; Lerroux y Gíl Robles; moros, alemanes e italianos, etc. Por último, la que llevaba por título «La balanqa del món» («La balanza del mundo»), que-ría simbolizar la lucha entre dos bandos secularmente enfrentados, para afirmar la fe en la victoria de la clase trabajadora a condición de que permaneciese unida.

La realización de los «ninots» y demás elementos se encomendó al renombrado artista «fallero» Regino Mas. Y, para que no faltase detalle, se imprimió el correspondiente «llibret»: un número extraordinario de la revista «Nova Cultura» titulado «Els enemics del poble a I'infern» («Los enemigos del pueblo al infierno»). Como acostumbra este tipo de publicaciones populares, los bocetos de las «fallas» iban acompañados de su comentario en verso. Las poesías satíricas las escribió Francese Almela i Vives. Eran la «explicació i relació» de los motivos en que se inspiraba cada «falla», y Almela, que era un poeta culto cuya obra destacaba ya entre lo mejor de la literatura valenciana contemporánea, halló recursos en la vena popular para aguzar sus epigramas. El «llibret» se completaba con diversas ilustraciones fotográficas, obra de Renau, mostrando grotescos escorzos de los «ninots», así como con otras colaboraciones literarias de Caries Salvador y Emili G. Nadal. Hoy, este número extraordinario de «Nova Cultura» es casi una pieza única de bibliófilo. (Falta, por cierto, en la reciente reimpresión facsímil que se acaba de hacer de la colección de la revista).

Las cuatro «fallas» de 1937 no llegaron a plantarse. En la prensa de aquellos días puede seguirse el rastro de una polémica, cuya raíz oscura quizás pueda aclarárnosla algún día un historiador que la averigüe con paciencia. La impresión que nos da, hoy por hoy, es la de que hubo una rivalidad política entre partidos antagonistas, no exenta de resentimiento por causas económicas. En contra del proyecto escribió Miguel Sánchez Perales en el diario socialista «Adelante». Criticaba la asignación concedida a la «Alianéa», indicando que aquellas pesetas debían haberse dado a los evadidos de Málaga que se habían refugiado en Valencia. El sindicato de profesiones liberales de la CNT, en el que se hallaba encuadrado el grupo de «Art Popular», salió al paso de la censura, declarando: «No se trataba de celebrar este año la fiesta de las «fallas». No. ¡Que no está el pueblo para tales ni análogas fiestas! Lo proyectado fue utilizar la forma de aquéllas, dándoles una nota ardiente de propaganda; exponer tan sólo motivos de la revolución y la guerra en plásticas formas, en combinaciones artísticas que lleguen al alma del pueblo». Pero este alegato no halló eco. El Consejo Municipal de Valencia, que a la sazón presidía el dirigente confederal Domingo Torres, acordó, en su reunión del 12 de marzo, «no autorizar ningún festejo ni la colocación de fallas en el término municipal». Uno de los miembros del Consejo «estimó que debe darse una razón que justifique este acuerdo». Sus compañeros dieron su consenso a una socorrida justificación, la de «un posible bombardeo, que tendría terribles consecuencias por la aglomeración de público».

En Valencia, pues, no se plantaron las cuatro «fallas». Fuera de su término municipal, sí: como hemos visto, se hizo en Granada. Los «ninots» creados por Renau, Gori Muñoz y Regino Mas fueron expuestos públicamente en los salones de la Lonja. Por allí desfiló el pueblo, regocijándose con las grotescas muecas de los «enemics del poble» y con los versos explicativos de Almela i Vives. Quienes esperaban solazarse viendo a los «enemics del poble» consumidos por las llamas se llevaron una decepción. En cambio, los combatientes del Batallón Juan Marco sí que pudieron ver a su «enemic» arder por los cuatro costados. Aunque su «falla», comparada con las cuatro de la capital, era bien modesta. En Valencia, como un eco de la reciente polémica, a la que ponía punto final con humor, el dibujante «Bluff» (Carlos Gómez Carreras) publicó en «Adelante» una caricatura mostrando al general Miaja, defensor de Madrid, disparando un cañón. El expresivo «pie» del chiste quería recordar que, sobre cualquier disputa, primaba la guerra, objetivo inolvidable. «Este año—decía— las "fallas" están en Madrid». En cualquier caso, de lo que no había duda es que aquel 1937 la musa popular «fallera», la desgarrada y vieja musa popular, no había estado inactiva.

R.B.