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Periodistas y corresponsales extranjeros en la Guerra Civil española.

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Josephine Herbst (1892-1969)

Josephine y John Hermman, su marido en 1930.Esta escritora y periodista americana es hija de su tiempo. De clase media rural, bien arropada familiarmente por su familia, con cuatro hermanas y una madre estupenda, Josephine estudió en reconocidas instituciones locales, y en distintas universidades incluida la prestigiosa de Berkeley en California. Encontró trabajo en Nueva York en el mundo de las publicaciones progresistas relacionándose con la intelectualidad de izquierdas. Hizo un viaje a Europa, en aquellos felices veinte, obligado para intelectuales de clase media, donde conoció a su marido el escritor John Hermann con el que regresó a USA. Se instalaron en el campo pero mantuvieron contacto con la vanguardia literaria americana, profundamente impresionada por la deriva derechista del final de los años veinte, concretamente el asesinato legal de los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti en 1927, la depresión del 29 que empobrecería a su propia familia, las tensiones raciales como el terrible caso de los Scottsboro boys en Alabama en 1931, que impulsaron a la pareja a combinar su vocación literaria con la obligación de hacer denuncia social, como les estaba pasando a la mayoría de los intelectuales americanos, escritores, fotógrafos y artistas escénicos. Proceso que en Europa encabezan los miembros de la "Escoria de la humanidad", en palabras de Koestler, intelectuales exiliados, centroeuropeos y también judíos. En América, el Partido Comunista tenía una gran pujanza entre los intelectuales, probablemente más que entre los trabajadores que sufrían grandes presiones patronales y policiales por este motivo, mientras que los intelectuales gozaban en las grandes ciudades de una mayor libertad. Josephine Herbs tuvo contactos, como su marido, con militantes comunistas en activo en el pequeño Partido Comunista americano con los que celebraban reuniones informales que los mantenían al día en cuanto a las causas de la humanidad y en concreto de la americana. Nunca hubieran pensado que estas actividades, en absoluto militantes, les traerían graves quebraderos de cabeza en el futuro.

En 1937 acudió a España como corresponsal de guerra para una publicación de izquierdas americana. Josephine ya había pasado por aventuras en la Cuba de Fulgencio Batista, conocía a Hemingway y había estado presente en su casa de Cayo Hueso cuando se decidió viajar a España, más que como periodistas como militantes. Compartió hotel FLorida con la crem de la crem de la prensa extranjera en la GCe, y presenció la noche madrileña bajo las bombas y las andanzas de sus corresponsales, entre copas, miedos, gritos y otras alegrías que acaparaba el amigo Hemingway. De estos lances en guerra dio cuenta Josephine, quizá maravillada, quizá celosa, quizá espantada.

Josephine Herbst con otro periodista que no hemos identificado aún con seguridad, en un pueblo de la retaguardia madrileña.

Las crónicas de Josephine son probablemente las de más calidad humana escritas por corresponsales extranjeros en la GCe, y mira que las hubo buenas. Josephine empatizaba con el pueblo republicano en guerra, como casi todos los reporteros extranjeros que oficiaron con la República. Las mujeres, le impresionaban en su quehacer, peligroso afán que rayaba la muerte cotidiana, en sus casas, en las colas de alimentos, en las hospitales, en las fábricas... Y los soldados, a los que descubría su virtudes de hijos del pueblo: su humildad y su inocencia. Esa inocencia que los españoles mantuvimos hasta los setenta y que en la actualidad solo se ve en Europa occidental en algunas zonas de Portugal. A su regreso, Josephine fue honesta, como antaño se aprendía en las familias de clase media americana. No pudo hacer afirmaciones concretas pues su visita no alcanzó para eso y se abstuvo de concretar en buenos y malos dentro del campo republicano. Pero si contó magistralmente sus impresiones. En sus propias palabras, lo que vio en España, era para ella excesivamente horrible y difuso.

Al comienzo de la intervención americana en la Segunda Guerra mundial, Josephine empezó a trabajar como propagandista del gobierno. Una investigación posterior del FBI le hizo perder el empleo. Las acusaciones eran del estilo habitual en las paranoicas oficinas de los espionajes mundiales. No sólo los comunistas eran unos paranoicos, también lo eran los americanos, los alemanes, los franceses, los italianos, todo bicho viviente que dedicado a los "servicios de inteligencia" y husmea en las vidas ajenas y tiene permiso para matar, termina hilando fantasías y truculencias de lo que en realidad solo suelen ser circunstancias. El campeón como sabemos, los servicios secretos de la Rusia cuando era soviética, ex equo en la actualidad los servicios americanos y europeos, aunque ampliamente superados estos últimos por los años de la caza del brujas del senador por Wisconsin.

Así que la buena Josephine, ¡había votado comunista! en un país libre, ¡menudo crimen!, que  había hablado con el embajador americano en Francia para que amparara con su visado a intelectuales y exiliados de izquierdas en la Francia ocupada. Y lo mejor, que era impenitente su admiración por Stalin, ¡sí seguro!, y la afirmación de que el líder del Partido Comunista Earl Broeder era un blando. Las relaciones que en 1934 había tenido junto con su marido con militantes comunistas, le pasaban factura. El pasado siempre pasa factura en las dictaduras. Todo el mundo se puso nervioso y por consejo de los abogados todo el mundo dice cosas que nunca pensó decir.

Josephine Herbst murió en enero de 1969 a los 76 años. Su buen hacer literario quedó condicionado por sus acusadores y en la actualidad es una gran escritora olvidada.