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Historia y Vida nº 100 julio de 1976

Interrogantes en la Batalla del Ebro

Luis Romero

Uno de los escritores que mejor conocen —por sus vivencias y sus estudios— la guerra civil española, se interroga sobre algunos puntos oscuros de la batalla del Ebro, el mayor enfrentamiento bélico de aquella contienda.

 La batalla del Ebro, la mayor, mas duradera, cruel y mortífera, la más decisiva, ha sido concienzudamente estudiada y ha merecido la atención de historiadores, comentaristas militares y también de quienes, por haber participado en ella o tenido intervención indirecta o como testigos, se han creído calificados para narrar sus vicisitudes. Mucho se sabe, aunque no todo todavía, sobre movimiento de tropas, choques, medios empleados, unidades, artillería, combates aéreos, nombres, maniobras; incluso sobre el número de bajas, puedo uno llegarse a formar alguna idea, si bien a cambio de abrirse paso a través de una maraña de tergiversaciones, confusión intencionada o no, alegatos exculpatorios o fallos de la memoria favorables a la persona que escribe y a la causa que defendió.

Que el cruce del río fue un éxito para el ejército de la República parece indiscutible, y que lo fue en mayor medida que políticos y militares lo habían supuesto de antemano. También las operaciones que como consecuencia del paso se plantearon cumplieron algunos de los propósitos con que fueron concebidas: paralización de la ofensiva nacional contra Valencia y prolongación de la guerra durante cuatro meses, más aún de lo esperado. Que fallaran otras previsiones en cuanto a amplitud y trascendencia de la empresa y que circunstancias internacionales alteraran el tablero en el cual se jugaba la partida, no disminuye el ímpetu, el coraje y la pericia de que hicieron gala las divisiones republicanas del Ejército del Ebro. Pero tampoco puede negarse que la batalla fue ganada por las tropas nacionales y que los resultados que se derivaron serían decisivos. La suerte de la posterior ofensiva contra Cataluña fue consecuencia de la victoria nacional en el Ebro, y la pérdida de Cataluña decidió la guerra.

Victoria pírrica.

La batalla del Ebro se saldó con ventaja para el bando nacional, que —escribirlo desde la paz escalofría— causó al enemigo más muertos y heridos, capturó superior número de prisioneros, derribó mayor número de aviones, ocasionó destrozos más importantes en armamento y efectivos, y todo ello a despecho de que los quebrantos propios fueran enormes y que en número de muertos y heridos no quedaría muy a la zaga. Lo que sí pudo fue superar más pronto la crisis; disponía de mayores reservas, repuso armamento a tiempo, y no adolecía de la división en dos de su zona, como ocurría en el bando republicano. Sobre bajas propias y ajenas siguen dándose cifras contradictorias y haciéndose cálculos que en nada modifican lo que de verdad allí ocurriera. Ramón Salas, según cita de Ricardo de la Cierva en la «Historia Ilustrada de la Guerra Civil Española», ha calificado la batalla del Ebro de «victoria pírrica», calificativo que le cuadra. Manuel Aznar, sirviéndose de cálculos poco convincentes, hace ascender las bajas republicanas a 100.000; para García Valiño fueron entre 90.000 y 100.000; Lister las rebaja a 50.000; supone Tagüeña que serían unas 60.000; Gárate cree que 95.000. Fernando Estrada, basándose en datos de las propias unidades, calcula las bajas nacionales en unas 50.000, si bien carece de números sobre alguna de ellas, lo que haría aumentar algo la cifra, y contabiliza los muertos en 6.500; Gárate acepta que pudieron alcanzar cifras muy semejantes. Le contó Negrín a Azaña que habían sufrido tres mil muertos y treinta y un mil heridos, pero las cifras pudo elegirlas un poco al tuntún. Estos números, y en particular los que se refieren al bando republicano, responden a estimaciones que, probablemente —y ojalá sea así, piensa uno—, parecen algo hinchadas, pues la diferencia entre uno y otro bando no fue mucha y más en prisioneros y evadidos que en muertos y heridos.

Izquierda: Pontoneros en el Ebro. Derecha: Cañón AA republicano en Gandesa.
Además de pontones y pasarelas para el paso del Ebro se utilizaron balsas y lanchas.

La guerra de los libros.

Cuanto se escribió sobre la guerra hasta hace poco, en que se iniciaron meritorios esfuerzos para una objetivación esclarecedora, podría clasificarse en dos conjuntos antagónicos que corresponden a cada uno de los bandos. Aquello que se escribió por parte de los nacionales forma un bloque monolítico con mínimas y sutiles fisuras. Lo que se emprendió e hizo en lo militar, político, religioso o en cualquier otro aspecto, estuvo bien hecho, perfecto, inmejorable, indiscutible; cuanto hicieron los contrarios fue malvado, criminal, engañoso y, en el mejor de los casos, equivocado. En el bando republicano las cosas se planteaban de distinta manera, aunque con idéntica intransigencia. La diversidad de partidos, sindicales y tendencias personalistas, y los enfrentamientos internos que se desarrollaron o produjeron, hacen que la Historia participe de un carácter hipercrítico; basta hojear un libro o cualquier otra publicación para percatarse de si se trata de autor comunista, republicano demócrata, catalanista, libertario, socialista, nacionalista vasco... No son sólo las alabanzas que sin tasa ni rigor se prodigan sobre aquellos que militaban en la misma fracción, sino los ataques y hasta insultos dirigidos a los de las otras fracciones que lucharon en el mismo bando. A veces la tergiversación y la injusticia se manifiestan tan evidentes que llegan a irritar. Quien leyera sólo libros de tendencia republicana (y tomo el término en sentido amplio) llegará a la conclusión de que se produjo una psicosis de culpabilidad colectiva a la cual se pretende escapar por la vía más fácil: acusar a los demás. Este caos informativo resulta desconcertante, pues incluso a personas a quienes consideramos solventes les sorprendemos en tergiversaciones, silencios que inducen a error, exageraciones o simples embustes, y en equivocaciones achacables a que, por formar parte de un colosal aparato de propaganda mitificadora, han permitido que les atrapara el mecanismo. Dejando al margen contadas excepciones, y salvo los libros publicados de ocho o diez años a esta parte —y no todos, ni casi todos— pueden considerarse proyectiles más o menos certeros de la «guerra de los libros». Aceptado este panorama, puede suponerse que son contadas las ocasiones en que se produce unanimidad, pero se dan casos...

Sorpresa en el río.

De todo lo escrito en ambos bandos sobre el paso del río por parte del Ejército republicano durante las primeras horas del 25 de julio de 1938 —día de Santiago— y de la confrontación de lo escrito con las declaraciones de quienes se hallaron presentes, se deduce que las tropas nacionales que cubrían la orilla derecha del Ebro fueron sorprendidas, arrolladas y dispersadas, que se les hizo un crecido número de prisioneros y que perdieron material de guerra en cantidades que aún hoy se discuten y regatean. Las tropas que defendían, o tenían por misión defender el arco que forma el río entre Mequinenza y Cherta, pertenecían a la 50 División del Cuerpo de Ejército Marroquí. Cubrían la primera línea ocho batallones, y había ocho más en reserva, de los cuales tres de la 13 División y otro era una bandera de la Legión. La resistencia fue limitada (Fayón, Flix y el castillo de Miravet principalmente), corta en el tiempo y desordenada, como debida a la iniciativa de algunos oficiales que se vieron sorprendidos y cercados, o que trataron de oponerse al enemigo o de reagruparse. Parece evidente, y nadie sostiene lo contrario, que el dispositivo nacional saltó en las primeras horas y que la penetración republicana fue rápida y profunda; los prisioneros que se hicieron en los primeros días los evalúa Modesto en 7.000, y Kindelán en 4.000; muchos en cualquier caso. Todo, pues, permite suponer que el ataque sorprendió a quienes defendían la primera línea y la inmediata retaguardia, y el coronel Campos, que mandaba la División, fue depuesto y sancionado.

Algunos datos.

Sabemos que al frente del Cuerpo de Ejército Marroquí estaba Yagüe, que había tomado de nuevo el mando el 4 de julio, tras un apartamiento que le fue impuesto como sanción a un discurso que pronunció en Burgos. De las tres divisiones que contaba, la 13, que mandaba Fernando Barrón, se consideraba como una de las mejores del Ejército nacional; la 105, buena; la más floja era la que precisamente cubría la línea, o sea la 50, de reciente constitución. Fortificaciones apenas existían, y la misión asignada al Cuerpo Marroquí era —según Ramón Salas— «la que siempre tuvieron los frentes pasivos nacionales, la de resistir con sus medios el tiempo suficiente para que las reservas se encaminaran a taponar las brechas que se produjeran, pero para ello —puntualiza— Yagüe hubiera necesitado más tropas o una mejor organización del terreno». La División 105 (López Bravo) cubría la parte sur de la orilla del río, entre Benifallet y el mar, sector en el cual la lucha tuvo características muy distintas y los republicanos fueron rechazados.

Preparativos.

Los preparativos para el paso del Ebro se habían iniciado con bastante anterioridad. Sobre ellos nos dan valiosa ilustración los capitanes de aquella empresa, Modesto, Líster y Tagüeña, en sus respectivos libros de memorias. Por medio de atrevidos golpes de mano dirigidos a conseguir prisioneros, utilizando las noticias de observadores que se infiltraban a través de las líneas enemigas, por exploración de los vados, añadido todo ello a los medios de información ordinarios y a lo que se descubría desde los observatorios, llegaron a reunir importante información que les seria de gran utilidad en las primeras jornadas. Tomando las debidas precauciones y usando del sigilo cuando resultaba posible, iban acercando a las líneas, a los puntos de partida, hombres y material en enormes cantidades, no sólo el propio de cualquier batalla, sino también el especifico de la operación planeada: puentes, pasarelas y pontones de diversos tipos y una importante cantidad de barcas requisadas en los puertos de pesca y playas. En lugares no distantes de lo que seria zona de operaciones se llevó a cabo una instrucción complementaria de las tropas sobre cuya finalidad no cabían demasiadas dudas. Asimismo se arreglaron y ensancharon caminos y fueron trazadas pistas nuevas. Tagüeña llega a extrañarse de que el estruendo de los camiones en las últimas maniobras de aproximación no alertara a los nacionales.

Se reunieron en las zonas próximas al lugar elegido para la ofensiva unos 100.000 hombres, carros de combate, una considerable masa de artillería, a la que habría que añadir numerosas piezas antiaéreas; se municionó convenientemente, se allegaron puentes, pasarelas, barcas, pontones, se acumularon víveres, material sanitario, se establecieron cuarteles generales, observatorios. Sólo la aviación no fue trasladada al teatro de operaciones, quizá porque temieron que su movimiento se haría demasiado visible y de fácil interpretación, y esa cautela había de resultar altamente perjudicial en los primeros días y restó, probablemente, profundidad al ataque, por carencia de cobertura, y porque los aparatos nacionales si actuaron desde el primer día.

Es el momento de salir de la trinchera y lanzarse al asalto. En la fotografía, un soldado republicano arrojando una bomba de mano.

Orden de operaciones.

Para enjuiciar esta batalla, al margen de comentarios hechos con posterioridad por unos y otros, conviene conocer la orden de operaciones dada el 22 de julio. La transcribe íntegra Ramón Salas y es muy larga y detallada. El objeto es: "Establecer una cabeza de puente en la región de Gandesa que pueda servir de base de ulteriores operaciones, y si las circunstancias se presentan favorables, continuar la penetración". Más adelante, en el apartado «Idea general de la maniobra» se precisan los puntos por los cuales se llevará a cabo el cruce del río y el ataque, y se establece: «dos acciones más lejanas en los extremos del dispositivo, permitirán distraer la posible reacción contraria y en su caso explotar el éxito». Se refiere al paso por Amposta y a la proyectada bolsa superior al sur de Mequinenza, operaciones que, de haber tenido éxito (y la segunda de ellas la tuvo en su planteamiento), hubiesen sido aprovechadas con evidente peligrosidad para el ejército nacional. La operación general debía efectuarse en tres fases, de las cuales se cumplieron casi en su totalidad las dos primeras; la tercera no llegó siquiera a iniciarse. La cuarta fase era: «Según el tercer objetivo y siguientes que en su momento indique el mando superior». Todo permite suponer que, aparte de la tercera fase que conocemos: «ocupar la línea de Algars y Valderrobles» y «seguir avanzando con el eje Pinell-Tortosa, Vinaroz, apoyando su flanco derecho en la sierra de Pándols-vértice Espina-puerto de Beceite-sierra Montenegrelo... ocupará la orilla izquierda de los ríos Mangrané y Cérvol», y con las naturales reservas por parte del alto mando, se apuntaba hacia objetivos ambiciosos: Caspe, Alcañiz, Morella y Vinaroz y a desbaratar el conjunto del dispositivo nacional, atacándole por le espalda.

La operación en si.

De la batalla del Ebro y en especial su iniciación, sólo nos proponemos comentar determinados aspectos y plantear algunos interrogantes que nunca han obtenido respuesta satisfactoria. Apenas nos referimos a otros aspectos de la batalla acreedores de más amplias explicaciones, ni al éxito del ejército republicano que durante la noche del 25 de julio y a lo largo de todo el día cumplió sus objetivos con precisión de reloj, con tan débiles fallos que salvo uno, apenas merecen señalarse. Tenemos noticias de cómo se efectuó el paso de las unidades de los cuerpos de Ejército V y XV, los puntos por los cuales lo hicieron y detalles de los medios que utilizaron. La rapidez, la eficacia y el arrojo de los mandos y las tropas quedaron demostrados en una maniobra que en aquella época, según los comentarlas que leemos, se consideraba casi irrealizable. El único fracaso, que resultó sangriento, se produjo hacia el sur, en el sector de Amposta-Campredó, y fue debido a la reacción enérgica e inmediata de las fuerzas que mandaba el coronel Coco, pertenecientes a la División 105, reforzadas por un tábor de Tiradores de Ifni de la reserva de la 13. Desde el punto de vista local la operación, que corrió a cargo de la XIV Brigada Internacional (encuadrada en el V Cuerpo), está bien explicada por Jacques Delperrie en su conocido libro «Les brigades internationales». Se produjeron cuantiosas bajas por ambas partes, y los efectivos internacionales quedaron muy mermados en aquel sector; de haber tenido éxito el cruce hubiese podido explotarse con éxito. Delperrie incide en algunas equivocaciones y quien le siga al pie de la letra sobrevalorará la intervención de los interbrigadistas extranjeros en el conjunto de la operación: no se trata aquí de exageración, sino de que el adoptar un punto de vista determinado resalta a los que se hallan situados en primer plano. En este sector apenas se produjo sorpresa y la reacción de los nacionales fue inmediata.

La información nacional.

Los libros de tendencia nacional, desde Aznar, a quien puede considerarse un clásico, se manifiestan de acuerdo, e incluso lo señalan con insistencia, en el hecho de que los servicios de información del Cuerpo de Ejército Marroquí —y por consecuencia los de Dávila y del Cuartel General— estaban al corriente de la operación que se planeaba por parte del Ejército Popular. En la «Historia Militar de la Guerra de España» se acumulan una serie de datos para demostrar el excelente funcionamiento de los servicios de información nacionales (dos páginas antes se ha resaltado, «la irregularidad e insuficiencia del servicio de espionaje rojo») y se precisan los conocimientos que se poseían sobre concentración de unidades de elite, acopio de barcas, ejercicios de entrenamiento en esas embarcaciones, el considerable incremento de las defensas antiaéreas, el transporte de puentes... Y se llega a la conclusión de que va a intentarse atravesar el río. Añade Aznar esta curiosa reflexión: «¿Puede entonces decirse que las tropas nacionales fueron sorprendidas por el ataque?»; —y sigue—: «Solamente en parte. Sorprendió a las vanguardias, indudablemente, la rapidez, la velocidad de la operación». Con todo lo cual no queda nada explicado. Los diversos autores se muestran acordes en que se tenia conocimiento de que iba a intentarse forzar el río y en que las observaciones de la aviación lo confirmaban en sus partes diarios. Precisa Aznar, y otros autores, que en consecuencia Yagüe pidió refuerzos «que no pudieron enviarle. Tomó las precauciones del caso y acentuó la observación». La unanimidad es tanta y los datos a que se alude tan convincentes, que no puede dudarse de que el Mando nacional se hallaba al corriente de que los republicanos se disponían a cruzar el río con fuerzas muy importantes por su número y calidad. Todavía Gárate en su reciente libro, «La guerra de las dos Españas», afirma: «La operación no constituyó sorpresa para los nacionales, sino en su importancia. Se conocían los preparativos por informes verbales e informaciones visuales, pero, calculando mal las posibilidades del enemigo, tan rápidamente reorganizado, la economía de fuerzas hizo que para contenerlo se juzgasen suficientes las reservas del Cuerpo de Ejército». Ramón Salas hace en este punto una excepción a su costumbre y aporta un testimonio personal al cual hay que atribuir valor probatorio: «Se ha hablado de sorpresa absoluta y en lo táctico se produjo sin duda, pero soy testigo excepcional de que se esperaba el ataque; el propio general Yagüe me lo dijo en su cuartel general dos o tres días antes de producirse y me afirmó que sería duro. Su duda estaba en si el enemigo atravesaría el Segre, el Ebro o ambos simultáneamente. Me añadió que había solicitado algunos refuerzos, que le habían sido denegados». Y sigue así: «Luego sus dudas debieron de desvanecerse, pues trasladó a la zona de Gandesa cinco unidades tipo batallón...». Podríamos aducir multitud de citas en igual sentido; vamos a cerrar con una que nos parece significativa por tratarse de un dietario, «Cuadernos de guerra y notas de paz», de Jorge Vigón. Ya el 15 de julio se comenta en «Etapa» (Cuartel General del Ejército del Norte) que hay movimiento de fuerzas enemigas al N del Ebro, y dice: «Es posible que intenten algo, pero la Agrupación de Divisiones de Yagüe resistirá bien». El día 20 anota: «Siguen llegando noticias de movimientos de los rojos...». Y al día siguiente alude de nuevo a «si intentan algo en el Ebro».

Primer interrogante.

¿Cómo se explica que, conociéndose por parte del mando nacional los propósitos del enemigo y la importancia pie los contingentes que concentraban al efecto, pudiera producirse la sorpresa? Achacarlo a incompetencia de algún mando subalterno, a la escasa capacidad combativa de la división recién formada, que precisamente ocupaba la primera línea, al exceso de confianza que inspiraba la barrera natural de la corriente de agua, parecen razones escasamente convincentes y desvirtúan la idea que tenemos formada del ejército nacional. La contradicción subsiste y resulta evidente que los hechos acontecieron tal como todos coinciden en relatar sin razonarlos de manera satisfactoria. La configuración del limitado espacio en que el posterior encuentro se desarrolló, y el considerable número de combatientes empeñados en ambos bandos, imposibilitó, según los comentaristas militares, cualquier intento de maniobra, y se convirtió la batalla en una sucesión de choques frontales, infantería contra infantería, tras un machacamiento previo de las posiciones republicanas por parte de considerables masas de artillería, ametrallamiento y, bombardeos aéreos. La superioridad de medios de combate que, a medida que la batalla avanzaba, favorecía a los nacionales, y la posibilidad de empeñar nuevas reservas, que a los republicanos se les agotaron, decidirían la batalla en favor de Franco, a pesar de las mejores posiciones que ocupaba el ejército republicano. Pero cuando se planteó no podía preverse que la frontera francesa permanecería cerrada, o casi cerrada, y que no volvería a entrar armamento hasta enero de 1939, muy avanzada la ofensiva nacional de Cataluña. De haber recibido repuestas de armamento y transporte, de aviación y cuanto necesitaban, el signo de la batalla pudo ser distinto, pues a los republicanos no les faltaban entusiasmo y bríos, que debilitaron las penurias que les colocaban en situación de inferioridad. La Historia es irreversible, pero las futuras contingencias, más políticas que directamente militares, les eran desconocidas a los mandos nacionales cuando se preparaba la batalla y cuando el enemigo llevó a cabo el cruce.

Lo primero que hicieron las unidades republicanas en su fase de penetración, que sólo duró dos días, fue, de acuerdo con las instrucciones emanadas del Estado Mayor Central, apoderarse de las sierras que configuraban aquel quebrado terreno que iba a convertirse en escenario de la sangrienta batalla. Pándols, Cavalls, Fatarella, La Vall de la Torre fueron nombres que después se harían famosos. Aznar lo comenta sin ambages: "Y sobre todo, los nacionales han perdido todos los observatorios de la región. Este hecho es el que mayor influjo ha de ejercer en el desarrollo de la batalla". La batalla del Ebro se resumiría diciendo que todos los esfuerzos nacionales estarían dirigidos a la conquista de esas posiciones ventajosas de las cuales los republicanos se apoderaron sin lucha, y en ellas se atrincheraron y se defendieron desesperadamente para no ser desalojados. Una vez reconquistadas las alturas por parte de los nacionales, la batalla estaba decidida. Sólo un derroche hasta entonces nunca visto de artillería, morteros y aviación, y un alarde de tesón, coraje y disciplina hicieron posible aquella victoria nacional, que se pagó a un alto precio en bajas, es decir, en vidas humanas, en mutilaciones, en sufrimiento. Y analizando la guerra desde dentro, nos limitamos aquí a referirnos a las bajas propias, porque con respecto a las del enemigo las artes militares son por esencia despiadadas.

Segundo interrogante.

Si se sabía que los republicanos preparaban el ataque y no se había previsto la posibilidad de detenerles en el río, ¿cómo no se establecieron guarniciones o puntos de defensa en las sierras con fortificaciones adecuadas o por lo menos someras? De entablarse la batalla con las alturas dominadas por los nacionales, el resultado hubiese sido otro y las bajas nacionales escasas.

Basándose posiblemente en unas manifestaciones posteriores de Franco y dejándose arrastrar por propósitos de adulación o excesos admirativos hubo quienes supusieron que el paso del Ebro fue genial trampa que se le tendió deliberadamente al ejército republicano. La afirmación no se sostiene, pero de tener posibilidades de verosimilitud no resistiría la prueba del anterior interrogante porque resultaría que quienes pretendían adular hasta el irracionalismo incidirían en la peor de las difamaciones. Cosa distinta es que Franco se obstinara en proseguir en malas condiciones tácticas la batalla que por iniciativa republicana se había planteado, y que, a pesar del esfuerzo que tenía que exigir a sus hombres —esfuerzo y desgaste—, no trasladara la batalla a otro escenario. Entonces recibió críticas y todavía hay autores que desaprueban aquella actitud obstinada.

Tercero y cuarto interrogantes.

Se plantearían al considerar la actitud de los mandos republicanos. Frenada al segundo día la penetración del Ejército Popular y comprobada la imposibilidad de conquistar o rebasar Gandesa y Villalba de los Arcos, conseguido pronto el objetivo estratégico de frenar la ofensiva nacional sobre Valencia, y una vez que las tropas republicanas tuvieron que colocarse a la defensiva, vista la movilización rápida de reservas nacionales y la superioridad de los medios que iban empleando en la batalla, ¿cuáles fueron las causas que indujeron al mando supremo, que hemos de suponer serían el ministro de Defensa y el jefe del E. M. Central (Negrín y Rojo), a obstinarse en prolongar aquella lucha que terminaría con la destrucción de las mejores fuerzas de que disponía? Las consecuencias que a la República le acarrearía la batalla del Ebro eran previsibles por lo menos a partir de finales de agosto; y el Pacto de Munich (29 de septiembre) obligaba a desechar cualquier esperanza basada en conflictos internacionales. Quienes han pretendido cargar las culpas de todo a Casado, Besteiro y a quienes les apoyaron exageran, faltando a la verdad, los efectivos militares y los medios con que contaba el Gobierno en la zona Centro-Sur; lo cierto es que las posibilidades de resistencia eran cortas por lo que a tiempo se refiere. Sabemos que además de los objetivos tácticos y estratégicos, tras la bien planeada y ejecutada acción del Ebro, existían móviles políticos y propagandísticos. Se levantó momentáneamente la moral de las tropas y de la retaguardia, pero después el desencanto fue mayor aún. ¿Merecía la pena sacrificar a esos móviles políticos lo mejor del Ejército republicano en hombres y armamento?

A partir de aquí los interrogantes se encadenan y algunos de los que planteamos equivalen a insinuaciones de respuestas. ¿Confiaban los políticos republicanos en un derrumbe o, por lo menos, resquebrajamiento de la moral del enemigo? ¿No bastaba a disipar las esperanzas o a desvirtuar los informes que las alimentaban, la comprobación de los efectivos que acudían a la lucha y el empeño, que demostraban que el reto había sido aceptado con todas sus consecuencias? ¿Resultarían a la postre los republicanos víctimas de su exaltada propaganda y del ruidoso éxito que en este terreno les proporcionó el cruce del río? Suponiendo que los gobernantes tuvieran motivos, que entonces parecían fundados, para confiar en cambios de la política internacional que les beneficiaran, ¿era el escenario del Ebro el único que les permitía prolongar la duración de la guerra, una vez que la superioridad enemiga resultaba evidente y que la propia inferioridad de reservas permitía presagiar un final de desastrosas consecuencias?

Una barca zozobra junto a la orilla del río.

«Mis cuadernos de guerra», del general Kindelán.

Dentro del bloque apologético sin apenas fisuras apreciables a que nos hemos referido, los "Cuadernos", de Kindelán constituyen una de las excepciones. Ignoro la fecha en que el libro fue editado, porque no consta, pero cabe suponer que su redacción data de 1942 o 1943. Son diez breves ensayos dedicados en su mayor parte al análisis de diversas operaciones militares: Su tono crítico no deja de sorprender al lector, a pesar dé que la crítica se ejerce con mesura, y resulta difícil interpretar contra quién va dirigida, como si su redacción fuera dedicada intencionadamente a los iniciados. Nos referimos a lo que Kindelán comenta sobre la batalla que él llama de Gandesa y nosotros del Ebro: «En mi puesto de mando de Teruel, desde el cual me encontraba dirigiendo la actuación aérea en el avance hacia Valencia, recibí al amanecer del día 25 de julio de 1938 noticias alarmantes relativas a que el enemigo había pasado durante la noche el río Ebro por varios puntos entre Mequinenza y  Amposta, derrumbando nuestro frente y en extenso sector. Dos horas más tarde recibía orden del Generalísimo de emplear a fondo toda la Aviación contra los rojos sin reparar en sacrificios para destrozar y desorganizar sus dispositivos de marcha, cortar sus comunicaciones con retaguardia y debilitar su capacidad penetrante. Afortunadamente el tiempo era bueno y en el despliegue de aeródromos había yo previsto la eventualidad de un ataque por el Ebro o el Segre, que nuestros reconocimientos aéreos daban como probable, por lo que todas las fuerzas aéreas pudieron actuar desde el primer momento con intensidad sobre el nuevo teatro de operaciones, en el que su presencia era requerida con angustia y se revelaba indispensable, como única reserva eficaz que podía entrar en lid desde el primer momento, cooperar a la defensiva y salvar lo crítico de la situación, actuando sola, por lo menos en los primeros días,. Añade más adelante: «El desconcierto y el descuido, dando ocasión a la sorpresa, provocaron el derrumbamiento del frente, apenas fortificado y débilmente guarnecido desde Mequinenza a Mora, sector de cuya defensa estaba encargado el Cuerpo de Ejército Marroquí». Y sigue: «En contraste con esta negligencia, el ataque enemigo fracasó totalmente más al Este, entre Tortosa y el mar... Pero allí hubo mando y previsión, y el descalabro infligido al enemigo...». Hasta aquí parecería que la crítica, bastante dura, se refiriera a los responsables directos del sector, pero también podrían apuntar a Yagüe, a pesar de que la División 105 se hallara, lo mismo que la 50, bajo sus órdenes. En otros párrafos formula críticas enérgicas de carácter militar y psicológico (1), y más adelante precisa: «¿Fracasó el arma aérea (que mandaba el propio Kindelán) en su misión de reconocimiento y vigilancia? Así pudiera creerse al no evitar se produjera la sorpresa del 25 de julio. No fue así, sin embargo; desde unos días antes la Aviación venia acusando preparativos del enemigo para cruzar el Ebro, señalando los puntos en que se estaban concentrando tropas y material de puentes y de paso de río, y bombardeándolos. Como prueba del aserto podrían copiarse aquí los boletines de información del Ejército del Aire, correspondientes a los días del 4 al 24 de julio. Si a pesar de esto las tropas se dejaron sorprender, no cabe en ello culpa a la Aviación, que venia comunicando en sus partes el probable ataque con quince días de anticipación...». Aquí la crítica ya no parece dirigida contra un jefe de sector. En general se muestra disconforme con la forma en que se condujo la batalla, si bien reconoce que el objetivo final, la destrucción del ejército enemigo, se cumplió y que esto era lo más importante. Reconoce también que en el Ejército Nacional los mandos tuvieron que improvisarse y que en general no estaban preparados para una guerra de la envergadura que tomó aquella en que se vieran metidos. Vamos a añadir como complemento a lo escrito por Kindelán estas manifestaciones de Tagüeña: «El enemigo tenía datos generales acerca de la proyectada ofensiva, pero su información acerca de nuestros preparativos concretos fue siempre muy pobre, a pesar de los constantes vuelos de reconocimiento que su aviación realizó durante todo el mes de julio sobre todo el frente del Ebro y, especialmente, sobre la zona de Tortosa». Y añade luego que el día 24, cuando ya estaban hombres y material a la orilla del río, los nacionales ni siquiera enviaron el aparato de observación que tenían por costumbre. Lástima que Kindelán no transcribiera en apéndices los boletines a que se refiere, para que el lector y nosotros pudiéramos formarnos criterio propio.

Los Servicios Secretos.

Contrastando con el número de páginas verdaderamente extraordinario, por no decir exagerado, que se le han dedicado a nuestra guerra en sus diversos aspectos, existe un silencio total, inexplicable vacío, sobre la actuación de los servicios de espionaje y contraespionaje; nada apenas se ha publicado sobre lo que se hizo, se evitó o dejose de hacer. Si algo consta en los archivos —y debe de constar— no ha salido a la luz pública, y tampoco en el campo republicano se han hecho revelaciones, ni siquiera en aspectos de los cuales pudieran ufanarse. Y, sin embargo, mal o bien funcionaron. La Cierva ha escrito: «El general Ungría, jefe del contraespionaje de la zona nacional, ha apartado, poco antes de su muerte, un sensacional documento en el que afirma que sus agentes de Cataluña le habían informado puntualmente sobre el paso del Ebro, pero que alguno de los mandos intermedios creyó inverosímil la información y la dejó prácticamente bloqueada». De ser así, tendríamos que los servicios situados en la zona enemiga coincidían con las informaciones facilitadas por la aviación y por el conjunto de las observaciones procedentes de la línea, incluidas declaraciones de prisioneros y evadidos. Parece, en consecuencia, imposible que nadie se atreviera a «bloquear» informes concordantes llegados del campo enemigo.

El criterio de infalibilidad, en cuanto al Ejército nacional se refiere (y a la política y a todo) alcanza a los servicios secretos, y, sin embargo, una de las explicaciones plausibles de lo que ocurrió en el Ebro en julio pudiera provenir, precisamente, de un fallo de estos servicios, que aportaran al Cuartel General informes que contrarrestaran, en vez de confirmar, los que procedían de fuentes más directas. Sin que exista nada publicado al respecto, por lo menos que yo conozca, y sin mayor fundamento que fragmentarios recuerdos personales, parece que en un momento dado —y poder precisar la fecha sería muy útil—, las amplias redes de espionaje que funcionaban en zona republicana y principalmente en Cataluña fueron desbaratadas por el SIM. Se sabe que la acción policíaca, que fue amplia y eficaz, y que afectó a organizaciones de «quinta columna», no sería utilizada, como en otras ocasiones, como argumento de propaganda «antifascista», sino que, por lo menos las principales de aquellas detenciones, se mantuvieron en secreto. El SIM consiguió reunir importantes datos, claves, medios de enlace, nombres, consignas, etc., y parece ser que la «colaboración» de alguno de los agentes franquistas forzado por situaciones extremas. También parece ser —siempre «parece ser»— que, una vez reunida y sistematizada aquella valiosa información, se sirvieron durante algún tiempo de ella para enviar contrainformación, o sea noticias falsas que a ellos les interesaba que llegaran al Cuartel General enemigo. ¿Cuanto duró el engaño, si es que lo hubo? ¿Tuvieron relación estos incidentes con la sorpresa del Ebro?

Espionaje-ficción.

Imaginemos, y recalcamos que estamos imaginando, que, utilizando las claves y los medios de enlace del espionaje nacional en zona republicana, se enviaran informes falsos y que éstos coincidieran con la época que antecedió a la ofensiva del Ebro, al cruce del río. Imaginemos que estas informaciones, que podían recalcar los falsos agentes que las proporcionaban, procedían de muy buena fuente, atribuyeran la concentración de fuerzas y de material que detectaban los servicios de aviación y los directos, a causas especiales (por ejemplo, a crear una amenaza que forzara a desplazar reservas y a acumular medios en el Ebro que restaran eficacia al ataque en curso contra Valencia) que desviaran la atención sobre la amenaza de la operación real que los republicanos proyectaban. Imaginemos que la trampa estaba muy bien urdida con la complejidad consiguiente a mezclar datos reales y comprobables (incluso útiles) con los engañosos. Imaginemos que se jugó algo así como una partida de cartas en la cual uno de los jugadores viera las del contrario reflejadas en un espejo. Advertimos al lector que lo antedicho no tiene otra base que especular sobre hipótesis que ayuden a comprender lo inexplicable. ¿Pudo ocurrir que, a pesar de que se tenía la casi evidencia de que los republicanos iban a intentar cruzar el río, la dificultad de tal operación y el hecho de que no se hubiese trasladado la aviación de apoyo, llevara a suponer que el cruce se retrasaría o que un avance espectacular sobre Valencia -o su conquista— iba a malbaratarla? ¿Pudo subestimarse la capacidad militar republicana hasta suponer que con las solas fuerzas del Cuerpo Marroquí se les infligiría un castigo suficiente para frustrar la operación? ¿Se recibirían falsas informaciones o se produjo un error de cálculo con respecto al día, y fueron esos los motivos por los cuales dejaron de tomarse las medidas más elementales? ¿O fue un fallo del sistema que tantos éxitos había obtenido cuando en cualquier ofensiva se dejaban los demás frentes casi desguarnecidos, dispuestos a encarnizadas defensas locales? ¿Quién o quiénes fallaron, desde los centinelas que vigilaban la orilla hasta las más altas instancias? ¿Llegarán a ponerse algún día en claro estos extremos, y se dará explicación plausible a la sorpresa, lo mismo si se trató de una sofisticada maniobra de los servicios secretos, que si fue debido a simple relajación de la vigilancia, consecuencia del desprecio con que se consideraba al enemigo? Creemos que sí, y que sin esas aclaraciones el comienzo de la principal batalla de nuestra guerra queda un tanto inexplicado. En unas declaraciones que hizo Franco a «El Diario Vasco» el 1 de enero de 1939, calificó de «fea» a la batalla del Ebro, afirmó que la proporción de bajas fue de cuatro a una, lo que parece erróneo, y atribuyó los éxitos conseguidos al iniciarse la batalla de Cataluña al quebranto sufrido por el Ejército republicano en el Ebro. Y añadía: «Toda la decantada combatividad de los marxistas —que no fue tanta como se ha dado en decir—se acabó en muy pocos días. ¡Combatividad! ¿Qué podían hacer unos hombres con un río a la espalda y con las ametralladoras de los comisarios políticos listas para fusilarlos si intentaban replegarse?». Estas frases hay que considerarlas «políticas» y dirigidas a soldados que de nuevo se empeñaban en una gran batalla en que podría, a diferencia de la anterior, maniobrarse en campo abierto. El general Rojo, tras prodigar alabanzas a sus subordinados, añadía el siguiente comentario: «Una pugna en la que se batían las tropas de choque propias y enemigas de mejor organización y de más sólida moral; una lucha desigual y terrible contra la máquina, de la fortificación contra los elementos destructores, de los medios del aire contra los de tierra, de la abundancia contra la pobreza, de la terquedad contra la tenacidad, de la audacia contra la osadía, y también, justo es decirlo, del valor contra el valor, y del heroísmo contra el heroísmo, porque, al fin, era una batalla de españoles contra españoles».

 L.R.

(1) Tratamos de evitar la acumulación de citas, pero dada la personalidad del general Alfredo Kindelán, esta otra nos parece significativa: «También por nuestra parte abundaron los desaciertos y las faltas, máxima imprevisión y descuido en la vigilancia del frente; carencia de fortificaciones en la orilla del río y en la segunda línea, pánico en algunas unidades y desorientación y debilidad en los mandos; indecisión en los Cuarteles Generales y desconocimiento de cuáles posiciones debían conservarse a toda costa o recuperarse rápidamente, dada su importancia táctica».