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Historia y Vida nº 108 marzo 1977

JOSEP TRUETA, el médico y el hombre.

Por ANTONINA RODRIGO

El Doctor Trueta, profesor en Oxford.

Con frecuencia, la muerte de una persona permite valorar hasta qué punto hemos tenido entre nosotros a una figura de gran valía y a la que no se han reconocido oportunamente sus méritos. Así, en el caso reciente del gran profesor Trueta, mundialmente apreciado por su actuación en la Segunda Guerra mundial, y en cambio poco conocido en España, precisamente por su meritoria labor en la zona republicana


«Los romanos antiguos honraban con la corona cívica a un hombre que hubiera salvado en batalla a un solo ciudadano. La Universidad tiene razón colocando esta corona en la cabeza de un hombre que ha salvado la vida de tantos.» La hermosa cabeza que coronaba la Universidad de Oxford, era la de Josep Trueta y Raspall. Médico catalán exiliado tras nuestra Guerra Civil. El presentador era el Orador Público, J. B. Barrington-Ward, M. A. del «Christ Church College», encargado de pronunciar el discurso en latín, el cual, elogiando los méritos del honrado, versó sobre la «ternura y destreza de su corazón y de sus manos».

Era el 6 de mayo de 1943. El acto tenía lugar en el gran anfiteatro del siglo XVII, el suntuoso «sheldonian», donde se celebran en Oxford las ceremonias académicas presididas por el Canciller.

En el grupo de refugiados españoles asistentes al acto había mucha emoción. El grado de doctor «Honoris Causa», otorgado a Trueta por la célebre Universidad británica, era un triunfo del que todos se sentían orgullosos. Algunos de ellos, los menos, habían venido de España. Los demás formaban parte de la importante colonia de refugiados de Londres, Cambridge y del propio Oxford. Eran gentes todavía llenas de esperanza. Las palabras de Winston Churchill en su discurso pronunciado en el Parlamento de la Cámara de los Comunes, a los pocos días de la caída de París, el 18 de junio de 1940, los había llenado de legítimo orgullo: «No menosprecio ni desestimo en absoluto los enormes peligros ni los graves trastornos que gravitan sobre nosotros. Pero, por otro lado, creo firmemente que todos nuestros compatriotas demostraron que son capaces de afrontarlos tal y como hicieron los valientes ciudadanos de Barcelona.» (1). Este reconocimiento y la creencia de que al terminar la contienda mundial iban a regresar a su patria, fue lo que avivó el espíritu de resistencia, de nuestras gentes aventadas por el mundo entero, durante aquellos años difíciles. Cada domingo Josep Trueta, tras una rápida visita al hospital de «Wingfield-Morris», iba a buscar a Salvador de Madariaga y juntos paseaban por las cercanías de Oxford, de suaves altiplanos y verdísimos valles. La conversación derivaba irremediablemente hacia España. Cada domingo «arreglaban» España, y cada domingo discutían acaloradamente en torno a Cataluña, con dos criterios opuestos sobre la problemática catalana en particular y el problema de las autonomías regionales en general. En lo que si estaban de acuerdo era en la necesidad en cuanto terminara la guerra de la «reconstrucción moral y material de nuestro país que requería de !os esfuerzos y capacidad de todos. Nuestra reconstrucción irá ligada a la de Europa porque esta nos necesita tanto como nosotros a ella. Somos el pueblo donde los valores del individuo se mantienen más puros, a pesar de la coacción aplastante del Estado», vaticinaba Madariaga a Trueta.

Trueta, consejero del ministro de Salud Pública inglés.

Josep Trueta llegó a Londres en febrero de 1939. Fue invitado a dar unas conferencias sobre su tratamiento de las heridas de guerra aplicado durante la guerra de España. Las doctoras inglesas J. D. Collier y D. Rusell, enviadas por el Foreign Office, fueron las encargadas de ir a recogerlo a Perpiñán, don-de Trueta y su familia esperaban los visados para trasladarse a Caracas.

Trueta dio varias conferencias ante el Alto Mando de los tres ejércitos británicos. Les expuso su experiencia sobre la evacuación de heridos de bombardeos; el servicio de defensa pasiva, según las prácticas adquiridas en los 350 ataques aéreos que sufrió Barcelona; la actuación de los servicios de sanidad... Eran lecciones muy provechosas para los ingleses que veían venir su guerra y se preparaban para ella. Los Truetas se desesperaban por sus hijas que seguían en una colonia infantil, en el sur de Francia. No sabía el matrimonio que estaba «atrapado». Instalado en Inglaterra para una emigración que iba a dilatarse mucho más de lo que podían imaginar aun en las horas más pesimistas. Con el pretexto de las interminables conferencias, los retenían gentilmente. Hasta que un día, para tranquilizarlos, les propusieron traerles a sus hijas. Después, como los ingleses prohibían a un extranjero ejercer como médico en tiempos de paz, el ministro de Salud Pública, Mac Donald, se inventó una ley para él: lo nombró su consejero privado en cirugía de guerra. Trueta nunca llegó a hablar con Mr. Donald. En 1940, lo elegían miembro de Honor de la Sociedad Británica de Ortopedia. Por aquel entonces estaba ya instalado en Oxford, contratado por la Universidad. Mr. Girdlestone, catedrático de Cirugía y Ortopedia de la Facultad de Medicina, lo «descubrió» en la primera conferencia que Trueta dio en Londres. Vio en él a su sucesor, e hizo lo imposible por atraerlo a la Universidad de Oxford.

El «método Trueta»

«En la Primera Guerra Mundial, mucho antes de conocerse el "método Trueta", los muertos por gangrena representaban el 18 por ciento de los heridos, mientras que, en la actualidad, según se comprobó en la guerra del Vietnam, donde se aplicó el método sistemáticamente, el porcentaje descendió a un 0'16 por ciento.» Ouien habla es el coronel jefe de los Servicios de Ortopedia de los Estados Unidos, profesor Paul W. Brown. Pero, ¿cómo nació? ¿Oué es el «Método Trueta.?

El año 1924, el cirujano norteamericano Winnett Orr, de Nebraska, publicó un articulo en el que daba a conocer un método para el tratamiento de la osteomielitis crónica, basado en un drenaje amplio de los tejidos correspondientes a la región del hueso infectado, al cierre de la abertura con gasa vaselinada y la inmovilización de la extremidad afectada mediante un gran vendaje de yeso. El doctor Manuel Corachán, maestro de Trueta, dio a conocer a su discípulo este artículo y le confió el ensayo del citado tratamiento en enfermos de su servicio. A partir de entonces, Trueta comienza a tratarlos con el procedimiento de Orr.

El joven médico obtiene en seguida resultados satisfactorios. El tratamiento de unos cuarenta casos le permite extraer nuevas conclusiones: si el procedimiento tiene éxito con infecciones de hueso ya arraigadas, con supuraciones crónicas, tiene que ser más fácil prevenir en una herida fresca una infección no declarada. Este fue el punto de partida de sus investigaciones sobre lo que se conocería mundialmente por «método Trueta». A medida que investiga introduce nuevos detalles técnicos, como la necesidad absoluta de eliminar los cuerpos extraños y restos de tejidos deteriorados; excinsión y drenajes perfectos seguidos de inmovilizaciones por vendajes escayolados. Trueta continuó sus investigaciones en la práctica de la cirugía civil, que después aplicaría a la cirugía de guerra, hasta estructurar la cura en cinco puntos esenciales, que Trueta hará famosos:

1. Tratamiento quirúrgico inmediato.

2. Limpieza de la herida.

3. Excinsión de la herida.

4. Drenaje.

5. Inmovilización en el vendaje de yeso.

El sistema era sencillo, pero, sin embargo, sin su aplicación correcta, si su interpretación se falseaba. como le ocurrió a los médicos de los ejércitos norteamericanos, podía ocasionar pérdidas irreparables. Trueta lo había hecho saber: «Todos los puntos son de vital importancia, pero el éxito de su aplicación gira alrededor del tercer punto: la excinsión de la herida. Sin una excinsión adecuada, aunque los otros puntos se cumplan fielmente, la técnica es inoperante y puede incluso ser peligrosa»

La guerra civil española.

Cuando estalla la sublevación militar, en julio de 1936. Josep Trueta era jefe del Hospital General de Catalunya. Para él no constituye un gran problema la avalancha de heridos traumatizados por arma de fuego que llegan al hospital, víctimas de las luchas callejeras. El Hospital General de Catalunya, hoy San Pablo, no era un hospital militar, ni Trueta un médico militar. Pero al gran centro hospitalario barcelonés, empezaron a llegar los heridos de los bombardeos aéreos y marítimos, que eran precisamente quienes presentaban los tipos de fracturas más complejos. Así que, desde los primeros momentos sus heridos cuando abandonaban la sala de operaciones, lo hacían ya enyesados:

En 1934, Trueta había presentado una nueva técnica de las fracturas abiertas en la Sociedad Catalana de Cirugía. La exposición del tratamiento fue recibida con marcado escepticismo. Sólo un reducido grupo de cirujanos se decidió a ensayarlo, entre ellos Gubern Salisachs, el cual, sin pérdida de tiempo, empezó a experimentarlo en los accidentes de tráfico. Y desde los primeros casos pudo comprobar los resultados positivos del método.

Josep Trueta no ignoraba la importancia que podía tener en estos momentos conflictivos la aplicación de su técnica y decide exponerla de nuevo en la Sociedad Catalana de Cirugía. Sube a la tribuna con esa secreta amargura de todo innovador, sobre la acogida que de entrada puedan tener esta vez sus teorías. Sabe que la implantación de cualquier fórmula nueva genera casi siempre el rechazo de entrada. Hay que afrontar la controversia, y las irónicas insidias personales; pero debe correr este riesgo, porque hay en juego muchas vidas humanas.

Trueta lo ha contado así: «En el mes de septiembre de 1936, leí otro trabajo y en esta ocasión, cuando Gubern señaló sus éxitos, los cirujanos catalanes mostraron gran interés por este método. Desde esta época la técnica se fue adoptando gradualmente. En 1936. el Gobierno republicano se trasladó a Valencia, y en 1937 urgentemente se estableció en Barcelona. El Estado Mayor del Ejército, con el coronel Joaquín d'Harcourt, reputado cirujano madrileño, jefe del Servicio Quirúrgico del Ejército, fijó su residencia en Barcelona. Hasta entonces yo había encontrado una fuerte oposición en las autoridades médicas del Ejército. Con la llegada del coronel D'Harcourt a Barcelona terminaron mis dificultades. Después de ligeras vacilaciones, decidió adoptar el método en el Ejército y durante la ofensiva republicana de Teruel en diciembre de 1937 y en enero de 1938, él mismo lo aplicó en más de 100 casos. Después sería uno de sus más entusiastas defensores. Su alto cargo militar le dio posibilidad de poner en pie una vasta organización que enseñaba dicha técnica a todos los cirujanos del Ejército de Cataluña y estableció un esquema para escalonar y coordinar el tratamiento de las lesiones, en sus diferentes estadios, desde el hospital de campaña hasta el retaguardia. La divulgación del método se intensificaría gracias a su publicación,

Una «leyenda» para un pueblo».

En Cataluña era vox populi la noticia de que un médico barcelonés salvaba a los heridos de la horrible mutilación. La nueva se había propalado como algo milagroso. Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalitat, no conocía al médico, pero como la gran mayoría, estaba al corriente de la «leyenda». La más hermosa para un pueblo que vivía bajo la amenaza de constantes bombardeos. Un día llamaron a Miravitlles desde el frente de Aragón. Al teléfono se encontraba Ljubomir Ilitch, yugoslavo, comandante de las Brigadas Internacionales, herido por la explosión de una mina, entre Zaragoza y Mediana del Ebro. Con voz febril le explica que está gravemente herido desde hace varios días. Sabe que su caso es de amputación inmediata, para evitar la gangrena, pero él ha oído hablar de un médico famoso que puede salvarlo y le pide que haga lo posible para que lo reciba. Al cabo de unas horas Ilitch llegaba en una ambulancia al Comisa-dado de Propaganda de la Generalitat, sita en la calle de Córcega (donde ahora está el Banco de Girona). Miravitlles sube en la ambulancia y ésta se dirige al hospital de Catalunya, donde Trueta les está esperando. El cirujano constata la gravedad del herido. Una fiebre altísima -40 grados— y un intenso dolor hacen delirar al militar. Lo interviene Inmediatamente. En el fondo de la herida hay fragmentos de cúbito. La parálisis cubital, secuela de la destrucción del nervio al producirse el accidente, es irreparable, debido a la gran pérdida de substancia. Trueta aplica los cinco puntos de su método. La mejoría es apreciable en pocos días. Al quinto, la fiebre desciende a 37'8. A los diez días le cambian el yeso y puede observarse la notable mejoría de la herida. Se le vuelve a enyesar y al cabo de otros diez días se le cambio el yeso. Y de nuevo se produce el «milagro» de que hablan las gentes. Las masas musculares se han aplanado, las superficies en carne viva han empezado a granular y los labios de la herida sanan.

Olor a cadáver.

Este hombre joven, fuerte y guapo, podrá abrazar el cuerpo de su mujer con los dos brazos. Aunque, en la espera, la ilusión de este abrazo estuviera impregnada de un olor intolerable. Era el tributo que exigía la fertilidad de los tejidos destrozados. Es decir, la exudación que arrastraba los productos de la desintegración, proceso obligado e inevitable. A consecuencia de ello, a medida que esa exudación se infiltraba en el yeso, generalmente se producía un fuerte olor.

Miravitlles recuerda: «Ilitch, acostumbrado a vivir en aquella atmósfera no percibía el olor, pero lo cierto es que a su alrededor no se podía estar, olía a cadáver, tanto, que por donde pasaba, la gente se volvía». Esto iba a ser fatal para nuestros soldados. Cuando a principios de 1939 el Ejército republicano pierde Cataluña y cruza la frontera, las autoridades médicas francesas que desconocen el método de curación «Trueta», amputaron docenas de brazos y piernas atribuyendo ese olor a la gangrena.

Meses más tarde cuando a Josep Trueta lo invitan a exponer su método ante los miembros de le Sociedad Real de la Gran Bretaña, una de las preguntas que le hicieron al tratar este punto, fue si no era posible tomar algunas medidas para combatir el olor. «Sí —replicó Trueta—, ya lo intentamos. Durante un tiempo usamos levadura de cerveza, con la cual rellenábamos la herida; y, hasta cierto punto, esto dio resultado. La levadura, al fermentar, absorbía los productos de la desintegración de los tejidos. Pero la dificultad estaba en conseguirla. Por aquel entonces había más bombas que cerveza en Barcelona.»

Los enfermos del doctor Trueta en el Hospital General de Cataluña se convirtieron en polo de curiosidad. Al hospital empezaron a llegar médicos y periodistas deseosos de comprobar y conocer el interesante y discutido tratamiento. Una de estas visitas fue la de Donald Darlin, periodista inglés, que hizo la correspondiente comunicación a las autoridades médicas de su país.

La medicina durante la guerra civil.

La curación del brazo de Ilitch fue un caso asombroso. Surgió entonces la idea de publicar este tratamiento de las heridas. En abril de 1938 Trueta entregaba a Miravitlles el Manuscrito en catalán. El Departamento de Propaganda de la Generalitat lo edita y traduce al castellano, al francés y al inglés. Es el arma que la Generalitat pone en manos de los cirujanos para hacer «la guerra a la guerra».

Parece que el escenario idóneo en el que los grandes cirujanos hagan importantes aportaciones a la ciencia de la medicina militar son los campos de batalla. Ambrosio Paré, el gran cirujano del ejército de Enrique IV, en el siglo XVI, siguiendo de cerca las contiendas, sentó principios que han llegado hasta nuestros días, como es el tratamiento de las infecciones piógenas, con su técnica de larvas de moscas, y su gran habilidad para localizar las balas perdidas entre las masas musculares, en un tiempo en que no existían los rayos X. Los jefes quirúrgicos de los regimientos de Federico el Grande también hicieron notables descubrimientos. Percy y Larrey, cirujanos de los ejércitos napoleónicos, fueron las dos primeras autoridades quirúrgicas de la historia de la Medicina...

En su obra "Tratamiento de las heridas de guerra", escribe Trueta, que «en los comienzos de la Gran Guerra, los conocimientos que los cirujanos poseían sobre los tratamientos y conducta a seguir en las diferentes heridas por arma de fuego, eran casi nulas». Esta inexperiencia a causa de la inactividad bélica, provocó en los primeros meses de la contienda (1914-1918) auténticos desastres, que obligaron a las autoridades médicas a una revisión del sistema a principios del año 1915. Se tuvo que aceptar la evidencia de que todas las heridas de guerra eran infectas y que el tétano, la gangrena y las septicopiofenias atacaban a muchas lesiones de apariencia benigna. La correcta aplicación de los cinco puntos del «método Trueta» permitió arrebatar a los terribles dioses de la guerra su más preciado tributo: la gangrena. La más mortífera de todas las complicaciones que pueden sobrevenir a un herido por arma de fuego; la causa de los mayores estragos en los hospitales militares. En todas las guerras esgrimía la gangrena su trágico estandarte. Trueta dice: «...desde que Fabricio de Hilden la describió por primera vez en el año 1746, hasta nuestra guerra, ha sido motivo de constante preocupación».

Otra de las aportaciones españolas durante nuestra guerra a la ciencia médica fue la del transporte de sangre a distancia. Hasta entonces las transfusiones se hacían directamente del donador al receptor. No se conocía el método de conservación del plasma. Y fue otro catalán, Frederic Duran Jordá, quien hizo posible esta proeza, que permitió salvar miles y miles de vidas.

Trueta nace en una barriada obrera barcelonesa.

Josep Trueta había nacido en el Poble Nou de Barcelona, el 27 de noviembre de 1897, en el número 236 de la calle Wad-Ras. En 1897 España vive el último año de su Imperio colonial. La preocupación nacional era la guerra de Cuba, en donde morían nuestros jóvenes soldados, no sólo heridos en el campo de batalla, sino de vómito, de paludismo y otras enfermedades tropicales. Los que volvían eran una nota triste a lo largo y ancho del país: regresaban tullidos, disminuidos, demacrados, con una tez amarillenta. En agosto había sido asesinado, por un anarquista italiano, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros y jefe del Partido Conservador.

Josep Trueta era el segundo hijo del matrimonio formado por Rafael Trueta, médico, y Mercedes Raspall. Los otros hijos fueron Julia y Rafael. Los Trueta eran oriundos de Lérida y los Raspall, de Sabadell. La Barcelona donde discurre la infancia del niño Trueta es una ciudad que rebasa ya el medio millón de habitantes. Las líneas de los tranvías empiezan a electrificarse. En las casas se instalan los primeros teléfonos y los primitivos ascensores «hidráulicos» constituyen una gran novedad. Por las calles circulan algunos autos, y !as gentes se paran a mirarlos, con una mezcla de admiración y de temor. En la Plaza del Teatro hay una para-da de seis taxis a disposición del público.

La infancia de Trueta fue feliz. Su padre educó a sus hijos con cierta severidad. Procurando mantener un equilibrio entre el sentimiento de sentirse desposeídos y el de la corrosiva facilidad, obligándoles a dar siempre lo mejor de sí mismos. Trueta fue siempre un niño alto para su edad, rubio, vivo, travieso. infatigable, imaginativo, al que nada daba miedo. Empezó pronto a ir a un parvulario de la calle de Mendizábal. Al poco tiempo pasó a los Escolapios de la Ronda de San Antonio, en el que existían varias secciones: la de los alumnos «externos», los «vigilados», los «medio-pensionistas» y la de los «encomendados». los dos primeros eran los catalogados como "pobres". La discriminación social era tajante y despiadada.

El deporte, fuente de juventud.

El doctor Rafael Trueta había heredado de su padre la convicción de que el ejercicio físico era fuente de juventud para el género humano. Lo cual, años más tarde. demostraría científicamente su hijo Josep. Así que el doctor Trueta fomentará en sus hijos la afición al deporte desde muy niños. En 1909, don Rafael inscribió como miembro del Fútbol Club Barcelona a su hijo mayor. Entonces el «Barca» tenía su terreno de juego en la calle de la Industria. El campo era de tierra, rodeado de frágiles tribunas de madera. Después, los inscribió en el Club Natación Barcelona. La natación sería el deporte favorito de Josep Trueta. Aunque nunca llegase a batir marcas como su hermano Rafael, que fue campeón de España. Su gran pasión por el deporte lo llevó a cultivar el fútbol, el boxeo, el tenis y el atletismo. En los sótanos del Ateneo Barcelonés había entonces un gimnasio y una escuela de esgrima, en la sala donde hoy se celebran las exposiciones. Las lecciones corrían a cargo del profesor Bea. Josep Trueta, inicialmente zurdo, empezó a asistir a estas clases, por consejo paterno, con objeto de que se convirtiera en ambidextro. Su afición y aplicación le permitieron manejar la espada, el sable y el florete con notable destreza. De esta manera se habituó a usar la mano derecha, lo cual, posteriormente, le favoreció mucho en el ejercicio de la cirugía, al permitirle emplear los dos manos. En el Ateneo también aprendió a jugar al ajedrez, y el Ateneo era su lugar de refugio cuando tras los mítines de Cambó y Ventosa y en las manifestaciones estudiantiles los perseguía la guardia montada, blandiendo el sable. En cuanto lograban alcanzar la escalinata del noble edificio de la calle Canuda, se consideraban a salvo.

Su primera vocación: ser pintor.

Desde niño Josep Trueta soñaba con ser pintor. Su padre deseaba que continuase la tradición familiar. Cinco o seis generaciones de Truetas se dedicaron en el pasado a las ciencias y a la medicina. El título más antiguo que posee la familia está expedido en 1790, por la Facultad de Medicina de la Universidad de Huesca. Pertenece a Antonio Trueta, de Artesa de Segre, cirujano en la guerra del Rosellón. En los tiempos de la infancia de Trueta no se discutía la voluntad paterna. Pero don Rafael, que era un hombre inteligente, no quiso imponer su voluntad abiertamente. Persuadió a su hijo de que, para ser un buen dibujante, debía conocer afondo la anatomía: «Estudias Medicina, y aprendes anatomía, y si continúas empeñado en pintar, no ejerzas la carrera». Este fue el camino que le llevó a la Medicina. Inició sus estudios con escaso entusiasmo, aunque poco después ya se sentía hondamente interesado por ellos. En los últimos años de su carrera, expuso en dos ocasiones sus cuadros en una sala de arte. Más tarde, confesaría que superada la primera crisis "...y cuando pude hacer disección con mis propias manos, en seguida me di cuenta de cuál debía ser mi misión en la Medicina: hacer arte en el cuerpo humano".

El Hospital de la Santa Cruz.

En septiembre de 1921 Josep Trueta se licencia en Medicina. Ingresa inmediatamente en el Departamento de Cirugía del Hospital de la Santa Cruz. Este hospital era el mayor centro hospitalario de Barcelona. Tenía una prestigiosa tradición pedagógica: en él se enseñó la Medicina hasta la inauguración del Hospital Clínico en 1907. Fue en el Hospital de la Santa Cruz donde Pedro Virgili creó el Real Colegio de Cirugía, dirigido por Antonio de Gimbernat en 1768. Y en el viejo hospital (erigido en tiempos del rey Martín el Humano en 1401) Santiago Ramón y Cajal, profesor de la Facultad de Barcelona hizo su elaboración de la neurona, en 1888, que le valdría más tarde el Premio Nobel.

A últimas de diciembre de 1923 se casan Josep Trueta y Amelia Llacuna, la que sería «la luz de su vida». Tuvieron cuatro hijos: Meli, Rafael (muerto en 1931), Montserrat y Tula.

Josep Trueta percibió su primer sueldo -50 duros al mes— como médico de guardia de la Caja de Previsión y Socorro Anónima de Accidentes, porque en el hospital no ganaba nada. En las instalaciones médicas de esta Mutua se llegó a asistir hasta cuarenta mil accidentados anuales. En un principio, Trueta atendía a los heridos menos graves en las urgencias y curas y ayudaba en las operaciones. Por aquella época otra fuente de ingresos era la que le procuraba la administración de inyecciones de Salvarsán, contra la sífilis. La aparición de este producto para el tratamiento de la temida y frecuente enfermedad venérea, una de las mayores calamidades sociales de la época, fue realmente una bienaventuranza. El entusiasmo con que fue acogido sólo puede compararse con el que años más tarde despertaría la penicilina. El Salvarsán se aplicaba por vía intravenosa. Esas prácticas no eran entonces tan corrientes como en la actualidad y la aplicación de cada inyección costaba veinticinco pesetas cantidad muy respetable, pues equivalía a dos jornales y medio de un obrero especializado. El doctor Rafael Trueta confiaba a los sifilíticos a su hijo con objeto de que «el noi» se abriese camino.

El Salvarsán tratamiento de la sífilis por el 606 fue un acontecimiento científico con el cual se creía estar a punto de encontrar la curación de todas las enfermedades infecciosas. Su popularidad hizo correr ríos de tinta, no sólo a los médicos, sino también de literatos y poetas:

¡Ehrlich!, el precursor, el apóstol, el sabio

que tiene el mundo entero pendiente de su labio.

Aquel que en las sombrías salas de un hospital

vio surgir una aurora de un tubo de cristal.

¡Ehrlich!, sajón y rubio, protector amoroso

de la santa ramera, del pobre crapuloso,

del que luce en su cara los estigmas del vicio,

el bachiller que en lides de pasión fue novicio,

de la que harta de goces como manda natura

debilitó su cuerpo con excesos de hartura.

............................

¡La sífilis sucumbe!, suene el áureo trombón,

¡Ya no existe avariosis! ¡Gloria a Ehrlich  el sajón! (2).

La primera intervención quirúrgica.

La primera intervención quirúrgica la practicó Trueta al lado de su padre. Fue una hernia que le extirpó a Canuto», un carretero muy famoso de Castelltersol. Era un hombre pintoresco, que se había hecho rico con sus carros, el medio de transporte y de locomoción más corrientes en aquellos años. «Canuto» se había costeado su propia estatua de mármol que hizo colocar en unos terrenos suyos, en la entrada de la población. Como era gordinflón y aparentaba lo que realmente era y hacía, un día entró en un establecimiento de venta de automóviles de la calle de Córcega, dispuesto a comprar un impresionante «Renault» que estaba expuesto en el escaparte. El vendedor, que lo juzgó por su facha, por poco lo echa de allí de mala manera. Para impedirlo "Canuto" tuvo que mostrarle un fajo de billetes que dejó boquiabierto al desconfiado dependiente. Se llevó el coche a su casa, pero no lo pudo disfrutar ya que tardó demasiado en llamar a Trueta, para que «le arreglase su tripa», y no sobrevivió a la operación, que el joven médico le practicó encima de la mesa del comedor de la casa del carretero en Cestelltersol.

En aquella época se efectuaban muchas operaciones a domicilio. La gente tenía toda clase de prevención a ser trasladados al hospital o a una clínica. Este prejuicio no era privativo del paciente humilde, que veía en el hospital un asilo para indigentes y pobres de solemnidad, sino que incluso las clases privilegiadas solían negarse a ser ingresados en una clínica particular.

La doble circulación renal

La aportación de Josep Trueta a la Medicina es inmensa. Quizá lo que le haya dado más popularidad a su nombre sea el «método Trueta», sobre el tratamiento de las heridas, Pero dentro del mundo de la investigación el hallazgo de la doble circulación renal es un descubrimiento de la mayor trascendencia. Con él se abría un nuevo e interesante capítulo —como ha dicho el profesor Teófilo Hernando— dentro del muy amplio de las circulaciones locales, que Trueta extendió hasta los huesos. Sus observaciones empezaron en 1936, durante nuestra guerra. Tras el traumatismo en los accidentes o heridos de bombardeos se producía en muchas ocasiones un fallo renal. Sus investigaciones prosiguieron en Oxford, al principio de los años 40. Observó a diversos pacientes que ingresaban en el hospital, a veces con lesiones en apariencia leves, y que fallecían de uremia a los ocho días. Emprendió entonces una serie de trabajos experimentales con el doctor Barnés sobre conejos, perros y ratas, que confirmaron su teoría. El trabajo se publicó en inglés, en 1947, y dos años más tarde en castellano: Estudios sobre la Circulación Renal, que tradujo el doctor Carreras Verdaguer. La conclusión de su descubrimiento la relata Trueta en su libro así: «En realidad el riñón presenta dos circulaciones potenciales: una mayor y otra menor. En ocasiones puede pasar la sangre casi exclusivamente por una o por otra. En los casos de "shock" experimental o clínico se produce un desvío de la circulación cortical, que se reduce y hasta llega a ser anulada, hacia la yuxtamedular, "atajo" por el que el tránsito es más rápido, hasta el punto de no dar tiempo ni para que la sangre ceda el oxígeno a las células renales, como lo prueba la existencia de la misma proporción de oxígeno en la sangre de la vena renal que en la de la arteria».

Este trabajo por el que Trueta estuvo propuesto para el Premio Nobel, es tan importante que constituye el punto de partida de otras muchas investigaciones. Y desde hace 25 años la mayoría de los artículos dedicados a la circulación renal empiezan con las palabras: "Desde que Trueta...".

Conforma la trilogía de las grandes aportaciones de Trueta El origen del sistema óseo. Cirujano ortopédico y traumatólogo, sus primeras investigaciones se orientaron hacia los huesos. Resolvió la duda entre el criterio de John Hunter, defensor del crecimiento de los huesos largos a expensas de los extremos, y la del fisiólogo Magendie, defensor de un crecimiento uniforme en su totalidad. Trueta reafirmó y fortaleció el criterio de Hunter.

"Honoris Causa" de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Josep Trueta, ex profesor emérito de Cirugía Ortopédica de la Universidad de Oxford. Miembro de honor de numerosas Academias y Asociaciones Médicas de todo el mundo. Con innumerables premios y títulos, doctor Honoris Causa» de las más prestigiosas Universidades europeas y americanas, ha contribuido a la historia de la Medicina con la publicación de más de 200 trabajos y 20 monografías, publicados en distintos idiomas. España, tan pobre en hombres de ciencia, regaló al mundo a Trueta. Y cierta España no pudo ser más injusta con él, como con tantos hombres de bien que se exiliaron en 1939. Durante mucho tiempo su nombre estuvo prohibido en la prensa nacional, empeñada en ignorarle cuando el mundo se disputaba el saber de este «médico rojo». Ahora, en su lecho de muerte, se le han concedido honores nacionales, como la Gran Cruz de Carlos III, y la Universidad Autónoma de Barcelona le nombró doctor «Honoris Causa» cuando su vida tenía ya el plazo fijado. En el acto celebrado en el que fuera su Hospital, hoy de la Santa Creu i San Pau, dijo en el que iba a ser su último discurso, que no pudo terminar: «Habiendo dejado Catalunya cuando la democracia moría en ella, es para mi una fuente de gran satisfacción el que este título me sea conferido cuando la democracia renace... La libertad es consustancial en mi vida. Este acto de hoy significa el verdadero retorno a mi tierra que dejé porque no quería ver muerta la libertad en mi país»


(1) Este fragmento del discurso del Premier británico. publicado en The Dail Telegraph and Morning Post., 19-6-1940, fue suprimido en el Diario Oficial de las Secciones del Parlamento, a instancias del duque de Alba, embajador de España en Londres.

(2) «Silvio itálico». de Benito Buylla. Revista Promateo, número XX.