S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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María Luisa Lafita Juan
María Luisa Lafita Juan. Nace en Madrid, España, el 31 de agosto de 1910. Llega a Cuba antes de cumplir los dos años de edad, con sus padres, el ingeniero Gustavo Lafita Angelina Juan, de ideas socialistas que, perseguidos por la monarquía, se refugian primero en Paris y después en Cuba. En una escuela privada de la ciudad de Cienfuegos, realiza estudios de nivel medio. Durante la lucha contra la tiranía machadista, se albergan en su casa connotados líderes estudiantiles y jefes de acción. Adquiere la ciudadanía cubana y se liga activamente a la lucha revolucionaria. En mayo de 1935, parte hacia España, donde participa en la lucha por la República. Regresa a Cuba y prosigue sus luchas revolucionarias. Después del triunfo de la Revolución, integra las milicias universitarias "José Antonio Echeverría" y el Comité de Defensa de Revolución "Rubén Batista Rubio". Regresamos a Madrid con muchos heridos Mis actividades revolucionarias datan de los arios 30. Siempre ligada al movimiento estudiantil y, desde luego, al Partido Comunista de Cuba. Mi compañero, Pedro Vizcaíno, aunque militante de Joven Cuba y muy ligado a su máximo dirigente Antonio Guiteras, desarrollaba actividades coincidentes. Así nos encuentra la huelga general revolucionaria de marzo de 1935: él, como jefe nacional de acción de Joven Cuba y yo en el Comité de Huelga, integrando una amplia delegación de profesorado de la Segunda Enseñanza. Al frustrarse el movimiento huelguístico, la represión desatada contra los elementos progresistas, y, muy particular-mente, contra guiteristas y comunistas, llegó al extremo de decretar la eliminación física de Vizcaíno y la detención de mi madre y la mía, por lo que el propio Guiteras nos recomendó que del3íamos abandonar el país. Nos fuimos a España en los primeros días del mes de mayo de 1935. Viajamos sin pasaporte. Ya dentro del barco "órbita", agentes represivos del Ejército y la Marina llegaron al muelle para tratar de hacer un registro en dicha embarcación y detenernos. Pero el capitán se negó a ello, toda vez se acababa de levar el ancla y se había retirado la escalerilla, manifestándoles que reclamaran a la empresa, pero que no les permitía subir. Llegados a tierra española, estuvimos varios días en Santander, y desde allí nos dirigimos a Madrid, donde nos hospedamos en la pensión "La Cubana", en la calle de La Montera número 30, modesto establecimiento del que era propietario Claudio González, un revolucionario a quien conocíamos desde Cuba y que había sido maestro cocinero en el Hotel Nacional de La Habana, donde había escondido a algunos compañeros tales como Menelao Mora y Manolo Arán. Con nuestra llegada, Claudio se llenó de alegría, y se sumó a todas nuestras actividades. Más tarde, fue a la guerra y murió fusilado por los fascistas. En Madrid, nos pusimos en contacto inmediatamente con el Partido Comunista de España y demás organizaciones de izquierda. Me dedicaba a dar clases en casas muy modestas, por lo que eran muchas las limitaciones que sufríamos. Vizcaíno y yo, unidos a los compañeros Juan y Luis González, Santiago Miguel, Moisés Raigorodsky, Claudio Gutiérrez y su sobrino José, fundamos el Comité Antimperialista de Revolucionarios Cubanos. "La Cubana" dejó de ser simplemente una modesta pensión para convertirse en trinchera del Socorro Rojo Interna-cional. Esteban Vega iba dos o tres veces por semana y almorzaba muchas veces con nosotros. Impartimos charlas en sindicatos y en algunas escuelas universitarias. Logramos interesar a todos, y, cuando iniciamos la labor pro amnistía, representantes de las organizaciones de masas y partidos de izquierda enviaron más de ciento ochenta cables al Senado y a la Cámara de Representantes de Cuba solicitando la Ley de Amnistía. Apoyamos la campaña que llevaba adelante el Partido Comunista y el Socorro Rojo Pro Libertad de Presos Políticos y, en particular, por la libertad de Ernest Thaelmann, cuya vida estaba en peligro. Salimos en manifestaciones de apoyo y solidaridad y colocamos pasquines y pancartas. En 1936, hablé en un acto organizado por el Socorro Rojo Internacional con motivo de conmemorarse el tercer aniversario de la muerte de Clara Zetkin, inmortal y abnegada luchadora, primer presidente de Socorro Rojo Internacional. El día 19 de julio, se tendió el cerco a los cuarteles de Madrid y el 20 se inició el ataque al Cuartel de la Montaña, Todos los cubanos residentes en Madrid tomaron las armas. Nuestros compañeros del Comité respondieran. presente. El responsable del grupo donde yo iba, era el líder minero asturiano camarada Maximiliano Álvarez, autor del libro UHP (Unión de Hermanos Proletarios). También formaban parte del grupo Claudio Gutiérrez y sus sobrinos. Ellos llevaban fusil y yo una pistola. Tuvimos suerte, nadie resultó herido. Tomado el Cuartel de la Montaña, cada cual se integró a su organización. Al llegar al Socorro Rojo, me enviaron rápidamente a trabajar como enfermera al Hospital de Maude, conjuntamente con Tina Modotti, Matilde Landa y María Valero. El hospital llamado "obrero", estaba administrado por organizaciones religiosas. Las enfermeras eran monjas, que se negaban a recibir heridos y a prestar auxilio, por lo que el doctor Juan Planelles consultó al Partido Comunista y al Socorro Rojo, los que dieron la orientación de tomar el hospital. Una hora después, estaba en nuestro poder. Comenzamos a traer heridos de los distintos lugares en que se combatía, pero nos encontramos con que las monjas habían dejado todas las salas cerradas con llave. Entonces surgió la orden: "Salten las cerraduras a tiros." Y así se hizo. Aquel hospital era enorme. El quirófano tenía un tamaño tal que podían practicarse tres operaciones al mismo tiempo. Había de todo y de magnífica calidad para la época. Las salas tenían gran amplitud, pero en todo el hospital no llegaban a cien los enfermos, viejos e inválidos. Dispuesto más o menos en el centro del edificio, se hallaba un bloque circular compuesto por 32 habitaciones en los bajos y 22 en los altos, de unos 3 por 3 metros, que habían sido ocupadas anteriormente: las de los bajos por unos capellanes y empleados, y las de los altos por las monjas. Después de la ocupación del hospital, Carlos Contreras, Victorio Vidali, dirigente del Partido Comunista Italiano nos envió un grupo de voluntarias sanitarias y enfermeras. El compañero Claudio Gutiérrez se hizo cargo de la cocina. Planelles era un roble: humano, responsable, generoso, seguro de sí mismo y de las órdenes que impartía; no descansaba, su fe era como el sol, que a todos nos alcanzaba. Días después, cuando salíamos para Buitrago en camionetas, automóviles y una ambulancia para transportar heridos, los fascistas nos abrieron fuego, emboscados en algunas partes de la carretera. El doctor Nafría nos decía: "Compañeros, rescataremos a todos los que podamos. No retrocederemos en el empeño." Y agregaba: "Algo importante: recojan todas las armas y los documentos que puedan." Vizcaíno estaba en las avanzadas, pero no pude verlo... Se batía en retirada contra el grueso del enemigo. Regresamos a Madrid con muchos heridos. Las camionetas y los automóviles iban llenos. La Quinta Columna había hecho muchos estragos con sus sabotajes.
La enfermera Lafita y el Doctor Planelles En el mes de agosto ocurrió un grave accidente en una de las salas de enfermos: varias sanitarias voluntarias y empleados murieron envenenados. La investigación arrojó que el envenenamiento había sido con cianuro. Hubo una reunión de Planelles con los médicos. Después nos llamaron a Tina Modotti, a Matilde Landa y a mí, y nos dieron distintas orientaciones. En nuestro grupo, sería Tina la responsable de velar contra todo tipo de sabotaje. Tiempo después, el terrible veneno entró nuevamente en el hospital, pero esta vez se le ocupó a una bellísima enfermera, mujer de unos 35 años. Detenida, confesó y fue condenada a la pena capital. Un día, no recuerdo bien si del mes de agosto, fui llamada por el doctor Planelles a una de las 22 habitaciones. Cuando entré, quedé totalmente sorprendida: allí se encontraba Dolores Ibárruri, Pasionaria, mujer por quien todos sentíamos gran admiración. Vestía, modestamente, de negro, el pelo partido al Medio y recogido en un moño. Creo que la emoción me hizo casi enmudecer. El doctor Planelles me dijo: "Dolores padece un fuerte ataque hepático. Nadie puede entrar aquí; sólo Tina y tú. No puede dársele nada que yo no haya ordenado. Fíjate, cubana, en estos momentos puede peligrar su vida; el enemigo ha dado órdenes de eliminarla. Te turnarás con Tina. Yo seré el médico que la atienda." Le pregunté: ¿Traigo mi pistola a la habitación? Me contestó: "Desde luego." El gesto de confianza que depositó en mí el doctor Planelles, siempre ha llenado mi corazón de felicidad. |