(Entrevista a Artemio Precioso
en 1979)
A
las 11 de la noche del sábado 4 de marzo de 1939, la mayoría de los
jefes militares de la base y guarnición de Cartagena se declaran
opuestos al Gobierno del doctor Negrín e inician la toma del control
de todas las unidades e instalaciones. Encabezan la sublevación
Fernando Oliva, jefe de Estado Mayor de la base, Gerardo Armentia y
Arturo Espa, Jefe y segundo jefe del regimiento de artillería de
costa, Norberto Morell, jefe del Arsenal; Vicente Ramírez,
jefe de Estado Mayor Mixto... Previamente, han intentado que el
general de Ingenieros Carlos Bernal, jefe de la Base, encabece la
sublevación; al no tener resultado, Vicente Ramírez toma el mando, a
la espera de encontrar alguien más cualificado, de mayor graduación
o de prestigio. El sargento Calixto Molina hace de enlace entre los
militares y los civiles (falangistas, franquistas o ambas cosas a la
vez y revueltas), trabajo que tiene encomendado
desde semanas antes, desde que muchos "desilusionados" y
muchos "realistas" van socavando el espíritu de resistencia
con la argumentación de que hay que acabar pronto con la guerra
fratricida. Las figuras más destacadas, de entre los civiles, son
Antonio Bermejo, médico odontólogo; Antonio Ramos Carratalá,
director de la Caja de Ahorros; José Sánchez Rosique, etc. Todos
ellos se encuentran, en el momento de la rebelión, en la
cárcel local, a donde han ido a parar una vez conocidas sus
actividades antirrepublicanas. La flota republicana, fondeada en el
puerto, está al mando del almirante habilitado Miguel Buiza, y
conserva una parte muy importante de las unidades navales con que se
contaba al principio de la guerra. Pero Buiza hace tiempo que piensa
en desentenderse de la guerra y sigue con atención los movimientos de
los casadistas y anti-Negrín. El día 27 de febrero, el jefe
de Gobierno había citado en la base aérea de Los Llanos a todos los
jefes militares para conocer su opinión sobre la evolución de la
guerra; asistía Buiza y, desde entonces, no ha dejado de estar
pendiente de la actitud de los militares partidarios de finalizar la
guerra. De hecho, el día 2 de marzo, el Almirante reunió a los jefes
de los buques a su mando y les puso al corriente de lo que se gestaba.
« No habría otro Cavite», parecía ser la consigna entre gran parte
de la oficialidad y la marinería. Buiza se consideró libre de actuar
«en conciencia» cuando, desde la Agrupación de Ejércitos, le
informaron que el movimiento anti-Negrín no cuajaba.
El
detonante inmediato de la sublevación surgió cuando Negrín, que
estaba perfectamente al corriente de lo que se entretejía en Cartagena,
nombró para sustituir al general Bernal al teniente coronel Francisco
Galán, comunista, a quien se le ordenó tomara posesión inmediata de
su destino, con la ayuda de la 206 Brigada, muy curtida en el combate,
que mandaba Artermio Precioso. El nombramiento fue considerado como un
«golpe comunista» y como gesto inamistoso. Los militares intrigantes
decidieron no aceptar a Galán, y cuando llegó a Cartagena fue
detenido. La evolución de los acontecimientos en la ciudad, que cayó
prácticamente entera en manos de los insurrectos, y las instrucciones
insistentes del mismo Negrín, en el sentido de evitar cuanta sangre
se pudiese, hicieron que Galán negociara y aceptara dimitir, a su
vez, mientras Precioso iniciaba su tenaza sobre los cuarteles y baterías
sublevadas.
Al
mediodía del 5 de marzo, las dudas se disiparon sobre la Flota y
Buiza ordenó la salida de la rada. Galán iba a bordo, después de un
forcejeo dramático entre Bruno Alonso, comisario socialista de la
Flota, y los oficiales que retenían a Galán. Tras una última
vacilación en alta mar, los buques republicanos se internaron en
aguas de África, yendo a parar, por instrucción de las autoridades
francesas, a la base de Bizerta. Los sublevados recurrieron al general
retirado Rafael Barrionuevo como jefe de la insurrección, y éste
inició desde el primer momento un diálogo radiotelegráfico
ininterrumpido con el Cuartel General de Franco en Burgos, hasta caer
en manos de la 206 Brigada. Gerardo Armentia, republicano de convicción,
comprobó pronto cómo la revuelta no era simplemente «pacifista»,
sino que
se enmarcaba en un ámbito netamente nacionalista y franquista. Después
de saber que muchos de los que la habían empujado resultaban
franquistas, acusó claramente la decepción y murió enfrentándose
con los primeros combatientes de la 206 Brigada que entraron en el
Parque de Artillería. Con esta excepción, ninguno de los otros jefes
militares o de los cabecillas civiles acabó malamente.
Del
lado nacionalista, pronto se organizó una operación de desembarco,
con las noticias excesivamente optimistas
que recibían de Barrionuevo. Según se acercaban los buques
nacionalistas a las aguas de Cartagena, para desembarcar en la
ensenada próxima de Portman o si se terciaba, entrar en la ciudad
desde los propios muelles interiores, las baterías que llenan las
alturas circundantes iban pasando a control de las fuerzas
republicanas. El «Canarias» no osó acercarse demasiado, pero el
mercante «Castillo de Olite», que actuó incomprensiblemente, fue
echado a pique, produciéndose una verdadera mortandad. En tres días
escasos Cartagena volvió a poder de la República, cuando ya nada podía
modificar el curso de la guerra. La transición a la paz, sin embargo,
era ya bastante más difícil.
PREGUNTAS
Y RESPUESTAS
TH.
-
¿Qué
sentido tenía la acción militar de la 206 Brigada?
AP.
-
Aunque
la orden que recibí en Buñol indicaba solamente que la Brigada debía
ponerse a las órdenes del jefe de la base naval de Cartagena, creo
que quien dio la orden pretendía que la presencia o intervención, de
la Brigada impidiera la sublevación y la deserción de la flota
republicana, conservando el puerto en poder de las fuerzas leales al
gobierno legal, es decir, al gobierno Negrín.
¿Por
qué no se lograron todos estos objetivos?
Porque
la orden de desplazamiento se dio con evidente retraso, lo que sería
consecuencia de la indecisión y vacilaciones de Negrín. Cuando la
Brigada llegó a los alrededores de Cartagena, en la mañana del día
5 de marzo, la guarnición estaba ya sublevada. Además, creo que el coronel Galán, que había sido nombrado el día 3 de marzo nuevo jefe
de la base naval, cometió la imprudencia de meterse en la boca del
lobo antes de que la Brigada llegara a Cartagena.
¿Cuándo
y quién dio la orden de desplazamiento a tu Brigada?
La
orden me llegó en la tarde del 3 de marzo transmitida por el Estado
Mayor del Grupo de Ejércitos de la zona Centro-Sur. Años más tarde,
en Praga, el general Cordón me
dijo que fue él quien decidió su desplazamiento.
La
sublevación de Cartagena aparece muy relacionada con la del coronel
Casado. ¿Qué opinas del golpe de Casado y de la actuación de su
llamado Consejo Nacional de Defensa?
Independientemente
de las intenciones de Casado, Besteiro, Cipriano Mera y demás
golpistas, los resultados de su sublevación fueron catastróficos.
Ellos son los principales responsables del trágico final que tuvo la
guerra para los republicanos. Las fobias son siempre funestas, y su
fobia anticomunista debió nublarles el juicio.
¿Crees
que la zona republicana tenía aún posibilidades militares a
principios de mano de 1939?
Perdida
la batalla de Cataluña, la República no tenía en marzo de 1939,
salvo un giro favorable de la situación internacional, posibilidades
de victoria militar. Pero en la zona Centro-Sur el ejército
republicano contaba con unos trescientos mil hombres, dotados de
aviación, tanques y artillería. Había muchas unidades que, como la
206 Brigada, tenían aún gran capacidad combativa. Con estas fuerzas
se podía haber organizado una defensa elástica, combinada con
algunos contraataques, replegándose ordenadamente sobre los puertos
de Valencia, Alicante y Cartagena, lo que hubiera dado tiempo a
organizar con la flota y barcos extranjeros una evacuación más'
amplia y, posiblemente, con respaldo internacional. La sublevación de
Casado no ahorró víctimas, las aumentó, y dio a la guerra el peor
final que puede tener una lucha armada: la traición. Algunos
componentes del Consejo casadista debieron darse cuenta de su trágico
error al comprobar el trato humillante que dio el general Franco a los
emisarios que fueron en avión a Burgos. No podía negociarse una paz
colocándose previamente en el fondo del pozo. Derrocar al gobierno
Negrín, escindir al ejército y sembrar la confusión, suponía
privar a la República de sus posibilidades de defensa.
¿Cómo
explicar que el Partido Comunista que tanta influencia tenía en el ejército
no fuera capaz de Impedir, o de sofocar rápidamente, la sublevación
de Casado?
A
esta cuestión no se ha dado todavía una explicación convincente. Yo
tampoco puedo darla. Es una página oscura que los historiadores deberían
aclarar mientras vivan algunos de sus principales protagonistas. Es
cierto que
su acertada política militar y la ayuda de la URSS dieron al PCE una
gran influencia en el ejército republicano. Por ejemplo, de los
cuatro jefes de cuerpo de ejército que tenía el Ejército del
Centro, mandado por el coronel Casado, tres (Barceló, Bueno y Ortega)
militaban en el Partido Comunista, y sólo una (Cipriano Mera) era
anarcosindicalista. Varias unidades mandadas por comunistas se
opusieron al golpe casadista, pero sin éxito. Claro que las
posibilidades de reacción del PCE estaban entonces limitadas por el
gran deterioro de la situación política.
¿A
qué deterioro te refieres?
Para
responderte tendría que referirme a toda la marcha de la guerra civil
en la zona republicana. Comentaré sólo un hecho, a mi juicio, clave:
la crisis ministerial de mayo de 1937, en la que Largo Caballero fue
sustituido en la jefatura del Gobierno por el doctor Negrín. A pesar
de sus limitaciones y errores, el Gobierno de Largo Caballero tenía
en su haber muchas cosas positivas, y él era entonces la personalidad
más idónea para mantener el difícil equilibrio entre las tres
fuerzas decisivas para la lucha armada: el PCE, la fuerte ala
izquierda del PSOE y los anarcosindicalistas. Aunque el que formó
Negrín siguió siendo formalmente un Gobierno de coalición, el
Frente Popular quedó virtualmente roto. El comportamiento del PCE
durante la gestación y solución de esta crisis abrió un abismo
entre este partido y la gran mayoría del PSOE, abismo que ha durado décadas,
Los acontecimientos posteriores y, sobre todo, el caótico final de la
guerra, no justificaron la formación del Gobierno Negrín,
aparentemente más eficaz, pero que significó la ruptura de la unidad
antifascista. Desde marzo de 1937 la situación política se fue
deteriorando, a lo que contribuían, naturalmente, los reveses
militares. En marzo de 1939, a pesar de su gran influencia en el ejército,
el PCE estaba políticamente aislado. A mí la historia me interesa,
principalmente, como fuente de enseñanzas para el presente y futuro,
y creo que el PCE no ha sacado aún las debidas conclusiones de éste,
que a mi juicio fue el mayor error de la dirección del PCE y de sus
consejeros extranjeros durante la guerra civil. Al leer algunas de
las, declaraciones hostiles al PSOE hechas por Santiago Carrillo después
de junio de 1977, me pregunto si la dirección del PCE va a reincidir
en los mismos errores de marzo de 1937. Una cosa es criticar lo que se
consideren equivocaciones del PSOE, y otra adoptar una actitud de
agresividad sistemática hacia los socialistas. Creo que actualmente,
como durante la guerra, la democracia española necesita la colaboración
entre el PCE y el PSOE.
Tú
estuviste emigrado en la URSS, ¿Se discutió el final de la guerra en
la emigración?
Debieron
haber discusiones entre algunos dirigentes del PCE y de la Komintern,
pero éstas no transcendieron. Creo que un amplio debate sobre los
acontecimientos de febrero y marzo de 1939, sus causas y
consecuencias, hubiera sido muy provechoso para todos, y especialmente
para el PCE. De haberse producido la discusión quizá se hubiera
evitado el desarrollo de algunos mitos que son un lastre para la sana
evolución del partido, se habría frenado el pernicioso narcisismo y
triunfalismo, y se hubiera encarado con mayor realismo la larga lucha
contra la dictadura franquista. Creo válida la hipótesis de que las
graves divergencias aparecidas en el seno de la dirección del PCE a
raíz de la grave enfermedad y muerte del secretario general, José Díaz,
tuvieran como fondo político la distinta manera de enjuiciar los
acontecimientos que precedieron el final de la guerra.
Volvamos
a Cartagena. ¿Qué Influencia tuvo la deserción de la flota
republicana?
Muy
negativa. Quizá éste fuera el hecho que precipitó la salida de España
del gobierno Negrín. Era una flota muy potente para aquellos tiempos,
aunque la moral de algunos de sus mandos fuera baja. Pero había otros
para sustituir a los pusilánimes. Si hubiera permanecido leal al
gobierno legal hubieran aumentado considerablemente las posibilidades
militares de la zona Centro-Sur de las que antes hablé.
¿Por
qué no llegaron a desembarcar en Cartagena las tropas de Franco?
Porque
no pudieron. En contra de lo que decía el general Barrionuevo en sus
radiogramas al Cuartel General de Franco, entre los días 5 y 6 de
marzo la mayor parte de las baterías de costa pasaron al control de
los mandos de la 206 Brigada. Concretamente, al Batallón 821 mandado
por el comandante Joaquín González Regalado ocupó la batería La
Parajola en la tarde del día 5 de marzo. Esta batería fue la que
hundió el día 7 el barco «Castillo de Olite», que siguió
navegando a pesar de los dos disparos de advertencia que se le habían
hecho. Las víctimas del «Castillo de Olite» habría de achacarlas a
la mala información y a los errores del mando franquista. Por cierto,
este barco transportaba, junto a tropas de infantería y artillería,
un tribunal militar; me figuro que con la intención de iniciar los
juicios sumarísimos.
¿Fue
la de Cartagena una sublevación casadista, falangista o franquista?
Según
mi información, los mandos republicanos atraídos por la quimera
casadista de negociar con Franco «una paz honrosa y digna», y los
elementos de la «quinta columna» conspiraron separada pero simultáneamente.
En un principio la sublevación aparece como casadista, pero los
franquistas van ganando posiciones, y cuando en la mañana del 5 de
marzo la flota abandona Cartagena, los sublevados acatan el mando del
general retirado Barrionuevo, que lo primero que hace es comunicar por
radio su total adhesión al general Franco.
¿Qué
juicio te merece la actuación del coronel Galán?
Francisco
Galán era un militar de valor y capacidad probados en muchos
combates. Era un jefe con carisma. Pero en Cartagena creo que
sobreestimó su capacidad negociadora, que debía ser grande. Quizá
no estuviera bien informado de lo avanzada que estaba la conspiración.
En aquellas circunstancias sólo se podía negociar con el respaldo de
una fuerza militar. Como dije antes, creo que fue imprudente,
temeraria, su decisión de meterse él, y meternos al Comisario de la
Brigada y a mí, en la base naval (prácticamente sublevada) antes de
que la 206 Brigada llegase a Cartagena. Mi encuentro casual con él en
Murcia en la tarde del día 4 de marzo le dio la oportunidad para
adoptar una decisión más realista. En este encuentro me ordenó
presentarme en la base naval al anochecer del mismo día.
¿Fue
el nombramiento de Galán como jefe
de la base naval el motivo de la sublevación?
Creo
que no. Los casadistas llevaban más de un mes conspirando. Durante el
mes de febrero hubo ya intentos de huida en la flota. El nombramiento
de Galán sólo pudo adelantar unas horas la sublevación. La versión
de que las sublevaciones de Casado y de Cartagena se proponían
abortar un golpe de estado comunista la considero falsa. El PCE actuó
dentro de la legalidad republicana representada por el gobierno
Negrín.
Por el contrario, estimo que si algo puede reprocharse a la dirección
del PCE en aquellas circunstancias críticas, es un exceso de
legalismo.
¿Qué
Impresión sacaste de tu entrevista con el general Bemal?
El
anciano general Bernal había mostrado claramente desde el comienzo de
la guerra su lealtad a la República. Ignoro si estaba o no
comprometido en la sublevación, pero tuve la impresión de que el
mando real de la base naval no lo ejercía él, sino el jefe de Estado
Mayor Mixto Vicente Ramírez, que fue uno de los principales cómplices
de Casado. Probablemente, el general Bernal se alegrara de su
sustitución por Galán, para poder así alejarse de unos
acontecimientos en los que no deseaba participar.
¿Qué
opinas de la actuación del almirante Buiza?
Del,
entonces jefe de la flota sólo sé lo que he leído. No tuve ningún
contacto con él.
¿Qué
puedes decirme sobre la conversación que sostuviste con Fernando
Claudín?
Claudín
llegó al puesto de mando de la 206 Brigada poco después de iniciados
los combates. De él recibí la primera información global de la
grave situación creada de la zona republicana, que conocía por ser
miembro de la Ejecutiva de la Juventud Socialista Unificada y del
Comité Central del PCE. Sus orientaciones fueron para mí de gran
utilidad en aquellos momentos de tanta confusión. Deberíamos, según
él, forzar al máximo nuestro avance, tratando de evitar la salida de
la flota, y apoderarnos del puerto de Cartagena y de los puertos y aeródromos
circundantes, ya que se preveía, que Cartagena fuera la plataforma más
importante de una posible evacuación. Claudín estuvo con nosotros
hasta el anochecer del día 5 de marzo, recorriendo, con gran riesgo,
las primeras líneas de combate. A los pocos días llegaron a
Cartagena los miembros de la dirección del PCE que aún permanecían
en España: Pedro Checa, Jesús Hernández, Palau, Sebastián
Zapiraín,
Isidoro Diéguez y también Palmiro Togliatti (Ercoli), que actuaba
como consejero de la Komintern.
¿Cómo
salieron estos dirigentes de España?
Este
es un episodio inédito. Luis Romero lo intuyó en su libro «El final
de la guerras, pero no pudo precisar lo que no sabía con certeza.
Siguiendo instrucciones de la dirección del PCE, transmitidas por
Pedro Checa, un grupo de unos treinta hombres seleccionados de la 206
Brigada nos apoderamos en la madrugada del 24 de marzo del aeródromo
de la escuela de pilotos de Totana, donde había tres aviones tipo
Dragón. En dos de ellos, pilotado uno por el jefe de la escuela,
comandante Ramos, y otro por el profesor de vuelo capitán Domínguez,
salieron los citados dirigentes del PCE, Togliatti y Virgilio Llanos.
En el tercero, tripulado por dos alumnos que nunca habían volado
solos, y tras un accidentado despegue, salimos el comisario de la
Brigada, Victoriano Sánchez, el médico de la escuela y yo. Los dos
primeros aparatos aterrizaron en el aeropuerto de Orán, y el nuestro,
debido a la inexperiencia de los pilotos, en un trigal cerca de la
ciudad argelina de Sidi-Bel Abbés.
Supongo
que habrás leído los libros publicados sobre las luchas de
Cartagena, ¿qué opinión te merecen?
Que
yo sepa se han publicado dos monografías sobre el tema, uno de Manuel
Martínez Pastor titulado «Cinco de marzo de 1939», y otro del
novelista Luis Romero, « Desastre en Cartagena». El primero de ellos
está escrito con escasa y difícil información. Su mayor interés
reside en los datos que aporta sobre la participación de algunos
falangistas en la génesis y desarrollo de la sublevación. En cuanto
a la obra de Luis Romero, la considera una valiosísima aportación al
esclarecimiento de lo que ocurrió en Cartagena. Contiene algunas
imprecisiones inevitables. pero creo que el arduo trabajo del autor
logró su principal objetivo: recomponer el intrincado rompecabezas
cartagenero. Yo mismo no me enteré de lo que ocurrió en el bando
contrario, e incluso de algunas cosas del lado republicano, hasta que
leí este libro. Por lo que se refiere a los diálogos que Romero
reproduce o imagina, aunque sea una forma heterodoxa de escribir la
historia, son muy verosímiles, y ayudan a penetrar en el dramatismo y
el carácter contradictorio de los hechos y de sus protagonistas.
También
dedica gran espacio Luis Romero a este asunto en su libro « El final
de la guerra», que junto por su primer trabajo histórico "Tres
días de julio", forman una trilogía de valor inestimable. Hay
que subrayar que « Tres días de julio» apareció en 1967, en plena
dictadura, siendo el primer trabajo publicado en España que con gran
valor, rigor y amenidad, desbarata la versión oficial sobre el «Glorioso
Alzamiento Nacional». A pesar de ser novelista, o precisamente por
ello, Luis Romero muestra una perspicacia extraordinaria como
historiador, perspicacia acompañada de una amplia labor de
documentación y entrevistas con supervivientes de los dos bandos.
Salvo
rara excepción, los libros publicados sobre la guerra civil dan de
los sucesos de Cartagena una versión incompleta y equivocada. Por
ejemplo, sobre este episodio la obra de Hugh Thomas, por lo menos la
edición de Ruedo Ibérico, contiene errores evidentes.