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La Sanidad en la Marina republicana.

Dr. Pedro Ferrer Córdoba

INTRODUCCION

Narrar la actuación del Cuerpo de Sanidad de la Armada o, mejor aún, de aquella parte del Cuerpo de Sanidad de la Armada que permaneció fiel a España y al Gobierno de la República, es una empresa que reviste especiales dificultades para quien no fue testigo de aquellos dramáticos acontecimientos y que, por tanto, no puede disponer sino de algunos testimonios parciales, de las frías referencias aparecidas en las páginas del «Diario Oficial de la Marina» y, tras la supresión de éste, en la «Gazeta de la República», así como noticias fragmentarias que en la numerosa bibliografía de la época se deslizan a veces. Por esto, soy consciente de mis limitaciones, teniendo en cuenta, sobre todo, que son prácticamente inexistentes los relatos publicados sobre las actividades sanitarias dentro del ámbito de la Marina de la República. Sería deseable que las posibles inexactitudes que aquí pudieran reflejarse, y las numerosas lagunas que inevitablemente se advertirán, puedan ser corregidas o complementadas en un futuro próximo por los supervivientes de aquellos hechos. En cualquier caso, quiero dejar constancia de que únicamente me ha movido a escribirlas el respeto a quienes, fieles a sus ideales, desarrollaron su humanitaria labor en las bases o en la escuadra, muchas veces en condiciones extremadamente difíciles. Creo también que en esta publicación, que pretende recoger visiones opuestas  de los diferentes ámbitos de aquel trágico enfrentamiento, era necesario que quedara constancia, aunque fuera de manera muy concisa, de los avatares sanitarios en la Marina de la República. Que estas páginas sirvan, pues, para estimular nuevas publicaciones que contribuyan a un conocimiento más perfecto de una parte importante de la Sanidad naval en nuestra época.

LOS PRIMEROS MOMENTOS DE LA SUBLEVACIÓN

Es bien conocida la actitud favorable a la sublevación que mantenían la mayor parte de los jefes y oficiales de la Armada, lo que unido a otras circunstancias, permitió el triunfo de la misma en las bases principales de San Fernando y el Ferrol.  Por el contrario, la actitud vacilante de los conjurados, la indecisión de los mandos militares y navales, junto a la rápida reacción de los elementos populares y de las clases de marinería, permitió el control de la base principal de Cartagena y, con ello, su adhesión incondicional al Gobierno de Madrid. A la lealtad de Cartagena se sumó muy pronto la de la Base Naval Secundaria de Mahón en Menorca, la de la Base Aeronaval de Barcelona y la de la Escuela de Aeronáutica Naval de San Javier, de manera que todas las dependencias de la Armada en la costa mediterránea permanecieron fieles a la República. A diferencia de lo ocurrido en San Fernando y el Ferrol, en donde la sublevación se impuso por la fuerza, el control de Cartagena pudo lograrse sin enfrentamientos armados, salvo algún incidente aislado y no directamente relacionado con la intentona, como fue el caso del intercambio de disparos que se produjo en el interior del arsenal, en la mañana del día 19 de julio, a consecuencia del cual resultó muerto el teniente de Navío Ángel González López y herido el fogonero Dionisio Marchante Avilés, que había disparado sobre aquél. Dionisio Marchante fue trasladado con urgencia al hospital de Marina, situado junto a la muralla del mar, siendo el primer herido por arma de fuego que recibió el centro en aquellos días; a pesar de los esfuerzos realizados, falleció al poco tiempo. Mucha mayor violencia tuvieron los sucesos ocurridos en la base de Mahón, donde todos los jefes y oficiales fueron reducidos y encarcelados en el penal de la Mola, haciéndose cargo del mando de la base un comité presidido por el oficial primero naval Nicanor Menéndez. En este comité figuraba como jefe de Sanidad el auxiliar primero Raimundo Otero Brañas. Mientras, habían sido encarcelados el comandante médico Joaquín Sada, el capitán médico Manuel Palomo y el teniente médico Angel de Diego López. Este fue liberado muy poco tiempo después, al comprobarse su inquebrantable lealtad a la causa republicana. La Base Aeronaval de Barcelona fue el escenario a donde, procedente de Mallorca, y en un hidro de la Armada, llegó el general Goded para hacerse cargo de la sublevación de la Ciudad Condal. Aunque la intentona fracasó, muy pocos conocen que la misma pudo haber finalizado antes, pues en el momento que el general sublevado desembarcaba en la base, un practicante de la misma estuvo a punto de abatirlo de un disparo, aunque no logró su propósito pues fue reducido por uno de los conjurados.

LOS SUCESOS DE LA ESCUADRA

Si la sublevación consiguió triunfar en dos de las tres bases principales de la Armada, su éxito fue mucho menor a bordo de los buques que se encontraban navegando, porque, alertadas sus dotaciones desde la estación de radio de la Ciudad Lineal de Madrid, pudieron adelantarse a las intenciones de sus mandos, reduciéndolos y haciéndose con el control de los barcos, que en su mayor parte, y tras diversos avatares, pudieron conducir a Cartagena. Pero todo esto dio lugar a trágicos enfrentamientos, que el día 10 de agosto, y por el Estado Mayor de la Flota a bordo del «Libertad», eran evaluados en dos muertos y catorce heridos entre las fuerzas leales, mientras que entre los rebeldes se habían producido veintiocho muertos y tres heridos, todos ellos jefes y oficiales. La mayor parte de los muertos correspondían a quienes, en momentos de pasión incontrolada, habían sido ejecutados por las dotaciones, sin instruir, lamentablemente, ningún procedimiento judicial. Entre ellos sólo figuraba un oficial médico, el teniente Ramón Fernández, muerto a bordo del «Libertad». El resto de médicos, a pesar de que en muchos casos se tenía serias dudas sobre su lealtad, fueron obligados a permanecer en sus puestos. Este fue el caso del capitán médico del «Libertad» Luis Ubeda Guerrero, y de otros muchos, que en algún caso, como el del «José Luis Díez». aprovecharon para desertar a la primera oportunidad. La actitud de tolerancia para algunos médicos, independientemente de sus ideales, estuvo motivada a veces por auténticas necesidades sanitarias, como en el caso del «Jaime I», en el que durante los enfrentamientos ocurridos a bordo se produjeron varios heridos, que fueron conducidos a la enfermería de infecciosos, en donde fueron atendidos por el capitán médico José Antonio Solana hasta que pudieron ser desembarcados en Tánger. Sin embargo, en algunas ocasiones la actuación de los médicos fue decisiva a la hora de decantar la adscripción del barco a uno u otro bando. Así, por ejemplo, en el caso del crucero «Méndez Núñez», que se encontraba en Guinea, es decisiva la actuación del capitán médico Manuel Loma Fernández, que es el único oficial que permanece fiel a la República y a bordo, cuando todos los demás son desembarcados. De los auxiliares de Sanidad, José Moreno sigue con el capitán médico, mientras que Miguel Nieto desembarca en Guinea con el resto de los oficiales.

Los auxiliares de Sanidad tuvieron una participación más destacada en los comités de los primeros momentos. Así, en el «Almirante Valdés» vemos formando parte de él al auxiliar primero Benito Dopico Ferreiro. Muy poco conocido es el hecho de que cuando el Gobierno de Madrid destituye, tras la salida de Santa Isabel del «Méndez Núñez», al gobernador de la colonia, es nombrado para sustituirle, con fecha 17 de septiembre, el coronel médico de la Armada en situación de reserva Estanislao Lluesma García. Su mandato fue efímero, pues el día 20 de ese mismo mes es a su vez sustituido por el jefe de la Guardia Colonial, que proclama el estado de guerra y entrega el territorio a los sublevados.

LAS CONSECUENCIAS DEL ENFRENTAMIENTO

La sublevación y el inmediato desencadenamiento de la guerra civil tuvieron en el Cuerpo de Sanidad las lógicas consecuencias que la división de zonas impuso. Son varias las cifras que se barajan a la hora de considerar los efectivos del Cuerpo en los primeros momentos, siendo motivadas estas discrepancias por el hecho de que se tomen o no en consideración las correspondientes a aquellos jefes y oficiales que se encontraban en situaciones ajenas a las del servicio activo. De acuerdo con las fuentes más citadas y el Estado General de la Armada del año 1936, los escalafones estaban integrados en dicho año por las siguientes personas:

Cuerpo de Sanidad:

Jefes y oficiales médicos 

100

Jefes y oficiales farmacéuticos 

4

Supernumerarios 

18

TOTAL 

122

Escala auxiliar (jefes y oficiales) 

34

Escala auxiliar (suboficiales) 

133

De todos ellos, y antes de que terminara el año 1936, habían sido dados de baja por haber quedado en la otra zona, o por otras causas, los siguientes:

 

Médicos 

58

Farmacéuticos

2

Escala auxiliar

20

Escala suboficiales

75

Lo que da idea de la importante merma que ello supuso, teniendo en cuenta, sobre todo, que la mayor parte de la flota continuó siendo republicana. El hospital de Cartagena fue el único que quedó al servicio de la flota, debiendo recaer en él la mayor parte del trabajo derivado de ésta y de las fuerzas de Cartagena. Fue preciso atender, asimismo, las bases secundarias existentes y las que fueron creadas, primero, la de Málaga, y, tras la pérdida de esta ciudad, la de Almería. Todo esto puede dar una idea de la penuria de personal cualificado que se produjo, lo cual tuvo indudables repercusiones, que fueron solventadas, primero, trasladando desde Madrid, en septiembre de 1936, a once médicos de la Armada de los que se encontraban destinados allí, prácticamente a todos, por entender que donde hacían más falta era en Cartagena. Pero, como luego vemos, fue preciso recurrir también al concurso de personal civil, que pasó a prestar sus servicios en la flota.

PRIMEROS ATAQUES Y BUQUES HOSPITALES

Es imposible referir aquí todas y cada una de las actuaciones sanitarias que en el hospital de Cartagena se vivieron, sobre todo cuando se carece de estadísticas fiables y de relatos fidedignos, pero sí es preciso referir, por el impacto que tuvieron, los primeros ataques sufridos por algunos barcos, entre ellos, la agresión de un avión nacionalista al «Lepanto» el día 5 de agosto de 1936, que ocasionó un muerto, tres heridos graves y dos leves. Aún más importante fue el bombardeo sufrido por el «Jaime» el día 13 del mismo mes, que constituyó el desencadenante de algunos de los más lastimosos acontecimientos vividos en Cartagena. Desde los primeros momentos fue transformado el buque «Artabro» en buque hospital, pasando a desempeñar diversos cometidos en la zona de Málaga y el Estrecho. A bordo se embarcó un equipo quirúrgico que estaba bajo el mando del comandante médico Francisco Pérez Cuadrado, que antes de la guerra mandaba el grupo quirúrgico móvil de la base de Cartagena. También embarcaron los capitanes médicos Juan Pitera Sánchez, José Monmeneu y Luis Ubeda. Hubo también auxiliares de Sanidad embarcados, y en conjunto, desarrollaron una importante labor, aunque, curiosamente, a algunos de los citados se les recuerda más por un hecho marginal, como fue su participación en el consejo de guerra celebrado en Málaga el día 19 de agosto, en el que fueron condenados a muerte 16 jefes y oficiales de las dotaciones de los destructores. En el consejo, en el que comparecieron 18 procesados y que estuvo presidido por el capitán de Fragata Federico Aznar, figuraron como vocales el comandante médico Francisco Pérez Cuadrado y el capitán médico José Monmeneu, ambos del «Artabro», y el capitán médico del «Tofiño», a bordo del cual se celebró, Mariano García. Casi coincidente en el tiempo fue el desembarco efectuado en la isla de Mallorca por fuerzas de la Generalitat, al mando del capitán Bayo. Las fuerzas de desembarco estaban integradas por cuatro motonaves, cuatro vapores, cuatro buques menores y parte de la Armada, el apoyo de dos destructores,  dos cañoneros, cinco remolcadores, tres submarinos, tres barcazas de desembarco, un aljibe y otras unidades, que, en total, transportaban unos 9.000 hombres con material y pertrechos. Pues bien, toda esta fuerza contaba con el apoyo de un buque hospital. En esta ocasión se trataba del vapor «Marqués de Comillas», habilitado para tal fin, y a bordo del cual embarcó también un equipo médico. Estos buques hospital actuaron siempre en primera línea, y en el caso del «Marqués de Comillas», fue el único caso en que lo hizo en operaciones anfibias, siendo además el último en retirarse cuando la fuerza expedicionaria debió ser reembarcada al no haber alcanzado sus objetivos.

PROBLEMAS SANITARIOS A BORDO DE LA FLOTA

Los problemas planteados a bordo de los diferentes buques de la flota fueron desde el primer momento enormes, ya que el entusiasmo revolucionario de los primeros instantes no bastaba para hacer frente a las diferentes contingencias que una situación de guerra suscitaba a cada momento. De ello fueron conscientes muy pronto el Gobierno y la jefatura de la flota. Ya en fecha tan temprana como la del 23 de agosto se dictaron unas instrucciones de organización, y el 31 de octubre se elabora un anteproyecto de Reglamento de Organización de la flota y buques que la componen. En él, y a nivel de buque, se señala que el mando del mismo lo ejercían el comandante y el presidente del comité, estando subordinados a ambos los diferentes servicios, entre ellos el de Sanidad. El 10 de mayo de 1937, un decreto del Consejo de Ministros suprimió el Comité Central y los demás comités de la flota, confiriendo la prerrogativa de nombrar comisarios al ministro de Marina y Aire. Corresponde esta medida a los proyectos de reorganización del personal de Marina que en los primeros meses de 1937 se estaban elaborando, para lo que se había designado una ponencia con representantes de los diferentes cuerpos. Entre ellos debía participar un auxiliar de Sanidad y un cabo enfermero, siendo elegidos, por los auxiliares, uno del «Sánchez Barcaiztegui», y por los cabos, uno del «Libertad». Sin embargo, lo cierto era que a pesar de todos estos intentos los servicios administrativos y los de Sanidad estaban en la flota desatendidos, hasta el punto de que, viendo la escasez de personal, el director del hospital de Cartagena ofició, con fecha 31 de julio de 1937, al jefe de la flota, Miguel Buiza, indicándole la conveniencia de que en los destructores desempeñase la plaza de médico un auxiliar de Sanidad. La respuesta de Buiza fue inmediata, y en oficio elevado ese mismo día al subsecretario de Marina le expone el problema planteado en relación con los servicios de Intendencia, de los que dice que de diez habilitados que hay en los buques de la flota sólo uno pertenece al Cuerpo de Intendencia, y señala a continuación la pretensión del director del hospital de Cartagena, indicando que «sentado y admitido tal precedente por un cuerpo, será difícil sostener el intento de escapada de los demás, y como al mismo tiempo, en lo que al segundo de los citados se refiere (Sanidad), pudiera muy bien por exigencias de la guerra estar escaso de personal, propongo a su resolución: ... 2.° Que sea, en las mismas condiciones, embarcado un médico por buque pequeño y dos por crucero, sacando a concurso entre los civiles los que por escasez de personal no puedan cubrirse por el Cuerpo de Sanidad». Así se hizo, y por orden ministerial de 20 de agosto se nombran médicos provisionales de la Armada a ocho médicos civiles, a los que el 9 de mayo de 1939 se concedió el derecho a formar parte del Cuerpo de Sanidad de la Armada con ciertas condiciones. En fecha 24 de enero de 1939, los destinos a bordo de la flota estaban cubiertos en la forma siguiente:

Destino

Empleo 

Nombre

Jefe de Sanidad de la Flota   

Tte. Méd. Prov. 

Baldomero Madrid López

Capitán médico «Libertad»

   

Vacante

Capitán médico «Cervantes»

Tte. Méd. Prov.

Ernesto Marcos Rodríguez

Capitán médico «Méndez Núñez». 

Tte. Méd. Prov.

Luis de Frutos Hergeda

Capitán médico «Jorge Juan»

Tte. Méd. Prov.

José Montoro Gonzálvez

Capitán médico «Valdés» 

Tte. Méd. Prov.

Vicente Viar Flores

Capitán médico «Sánchez Barcaiztegui»

Tte. Méd. Prov.

Luis Pastor Florit

Capitán médico «Gravina» 

Tte. Méd. Prov.

José Gómez López

Capitán médico «Miranda»

Tte. Méd. Prov.

Antonio Priego Llorente

Capitán médico «Antequera»

Tte. Méd. Prov.

Rafael Navarro Soler

Como puede verse, aparecen aquí ocupando destinos en los buques de la flota nueve médicos, todos ellos de procedencia civil, incluso el que figura como jefe de Sanidad, aunque cuando poco después, el 27 de abril de ese mismo año, se trasladan algunos servicios del crucero «Cervantes» al «Libertad», entre ellos figura el mismo Baldomero Madrid López, al que se designa como «comandante médico». En cualquier caso, la penuria de personal fue grande, pues no solamente quedaron sin cubrir las dos plazas que el jefe de la flota estimaba necesarias para los cruceros, sino que el «Libertad» está vacante, y asimismo figuran sin médico a bordo los destructores «Lepanto», «Ulloa», «Escaño» y «Lazaga». Por lo demás, para entonces está regularizada la asistencia sanitaria a bordo, y en los horarios de actividades a bordo en vigor en abril de 1938 figura la revista de médicos todos los días a las 7,30 de la mañana, y la revista de higiene, diaria y por brigadas, a las 11,30 horas. 

LA ASISTENCIA SANITARIA EN TIERRA

El eje de la asistencia sanitaria estuvo, naturalmente, articulado en torno al hospital de Marina de Cartagena, atendido por el personal del Cuerpo de Sanidad, aunque, posteriormente, por exigencias de la presión derivada de las actividades militares, fue preciso evacuar sobre otros hospitales existentes o improvisados en otras poblaciones, como Murcia, Lorca, etcétera. A pesar de todas las dificultades, la atención dispensada en Cartagena fue buena, lo que no puede decirse de otros centros, al menos en algunos momentos, y como prueba de ello podemos aportar el informe emitido por Victoriano Barroso, delegado del Comité de Gobierno del crucero «Libertad», que en febrero de 1937 visitó un hospital de Murcia en el que había personal de Marina hospitalizado y del que afirma: «El presidente del Comité de Gobierno de este buque pone en conocimiento de esa Jefatura de la Flota lo siguiente: Efectuada la visita al hospital de Murcia en  compañía del auxiliar de Sanidad don José Vidal Espiñeira, informo a ese Comité la impresión recibida y el concepto formado sobre el estado de sanidad de dicho centro benéfico (y no digo militar porque, por lo visto, los que rigen los destinos de ese hospital no parecen darse cuenta de que dicho establecimiento está bajo la tutela del Estado, cosa que no logro comprender por qué no se ha llevado a efecto cuando entra en un reciente decreto que indica que todos los hospitales que tengan 300 camas serán regentadas por el Gobierno). Las salas, malolientes, estaban todavía con los desperdicios de la comida, y conste que eran las cuatro de la tarde. El servicio era deficientísimo, pese al gran número de personal sanitario que en él existe, y al preguntar a los camaradas marinos sobre la comida, contestaron que era peor que una inmunda bazofia; no hay cubiertos para comer, no se mudan las ropas de las camas y no deben ser muy buenas las reglas de organización cuando se dio el caso en el citado día de ingresar dos heridos a las diez de la mañana y todavía se encontraban en sus respectivas camillas, sin atención de ningún género. ¿A quién compete el mirar por el bienestar y solícitos cuidados de nuestros marinos hospitalizados? Donde están nada representan, y creo que por 7,50 pesetas que paga la Marina por cada individuo que se encuentra en esas condiciones, éstos tienen un positivo derecho de gozar de una buena alimentación y de un ambiente más saneado que el de las aulas del citado establecimiento, cubiertas a hora avanzada por las sobras de la comida. A ese Comité Central se le expuso el proyecto de ocupar un grupo escolar apropiado en Murcia para ser habilitado como hospital, que, según datos, el Ayuntamiento cedía a la Marina para los efectos ya citados, y considerando la amarga situación en que se encuentran nuestros marinos, creo, en mi modesta opinión, que es cuestión de hacer una rápida encuesta para ver de llevar a cabo eso que no pasa de ser un proyecto, consiguiendo con ello entrar en posesión de un establecimiento sanitario regentado por la Marina, que irá acompañado de una inmejorable organización y una disciplina orgánica, tan necesaria en el hospital de Murcia que visité por primera vez.» El escrito es sumamente ilustrativo; en primer lugar, de la situación en ese hospital de Murcia y, por comparación, del excelente nivel que tenía el hospital de Marina de Cartagena. Un hospital del que conocemos que estuvo dirigido por el comandante médico José Gutiérrez, que por una orden inserta en el «Diario Oficial» número 63, de 1938, fue relevado por el también comandante médico de la Armada Luis Martínez Gormaz, y en el que por orden ministerial de 8 de diciembre de 1937 («D.O.» núm. 296) se había modificado la organización de los servicios quirúrgicos del mismo.

BALANCE DE LAS ACTUACIONES SANITARIAS

Hacer una presentación correcta de las actuaciones sanitarias en la Marina republicana es, como hemos dicho, una tarea realmente imposible en estos momentos, ya que no disponemos de estadísticas fiables del número de muertos y heridos que se produjeron en combate o como consecuencia de los bombardeos enemigos. Tampoco existen datos sobre el número de asistidos en los hospitales y enfermerías atendidos por la Marina. Sin ánimo de ser exhaustivos, tenemos que recordar algunas de las acciones en las que se vio inmersa la flota y en las que se produjeron bajas, en algunos casos numerosas. Recogemos aquí tanto las que tuvieron lugar en torno a la base de Cartagena como las ocurridas en otros escenarios navales. Así, en septiembre de 1936 hay que registrar el hundimiento del destructor «Almirante Ferrándiz», del que únicamente pudieron ser rescatados 56 supervivientes.

En octubre de ese año se pierden dos bous armados, y en noviembre, un ataque al crucero «Cervantes» con torpedos ocasiona serios daños y varias bajas. En la campaña del Cantábrico se hunde el submarino B-6 y se pierde, sin supervivientes, el submarino C-5. Por ataque aéreo se pierde el submarino B-5, y a mediados de diciembre hizo explosión el submarino C-3. 

Ya en 1937 hay que registrar la probable explosión accidental del «Jaime» en el puerto de Cartagena, que fue una terrible tragedia, con más de 300 muertos y numerosos heridos. En la evacuación del teatro de operaciones del norte fue destruido el submarino C-6, y hundido, tras un ataque aéreo en el puerto del Musel, el destructor «Císcar». En octubre de ese año fue atacado el mercante armado «Cabo de Santo Tomé», que, alcanzado, tuvo que varar en la costa de la zona de cabo Rosas. Dentro del año 1938, el suceso más trágico y espectacular fue el acoso a que fue sometido el destructor «José Luis Díez» cuando intentaba cruzar el estrecho para alcanzar Cartagena, perdiéndose finalmente en la costa gibraltareña con heridos y bajas en las sucesivas acciones de guerra. Y, finalmente, en 1939 y en los primeros días de marzo, resultaron alcanzados por la aviación en el puerto de Cartagena los destructores «Sánchez Barcaiztegui» y «Alcalá Galiano». Todas estas acciones produjeron bajas, a las que hubo que sumar las que se ocasionaron por los repetidos ataques a que fue sometido el puerto y ciudad de Cartagena. Especial relieve internacional tuvo el alevoso ataque naval alemán a Almería en represalia por el bombardeo sufrido por el crucero «Deutschland» a finales de mayo de 1937. La asistencia a esas bajas es preciso enmarcarla dentro del progresivo deterioro a que se veía sometida la zona de Cartagena como consecuencia del bloqueo enemigo que, poco a poco, fue reduciendo considerablemente los recursos disponibles, tanto en material sanitario como de alimentos, obligando a una constante reducción en las raciones alimenticias de las dotaciones. A pesar de ello pudo controlarse el desarrollo de infecciones, pues ya desde fecha tan temprana como el verano de 1937 se habían impartido estrictas instrucciones para prevenir la aparición de sarna, tifus y otras enfermedades de carácter infeccioso parasitario. A lo largo del período de guerra, y como consecuencia de la disminución de los recursos humanos, se ordenó extremar las medidas de control sobre quienes disfrutaban de licencias por enfermedad y, concretamente, por una orden ministerial de 25 de marzo de 1938 se procedió a una revisión de todos los expedientes referidos a las situaciones de licencia o reemplazo por enfermedad. También se modificaron los cuadros de inutilidades para el servicio, al menos en dos ocasiones. Una el 25 de abril de 1938 y otra el 16 de octubre de ese mismo año, adecuándolo en esta fecha al vigente para el Ejército. En la mente de todos está presente el recuerdo de los dramáticos acontecimientos vividos en los últimos momentos de la resistencia de Cartagena, con los enfrentamientos que tuvieron como escenario las distintas dependencias militares de la ciudad y la labor que el hospital tuvo que desarrollar en esas fechas, así como la humanitaria asistencia prestada a los supervivientes del transporte de tropas «Castillo de Olite», alcanzado cuando pretendía forzar la entrada al puerto.

Para entonces la flota había abandonado ya Cartagena camino de su internamiento en Bizerta. En ella, y junto a los médicos de las unidades, viajaron también otros de las dependencias de tierra. Es preciso recordar que al hacerse cargo de ella las autoridades francesas, quedó a bordo de todos los buques un total de 144 hombres como retén de mantenimiento, y, entre ellos, un oficial médico, que luego sería uno de los últimos en desembarcar de este conjunto de barcos en los que al comienzo de la guerra tanta ilusión se había depositado y que, finalmente, por causas muy diversas, no bastaron para inclinar la balanza en el sentido que ellos soñaron.