S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Lázaro Somoza SilvaEl general Miaja. Biografía de un héroe Editorial Tyris, México, D. F., México, 1944. Texto Seleccionado. ¿Cuál ha sido la conducta, la actitud y el papel del general Miaja en este último episodio de la guerra de España? Se le ha llamado traidor, injustamente. En ninguno de los datos y documentos —excluido por buen gusto y ponderación lo que es demagogia— aparece esta figura de los dramas clásicos. Recordamos que una tarde que paseábamos juntos por el parque de Chapultepec, en México, le preguntamos: —¿Por qué aceptó usted la Presidencia del Consejo Nacional de Defensa? Se paró en seco, y me dijo con la franqueza que le caracteriza: —Para servir de poder moderador... Era el jefe supremo de todas las fuerzas de Madrid, Andalucía, Levante y Extremadura. Tenía una autoridad que, bien manejada, amortiguaría los efectos de una lucha que nos hubiera destrozado a todos en beneficio del enemigo. ¿Cómo se iba a negociar una paz honrosa teniendo en el interior de Madrid una contienda clandestina? Si en aquellos momentos Franco desata la ofensiva que tenía montada, la sangre del pueblo habría corrido a torrentes. —Bien. mi general; pero, por los datos que tenemos, usted se mostró partidario de la resistencia a todo evento... Con gran viveza, me contestó: —¡Mientras hubo Gobierno, yo respeté su criterio! A mi me constaba cuán escasos eran los recursos con que podía contar; pero ignoraba los que don Juan Negrin podría facilitarme. Luego todo se agravó al comprobar que no había esperanza de aumentar nuestro armamento, las municiones y los víveres. ¡La única salida era gestionar la paz! Se ha comprobado que el general no intervino en la conspiración. Ni en una sola de las referencias directas se cita su nombre entre los que urden el golpe de Estado. Se hallaba en Valencia, donde estaba su Cuartel General. A medianoche se le despierta para decirle: —¡El coronel Casado se ha sublevado contra los comunistas...! Le ruegan desde Madrid, mi general, que se ponga al teléfono. La noticia le sorprende, y piensa en la gravísima situación que puede producirse. Si se inicia un contragolpe, como se inició, el enemigo aprovecharía la ocasión para tomar Madrid. Esto reflexiona el general mientras se viste, rápidamente. Le hablan el coronel Casado y don Julián Besteiro. Le explican sus intenciones y le llaman para que se presente en la capital. El líder socialista, cuya memoria y sacrificio deben ser venerados, rechaza la presidencia del Consejo. Opina que debe presidirlo una autoridad militar de prestigio, puesto que el Gobierno ha declarado el estado de guerra cuando esa declaración era legal. Después de cuatro horas de debate, se acuerda que el Consejo sea presidido por el que representa la mayor autoridad militar: el general Miaja. En cuanto llega a Madrid y toma posesión de la Presidencia se enfrenta con la situación. Recibe muchos telegramas de adhesión, entre ellos uno de los anarquistas, que dice así: «Reunido este Comité Nacional de Defensa del Movimiento Libertario, en sesión extraordinaria, acordó por unanimidad transmitir su adhesión al Consejo Nacional de Defensa, que V. E. preside, testimoniándole el apoyo incondicional de su colaboración desinteresada en pro de la dignidad y la independencia de España. El secretario: J. López.» ¿Qué hace el general cuando se inicia la lucha fratricida? Siguiendo la línea de su pensamiento y con el valor y decisión que tantas veces ha demostrado, monta en su automóvil y se dirige a los sitios de más peligro, para enfrentarse «con vacilantes y rebeldes» de distintos sitios, con una pequeña escolta que no representa defensa eficaz alguna. Habla a unos y a otros. Les invita con razones poderosas a que depongan su actitud de rebeldía; convence a los indecisos de que no se rebelen. Toda su energía se entrega a la labor de reducir las proporciones de lo que él califica de catástrofe. En esos seis días terribles pasa los momentos más amargos de su vida. Presiente que todo ha terminado, que la República será aplastada, pero no vencida. Lo que más le duele en el corazón es que esos últimos días se destrocen los mismos que han luchado codo con codo, en las trincheras, por la libertad de España. En efecto, fue un poder moderador que apaciguó muchas pasiones excitadas por el resentimiento. Lázaro Somoza Silva, El general Miaja. |