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Vicente Rojo

España heroica. Diez bocetos de la guerra española

Ediciones Era S. A., México, D. F., México, 1961. Texto Seleccionado.


Sin embargo, sus gestas magníficas (las del pueblo) no hacían otra cosa que alargar el colapso; llegaría la derrota; la pérdida de la guerra; la esterilización de una obra gigantesca; la realidad del fracaso general, evidente, certísimo, con el que se testimoniaba que aquella obra era imperfecta e incompleta, que tenía fallas y que estaba minada por circunstancias ad-versas internas y externas, para remediar lo cual el combatiente nada podía hacer con su heroísmo. Esta amarga verdad no excluye ni destruye, ni amengua siquiera la calidad del pueblo que supo afrontar aquellos imposibles y triunfar de ellos durante treinta y tres meses.

Cuando un político del relieve y de la representación que como dirigente correspondió al señor Prieto, siendo ministro de Defensa, sintetizó las causas de la derrota en la región Norte de España diciendo que se debían a antagonismos políticos; intromisiones de la política en el mando militar; insuficiente solidaridad entre las regiones afectadas por la guerra dejando que resentimientos pueblerinos tomaran carta de naturaleza en el ejército; injerencias intolerables de los comisarios; apartamiento del ejército de excesivo personal para emplearlo en funciones auxiliares y burocráticas; conducta errónea de la retaguardia, y cultivo de recelos injustificados en torno a los mandos... Nosotros no necesitamos añadir una sola palabra porque eso mismo se reprodujo quizá con otros tonos, proporciones y matices, aunque cabalmente, en el resto de la España leal... (1)

En cambio, sí debemos, para que la enseñanza que pueda contener España heroica no quede incompleta, incorporar a la verdad del heroísmo de que han querido ser testimonio las ciento cuarenta páginas anteriores, esta otra: la de la cobardía; Heroísmo y Cobardía no son dos cosas ocasionales como puede entenderse en la filosofía de la duda; individual y colectivamente se fomentan, se excitan y al fin se crean, manifestándose como una realidad que no tiene nada de accidental ni de incidental. El hombre y la colectividad, como la experiencia prueba, pueden ser, en un mismo período histórico, heroicos en la acción y cobardes por inacción, y ése es nuestro caso.

De cierto libro militar (2), leído hace años, recuerdo este pasaje, impresionante por lo duro y aleccionador. Era el escenario la Escuela de Guerra de París, donde se instruían las generaciones de jefes que siguieron al desastre francés en 1870. Un comandante profesor, joven, culto, probablemente de la elite que los franceses siempre han sabido encontrar como guía para salir de sus situaciones adversas, explicaba a sus discípulos, viejos jefes encanecidos en la lucha, las causas de la derrota vergonzosa de Sedán, donde se rendía un emperador con cien mil hombres y se hundía un imperio. En el silencio de la sala, ante la pesadumbre de aquellos hombres que, recogidos sobre sí mismos, meditaban sobre el suceso, las últimas palabras del profesor venían a resumir el proceso de las meditaciones, fundiendo el pensamiento de los alumnos en esta sola afirmación que caía sobre las conciencias como una losa de granito: «Perdimos la guerra de 1870 porque fuimos cobardes.« La afirmación no era justa, ni absolutamente cierta; pero contenía una verdad. Naturalmente, el profesor no podía referirse a la cobardía del hombre francés, ni a la colectividad armada, ni al pueblo del cual ésta había salido, pues los hombres y las unidades se habían batido con heroísmo ejemplar en Forbach, en Saint-Privat, en Sedán mismo, con la famosa carga de la muerte de Margueritte; se refería seguramente a otras cobardías, a las que germinaron en la dirección del imperio que se hundía corrompido por los que habían especulado con fáciles victorias anteriores cubriéndose de gloria, pero sin hacerlas trascender útilmente a la nación francesa, y por los derrotistas incapaces de sacrificios que, amilanados ante el sorprendente poder de la fuerza adversaria, no dudaban en aceptar para el pueblo francés una ominosa derrota, cuyo precio podía ser la salvación de los privilegios de las minorías. La cobardía provenía de la inacción y sus derivados: la conducción torpe, la corrupción, el derrotismo, antes y durante la guerra. y era independiente del hombre y de la masa combatiente que sufrían los reflejos.

Pues bien, al contemplar el cuadro del drama español, también podemos decir nosotros que hemos perdido la guerra porque fuimos cobardes por inacción política antes de la guerra y durante la guerra: al no tener valor para destruir corruptelas, venalidades y toda la gama de vicios de que no supo enterarse la Re-pública, conformándose con la sanción fácil y el menor esfuerzo; al no afrontar resueltamente las nacionales aspiraciones de regeneración, respetando, en cambio, servidumbres o influencias de poderes extraños, y al preferir egoístamente que se perpetuasen los mezquinos intereses partidarios o personales, o de secta, o de casta. Todo ello creaba la desunión, la desconfianza, el descrédito, la desmoralización y la discordia, haciendo imposible que se pudieran recoger, exaltar y manejar útilmente, antes de la guerra y durante esta, las virtudes y características raciales de nuestro pueblo, y, como el inmenso poder creador que éste ha demostrado, realizar la obra ansiada por la nación española. Así fue posible una guerra innecesaria y conjurable, y, con ella, la derrota fatal, a pesar del heroísmo del hombre, de la justa razón que le asistía en su lucha y de los fines elevados que perseguía su obra, pues en ese género de lucha en que no se esgrime la fuerza sin la razón nada tiene que hacer el comba-tiente. Por esto mismo podía llegar a la derrota sin que hubiera fracasado el sentimiento y sin que desapareciese el ideal ni se hundiesen las aspiraciones de nuestro pueblo: Tal es la segunda lección que era conveniente dejar consignada en estas páginas.

Vivimos ahora la posguerra española. Tiempo es de pensar que los pueblos sobreviven y progresan porque aceptan y explotan útilmente las lecciones de su pasado; y la doble lección moral de ese pasado próximo que es nuestra guerra, como hemos visto, es: la del heroísmo del pueblo que se sacrificaba, y cuyo ejemplo bien merece seguirse, y la cobardía por inacción, los vicios y errores en que se incurrió, y en lo cual vale la pena no reincidir.

Por ser este proceder tan irracional la realidad viva de nuestros días, no nos ha parecido ocioso proponernos en este libro hacer vibrar los sentimientos nobles de las gentes, por entender que cuando se sale del campo de lo razonable es indispensable apoyarse en el del sentimiento para poder después volver a usar la razón nuevamente.

Algo más es necesario añadir antes de terminar este libro. Decíamos antes que las soluciones justas del drama de España debían ser nacionales e internacionales. En este segundo aspecto es obligado pensar que se habrá de llegar por algún camino, que no vamos a tener la ingenuidad de apuntar nosotros, a una España encuadrada en el concierto mundial, como país libre y dueño de 'sus destinos, nunca como una provincia de imperios viejos o nuevos, a cuya situación podían condenarla las soluciones de esta guerra.

Dramáticos fueron para los españoles los resultados obtenidos en su lucha hace tres años; pero los de mariana pueden tener mayor gravedad porque, con más abundantes motivos y razones que durante nuestra contienda se ventila en la del mundo el destino de muchas generaciones españolas. Y sería tristemente lamentable, más que lamentable inicuo, que España, habiendo sido la primera víctima de esta odiosa guerra, pudiera ser tratada mañana como pueblo vencido, al serlo los países totalitarios y los que sean afines; o bien que se perpetuase, por razón de los mismos convencionalismos internacionales que contribuyeron a nuestra derrota y que aún no han sido abandonados, una solución arbitraria del drama español.


Notas:

(1) Las conclusiones de la nota hecha pública por dicho señor al consumarse la caída del Norte decían textualmente:

1: Antagonismos políticos terriblemente perjudiciales en estas circunstancias y a cuyo conjunto corrosivo ha dado en denominarse con gran justeza la "sexta columna".

2: Intromisiones de la política en el Mando militar, privándole de libertad, quebrantando su prestigio y a veces, destruyendo sus planes. A una decisión política, a la cual se ha aludido antes, fueron debidas las consecuencias más graves del desordenado repliegue de Santander.

3: Insuficiente solidaridad entre las regiones afectadas por la lucha, dejando que deleznables resentimientos pueblerinos llegaran a tomar carta de naturaleza en el propio Ejército.

4: Desconocimiento de la verdadera naturaleza de sus funciones por parte de los comisarios que, mediante injerencias intolerables, incluso anularon órdenes del Mando.

5: Apartamiento del ejército combatiente de personal excesivo de entre el movilizado para dedicarlo a funciones seudoindustriales, auxiliares o burocráticas, y el cual, al ser incorporado a filas a última hora y en momentos criticas, constituyó una rémora en vez de un refuerzo.

6: Conducta errónea de la retaguardia, consintiendo que cobre influencia en ella el enemigo.

7: Cultivo de recelos injustificados en torno a los Mandos, bajo sospecha de que reveses inevitables son fruto de la traición, y el afán de sustituir aquéllos, sin darse cuenta de que la enorme complejidad de una guerra moderna no permite eliminar su dirección técnica, que forzosamente han de asumir los militares profesionales, debiendo quedar reservada la política a la misión de trazar las líneas generales de la campaña, pero sin inmiscuirse en la ejecución de los planes.

La síntesis de estas causas, como se ve, es la falta de Mando único, cuya conveniencia reclaman todos, pero que casi nadie acepta.«

(2) Vaincre, Montaigne.


Vicente Rojo, España heroica. Diez bocetos de la guerra española.