S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Abe Osheroff y la Brigada "Abraham Lincoln". Sueño y pesadilla Alberto Castilla (Publicado en Tiempo de Historia nº. 30 mayo 1977) |
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Uno de los hechos trascendentales originados por la guerra de España fue la presencia de unos cuarenta mil hombres procedentes de cincuenta y tres países, que acudieron en defensa de la República en lo que bien pudiera verse como la última de las grandes cruzadas. Llegados a España desde los confines más apartados de la tierra, los hombres de las Brigadas Internacionales se entregaron con generosa devoción a un ideal por el que muchos hasta dieron su vida. Tratando de explicar la razón de ser de aquellos voluntarios, uno de los cronistas del batallón Lincoln, Robert Rosenstone, escribiría: «Lo que había en España era un gobierno elegido legalmente, democráticamente, luchando contra un grupo de generales rebeldes y reaccionarios que deseaban impedir la democracia y la reforma social. Lo que había allá era una República a la que las «democracias» occidentales impidieron la adquisición de armamento para defenderse, mientras que los gobiernos de Hitler y de Mussolini despachaban aceleradamente hombres y material a sus enemigos. Es comprensible, entonces, que la lucha de la República española por sobrevivir viniera a simbolizar la defensa de todo lo que se consideraba bueno, justo y decente en la tradición occidental contra la embestida violenta del barbarismo y la maldad». Quizás este esquema pueda resultar demasiado simplificado, pero fue exactamente la visión que empujó a España a aquellos voluntarios y que provocó a millones de seres en el mundo a aplaudir su acción. En todo caso, su presencia en España se debió no a un gusto por la guerra, sino al deseo de impedir otra de mayor dimensión. Porque sintieron que si Hitler y Mussolini no eran frenados en España, una guerra europea, mucho más amplia, sería inevitable. Después de tres años de lucha del pueblo español, el ejército republicano se hundió finalmente y Franco anunciaba su victoria el primero de abril de 1939. Exactamente cinco meses más tarde, las tropas de Hitler invadían Polonia, iniciándose la II Guerra Mundial. La predicción de aquellos hombres había resultado correcta. Los recuerdos y esperanzas de España, revelados en el legado de Abe Osheroff, representan fielmente la generosa devoción a un ideal por parte de aquellos voluntarios llegados a España desde los confines más apartados de la tierra, dispuestos a defenderlo hasta la muerte. Como afirmó Ilya Ehrenburg, la experiencia de las Brigadas Internacionales produjo una oleada inmensa de compañerismo, de generosidad y sacrificio surgida de las profundas entrañas del pueblo y permanecerá en la marcha hacia su total liberación como una épica inalterable.
I. EN CALIFORNIA CON ABE OSHEROFF Venice forma parte de uno de esos «cien suburbios en busca de una ciudad», como suelen describirse los numerosos conglomerados urbanos que rodean Los Angeles. Situada en la costa, frente a la bahía de Santa Mónica, Venice fue diseñada hacia 1900 como una ciudad de canales, similar a la Venecia italiana, y conoció a principios de siglo un período de relativo esplendor. Pero, con el paso de los años, los canales fueron siendo cubiertos, y la zona consiste hoy en un conjunto de calles solitarias, de bellas playas poco frecuentadas y de viejos hoteles y casas pegados al mar. En este apartado lugar de California, sus residentes, en su mayoría escritores y artistas, gozan de una apetecida atmósfera de reclusión y de aislamiento. En un modesto apartamento de una calle angosta, muy próxima al mar, habita Abe Osheroff, un hombre alto y robusto, de anchas espaldas, de aspecto whitmaniano, cabello gris, barba muy poblada, mirada intensa y actitud reposada, carpintero de profesión. Su aspecto general, su vitalidad y energías desmienten los 62 años de edad. Su apartamento es muy sencillo, y cada pared, cada rincón y cada objeto invitan a un recuerdo de España. El nombre de Abe Osheroff ha saltado del anonimato de su casa de Venice a la actualidad internacional, gracias a un documental cinematográfico realizado en 1974 por el propio Osheroff, titulado Dreams and Nightmares («Sueños y pesadillas», sería una traducción literal española). La película, cuya línea narrativa adopta la forma autobiográfica, relata su propia historia, la vida de un carpintero norteamericano, hijo de judíos emigrantes, que vive de muchacho la época de la Depresión; pasa a Europa y se alista voluntario para luchar contra el fascismo, primero en la guerra de España, después en la mundial; años después regresa a España para revivir nostálgicamente los lugares donde ha combatido; y observa la situación política y social de los años setenta, los diversos aspectos de la oposición al franquismo, la presencia de los Estados Unidos. —Mi propósito al hacer el film era el de informar a los jóvenes americanos sobre un tema del que nada o muy poco sabían, el de la guerra civil española y el de la participación americana en esa guerra, y contrastarlo con la actual intervención de los Estados Unidos en España y con la complicidad de mi gobierno con el régimen franquista. Al principio la película no consiguió la difusión que yo hubiera deseado, al negarse las principales cadenas comerciales de TV a programarla por considerarla demasiado política. Pero gradualmente el film se va abriendo camino. Ya ha sido aceptado por varias cadenas culturales y educativas de TV, especialmente en California y se han dado más de 300 proyecciones en universidades y sindicatos del país, lo que ha dado corno resultado decenas de miles de cartas y telegramas a Washington protestando por la política exterior con España, y la formación de varios Comités en favor de la democracia y de la libertad de los presos políticos españoles. En resumen, el film está teniendo aquí alguna influencia, pero considerando la envergadura del problema, una influencia inevitablemente limitada. Donde parece haber producido más impacto es en la juventud. Efectivamente, son los jóvenes, especialmente los estudiantes, quienes han dispensado al film mejor recepción. Una reciente proyección cerca de aquí, en la universidad de Santa Bárbara, fue emocionadamente acogida por un público numeroso, que dedicó a Osheroff una calurosa ovación. En el diálogo, al final, los estudiantes se mostraron impresionados por las imágenes del fascismo en España y por la intervención americana, y disgustados por sentir que se les había ocultado esos hechos toda su vida. «No sabía que hubiera habido una guerra civil en España», declaró uno de ellos. «Conocía la existencia de Franco —afirmó otro—, pero nadie me enseñó cómo alcanzó el poder, ni mucho menos cómo había sido apoyado por nuestro gobierno desde entonces,» Fuera, el documental ha encontrado una amplia y fervorosa acogida, poseyendo, a ]os dos años escasos de su distribución, un impresionante récord de premios y de distinciones: Primer Premio del Festival de Leipzig (1974) y «Mejor Film» de la Asociación Internacional de Críticos Cinematográficos en el Festival; «Mejor Film», de la Crítica en el Festival dei Popoli, de Florencia (1974); Medalla de Oro del Festival de Films Antifascistas, de Belgrado (1975); Primer Premio (Red Ribbon Award) del «American Film Festival» (1975), y ha sido, además, destacado en otros importantes Festivales, tales como el de Edimburgo (1974), Moscú (1975) y en el «Flaherty Film Festival» (1975). —Respecto a España, una joven cooperativa cinematográfica ha estado gestionando la posibilidad de distribuirla allí, con subtítulos. Por supuesto, mi deseo es que la vean las nuevas generaciones, las que no vivieron la guerra, pero han pasado por la experiencia del franquismo, las que están hoy construyendo, con su sacrificio y con su lucha, las vías hacia la democracia. El pasado octubre, procedente de Florencia, donde asistí al 40 Aniversario de las Brigadas Internacionales, pasé por España. En Barcelona, el film fue proyectado ante un numeroso grupo de la Asamblea de Cataluña y fue calurosamente recibido. Además, la Filmoteca compró una copia para sus archivos. Dos días después, en Madrid, la presenté en un barrio obrero. Cientos de jóvenes estaban allí y su tremenda reacción fue una maravillosa experiencia.
II. LA GRAN DEPRESION Al comienzo del film, Abe Osheroff evoca su infancia como hijo de un inmigrante ruso judío, en un ghetto del Lower East Side, de Nueva York. Son los años peores de la Gran Depresión. Unos fragmentos documentales excelentes exponen el trasfondo: hambre y desempleo, obreros parados, obreros en huelga golpeados brutalmente por la policía, reclamando puestos de trabajo o mejores salarios, luchando por su sindicación. Es precisamente en esta atmósfera donde el joven Osheroff vive, crece, conquista su conciencia social.
OSHEROFF (V. O.).—Yo nací en un ghetto de Brooklyn. Mi padre era, de oficio, pintor; mi madre, costurera a destajo. Si el sueño del emigrante —calles asfaltadas en oro— existía, mis padres se habían equivocado de país. El lujo era, en verdad, escaso. Sólo lo poseían los ricos de las zonas residenciales, extranjeros para nosotros. Pero al mismo tiempo, nos hallábamos rodeados por otros extranjeros —italianos, polacos, irlandeses— todos juntos, en un país nuevo, tratando de que les fuera bien. Lo único que con ellos compartíamos, además de pobreza, era desconfianza y odio. Cruzar los límites de nuestra vecindad era muy poco aconsejable y siempre peligroso. En nuestro barrio, la gente hablaba mucho más de condiciones de trabajo y de uniones que de sinagogas. A los doce años, presencié grandes demostraciones a favor de Sacco y Vanzetti, dos trabajadores inmigrantes sentenciados a muerte por sus actividades laborales. «¿Por qué tenemos que pelear por estos macarroninis?» —pregunté—. «Porque un buen trabajador italiano es más hermano nuestro que un patrono judío» —me dijeron—. Así crecí, y a mi alrededor el mundo comenzó a ensancharse. En la escuela funcioné bien, pero aprendí mucho más en las calles. III. VOLUNTARIOS DE LA LIBERTAD En julio de 1936, la noticia del levantamiento militar en España contra el gobierno republicano, produjo inmediatamente una reacción de solidaridad entre los pueblos. En Europa, los partidos comunistas jugarían un papel esencial organizando la ayuda internacional a la República. En octubre se constituían comités en casi todos los países convocando a los voluntarios. El gran poeta inglés W. H. Auden, describiría magistralmente la urgencia de la convocatoria:
En Francia se constituyeron comités para proceder a su reclutamiento y para facilitarles el paso a España, formándose dos bases, una en Marsella, para el transporte por mar, y otra en Perpignan, para el transporte terrestre por los Pirineos. La mayor parte llegaban a Barcelona o a Alicante, donde las organizaciones del Frente Popular, especialmente comunistas y socialistas, se hicieron cargo de la recepción de voluntarios. El primer grupo llegaba a Albacete (lugar principal de concentración y entrenamiento) el 12 de octubre de 1936. Italianos, franceses, polacos, belgas, eslavos y angloamericanos fueron los primeros en iniciar la instrucción. Dos días después la primera Brigada era constituida (posteriormente llevaría el número XI), integrada por el batallón alemán Thaelmann, el francés Comuna de París, el italiano Garibaldi y el polaco Dombrowski. De esta forma, se organizaron hasta seis Brigadas Internacionales, las numeradas XI, XII, XIII, XIV, XV y LXXXVI, esta última formada casi al fin de la guerra. La XV Brigada se había formado con voluntarios llegados a principios de 1937, especialmente con un gran contingente de ingleses, canadienses y norteamericanos a los que se agregaron numerosos griegos, eslavos, belgas y franceses. Con ellos se constituirían cuatro batallones (cada uno con efectivos permanentes comprendidos entre 600 y 800 hombres), el inglés (British Battalion), el Franco-Belga, el Dimitrov y el Abraham Lincoln, del cual formaría parte Osheroff. IV. EL BATALLÓN «ABRAHAM LINCOLN» Ya entrada la guerra, en respuesta a unas preguntas de un periodista estadounidense, un oficial nacionalista respondió: «Si tus compatriotas vienen desde allá hasta aquí para luchar en una guerra que en nada les concierne, entonces deben darse por enterados de que sus posibilidades de morir son mayores que las de regresar sanos y salvos a sus casas a recibir la reprimenda paternal». Para el oficial franquista, quien sin duda se hallaba al corriente de la desigualdad de la lucha por el imponente apoyo del fascismo europeo a los rebeldes, no debía resultar muy difícil aventurar ese pronóstico. Porque, efectivamente, aproximadamente la mitad de los 3.300 voluntarios norteamericanos habrían de morir en combate, permaneciendo en suelo español para siempre. Y el 80 por 100 de los sobrevivientes, Osheroff entre ellos, resultarían heridos. Pero lo que el oficial posiblemente nunca pudo llegar a entender es el sentimiento de solidaridad de aquellos extranjeros, ni los motivos que les llevaron a abandonarlo todo, país, familia, posición, futuro, para luchar en la guerra de España. Una ojeada al historial de esos hombres muestra que la lucha de las uniones de trabajadores en los días de la Depresión fue un fermento constante de voluntarios. Más de mil miembros del batallón Lincoln habían intervenido en las huelgas de los años treinta y experimentado la violencia y la capacidad represiva del sistema, las bombas lacrimógenas, los porrazos de la policía, los disparos a la multitud...; habían pasado por un período de extrema dureza para la clase trabajadora, cuando los obreros luchaban por su sindicación mientras los patronos y empresarios se resistían obstinadamente usando policía privada, asesinos pagados, espías y agentes provocadores, rompedores de huelgas. Mientras algunas compañías, como la United States Steel, habían reconocido sin lucha a las uniones, tardó mucho tiempo y se ejerció mucha violencia hasta que otras lo hicieron, tales como la Ford, General Motors o la Armour, sucediéndose los enfrentamientos entre policías y trabajadores, muchas veces a muerte. Por eso, al estallar la guerra de España, y una vez convencidos éstos de que los rebeldes representaban los mismos intereses que habían tratado de impedir su sindicación, resulta explicable que se hallaran listos para luchar contra el enemigo, donde quiera que éste se hallase. La mayor parte de los Lincoln procedían, por consiguiente, de las clases populares; sus ocupaciones incluían una gran variedad (electricistas, operarios de fábricas, plomeros, carpinteros, ferroviarios, taxistas, obreros de la construcción...) y, en su mayoría, procedían de los grandes centros industriales y urbanos, tales como Nueva York, Los Angeles, Pittsburgh, San Francisco, Detroit... aunque, curiosamente, por oficios, el grupo mayor era de marineros, aproximadamente 500, según cifras facilitadas por la Unión Marítima Nacional. Los sociólogos americanos propusieron varias interpretaciones para explicar el hecho: Que era debido a la tendencia entre los marineros a desarrollar ideas radicales, por vivir dentro de sus propias comunidades fuera de una influencia conservadora de un estrato social de clases medias; o porque los marineros gozaban de tiempo libre para leer y pensar en el mundo y porque, debido a sus viajes, se hallaban familiarizados con diferentes formas de explotación... En todo caso, su radicalismo de los treinta podría haber sido consecuencia directa de las condiciones miserables de los barcos, de los bajos salarios y de las largas jornadas de trabajo, de la experiencia de la represión. Algunos eran simplemente parados. No en vano, más de nueve millones de trabajadores en 1937 andaban en los Estados Unidos buscando trabajo. Frank Rogers, veterano del batallón Lincoln, explicaría así su situación: «Soy hijo de un minero de carbón que conoció la pobreza desde niño. Polvo y humo fueron mi dieta, cada día, desde mi infancia. Aunque lo intenté varias veces, no pude ir a la universidad. Trabajé duro, diligentemente, pero en la Depresión fui despedido. La verdad es que no puedo culpar a mi jefe, quien también perdió su pequeño negocio. Tal vez es cierto que si, hubiera tenido dinero y trabajo no habría ido a España. Pero les aseguro que no se trataba, simplemente, de una aventura... Yo, sinceramente, creí que era posible construir un mundo mejor que en el que yo vivía...» Aunque la mayor parte procedían de las clases trabajadoras, los había también profesionales de las clases medias, médicos, abogados, periodistas... y aun de ricas y prominentes familias, como Ralph Thornton, miembro de una de las «mejores» familias de Pittsburgh, Owen Appleton, doctorado con honores por la universidad de Harvard y miembro de un poderoso clan de la banca en Massachusetts, o David McKelvy White, catedrático de Brooklyn College, cuyo padre fue gobernador de Ohio y director de la campaña presidencial de Cox en 1920. Había también entre los Lincoln un buen número de estudiantes o recién licenciados, cerca de 500. La universidad se había mantenido alerta y sensible a la gran crisis económica y social producida durante la Depresión. Las ideas socialistas y comunistas marcaban el carácter y el tono del movimiento estudiantil en casi todos los campus del país. Probablemente eran rasgos de esa preocupación común la dificultad para relacionar la vida de los estudios académicos con la del mundo real, junto a un sentimiento de frustración por no poder incidir eficazmente en la sociedad y la amargura producida por la brutal revelación de la verdadera sustancia del american dream. Uno de los compañeros de Osheroff, Edwin Rolfe, antes de alistarse en las Brigadas había expresado poéticamente ese sentimiento, con motivo de pasar unos días de vacaciones en el campo:
Lo mismo que Rolfe, los hombres más sensibles de aquella generación se sintieron desgarrados entre sus deseos y proyectos personales y la realidad social circundante, llegando a la certeza de que no eran aquellos tiempos propicios para practicar la autocomplacencia. Acudir al llamamiento de España, en esas circunstancias, suponía como una consciente decisión de detener o de abrazar el caos, antes de que éste les devorara sin moverse de casa. Alvah Bessie se justificó con estas dos razones: su propia integridad y poner su fuerza individual al servicio de la lucha contra nuestro eterno enemigo, la opresión. Para Murray Kempton, España era en aquel tiempo una realidad que transformaba al individuo, «el que había estado allí, no podía ser el mismo otra vez». El propio Edwin Rolfe escribía a su casa que aunque no siempre se hallaba contento y feliz en España, «no lo habría cambiado por nada en el mundo». Para estos jóvenes estudiantes e intelectuales, que si en algo se excedían era en generosidad y en sacrificio, y si de algo carecían era de experiencias vitales y sociales concretas, la guerra de España significó, en el plano político, una lección de la tremenda dificultad y complejidad de la lucha de los pueblos contra la injusticia y la opresión, y en el individual, una superación de los valores heredados, una reconstrucción de la propia imagen, una valiente y lúcida indagación en el ser.
OSHEROFF (O. C.). — En Washington, Franklin D. Roosevelt había firmado el Acta de Neutralidad, prohibiendo la venta de armas al gobierno legítimo de España. No hacía sino seguir la pauta marcada por los gobiernos de Francia e Inglaterra que habían maquinado un Comité de No-Intervención. Se trataba de una hipócrita farsa, ya que los otros miembros eran, nada menos, que Italia y Alemania. Mi pasaporte era lo suficientemente explícito: No válido para viajar a España. Ir a España era, por tanto, infringir la ley. Pero también lo había hecho Texaco, enviando a Franco dos millones de toneladas de gasolina; Dupont, enviando 60.000 bombas aéreas, y la General Motors, que le envió 14.000 camiones y vehículos pesados. Por consiguiente, no existía un dilema moral para mí. Llegar a Francia fue bastante fácil. Pero el gobierno francés, cumpliendo a rajatabla su política de «no intervención», había cerrado los Pirineos. OSHEROFF (V. O.).—Una noche, con otros 200 voluntarios, embarqué para España. A 40 millas de Barcelona, bajo la vigilancia de la llamada patrulla de no intervención, la guerra se nos vino encima. Se trataba de un torpedo italiano. 80 hombres murieron. Yo alcancé nadando la costa española. En la base de entrenamiento nos hallábamos sobrados de charlas pero menguados de provisiones y armamento. Nada de exquisiteces en la comida para un buen paladar. Algún que otro guisado de burro nos sería después de grata memoria. Marchábamos, sin cesar, arriba y abajo, pero existían muy pocos indicios de nuestra futura capacidad de lucha. OSHEROFF (V. O.).—Transcurrido un mes, ya nos considerábamos veteranos. El ejército republicano se hallaba en la ofensiva de Aragón. Acabábamos de tomar Quinto de Ebro. En ruta hacia Belchite, comprobé que la mitad de los hombres con quienes me había entrenado habían muerto o se hallaban heridos. V. BELCHITE En el verano del 37 los rebeldes habían comenzado la ofensiva en el norte, en la región de Santander y en la de Asturias, y para ayudar a los republicanos se inició en agosto una acción de gran envergadura en Aragón, en un amplio frente desde Huesca, 70 kilómetros al norte de Zaragoza, hasta Belchite, 50 kilómetros al sudeste de la capital aragonesa. La toma de Belchite había sido considerada de gran importancia. Estratégicamente situada, ofrecía la posibilidad de aislar Teruel, por el sur, y por el norte a Zaragoza. Aproximadamente 2.000 soldados se hallaban concentrados en la defensa de Belchite, cifra que comprendía la guarnición regular más los sobrevivientes de los pueblos recientemente conquistados por los republicanos (Quinto de Ebro, Codo y Mediana), y entre ellos un número indeterminado de carlistas, falangistas y moros, que habrían sido absorbidos para la defensa de la ciudad. Por el lado republicano, el asalto lo realizaron las Brigadas Internacionales XI y XV, dos batallones de la 25 División (anarquista), la Brigada CLIII y un batallón de guardias de asalto. El ataque, sin preparación artillera, comenzó el 24 de agosto, pero el gran asalto se iniciaría el día 30 y se extendió hasta el 6 de septiembre. El avance se realizó a través de una serie de viñedos, olivares y terrazas donde los soldados republicanos eran sistemáticamente bombardeados por los Junquers de la aviación nacionalista. Incluso un pueblo, Codo, que se hallaba desierto (había sido tomado y luego abandonado por los republicanos), fue también arrasado. Luis Bolin, un piloto hispano-británico y cronista de la guerra civil que en julio del 36 había organizado y dirigido el vuelo de Franco desde Canarias a Marruecos, afirma que «los rojos, hostigados por la aviación nacional, que acudió en masa para destruirles, perdieron 20.000 hombres». El periodista soviético Mijail Koltsov, que se encontraba allí, relata de este modo su experiencia y visión de los bombardeos: «El batallón se dispersa gritando por el campo. El comisario grita «¡Seguidme!» y arrastra a los hombres hacia la pendiente de la colina. En general, estar tumbado en la pendiente es preferible: hay menos peligro de que caigan encima las bombas y los casquetes. Pero es mucho mejor pararse y —sobre todo cuando el avión está cerca— contemplar tranquilo la línea de su vuelo. De esta línea, que coincide con la dirección de la serie de bombas que caen, hay que huir en sentido perpendicular y a los cincuenta metros, la bomba ya no mata. El comisario vacila y corre hacia nosotros. Esto le ha salvado». Los que sobrevivían proseguían el avance frente a un fuego intenso y devastador procedente de la iglesia de San Agustín. En la estrategia de los defensores de Belchite, al igual que en Codo, en Villanueva, en Quinto y en tantos otros sitios, la iglesia cumplía la función de fortaleza, de forma que se hacía indispensable la toma de la iglesia para tomar el pueblo. De este modo, se realizaron varios asaltos infructuosos. Según el relato de Manny Lancer, comandante de la compañía de ametralladoras, «cuando nuestra artillería bombardeaba la iglesia, los fascistas corrían a esconderse en los refugios del pueblo. Pero cuando se iniciaba un asalto, aprovechaban el cese del bombardeo para tomar de nuevo posiciones en sus muros, situándose en los parapetos que habían construido en puertas y ventanas. Sus ametralladoras podían entonces fácilmente repeler nuestros ataques». Al llegar la noche del quinto día, Belchite era una monstruosa casa de muerte, de destrucción y llamas. Nada más aleccionador que la descripción de la escena por Malcoln Dunbar, uno de los sobrevivientes: «Belchite presentaba un cuadro de horrores de la guerra que el film más espectacular de Hollywood no podría jamás emular. Varios edificios ardían y se desmoronaban. Las llamas se elevaban agitadamente, formándose en lo alto como un velo mortuorio de humo ennegrecido. La brisa del verano venteaba por el campo el hedor intenso y nauseabundo de cadáveres de animales y de seres humanos. Sobre el crujido de las llamas, podían escucharse gritos y lamentos maníacos que procedían de algunas criaturas dementes, cuyos nervios ya no habían podido soportar más tiempo tal horror». Al sexto día, la ciudad finalmente fue tomada, tras un combate de calle en calle, de casa en casa, de fortificación en fortificación, tras intensa lucha de rifle a rifle y, en algunos casos, de bayoneta a bayoneta. Avanzada la noche, tras varios días de intenso calor y cielo despejado, comienzan a refulgir brillantes y cegadores relámpagos. «Al fin llueve —indica Koltsov en su diario—. La lluvia comienza a caer primero débilmente, luego rocía cada vez con más fuerza esta tierra aragonesa, reseca, tosca, hasta ahora regada únicamente con sangre.» Respecto a los sitiados, es evidente la desesperada resistencia con que se opusieron al asalto. El periodista Herbert Matthews los elogiaría sin reservas: «Ninguno de los oficiales con los que yo hablé escatimó su tributo a las cualidades combativas de carlistas, falangistas y de algunos moros, que hicieron de Belchite un galardón tan difícil de ganar. Las tropas regulares no lo hicieron tan bien como aquéllos, y los prisioneros tomados eran casi todos de esa clase». Por su parte, Hemingway, que también se hallaba en el frente de Aragón en septiembre, afirmó: «Estos hombres lucharon desesperadamente, bravamente... en verdad que, tras una batalla como ésta, resulta muy difícil clasificar como histórico, o por el contrario como valeroso, al regimiento derrotado».
Los sitiados habían recibido, por las noches, suministro (alimentos, aguas, municiones) por los mismos Junquers que, durante el día, bombardeaban a los republicanos. El mando rebelde, que por radio dirigía las operaciones contra la ofensiva, después de dirigir a los sobrevivientes de las guarniciones vecinas de Quinto, Codo y Mediana a Belchite, les había dado la orden de defenderse a toda costa, prometiendo ayuda inmediata. Quienes se negaron a combatir, fueron ejecutados. Muchos fueron los compañeros de Osheroff que cayeron en el asalto: Wallace Burton, que dirigió uno de los últimos asaltos a la iglesia, muerto en el acto, de un balazo; Henry Eaton, joven californiano, ametrallado; Paul Block, comandante de los restos de la 3.a compañía, mortalmente herido en combate; Daniel Hutner, estudiante de la NYU, atrapado en el fuego de un francotirador, y tantos otros. Uno de los primeros en caer fue Sam Levinger, hijo de rabí y poeta de Ohio. Siendo estudiante de la universidad de su Estado, ingresó en la Liga de Jóvenes Socialistas y repartió su tiempo entre clases y biblioteca, y las marchas con los trabajadores. Levinger fue uno de tantos a quien el nacimiento del fascismo europeo pareció amenazar su propio mundo. La revuelta de los generales le produjo el sentimiento de que «la causa de España era la de América». No esperó a graduarse y en enero del 37, a los 21 años, se alistaba en las Brigadas Internacionales. Sólo unos días antes de morir en Belchite, escribía estos versos:
Otro de los Lincoln, el mayor Robert Merriman, que llegó a ser jefe de Estado Mayor de la XV Brigada, fue uno de los héroes de la batalla de Belchite. Hijo de leñador y de escritora, estudiante primero en la universidad de Nevada, después en la de Berkeley, pasó a Moscú, becado, para completar sus estudios de agricultura. El estallido de la guerra civil le cogió en Europa y lo abandonó todo para pasar a España.
Diferentes testigos coinciden en el mismo relato: Dirigió el tercer asalto a la enorme estructura de la iglesia y mientras corría una granada le explotó muy cerca, penetrándole esquirlas en su cara y sus brazos. Se le pidió que retrocediera a la retaguardia, negándose a ello, y salpicando sangre condujo sus tropas en el sexto y último asalto, siendo herido seis veces por francotiradores. Al fin, penetró en la iglesia, con un rostro radiante pero ennegrecido por el humo, y sólo entonces permitió que se le vendaran sus heridas. Meses después, el 3 de abril de 1938, sería atrapado en una emboscada en el frente de Gandesa, dándosele oficialmente por desaparecido. De casi dos metros de altura, de porte militar y frente despejada, Robert Merriman merece ser considerado como un supremo ejemplo del intelectual como hombre de acción. Al amanecer del día siguiente, el viento barrió las nubes, se llevó el polvo, limpió el horizonte y los republicanos pudieron divisar, en la lejanía, la masa sombría de Zaragoza, el hermoso perfil de sus torres, de sus campanarios. Pero los nacionales trasladarían allí sus mejores tropas para no perder la ciudad y estas victorias aisladas en tierra aragonesa no servirían para salvar al norte que, a fines de octubre, había caído ya bajo el control absoluto de los militares rebeldes. Pocos días después, en un avance a campo abierto sobre Fuentes de Ebro, frente a un intenso fuego de ametralladora, Abe Osheroff sintió de pronto como un terrible martillazo en la pierna que le lanzó por el suelo, rodando. Su rodilla estaba destrozada. Años más tarde sólo acertaría a recordar «un sentimiento de alivio en la ambulancia y, también, una cierta vergüenza por ese sentimiento». VI. AISLAMIENTO Y REPRESIÓN OSHEROFF (V. O.).—La II Guerra Mundial, que había comenzado en España, se extendía por toda Europa. Ahora Roosevelt admitía al fin que el error más grave de su política exterior era no haber acudido en ayuda de la República española. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra, yo me alisté de voluntario, como lo hicieron todos los veteranos del batallón Lincoln hábiles para combate. Todos nosotros luchamos con la convicción de que la derrota de Hitler y de Mussolini acarrearía la caída de Franco. Pues España, supuestamente neutral, había enviado dos divisiones al frente ruso. Mussolini cayó. Hitler cayó. Y nosotros, vencedores del fascismo en Europa, esperábamos con ansiedad las noticias de España anunciando la caída de Franco. Pero no ocurrió, y no podíamos creerlo. ¿Cómo era posible que el fascismo pudiera sobrevivir cuando tantos habían pagado con sus vidas para detenerlo?
DR. GABRIEL JACKSON (O. C.).— Al final de la II Guerra Mundial, ciertamente parecía que la hora de Franco había llegado. Mussolini había sido linchado. Hitler estaba muerto en un búnker de Berlín. Franco ya había preparado las maletas. Las guerrillas españolas, desde Francia, comenzaban a cruzar las fronteras, muchos de ellos eran veteranos de la guerra civil y de la mundial y habían luchado en los maquis franceses. En este período, es casi seguro que fueron los americanos y aún más los ingleses quienes salvaron a Franco. Yo, realmente, creo que ésta es la razón para explicar la supervivencia de Franco. Junto a otras, por supuesto, el poderoso y tremendo sistema represivo, el ejército, todo lo cual estaba en sus manos. Ya sé que cuando se habla de represión a los americanos, es difícil para ellos imaginar que en una nación de 25 millones, unas doscientas mil personas o más fueran ejecutadas por un gobierno represivo y como consecuencia de una guerra civil. Pero así fue. ABE OSHEROFF (V. O.).—En los años de la posguerra, más de doscientos mil españoles fueron hechos prisioneros, y la mitad de ellos moriría en las cárceles. MARCOS ANA (O. C.).— Yo pasé 23 años en prisión y fui dos veces condenado a muerte. OSHEROFF (V. O.).— ¿Te torturaron? MARCOS ANA (O. C.).— Sí, yo también fui torturado, como el resto de mis compañeros. Después de todos esos años, todavía puedes ver en mi rostro las marcas de la tortura. Usaban los métodos más inhumanos. Por ejemplo, me aplicaron descargas eléctricas en varias ocasiones. Me quemaron las plantas de los pies. Me metían un embudo por la boca y echaban agua en su interior. Me encerraban en una pequeña celda, atado de pies y manos, y me despertaban cada veinte minutos o cada media hora para aplicarme más tortura. Generalmente, los compañeros los aguantan bien. Pero para todos nosotros siempre existe un momento en el que ya no puedes controlarte, y dejas de ser quien eres para convertirte en alguien distinto, alguien que ya no puede más, que ya no puede controlarse. Muchos hombres valientes desfallecieron, otros se volvieron locos, algunos, al fin, se suicidaron. OSHEROFF (V. O.).—El país estaba destruido, la mayoría de la población, hambrienta, el campo, desolado. La comunidad europea había condenado al régimen franquista y las Naciones Unidas se negaron a reconocerlo o a aceptarlo. Franco se hallaba aislado. VII. PALOMARES En 1953 y por un convenio entre el gobierno del general Franco y la Administración Eisenhower, justificado en aquel tiempo por la política exterior americana como «medida necesaria para equilibrar la guerra fría», bases militares de tierra, mar y aire fueron instaladas en España. Trece años después un bombardero B 52, transportando bombas de hidrógeno, sobrevolaba el sur de España cuando explotó en el aire, lanzando despojos radioactivos en una amplia zona alrededor del pueblo andaluz de Palomares. Es este el hecho con el que da comienzo la tercera parte del documental de Osheroff. NARRADOR (V. O.).—17 de enero de 1966. Era una mañana más en Palomares. Abajo, en el pueblo, los campesinos se habían despertado y se disponían a iniciar sus faenas de siempre. Arriba, aproximadamente a diez mil metros de altura, tenía lugar simplemente otro rendez-vous. Un B-52 transportando bombas de hidrógeno desde Goldsborough, North Carolina, se reaprovisionaba de combustible para la etapa final de su vuelo hasta las proximidades de Rusia. Era una mañana como otra cualquiera, pero de pronto, se oyó una explosión. El B-52 estalló, dispersando su carga al caer. Una de las bombas cayó en el océano, organizándose una extensa búsqueda naval a gran escala. Después de ocho días, la bomba fue recuperada. Si hubiera explotado habría contaminado toda España y Portugal, el sur de Francia y parte del norte de Africa. Habría matado o mutilado a millones de personas. DUQUESA DE MEDINASIDONIA (O. C.).— Fui a Palomares en marzo de 1966, tres meses después del accidente. Todavía no se había entregado la tierra a los campesinos, se estaba removiendo la superficie por hallarse contaminadas más de seis mil hectáreas. Porque no cayó sólo la bomba perdida, cayeron tres, dos de las cuales presentaban roturas, desprendiéndose radioactividad por toda esa zona. Al mismo tiempo, se había sometido a todo el pueblo a exámenes médicos, y nunca se dio a la población los resultados. Me pidieron que yo, que podía salir, comunicara lo que estaba pasando. Así lo hice y me sentenciaron a un año de cárcel. OSHEROFF (O. C.).— Cuando supe lo de Palomares, mi interés por España, disminuido por la permanencia de Franco tras la derrota del fascismo en Europa, volvió a intensificarse. ¿Cuál era el alcance de la ingerencia allí de mi propio país? En los años siguientes examiné todo tipo de información procedente de España. Había noticias de huelgas de obreros, de universidades cerradas y de revueltas de estudiantes, de creciente oposición al franquismo. Finalmente, decidí ir a verlo por mí mismo. VIII. EL REGRESO Una idea, que llegó a hacerse obsesiva, le había asaltado a Osheroff en los últimos años: ¿Fue todo en vano? En España podría comprobar si el sacrificio de sus compañeros, de tantos miles de jóvenes, había sido realmente inútil. Y, además, significaría como buscar su propia validez personal. Al llegar, hace primero un nostálgico recorrido por los viejos y entrañables lugares, Malgrat, Barcelona, Belchite, Madrid, buscando la huella de sus pasados ideales y de su juventud. Esos momentos rememorativos son recogidos en las primeras imágenes del film. OSHEROFF (V.O.).—¡Belchite!... ¿Esto es Belchite? ¿No ha cambiado nada?... Parece que fue ayer cuando luchábamos aquí... ¿Dónde estáis mis amigos y compañeros de combate? ¿Dónde estás, Dannie Hutner? ¡Muerto en una emboscada, de un balazo!... ¿ Y tú, Paul Block? ¡Destrozado en un bombardeo!... ¿Y Wally Burton? ¡Muerto en el asalto a la iglesial... ¿Y todos los otros? ¿Es posible que todos vuestros sueños murieran aquí, con vosotros? ¿Fue todo en vano? ¿Son éstas las lápidas de todo aquello por lo que luchasteis? Tú ya no puedes contestarte, Dannie,, ni tú, Paul, ni tú tampoco, Wallv... Pero, ¿y mi propia vida, las ilusiones y esperanzas que me llevaron a Belchite? En España, Osheroff buscó, indagó, investigó y encontró una creciente oposición por todas partes, entre los trabajadores organizados en Comisiones Obreras, en las constantes huelgas contra sindicatos franquistas, entre los profesionales, intelectuales, estudiantes, y una profunda desilusión entre los estamentos tradicionalmente del régimen, entre los sacerdotes, incluso entre los militares. OBRERO DEL METRO, 1 (O. C.).- ¡Que ganamos muy poco!... No nos pagan los trabajos como nos tenían que pagar, porque se trata de un trabajo duro y peligroso... Mire... yo vivo solo y lo que voy ganando, allá lo voy cotejando una cosa con la otra, pero para el señor que tenga hijos, éste por ejemplo, la vida está muy mal. (OFF CAMERA).— ¿Cuál es el problema? ¿Qué creen ustedes que se podría hacer? OBRERO DEL METRO, 2 (O. C.).- El problema es que no hacen lo que deberían hacer... No les importa nuestra situación. OSHEROFF.— Estos hombres estaban ganando unos tres dólares diarios, viven apiñados en un barrio popular. A un obrero americano, un kilo de carne le cuesta una hora de trabajo. El español debe trabajar seis. Para comprar zapatas, necesita tres días de jornal. En muchos casos, toda la familia tiene que trabajar para malvivir. (OFF CAMERA).— ¿Qué piensa la gente, del gobierno?
UNA MUJER (O. C.).— Piensan... creen que Franco debería irse ya... Y cuando se vaya... verá usted... (OFF CAMERA).— ¿Cómo? UNA MUJER (O. C.).— Le hablo en serio... No crea que va a ser todo como ahora en España. En realidad, algo está ocurriendo ya, ahora, en España, en este instante algo está cambiando... ¿Cree usted que no hay huelgas? Sí, las hay... OSHEROFF (V. O.).—Cuando estaba en Madrid, el Metro se cerró por una huelga. Fue organizada por sindicatos clandestinos, las llamadas Comisiones Obreras. Para romper la huelga, Franco declaró el estado de excepción, puso al ejército, llamó a los trabajadores y les ordenó volver al trabajo o sufrir un Consejo de guerra. Quise saber más sobre estas Comisiones Obreras. Así que me dirigí a Carlos Elvira, uno de sus dirigentes, que había pasado 22 años en prisión. CARLOS ELVIRA (O. C.).-Al final de la guerra, la clase trabajadora estaba destruida. La guerra le había costado a España un millón de muertos. No había ni organización ni dirigentes. Nosotros, en el 39, perdimos prácticamente dos generaciones. Si además de eso, consideramos que el gobierno de Franco organizó sindicatos basados en el modelo de lo que fueron en la Italia fascista y en el nazismo alemán, donde cualquier intento de organizar algo, de hacer una huelga, significaba la pena de muerte, y que las condiciones de trabajo eran intolerables, podemos entonces entender cuál era el panorama de la clase obrera hasta hace poco tiempo. A mediados de los cincuenta, los obreros comenzaron a organizarse, a reunirse. La Comisión Obrera era la asamblea de los trabajadores de una empresa que por sí mismos, y en beneficio de la clase obrera y no de las empresas, trataban de utilizar los mecanismos de los sindicatos del gobierno, y cuando esto fallaba, organizaban huelgas. Las huelgas eran totalmente ilegales. Las sanciones son todavía muy duras. Pero, a pesar de ello, hubo más huelgas en España en el pasado año que en cualquier otro país europeo. IX. «WINTER HOLIDAY IN SPAIN» Al volver a los Estados Unidos, Osheroff ya ha decidido realizar el film, pensando que este medio audiovisual resultaría el más apropiado para hacer llegar su mensaje al mayor número de gente posible. A pesar de su falta de experiencia cinematográfica, sintió que poseía la capacidad organizadora para llevar a cabo el proyecto con éxito. Ello, unido al valor intrínseco de su experiencia personal y de su apasionado compromiso político, era suficiente. Formó un equipo compuesto por Larry Klingman, joven director del movimiento de cine independiente, el cameraman Stevan Larner y el compositor James Gitter. Se planteó entonces el problema de recaudar fondos para sufragar los costos del film. Las primeras aportaciones surgieron de algunos amigos con quienes había colaborado en las primeras luchas por los derechos civiles, en el Sur. Otras personas y entidades fueron menos entusiastas y le opusieron fuerte reacción: «Los carpinteros no hacen cine», le dijeron. El film comenzó a ser planeado a fines del 70. Se inició una exhaustiva búsqueda de material en diferentes archivos americanos. Se estudiaron los documentales más representativos de la guerra civil, tales como Tierra de España, de Ivens, España en llamas, de Karmen, Sierra de Teruel, de Malraux, Spanish turmoil, de la BBC, y se revisaron y seleccionaron viejas imágenes y secuencias procedentes de los Newsreels de ese período. En esa búsqueda encontrarían, por ejemplo, algunas secuencias, inéditas, de la guerra de España, procedentes de material conservado en viejos archivos y bibliotecas, entre ellos en los propios archivos de la Lincoln Brigade. En enero de 1972 se encontraba de nuevo en España, con su equipo de rodaje: cameraman, técnico de sonido e intérprete; dialoga con los españoles, con dirigentes de los grupos autonomistas catalanes y vascos, con sacerdotes disidentes; en Madrid comienza a rodar manifestaciones y a hacer entrevistas a dirigentes obreros y a diversos miembros de la oposición. Un día, ya avanzado el rodaje, el trabajo fue interrumpido por la policía: los miembros de su equipo, arrestados, y una parte del material, confiscado. — El metraje original de la película fue rodado en enero y febrero de 1972. El rodaje fue autorizado con un título muy irónico: «Winter Holiday in Spain». A las dos semanas los miembros de mi equipo fueron arrestados, yo tuve que salir del país, parte del material fue confiscado, aunque la mayor parte de la película rodada había sido ya enviada a los Estados Unidos como «paquete de regalo». Después de ser sometidos a un intenso interrogatorio por agentes de la Brigada Social. En Madrid, mis compañeros fueron expulsados de España. Sin embargo, todavía faltaba una parte significativa del film (huelgas, demostraciones, asambleas ilegales), que posteriormente serían substituidas por un material similar proporcionado por jóvenes film-makers españoles. Algunos de estos contactos me los proporcionaron Marcos Ana y Alvarez del Vayo, en París. También había un joven vasco, muy colaborador, cuya identidad nunca llegué a descubrir. Hay algunos otros detalles que no puedo divulgar todavía. En conjunto se trató de una experiencia fascinante y, debo reconocerlo, muy tensa, en ocasiones. X. LOS ESTADOS UNIDOS EN ESPAÑA En la última parte del film vuelve Osheroff al tema de la intervención económica y militar de Estados Unidos, deteniéndose en el carácter del convenio iniciado por Eisenhower en 1953 y renovado por Kennedy, Johnson y Nixon. Para ello, traza de modo gradual y sistemático los distintos niveles y etapas de dicha intervención, desde el comienzo de los acuerdos hasta la posterior instalación de bases de misiles en España. En el análisis de Osheroff, resulta evidente el desequilibrio entre las responsabilidades políticas adquiridas por el gobierno de Washington y sus ventajas estratégicas, señalando que la presencia de las bases sirven más, de hecho, como puntal de apoyo del régimen franquista que para una contraofensiva contra una hipotética amenaza de la Unión Soviética. A lo que habría que añadir, como probó lo ocurrido en Palomares, el peligro constante que supone para la población española la presencia de ese inmenso arsenal nuclear, y la advertencia de que hay mucho más que temer de estos incidentes que de un real estallido bélico. OSHEROFF (V. O.).—La cooperación militar americana con España dio comienzo con un «acuerdo ejecutivo» en 1953. Los Estados Unidos suministrarían a España ayuda económica y material militar. A cambio, se le permitiría construir bases aéreas para bombarderos de largo alcance en Madrid, Barcelona y Sevilla, y una gran base naval para la Sexta Flota en Cartagena. El acuerdo fue renovado en 1958, y los Estados Unidos continuarían enviando armamento y consejeros militares. En 1963 se ratificó el tratado. La importancia estratégica de España en Europa se acrecentó al perder Estados Unidos sus bases en Africa del norte y con la retirada de Francia de la NATO. Cuando los bombarderos de largo alcance cayeron en desuso para los envíos atómicos, fueron sustituidos por emplazamientos de misiles y por submarinos Polaris, servidos por una inmensa base en Rota, al sur de España. En la década de los sesenta, Estados Unidos continuó apoyando al ejército español e incluso dirigiendo ejercicios militares conjuntos. Hacia 1968, Estados Unidos había invertido cuatro billones de dólares en España y habían estacionado allí cerca de veinte mil soldados especializados.
Para abastecer las tres bases principales se instaló un oleoducto de seiscientas millas de largo. Numerosas pistas para los cazabombarderos se hallaban ahora en servicio. Además de las instalaciones para la Sexta Flota, había ahora puertos para la Flota del Atlántico y cinco bases submarinas atómicas. Instalaciones para misiles rayaban ahora la geografía española con depósitos adyacentes de almacenaje atómico. Los Estados Unidos habían convertido a España en el mayor arsenal atómico existente fuera de sus propias fronteras políticas. En 1970, la administración Nixon preparó un nuevo convenio con Franco que incluía un acuerdo de «defensa mutua». Algunos líderes del Congreso expresaron una vigorosa objeción. El 31 de julio, el senador Fulbright exigía que el documento fuera presentado al Senado para su ratificación como tratado. SENADOR FULBRIGHT (O. C.). ...De aquí mi oposición a las bases militares en España: Proceder a este tipo de compromiso sobre las bases de un acuerdo ejecutivo, en secreto, sin la aprobación del Congreso, sería, creo yo, inconstitucional. OSHEROFF (O. C.).—Cinco días más tarde, se firmaba el tratado. DR. GABRIEL JACKSON (O. C.).—La Causa de que el convenio me parezca realmente peligroso es que los Estados Unidos puede fácilmente verse implicado en una guerra si hubiera cualquier tipo de revuelta o de lucha revolucionaria dentro de España. Una bala perdida puede hacer añicos los vidrios de una ventana en una de las bases y vernos de esta forma potencialmente implicados de nuevo en otrá guerra. OSHEROFF (V. O.).—El 3 de agosto de 1970, el senador Fulbright se dirigió al Senado: SENADOR FULBRIGHT (V. O.).—Deberíamos haber aprendido de la trágica guerra en Vietnam, que se extendió a Laos y Camboya... El compromiso de hoy, que exige gasto de dinero y que da como resultado el estacionamiento de nuestras tropas en suelo extranjero, contiene la expectativa de que algún día en el futuro exija el sacrificio de nuestros soldados. NARRADOR (V. O.). En una apartada calle de París, en un piso modesto, un anciano ve transcurrir los años de su exilio. Durante la guerra, Alvarez del Vayo fue ministro de Relaciones Exteriores de España y su representante en la Liga de Naciones. ALVAREZ DEL VAYO (O. C.).—Como ministro de la República española, yo luché por la independencia del pueblo español, y sigo haciéndolo hoy. En 1936, nosotros nos hallábamos en la ruta hacia la libertad, pero intervinieron Alemania e Italia. Ahora existe una nueva y peligrosa intervención, la de los Estados Unidos, en los asuntos de España. La intervención es ya un hecho, es una realidad. La verdadera y grave cuestión que ahora se plantea es: ¿qué harán los Estados Unidos cuando el pueblo español confronte, al fin, al régimen franquista? ¡Nosotros no queremos un segundo Vietnam! * * * — Naturalmente, al tratar el tema de la intervención norteamericana en España, no alcanzaste a considerar dos hechos importantes ocurridos desde la conclusión del film: la muerte de Franco y el acceso del partido demócrata a la presidencia con la victoria de Carter. Hechos tan significativos, ¿han variado la urgencia e intensidad de tu mensaje, su vigencia, su actualidad? — Por supuesto, el interrogante final no está con la muerte de Franco. Hoy, más que nunca, la intervención existe y aun pudiera extenderse. El nuevo convenio militar de 750 millones de dólares que es, básicamente, una extensión del convenio inicial, fue firmado en el verano del 76. En cuanto a la victoria del partido demócrata en las recientes elecciones y el «advenimiento» de Carter, no va a variar la política exterior americana estratégicamente, pero podría suponer ciertos cambios técnicos y algunas diferencias tácticas: los Estados Unidos no van a facilitar un cambio democrático real en España, pero pudieran verse forzados a permitirlo. XI. CINE DOCUMENTAL El procedimiento narrativo utilizado conjuga la variedad y riqueza testimonial y documental con la confesión apasionada de una vida militante, la fusión de una realidad política objetiva con el recuerdo lírico y sugestivo, lo que le da un carácter de novedad y de originalidad como obra cinematográfica. Pero Dreams and Nightmares no es solo un gran documental por sus ideas, por su registro histórico perfectamente estructurado y humanizado por una biografía personal, sino también por la calidad de su lenguaje fílmico. El montaje de Larry Klingman, encargado además de la producción y del sonido, es excelente, haciendo uso con gran eficacia, por ejemplo, de las superposiciones irónicas, como los planos de Franco y Hitler, en 1940, y los de Franco y Nixon, en 1970, o de las superposiciones del Belchite de ayer y el de hoy. Respecto a la fotografía, al excelente material documental procedente de la Depresión, de la guerra civil y de la mundial, hay que añadir la película en color firmada por Stevan Larner en la España de los setenta (entrevistas, manifestaciones, asambleas, dispersión de huelgas) que junto al material facilitado por grupos de la oposición ofrecen un cuadro convincente del franquismo y antifranquismo de ese período. En cuanto a la música, el tema principal, y el más lírico del del film, es de James Gitter. Pero, además, la banda sonora presenta una serie de canciones representativas de los diferentes períodos, tales como las populares I don't want your millions, Mister, y Roll the Union on, procedentes del movimiento obrero en la época de la Depresión, o There is a Valley in Spain called Jarama, compuesto por miembros de la Lincoln Brigade en las trincheras, cerca de Madrid, e interpretada en el film por veteranos auténticos de aquella experiencia. Son todas estas cualidades las que hacen del film de Osheroff uno de los documentales más importantes de los recientes años, y un ejemplo notable de excepcional periodismo cinematográfico, de compromiso político y social y de testimonio personal. Osheroff (que todavía trabaja como carpintero, aunque con algúna dificultad porque su rodilla izquierda, herida en España, le produce mucho dolor), prepara ahora un nuevo documental dedicado a estudiar la situación de los ancianos en los Estados Unidos. — Un buen documental debe conmover, de algún modo, la vida del espectador, enriquecerle, educarle y, a ser posible, estimularle a hacer algo por él mismo, y por los otros. Debe incidir de alguna manera en su conciencia, incluso evocar emociones tales como la compasión o la ira legítima. Resulta por ello comprensible que, personalmente, me sienta, por ejemplo, más próximo a Joris Ivens que a Flaherty.
Como tema para cine documental, España me parece hoy un país fascinante. Mucho más se puede hacer sobre el tema de la guerra civil; y sobre la España de Franco: un estéril desierto, culturalmente hablando, con falsificación y mistificación de la historia. El documental cinematográfico puede ayudar a registrar correctamente, a poner las cosas en su sitio. Y, por supuesto, sobre la España de hoy: muy viva, muy vital, y en constante cambio. La cámara, en este caso, debe usarse como instrumento para promover y acelerar el proceso: Un tremendo desafío para los realizadores españoles. XII. VETERANOS DE LA LINCOLN BRIGADE Aproximadamente 350 veteranos residen hoy en los Estados Unidos, organizados en el llamado Veterans of the Abraham Lincoln Brigade, editan un periódico titulado The Volunteer, se reúnen anualmente, en general en las grandes ciudades como Los Angeles o Nueva York, y permanecen activos, a través del tiempo, en su lucha contra el fascismo. Sus miembros, aunque pertenecen a distintas creencias y tendencias políticas, poseen algo esencial en común: Su profunda devoción por la causa de la libertad y de la democracia en España. Año tras año, han venido manifestando activamente su oposición al apoyo de Estados Unidos al régimen de Franco, han organizado demostraciones a favor de los presos políticos y han ayudado económicamente a los españoles más necesitados en el exilio. La terrible «caza de brujas», en la época del macartismo, supondría para estos hombres desdichas y penalidades sin cuento: interrogatorios, listas negras, persecuciones, pérdida del trabajo, incluso la humillación de ser oficialmente clasificados corno premature-antifascists, eufemismo para caracterizar a los derrotados en la guerra de España (si hubieran vencido, tal vez habrían sido clasificados corno héroes o como precursores). Pero para las nuevas generaciones americanas radicalizadas en las luchas de los sesenta, los Lincoln vinieron a ser como una especie de padres espirituales y de verdaderos héroes anónimos de una guerra ya lejana en el tiempo pero todavía llena de sentido y de significación. En la marcha sobre el Pentágono del otoño del 67, un pequeño grupo de veteranos se materializó e hizo visible entre la gran masa de manifestantes que les reconoció y les rindió homenaje. La Nueva Izquierda había sabido descubrir en aquellos hombres, mezcla de historia y de leyenda, el símbolo de una vieja causa con la que todavía podían identificarse. —¿Por qué había de sentirme desilusionado? Ni un solo acto de mi vida fue tan significativo para mí como el haber luchado junto a mis hermanos españoles republicanos. Siempre me he sentido orgulloso y me he considerado afortunado de haberme hallado allí, cuando el pueblo español estaba escribiendo una de las páginas más gloriosas en la lucha por la liberación. Tengo un solo pesar: Perdimos. O mejor, fuimos traicionados. Y hasta hoy, el dolor de esa derrota persiste, y la cicatriz permanecerá conmigo para siempre. Verdaderamente, yo no he sentido mi experiencia española como un sacrificio. Pues allí recibí mucho más de lo que yo pude haber llevado: una lección inolvidable de dignidad, de coraje y de compañerismo. Una de mis ilusiones más profundas y más entrañables es regresar un día a España y ver a un pueblo libre convirtiendo, al fin, un viejo sueño en realidad. A. C. INDICACIÓN BIBLIOGRÁFICA Entre los numerosos estudios hasta la fecha disponibles, relacionados con los temas aquí contenidos, me limito a indicar aquellos que considero fundamentales y que han sido de mayor utilidad para mi trabajo. Sobre la guerra civil española, tres títulos ya clásicos: The Spanish Civil War, por Hugh Thomas, Nueva York, 1961 (traducido recientemente por Grijalbo); Diario de la guerra de España, de Mijail Koltsov, Ediciones Ruedo Ibérico, 1963 (traducción de la edición original en ruso, Moscú, 1957); y The Spanish Republic and,the Civil War, 1931-1939, por Gabriel Jackson, Princeton, 1965 (traducido también ahora por Grijalbo). Sobre las Brigadas Internacionales: The International Brigades, por Vincent Brome, Londres, 1965; Las Brigadas Internacionales en España, por Luigi Longo, México, 1966 (traducción del original en italiano, La Brigate Internationali in Spagna, Roma, 1956); El mito de la Cruzada de Franco, por Herbert R. Southworth (capítulo dedicado a este tema, pgs. 31-43), Ediciones Ruedo Ibérico, 1963; y Las Brigadas Internacionales de la Guerra de España, por Andreu Castells, Barcelona, 1974. Sobre el batallón Lincoln, existen numerosos estudios, la mayoría publicados en los Estados Unidos, algunos de los cuales sobresalen no solo por su significación histórica, sino también por su valor testimonial, entre ellos: Men in Battle, por Alvah Bessie, Nueva York, 1939; The Abraham Lincoln Brigade, por Arthur H. Landis, Nueva York, 1967; Crusade on the Left, por Robert A. Rosenstone, Nueva York, 1969; y Between the bullet and the Cecil Eby, Nueva York, 1969. Respecto al documental Dreams and Nightmares, puede verse el artículo de Francisco Caudet, Visita a Abe Osheroff, Sueño y pesadilla de España, en Triunfo, Madrid, 26 de abril de 1975. Que yo sepa, se trata de la primera información aparecida en España sobre el film y su realizador. |