Tiempo de Historia nº 82,
septiembre 1981
Glorias y
miserias de la improvisación de un ejército.
Felipe C. R. Maldonado
EL volumen que ha suscitado con los recuerdos, este artículo,
encierra, pese a sus cortas dimensiones, un conjunto heterogéneo al que dan unidad el sujeto, Gustavo Durán, y la circunstancia,
nuestra guerra civil (1). Comprende una conferencia que leyó Durán en Dartington
Hall, Inglaterra, finalizando 1939, de la que se conserva el
original castellano, una versión inglesa, «aproximada y bastante
reducida», y un fragmento con una serie de apuntes, asimismo en inglés,
independiente al parecer de la conferencia en torno al mismo tema. Es una lástima que el editor no haya publicado la totalidad de los textos
ingleses, aunque los hubiera utilizado, como hace cuando lo juzga
conveniente, para apostillar el original castellano. A título de apéndices
incluye el fragmento conservado de un diario de campaña, unas notas de agenda, unas páginas sobre la batalla de Teruel debidas a Durán, y el
extracto de una carta que dirigiera éste a Hugh Thomas. Por último, cierra la miscelánea un capítulo del libro Front de la liberté.
Espagne. 1937-1938, en el que Simone Téry reunió las crónicas que había
publicado en la prensa francesa, dedicada la que se ha escogido a Gustavo Durán.
No es mucho, desde luego, pero tampoco abunda esta clase de material,
sin pretensiones autobiográficas y escrito durante la contienda o a poco de haber
concluido, cuando ideas y opiniones ganan espontaneidad aunque pierdan ponderación,
cuando la realidad vivida y las posturas adoptadas no se han sosegado
suficientemente ni están alteradas por la perspectiva ni la profunda reflexión. A estas circunstancias entendemos que apuntan las
consideraciones iniciales de Durán acerca de la verdad, la realidad y la objetividad, al abordar
la conferencia en Dartington Hall.
La semblanza personal que hace
Martín-Artajo, editor del volumen, tiene muchos puntos reales, como corresponde a un conocimiento directo del sujeto, bien que fuera en
sus últimos años; sin embargo, cabría señalar su presencia dentro del grupo de músicos
y musicólogos -los Halffter, Salas Víu, Salazar— que acompañan en la residencia de
estudiantes a la generación poética del 27; la ulterior aventura cinematográfica con Edgar
Neville, Benito Perojo e Imperio Argentina en los estudios de la
Paramount; sus
primeras actividades políticas, de buena voluntad, en los mítines a favor del Frente Popular, poniendo su automóvil y su persona
como chófer al servicio de María Teresa León y de Alberti, viejos amigos. Por cierto, que en
estos viajes, el de Cuenca posiblemente, conoció a otro personaje histórico-literario,
Angel González Moros, obrero ferroviario, miembro del comité de Castilla del PC y, al
cabo de unos meses, comisario del tren blindado en que Durán haría sus primeras armas
como combatiente. Los azares comunes de ambos se verían luego reflejados en
L'Espoir,
de Malraux, bajo los nombres de Ramos y Manuel, Angel y Gustavo, respectivamente.
De igual modo, hubiera sido útil una sucinta «hoja de servicios» que ayudase a
comprender la evolución de Gustavo Durán y su proyección militar. Acaso
Martín-Artajo
ignoraba los datos, por lo que aportamos una breve noticia que pueda servir de guía, si
alguien desea profundizar en la materia.
Abandonó el tren blindado al cabo de unos
meses y el mando del Quinto Regimiento le encomendó la creación de la Motorizada;
quizás convenga precisar que no era una unidad de combate, sino de un cuerpo absolutamente indispensable en la transición a
formaciones militares regulares: se trataba de centralizar a todos los motoristas que
servirían de enlace entre los cuarteles generales y los puestos de mando, encuadrando a los
hombres y atendiendo al entretenimiento y reparación de las máquinas. No estuvo aquí mucho tiempo, y tras cumplir esa misión organizativa, la entrada en combate de las
brigadas internacionales y sus conocimientos de francés, inglés y alemán determinaron
su incorporación al Estado Mayor del general Kleber (Larz Fakeete). A este período corresponden, precisamente, las anotaciones
del llamado «diario de campaña» recogidas en el libro.
Estabilizado el frente de Madrid en aquella
zona, recibió la orden de organizar la 69 Brigada Mixta, que tuvo como núcleo principal
el primitivo batallón de Leones Rojos, voluntarios de la rama sindical del comercio
madrileño, muy diezmado y los destrozados
restos de otros dos batallones de milicias. Entendemos que las llamadas «notas de
agenda» pertenecen a este período de organización y acoplamiento, que a los pocos días
acabó en Carabaña para iniciar su acción en el Jarama en los combates del
Pingarrón.
Luego habría que subir a Guadalajara, cubrir bajas y participar en el ataque contra
Segovia, ocupando Cabeza Grande, donde Durán caería herido. En julio del 37 le
llegaría la orden de formar la 47 División con las Brigadas 34 y 69, que entró en fuego a
primeros de agosto en Quijorna. Cumplida la misión y apenas retirada la unidad del frente, se
produjo el efímero paso de Durán por la sección madrileña del SIM (Servicio de Investigación Militar) , que también se menciona en
el libro.
Reintegrado al mando de la 47 División, se
trasladó con la unidad a tierras de Cuenca, donde se cubren bajas, los batallones y servicios adquieren sus cupos reglamentarios y,
por primera vez, se les somete a una preparación concienzuda, cuya eficacia
demostrará la conquista de la muela de Teruel en la madrugada del 1.° de enero de 1938. Luego
de un breve descanso en Alcira, se refleja la crónica de Simone Téry, volvió con sus hombres a ocupar posiciones en la serranía de
Teruel, defendiendo el Muletón junto a unidades internacionales; duras jornadas en las
que Durán hubo de ser evacuado y hospitalizado unos días por agotamiento. Pasos que
siguieron casi todos los oficiales de su puesto
de mando.
Nuevo relevo, cuando parece que amainan
los ataques, y Durán debe salir urgentemente con la 47 División para situarla al
norte de la sierra del Maestrazgo, sobre la carretera que une Montalbán y
Alcañiz. En Alcorisa, frente al camino que baja de Andorra, y estudiando el mejor emplazamiento
para sus efectivos, preguntó a Modesto:
—¿Y ahora dónde está nuestra primera línea?
—Pues, aquí —contestó Modesto sonriendo—: Este, tú, yo, aquél... Y nuestros soldados más próximos, los del último camión que
dejamos atrás.
El frente se había hundido y se combatía con
dureza en Calanda y Alcañiz. Las primeras fuerzas que se aproximaron al segundo día
eran italianas, Fiamme Nere, llegaban en formación cerrada por la carretera; los dos
motoristas que les precedían rebasaron la primera línea sin advertirlo. Pero no había
un frente continuo, sino unidades a caballo de las carreteras que bajan a Morelia; una
clase de combate muy difícil con los flancos descubiertos, y comenzó un largo repliegue
por las rutas del Maestrazgo. Al principio, había soldados que lloraban de ira. En
Morella, con la 47 y restos de otras brigadas Durán improvisó una Agrupación de Montaña que
al llegar a Vinaroz y quedar dividida la 47, volvió a recomponerse como Agrupación de
Costa.
Al sur de Castellón, en
Villarreal, se produjo
una reacción insólita y esta población se llegó a perder y reconquistar hasta siete u
ocho veces luchando cuerpo a cuerpo. Poco más abajo, al norte de Nules quedó por fin
estabilizado el frente, apoyado en las alturas que bajan de Espadán. Salvo unas acciones
de división en apoyo de la campaña del Ebro, ya no hubo más combates. Durán, ascendió a coronel, obtuvo el mando del XX Cuerpo del
Ejército.
LA CONFERENCIA.
Aunque le demos ese nombre, ya se dijo que
es el original básico en castellano, que Martín-Artajo amplía y apostilla con fragmentos de los otros dos manuscritos. Tiene
un doble carácter, narrativo, porque relata la evolución y desarrollo del Ejército popular, y reflexivo, por las consideraciones que a
menudo provocan los sucesos o las circunstancias que refiere. Durán no puede
sustraerse a su condición de protagonista, cualquiera que sea la dimensión real de ese
protagonismo, para limitarse a exponer unos hechos; y si por razones éticas y de objetividad rechaza el comentario justificativo, la
clara conciencia de una responsabilidad asumida libre y razonadamente le mueve de
continuo a esbozar juicios, a extraer consecuencias. Cuando en el párrafo inicial afirma
que no habla para la Historia, no hace retórica, sino que puntualiza el intento de sinceridad subjetiva con que trata de afrontar el
tema. Cuando los fragmentos intercalados de los otros dos manuscritos concretan o modifican algún punto de vista, se pone precisamente de manifiesto ese valor de reflexión en voz alta que tiene la conferencia;
reflexión inevitable tras una tremenda crisis a la que cada uno de sus personajes aportó su
grano de arena.
Traza una noción retrospectiva del contenido revolucionario que la guerra del 14
tiene para España, para la renovación y ampliación de una conciencia social; subraya la
importancia ideológica que adquiere una minoría intelectual burguesa y su fracaso en
la política práctica; apunta la represión del 34, el triunfo del Frente Popular y el enfrentamiento social que acaba en oposición armada. Introduce aquí unas consideraciones
acerca del pronunciamiento, como fenómeno histórico, y de las psicosis de pronunciamiento que precedió a la guerra, en las
que se aprecian opiniones altamente sugestivas —sobre todo en los momentos actuales—,
porque siendo muy probable que por aquellas fechas preliminares Durán compartiera
la postura negativa que denuncia tres años más tarde en la izquierda, su prolongada
experiencia militar y la relación personal con Rojo, Menéndez, Laiglesia e incluso con el
que fue jefe de Estado Mayor del XX Cuerpo del Ejército durante un año, militares profesionales todos ellos, le hicieron reconsiderar los factores de la situación real y apreciar mejor los errores cometidos.
Sin embargo, las vivencias quedan tan próximas cuando escribe su conferencia, que la
narración de los primeros días de lucha está marcada y determinada por factores emocionales, donde el raciocinio trata de poner
orden o de buscar explicaciones: «Podríamos llamar al primer período de la guerra el
período de la desorganización organizada» (en otro momento vacila y escribe «organización
desorganizada»); y prosigue: «En el caos aparente de España, ciertas leyes no formuladas, derivadas del entusiasmo y la esperanza existentes, permitían conjugar —rudimentariamente, desde luego— los esfuerzos individuales... De mí sé decir que durante
las distintas fases de mi mando jamás me vi ante una situación que por sí mismo o con la
espontánea ayuda de los demás no pudiera fácilmente resolver. Nunca me vi desasistido
de la colaboración ajena. Nada parecía insuperable. ¿Era la guerra o lo concreto de nuestros ideales lo que nos llevaba a obrar así?».
Esta idea que debió de acosarle mucho, como veremos al final de la conferencia y que
incluso apostilló con el recuerdo de San Marcos (16, 18), se nos antoja un auténtico
problema de conciencia en Gustavo Durán, puesto que incluye una crisis ideológica y un
profundo sentido de la responsabilidad. Este último, y no el principio de eficacia que
apunta Martín-Artajo, entendemos que es el factor determinante de los juicios que le
merecen algunas conductas. Por ejemplo, el principio de eficacia cabe aplicarlo al
contraste que Durán señala entre la conducta, incluso militarmente organizada, de algunas
unidades «cuyos soldados han perdido la guerra sin haber hecho nada por ganarla» y el
provecho obtenido por las fuerzas de Franco aplicando las ventajas de que disponían o las
que hallaban dispuestas. Durán ilustró este pasaje con un suceso que no recoge en el
texto, limitándose a indicar «Anécdota de Arniches y las trincheras». Se trata del hijo
del comediógrafo, arquitecto y adscrito a la Junta de Fortificaciones de Madrid; hubo de intervenir en la construcción de las que se hicieron en el sector del
Jarama, y
comentaba luego lo contrariado:
— Chico, hacernos unas trincheras estupendas, con sus casamatas, sus refugios, sus líneas de evacuación, perfectas. Pero apenas
las terminamos, zas, se nos llenan de moros. ¡Mala suerte, chico, eso es lo que nos pasa,
que tenemos muy mala suerte!
La eficacia de Arniches y sus hombres,
quedaban a salvo, su responsabilidad también; pero no sucedía lo mismo con los que debían
ocupar y defender aquellas obras, ni con los responsables, convertidos en oficiales, que
les mandaban. Léase despacio el párrafo de la conferencia trascrito arriba y se apreciará el valor que concede a la voluntad
responsable. Corrobora esta interpretación otro suceso cuya veracidad puedo garantizar. En
diciembre de 1937, poco antes de acudir a Teruel, Durán estuvo recorriendo las líneas
propias en los Montes Universales; uno de los sectores le dejó muy bien impresionado por
la calidad de las fortificaciones y por el acierto con que se había estudiado y
establecido el plan de fuego de las armas automáticas. Al retirarse, preguntó al oficial que
sirviera de guía y acompañante quién tenía el mando de aquellas posiciones. La
contestación fue terminante: Nadie, aquí somos de la FAI. Comentando la respuesta, ya de vuelta,
Durán distinguió: Políticamente y desde su punto de vista, correcta; pero militarmente,
un desastre. El Ejército no es Fuenteovejuna.
Atribuye Durán al general Rojo las líneas
maestras de la organización del ejército popular, y juzga que llegó bajo su dirección «al
límite de eficacia» que podíamos alcanzar; aunque la sustitución del regimiento por la
Brigada Mixta no rindiera cuanto se esperaba (2), la «disciplina llegó a ser casi perfecta en
el Ejército». Desde luego, la batalla del Ebro resulta inconcebible de todo punto en términos del año 36. De la que pudiera llamarse
disposición formal, pasa Durán a examinar el estado de ánimo de los hombres que formaban las unidades. Frente a la que fue
contestación habitual en una sucesión de adversidades: «No pasa nada, y si pasa, no importa», que considera símbolo de una «heroica y
consciente indiferencia», duda si era fruto de la naciente disciplina, de la pérdida de fe
(que conlleva la pérdida de la noción del valor de las cosas, incluido el de la propia vida),
o si precisamente nacía de que la fe en sí mismo era más acendrada que nunca
en la
desgracia. Cita una frase de Napoleón: «la moral lo es todo», pero la desvirtúa cuando
identifica moral y fe, afirmando que «la fe en la causa por la que se lucha puede recompensar (¿a veces?) la desventaja de estar mal
equipados»; o bien, «las batallas se pierden, no en el campo donde éstas se libran, sino en
la imaginación del general y del soldado. «La derrota es una pérdida de fe». Se entiende
que esto suceda dentro de una cierta correlación de fuerzas; sin embargo, insisto en que
Durán parece identificar dos virtudes militares distintas: la moral y la fe en la causa
defendida; la adversidad puede hundir la primera sin alterar la segunda, en tanto que,
a la inversa, cabe mantener la moral en razón de los éxitos aunque la fe desaparezca
por motivos personales.
Más arriba hemos señalado la importancia
que Durán concede a la fe, pero al llegar a estas apreciaciones finales no es fácil deslindar cuándo son juicios objetivos y cuándo
afloran sus propios problemas de conciencia en la valoración general. En una de las frases
con que cierra la conferencia en su versión inglesa, dice que la historia de la guerra civil
en el campo republicano «es la historia de un país dirigido por un Gobierno que alcanzó
por primera vez su plena capacidad de rendimiento sólo unas pocas horas antes de su
muerte». Tal afirmación, aunque discutible, se corresponde con la visión de un ejército
popular casi maduro poco antes de abandonar las armas. Y Gustavo Durán. es consciente de que él es uno de los que ha
contribuido, dentro de unos límites, a ese perfeccionamiento gradual. Los hechos y juicios
expuestos pueden estar deformados por la inmediatez, pero el sentido de responsabilidad compartida interfiere también a la hora
de concluir la conferencia y de extraer unas conclusiones.
Pocos días antes de abandonar
definitivamente el Cuartel General del XX Cuerpo del Ejército, hubo de viajar una noche a
Valencia. Durante el trayecto hizo con el oficial que le acompañaba un apresurado análisis
de la situación militar: pérdida de Cataluña, decisión de Casado en Madrid con la
inevitable fisura política en los mandos, y moral de las propias fuerzas en aquellas
circunstancias. ¿Hasta qué punto los veteranos voluntarios mantenían alguna esperanza,
y en qué medida el grueso de las unidades procedente de reclutas conservaría la moral teniendo
que combatir y retroceder? El Partido Comunista proponía una retirada lenta y dificultosa para dar tiempo a que Alemania comenzase su agresión militar en Europa. Durán y otros jefes convocados rechazaron tal
posibilidad. En efecto, la idea de la derrota militar estaba en la mente de todos y no era
fácil percibir que la batalla por la libertad había cambiado de frente, y que la fe necesaria exigía otros fundamentos que la surgida
el 18 de julio.
DIARIO DE CAMPAÑA.
Ocupa 19 hojas de bloc y corresponde a los
días del 11 de noviembre al 1.° de diciembre de 1936, aunque falten datos de los días 26 a
29 y la información del 21 remite a «las órdenes y partes adjuntos». Esta expresión así
como el contenido y forma de las notas, hacen sospechar que no pertenecen a un diario
personal sino más bien a un guión para componer el parte del día o para dar un informe.
No son tampoco los apuntes propios de un jefe de posición, sino del oficial de operaciones de un Estado Mayor. Lacónicos y expresivos, se refieren a las operaciones que tuvieron lugar en la Ciudad Universitaria, Puente
de San Fernando y Casa Quemada. Los españoles que nombra son todos conocidos, unos
más y otros menos; los brigadistas, en cambio, ya no son tanto, aunque Hans
Beimler,
Kleber o Ludwig Renn sean familiares, con todo es fácil identificarlos en el libro de Andreu Castells, Las Brigadas Internacionales
de la guerra de España; incluso el Adam citado en la hoja 10 (17-XI-36) es Ernst Adam
Raabe, luego jefe de Estado Mayor con Durán en la 69 BM y en la 47 División.
Las llamadas Notas de Agenda, seis hojas
escritas por ambas caras, tienen distinto contenido; la primera corresponde a la última etapa de Durán en el sector Oeste de
Madrid, ya estabilizado, con el enemigo en Brunete, Navalagamella y Chapinería,
mientras las fuerzas al mando de Barceló se situaban en Valdemorillo, Villanueva del
Pardillo y Boadilla del Monte; son anotaciones sucintas, con indicación de fuerzas y armamento. Las hojas 2 a 5 son una noticia
elemental, casi un estadillo, de la tropa y servicios adscritos al cuartel general de la 69
BM y del armamento y vestuario de los tres batallones iniciales. La hoja 6 sólo contiene
cinco líneas preparatorias de la entrada en combate en el sector del Jarama el 23 de
febrero de 1937.
Es el banco de prueba para un mando y un
conato de unidad que no está completa ni conjuntada. Entre los olivares, el fuego de
fusilería y ametralladoras era tan intenso que arrancaba las hojas de los árboles. Está
lloviendo verde, dijo alguien, y esa pincelada poética la recogió Malraux en
L'Espoir,
aunque inexplicablemente la sitúa en la sierra, donde no encajan los olivos ni el terreno
enfangado. Las órdenes eran severísimas, había que impedir a toda costa que el enemigo dominase la carretera de Madrid a Cuenca. Una tarde comenzó a flaquear uno de los
batallones y a dar la espalda los milicianos. Fueron retiradas dos compañías, se las hizo
formar, diezmando se sacaron tres hombres que fueron fusilados en el acto. Vueltas las
unidades a sus posiciones y Durán al puesto de mando, pidió línea telefónica para dar
parte de lo sucedido. No puedo hacerlo, la emoción le había dejado completamente
afónico.
PAGINAS SOBRE LA BATALLA
DE TERUEL.
Este fragmento apenas requiere comentario,
ya que supone una mínima parte del libro de Robert Payne, The Civil War in
Spain, y su
valor intrínseco está en lo que escribiera Durán y en el hecho de que algunas frases reflejan situaciones y sucesos perceptibles sólo
para quienes lo vivieron. Por ejemplo, hablando del paisaje irreal que ofrecía la carretera de Cuenca a Teruel en su último
tramo,
dice de las gentes: «parecían haberse perdido en sí mismas en la reclusión de sus montañas, y sus gestos, su manera de estar mientras nos hablaban con una tímida dignidad,
evocaban de algún modo su absoluta lejanía. Era agradable sentir el olor de la comida que
cocinaban a fuego abierto..., era agradable hablar con ellos». El encadenamiento de las
ideas de dignidad, distanciamiento de las gentes y olor de comida hecha en la
chimenea, está sin duda relacionado con los dueños de la casa de
Villaespesa, en cuya cocina y al
calor de la lumbre se recogían para dormir Durán, Adam y los oficiales que no quedaban
de guardia en el puesto de mando durante la noche. El abuelo, noventa años o más, guardaba un silencio absoluto sentado en un
sillón cerca del fuego; la dueña preparaba la cena para ella, el viejo y dos criaturas, mientras hablaba sin cohibirse con los suyos, o
discretamente con los extraños. Apenas comían, se retiraban a dormir. Los intrusos
hacían por sacudirse el frío acumulado, secarse las botas y, ya solos, Durán dictaba el
parte del día y la orden de operaciones para la jornada siguiente. Una de las noches, la
relativa placidez quedó rota por el violento fuego de mortero, fusil y armas automáticas.
El abuelo se irguió afirmando las manos en los brazos del sillón:
— Los carlistas, ya están ahí los carlistas. ¡La
escopeta!
Y de nuevo se dejó caer en el sillón, silencioso
pero con la mirada inquieta. Por unos momentos, los gestos, las palabras de aquel anciano surgido de otro tiempo, de otra realidad, de una lejanía concentrada en su reclusión.
EXTRACTOS DE UNA CARTA
A HUGH THOMAS.
En la primera edición del libro de Thomas,
The Spanish Civil War, y a causa de las fuentes utilizadas, el autor publicó unas páginas
en las que se vertían graves calumnias contra Gustavo Durán. Para ningún español, en la
inmensa multitud de los vencidos, ni para quienes antepusieran, entre los vencedores,
un estricto sentido de justicia, cabía el conceder rigor histórico a la Causa General
abierta por el franquismo contra sus adversarios, ni mucho menos imparcialidad. Apenas apareció el libro, Durán escribió a su
autor una carta rechazando de plano aquellas infamias y reprobando las fuentes de que
se había servido. Me consta que hubo problemas, pero el historiador acabó
reconociendo su error, retiró las páginas insidiosas de la primera edición y nunca volvió a reimprimirlas. Modernamente incluso ha informado a
Martín-Artajo de otra
documentación hoy asequible que corrobora la reivindicación que hizo Durán de su dignidad. La
puntualización que éste hace de su efímero paso por los servicios madrileños del
SIM,
instalados a espaldas del Ministerio de Marina en su esquina con Montalbán, es rigurosamente cierta. No llegaron a veinte los días
en que abandonó el mando de la 47 División, a poco de haberla retirado del frente de
Quijorna, y antes de que se trasladara con sus
hombres a tierras de Cuenca.
EL ARTICULO DE SIMONE
TERY.
Está escrito en dos tiempos que corresponden a dos entrevistas separadas por más de
cinco meses. La primera tuvo lugar en Valencia, septiembre de 1937, apenas reincorporado Durán al mando de la 47 División y,
muy posiblemente, cuando fue llamado por el general Rojo para reorganizar la unidad y
prepararla convenientemente con vistas a su participación en la batalla de Teruel.
Aunque otras personas intervengan en la conversación, es un diálogo vis a vis en el que la
periodista trata de fijar a su personaje, de analizar su condición bifronte, pero el hall de
un hotel y en una situación relajada no eran las condiciones más favorables, por lo que ha
de cerrar esa primera imagen con una anécdota.
La segunda entrevista tampoco le fue favorable al principio. Finalizaba febrero de
1938, la 47 División había sido retirada de Teruel y reponía fuerzas en la zona de
Alberique, Manuel y Carcagente. El cuartel general de la División estaba en Alcira, que tal es
el «soleado pueblo de Levante» que describe Simone Téry. No era el frente que ella
deseaba como escenario —ni Durán admitió nunca periodistas en su puesto de mando—,
pero siquiera le encontraba en el ambiente distendido de su Estado Mayor. De ahí que
no pudieron vivir y observar la tensión del combate, ni lograr que Durán o cualquiera
de sus oficiales hablasen del pasado inmediato, la periodista hubiera de manipular un
tanto la situación; de literaturalizarla, creando un extraño climax con unas canciones que, realmente, se cantaron durante la
cena, junto con otras bastante desenfadadas, en abierta complicidad con su jefe y
escamoteando cualquier información sobre la guerra.
Creo que Simone Téry no acertó a percibir el
pudor de quien vivía la guerra con plena responsabilidad, con una voluntad total,
sintiéndose incapaz de minimizarla, de convertirla en anécdotas personales. Cuando
confiesa defraudada que hubiera deseado una conversación seria, sobre Teruel, por ejemplo, la contestación de Durán no puede ser
más clara:
— «La próxima vez... Esas cosas necesitan
contarse con tiempo..., que salgan por sí solas... El heroísmo de los soldados... y de los
oficiales también..., el frío, dieciocho bajo cero..., la nieve hasta las rodillas..., tantas
cosas».
Una clara conciencia del esfuerzo colectivo, del sacrificio de todos. Durán se
sentía solidario y responsable de todos sus hombres, y exigía idéntico sentimiento a sus
inmediatos. No era un jefe fácil; pero Adam, su jefe de Estado Mayor, lo fue desde los
primeros momentos de la 69 BM hasta la repatriación de los internacionales, y todos sus oficiales, socialistas, comunistas, anarquistas,
le guardaron idéntica lealtad. El problema de Simone Téry estriba en que Durán era
muchísimo más que el músico-general que ella estaba buscando.
F. C. R. M.
(1) Una enseñanza de la guerra española. Glorias y miserias de la improvisación de un ejército, Madrid,
ediciones Júcar, 1980.
(2) En este pasaje Durán intercala una cita de Virgilio en
latín, amant alterna camoena (las musas gustan de la alternativa), que parece haber desconcertado al editor.
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