S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Monografías Beecham ALGUNOS ASPECTOS DE LA SANIDAD MILITAR DURANTE LAS OPERACIONES DE TERUEL DR. VICENTE ROJO FERNÁNDEZ Ex practicante de los Equipos Quirúrgicos Móviles (Servicio del Dr. Joaquín d'Harcourt). Jefe del Servicio de Cirugía del Aparato Digestivo de la Clínica Puerta de Hierro. Por suerte o por desgracia, siendo aún muy joven me incorporé al Ejército republicano, pasando, después de un corto período de instrucción, a Sanidad Militar dada mi condición de practicante colegiado (ATS) y estudiante de Medicina. Digo por suerte o por desgracia, pues la experiencia vivida -dura y traumatizante- sirvió para madurar mi personalidad, al tener responsabilidades y participar en actividades que exigían aplomo, bastantes conocimientos y que posiblemente estaban por encima de las que correspondían a mi edad física, pero que las circunstancias de la guerra, que vivíamos todos intensamente, muy en especial los jóvenes, nos inclinaban a asumir, tratando de aportar a una lucha que creíamos justa nuestro pequeño grano de arena. En el aspecto negativo, aquella experiencia dejó en nosotros una impronta que sirvió para avejentamos prematuramente, pues las experiencias vividas, el contacto con la muerte, con el dolor ajeno, luego con el hundimiento del Estado, la derrota, el exilio, la emigración y la lucha por la iniciación de una nueva vida lejos de una Patria añorada, significó una carga emocional muy importante en nuestro futuro. El hallazgo casual de unos documentos fotográficos inéditos relacionados con las operaciones en el frente de Teruel, y el haber sido destinado a una de las unidades -Los Autochirs- que jugaron tan importante papel en la atención médica del combatiente, me han inclinado a aceptar la invitación formulada por los Laboratorios Beecham, a conciencia de que el prisma con que se pueden hacer hoy día estos comentarios es muy diferente que el que yo pude percibir originalmente, careciendo de experiencia sanitaria y administrativa y ocupando una de las posiciones inferiores del escalón asistencial. Aun así, esta visión a distancia tiene el valor de apreciar más lo que entonces pudo hacerse, especialmente, si se tiene en cuenta los escasos recursos con que se contaba, no ya sólo en los aspectos militares, sino concretamente en los sanitarios. Es conveniente recordar que la organización del Ejército de la República venía plasmándose desde noviembre de 1936, cuando teniendo como punto de partida la defensa de Madrid, las fuerzas combatientes, anárquicamente organizadas en forma de columnas, con mandos más políticos que militares, fueron integrándose poco a poco en unidades perfectamente encuadradas, en las que se reconstruyeron todos los mandos y escalones de la jerarquía castrense, desde las grandes unidades a los servicios especializados, la Sanidad entre ellos. No hay que descubrir nada nuevo, pues ya antes la historia ha mostrado en distintos episodios guerreros cómo la pasión, los ideales, el colapso de las instituciones existentes, han obligado al pueblo español a reaccionar frente a estas situaciones y constituirse en «nación en armas», primero quizá como horda desbordada, que actúa pasionalmente, en forma instintiva e incontrolada, para pasar luego a una organización más manejable de milicia armada, de la que se evoluciona al llamado Ejército Popular; éste, al estructurarse cuando aquellas situaciones se prolongan y adquirir la disciplina castrense tecnificándose, pasa insensiblemente a adoptar las mismas características del Ejército; regular y a confundirse poco a poco con éste, completando así una especie de ciclo vital que lleva a su desaparición. Ese proceso histórico que ha caracterizado a los ejércitos populares de la historia, tanto en nuestra guerra de independencia contra las tropas napoleónicas como en otras luchas sociales, que van desde la guerra de la Independencia de los países iberoamericanos a las revoluciones francesa y rusa, se reprodujo fielmente a lo largo de nuestra contienda fratricida, y en el momento que nos ocupa -la batalla de Teruel-, nuestro Ejército había superado ya varias de sus fases primitivas: grupos incontrolados, milicias armadas, esbozo de Ejército popular, y había alcanzado en ese momento su punto crucial de madurez; se habían estructurado las unidades y se había abandonado la timidez de maniobra, secundaria a la falta de mandos o a la desconfianza en los existentes, adquiriendo ya una disciplina y temple militar serio, apoyado en los cuadros de mando del Ejército profesional y habilitando, dentro de los nuevos mandos del Ejército Popular, aquellos que por selección natural, arrojo, disciplina y virtudes profesionales habían demostrado las mejores actitudes. Se había pasado de una acción puramente defensiva, ordenada siempre por la iniciativa del adversario, a desarrollar acciones ofensivas propias, tendentes casi siempre a llamar la atención de aquél, para que distrajera su esfuerzo de los frentes principales, donde una acción victoriosa podría comprometer el curso de la guerra. Concluidas las operaciones sobre la capital, que culminaron con las batallas del Jarama y Guadalajara, el Ejército Republicano inició acciones ofensivas con planes ambiciosos que tuvieron sólo éxitos efímeros y que sirvieron únicamente para modificar la línea del frente de batalla, de los cuales fueron claros ejemplos las operaciones sobre Brunete y Belchite, que ayudaron a mostrar las fallas existentes en ese Ejército, todavía en plena fase de organización, y cuya escasez de mandos y dotaciones no le permitía esfuerzos de mayor envergadura. Por ello Teruel representa, quizá, el primer esfuerzo hecho en unas condiciones de organización castrense aceptables, siempre con una actitud secundaria de atraer fuerzas hacia un frente estable e inactivo con el ánimo de distraerlas de un posible intento de ataque final sobre Madrid. La Sanidad Militar, que es la que nos ocupa, estaba organizada dentro de un patrón clásico, tal como mandaban los reglamentos en vigencia, la mayoría obsoletos, ya que estaban diseñados sobre los patrones seguidos en nuestras guerras africanas, aplicando las experiencias de los ejércitos que participaron en la primera guerra mundial. No debe olvidarse que con independencia de su fondo socio-político, nuestra guerra fue un crisol de pruebas para la llamada guerra moderna, guerra mecanizada, en la que la guerra de posiciones y trincheras, que facilitaba la acción de la Sanidad dada la poca movilidad de los participantes, daba paso a una guerra de movimientos con utilización de nuevas tácticas y con preponderancia de elementos mecanizados que daban a los ejércitos una gran movilidad en frentes mucho más extensos. Por otra parte, esa acción masiva hacía partícipe en la contienda a grandes contingentes de la población civil, que se veían afectados involuntariamente en acciones que tenían como principal finalidad minar la voluntad de lucha de la retaguardia, con bombardeos masivos de poblaciones, que de esta forma quedaban automáticamente inmersas en el conflicto bélico. La acción de la Sanidad quedaba organizada en los distintos niveles, dando servicio directamente en la línea de combate, para pasar de allí a los puestos de socorro y curación, situados detrás de la línea de resistencia; éstos se apoyaban luego en los servicios de transporte y ambulancias, situados en la segunda línea, de los cuales el enfermo era trasladado a hospitales situados ya a nivel de los puestos de mando de División o Cuerpo de Ejército (trenes hospitales u hospitales localizados en ciudades importantes próximas al frente de batalla) o evacuado directamente por tren o ambulancia a los hospitales centrales situados en las grandes capitales. El servicio en la línea de combate se componía principalmente de camillas con su dotación de camilleros a nivel de batallón, donde existía un equipo de curaciones o «mochila de batallón», complementado por «bolsas sanitarias» en cada compañía, y un paquete de cura individual que portaba cada soldado como parte de su equipo y que permitía practicar una primera cura elemental de urgencia. El reglamento de Sanidad en campaña señalaba en forma taxativa los deberes y responsabilidades de cada miembro del equipo sanitario, pero en retrospectiva, y dada la idiosincrasia peculiar de nuestro Ejército, estas funciones eran un tanto teóricas. La autoridad máxima en la línea de combate era el médico de Batallón, quien tenía a sus órdenes cabos y soldados sanitarios, quienes, provistos de camillas, tenían como responsabilidad primordial el levantamiento de heridos y su transporte al puesto de curación más próximo. El médico destinado en la línea de fuego, junto con sus camilleros, presta a los heridos las primeras curaciones y debía asumir la responsabilidad de distribuir a los heridos según la gravedad, e inclusive devolver al combate aquellos cuyas heridas no revistieran gravedad o fueran mera excusa para alejarse de la línea de fuego. Quedaba bien claro que su responsabilidad se debía limitar a prestar los cuidados de la más absoluta urgencia, como es cohibir una hemorragia, habitualmente por medios mecánicos; completar el arrancamiento de un miembro, inmovilizar una extremidad fracturada, aconsejar la mejor colocación de los heridos y, principalmente, señalar las prioridades en la atención de éstos con vistas a su inmediata evacuación. Estos sanitarios no estaban autorizados para realizar ningún tipo de intervención sin orden formal de un jefe u oficial médico de Sanidad Militar. Su función era, por tanto, la de recorrer el campo de batalla recogiendo y clasificando heridos y trasladándolos a los puestos de socorro y curación, cuya ubicación debían conocer, y que durante la batalla tenían que estar claramente señalados con los distintivos de la Cruz Roja, y quedaban sujetos a las leyes y disposiciones de la Convención de Ginebra. El personal sanitario, una vez depositados los heridos evacuados hacia el puesto de socorro, debía volver de inmediato a la zona de combate para proseguir su tarea asistencial. Quizá la tarea más ingrata, dada la escasez de material y de camillas, era la de determinar quiénes quedaban incluidos en cada una de las tres categorías establecidas: Los que podían hacer su evacuación a pie por sus propios medios, los que necesitaban algún tipo de ayuda y aquellos totalmente imposibilitados que debían ser transportados en camilla. Es en el siguiente escalón de cuidados médicos donde, a mi juicio, se progresó enormemente, ganando en rapidez de atención y en calidad de la misma. Dentro de la mecanización ya señalada en un Ejército con mayor movilidad y capacidad de maniobra, el segundo escalón de atención médica, el puesto de socorro y curación, mejoró notablemente con la utilización de los Autochirs, pequeños quirófanos de campaña donde se podían prestar atenciones de cierta importancia en aceptables condiciones de asepsia o al menos de antisepsia y garantizar una pronta y mejor evacuación de los heridos graves hacia las ambulancias. Estas los transportaban al tren hospital, donde la mayoría podía recibir una atención excelente y altamente especializada antes de su traslado a hospitales fijos, e inclusive, los no transportables por su gravedad, toda la atención primaria hasta ponerlos en condiciones de ser evacuados. Las disposiciones contenidas en los reglamentos señalaban, como principios técnicos a tener en cuenta, los siguientes: - Que todo herido de guerra debe ser confiado lo antes posible a un cirujano competente. - Que dicho herido debe ser operado en el plazo de tiempo más breve posible después de su herida. - Que en el manejo de las heridas de guerra deben aplicarse todos los métodos y técnicas que la cirugía moderna pone a nuestro alcance. -Que se hace recomendable, por ser mejor para el herido, que su tratamiento, hasta donde sea posible, sea hecho por el mismo cirujano. -Que, desde el punto de vista médico, los heridos muy graves han de considerarse como inevacuables Las ilustraciones que acompañan a este trabajo muestran las dificultades que se encontraban para cumplir estos principios humanitarios, que se hacían extensibles a todos los heridos sin discriminación del bando a que pertenecieran, teniendo solamente en cuenta la gravedad que revestían sus heridas. La situación, como se comprenderá, era muy variable, según se actuara en un frente estabilizado o en pleno desplazamiento de las acciones bélicas. Teruel se caracterizó por la existencia durante la batalla de dos frentes: uno exterior, con movimiento constante durante todo el tiempo que duraron las operaciones, desde la ruptura del frente y cerramiento de la bolsa en la periferia de la capital, con batallas importantes en los principales puntos defensivos de la periferia, algunos de los cuales, como la Muela de Teruel, la Muela de Villastar, Puerto Escandón, La Rocosa, etcétera, fueron lugar de reñidas batallas, perdiéndose y reconquistándose en forma alternativa. El frente interior estaba limitado a la propia capital, cuya linde se alcanzó el día 20, ocupándose la plaza el día 22, pero quedando dentro de ella focos activos de resistencia donde proseguiría tenazmente la lucha hasta el día 8, en que se completó totalmente la ocupación. El frente exterior se mantuvo constantemente en actividad, ya que los contraataques para anular nuestra maniobra se iniciaron ya a partir del día 17-18, con alternativas tan graves que la propia capital fue abandonada por nuestras tropas la noche del 31, sin que se percataran de ello ni los sitiados ni los que intentaban reconquistarla. La dureza de los combates puede observarse en las fotos, que muestran el estado en que se encontraron las posiciones del Seminario y otros focos de resistencia en el momento de su ocupación: cadáveres abandonados, total hacinamiento en las áreas de hospitalización, que presentaban un aspecto deplorable debido, principalmente, a la destrucción producida por los bombardeos sostenidos que precedieron a la ocupación de los últimos focos de resistencia, déficit nutricional e hídrico, al que se agregaban las condiciones carenciales inherentes a los largos días de asedio, que se hicieron más evidentes en los niños, en los que se pudieron apreciar casos avanzados de escorbuto (foto) y de severa deshidratación, que hizo necesario administrar sueros en gran escala a los niños de corta edad (foto). Los hechos anotados hicieron que la Sanidad Militar se viera abocada a tareas que no le eran propias, que había que asumir, y que se cifraban principalmente en medidas preventivas para evitar epidemias, realizando vacunaciones masivas, controles de la provisión de aguas, atención de enfermos comunes, y colaborando con otros servicios en las campañas de control parasitario, etcétera. Dentro de la patología de guerra aparecieron cuadros secundarios a las condiciones climatológicas en las que se desarrolló la operación: nevadas intensas que cubrían totalmente la zona de operaciones y que se agravaban en las marchas y desplazamientos sobre zonas heladas, y, lo que resultó aún más grave, la permanencia en puestos de guardia y vigilancia sin la adecuada movilización, que daba como resultado una gran incidencia de lesiones por frío y congelación, que terminaban en necrosis con mutilaciones, sobre todo en los dedos de los pies, que llegaron a amputarse con simples movimientos de pinza sobre las zonas donde se había producido la limitación de la necrosis. La realidad es que las condiciones en que se encontró, tanto a la población que se había refugiado en los centros donde se organizó la resistencia, como a las tropas que defendieron éstos, era lamentable desde el punto de vista sanitario y hubo que trabajar en forma sacrificada y con toda abnegación para poder superar las enormes dificultades que dicha atención requería, especialmente si se tiene en cuenta que, si bien al principio la operación fue realizada por sorpresa y con muy pocas bajas, las características que tomó la batalla al pasar de atacantes a defensores y la enorme desproporción de fuerzas hizo que nuestras bajas crecieran en proporción geométrica, y esa situación se mantuvo hasta que el 22 de febrero de 1938 nuestras tropas se retiraron, después de más de dos meses de lucha ininterrumpida. Ya hemos comentado el papel importante que jugaron los Autochirs en la atención de los heridos evacuados de la primera línea, presentando además la enorme ventaja de su capacidad de desplazamiento junto con las tropas, lo que ofrecía unas posibilidades de atención quirúrgica imposibles de lograr en los puestos de socorro y curación que se acostumbraba a montar sobre el terreno, que si bien estaban señalizados y casi siempre al abrigo de accidentes naturales, tenían el inconveniente de su fijeza al terreno, lo que en las circunstancias de una guerra de maniobra hacía posible que se vieran rebasados durante los movimientos del frente, y aunque las normas de la Convención de Ginebra estaban muy claras y hacían referencia a las condiciones que deben existir cuando «la lucha se desarrolla entre firmantes de aquella Convención y entre gentes civilizadas», en una guerra civil tan cruenta como venía siendo hasta entonces la nuestra el cumplimiento a rajatabla de aquellas normas sonaba un poco a utopía. Sin embargo, hay que señalar, por ser de justicia y porque sobre el particular se ha vertido mucha tinta, que así como nuestro Ejército había alcanzado un grado importante de madurez en cuanto a su organización, éste no era menos en cuanto al desarrollo de actitudes de nobleza, humanitarismo, respeto por el adversario y respeto principalmente por el vencido. Nuestras tropas durante toda la operación hicieron gala, a pesar del encarnizamiento que en muchos momentos alcanzó la lucha, de un alto espíritu de nobleza. No se produjeron situaciones de violencia ni de ensañamiento, hubo un enorme respeto por los heridos y prisioneros, y éste fue aún más patente cuando los altos mandos y jerarquías rindieron los últimos focos de resistencia. Lamentablemente, esta noble actitud presente en la línea de combate se vería empañada por la desgraciada suerte que corrieron algunos de estos prisioneros en los últimos días de la retirada de Cataluña. Para terminar, quisiéramos añadir algunos comentarios de tipo médico. Como en todas las guerras, las circunstancias, número y tipo de heridas, y el progreso científico, obligan al médico a prodigar sus cuidados y a idear nuevas técnicas, de lo que se sigue que todas las guerras han significado un notable avance en el desarrollo de mejores cuidados médicos. Aquí fue notoria la buena organización de la evacuación, servicios de ambulancias, pero principalmente el desarrollo y dotación de médicos del tren hospital, que ya fuera al aire libre o refugiándose en los túneles vecinos, constituyó un auténtico Hospital de División, donde se realizó todo tipo de cirugía, como puede observarse en las ilustraciones adjuntas. En estas fotografías puede verse al doctor don Joaquín d'Harcourt Gott, jefe de los Servicios Quirúrgicos, con sus colaboradores, realizando distintos tipos de intervenciones en el vagón quirófano, así como aspectos generales del tren hospital y de las facilidades de hospitalización que existían en el mismo. Desde el punto de vista técnico, el avance más notorio fue la generalización del uso del método Trueta para el tratamiento cerrado de las fracturas abiertas, que tan buenos resultados dio entonces y cuya utilización en la segunda guerra mundial fue de general aceptación. Todos aquellos que tuvimos que realizar curaciones a ese tipo de heridos, cambiando aquellos yesos colocados directamente sobre las heridas, no lo olvidaremos jamás. Realmente, era una prueba de fuego para los novatos tolerar el aspecto y olor que se desprendían del yeso al ser retirado por primera vez. Dentro de la cirugía de guerra, fue principalmente la Traumatología la principal beneficiaria, ya que las heridas abdominales, las infecciones, sepsis, gangrenas, estaban aún dentro de las cánones de la era pre-antibiótica y su mortalidad y morbilidad seguía siendo muy elevada. Los enormes progresos alcanzados por la Medicina y muy especialmente por la Cirugía en estos cuarenta y siete años transcurridos desde entonces hacen que, cuando vemos las facilidades que hoy se tienen, especialmente en el campo de la anestesia, entonces inexistente; en las posibilidades de tratamiento para el shock traumático, las transfusiones, control de las infecciones y todos los grandes progresos de la terapéutica, que no ya del diagnóstico, que en nuestro caso era fácil, dentro de nuestro natural pacifismo como médicos, encontremos algo que agradecer a estas grandes convulsiones sociales que, por una parte, contribuyen al progreso de la ciencia y, por otra, sirven para hacernos más pacifistas, ya que todos aquellos que hemos tenido que vivir una guerra, y más aún una guerra entre hermanos, haremos todo cuanto esté en nuestras manos para que aquella experiencia no se repita. BIBLIOGRAFÍA Lo que interesa conocer a las Armas y Cuerpos del Servicio de Sanidad en Campaña, por el comandante médico don Jesús Remacha Mozota. Colección Bibliográfica Militar. Tomo XXXVII. Sep. 31. Servicio y Táctica de Sanidad en Campaña, por el comandante médico don Federico Ramos de Mohns. Colección Bibliográfica Militar. Tomo LXXIII. Sep. 1934. España Heroica. Diez bocetos de la guerra española, por el general don Vicente Rojo Lluch. Colección Horas de España. Ed. Ariel. Barcelona, 3.edición, 1975. Sicología de la conducta revolucionaria. Problemas psicológicos actuales, por el doctor Emilio Mira López. El Ateneo, Bo. Ate., 1960. |