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Verano de 1936: ¿Por qué no se tomó Zaragoza?

Nueva Historia número 26 de marzo de 1979

Eduardo Pons Prades


En vísperas del XL aniversario de la terminación de la guerra civil internacional de España (1936-39) muchos aspectos esenciales de la contienda presentan ya perfiles bien definidos. Sin embargo, existe todavía un período bastante nebuloso, fundamentalmente el que abarca la fase inicial de la guerra, desde julio hasta noviembre de 1936. A éste lo caracterizan dos síntomas: la incapacidad de los republicanos para tomar una sola de las tres capitales aragonesas y el rotundo fracaso de la gran ofensiva franquista contra Madrid. Sendos reveses que incidirían poderosamente en la prolongación del enfrentamiento bélico por tierras ibéricas. Hoy vamos a tratar de desentrañar las razones por las que, reuniéndose por dos veces las mínimas condiciones para coronar victoriosamente la empresa, no se tomó Zaragoza ni en agosto ní en octubre de 1936.

La impresión general que se tiene de nuestra guerra, por lo menos en sus inicios, es que preponderó el amateurismo. Que esto ocurriera en el campo leal parece, hasta cierto punto, lógico. No lo es, en cambio, que se diera en los medios rebeldes. Y no sólo por razón de su profesionalidad —en el oficio de las armas— sino también por el hecho de ser los organizadores de la sublevación militar. Una iniciativa, de inconmesurables repercusiones socio-políticas, que escindiría el país en dos partes irreconciliables y cuya mayor secuela sería la de hacer del pueblo llano la principal víctima del enfrentamiento, durante y después de la contienda.

El general Sebastián Pozas, en el centro, con varios jefes y comisarios de unidad. A su derecha, Antonio Ortiz (primer jefe de la 25 División). El segundo, por la derecha, es el teniente coronel Antonio Cordón. Y el cuarto, por la derecha, el teniente coronel de Milicias Cristoriano Castán Guillén.

Tiempo de indecisiones

Pese a disponer de suficiente, y aún sobrada, información sobre la inminencia de la sublevación, lo cierto es que el estallido y sus consecuencias inmediatas —una represión despiadada— sorprendieron a los dirigentes republicanos. Tan sólo en Cataluña, en virtud de la existencia de un gobierno autónomo, de la presencia de importantes núcleos armados anarcosindicalistas y de la intervención resuelta de un puñado de militares adictos a la República —Vicente Guarner, Federico Escofet y J.M. España, en particular—, se reaccionó a tiempo y los campos quedaron deslindados desde el primer momento. Y, aunque la Generalidad de Cataluña fuese desbordada por las acciones de los grupos revolucionarios, cuando la sublevación fue aplastada las estructuras estatales y paraestatales quedaron poco menos que intactas. Ello permitía augurar que después de dominar la rebelión militar le tocaría el turno a la revolución. Y esto pese a las colectivizaciones, socializaciones y otras medidas tenidas por revolucionarias y a la creación de organismos de nueva planta de inconfundible carácter renovador. Y es que, recordando las palabras de Saint-Just: "Cuando una revolución se hace a medias, los revolucionarios están cavando su propia tumba". Por eso, al marchar las columnas de milicianos de Cataluña, hacia tierras de Aragón, dejaban tras de sí una serie de condicionamientos esterilizadores para la obra de quienes consideraban la guerra como un medio y no como un fin. Se empezaron a incubar los sucesos de mayo de 1937.

La columna Durruti —anarcosindicalista—, con el teniente coronel Pérez Farrás como asesor, salió de Barcelona el 23 de julio de 1936, con algo más de dos mil hombres. Cerrando la caravana de camiones y autocares iban tres baterías de artillería ligera al mando del comandante Fernando Claudín. Bujaraloz fue ocupado el 2 de agosto y allí instaló su puesto de mando Buenaventura Durruti. Más tarde, la columna proseguiría su marcha hacia el río Ebro, ocupando Pina y Osera y llegando a unos 20/25 km de Zaragoza. Salvo unas pequeñas escaramuzas ante Bujaraloz, las otras localidades serían ocupadas sin lucha. Quedaba, pues, en el aire esa "parada" de la columna después de rebasar Bujaraloz, sobre la cual han privado hasta fechas muy recientes dos explicaciones: 1) la columna quedó detenida por el río Ebro; y 2) se recibió una orden, emanada del Comité Central de Milicias Antifascistas de Barcelona, para detener su avance y esperar a que la columna Ortíz, en el sur del río Ebro, dominase Quinto y Belchite. Pues bien, un simple vistazo al mapa basta para comprobar que el curso del Ebro corre paralelo a la carretera Lérida-Zaragoza y que sólo en las mismas puertas de la capital aragonesa podía constituir un obstáculo para penetrar en ella. Aunque debemos señalar que, a fines de octubre, los tres puentes sobre el río (el de Santiago, el de Piedra y el del Pilar), situados en la parte norte de la villa, todavía estaban intactos y sin minar. Por consiguiente, pudo haberse intentado, por lo menos, cortar la carretera Zaragoza-Huesca, con lo cual se hubiese prestado un gran servicio a las columnas que avanzaban en dirección a Huesca, bajo el mando del coronel Villalba, y que libraron duros combates frente a Siétamo. En el segundo caso, no encontramos indicio alguno de esa orden del Comité Central de Milicias Antifascistas. Pero, admitiendo su existencia, sólo podía darse tras haber recibido información, de la zona de operaciones, que aconsejase tal decisión. Por otro lado, la columna Ortíz no tardó en quedar bloqueada ante Belchite y por el norte las fuerzas republicanas alcanzaron puntos muy cercanos a la villa oscense: el manicomio y el cementerio. Teniendo su flanco izquierdo protegido por el río Ebro —que el enemigo sí que debía franquear si quería hostigar a la columna Durruti—, ¿por qué estas fuerzas republicanas no reanudaron entonces su marcha hacia Zaragoza?

De Barcelona a Zaragoza, ¿un paseo militar?

La verdadera respuesta, a juzgar por los testimonios de viejos militantes y de algunos militares profesionales —entre ellos un alto jefe de artillería— que vivieron aquello la tenemos en el "bombardeo" que sufrió la columna Durruti, a cargo de tres avionetas cuyos tripulantes arrojaron contra ella unas cuantas bombas de 5 y 10 quilos cor espoleta. La inexperiencia y la indisciplina de los expedicionarios provocaría una espantada general. Un testigo de la misma —C.B.V.— nos ha asegurado: "en Bujaraloz sólo quedaron Durruti un centenar de incondicionales, que tardaron varias jornadas en recuperar a las dispersas huestes". Por aquellos días (primeros de agosto de 1936) Durruti comunica que "Zaragoza está de hecho en su poder y que el triunfo es seguro e inmediato". Y explica que si todavía no ha entrado en la capital aragonesa es porque "espera que las columnas que operan en sus flancos avancen un poco más..." Lo cierto es que, en la columna Durruti había demasiada gente que no tuvo la menor participación en el aplastamiento de la sublevación de Barcelona, que pensaban en la conquista de Aragón como en un paseo militar. Las necesidades de la revolución probablemente retuvieron en la ciudad condal a muchos militantes fogueados, cuya presencia hubiese sido valiosísima en el frente.

La columna Ortíz, con el teniente coronel de Infantería Fernando Sala-vera como consejero militar, saldría de Barcelona el 24 de julio, también por carretera, con unos 2.000 hombres, bastantes de los cuales eran exsoldados y clases del Regimiento n.° 34. Su primer objetivo, Caspe, dominada por una compañía de la Guardia Civil y unos 200 falangistas aragoneses, bajo el mando del capitán Negrete. Tras vencer la tenaz resistencia del enemigo, los milicianos, que perdieron unos 250 compañeros, ocuparon la villa, siguiendo hacia Alcañiz, que fue tomada tras breves combates. Entonces, la columna se subdividió: una parte de ella quedó situada en la línea HíjarEscatrón y la otra se dirigió hacia Bel-chite, ante cuya población quedó atrincherada tras ocupar Sástago, La Zaida y Azaila. A primeros de setiembre, a la unidad de Ortíz se le agregó una pequeña columna: la de Carod-Ferrer, que acababa de ocupar el pueblo natal de Goya, Fuendetodos, y se parapetó ante Villanueva de Huerva. Saturnino Carod Lerín, aragonés de raíz, era un destacado dirigente sindical anarcosindicalista barcelonés, mientras que su -asesor técnico" era el teniente de la Benemérita José Ferrer Bonet.

Tiempo de ilusiones

Para militantes obreristas, cuyo realismo revolucionario no fuese demasiado menguado, debía ser evidente que de los estamentos oficiales —centrales o autonómicos-- no recibirían ayuda más que en la medida en que "las aguas volviesen a sus cauces". Se repetía en el ámbito nacional el fenómeno internacional. Las llamadas potencias democráticas --los demócratas gobiernan pero manda el capitalismo—no ayudarían a los republicanos españoles por estimar que éstos lesionaban sus intereses en la península y, por motivos similares, los gobiernos central y catalán, abandonarían a su suerte al frente de Aragón, porque allí las experiencias revolucionarias iban demasiado lejos. Todo esto, y más, era previsible porque estaba —y está—, por decirlo con una frase histórica, "en la naturaleza de las cosas". Por tanto, parece obvio señalar que, para seguir adelante, en su doble empresa bélico-revolucionaria, los revolucionarios ibéricos —y los anarcosindicalistas en particular— no debieron haber contado más que con sus propias fuerzas, nada desdeñables. Y más sabiendo que tenían a su lado prácticamente a todo el pueblo de Aragón. El comandante Vicente Guarner, en uno de sus libros, nos lo confirma: "Era de gran utilidad la información obtenida por la columna Durruti (se refiere a la facilitada por ella, tras recogerla de boca de los militantes confederales huidos de Zaragoza). Casi cada noche salían obreros de Zaragoza y entraban milicianos arma-. dos en la ciudad, que conocían bien, y así nos comunicaron la movilización de las quintas de 1931 a 1935, habiendo llegado a la capital de Aragón, a partir del 25 de julio, de 2.000 a 3.000 requetés de Navarra mandados por oficiales instruidos, algunos de ellos, en Italia". (1)

A la vista de la facilidad con que se entraba y salía de Zaragoza, y también de la información orgánica recibida (la CNT y la FAI, a despecho de la dura represión de los primeros días, estaban reorganizándose), en los "responsables" —mandos— máximos de las columnas libertarias empezó a germinar la idea de organizar una operación para tomar la capital zaragozana desde fuera y desde dentro. Y hacerlo al margen de los organismos, de todo tipo, extraconfederales. Así, de culminar con éxito la operación, se esperaba obtener mayor audiencia en los círculos gubernamentales de Barcelona y de Madrid. Pero, en el seno de la C.N.T. la proliferación de comités acarreó una gran pérdida de tiempo, ya que como los militantes —aguerridos, conscientes y seguros—se debían a ellos no era posible, al parecer, prescindir ni del Comité Nacional, ni de los Comités Regionales de Cataluña y del de Aragón, Rioja y Navarra, ni del Comité Peninsular de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), cuando no, a veces, de las Juventudes Libertarias. Ni, por supuesto, de algunos compañeros —cuya colaboración podía ser decisiva en un momento determinado— que ocupaban cargos en diversos organismos del gobierno catalán o del ya citado C.C. de Milicias Antifascistas. Por aquellas fechas se hablaba, también, con mucho entusiasmo, de crear guerrillas en la retaguardia enemiga: "Un día, García Oliver expuso el proyecto de internarse con algunos millares de compañeros nuestros por las sierras de Andalucía —nos cuenta Abad de Santillán—; y ligamos a esa iniciativa nuestro deseo de infiltrarnos hacia Navarra. Cada uno de nosotros se haría cargo de una expedición: dábamos la cara y ofrecíamos nuestra vida. Se llevó el asunto al Ministerio de la Guerra. Prieto se entusiasmó con la idea y quedó en contestar respecto a su inmediata aplicación. Comenzamos a preparar los hombres que habrían de acompañarnos; pero... los jefes no son los que mandan. Por encima de Prieto, ministro de la Guerra, estaban los consejeros rusos, y para ellos, nosotros podíamos ser peligrosos. Hubo que desistir, después de haber iniciado por nuestra parte prolijas labores de relación con la zona de Franco, por medio de hábiles y audaces emisarios". (2)

Otra pregunta que flota en el aire: ¿Por qué los hombres de la CNT y de la FAI no utilizaron, por su cuenta y riesgo, contra viento y marea, su capacidad de convocatoria? Máxime cuando la retaguardia enemiga la constituían regiones tan revolucionarias como Galicia, Extremadura y Andalucía Occidental.

Con todo, a lo que, según parece, no querían renunciar era a la ambiciosa empresa de tomar Zaragoza.

Operación "Comuna Libre": la toma de Zaragoza

Todavía quedan bastantes supervivientes para poder siluetear cumplidamente lo que fueron las fases preparatorias de una operación militar gestada en la mente y en el corazón de un puñado de hombres de paz que, por un capricho de la Historia, tuvieron que transformarse en hombres de guerra. Uno de los testimonios más completos, y que inspiró este trabajo, es el de Saturnino Carod, jefe de columna primero y más tarde, tras la militarización de las Milicias, Comisario Político de la 118 Brigada Mixta del Ejército Popular.

El jefe de dicha brigada no era otro que Cristoriano Castán, un pintor zaragozano que se revelaría como un auténtico genio militar, y que sería el cerebro de la "Operación Comuna Libre" —la que tenía como primer objetivo la toma de Zaragoza—, siendo el "asesor técnico" del máximo responsable de la misma: Antonio Ortíz. El que mandaría la 25 División y que, por aquel entonces, mandaba la Columna Sur-Ebro. Los tres eran de filiación libertaria. "Lo cierto es que nuestro compañero Abad de Santillán —nos puntualizó Carod— había presidido una delegación que se trasladó a Madrid para obtener la ayuda del Gobierno Central y sólo obtuvo promesas."

Saturnino Carod Lerín

"También visitamos, con Díaz Sandino, al presidente de la República, Manuel Azaña, en el antiguo palacio real de Madrid. Eran los días de pánico que siguieron a los desastres de Talavera... Le expusimos nuestra situación en Cataluña y nuestras necesidades apremiantes y le dimos cuenta de las conversaciones con Giral y la acogida que creíamos haber tenido en nuestras gestiones. Pedimos a Azaña que interviniese personalmente a fin de que no se frustrasen las promesas que nos habían sido hechas. Azaña nos dijo que era como un prisionero, que la Constitución no le permitía intervenir en nada y que su función consistía en dejar la palabra a los que legalmente tenían que gobernar, con el apoyo de los partidos o del Parlamento. Le exhortamos a que utilizase el prestigio de que disfrutaba dentro y fuera de España. Su silencio y su pasividad, bajo el amparo de la Constitución o sin él, era como un delito en la hora que atravesábamos, y su actitud, cruzándose de brazos ante la tragedia, no podía ser nunca bien interpretada. En el curso de la conversación tuvimos la impresión de que aquel hombre no simpatizaba con el fascismo, pero que simpatizaba menos aún con la revolución y con la intervención directa del pueblo en la vida pública, sin respetar las barreras preestablecidas por los partidillos republicanos que nacieron al advenimiento de la República. Con hombres como Azaña era fatal la conspiración fascista y fatal la pérdida de la guerra."(3)

"Así que, cansados de promesas —apostilla Carod—, nos dispusimos a dar la campanada por nuestra cuenta. Una de las primeras disposiciones que tomamos fue la de escoger "responsables" —mandos— capaces de iniciativa propia y de guardar silencio sobre lo que se proyectaba." Uno de los jóvenes libertarios que estuvo concentrado en el campamento del Cañar de Azaila —Enrique Casañas Piera— nos ha dicho: "Allí aprendimos a andar silenciosamente y a orientarnos de noche; a hablar quedamente y a no fumar, a dispersarnos en caso de peligro y a volvernos a reagrupar. No sabíamos nada sobre nuestro destino, aunque imaginábamos que tendría algo que ver con Zaragoza. Y no tuvimos el menor contacto con gente ajena al campamento durante las cuatro o cinco semanas que duró aquella concentración."

Otra prueba más de las precauciones tomadas en torno a la "Operación Comuna Libre" la constituyó las condiciones en que se desarrollo el aspecto propagandístico de la misma. Nos lo cuenta uno de sus principales protagonistas, Manuel Salas "Salicas", el que fue director de la publicación libertaria "Cultura y Acción": "Estaba prevista la impresión de miles de octavillas de distintas dimensiones, color y texto. Así como de carteles y banderolas. Todo ello lo tuvimos a puntn en la fecha que se nos indicó. La mayor parte de las octavillas se enviaron al aeródromo de la "Aviación del Pueblo" de Sariñena, donde nos habíamos asegurado la colaboración de uno de los pilotos de la avioneta que hacía el enlace con Barcelona a diario. Desde ella se arrojarían las octavillas sobre Zaragoza. Yo por aquel entonces trabajaba en una imprenta de Alcañiz, donde efectuábamos todos los encargos de las columnas. La empresa había sido colectivizada, pero el dueño seguía en ella en calidad de "técnico". Entonces, por miedo a que se fuese de la boca, inconscientemente, decidí alejarle de la imprenta durante la realización del trabajo para la "Operación Comuna Libre". Y no encontré mejor medio que el de hacerle detener por los servicios de vigilancia de las milicias, como sospechoso, y encerrarle en la cárcel de Alcañiz hasta que terminamos el trabajo "secreto". Reconozco que fue una mala pasada, que tuve que hacerme perdonar más tarde, pero la verdad es que todas las precauciones eran pocas. Una indiscreción podía costarnos cientos o miles de vidas y el fracaso de la operación."

Las carambolas del espionaje quintacolumnista

Carod recuerda algunos nombres de compañeros a quienes se confiaron las cinco centurias —cada una formada por cinco grupos de veinte hombres— que debían operar en el interior de Zaragoza: "Batista Albesa (de Valderrobles/- Teruel), Agustín Remiro (de Epila/Zaragoza), y Melendo, Ramón y Logroño, que eran de Zaragoza. En particular los primeros —nos explica con tono admirativo Carod— eran dos elementos fuera de serie. Batista, vestido de falangista, consiguió llegar hasta Salamanca y otra vez, con uniforme de legionario, alcanzó Burgos. El y Remiro me trajeron un día varias fotos en las que se les veía, vestidos de falangistas, del brazo de unas "Margaritas" de la Falange zaragozana. Batista, a través de las relaciones que entabló en Zaragoza, como supuesto falangista, logró enlazar con un grupo de la quinta columna de Barcelona, que se reunía en el Hotel Colón de la Plaza de Cataluña, que entonces era la sede del Partir Socialista Unificat de Catalunya (P.S.U.C.). Fuí yo mismo el que transmití la información a García Oliver, el cual la pasó al compañero Escorza —colaborador de Eroles, jefe de la policía— que organizó la redada en la que, entre otros, cayeron el falangista Luys Santamarina y un sobrino suyo. La mayoría de los detenidos poseían un carnet del PSUC. Mucl-ros años después, en la tertulia del "Trascacho", en una velada dedicada a Angel Pestaña, junto con Casasús, Calvo y "Salicas", tuve ocasión de hablar del "accidente" con Santamarina, que asistía al acto en compañía de uno de los hermanos Vila San-Juan. Es decir, sí disponíamos de gente de valor...

Tiempo de proyectos

"Con Durruti —sigue explicándonos Carod— y con Ortíz nos reunimos varias veces en el barracón de madera que le servía de puesto de mando en las afueras de Bujaraloz. Nunca quiso dar el brazo a torcer. Estaba empeñado en ser "el libertador" de Zaragoza y aunque a última hora dio el visto bueno, para la preparación de la operación, Durruti reservaba su respuesta definitiva hasta conocer el plan con todo detalle, en el que, por descontado, él confiaba en tener el papel de mayor relieve." Abad de Santillán, en su libro ya citado, había señalado a Durruti "que la posición que él había ocupado (y que le obligaba a desplegar un ataque frontal si quería avanzar hacia Zaragoza) era la menos adecuada para la toma de Zaragoza y que estaba condenado, habiendo sido el primero en salir de Barcelona, a ser el último en entrar en la ciudad apetecida, donde tantos amigos nuestros habían sido masacrados y cuya venganza se había propuesto ejecutar él". (4) "Y no sólo eso —añade Carod—, sino que Durruti soñaba con atravesar Navarra, enlazar con el País Vasco y luego ir a liberar su terruño natal, León, hecho lo cual pensaba dividir su columna en dos para seguir avanzando hacia Asturias y Galicia."

Durruti no desperdiciaba ocasión para airear sus deseos: "Yo seré el primero en entrar en Zaragoza y proclamaré allí la comuna libre. No nos subordinaremos ni a Madrid ni a Barcelona, ni a Azaña ni a Giral, ni a Companys ni a Casanovas. Si quieren, que vivan en paz con nosotros; si no quieren, nos plantaremos en Madrid...", proclamará el jefe de columna anarcosindicalista al enviado especial de Pravda de Moscú. Y, dirigiéndose a otro jefe de columna, allí presente, el comunista Manuel Trueba, le espeta: "Si lo deseáis, ayudad; si no lo deseáis, no ayudéis. La operación de Zaragoza es mía, en el aspecto militar, en el político y en el político-militar. Yo respondo de ella. ¿Creéis que por darnos un millar de hombres vamos a repartir Zaragoza con vosotros? En Zaragoza habrá comunismo libertario o fascismo. ¡Tomad para vosotros a toda España, pero dejadme a mí tranquilo con Zaragoza!"(5)

Tiempo de esperanzas

Pese a la metódica represión sufrida por la militancia libertaria de Zaragoza —la segunda en importancia del país—, al comienzo de la guerra, los supervivientes de la primera organización sindical de España habían conseguido• articular unos núcleos clandestinos sumamente eficaces. Gracias a ellos se poseía una información fidedigna y periódica sobre la situación en la capital de Aragón. Por otra parte, en las filas de las columnas libertarias abundaban los combatientes oriundos de Zaragoza, que conocían palmo a palmo. En particular las barriadas obreras, donde podían encontrar refugio y ayuda. Estas fueron las razones que empujaron a los organizadores de la operación a prever la sincronización del ataque desde el exterior a cargo de diez centurias —un millar de hombres— con la insurrección interior protagonizada por cinco centurias mandadas por Batista, Remiro, Logroño, Ramón y Melando, que debían operar a partir de los barrios del Arrabal, de las Delicias, de Buenavista, de Torrero y del de San José. Los objetivos concretos eran éstos: Ayuntamiento, Teléfonos, Telégrafos, Cuartel de Palafox, Cuartel de Falange (Frontón Aragonés), Estaciones del ferrocarril (de Madrid y de Utrillas), Gobierno Militar, Depósito de gasolina de la avenida de Palafox, Polvorín (Gran Vía/Iglesia Casas Baratas), Gobierno Civil, Radio Zaragoza (en el Coso) y el Hotel Universal, donde residían altos jefes militares enemigos. Debemos recalcar que en varios de estos objetivos había elementos dispuestos a colaborar con los asaltantes. De cada centuria interior debían desgajarse dos grupos (esto es: unos doscientos hombres en total), bien provistos de bombas de mano, para situarse estratégicamente y agredir toda suerte de vehículos militares, coches oficiales y todo aquello que juzgasen de interés interceptar para la buena marcha de la operación. Se trataba de sembrar la mayor confusión e inseguridad posible en las principales arterias de Zaragoza.

La primera fase era la de la infiltración, de noche, hacia los barrios obreros citados, en los que pernoctarían durante toda una jornada, hasta la hora H, que sonaría a la anochecida siguiente. Los primeros objetivos a alcanzar eran: la ocupación de los tres puentes sobre el Ebro (de Santiago, de Piedra y del Pilar), así como el corte de las carreteras de Huesca y de Logroño, en las que se efectuarían una serie de voladuras a cargo de los equipos especializados de Batista y de Remiro. Las carreteras de Madrid, Teruel, Castellón y de Barcelona debían ser ocupadas por grupos avanzados de las centurias atacantes procedentes del sur y que tendrían como eje de marcha la carretera Fuendetodos-Jaulín-Zaragoza. El mando de las centurias del exterior recayó sobre Carod, el cual nos habla de la permeabilidad del sector escogido: "Días antes, para tantear el terreno, hicimos unas descubiertas por el lado de Jaulín y Valmadrid y pillamos al enemigo durmiendo. Tanto es así que les capturamos dos piezas de artillería intactas. Castán, que se quemó las cejas al lado de Ortíz, en Caspe, durante muchas noches, para preparar bien aquella operación, con sus dos centurias, ocuparía La Muela —en la carretera de Madrid— para hacer frente a los posibles refuerzos enemigos procedentes de la parte de Guadalajara y vigilaría la carretera de Zaragoza a Logroño, para que nadie obstaculizase la salida de fuerzas enemigas de la capital aragonesa si estas decidían replegarse."(6)

En la logística revolucionaria —que empezó con la tarea encomendada a Manuel Salas "Salicas"— se preveía también la requisa inmediata de edificios y la colocación de carteles, preparados de antemano, destinados a los sindicatos confederales, a la Federación Local de Sindicatos y al Comité Regional de Aragón, Rioja y Navarra, de la CNT, así como a las Juventudes Libertarias. Se había formado un Consejo Municipal provisional, presidido por un veterano militante anarcosindicalista, Antonio Ejarque Pina. El jefe militar de la plaza, asesorado por Castán, sería Juan García Oliver. Estaba por decidir quién ocuparía el puesto de Gobernador Civil, cargo que la CNT pensaba ofrecer a un miembro de Izquierda Republicana. A García Oliver incumbía, escoltado por el propio Batista y algunos de sus mejores hombres, la ocupación de Radio Zaragoza y el anunciar la liberación de la villa a los cuatro vientos.

La ausencia de Durruti, factor decisivo

Cuando ya se habían ultimado todos los preparativos y estaban a punto de fijar el día D y la hora H para la "Operación Comuna Libre", Carod, en su puesto de mando de Azuara, recibió un telefonazo de Ortíz anunciándole la suspensión de la "gran excursión". Faltaban unas horas para que García Oliver llegase al campo de aviación de Sariñena y Carod sería uno de los que iría a recibirle. Al serle comunicado el aplazamiento, apenas bajó de la avioneta, García Oliver se deshizo en imprecaciones y lanzó al aire una tanda de tacos, más virulentos los unos que los otros, haciendo patente así su indignación y su decisión de regresar inmediatamente a Barcelona "para pedir explicaciones a esa gente inepta que nos gobierna, y ajustarle las cuentas a más de uno". Carod nos confiesa que, al presenciar aquel estallido de cólera, él creyó que el recién llegado desconocía lo de la suspensión. Ahora bien, al filo de los días, y reajustando los recuerdos de aquel delirante período de nuestra guerra, Carod sospecha que García Oliver sabía algo y que se trasladó a Sariñena a desactivar a tiempo el previsible malestar de los combatientes. Abriendo, al tiempo, un compás de espera que no se cerraría nunca, puesto que la operación no fue aplazada sino anulada "por las altas instancias confederales". La sospecha de que hubo algún "escape" es general y también en el que, a consecuencia de ello, la presión que echó a rodar, de verdad, la operación se ejerció desde esferas mucho más altas y ajenas a la CNT. Antonio Ortíz y Juan García Oliver todavía viven, por tierras ibero-americanas, y quizá puedan aportar algún día las piezas que faltan, al parecer, para recomponer el rompecabezas "Operación Comuna Libre".

Cuando le pregunté al amigo Carod qué posibilidades había, en realidad, de tomar Zaragoza, el viejo luchador obrerista me respondió: "El cincuenta por ciento, que es un porcentaje válido para cualquier mando militar, y más aún si ese mando militar lo ostentan personas que se tienen por revolucionarias."

Días después, Buenaventura Durruti, a la cabeza de mil ochocientos hombres de su columna, salía hacia el frente de Madrid, donde moriría en circunstancias muy poco claras. Y Juan García Oliver marchaba a posesionarse de uno de los cuatro ministerios —el de Justicia—, ofrecidos por el socialista Largo Caballero y aceptados por la C.N.T. y por la F.A.I.

De ahí que, mientras no dispongamos de otras informaciones, la frase final bien podría ser, por hoy, la que un día pronunció el Secretario General del Comité Regional de Aragón, Rioja y Navarra. Dijo que "la Operación Comuna Libre había sido aplazada hasta que Durruti regresase de Madrid, porque las batallas más importantes de la Historia las ganaron siempre los grandes generales. Y que, por lo tanto, la de Zaragoza debía ganarla el mejor general que tenía la CNT: Buenaventura Durruti."

E.P.P.

Notas
(1) "Cataluña en la guerra civil".
Memorias de la Guerra civil española 193639. Ediciones Gregorio del Toro, Madrid, 1975.
(2) ¿Por qué perdimos la guerra? Memorias de la Guerra civil española 193639. Ediciones Gregorio del Toro, Madrid, 1975.
(3) ¿Por qué perdimos la guerra?" (Obr. cit.).
(4) ¿Por qué perdimos la guerra?" (Obr. cit.).
(5) "Diario de la guerra de España", Mikatl Koltsov. (España contemporánea). Ediciones Ruedo Ibérico, París, 1963.
(6) Para la confección de un libro ("Republicanos españoles en la Segunda guerra mundial". Editorial Planeta, Barcelona,
1975), el autor tuvo que compulsar, entre otros, el plan de operaciones confeccionado por el Alto Estado Mayor Interaliado de Londres, durante la campaña 1939-40, para la invasión de Noruega. Pues bien, se puede afirmar que la "Operación Comuna Libre", para la toma de Zaragoza, estaba mejor preparada que la de Noruega septentrional, en la que, entre muchos otros fallos, las tropas de alta montaña se encontraron, al desembarcar, sin raquetas y sin lentes protectoras...