S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
|||||||||||
|
|||||||||||
Memoria | Introducción | Arte | Fuerzas | Personajes | Imágenes | Bibliografía | Relatos | Victimas | Textos | Prensa | Colaboraciones |
3.4.2.- Testimonios de voluntarios cubanos en el Ejército Popular (2) | Enlaces |
Tomado de la obra: CUBA y la
defensa de LA REPUBLICA ESPAÑOLA (1936-1939) Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba Editora Política. La Habana 1981 |
Leopoldo Lanier Sobrado Leopoldo Lanier Sobrado. Nace en Camajuaní, antigua provincia de Las Villas, el 9 de febrero de 1903.. De extracción social obrera, cursa sus primeros estudios en la escuela pública. A la edad de 16 años comienza a trabajar en los almacenes marítimos "Havana Dock" y más tarde en el Departamento de Circulación del periódico El Mundo. En la Academia del Morro cursa la carrera militar, habiendo pertenecido a la oficialidad del Ejército Nacional hasta septiembre de 1933. Se incorpora al contingente defensor de la República Española en 1937 y regresa a Cuba en 1938. Comenzamos a escalar los Pirineos a pie A finales del ario 1936 y principios de 1937, cuando la Tercera Internacional orienta la formación de las Brigadas Internacionales, para auxiliar al pueblo español en la lucha que sostenía contra el fascismo, un grupo de ex militares, simpatizantes del gobierno republicano de España, nos pusimos en contacto con el compañero Ramón Nicolau, responsable de la organización y envío a la península de los voluntarios dispuestos a combatir al lacio de las fuerzas leales, para brindar nuestro aporte a dicha causa. Salimos del puerto de La Habana varios compañeros, a bordo del vapor "México", y desembarcamos en el puerto francés de Saint Nazaire el 22 de junio de 1937. Desde allí par-timos en tren hacia París, donde hicimos contacto con un compañero norteamericano en la Casa de los Sindicatos, quien emitió instrucciones para que nos dirigiéramos a la ciudad de Lyon. Guiados por un camarada italiano, viajamos en el tren París-Lyon y al llegar a esta ciudad fuimos alojados en un hotel cercano a la estación del ferrocarril. Al día siguiente, tomamos el tren para Carcasona, antigua ciudad amurallada, donde se nos proporcionó comida en un restaurante manejado por una española comunista. Cuando consumíamos aquel alimento, recuerdo haberle pedido a la compañera que me sirviera vino blanco, y que ella nos respondió, con mucho gracejo, que había que tomar vino "rojo". Un día después, partimos en un camión hacia la finca de un camarada francés ubicada en un pequeño pueblo llamado L'Esperanza Aulet, desde donde se nos condujo hasta un castillo en ruina, en las estribaciones de los Pirineos. Allí pernoctamos, en el interior del mismo castillo, y al anochecer del siguiente día comenzamos a escalar los Pirineos a pie, rumbo a España. Tras una caminata que duró dieciocho horas, arribamos a una aldea Catalana nombrada Sette Casas. De más está decir que cuando llegamos a aquel lugar nos encontrábamos extenuados por el cansancio y con los pies inflamados. En aquella aldea fuimbs recogidos y trasladados en camiones para el Castillo de Figueras, provincia de Figueras, en la región de Cataluña, y permanecimos varios días en aquella vieja fortaleza. Luego tomamos el tren que nos condujo a Barcelona, desde donde partimos para Valencia por la misma vía. Por el Ministerio de la Guerra fui nombrado Primer Teniente y ubicado en la 46 Brigada Mixta del Ejército Republicano, que tenía como jefe al pintor muralista mexicano, teniente coronel David Alfaro Siqueiros. Salí de Valencia en automóvil con rumbo a Ciudad Real para incorporarme a mi Brigada, acompañado de los capitanes chilenos Manuel de la Cerda Muñoz y Rafael Cansino Labra. Ya incorporado a la Brigada en Ciudad Real, conocí al personal de mi compañía, que tenía como capitán a un valiente compañero de apellido Romero, que había sido oficial de la Guardia Civil. Su Comisario Político lo era el camarada Tobías Galiana, que había sido Alcalde de Gandía. La Brigada pasó de Ciudad Real a las montañas de Caballón, en las cercanías de Fuenteovejuna. Después pasamos a otras posiciones cerca de Villanueva de Córdova. La última posición que ocupamos, estaba situada en los límites de Andalucía y Extremadura, cerca de las minas de Peñarroya, en el sector de Pozo Blanco, frente a la población de Granja de Torre Hermosa, lugar este último que atacamos a fines del ario 1937, con adversos resultados. Esta operación no tuvo éxito y nuestra Brigada fue prácticamente diezmada, lo que nos obligó a replegarnos a nuestras posiciones, siendo constantemente hostigados en nuestra retirada por la artillería alemana, muy efectiva y muy bien dirigida. A principios de 1938, me pasaron al Estado Mayor de la 381 División, que se encontraba en Hinojosa del Duque, donde desempeñé el cargo de Oficial de Operaciones. El jefe de Operaciones de dicha División era el camarada chileno, capitán Manuel de la Cerda Muñoz. A consecuencia de la prolongada permanencia en las trincheras, en las que sufríamos el castigo de las heladas invernales, se me produjo una grave linfangitis en la pierna derecha, que me impedía caminar. En mi oficina, fui operado por el médico de la Brigada. En febrero o marzo de 1938, el Gobierno de la República dictó una orden en la que se auto-rizaba mi regreso a Cuba. Y así termina la experiencia más honrosa y más constructiva que haya experimentado en mis setenta y seis años de existencia. |
Miguel Ángel Lauzurica Díaz, "Malayo".
Miguel Angel Lauzurica Díaz, Malayo. Nace en la ciudad de Matanzas, el 29 de septiembre de 1903, en un hogar obrero. Como miembro de un equipo deportivo, marcha para España en 1932. Fija su residencia en Madrid, donde se encontraba al ocurrir la sublevación fascista y se incorpora a las Milicias Populares en defensa de la Repúb/ica. Finalizada la guerra, regresa a Cuba en 1939. Hicimos patente el grito de: ¡No pasarán! En julio de 1932, llegué a España, como masajista de un equipo de boxeadores profesionales cubanos. Después de una gira de exhibición por diversas provincias españolas, cada integrante del equipo podía regresar a Cuba si así lo deseaba. Yo decidí quedarme en Madrid, para trabajar como entrenador y masajista del gimnasio Madrid Boxer, ubicado en la calle Embajador número 60, del que era empresario el dueño de un bar cercano a dicha dirección, nombrado Juan Rodríguez, más conocido por El Tío Tenaza. A finales de aquel mismo ario, comencé a trabajar como cantinero-ayudante en un establecimiento del edificio "Madrid-París", en la Avenida de la Gran Vía. Allí trabajaba en el turno de la noche. Me mantuve ocupado, en ambos sitios, hasta el 18 de julio de 1936, en que el sindicato al cual pertenecía, adscrito a la Unión General de Trabajadores de España, informó al pueblo sobre el levantamiento fascista contra la República que se acababa de perpetrar, ante el que era necesario permanecer en estado de alerta. Pasados pocos días, me presenté en el Batallón Deportivo, adjunto al Quinto Regimiento, para recibir instrucción militar. Ya con conocimientos sobre el manejo de algunas armas, recibí la orden de patrullar las calles de Madrid, junto a otros compañeros, y, el 6 de noviembre de 1936, cuando los fascistas iniciaron el cerco de Madrid, fuimos trasladados hacia la orilla del río Manzanares, a un costado del puente de Toledo. Hicimos patente el grito de: "No pasarán!" Resulta indescriptible el cuadro que presentaban los ancianos, mujeres y niños, marchando hacia las afueras de la Capital para ocupar sus puestos en las trincheras. Jamás podrá borrarse de mi mente aquella conmovedora actitud del combativo y revolucionario pueblo madrileño. Algún tiempo después fuimos reintegrados a nuestra unidad, para proceder a su reorganización. Luego me enviaron a la Casa de Campo, donde resulté herido y fui trasladado al Hospital número 1 de Madrid, instalado en el Hotel Palace, donde conocí al compatriota doctor Luis Díaz Soto, oficial médico que me prestó atención facultativa. Restablecido de la herida, me reincorporé a la unidad y se me designó responsable de servicios de cuartel. Aunque es algo débil mi memoria, hago un esfuerzo por recordar a los compañeros junto a los cuales combatí en esa desigual contienda. Acuden al recuerdo los nombres de queridos camaradas, como Manuel del Peso Ceballos, Mario Morales Mesa, los hermanos Félix y Ramón Sánchez Rego, Mayarí Buzón Neyra, el entrañable Pablo Rodríguez Piedra, ya fallecido; el boxeador Alpargatica, el inolvidable Julio Cueva... Todos estos compañeros me llamaban Malayo o El Gitano, en los frentes de batalla y en los campos de concentración. Hacia Albacete partí después, con dos argentinos y un colombiano, para integrar las Brigadas Internacionales, al mando del comandante Giovanni Coopi. A nuestra llegada a aquella base, fuimos recibidos por el compañero Jorge Agostini. Luego ocurrió la retirada hasta el río Ebro, en cuya operación recibí heridas leves. Cuando fue anunciada oficialmente la retirada de la guerra de los voluntarios extranjeros que formaban las Brigadas Internacionales, los cubanos fuimos remitidos a Port-Bou, pueblo fronterizo con Francia, en el que permanecimos hasta cruzar la frontera, lo que hicimos en una caminata de cerca de cuarenta kilómetros, para ser internados por las autoridades francesas en el campo de concentración instalado en la playa de Argelés-sur-Mer, donde no había siquiera una mata de higo. Al entrar en el mismo, lo hicimos bajo los rigores de una fuerte helada. En el campo de concentración, en medio de un total desamparo, nos vimos precisados a acondicionarnos en casas de campaña construidas por nosotros con frazadas, para contrarrestar las constantes heladas. Por todo alimento se nos suministraba un plato de lentejas salcochadas, que parecían de concreto. Después de algunas semanas allí, nos trasladaron a otro campo llamado Gurs, donde mejoraron ligeramente las condiciones de vida. Ocupábamos unos albergues en los que se hacinaban doscientos compañeros, teniendo por cama el suelo. Al fin, tuvo término aquel cautiverio y salimos del puerto de La Pallice, a bordo del vapor "órbita", en el que encontramos muchos españoles que venían como refugiados para América. Llegamos a La Habana en 1939. |
José López Sánchez José López Sánchez. Nace en La Habana, el 4 de junio de 1911, en el seno de una familia trabajadora. Cursa sus primeros estudios en planteles de La Habana y Santa Clara, continuándolos en el colegio "Juan Bautista Sagarra", Santiago de Cuba. Desde 1925 interviene en la lucha revolucionaria, habiéndose levantado en armas en 1931, contra el régimen machadista, en Las Villas. En el propio año 1931, se integra a la corriente antiimperialista, participando en el trabajo político de la Liga Antiimperialista de Cuba, Liga Juvenil Comunista y Defensa Obrera Internacional, conservando la representación del estudiantado villareño ante el Directorio Estudiantil Universitario. Miembro del Partido Comunista de Cuba, marcha para España en 1937 y regresa a Cuba en 1939. En España conocí a muchas notables personalidades Partí para España en septiembre de 1937, como representante único de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), con el objeto de asistir al Congreso Mundial de Estudiantes Antifascistas, que debía celebrarse en Valencia, en diciembre de aquel mismo ario. En ese tiempo cursaba yo el cuarto ario de la carrera de medicina y desempeñaba la Secretaría General del Comité Seccional del Partido Comunista de Cuba en la Universidad de La Habana. Se presentaban dificultades para elegir delegados al Congreso. La FEU se encontraba en proceso de organización. La Universidad había permanecido clausurada por la tiranía batistiana, desde 1935 hasta 1937, constituyendo su reapertura un gran triunfo alcanzado por el esfuerzo y tesón del estudiantado luchador. Muchos dirigentes estudiantiles estaban empeñados en reanudar los estudios y finalizar su carrera. En el ambiente estudiantil existía una gran simpatía y se brindaba un apoyo entusiasta a la lucha que libraba el pueblo español contra el fascismo. Fue en estas circunstancias que me propuse marchar hacia España, lo que fue aceptado por el Partido. Recibí credenciales de la FEU, firmadas por los presidentes de las cuatro escuelas, respectivamente: Medicina, Cirugía Dental, Ciencias Higiénicas y Agronomía. En viaje rumbo a España, me encontré en París con Juan Marinello, quien regresaba de asistir al Congreso Mundial de Escritores Antifascistas. Hice el viaje de Toulouse a Valencia en una avioneta, y en esta ciudad española me esperaban en el aeropuerto, entre otros, el poeta Nicolás Guillén, el también poeta Iangston Hughes, norteamericano, y Leonardo Fernández Sánchez, así como varios cubanos más. Desde que llegué a España, hasta principios de noviembre de 1937, mis actividades estuvieron centradas principalmente en la propaganda solidaria en los frentes madrileños, mítines, actos culturales, organizados por la FEU, la Juventud Comunista y por el Ejército Popular. Al efectuarse la inauguración del curso en la Universidad de Valencia, en el mes de noviembre, fui invitado a hablar en dicho acto, en representación de los estudiantes cubanos. Escogí aquella oportunidad para plantear la cuestión de obtener la reivindicación de la memoria de los ocho jóvenes estudiantes cubanos fusilados en 1871, triste acontecimiento que expuse como perpetración del horrendo crimen de las autoridades españolas en aquella etapa de la dominación colonial, cuya infame actitud debía señalarse perpetuamente con el veredicto condenatorio de las presentes generaciones. Al finalizar mi intervención en aquel evento, exhorté a los representantes de la España progresista y al Gobierno del Frente Popular, expresando las siguientes palabras: "Este gobierno legítimo del pueblo español debe proclamar, con la justeza de su causa, la justeza de la causa en su lucha por independizarse de aquella España, la misma que hoy combate el pueblo español." El referido acto tuvo lugar, con toda solemnidad, en el Paraninfo de la Universidad Valenciana y el resumen del mismo estuvo a cargo del Ministro de Educación, Jesús Hernández (*), quien se refirió a la necesidad de que los estudiantes, sin abandonar sus libros, se entrenasen militarmente. Y, con respecto a la solicitud formulada por los estudiantes cubanos, declaró: "Estos estudiantes asesinados en 1871 en La Habana, por los traidores de España, los estamos reivindicando con nuestras luchas por la libertad y contra el fascismo, y prometo, en nombre del gobierno, que se dictarán los instrumentos legales pertinentes, a fin de que su memoria sea reivindicada, como víctimas inocentes del terror, y tomaremos de nuestros archivos todos los documentos respecto de este juicio para reintegrarlos a Cuba, para que allí sirvan de testigo de la infamia de la metrópoli anti-española." Urgentes requerimientos de la guerra impelieron al gobierno a decretar una leva de estudiantes, circunstancia que determinó la suspensión del anunciado Congreso Estudiantil. Después de haber tomado parte en las actividades que he mencionado anteriormente, pasé a realizar labores como corresponsal de guerra en representación del periódico titulado Al Ataque, que editaba la 46 División. Esta misión me brindó la oportunidad de participar en la ofensiva y toma de Teruel por las fuerzas republicanas. También cooperé con la comisión de cuadros del Partido en la atención y ubicación de los combatientes cubanos de las Brigadas Internacionales. La mayor parte del tiempo de mi permanencia en España transcurrió en Madrid. A mi regreso de Teruel, estuve en Cartagena y en Albacete, con la XV Brigada Internacional y con el Batallón Lincoln, donde actuaba como médico el capitán Luis Díaz Soto, compatriota a quien encontré por vez primera en Valencia, a principios de octubre. En España conocí a muchas notables personalidades, tales como el ilustre novelista Ernest Hemingway, el destacado periodista Herbert Matthews, el célebre cantante Paul Robeson, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros y a destacados dirigentes del movimiento comunista mundial. A los norteamericanos Hemingway y Matthews, hubimos de servir los cubanos como instructores ante el general José Miaja. Entre los combatientes cubanos con quienes mantuve más estrechas relaciones, puedo citar a Policarpo Candón, González Lanuza, Agostini y Boffil. En el Comité Provincial del Partido Comunista de España, en Madrid, me fue entregada la planilla de afiliación al Partido del compañero Pablo de la Torriente Brau, así como su estilográfica, lo que recibí de manos del Secretario General de dicho Comité, camarada Girón, quien más tarde fuera fusilado por orden de Franco. Pero el implacable hostigamiento de la aviación fascista me obligó a dejar estas reliquias, tan caras al recuerdo de los internacionalistas, en tierra catalana, en las cercanías del Castillo de Figueras, lugar de tránsito hacia la base de entrenamiento. En aquel sitio, de perenne recordación para los voluntarios que atravesaban los Pirineos, quedaron tan preciados objetos, en una maleta que contenía libros y otros artículos personales de mi pertenencia. Salí de Barcelona el 31 de enero de 1938, para cumplir el encargo de realizar propaganda y colectar fondos en New York a favor de la República Española, en la continuidad del cumplimiento del deber solidario con aquel pueblo heroico. A fines de abril de 1939, regresé a La Habana, con el propósito de terminar mis estudios de medicina. (*) Después de terminada la guerra española de liberación nacional, el Partido Comunista de España retiró la militancia a Jesús Hernández. |
Juan Magraner Iglesias Juan Magraner Iglesias. De extracción obrera, nace en La Habana, el 8 de mayo de 1909. Muy joven comienza a trabajar en el sector gastronómico y como chofer. Al estallar. el movimiento fascista en España se encuentra residiendo en Estados Unidos, de donde parte a defender el gobierno republicano en 1937. Regresa a Cuba en 1939, al cese de la contienda, con la salud seriamente quebrantada, impedido de trabajar en los primeros seis meses de su regreso con delicada afección pulmonar. Una vez restablecido trabaja sucesivamente como inspector de ómnibus, chofer de turismo y, al triunfar la Revolución, pasa a trabajar en los almacenes de la Reforma Urbana. Cientos de heridos morían de gangrena por falta de asistencia. En el año 1937 vivía en New York, donde trabajaba como dependiente en un restaurante. Por aquel tiempo, militaba en las filas del Partido Comunista de los Estados Unidos y era miembro del Buró Ejecutivo del Club Cubano "Julio Antonio Mella", de la ciudad neoyorquina. A través del Partido norteamericano, respondí presente al llamado internacionalista para combatir el fascismo en tierra hispana. Debía salir para España, como integrante del primer contingente de voluntarios, el 3 de enero de 1937; pero al sufrir un examen médico me fue diagnosticada una hernia, por lo que fui rechazado para combatir. Obvié aquel inconveniente sometiéndome a una intervención quirúrgica, y, una vez restablecido, embarqué para España en marzo del mismo ario, con un grupo de treinta y nueve compañeros. Llegamos a Francia. Al igual que se había hecho con voluntarios llegados antes, el Partido Comunista Francés se hizo cargo de nuestro grupo. Después vinieron las peripecias de acercamiento a la frontera española y cruce de los Pirineos, hasta llegar a nuestro destino. Esto se hizo por etapas, para despistar a las autoridades. Estuvimos en diferentes ciudades y pueblos, mientras nos acercábamos a la frontera. En una de las ciudades fronterizas, llamada Ales, tuve oportunidad de conocer al Alcalde, Diputado a la Asamblea Nacional por el Partido Comunista, quien me brindó una buena amistad. Yo era el único cubano en un grupo formado por ciento diez compañeros. Los demás eran norteamericanos, canadienses, ingleses, polacos, alemanes y de otras nacionalidades. Al fin, transcurridos unos días, llegamos a la frontera. Dirigidos por dos guías franceses, emprendimos el ascenso a las montañas pirenaicas. En aquella caminata se lastimó mi herida de la operación y estuvo a punto de frustrarse mi llegada a España. En el Castillo de Figueras pasamos unos días de reposo y pude caminar, con la ayuda de una faja. Como yo hablaba el idioma inglés, el comandante de las Brigadas Internacionales en dicho castillo sugirió que podía serle útil en la recepción de los compañeros que llegaban, por lo que comencé a realizar un trabajo muy interesante. El transporte de los voluntarios extranjeros, desde la cima de las montañas de la parte española, hasta el Castillo de Figueras, se efectuaba en camiones. Descansaban allí dos o tres días y continuaban viaje hacia Albacete, donde radicaba el Estado Mayor de las Brigadas Internacionales, para ser conducidos a los campos de entrenamiento. Durante el ario que permanecí en Figueras, hicimos diferentes trabajos, como el transporte de armas a través de un pueplo fronterizo llamado Perthus, lo que hacíamos como si estuviésemos transportando gasolina. Dentro de los tanques ocultábamos las ametralladoras desarmadas. Otras veces las armas venían por mar y las recibíamos en una playita cercana a la frontera francesa, llamada Llansa. Esto se hacía con mucho cuidado, pues si las autoridades francesas lo descubrían, procedían a decomisar dichas armas. Más tarde fui invitado a incorporarme al frente de combate en la 124 Brigada Mixta, con el grado de Sargento en una pieza antitanque. Participé en el cruce del Ebro y continué la campaña, hasta que se procedió a la desmovilización de los internacionales. Se nos concentró en Ripoll, pueblo cercano a la frontera con Francia, pasando luego a otro nombrado Casals de la Selva, donde se encontraba como Jefe de la Retaguardia el comandante Jorge Agostini. Después, pasamos por Port-Bou y cruzamos la frontera el 9 de febrero de 1939, a las siete de la mañana. Tras un minucioso registro practicado por la guardia francesa, cerca de cinco mil personas, civiles y militares, escoltados por cientos de guardias franceses, iniciamos una larga marcha a pie por la carretera que nos condujo al campo de concentración de Argelés-sur-Mer. Durante todo el trayecto caminado, las autoridades francesas ni siquiera nos proporcionaron un poco de agua. Sin embargo, la población de los lugares por donde pasábamos nos brindaban embutidos, pan y frutas. El campo de concentración en que se nos internó, había sido utilizado anteriormente, durante la Primera Guerra Mundial, para alojar a los prisioneros alemanes. Hicimos la entrada al mismo aproximadamente a las ocho de la noche. Juntos íbamos el comandante Basilio Cueria, el capitán Julio Cueva y yo. Habíamos pensado al llegar allí que aquel campo estaba des-tinado solamente a los casi cinco millares de personas que habíamos cruzado la frontera, pero fue grande nuestro asombro al comprobar, cuando aclaró el siguiente día, que había más de doscientos mil refugiados —mujeres, niños, ancianos— en una playa abierta, sin techos, sin servicios sanitarios... Los cientos de heridos morían de gangrena por falta de asistencia. Era un espectáculo que solo viéndolo podía creerse. Decidí fugarme de aquel campo a cualquier precio. Una mañana, a las once horas, me fugué del campo, que estaba custodiado en su interior por la guardia móvil francesa y en el exterior, cada unos cuarenta metros, por una pareja de soldados senegaleses. El campo estaba cercado con alambre de púas. Aproveché un descuido de los senegaleses, me deslicé por debajo de la cerca y corrí hacia el río, a una distancia aproximada de cuarenta metros. Me acompañó en la fuga un compañero italiano. Caminamos por la ribera del río y nos alejamos sal ser vistos. En el camino, nos encontramos con unos obreros agrícolas que en aquel momento empezaban a almorzar. Tan pronto nos vieron, nos invitaron a acompañarles en su almuerzo. Mientras compartíamos sus alimentos, nos alertaron sobre el peligro que corríamos si no andábamos con cuidado y nos indicaron cómo llegar a Perpingnan sin necesidad de coger por la carretera. Llegamos a dicha ciudad sobre las ocho de la noche, después de caminar por el inmenso lomerío, en que nos sirvió de guía un muchacho español que residía en las lomas. Llegamos a las oficinas de ayuda a los refugiados. La compañera responsable de la misma era la hija del que fuera mi comandante en Figueras. Con ella estaba también un compañero que había estado responsabilizado con la entrada de armas en España. Ambos me sorprendieron, al plantearme que tenía que volver al campo de concentración, ya que nada podían hacer por nosotros, pues estaba vigente un decreto que sancionaba con dos mil francos de multa o tres meses de prisión a toda persona que prestara ayuda a algún fugitivo de los campos en que estaban internados. Lo más que hicieron fue indicarnos que a dos cuadras de aquel lugar había un comedor popular. Después de haber proferido algunas palabras duras en el cambio de impresiones con aquellos compañeros, nos dirigimos al comedor, donde encontré a un compañero argentino, quien me recomendó alejarme del italiano que me acompañaba, al que conocía como agente de la Gestapo. Me deshice del falso compañero y salí con el argentino en busca de un lugar donde pasar la noche, sin ser vistos por la policía. En nuestro deambular, encontramos unos camiones estacionados en una calle bastante oscura. Penetramos en uno de ellos y al cabo de media hora tuvimos una gran sorpresa: un compañero francés, que trabajaba como sereno, al cuidado de los camiones, nos descubrió y nos dijo: "No tengan miedo, y tomen estas mantas; por la mañana los llamaré a las seis." Así pasamos la noche y, después de despedirnos del compañero francés, comenzó otra odisea. Necesitamos conseguir francos para asearnos y salir de Perpignan hacia París. Carlos, el compañero argentino, decidió que entráramos en una lechería y tomáramos un buen café con leche y pan con mantequilla. Hacía cerca de dos años que habíamos olvidado lo que era eso. Yo acepté la proposición y entramos en una lechería. Consumimos cada uno un vaso de café con leche y pan con mantequilla. Yo me quedé en el establecimiento, como rehén, mientras Carlos se dirigía a un banco para vender una cadena y una pulsera de oro, única forma de pagar lo que habíamos consumido. Hecho esto, cruzamos la calle y entramos en una barbería para cortarnos el pelo y rasurarnos. Terminó primero conmigo el barbero, y mientras esperaba que lo hiciera con mi compañero, miré a la calle a través del cristal de la barbería y observé un automóvil frente a mí. Bajó un hombre de dicho vehículo y quedó mirándome; seguidamente entró en la barbería y me abrazó con gran afecto: era el alcalde de Ales. Le conté la aventura que estaba viviendo y le expuse mis deseos de llegar a Saint Laurent de Argouse Gard, donde residía un compañero francés que había sido combatiente. El mismo Alcalde se encargó de trasladarnos al mencionado lugar. Antes de salir de Perpignan, nos llevó a un pequeño hotel y recomendó a la dueña nos facilitara todo lo necesario para asearnos y descansar, así como que nos proveyera de ropa, sin que nadie se enterase de nuestra presencia allí. Al día siguiente, nos recogió y empezamos un viaje de doscientos kilómetros, hasta la ciudad de Nimes, al llegar a la cual llamó el alcalde de Saint Laurent de Argouse para cerciorarse de que estábamos en Nimes, y al contestar afirmativamente, partimos hacia aquel lugar. El amigo alcalde de Ales se despidió de nosotros. Esa noche nos albergamos en un pequeño hotel. Un día después, todo quedó arreglado para que el compañero Carlos saliera para Marsella, como había sido su deseo. A mí me llevaron a una pequeña finca, a dos kilómetros del pueblo. Todas las noches me visitaba el alcalde del pueblo y otros compañeros. Desde allí escribió a mis familiares de Cuba en solicitud de documentos y dinero, recibido lo cual, partí para París, ya que debía arreglar mi pasaporte y salir para Cuba. En París localicé a unos compañeros de la Brigada Lincoln, que me atendieron muy bien, pagando todos los gastos de estancia en París y comprándome ropa. Yo les dije que no quería volver a Estados Unidos y que me unía al grupo de compatriotas que regresaban a Cuba, recomendándoles que el dinero que iba a gastar en mi pasaje fuese repartido entre los cubanos que se encontraban en París sin recursos. Así lo hicieron. Después de transcurrir algún tiempo en Le Havre, salí de dicho puerto el 13 de mayo de 1939, en el vapor "Orduña" llegando a Cuba el día 27 de dicho mes, bastante enfermo de los pulmones. |
Francisco Maydagán Hernández
Francisco Maydagán Hernández. Nace en La Habana el 13 de abril de 1909, en el seno de una familia pequeño-burguesa. Realiza sus primeros estudios en los colegios "La Salle" del Vedado y "Candler College" de Marianao. En el año 1930 ingresa en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura "San Alejandro", en cuyo plantel desempeña la Secretaría General del Ala Izquierda Estudianti/. Por sus actividades políticas clandestinas, sufre a menudo privación de libertad, recluyéndosele en el Castillo del Príncipe y la fortaleza de La Cabaña. Al ocurrir el alzamiento fascista contra la República Española, se encuentra en Madrid como exiliado político y toma las armas inmediatamente en defensa del Gobierno del Frente Popular. En 1939, regresa a Cuba y continúa en el movimiento revolucionario. En 1959, se le designa para desempeñar distintas funciones en dependencias del Gobierno Revolucionario. Hicimos barricadas con sacos llenos de cemento Militaba en las filas del Partido Comunista, Sección Cubana de la Internacional Comunista, cuando pude conocer a través de una persona amiga, que elementos represivos al servicio del régimen tramaban mi eliminación física. Resolví entonces exiliarme en España, y arribé a la ciudad de Madrid a mediados de octubre de 1934. Allí continué los estudios de Escultura en la Escuela de Artes y Oficios y en la Academia San Fernando y, en ocasiones, trabajaba con los famosos escultores Victorio Macho y Mariano Benlliure. Durante esta obligada estadía en Madrid, que tanta significación ha tenido en mi vida, establecí contacto con el compatriota Pablo Porras Gener, quien había instalado un estudio de escultura en el ático de un hermoso edificio de aquella ciudad en que laborábamos juntos. Este compañero y amigo, se batió bravamente contra el fascismo en las trincheras republicanas, hasta alcanzar el grado de Comandante y, por aquel entonces, militaba en el Partido Comunista de España. En los dos arios transcurridos entre mi llegada a Madrid y el inicio de la guerra antifascista, desarrollé innumerables actividades acordes con mi condición de estudiante exiliado y en posesión de una credencial partidista extendida por el compañero Blas Roca, la que conservo aún en mi poder. Muy crítico y en extremo interesante, fue este período en España, desde el punto de vista político. Precisamente en octubre de 1934, al mes de mi llegada a la Capital, se sucedieron hechos tan trascendentales que habían de influir decisivamente en el curso de la historia española. Los gobiernos republicanos y socialistas se reemplazaban por semanas y por días: Samper, Lerroux, Largo Caballero, hasta el del republicano Casares Quiroga, afiliado al partido del presidente Azaña y quien gobernó desde su estreno hasta la traidora sublevación del 18 de julio de 1936. Ante aquel difícil panorama, me sumé al grupo de estudiantes de la FUHA (Federación Universitaria Hispano Ameri-cana), realizando tareas de acción y propaganda. Vendí por las calles el periódico Bandera Roja, órgano clandestino del Partido Comunista de España, al mismo tiempo que efectuaba otras actividades delicadas. Entre los estudios, las luchas y las estrecheces económicas, transcurrieron aquellos dos años inolvidables, tan intensos como aleccionadores. En el mes de julio de 1936, se hallaba al rojo vivo la tensión política en la capital de la República. El Partido Comunista tenía conocimiento de los manejos de Franco en Marruecos, y había dispuesto en todos sus radios y seccionales un sistema de guardias permanentes que por las noches dormían en el suelo, en espera de la hora cero. El día 18 de julio se desencadenó la tempestad y el 19 ya tenía noticias de que el Cuartel de la Montaña, situado en el corazón de Madrid, así como Getafe, Carabanchel y otros importantes centros militares, se habían sublevado contra el gobierno de la República. La dirección del Partido Comunista reclamaba fuese armado el pueblo, pero las armas no llegaron nunca. Todos partimos de los locales en que nos encontrábamos, con solo algunos fusiles y pistolas, hacia el Cuartel de la Montaña. En la Gran Vía madrileña, abocada hacia el cuartel, levantamos barricadas con sacos llenos de cemento tomados de una obra en construcción y con cuanto prestara protección contra el fuego directo proveniente de la fortaleza que íbamos a atacar. Ya en pleno tiroteo, cayó cerca de mí un compañero, cuyo mosquetón ocupé, sin conocer su manejo. Logré hacer un disparo, después otro... y la cosa siguió bien. Se ha dicho alguna vez que si de una fortaleza no se sale para atacar, a la larga esta se pierde. En la madrugada del día 20, la posición era atacada desde todos los ángulos. En una ocasión los defensores del cuartel izaron bandera blanca, de parlamento, y, cuando nos dispusimos a penetrar en la fortaleza, sin hacer fuego, atacó nuestro flanco izquierdo un grupo de sublevados que se habían parapetado en una iglesia o con-vento. Aquel ataque sorpresivo nos produjo numerosas bajas, así como el fuego que se hacía desde el cuartel. Nos replegamos y luego reanudamos el ataque con el apoyo bastante precario de algunas piezas de artillería, más las granadas que arrojaba sobre la posición asediada una avioneta republicana. Bajo la impresión del artero proceder de los ocupantes del cuartel, arreció de modo enérgico nuestro ataque y estos enarbolaron de nuevo la bandera blanca. Pero esta vez fue ignorado el gesto, considerando que habían sido violadas las normas de la guerra por el enemigo, y continuó la operación hasta ser tomado por asalto el objetivo e imponer la ley de la República. Los jefes salieron del cuartel "como el macao del caracol" cuando le dan fuego, en mangas de camisas blancas, deshaciéndose de las guerreras y con los brazos en alto. Una vez tomada la posición, fueron repartidas al pueblo las armas ocupadas. Me correspondió una pistola Astra, nueva, envasada aún en su caja; una cantimplora y un casco de acero. El general Fanjul, jefe de la guarnición derrotada, fue hecho prisionero, siendo juzgado por un Consejo de Guerra Sumarísimo que lo condenó a muerte por fusilamiento y cuya sentencia fue cumplida poco después. El Cuartel de la Montaña capituló el día 21 de julio, y al día siguiente salí al mando de una escuadra de la FUHA, dando escolta a una caravana de la Cruz Roja que se dirigía al frente de Guadarrama. Cuando nos acercábamos a nuestro destino, sufrimos un intenso bombardeo por una escuadrilla de pavas (*) alemanes, lo cual provocó la pérdida del contacto con la escuadra a mi mando, viéndome precisado a sumarme solo a la primera línea de fuego. El 28, tras seis días de combate y con escasísima alimentación, hube de ser evacuado en camilla hacia Madrid, por padecer agotamiento físico. El día 3 de agosto salimos para el frente de Somosierra con la columna de Paco Galán. Poseo un documento original, que dice: "La Comandancia Central del 5º Regimiento de Milicias Populares, certifica: Que el camarada Alférez de este Regimiento, Francisco H. Maydagán, ha sido ascendido al grado de Teniente por su actuación en el frente de Somosierra. Y para que conste a todos los efectos, expido el presente certificado. Madrid, 30 de septiembre de 1936. El Comandante en Jefe, Líster." Pocos días después, Paco Galán me responsabilizó con la Oficina de Información de su columna. En uno de los viajes periódicos que efectué a la retaguardia, me encontré en la Gran Vía madrileña con el compañero Pablo de la Torriente Brau, quien llevaba la representación de algunos periódicos y revistas de Cuba y Norteamérica. Pablo estaba desesperado por conocer y vivir las experiencias de la primera línea de fuego, y así me lo hizo saber en el inicio de nuestra conversación. Pocas horas después, salíamos hacia Buitrago de Lozoya, en Somosierra, donde también se encontraban los cubanos Alberto Sánchez y Policarpo Candón. En el frente de Somosierra, Pablo desarrolló una gran actividad y su labor fue de mucha utilidad. Alternaba sus quehaceres periodísticos con sus charlas al enemigo, mediante un potente altavoz dispuesto de parapeto a parapeto. Fue en estas circunstancias que produjo las interesantes crónicas recogidas en el libro Peleando con los Milicianos. Ocurrían estas cosas durante los meses de septiembre y octubre de 1936. El asedio a Madrid y su histórica defensa, transcurrían en noviembre del propio año. Los cuatro cubanos que estábamos en Buitrago: Pablo de la Torriente, Policarpo Candón, Alberto Sánchez y yo, nos separamos para formar parte de distintas unidades. El 29 de diciembre de aquel año y debido al intensísimo frío en la sierra fui conducido a un hospital de Madrid, afectado de pleuritis interlobular izquierda, y el primero de enero de 1937 me reincorporé a mi unidad. Durante mi ausencia de la unidad, había sido relevado del frente Paco Galán, a quien sustituyó en el mando el teniente coronel de artillería Enrique Jurado. Yo pasé a la Jefatura de la Sección de Información la que se había convertido en Primera División del Ejército del centro, empleo en que fui confirmado por el general Sebastián Pozas. Con fecha 31 de diciembre de 1936, se me ascendió al grado de Capitán. Algunos meses después, fui trasladado a la 4 División, al mando del teniente coronel Bueno, del mismo ejército. El 13 de marzo de 1937, ocupé la Jefatura de Estado Mayor de la 67 Brigada Mixta, y el 14 de junio me ubicaron en la 36 Brigada, donde comandé interinamente su Quinto Batallón. El primero de agosto recibí el ascenso al grado de Mayor y fui destinado en propiedad al mando del 82 Batallón de la 21 Brigada Móvil del Décimo Cuerpo de Ejército del Este. Con esta unidad, combatí en los frentes de Teruel y Belchite. El 28 de agosto resulté herido de bala en el sector de Mediana. Se me otorgó un permiso especial para que me restableciera en Cuba de las heridas recibidas, por lo que embarqué en el puerto francés de Saint Nazaire y arribé a la capital cubana el 28 de octubre de 1937. Después de haber sido atendido en La Habana por el doctor Alberto Inclán y su ayudante el doctor Isidro Pascau, se me dio de alta el 4 de enero de 1938, y partí de regreso a España cinco días después. Durante el período de curación y convalecencia transcurrido en Cuba, el Partido acordó que algunos combatientes participáramos, en compañía del camarada Salvador García Agüero, en diferentes actividades en apoyo a la causa del pueblo español. Así, hubimos de asistir a distintos actos ofrecidos en algunos lugares del país, como en el cine "Neptuno" y el Salón de Torcedores, en La Habana; el teatro "Terry", de Cienfuegos; el Club Deportivo, de Sancti Spíritus, y el teatro "Martí", de Santa Clara. El viaje de regreso a España lo realicé en un hidroplano, vía New York-París-Barcelona. Al arribar a la península ibérica, fui incorporado a la 64 División de Maniobra, al mando del teniente coronel Pedro Martínez Cartón, miembro del Buró Político del Partido Comunista de España. En aquella División, llegué a ser Jefe de Operaciones, primero, y Jefe de Estado Mayor, después. El 2 de abril de 1938 resulté herido de dos balazos de ametralladora en el frente de Teruel. Fui evacuado rápidamente al Hospital Militar de Cuenca, y el 8 de mayo, a solicitud propia, se me dio de alta, y, con el brazo aún escayolado, me reincorporé a mi unidad en el frente. Días después, por resentimiento en las heridas, tuve necesidad de reingresar en el citado hospital hasta mi total restablecimiento. El 16 de julio del mismo año fui dado de alta. Reincorporado a mi unidad, que de 64 se había transformado en 52 División de Maniobra, mandada por el mencionado teniente coronel Martínez Cartón, se me designó para asistir al curso de Jefes de Brigadas en la Escuela de Capacitación de Mandos, de Godelloa, Valencia, donde también tuve que desempeñarme como profesor. Por interesarlo el Jefe del 21 Cuerpo de Ejército en escrito de fecha 11 de julio de 1938, el Jefe de la División envió a aquel mi aval político, sindical y cuantos antecedentes tuviera, para ser clasificado en la propuesta de mando de la 195 Brigada. Martínez Cartón procedió al envío de la documentación solicitada e hizo constar su desacuerdo con la posibilidad de relevarme de su Estado Mayor. Ya en pleno proceso de retirada, y autorizado por el Jefe de Servicios de la Comandancia Militar de Port-Bou, crucé la frontera franco-española el día 4 de febrero de 1939, para gestionar en el consulado cubano en Perpignan, Francia, la evacuación urgente de los combatientes cubanos de las Brigadas Internacionales que hasta allí habían sido conducidos por mí tras una larga caminata de 72 kilómetros, en función de la superior jerarquía militar que en aquellos momentos ostentaba y también por disposición expresa del mando de las Brigadas Internacionales. Esta misión que me había sido encomendada al traspasar la frontera, no me fue posible cumplimentarla por haber sido arrestado por las autoridades francesas. Conducido a la Comisaría correspondiente, se me internó luego en un campo de concentración de la misma ciudad de Perpignan, trasladándoseme más tarde al de Agelés-sur-Mer. En aquella situación, fui reclamado desde París, en unión de ocho compañeros más, entre los que se encontraba Jorge Agostini. Regresé a Cuba el 19 de abril de 1939, a bordo del "Reina del Pacífico". * Llamábase pavas, en el argot popular, a determinado tipo de avión enviado por Hitler en ayuda de Franco. |
Pía Mastellari Maecha Pía Mastellari Maecha. Nace el 27 de julio de 1906, en Puebla de Zaragoza, República Mexicana, de una familia de trabajadores. Desde su infancia reside en Cuba y adopta su ciudadanía al arribar a la mayoría de edad. Activista del primer partido marxista-leninista cubano y dirigente del movimiento feminista. Desempeña funciones administrativas, cuando decide partir para España en defensa de la causa republicana, en 1937. Al regresar a Cuba en 1938, milita en el Partido Comunista y realiza diversas misiones clandestinas, hasta el triunfo de la Revolución, en que pasa a trabajar como miembro ejecutivo del Comité Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas y más tarde en el Consejo Nacional de Cultura. El pueblo español se mantuvo cada vez más firme Hablé con Sara Pascual sobre mi decisión de marchar a España, e indudablemente, que su opinión me fortaleció para poder pasar por encima de las dificultades que, en aquel tiempo, se le presentaban a la mujer que decidiera cualquier cosa de esta naturaleza; mucho más, cuando no se pertenecía al Partido Comunista. Naturalmente, todas las mujeres que en él militaban, superaban con rapidez esta situación. Ya decidida a ir, acordamos pedir ayuda a nuestras amistades y recolectar el dinero del pasaje. El precio del pasaje en barco, que hoy nos parecería muy barato, costaba en aquella fecha $96.00, lo que se consideraba una importante suma. Conocido mi propósito, fueron muchas las personas que me ayudaron, pues, desde el primer momento, la causa del pueblo español fue muy sentida por nuestro pueblo. Hay que recordar que este acontecimiento político constituyó el más importante de su tiempo y puso a prueba el sentimiento internacionalista de los revolucionarios del mundo entero, a cuya cabeza marcharon los partidos comunistas. En Cuba se había creado ya un organismo con esa finalidad, bajo la dirección del compañero Ramón Nicolau, el cual envió a España alrededor de mil combatientes. A través del inolvidable compañero Luis Álvarez Tabío, recibí también ayuda importante. Se me equipó de ropa de invierno, maletas, etc., y se me facilitó la documentación necesaria. Yo tenía una gran dificultad en obtener esta, debido a que mi padre era italiano y había dejado a medias las gestiones para reconocer su nacionalidad. En esos momentos, era imposible para él realizarlo en Italia, con un régimen fascista. Por tanto, se me facilitó entonces el modo de viajar como española, con el nombre de María García. Recibí también la ayuda de mis compañeros de trabajo, pues trabajaba en una clínica en labores administrativas, y se me adiestró en cuestiones de enfermería. A través de las compañeras Rosario Guillaume —ya desaparecida— y de María Núñez, el Partido Comunista de Cuba me facilitó una credencial como antifascista. Salí el 26 de noviembre de 1937 y pasé a España a través de Francia. Allí tuve contacto con los compañeros a quienes iba dirigida y que me ayudaron, principalmente el compañero Félix Pita Rodríguez, hasta que crucé la frontera franco-española por tren. Pasadas las primeras dificultades propias de un país én guerra, que evacuaba en esos momentos las poblaciones del norte invadidas por el fascismo, me puse en contacto con compañeras latinas y cubanas que se encontraban en España, mediante una carta que me facilitó la compañera Mirta Aguirre. Compartieron conmigo su vivienda, la compañera Nerina Luque, que había ido a España para asistir al Congreso de la Juventud, el que no pudo celebrarse, y Leonor Pérez, que se encontraba allí en compañía de su esposo, Arnold Reed, internacionalista norteamericano, miembro de las Brigadas Internacionales, caído heroicamente más tarde en el frente del Ebro, junto al cubano Efraín Guash. Comencé a ir al hospital para recibir una preparación previa; pero, por razones de la propia guerra, fueron suspendidas estas clases hasta nuevo aviso, en cuyo intervalo compartí con Leonor Pérez la atención a Nerina Luque, que había ingresado en el hospital sufriendo una pleuresía. En uno de mis viajes al hospital, empecé a expectorar sangre. No dije nada de esto a nadie, para no alarmar, y continué mis ocupaciones. Pero la fiebre alta y la tos, no me permitieron ocultar por más tiempo mi situación. Así, estuve en cama bastante tiempo, y fue entonces cuando me visitó el doctor Eloeser, para avisarme que ya podía renovar las clases, pero al ver mi estado de salud me recomendó esperar mi restablecimiento y, de ser posible, gestionar el modo de hacerme una placa, ya que él marchaba para el frente. Compañeras que trabajaban en la embajada de México, me facilitaron la placa y el médico, este último indicó que debía regresar a Cuba. La embajada, generosamente, se ofreció a facilitarme estas gestiones y me presionaba, porque entendía que debía regresar. Yo insistí en quedarme en España, y así lo hice. Esto ocasionó que las diligencias de mi ubicación se dilataran, pues debía ir a trabajar a un hospital. Mientras tanto, el Partido Comunista de Cuba había decidido que mi compañero, el doctor Luis Díaz Soto, regresara a Cuba, por encontrarse enfermo en el frente. Esto vino a imposibilitar mi incorporación, puesto que, naturalmente, él no se iría de España si yo permanecía allí. Mi trabajo en España no pudo realizarse, limitándose a la ayuda prestada a Leonor Pérez en su labor con los compañeros de las Brigadas Internacionales que regresaban a Barcelona, en disfrute de permiso, los que por no tener familiares en España, ni dominar el idioma, eran atendidos por nosotros. Con Leonor participé en las demostraciones masivas que se realizaban, tanto en los regresos como en las partidas de los voluntarios, o en las que tuvo necesidad de llevar a cabo el pueblo español para impedir la entrega de España en aquellos días difíciles de marzo de 1938. La superioridad del enemigo, principalmente en aviación, consiguió romper el frente del Este e inició el avance en dirección al Mediterraneo. Los elementos capituladores del gobierno empezaron a maniobrar, particularmente Indalecio Prieto, Ministro de Defensa, que se pronunció por la capitulación en un Consejo de Ministros celebrado en esos días. El Partido Comunista de España (PCE), el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), la Juventud Socialista Unificada (JSU), organizaron una manifestación de frente único, en la cual participaron también el Partido Socialista Obrero de España (PSOE), la Unión General de Trabajadores (UGT), organización socialista; la Central Nacional de Trabajadores (CNT), organización anarquista, que recorrió las calles de Barcelona y se dirigió a la sede del gobierno para salirle al paso a esa corriente capituladora, exigiendo la resistencia —de la cual era el pueblo principal promotor— y la continuación de la lucha. En aquella ocasión se dirigió a las masas, la gran luchadora española, compañera Dolores Ibárruri, Pasionaria. En res-puesta a la multitudinaria demostración afirmativa republicana, la aviación fascista multiplicó sus vuelos sobre Barcelona y arreció sus ataques, lo que costó miles de víctimas en la población civil. Pero, a pesar de los criminales bombardeos, el pueblo español se mantuvo cada vez más firme. En esos días, llega Díaz Soto del frente para reponerse de su enfermedad y más tarde, en el mes de abril, con la ayuda de Ramón Nicolau, parte para Francia, a solicitud del Partido Comunista de Cuba. Yo permanecí en España hasta quedar aclarada la situación con respecto al pasaporte, único documento de identificación que me acreditaba como española. Llegué a Francia el 30 de abril de 1938, y a Cuba, poco tiempo después. |
Mario Morales Mesa Mario Morales Mesa. De origen obrero, nace en La Habana, el 21 de febrero de 1916. Asiste a la escuela pública y muy joven comienza a trabajar en el sector del Transporte. En 1933 ingresa en la Liga Juvenil Comunista, y desarrolla una intensa actividad política. Parte hacia España en 1938 y retorna a Cuba en 1939, terminada su misión internacionalista. Por orientación del Partido Comunista de Cuba, cumple infinidad de misiones clandestinas, especialmente ligado a la Generación del Centenario, entre ellas el asalto al Palacio Presidencial en 1957. Por tener preparación militar me designaron primer artillero de una ametralladora calibre 30 En 1937, el Partido Comunista de Cuba me designó miembro de la Comisión de Reclutamiento de voluntarios cubanos, para combatir en defensa del pueblo español, enfrentado al fascismo, en la que figuraban también los compañeros Víctor Pina Cardoso; Aracelio Iglesias, Manuel Porto Dapena y Silvio Cardoso. Me correspondió marchar rumbo a España al frente de un grupo de veinticuatro compatriotas, en el primer semestre del ario 1938. Salimos del puerto de La Habana, a bordo del "Reina del Pacífico", buque de pasajeros de bandera inglesa, con visas solicitadas para visitar la Exposición Internacional, que por aquellos días se celebraba en París. Tal era la cobertura que ocultaba nuestro verdadero objetivo de incorporarnos a las Brigadas Internacionales, que ya estaban presentes en los campos de batalla. Era mucho mayor el número de voluntarios que se propusieron salir en este viaje, pero fue imprescindible reducirlo, debido a la persecución contra los antifranquistas dirigida por el oficial policiaco Mariano Faget, y a la publicidad provocadora desarrollada por el plumífero Salvador Díaz Versón, agente de la embajada yanqui, empeñados en invalidar la labor de la Comisión Organizadora del Reclutamiento, encabezada por el miembro del Buró Político del Comité Central del Partido, camarada Ramón Nicolau. El viaje hasta Francia duró diez días. Desembarcamos en el puerto de La Pallice, desde donde nos trasladamos a París por ferrocarril. Como responsable del grupo, recibí instrucciones para dividirlo en tres secciones para su alojamiento en la capital francesa, siendo seleccionado uno de cada ocho hombres para responsabilizarse con una sección, que se alojaría en los hoteles Lafayette, Montana y Nacional. En cumplimiento de consignas recibidas de la Comisión en La Habana, como responsable del grupo, establecí contacto en París con el compañero Félix Pita Rodríguez, encargado de recibirnos y atendernos. La estancia en aquella ciudad fue algo prolongada, pues debimos esperar a reunir el mayor número de internacionalistas, para organizar el correspondiente convoy. Mientras aguardábamos, se procedía a hacernos un chequeo médico y a la habilitación de cada hombre con la necesaria documentación de la República Española. Por fin, emprendimos el viaje hacia España a través de la frontera franco-española, utilizando la vía férrea, por el túnel internacional de Cerbére, en los Pirineos Orientales, hasta llegar a la villa de Port-Bou, Gerona, desde donde nos dirigimos en ómnibus al cuartel de Figueras, centro de recepción de las Brigadas Internacionales. Aquí fuimos proveídos de armamentos y vestuario militar, impartiéndosenos una breve instrucción militar, ya que nuestra permanencia duró solamente cinco días en Figueras. Después pasamos a una base militar en el pueblo de Mont-beanch, provincia de Tarragona, donde recibimos un entrenamiento más riguroso, durante quince días. Quedé incorporado al 24 Batallón de la XV Brigada Internacional, perteneciente a la 35 División. De mayo a julio toda nuestra actividad estuvo orientada en la preparación de la ofensiva del Ebro, utilizando para él entrenamiento un afluente del Segre y otros ríos, en Lérida. Al iniciarse las operaciones del cruce del río Ebro, el Estado Mayor de la XV Brigada solicitó voluntarios que supieran nadar y remar, y estar dispuestos a ser los pri-meros en pasar el río. Contesté a la solicitud dando un paso al frente y fui incorporado, para esa operación, a la XIII Brigada Polaca, primera unidad de las Brigadas Internacionales en cruzar el río. Por tener preparación militar, específicamente en armas automáticas, me designaron primer artillero de una ametralladora calibre 30 (Maxim), a bordo de una de las barcazas utilizadas en aquella operación. Cuando avanzaba con dicha Brigada, a las puertas del frente de Gandesa, recibí orden de reintegrarme a la XV Brigada, pero me fue imposible hacer contacto con el 24 Batallón, donde estaban los cubanos, por estar la unidad encerrada en un despeñadero conocido por "Barranco de la Muerte". Ante tal dificultad, el Estado Mayor de la Brigada me ordenó presentarme en el Batallón canadiense Mackenzie-Papineau, donde permanecí por espacio de tres meses, participando en la batalla del Ebro y en las operaciones de Corbera, Gandesa, Sierra Pandolls y Sierra Caballs. En este último lugar fui herido en ambas manos, por la metralla de un obús de mortero. Entre las impresiones que dejaron más honda huella en mí, durante aquella campaña, está la caída en combate del magnífico camarada Juan José Díaz Santos, en Sierra Pandolls. Este compañero había formado parte del grupo salido de La Habana bajo mi responsabilidad. Ex militar residente en la ciudad de Matanzas, lo designé como responsable del grupo que se alojó en el hotel Nacional, de París. Estábamos juntos en la Quinta Compañía del 24 Batallón, unidad especial de armas automáticas, habiéndose distinguido en el cruce del Ebro, entre los pueblos de Mora del Ebro y Ascot. El compañero Juan José era de carácter afable y gustaba de charlar con los compañeros sobre distintos temas, especialmente durante las noches en la contemplación de los astros, de lo que poseía profundos conocimientos. En el transcurso de mi participación en la guerra antifascista del pueblo español, milité en las filas del Partido Socialista Unificado de Cataluña, uniendo a mis deberes militares la actividad política en el ejército. Al producirse la retirada de los voluntarios internacionales, me fueron expedidos un Carnet de Honor de la 35 División, un diploma del Consejo de Ministros de la República Española y la Medalla de las Brigadas Internacionales, otorgada por el Ministro de Defensa Nacional de la República Española. Como centenares de combatientes internacionalistas, pasé a Francia, donde fui internado en el campo de concentración de Argelés-sur-Mer y más tarde trasladado al de Saint Ciprien. En 1939 regresé a Cuba, |
Eduardo Odio Pérez
Eduardo Odio Pérez. Nace en 1901, en la ciudad de Santiago de Cuba, procedente de una familia pequeño burguesa. Estudia la carrera de medicina en la Universidad Nacional, La Habana. Toma parte en las luchas contra la tiranía machadista y contra los gobiernos entreguistas que le sucedieron. En 1935, se ve precisado a exiliarse por su participación en la huelga general revolucionaria del mes de marzo de dicho año. Se encuentra en los Estados Unidos de Norteamérica cuando ocurre el levantamiento fascista en España. En 1937, forma parte de la Brigada Lincoln que se organiza en New York para unirse a los defensores del Gobierno del Frente Popular, y brinda su aporte profesional y político a la causa republicana. Regresa a los Estados Unidos en 1939 Y en la década del 40 vuelve a Cuba, donde continúa su actividad revolucionaria y militante. Fallece en La Habana en abril, de 1977. La batalla duró diez días completos con sus noches Me encontraba exiliado en New York, por estar involucrado en la huelga de marzo de 1935, y concurrí a un acto de masas celebrado en el Madison Square Garden, auspiciado y organizado por el Comité Médico de Ayuda a la República Española, donde eran exhibidas cuatro ambulancias, diez toneladas de medicamentos y cuarenta camas completas para un hospital pequeño, con destino al escenario de la lucha antifascista. Decidí unirme al primer grupo de médicos, enfermeras, técnicos de laboratorios y chóferes que marchaban hacia la península, los que hacían un total de dieciséis personas. Varios días después de la celebración del mencionado acto, partimos rumbo a España, vía Francia, a bordo del trasatlántico "París", llegando al puerto de Le Havre en el mes de enero de 1937. Pasados algunos días nos encontrábamos en Barcelona, España. Nos establecimos en un pueblo llamado Romeral, donde nos fue cedido por las autoridades el local de una escuela recién construida de dos plantas, para la instalación del hospital, donde debimos afrontar de inmediato el problema de la insuficiencia de camas, acudiendo al alcalde del pueblo en demanda de cooperación para darle solución al mismo. Dicha autoridad civil enseguida puso a contribución Su eficiencia para solventar la necesidad, expidiendo un edicto para ser leído en determinados lugares de la localidad y poniendo en práctica, para llamar la atención del vecindario, un original y pintoresco procedimiento, consistente en producir un fuerte y penetrante sonido al golpear una sartén con un cuerpo metálico. El positivo resultado no se hizo esperar y los vecinos se agruparon rápidamente en los lugares donde fue leído el edicto. Aquel pequeño pueblo correspondió en forma verdaderamente conmovedora a nuestra solicitud, comenzando pocos instantes después a traer camas, deshaciéndose algunos, de las suyas propias y otros, donando antiguos lechos del tipo "Imperial", más propios para un museo de antigüedades y que por sus exageradas dimensiones, resultaban impropios para la función a que debían ser destinados. En Romeral, permanecimos una semana, pues nos vimos precisados a evacuar el lugar ante el avance del enemigo que se acercaba con suma rapidez. Marchamos hacia Albacete, desde donde otro compañero y yo, cumpliendo órdenes de la superioridad, nos dirigimos al frente del Jarama, donde los fascistas trataban de cercar a Madrid. La Batalla duró diez días completos con su noches. Por supuesto, se produjo un número tan crecido de heridos, que hubo necesidad de atenderlos, con algunos cirujanos franceses, durante todos esos días. Posteriormente, nos trasladamos a Villapaz, Saelices, en la provincia de Cuenca, donde existía una Cooperativa (o "colectivo", como le llamaban allí), cuyo ejecutivo radicaba en unos grandes edificios que habían pertenecido a la monarquía española y de los que se habían apoderado los campesinos al ser derrocada esta. Cada uno de esos edificios tenía capacidad para la instalación de doscientas camas. Fue organizado el "Hospital Base", proveyéndosele de su correspondiente salón de cirugía, laboratorio clínico, rayos X y otros servicios complementarios. En otro de aquellos edificios quedó establecido un segundo hospital, llamado de Convalecientes, en el que se atendían también casos de gripe, trastornos hepáticos, gastrointestinales y otras dolencias, del cual fui designado director. En el hospital bajo mi dirección, quedaron organizadas varias comisiones integradas por los heridos y el personal del hospital, las que asumían distintas responsabilidades relacionadas con la conservación de las buenas condiciones y el orden interior del mismo. Así, la Comisión de Higiene debía velar por el permanente mantenimiento de la limpieza de los ser-vicios sanitarios; la Comisión de Dietética estaba responsabilizada con el suministro de víveres, especialmente, de las dietas de los enfermos del estómago; la Comisión de Protección al Hospital tenía a su cargo las tareas conducentes a garantizar en lo posible las mejores condiciones ambientales, por ejemplo, ante la carencia de tela metálica para las puertas y ventanas, fue improvisado un sistema de protección a base, de tela de mosquitero, evitándose la penetración de moscas y otros insectos nocivos. Igualmente tuvo a su cargo esta Comisión la preparación de los refugios para caso de bombardeo, cavando trincheras en forma de zig-zag alrededor del hospital. La Comisión de Cultura y Recreación estableció una escuela que impartía clases de 2 a 4 de la tarde, con el fin de alfabetizar a unas cuarenta muchachas del servicio doméstico del hospital, para lo que se utilizaba la "Cartilla del Miliciano", texto creado y editado para esos fines por el Partido Comunista Español. Asimismo, esta comisión organizó charlas políticas, actividades artísticas, bailes y conciertos de música instrumental, tomando parte en estos últimos, especialmente, algunos compañeros alemanes entre los que había varios músicos. Fuimos testigos en aquel hospital de inolvidables gestos que exteriorizaron con singular elocuencia el espíritu de sacrificio y la profunda conciencia de la juventud española antifascista. En muchas ocasiones, llegaron hasta allí preocupados padres de jóvenes combatientes heridos, quienes reclamaban a sus hijos por ser menores de edad, lo que acreditaban mostrando las certificaciones de nacimiento de los mismos, cuyas edades fluctuaban entre los 15 y 17 años. Estos adolescentes, al solicitar su cargo en el ejército defensor de la República, habían mentido declarando contar de 19 a 20 años para que no se les opusieran obstáculos a su decisión de pelear contra los traidores a su patria. Encontrándome en el desempeño de la dirección del hospital, recibí la orden de pasar al pueblo de Tarancón, situado a unos 25 kilómetros de Saelices y de aproximadamente cuatro mil habitantes, donde se me asignó la misión de evacuar los cuatro hospitales ante la inminencia de una fuerte ofensiva del enemigo. La evacuación se llevó a cabo en horas de la noche, utilizando como transporte el ferrocarril, que fue incesantemente bombardeado por los fascistas durante su marcha, pero teniendo nosotros la buena suerte de que los proyectiles lanzados fueran cayendo paralelamente a lo largo de la vía a una distancia de 15 ó 20 pies del convoy. Después de permanecer en Tarancón más de una semana, ya cumplimentada la orden de evacuación recibida, solicité telefónicamente regresar a Villapaz, lo que me fue concedido, contemplando al retornar a aquel lugar una de las más atroces escenas de la guerra, pues, al día siguiente de nuestra salida de allí y evacuados los heridos y materiales del hospital, perpetraron los fascistas un acto salvaje y de refinado sadismo: una escuadrilla aérea enemiga lanzó cuartillas impresas sobre la población, y los vecinos salieron a la calle para recogerlos, en la creencia de que se trataba de la aviación republicana, ocasión que aprovecharon los aviadores franquistas para arrojar indiscriminadamente su metralla, destrozando a mujeres, niños y ancianos. Más tarde destruyeron totalmente los locales que ocuparon. En los hospitales atendidos por nosotros, recibimos la visita de una delegación cubana, presidida por el compañero Ramón Nicolau, del Partido Comunista de Cuba, y que también integraban los ex-militares comandante Ramón O'Farrill y teniente Emilio Laurent. Se organizó un encuentro con los heridos allí recluidos y el personal del hospital. En el acto fraternal habló O'Farrill en francés, Nicolau en español y yo en inglés, ya que se trataba de combatientes de distintas nacionalidades que formaban parte de las Brigadas Internacionales. Se les informó sobre la situación de Cuba bajo un gobierno lacayo del imperialismo impuesto por las bayonetas de Batista y se les exhortó a continuar la justa lucha contra el fascismo en el suelo es-pañol. También fueron de visita a nuestro hospital dos congresistas norteamericanos; uno por el estado de New York y otro por el estado de Montana. Uno de ellos se dirigió a los presentes refiriendo sus impresiones sobre la lucha que se desarrollaba en España y cuyas palabras traduje. Expresó este congresista sus sentimientos de simpatía hacia el pueblo español en esa heroica contienda, haciendo énfasis en la emoción que hubo de producirle la visita a un albergue de niños huérfanos de la guerra y que también visitaba, ocasionalmente, la gran luchadora Dolores Ibárruri, Pasionaria, cuya presencia dio lugar a una patética escena, al ser recibida con extraordinarias muestras de regocijo y ternura por la multitud de pequeños huerfanitos que la abrazaban y besaban, no pudiendo evitar los visitantes que sus pupilas fueran humedecidas por las lágrimas. Además del ilustre novelista Ernest Hemingway y el notable periodista Herbert Matthews, perteneciente a la redacción del New York Times, también nos visitaron el Secretario General del Partido Comunista Norteamericano en aquella época, Earl Browder (*) quien ofreció una interesante charla, que fue traducida simultáneamente por intérpretes en los idiomas alemán, francés, italiano y español, estando a mi cargo este último. Para obtener un resultado positivo en la múltiple traducción, fueron organizados grupos correspondientes a cada idioma de forma que no se interrumpieran entre sí. Los de habla inglesa fueron colocados frente al orador, los restantes grupos se situaron a prudente distancia unos de otros y el intérprete respectivo ocupó el centro del grupo y haciendo la traducción en voz baja. Así se logró perfectamente que todos aquellos valientes internacionalistas escucharan las palabras del visitante, constituyendo la más peculiar e interesante característica de esta traducción simultánea el hecho de que no fue usado equipo mecánico alguno, por la carencia absoluta de estos. Después de haber prestado servicios en la guerra por espacio de catorce meses, fui enviado de regreso a Estados Unidos. Llevé conmigo la carrocería de una ambulancia que presentaba las huellas de haber sido ametrallada y que fue enviada por el Buró Médico Norteamericano, cuyo motor y ruedas le fueron colocados al llegar a New York. A mi llegada, fui detenido; permanecí en Ellis Island sentenciado a expulsión del territorio nacional norteamericano. Este veredicto fue recurrido por los letrados del Buró Médico y declarado sin efecto, después de quince días de privación de libertad, tras los cuales iniciamos un recorrido por distintas poblaciones de los estados de New York y Pennsylvania, exhibiendo aquella ambulancia como testimonio inconcluso del desprecio de los fascistas a los más elementales principios de humanidad, que no respetaban hospitales ni nada que representara asistencia médica a heridos en la guerra, en violación flagrante de los convenios internacionales existentes. Uno de los actos más concurridos durante esta actividad fue el celebrado en la ciudad de Filadelfia, auspiciado por un ex gobernador, de aquel estado cuyo nombre no recuerdo. Al regresar a New York poco después, continué tomando parte en distintos actos de propaganda a favor de la República Española y colectando ropas, dinero, medicinas y otros artículos de primera necesidad para los combatientes antifascistas españoles. El Sindicato o Unión de Artistas y Escritores de Hollywood patrocinó una reunión en un teatro de Washington, y cobró en taquilla 50 centavos por la entrada y también se hizo una colecta dentro del teatro, la que culminó en un extraordinario éxito, pues se vio colmado el teatro por una inmensa multitud de simpatizantes del pueblo español. Durante el desarrollo de este evento usaron de la palabra una compañera china y otra japonesa; yo lo hice por España, expresando la urgente necesidad de que el gobierno norteamericano levantara el embargo de armas decretado en perjuicio de la República Española. Al ser impuestas las decisiones emanadas del funesto Comité de No Intervención —engendro de los gobiernos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos notoriamente parcializados a favor del fascismo— que acordó la retirada de los voluntarios internacionalistas y el embargo de armas al gobierno legítimo del Frente Popular, finalizó mi labor junto a la justa causa del pueblo español que quedó a merced de la más feroz reacción, con la complicidad criminal de los autotitulados "gobiernos demócratas". (*) Posteriormente Earl Browder se apartó del marxismo-leninismo y adoptó una posición revisionista. Fue expulsado del Partido Comunista de Estados Unidos en 1946. |
Tito Peña López Tito Peña López. Nace en San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, el 20 de agosto de 1910, de extracción campesina. Cursa enseñanza primaria en la escuela pública hasta segundo grado. Se vio precisado a trabajar desde niño en las labores del campo. Ingresa en el Ejército Nacional, cuerpo de aviación, donde es dado de baja en 1934. Sufre prisiones en la lucha contra la hegemonía militar de Batista. En junio de 1937, marcha hacia España para unirse a los que defienden con las armas los derechos del pueblo español. Regresa a Cuba en mayo de 1939. Es militante del Partido Comunista de Cuba y labora actualmente en la Empresa de Servicios Técnicos del Ministerio de la Industria Ligera. No pudieron pasar Partí para España, vía Francia, el día 26 de junio de 1937. En París permanecí diez días, pasando después a un pueblo llamado Perpignan, donde estuve durante cinco días, en espera del momento oportuno para cruzar la frontera, y, llegado el instante de hacerlo, salimos con un guía en las primeras horas de la noche. Al día siguiente, hicimos contacto con la primera posta de guardafrontera republicana. Éramos esperados en ese lugar por los compañeros que nos conducirían al Castillo de Figueras, donde al otro día tomamos el tren en que viajamos hasta Albacete, para pasar de allí a Madrigueras, sede del Batallón de Entrenamiento en el que permanecimos durante un mes, antes de marchar al frente. Un día llegó a nuestro campo de entrenamiento un capitán nombrado Dina, quien solicitó voluntarios para engrosar la XIV Brigada Internacional, conocida por, La Marsellesa y con él se fue un grupo de cubanos. Así, ingresé en la Compañía de Ametralladoras del Batallón "Henri Barbusse", de la mencionada Brigada. Durante el mes de octubre de 1937, permanecimos en El Escorial de la Sierra, por Navalperal (Navalcarnero), cerca de Madrid. Desde aquel lugar nos dirigimos a Aranjuez, para enfrentarnos con los fascistas que atacaban por la Cuesta de la Reina, con el propósito de cortar la carretera entre Valen-cia y Madrid. No pudieron pasar. En aquella acción perdimos muchos hombres. Cuando finalizó la batalla, que duró más de quince días, fuimos a descansar y reponernos a un pueblo llamado Loeches. Luego marchamos a El Escorial, de donde salimos a toda marcha para Aragón. Al llegar nosotros a este último lugar, ya habían sido rotas las líneas por el enemigo. Comenzamos entonces la famosa retirada de Aragón, hasta cruzar el río Ebro, por Gandesa, en las cercanías de Tortosa. Una vez repuestos, contraatacamos y cruzamos el río, donde tuvimos más de tres meses de continuo batallar. Estando en el Ebro, se produce la retirada de los voluntarios extranjeros. Estuvimos en distintos campos de acantonamiento, en espera de la salida del territorio español. Uno de estos campos fue Ripoll. De allí pasamos a un pueblo llamado Casa de la Selva, donde días después se planteó el regreso al frente, para la defensa de Barcelona. Un nutrido grupo de cubanos, tomamos las armas nuevamente y nos dispusimos a cumplir con la tarea que se nos pedía. Pero ya era tarde. Todo para nosotros fue retroceder, hasta entregar las armas en la frontera, donde nos esperaba el compañero André Marty. Ya en Francia, fuimos internados en los campos de concentración de Saint Ciprien y Gurs. La estancia en ambos lugares fue terrible. Regresé a Cuba en mayo de 1939. |
Luis Peraza Barrios
Luis Peraza Barrios. Nace en La Habana, el 25 de agosto de 1913, en el seno de una familia trabajadora. Cursa instrucción primaria en la escuela pública y comienza después a trabajar como dependiente de bodega. También labora en una fábrica de calzado y en una farmacia corno mensajero. Coopera activamente en la constitución del Sindicato de Mensajeros y Dependientes de Víveres al Detalle. Militante antimperialista, marcha en 1938 a luchar contra el fascismo en España. Al regresar a Cuba en 1939, se incorpora al Partido Comunista. Sufrió prisiones y torturas durante la tiranía de Batista, y mantuvo una conducta rectilínea y fiel al Partido en las más difíciles situaciones. La custodia de aquel campo estaba confiada a soldados coloniales senegaleses Llegué a territorio español, el 23 de febrero de 1938. Estuve en el Castillo de Figueras, Cataluña. Partí desde allí hacia la Base de Instrucción de las Brigadas Internacionales, en Tarazona de la Mancha, provincia de Albacete, donde recibí entrenamiento militar durante siete u ocho días y el avituallamiento correspondiente. Se me destinó al 24 Batallón, XV Brigada de la 35 División, en la que se encontraban varios cubanos, entre los que recuerdo a los camaradas Manuel del Peso Ceballos, Orlando Real Álvarez y su hermano José, que cayera posteriormente en el campo de batalla; los hermanos Jorge y Juan Martínez Márquez, también caído el primero frente al enemigo. Nos dirigimos a un pueblo llamado Corbera, donde permanecimos varios días, hasta salir en camión hacia Gandesa, donde al llegar presenciamos los estragos causados por el bombardeo de la aviación fascista. De allí seguimos para Calaceite y Batea, donde tuvimos contacto con el enemigo. Cubrimos estas posiciones abandonadas por los fascistas, en la región aragonesa, con nuestra compañía al mando de un jefe cubano, el capitán Raúl Rojas. Al comenzar la retirada de Aragón, desempeñé la misión de enlace, para la cual fui seleccionado por el compañero Rojas al producirse los combates. En el curso de esta operación, logramos "colarnos" dentro de las filas enemigas, integradas en su mayoría por italianos. En ocasión de encontrarme cumplimentando una encomienda confiada por el capitán Rojas, en mis funciones de enlace, encontré muerto en las inmediaciones de una carretera, con un balazo en la frente, al combatiente cubano compañero Constantino Barredo Guerra. Nos retiramos hasta el entronque de Calaceite y Batea, bajo el fuego incesante de la aviación enemiga. Por orden superior, fui con otros compañeros al pueblo de Batea, pero ya había sido ocupado por los fascistas, lo que informamos al mando a nuestro regreso. Al día siguiente emprendimos la marcha, por carretera, hacia Gandesa. Al llegar a nuestro destino ocurrió un intenso tiroteo, pues ya los fascistas rondaban el lugar. Allí vimos al compañero André Marty y a otros oficiales de las Brigadas Internacionales, quienes nos recomendaron escaláramos unas lomas cercanas para presentar resistencia al enemigo durante doce horas, operación en la cual participaron Manuel del Peso, Fajardo y otros cubanos. Después pasamos a un pueblo cercano al Ebro. Todos los puentes sobre este río habían sido volados por nuestras fuerzas, viéndonos precisados a cruzarlo en botes, con los fascistas alcanzando sus márgenes. En Mora del Ebro, estuvimos atrincherados por espacio de quince o veinte días, yo presté servicio en una unidad de reserva dedicada a operación de limpieza. En el entronque Gandesa-Corbera-Mora del Ebro, apresamos gran cantidad de moros e italianos y después me incorporé a mi unidad en Sierra Caballs. En el Barranco de la Muerte, situado entre Sierra Caballs y el cementerio de Gandesa, muchos compañeros encontraron la muerte y otros fueron heridos. El fuego del enemigo tenía bien controlado ese lugar, donde, con un fusil-ametralladora, estuve cubriendo la retirada de varios compañeros. Al día siguiente, el compañero Arnols Reid solicitó un fusil-ametralladora para proteger el emplazamiento del arma y contener una infiltración enemiga en Sierra Caballs. Me presenté como voluntario para cubrir esa misión, que se hacía muy difícil y arriesgada, por cuanto debía atravesarse un terreno llano y dominado por el fuego enemigo para llegar al lugar en que había de emplazarse la ametralladora. Éramos siete los compañeros designados para este servicio, entre ellos el cubano Agustín Blanco Abad. Logramos cumplimentar la orden sin haber sufrido baja alguna, deteniéndose así la infiltración enemiga. Durante muchos días combatimos en esa zona, hasta quedar estabilizado el frente. Después, nuestra unidad, que llevaba más de treinta días de continua actividad, tomó un descanso. Se me pidió reforzar el Batallón Norteamericano, en otro punto del frente, con el fusil-ametralladora. Volví a mi Batallón, que había sido destinado a relevar una unidad perteneciente a la 46 División. Resulté herido en la pierna derecha y seguí combatiendo, hasta que el mando exigió mi retirada del frente. Fui hospitalizado en el pueblo pesquero de Cambril, y, todavía convaleciente fui trasladado al hospital Bonna Nova, en Barcelona. Luego se me recluyó en el hospital de Vic, donde atravesé una grave crisis que me tuvo al borde de la muerte, pues la herida de la pierna no sanaba y mi salud se tornaba cada vez más precaria. Al fin, rebasé aquella crisis y pude recobrar mi salud. En el hospital estuvo la comisión de la Liga de las Naciones para gestionar la retirada de los voluntarios internacionalistas. Pasé a la base de recuperación de las Brigadas Internacionales, en Barcelona. Ya en aquellos momentos se habían retirado nuestras fuerzas. Esto sería entre los meses de septiembre a noviembre de 1938. Las tropas, ya en vías de retirada, se encontraban acantonadas en el pueblo de Ripoll, donde permanecimos algún tiempo. Al cruzar la frontera con Francia, las autoridades de ese país se opusieron a ello, por lo que tuvimos que regresar a Ripoll. Algunos internacionalistas pedimos al gobierno español nuestra reincorporación a la lucha; pero ya la República se encontraba muy debilitada y resultaban inútiles sus esfuerzos por detener el empuje fascista. Nuevamente partimos hacia la frontera franco-española, penetrando en territorio francés, donde fuimos desarmados por las autoridades. Se nos internó en el campo de concentración de Argelés-sur-Mer, que era una playa abierta donde soplaba continuamente un molesto aire. Construimos algunas "chabolas" y la alimentación que se nos proporcionaba consistía en lentejas y un pedazo de pan negro, sin que existiera ningún tipo de servicio sanitario, lo que improvisábamos haciendo agujeros en la arena. La custodia de aquel campo estaba confiada a soldados coloniales senegaleses, que se caracterizaban por su despotismo y trato salvaje hacia los internados. Rifle en mano, empujaban a los ex combatientes de la República, a la vez que en forma ruda pronunciaban las frases: "Alé, alé, reculé", cuyo ritornelo inspiró al compañero músico Julio Cueva para com-poner un canto que alcanzó gran popularidad. Nuestra chabola fue bautizada con el nombre de "El Cañonazo". En Argelés-sur-Mer estuvimos cerca de dos meses. Allí nos llegaron noticias de las gestiones que se realizaban en nuestro país para lograr nuestra repatriación. Fuimos trasladados a otro campo de concentración instalado en Gurs, sobre un terreno pantanoso e insalubre, donde permanecimos un mes, hasta que regresamos a Cuba el 24 de mayo de 1939. |
Manuel del Peso Ceballos
Manuel del Peso Ceballos. De extracción pequeño-burguesa, nace en Remedios, antigua provincia de Las Villas, en diciembre de 1915. Cursa estudios en la Escuela de Artes y Oficios de La Habana y participa en actividades políticas en organismos revolucionarios, hasta ingresar en el Partido Comunista de Cuba. A los 21 años de edad, marcha hacia España a combatir contra el fascismo. En 1939, regresa a Cuba y continúa en las labores partidistas. Se hizo referencia al comportamiento de los cubanos Como militante del Partido Comunista de Cuba, estuve ligado al movimiento de ayuda a la República Española, y participé en todas las actividades de masas, colecta de dinero, víveres y ropas, para las milicias antifascistas y los niños huérfanos. Cuando la República reclamó la ayuda internacional, participé en el reclutamiento de algunos compañeros procedentes de Joven Cuba, Partido Agrario Nacional y otras organizaciones a las que estuve vinculado antes de militar en el Partido Comunista. Este trabajo de reclutamiento lo realizamos bajo la orientación del compañero Ramón Nicolau. Luego de trabajar durante algún tiempo en estas actividades, consideré necesaria mi incorporación también, como voluntario, al contingente de cubanos que ya se encontraban combatiendo en España en las Brigadas Internacionales. Se lo hice saber a Nicolau, quien me manifestó que el Partido era quien tenía que decidir mi salida para España. Sin esperar respuesta del Partido y sin que mi familia se enterara, comencé a preparar las condiciones. Saqué una maleta de mi casa, con alguna ropa, y la situé en casa de un compañero de Joven Cuba. A través del Círculo Socialista Español, del que era dirigente un hermano mío, logré viabilizar el pasaporte y la visa para viajar a Francia. Posterior-mente, recibí la comunicación, por parte de Nicolau, de que mi solicitud había sido aprobada y que se me incluía en un grupo de setenta y tres cubanos. El Partido me confeccionó, entonces, un pasaporte. Como mi padre era socio y asiduo visitante del Círculo Socialista Español, se enteró de mi partida y me manifestó que, aunque él era un republicano de toda la vida y sentía grandes simpatías por la causa que el pueblo español defendía y que él apoyaba, no estaba, sin embargo, dispuesto a dar un hijo y que trataría de impedir por todos los medios que me marchara. Me pidió el pasaporte y le entregué el que había tramitado a través del Círculo. El 13 de febrero de 1938, salía de mi casa a mediodía y mi madre me preguntó la hora en que regresaría. Le dije que a las siete. A esa hora partía el buque "Oropesa" con destino al puerto de La Rochelle, en Francia. El grupo de treinta y tres cubanos era muy heterogéneo políticamente. Había comunistas, auténticos, agrarios, compañeros sin militancia, pero antifascistas todos; y desde el punto de vista de su composición social, había obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales. El que más o el que menos había tenido alguna participación en el movimiento revolucionario contra la tiranía durante la década del 30. La instrucción que recibimos fue la de no dar a conocer el objetivo real del viaje. Hubo interés por parte de la reacción de conocer los propósitos que perseguíamos. El Diario de la Marina y otros periódicos enviaron sus reporteros al buque con la finalidad de entrevistarnos. Pero, a pesar del esfuerzo que realizaron, no lograron su objetivo. La actitud de los cubanos fue discreta y disciplinada. El muelle estaba lleno de familiares que se habían enterado de nuestra partida y trataban, unos, de despedir a los suyos, y otros, de impedirles el viaje. Desde la cubierta del buque vi, entre el gentío, a mi padre. Él no me vio. El viaje transcurrió sin ningún contratiempo. El comportamiento en general fue bueno. El grupo estaba eufórico, en ningún momento dejó de manifestarse el espíritu alegre, jaranero y bullicioso del cubano, aunque algunos compañeros, como consecuencia del mareo en alta mar, no podían compartir con los otros. El jefe del contingente durante la travesía fue Manuel Alonso Barroso, por ser el de más edad y además dirigente de gran prestigio del Sindicato de Tabaqueros. Al llegar a Francia, nos esperaban los compañeros del Partido Comunista Francés, encargados de trasladarnos hasta la frontera. Atravesamos toda Francia hasta París, donde fuimos alojados en pequeños grupos en distintos hoteles. Me hospedé junto a un gran compañero, Efraín Guash León, quien cayera posteriormente en España cumpliendo sus funciones como ayudante de comisario del 59" Batallón de la 154 Brigada Internacional. Luego de estar cinco días en París, planteamos al Comité del Partido que deseábamos ser los primeros en cruzar la frontera. Estábamos ansiosos por combatir. Fuimos complacidos. Nos trasladaron a Perpignan, y de este lugar hasta Cerbére, en la frontera, desde donde nos dirigimos a Port-Bou, primer pueblo del territorio español, en la región de Cataluña. Aquí vimos las primeras señales de la guerra. La estación del ferrocarril completamente destruida por la aviación, al igual que el pequeño pueblo de Port-Bou. De este lugar nos trasladaron en un tren de carga hasta Albacete, o mejor dicho, en varios trenes de carga, porque en el trayecto no cesó de bombardearnos el enemigo y tuvimos que cambiar tres o cuatro veces de tren de igual categoría, con paradas de una, tres horas, y hasta un día completo. Por nuestro desconocimiento de peligros de este tipo, o por nuestro entusiasmo juvenil, en pleno bombardeo salíamos a coger aire, a todo riesgo. La custodia del tren gritaba: "¡Tírense en el suelo!" y entonces nos dábamos cuenta del peligro. Al llegar a Albacete, donde se encontraba la Base de las Brigadas Internacionales, nos llenaron toda la documentación y nos destinaron a la 154 Brigada, cuyo jefe era en aquellos momentos un coronel yugoslavo llamado Vladimir Chopic. Teniendo en cuenta que ninguno de nosotros tenía conocimientos militares, se nos entregó la ropa y comenzó el entrenamiento, que consistió en infantería en orden cerrado, entrenamiento que duró doce días, al final de los cuales nos dieron un fusil y tres proyectiles. Hicimos tres disparos en el campo de tiro y nos aprobaron con notas de sobresaliente. Inmediatamente nos formaron y nos incorporaron al Batallón 24 de la XV Brigada Internacional, mandado por el comandante Hernández y el comisario Cabezas. A mí me correspondió incorporarme a la Primera Compañía, mandada por el capitán cubano Raúl Rojas, de quien guardo los mejores recuerdos. Nos movilizaron con urgencia, montamos en camiones y partimos con rumbo desconocido. Ibamos por los caminos cantando, sin saber nuestro destino. Lo que sí sabíamos era que íbamos a combatir. Llegamos a un punto donde nos bajamos de los camiones y continuamos nuestra marcha a pie, pero antes de establecer contacto con el enemigo fuimos bombardeados por la aviación italiana. No tuvimos bajas. Durante la marcha supimos que el frente de Aragón había sido abandonado por las unidades de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) y que los fascistas habían abierto una gran brecha que era necesario cerrar. Esa era, en definitiva, nuestra misión. Al llegar a unas elevaciones tras mucho caminar, recibimos la orden del jefe, capitán Raúl Rojas, de desplegarnos y tomar posiciones en las distintas elevaciones del lugar. Desde la altura vimos, por primera vez, a los fascistas italianos que, montados sobre tanquetas, avanzaban sin ninguna resistencia, como si fueran de paseo. Comenzamos a disparar al enemigo y observábamos desde nuestra posición cómo este realizaba una maniobra tratando de capturar la elevación que estaba en nuestro flanco derecho y en cuyo lugar se encontraba un grupo de cubanos. Teníamos preocupación por nuestros compañeros, pero no podíamos avisarles. Resultado: catorce cubanos prisioneros de los italianos. El objetivo de paralizar la ofensiva fascista había sido logrado y como resultado de esto se hizo referencia al comportamiento de los cubanos en el orden del día del jefe del Batallón. Fuimos ascendidos a cabo diez cubanos. Como jefe de escuadra, participé en varias acciones combativas, hasta que fuimos relevados por una unidad que a los pocos días abandonó el frente, lo que provocó una gran ruptura del borde delantero por parte de los fascistas, por lo que fue necesario efectuar una retirada para evitar el copo total. Participamos en destacamentos de exploración como voluntarios. Tuvimos que penetrar en aldeas que no sabíamos si estaban en poder de los nuestros o en manos del enemigo. Pasamos por el pueblo de Batea y fuimos tiroteados por los franquistas desde los balcones de las casas. También tuvimos ocasión en esta contienda de ayudar al trabajo político y a la confección de murales. Fui propuesto para instructor militar del Campo de Entrenamiento de Reclutas de Vilaseca, lo que acepté. Al llegar al Campo conocí a su jefe, un capitán español que había perdido un brazo en los combates del Norte y que había sido minero en Asturias. Hicimos buena amistad, pues él sentía gran simpatía por el pueblo cubano. El jefe del campo me explicó que él tenía suficientes instructores militares para la preparación de 6 000 reclutas que allí se encontraban. Lo que le hacía falta era un instructor político para la base y... me designó. Comencé mi trabajo organizando activistas hasta el nivel de pelotones. Estos activistas eran, en su inmensa mayoría, militantes de las Juventudes Socialista y Comunista. Estudiábamos materiales explicativos de la política del Frente Popular y otros que nos permitían transmitir a los reclutas, a través de los activistas, nuestras experiencias. No llevaba aún un mes en el campo de instrucción, cuando se da la señal de alarma y movilización. Me incorporé al frente. El capitán jefe del Campo quería dejarme como comisario, para impartir instrucción política a los nuevos reclutas que llegaban. Me negué a ello y le pedí que me permitiera incorporarme nuevamente a mi unidad. Aquel hombre, ya entrado en años, con lágrimas en los ojos, me abrazó y me deseó buena suerte. Cuando me reincorporé a la XV Brigada, supe que el capitán Raúl Rojas ya no se encontraba al frente de mi Compañía y que, en su lugar, había sido designado un capitán portugués llamado Claudio Vilanova, con el cual entablé rápidamente muy buena amistad. El nuevo jefe me propuso que fuera el Comisario Político de la Primera Compañía. Acepté y comencé mi trabajo en mejores condiciones, pues en gran parte el personal era cubano y con ellos estaba más familiarizado. La XV Brigada Internacional tenía un gran prestigio y era donde se encontraban casi todos los cubanos. Debo señalar que conocí otras muchas unidades, como el Batallón Garibaldi, formado principalmente por italianos antifascistas y en donde la casi totalidad de ellos eran militantes del Partido Comunista Italiano; el Batallón Mackenzie Papineau, compuesto por antifascistas ingleses y canadienses; el Batallón Lincoln, integrado por norteamericanos y cubanos residentes en Estados Unidos (en esta unidad combatió y murió Rodolfo de Armas, jefe de la Centuria Guiteras); la División 47 y la 11 División, compuestas por españoles. La movilización urgente del personal del campo de instrucción de Vilaseca, obedecía al hecho de que se estaba preparando la famosa ofensiva del Ebro, por lo que se reorganizaron y completaron las unidades para llevar a cabo la operación militar más grande de toda la guerra. Recuerdo que, después de un entrenamiento intensivo que duró varias semanas, salimos a pie (raramente nos trasladaban en vehículos) hasta un lugar muy húmedo, que por la oscuridad de la noche no podíamos distinguir, pero que por algunas unas características nos parecía que estábamos a la orilla de un río. No nos equivocamos. Se escuchaba movimiento de vehículos, golpes de hacha y otros ruidos que indicaban había .Hucha gente construyendo algo. Se trataba —y eso lo supimos al amanecer— de la construcción de puentes improvisados para el cruce de tropas, y el río era el Ebro. A una orden del jefe, nos lanzamos a ocupar los botes que previamente habían sido situados en toda la margen del río. Eran miles de botes, chalanas y todo lo que fuera capaz de flotar. Algunos pudimos coger botes. En la preparación del cruce del río se distinguió un grupo de cubanos que, bajo el bombardeo de la aviación y la artillería fascista, se mantuvieron junto a los puentes y pontones hasta que pasó el último hombre. Entre estos cubanos que se distinguieron podemos mencionar a Mario Morales Mesa, actualmente teniente coronel en el Ministerio del Interior. Cruzamos el río por un poblado llamado Flix y llegamos a las alturas de Ascó, desde donde divisamos un pequeño cuartel en que los fascistas daban instrucción a los reclutas. Esto indicó que no estaban enterados del cruce del río, y cuál no sería su sorpresa cuando nos vieron llegar. Allí hicimos los primeros prisioneros, que eran legionarios, falangistas y algunos alemanes. Continuamos nuestro avance, con muy poca resistencia del sector de Gandesa, donde el estado mayor franquista tenía el principal centro de abastecimiento de ese frente. Las tropas de Franco en ese sector, hicieron uña resistencia feroz, y, a pesar de estar Gandesa dentro de una herradura de fuego, no pudimos tomarla. En nuestro empeño por capturarla tuvimos muchas bajas. En este lugar cayeron heroicamente algunos cubanos. La moral de nuestros hombres era muy alta. Mi trabajo como comisario político era, precisamente, levantar el entusiasmo y la moral de los hombres. Tratamos de hacer honor a la divisa del Comisariado General, que decía: "El primero en avanzar y el último en retroceder." Ocupamos las alturas de Sierra Pandolls. Desde aquí se divisaba el cementerio de Gandesa, que era uno de los puntos de resistencia más importantes de ese sector. Ya el enemigo se había repuesto de la sorpresa hasta concentrar grandes masas de artillería de grueso calibre y aviación, con el fin de impedir nuestro avance. Recordamos aquel infierno, en que día y noche caían sobre nuestras cabezas toneladas de obuses de distintos calibres y toneladas de explosivos de los aviones A pesar de que la proporción de artillería y de aviación era muy desfavorable para nosotros, la batalla de Sierra Pandolls duró varias semanas. Todos nos mantuvimos firmes hasta recibir la orden de abandonar aquellas posiciones ya insostenibles. Para poder medir la envergadura del ataque fascista, baste decir que los ingenieros militares confirmaron, después de la batalla en ese lugar, que la topografía del terreno había sido completamente modificada por los efectos de la artillería y la aviación fascista. En este sector, donde el enemigo tuvo tiempo de concentrar grandes masas y capacidad de fuego, podemos afirmar que la correlación de fuerzas y medios fue de diez a uno a favor del enemigo. Establecimos una nueva línea de defensa en la Sierra Caballs, donde la situación y la densidad de fuego del enemigo no varió. En estos encarnizados combates fueron mencionados en las órdenes del día los cubanos, pues, en realidad, se habían ganado un gran prestigio en los más cruentos combates. En Sierra Caballs me hirieron en una pierna y no fui evacuado hasta pasados cinco días, que me llevaron al puesto médico de campaña del Batallón y, posteriormente, al hospital divisionario en Villafranca del Panadés. En el hospital me enteré, por boca de algunos heridos, de la retirada de los voluntarios internacionales. Por no estar de acuerdo con esta medida, nos escapamos del hospital un español con el brazo enyesado y yo con muletas. Luego de muchas peripecias, llegamos al mando, donde fuimos fuertemente criticados por incumplir una disposición del Gobierno de la República. Nos concentramos en el pueblo de Ripoll, en espera de la orden de regreso a Cuba. Mientras esperábamos, constituimos la Asociación de Combatientes Cubanos de la Guerra Civil Española, en cuyo reglamento se exponía que el objetivo fundamental de dicha organización era el de combatir el fascismo dondequiera que este levantara cabeza. Ya en Cuba, me reincorporé a las actividades partidistas. |
Pablo Porras Gener
Pablo Porras Gener. Nace en San Juan y Martínez, provincia de Pinar del Río, e/ 10 de diciembre de 1900; de extracción campesina. Cursa la primera enseñanza en la escuela pública. Es el mayo de nueve hermanos y se ve obligado a realizar los más rudos trabajo para ayudar al sostenimiento de su familia, en precaria situación eco nómica. A los quince años de edad, se traslada a La Habana y el 1920 matricula Pintura y Escultura en la Escuela San Alejandro. Envuelto en las luchas estudiantiles contra la tiranía machadista se le formulan cargos en un consejo disciplinario. Se trastada a España en 1931 y milita en el Socorro Rojo Internacional y el Partido Comunista. Lucha en defensa de la República y una vez concluida la contienda, regresa a Cuba. Ingresa en el Partido Unión Revolucionaria Comunista (después Partido Socialista Popular) y labora en la Casa de la Cultura, integrada por españoles antifascistas. Era el pueblo y sabía por qué luchaba En el año 1932, comenzaron a arribar a Madrid numerosos exiliados políticos cubanos, impelidos a abandonar la patria por las persecuciones y arbitrariedades de los esbirros del machadato. Inmediatamente, me incorporé a las actividades de estos compatriotas y me solidaricé con todos sus pronunciamientos. En el curso de estas luchas, participé en demostraciones públicas de masas, actos de calle y otros eventos políticos que se llevaron a cabo en Madrid para protestar contra la tiranía de Machado y denunciar sus crímenes. En aquellas circunstancias, conocí al estudiante de Derecho Gabriel Barceló Gomila, miembro del Partido Comunista de Cuba, combatiente activo y perseverante luchador. Fue este valiente joven revolucionario quien me inició en el conocimiento del marxismo, logrando interesarme en la lectura y estudio de obras basadas en esa filosofía. Abracé esa ideología, y no cayó en tierra estéril la semilla sembrada por Barceló. Al producirse el movimiento insurreccional de los mineros de Asturias en octubre de 1934, hice mi ingreso en el Socorro Rojo Internacional, adscrito al grupo "Henri Barbusse". Esta organización —dirigida en España por el Partido Comunista—ayudaba a todas las víctimas de la reacción internacional y especialmente, en aquellos días, a los presos políticos y familiares de los mártires, con motivo de la feroz represión desatada oficialmente por los sucesos de Asturias. Algún tiempo después, el 15 de mayo de 1936, ingresé en el Partido Comunista de España, Sección Española de la Internacional Comunista (SEIC), en la célula 148 del radio Oeste. En los días que precedieron al levantamiento contra la República Española, y cuando todo parecía indicar que se tramaba la nefanda acción, acudí a la movilización decretada por el Partido ante las amenazas imperantes. El 18 de julio de 1936 estalló la sublevación, dirigida por un grupo de generales traidores apoyados por el clero, la Falange y todos los elementos oscurantistas confabulados con el fascismo y la reacción internacional, con los criminales designios de estrangular el progreso y las conquistas democráticas alcanzadas por el pueblo español, especialmente por la clase obrera. Estimulados por el descuido de quienes debieron ser guardianes de los intereses del pueblo y la nación hispana, los fascistas tomaron desde los primeros instantes los puntos de mayor importancia estratégica y se atrincheraron en cuarteles e iglesias. El Partido Comunista y otras organizaciones progresistas, no vacilaron en lanzarse al asalto, sin armas y a pecho descubierto, contra los bastiones fascistas. Tomaron las fortalezas que los traidores consideraban inexpugnables y las armas que tan inútilmente habían reclamado de las autoridades para defender los derechos populares. Entre las más destacadas acciones libradas por el pueblo, pueden citarse la toma del Cuartel de la Montaña, del Conde Duque, el Campamento de Carabanchel y el Parque de Artillería de Vicalvaro. Todas ellas representativas del tradicional heroísmo y coraje de la población madrileña, donde hombres, mujeres y pueblo en general se enfrentaron al fascismo y a la reacción con sin igual arrojo, haciendo revivir las gloriosas jornadas del 2 de mayo de 1808. Sobre la marcha de tan graves acontecimientos, el Partido Comunista movilizó sus milicias y organizó el Quinto Regimiento, que tanta gloria y significación histórica alcanzaría durante el curso de la contienda. En esas filas milicianas formé desde sus inicios, como integrante de la Quinta Compañía del Batallón de Acero, con cuya unidad marché a la Sierra del Guadarrama, donde hube de recibir mi bautismo de fuego en e,.1 combate de Peña del Cuervo, frente al Alto León, en el propio mes de julio. Fui ascendido a Cabo de Escuadra y participé en las acciones de Pequerinos, donde fue destruido un tabor* de regulares marroquíes, Lagunillas, Cueva Valiente y San Rafael del Espinal. Ante el impetuoso avance de las tropas fascistas sobre Madrid, que colocaba en inminente peligro a la capital de la República, bajamos de la Sierra hacia el Tajo en plena retirada, sin el material bélico indispensable para hacer frente a un enemigo organizado y equipado con los más modernos armamentos de aquella época (aviones, tanques, armas auto-máticas). Nuestros batallones de milicianos no poseían más armas que fusiles de distintos calibres, pero estaban dotados de una decisión y una voluntad que no cabían en el pecho de cada hombre. Era el pueblo alzado, que sabía por qué luchaba. Participé en los combates del Bizco de San Juan, Illescas, Carranque, Humanes, Griñenes y algunos más, bajo el mando del comandante Modesto Guilloto. Este jefe popular fue protagonista en pleno campo de batalla de un hecho inolvidable: herido de un balazo en la cadera, cuando era evacuado en una camilla arengaba a los compañeros y luego entonaba las notas de La Internacional. Modesto llegó a alcanzar el grado de General de la Agrupación del Ejército del Ebro. Cuerpo de tropa española formado por soldados marroquíes, compuesto de tres compañías. Tras la retirada del Tajo, se procedió a reorganizar las Milicias, con el propósito de seleccionar de entre sus filas los cuadros que formarían el Ejército Popular. A mí se me pro-movió al grado de Teniente del 37 Batallón. Con el enemigo a las puertas de Madrid y en inminente peligro esta ciudad, marchamos hacia" Pozuelo de Alarcón para cubrir las líneas entre ese pueblo y Humara. Por aquel entonces ya poseíamos armamento soviético —artillería, tanques y aviación—, primeras armas de guerra que llegaban a nosotros. El 2 de diciembre comenzaron los combates en aquel frente, donde resulté herido el día 4. Repuesto de la herida, me reincorporé a mi unidad en el frente de Las Rosas. En la continuidad de estructuración del Ejército Popular, el 37" Batallón pasó a ser la 37/ Brigada de la Octava División. Allí, en febrero de 1937, fui ascendido a Capitán. En octubre del mismo ario pasé al mando de la Compañía de Armas Au-tomáticas del Batallón Divisionario de la 46 División. Ese mismo mes, participé en los combates de Teruel, después de cuyas operaciones, pasé al frente de Cataluña y tomé parte en las acciones de Lérida y Ball-Fogona, concluidas las cua-les obtuve el grado de Comandante del 404 Batallón de la 101 Brigada, 46 División. Participé en el paso del río Ebro por la zona de Pinel, con el batallón a mi mando a la vanguardia. Asimismo, estuve presente en ulteriores combates librados en ese frente, tales como La Picota, Sierra Magdalena, Pandolls, Sierra Caballs, Canaletas y algunos otros. Al producirse la retirada de los internacionalistas, me dirigí a Barcelona y de allí a Valencia, con la intención de reintegrarme a la actividad combativa, pero me sorprendió la traición de los casadistas, socialistas y anarquistas. Traté de abandonar el territorio español y fui hecho prisionero en el puerto de Alicante. Transcurrieron dieciocho meses en espera de ser juzgado, al cabo de los cuales, por gestiones realizadas por algunos compañeros militantes del Partido Comunista de España y por otros elementos preocupados por mi situación, fui puesto en libertad condicional y trasladado a la Embajada de Cuba hasta tanto se fallara en la causa que había ocasionado mi detención. Conocedora la embajada cubana de la gravedad concurrente en el caso que me envolvía, como alto ex oficial del Ejército Republicano, fue propiciada mi fuga dentro del mayor secreto a través del territorio portugués. Mucho después, logré retornar a duba provisto de un pasaporte falso. |
Orlando Real Alvarez Orlando Real Álvarez. De extracción social obrera, nace en La Habana, el 21 de diciembre de 1916. Comienza a trabajar a los trece años de edad y desde 1931 se une a/ movimiento obrero revolucionario. Milita en la Liga Juvenil Comunista y más tarde en el Partido Comunista de Cuba. Labora en el sector del transporte y marcha hacia España como voluntario internacionalista en febrero de 1938. En 1941 regresa a Cuba, procedente de las prisiones franquistas. Se integra inmediatamente a la lucha antifascista y antimperialista. Después del triunfo de la Revolución, trabaja en el Ministerio de la Industria Pesquera y le es otorgada la Medalla XX Aniversario del Moncada. Fallece en La Habana en 1978. Me manifestó que sería fusilado esa tarde En el año 1936, comenzó la guerra civil española, por lo que el Partido Comunista de Cuba inició el reclutamiento de militantes y simpatizantes voluntarios, para defender la República, atacada por el fascismo. Marché con destino a España junto a setenta y. tres compañeros más, en febrero de 1938. El Partido viabilizó nuestro traslado y nos entregó credenciales para el Partido Comunista Francés, responsabilizado de solventar nuestra entrada en territorio español. Desembarcamos en el puerto francés de La Rochelle y luego nos dirigimos a París, donde se nos distribuyó en siete grupos, alojándonos en distintos hoteles de la ciudad. Fui responsabilizado para el grupo que se hospedó en el hotel "Dulubre". Allí se nos expuso que seríamos visitados por una persona a quien le entregaríamos las credenciales, que consistía en una tarjeta que decía: "Recuerdos a tía", con una firma. El mismo día que llegamos fuimos visitados por un francés, que hablaba muy bien el español. Se identificó este como la persona que tenía el contacto con el Partido Comunista de Cuba hasta nuestro arribo a España. Algunos días después. se nos sometió a un examen médico por facultativos de distintas nacionalidades, permaneciendo allí hasta que fue determinada la fecha de nuestra partida hacia la frontera española. Salimos en tren rumbo a Perpignan, última provincia francesa en los límites con España. Posteriormente, otro tren nos condujo hasta el pueblo de Port-Bou, desde donde nos encaminamos al Castillo de Figueras, lugar de recepción de todos los internacionalistas. En este lugar recibimos instrucción militar durante quince días y luego pasamos a la provincia de Albacete, sede de la Casa Central de las Brigadas Internacionales, donde se constituyó la 19 Brigada Internacional "Abraham Lincoln", trasladándonos después al pueblo de Tarazona de la Mancha, donde tenía su base el Batallón 24, de la 19 Brigada. A los pocos días de encontrarnos en el campo de entrenamiento, fuimos designados para pasar una academia militar de guerra. Trasladada al mes siguiente la academia para Barcelona, se nos hicieron dos proposiciones: ir a Barcelona para recibir un curso de seis meses como futuros oficiales o regresar al Batallón. Yo decidí incorporarme al Batallón. Marchamos a Teruel. Recuerdo que era un día sumamente frío. La temperatura fluctuaba entre los 20 y los 25 grados bajo cero. De allí pasamos a un campo de entrenamiento llamado Mora la Nueva y, después, al frente de Alcañiz, donde Franco inició una ofensiva de grandes proporciones, apoyado por varias divisiones italianas que integraban cerca de veintisiete mil hombres. Tiempo después los fascistas lograron abrir brechas en nuestras líneas. La situación se nos puso difícil y fue dada la orden de retirada. Ante esa situación, nos disgregamos algunos por las montañas. Encontramos una casa de campo deshabitada, pero con algunas provisiones. Cuando nos dispusimos a preparar algo de comer, fuimos sorprendidos por cuatro soldados pertenecientes a una unidad de caballería italiana, que nos detuvieron y condujeron hacia el estado mayor de su división. En el camino pasamos por un lugar donde estaba destacada una compañía italiana con ametralladoras y seis tanques que nos habían pertenecido, completamente inutilizados estos. En una de las esteras de un tanque, se encontraba sentado el capitán de la compañía. Al pasar frente a él, interrogó al cabo que nos conducía, sobre nuestra nacionalidad. Al responder este que éramos cuatro españoles y un cubano, ordenó que saliera el cubano. Cuando salí me preguntó, en perfecto español, mi domicilio en Cuba y la razón por la cual luchaba contra Franco. Asimismo me manifestó que ellos tenían la orden de fusilar a todos los extranjeros, pero que a los cubanos él los respetaba, porque había vivido en Cuba y estaba agradecido de la generosidad con que había sido atendido en nuestro país. En Cuba —me dijo— se había dedicado a vender prendas de fantasía por las calles. Me propuso combatir junto a él, proposición qué rechacé de inmediato. Esa noche dormí junto a mis compañeros. Al día siguiente, me mandaron a buscar del Estado Mayor con un soldado. Fui sometido a un interrogatorio que creí interminable. Me tomaron datos personales, me mostraron mapas y planos y me pidieron diera alguna información sobre la tropa a la cual pertenecía. Les manifesté que desconocía todo lo que ellos me preguntaban, toda vez que yo era soldado. De aquel lugar fui conducido en un carro de asalto a la iglesia de Alcañiz, convertida en cárcel y en la cual habría un poco más de mil personas detenidas. También allí fui interrogado por un hombre y una mujer norteamericanos, quienes me hicieron algunas fotos. Después, ya en la oficina de los falangistas, fui recibido por un individuo que me pidió más datos y me manifestó que sería fusilado esa tarde, junto a un internacionalista italiano. Sin embargo, no ocurrió así. Recuerdo que a la mañana siguiente cuatro guardias fascistas entraron en la celda que compartía con el italiano, a quien se llevaron y asesinaron detrás del altar mayor. Luego sacaron el cadáver y lo mostraron a todos los detenidos. En horas de la tarde, los mismos individuos que asesinaron al italiano, me sacaron de la iglesia y me condujeron a un carro de asalto hasta la academia militar de San Gregorio, en Zaragoza, donde radicaba un campo de concentración en que habría alrededor de veinte mil personas. Quedé recluido en una galeria, junto a ochenta y nueve extranjeros más. Allí supe que los norteamericanos que me habían interrogado en la iglesia de Alcañiz pertenecían a la Cruz Roja Internacional y que por esa razón yo no había sido fusilado. Todos los prisioneros que nos encontrábamos en aquella galería, estábamos bajo tutela de la citada organización. Permanecimos en Zaragoza durante diez días. Luego se nos condujo a Asturias, siendo alojados en el campo de concentración de Santoña, en el que se calculaba habría unas treinta mil personas. Veinte días después, pasamos a Burgos, donde fuimos internados en otro campo de concentración, ubicado a quince kilómetros de la mencionada ciudad, en San Pedro de Cardeña, lugar en que se encuentra el palacio que habitó el Cid Campeador. Encontramos en este campo más de doscientos extranjeros y unos diez mil españoles. En días posteriores arribaron más extranjeros, hasta alcanzar la cifra de novecientos cincuenta, de cuarenta y dos nacionalidades diferentes. Creamos en aquel campo un comité, llamado de La Casa, integrado por un representante de cada nacionalidad, con la finalidad de unir a todos los compañeros internacionalistas en un frente de repulsa contra los fascistas y por el mantenimiento de la moral del personal, ya que las condiciones en que vivíamos eran francamente inhumanas. Seis meses más tarde, fuimos trasladados ciento cincuenta y seis hombres —cubanos, norteamericanos, suecos, daneses—para San Sebastián. Se nos dijo que íbamos a ser canjeados por personal italiano que estaba en poder del Gobierno Republicano; pero, después de permanecer dos meses en dicho lugar, terminó la guerra y nos informaron que se habían roto las negociaciones. Se nos trasladó nuevamente para San Pedro de Cardeña, habiendo quedado en libertad solamente cinco cubanos, diez norteamericanos y dos chilenos, como resultado de gestiones realizadas por familiares de los mismos cerca de la. Cruz Roja Internacional. En el campo de concentración a donde retornamos, comenzó a funcionar un tribunal militar que juzgó a parte de los voluntarios internacionalistas de cada nacionalidad. En el mes de diciembre de 1940, Cuba designó un encargado de negocios en España, quien nos visitó en el campo de concentración y nos informó sobre las nuevas instrucciones recibidas del gobierno cubano, con vistas a gestionar nuestra libertad. También nos informó sobre la campaña desarrollada en Cuba en solicitud de nuestro retorno y que el día 11 de ese mismo mes saldrían por el puerto de Bilbao, en el vapor "Marqués de Comillas", los compañeros que no habían sido condenados. Novecientos cincuenta internacionalistas cautivos, fuimos trasladados al poblado de Belchite, en Aragón, para realizar trabajo forzado, por condena impuesta a ese numeroso grupo. El día 10 de enero, en horas de la tarde, un falangista mandó a formar a todos los cubanos y dijo: "Los nombres de los prisioneros que voy a mencionar en esta lista, recojan sus pertenencias, pues están en libertad... ¡y anden rápido, porque el tren que conduce de Belchite a Zaragoza está al pasar...!" Yo estaba comprendido en el listado, en unión de otros compañeros. Al llegar a la estación, el tren ya había partido, por lo que acordamos realizar el viaje a pie. Fue una caminata de veintisiete kilómetros, hacia Zaragoza. También perdimos el tren que comunicaba a Zaragoza con Bilbao, debiendo esperar su próxima salida al día siguiente, que lo tomamos a las nueve de la mañana para arribar a Bilbao por la noche, pues los trenes andaban muy lentamente debido a los sabotajes que se realizaban en la línea del ferrocarril. El buque que nos reintegraría a la patria, zarpó con dos días de retraso. Hicimos escala en tres puertos españoles y en uno portugués, Lisboa. Dieciséis días después entrábamos en el puerto de La Habana. Una gran multitud acudió a darnos la bienvenida. |
Bernabé Regüeiferos Bernabé Regüeiferos. Nace en La Habana el 11 de junio de 1904, de origen proletario. Desde 1923, reside en Madrid donde trabaja como empleado en un teatro. Al estallar la guerra, se une a los defensores de la República. Hecho prisionero por los franquistas, es expulsado del territorio es-pañol. Regresa a La Habana en julio de 1940. Durante todo el invierno de 1936 permanecimos atrincherados Cuando estalló la guerra civil en España, tenía mi residencia en Madrid, calle Antonio López número 25, cerca del puente de Toledo. En el barrio, nos reunimos un grupo de compañeros, simpatizantes de la República, y, con unas escopetas viejas nos dirigimos al lugar más próximo a la carretera de San Isidro, donde se organizaban las primeras milicias que marcharían al frente. Estuvimos algunos días en la retaguardia, vigilando día y noche los principales lugares y las vías de acceso a Madrid. Después, salimos para Buitrago, donde la primera lluvia de fuego fue recibida por La Centuria, compuesta por unos doscientos hombres y varias mujeres, al mando del compañero Mora. Ante el avance fascista, fuimos trasladados a Puerto Mijares y más tarde a Busgondo, en el frente de Ávila. Allí enfrentamos al enemigo, produciéndose serios combates, pero no nos fue posible contenerlo. Nuestros adversarios estaban armados hasta los dientes y apoyados por la aviación y una eficiente artillería pesada. Nos replegamos hacia El Escorial, donde tuvimos pocas bajas, a pesar de estar sitiados durante dos días y solo poseer un viejo cañón como pieza de artillería. Salimos luego hacia Villalba y de allí a Tetuán de las Victorias, en las afueras de Madrid, donde fuimos concentrados en la Plaza de Toros, tomando unos días de descanso, oportunidad que aproveché para contraer matrimonio —17 de septiembre de 1936, en horas de la mañana— ya que por la noche nos reubicaron en la carretera de San Isidro, formando parte de una columna integrada por unos quinientos milicianos. Ya con una mejor organización, salimos en las primeras horas de la mañana del 18 de septiembre en dirección a Cuenca, al mando de Líster y Giménez. Después fue enviado Líster al frente de Guadalajara, por lo que la columna permaneció un día en Cuenca y luego siguió hacia el frente de Aragón. Durante todo el invierno de 1936, permanecimos atrincherados en los pueblos de Royuela, Javaloya y Saldón. Recuerdo que, el día de Nochebuena, los fascistas nos gritaban: "¡Rojillos, vengan acá! ¡Aquí van a comer bien y pueden emborracharse con cognac...!" Nosotros les contestábamos que pasaran ellos a nuestro lado, pues teníamos buena cena también: cordero asado, turrón y sidra. Ellos soltaban carcajadas y exclamaban: "¡Eso es mentira! ¡Están muertos de hambre! ¡Solo comen lentejas...!" Otro día, una de las veces que salí del frente con permiso, para visitar a mi esposa en Madrid, llevé un gallo a la casa. Mi esposa y yo preparamos una paella, y cuando la tuvimos lista para servir, recibimos la visita de la artillería fascista —visita que era diaria— y con tal mala suerte, que nuestro apartamento fue dañado por el impacto de un obús. Al momento todo se llenó de polvo y escombros. Enseguida, cogimos la cazuela que contenía la paella y nos trasladamos para el otro extremo de la casa y, en un rincón más resguardado, comimos opíparamente, como si nada hubiese estado ocurriendo. Ya nos habíamos acostumbrado a sufrir los bombardeos. Entre los compañeros que nos presentamos voluntariamente para unirnos al Ejército Republicano en los primeros días de la sublevación, estaban: Floro Cantaya, cubano, chofer de una unidad, que después cayó combatiendo en Guadalajara (en febrero de 1937); Agapito Fernández, cocinero del Batallón, fusilado por los fascistas al terminar la guerra; Francisco Mu-ñoz, chofer de la columna, hecho prisionero, que murió en la cárcel a consecuencia del hambre y los maltratos recibidos; Faustino García, maestro y comisario político, fusilado en Porlier; Galindo Gorostiza, que llegó sano y salvo al final de la guerra, para morir de pulmonía pocos meses después en Pamplona, su tierra natal; Román Royuela, el más joven de todos, de dieciocho arios de edad, preso poco tiempo después de concluida la contienda y condenado a muerte, conmutándosele más tarde la pena por la de trabajos forzados en las minas de Asturias. En la primavera de 1937, nos trasladaron para Valdecuenca, donde acampamos unos meses en espera de la ofensiva fascista. Durante ese tiempo arribaron a dicho lugar algunos batallones internacionales, compuestos por norteamericanos, búlgaros, alemanes, italianos, franceses, soviéticos, yugoslavos y de otras nacionalidades. Con todos ellos tuve la oportunidad de confraternizar. De Valdecuenca nos trasladaron para el frente de Albarracín, donde fuimos cercados por el enemigo. Aunque nuestra División no contaba con ningún tipo de arma pesada, estando apoyada solamente por dos valerosos tanquistas alemanes que entraban en las líneas enemigas y barrían con todo lo que se les pusiera delante, puede decirse que defendió las posiciones y resistió hasta el último momento. Los que logramos salir del cerco, que éramos cerca de trescientos combatientes, nos replegamos hacia la carretera de Valencia y partimos para el cuartel general de Cuenca. Allí llegamos en penosísimas condiciones: agotados, descalzos, apenas con ropas y algunos prácticamente desarmados. En el mismo cuartel general recibimos la orden de desmovilización de voluntarios extranjeros. Rápidamente me trasladé a Madrid, acompañado de mi mujer, que por aquellos días había sido evacuada para la ciudad de Cuenca. Con posterioridad, me enrolé en las brigadas de trabajo de las obras del ferrocarril Madrid-Cuenca-Utiel, siendo destacado en Santa Cruz de las Zarzas. En los últimos meses de 1938, asignaron tareas en la construcción de refugios en el Parque del Retiro, en Madrid, permaneciendo allí hasta que España fue totalmente ocupada por los ejércitos franquistas. El 20 de marzo de 1939 fui hecho prisionero y recluido en una celda de condenados a muerte, en el presidio de Porlier, donde diariamente fusilaban o daban garrote a una veintena de hombres y mujeres. La comida que consumían los prisioneros era: zanahorias en caldo, con muy poca o ninguna grasa y una rebanada de pan negro. Cuando se hacía algún comentario con respecto a la pésima calidad de aquel "alimento", se recibían golpes y puntapiés por toda respuesta. Asimismo, la comida que enviaban los familiares a los presos era ocupada por las autoridades del penal, que se apoderaban de ella. En una ocasión protesté, al notar que había sido sustraído todo el contenido de un paquete que me fue enviado, y lo que recibí fue una verdadera lluvia de puntapiés que me produjeron terribles lesiones en los testículos. Durante muchos días estuve imposibilitado de caminar. Mientras tanto, mi compañera realizaba gestiones cerca de la Embajada de Cuba en Madrid, encaminada a lograr mi liberación definitiva. Me fue concedida la libertad, condicionalmente, el 14 de abril de 1940 y al transcurrir dos meses fue ordenada mi expulsión de aquel país. El 14 de julio del mismo año, salí del puerto de Bilbao con destino a Cuba, en calidad de repatriado, junto a un crecido grupo de mujeres y niños. Llegué a La Habana el 27 de julio de 1940. |
Luis Rubiales Martínez Luis Rubiales Martínez. Nace en Puerto Padre, antigua provin-cia de Oriente, el 25 de agosto de 1914, en el seno de una familia trabajadora. Al ocurrir el pronunciamiento de los militares fascistas, se encuentra en IVIadrid, y se une inmediatamente á los defensores de la República. Finalizada la guerra, regresa a Cuba en 'mayo de 1939, y se dedica a trabajar en la industria pesquera. Me alisté en el Ejército Republicano para luchar contra las hordas fascistas Residía en Madrid con mi familia cuando estalló el movimiento franquista contra el Gobierno Republicano. En la capital española trabajaba como dependiente de comercio. Al ser tomado el Cuartel de la Montaña por el pueblo, me alisté en el Ejército Republicano para luchar contra las hordas fascistas. Fui incorporado al Batallón Tercero de Infantería, Quinta Centuria, perteneciente a la Columna de Milicias Confederadas. Más tarde pasé a la 60 Brigada Mixta, Grupo de Dinamiteros, al mando del teniente coronel Del Rosal. Posteriormente, presté servicios en la Cuarta Compañía del Octavo Batallón de Fortificaciones. Nuestra actividad bélica consistía en la voladura de puentes y colocación de minas en los lugares de posible acceso del enemigo. Tomé parte en el asedio al Alcázar de Toledo, así como en operaciones militares en Alcalá de Henares; en el Castillo de Atienza, que no pudimos tomar; en Guadalajara y Sigüenza, donde debimos enfrentarnos con efectivos alemanes, a los que hicimos cuarenta y ocho bajas, y en Gea de Albarracín.. Al tomarse el acuerdo de retirar de los frentes de batalla a los voluntarios extranjeros que habían formado parte de las gloriosas Brigadas Internacionales, fui incluido en esa medida oficial que hacía abandonar la península. Con otros compañeros, salí de Valencia. Entre noviembre y diciembre de 1938, atravesé la frontera franco-española por el pueblo de Port-Bou, pasando a Francia. Como centenares de combatientes fui internado en el campo de concentración de Argelés-sur-Mer, donde permanecí desde el mes de enero hasta el de mayo de 1939, en que salí del puerto de La Pallice, Burdeos, a bordo del vapor "Orduña", en viaje de regreso a Cuba. |
Arístides Saavedra Martín Arístides Saavedra Martín. Nace en La Habana, el 24 de septiembre de 1911. De extracción obrera, cursa la enseñanza primaria hasta sexto grado en la escuela pública. A los trece años de edad, comienza a trabajar como mensajero en el cable comercial. Después, emigra a los Estados Unidos, donde labora como camarero en un restaurante de New York. Activista en el Club Cubano "Julio Antonio Mella", se une al contingente voluntario que marcha para España, en defensa de la República atacada por el fascismo. Terminada la guerra, regresa a Cuba en el mes de mayo de 1939. Fui herido en un muslo Formé parte de un grupo de voluntarios, residentes en la ciudad de New York, que salió el 16 de julio de 1937, para incorporarse a las fuerzas defensoras del gobierno español del Frente Popular, atacado por los fascistas dirigidos por Franco. El contingente salido del puerto neoyorquino, estaba integrado por ciento treinta y siete compañeros. Desembarcamos en el puerto francés de Cherburgo, donde tuvimos el primer contacto con representativos del Partido Comunista Francés, responsabilizados con lo referente a nuestra recepción y traslado a tierra española. Tras una estancia de varios días en París, marchamos hasta un pueblecito cercano a los Pirineos, desde donde iniciamos a pie la travesía de estas montañas, hasta penetrar en España. Llegamos al castillo de Figueras, lugar de obligada estancia para los voluntarios extranjeros que trasponían la frontera, donde ya quedábamos incorporados a las Brigadas Internacionales. Posteriormente se nos destinó a Tarazona de la Mancha, punto de acantonamiento de los combatientes internacionalistas. Fui incorporado al 24 Batallón, Segunda Compañía, de la XV Brigada Internacional, con la cual combatí en las acciones, del Ebro, Barranco de la Muerte y Sierra Pandolls, combate este último en el que fui herido en un muslo, con fractura del fémur, por lo que se me retiró de la línea de fuego y condujo al hospital de Salinosa. Más tarde fui trasladado al hospital de Mataró, donde me encontraba recluido al aceptarse por el Gobierno de la República el acuerdo de retirada general de los internacionalistas de aquella contienda bélica. Regresé a Cuba, en calidad de repatriado, en el mes de mayo de 1939. |
Gerardo Sampedro Marrero Gerardo Sampedro Marrero. Nace en La Habana en 1907, en el seno de una familia de trabajadores. Recibe enseñanza primaria en la escuela y muy joven comienza a trabajar. Ha trabajado en los Ferrocarriles Consolidados y en el sector gastronómico. Destácase por su constante actividad en el movimiento sindical, participando en las luchas obreras en distintos centrales azucareros. Militante del Partido Comunista de Cuba, marcha para España a combatir a los fascistas en 1937 y regresa a Cuba en 1939. Ese era nuestro lema: resistir siempre, en cualquier condición y a cualquier precio Establecí mi primer contacto para integrar las Brigadas Internacionales, con el compañero Mario Morales Mesa, militante del Partido Comunista de Cuba por aquel entonces. Se discutió y se consideró mi caso. Organicé luego mis cosas Y, un buen día, me vi como pasajero del "Reina del Pacífico", en 1938. Debo manifestar que, con 30 años de edad, sabía adónde iba y a qué iba. Mi participación en una serie de actividades políticas en centrales azucareros, el nivel de explotación a que era sometido en mi trabajo (obrero ferroviario en Camagüey y en La Habana), mi militancia política en el Partido Comunista, entonces ilegal, fueron factores que determinaron mi formación política, antimperialista y antifascista. Por todo ello, integré las filas de las Brigadas Internacionales en su lucha contra el fascismo. El viaje a Francia duró unos catorce días. Desembarcamos en La Pallice y de allí pasamos a París, donde nos alojaron en un hotel. Ya en territorio español, comencé mi nueva vida como miembro del Ejército Republicano. Los primeros días recibimos charlas, conferencias, experiencias... En el entrenamiento, empezamos a hacer prácticas de tiro, largas caminatas de día y de noche. Aprendimos a subir corriendo —y bajar en la misma forma— cotas y lomas, en el mayor silencio; a comer y dormir en cualquier lugar y a cualquier hora; a cruzar arroyos y aguadas secas, sin hablar, sin fumar, sin hacer ruido; en el mayor silencio... hasta estar preparados para nuestro objetivo: el cruce del Ebro. Naturalmente, todo esto me trajo dificultades, privaciones, esfuerzos, sacrificios; pero llegó el momento de sentirme listo y en condiciones de emprender cualquier eventualidad. Acostumbrado a nuestros ríos, recibí una gran sorpresa. Yo no veía la orilla opuesta del Ebro. Pensé que aquello no tenía fin. Llegamos casi al amanecer. Mas, si sorpresa fue para mí ese gran río, sorpresa mayor fue la cantidad de hombres —miles y miles—, que con un entusiasmo indescriptible llenaban las balsas, bajo una inmensa lluvia de proyectiles. Ya en mi barcaza, en marcha, vi con mis propios ojos el hundimiento por la metralla de algunas embarcaciones. Hubo cientos de muertos y heridos. No sé qué tiempo duró aquel cruce. Las horas eran interminables. Casi no me di cuenta del desembarco, hasta avanzar ya por tierra firme hacia nuestras posiciones y atrincherarnos en cierto lugar donde tuvimos un descanso. Fue allí que recordé verdaderamente por lo que había pasado. Le dije a un compañero: "Si no quedé en esta, yo no muero, en España." Comenzó la reorganización de nuestra compañía. Recuerdo a mi sargento: un gallego analfabeto, casi siempre descalzo, pero muy valiente, un gran antifascista, buen compañero. Lo llamábamos García. Recuerdo también al teniente "Mayo" —como lo conocíamos—, el hombre que no perdía oportunidad para hablarnos, para instruirnos, y, al mismo tiempo, el hombre recto y disciplinado que decía: "Escucha que yo encuentre dormido, escucha que no despierta." Y comprendía que tenía razón, porque él explicaba: "Si el enemigo encuentra en esa brecha a un escucha dormido, después acuchilla a cientos de compañeros que duermen." Y enfatizaba: "Es mejor matar a uno que se duerma y no que mueran muchos compañeros. ¿Entendido? ¡Rompan filas!" El comandante de la compañía era un hombre joven, muy valiente, de una gran capacidad, apellidado Villafaña. Ambos compañeros eran miembros del Partido Comunista de España. Reorganizada la compañía, participé en mi primer combate. Avanzábamos hacia unas posiciones del enemigo, parapetado de antemano. Al principio, poco tiroteo, algunas ráfagas de ametralladora, pero cuando nos acercamos lo suficiente, comenzó por parte de ellos lo que podemos llamar una gran batalla. El tableteo de las ametralladoras era interminable, ensordecedor, una gran cantidad de fusilería, y, por la retaguardia de nuestras líneas, grandes explosiones de distintos proyectiles. Llegué a pensar que estaba entre dos fuegos. No podíamos avanzar. Nuestras fuerzas no tenían esa gran defensa que digamos. Combatíamos desde cualquier lugar: detrás de árboles, de piedras, árboles caídos, huecos en el terreno y otros sitios más o menos apropiados, Empezarnos a debilitarnos, lo cual aprovechó el enemigo para lanzar un contraataque que nos hizo retroceder constantemente, hasta que al fin se dio la orden de retirada. Una retirada terrible; pero esa misma noche, reforzados con otros efectivos, sorprendimos al enemigo y tomamos sus posiciones, gran cantidad de armas y de alimentos. En estos primeros combates -debo explicar-, bala que silbaba, bala que creía era para mí, lo que me provocaba ademanes y movimientos por instinto de conservación. Hicimos una gran requisa de armas, municiones, alimentos y cuanto nos podía hacer falta. Tan pronto nos repusimos y descansamos algo, emprendimos la marcha, como a las ocho de la noche del siguiente día. De madrugada, llegamos a un lugar donde, con todo el silencio que requería el caso, nos fueron situando por grupos hasta completar el grueso de la fuerza. Casi aclarando, me quedé dormido, pero me desperté a causa de varias explosiones bastante cerca de mí. Se corrió la voz de que nos disparaban con morteros y que ya se sabía de nuestra presencia en aquel lugar. Yo noté que algunos proyectiles venían estallando en mi dirección. Medité, por algo que había oído y di una "carrerita", agachado, de unos diez metros. Tan pronto me tumbaron a tierra tuve encima de mí al sargento García, que parecía una fiera, pistola en mano y apuntándome al pecho, me dijo: "¡Te mato como a un perro! Tenemos que pegarnos a la tierra pase lo que pase. Si morimos, ¡fatalidad!, pero no darle al enemigo ninguna oportunidad." Me puso su mano en el hombro y se marchó arrastrando. Pasé un momento malo, apenado: me sentí culpable. Continué en mi sitio hasta la noche, cuando emprendimos de nuevo la marcha, que duró cuatro horas. Hicimos una parada de descanso y dormimos varias horas. Nos despertaron con mucho silencio y continuamos hasta llegar a un sembrado de uvas de varios kilómetros cuadrados. A la mañana siguiente, muy temprano, no nos quedaba agua ni alimentos y sí un sol que partía las piedras. La orientación que teníamos era: "No pararse nadie por nada, y si había necesidad de corregir, hacer un huequito y taparlo con tierra." Cuando apretó el sol, la sed empezó a molestarnos, al extremo de que todos los compañeros teníamos alrededor de la boca un cerco verde, de masticar tanta cantidad de uvas para mitigar la sed. Llegué al convencimiento de que tal cosa me desesperaba más. Cuando llegó la noche, se me acercó un compañero de mi escuadra, de apellido Veintemillas (yo le decía Cuarenta), gran compañero, semi-analfabeto, muy valiente y dispuesto, quien me dijo: "Mulato, vamos a buscar agua." Yo le contesté: "¿Y dónde está esa agua, camarada?" Me dijo que había un pozo con una noria cerca del batallón inglés y que le habían indicado más o menos el camino. En cuestión de minutos se reunieron allí como treinta cantimploras. Le pregunté al compañero Cuarenta si el sargento sabía de esto y me respondió afirmativamente. Amarramos las cantimploras y partimos rumbo al batallón inglés. Con mucha dificultad y sumo cuidado, llegamos. Los ingleses nos orientaron hacia dónde estaba el pozo y sobre el cuidado que debíamos tener. Una vez allí, no hicimos más que mover la noria y una larga ráfaga de ametralladora cruzó sobre nuestras cabezas. Todos los movimientos los hacíamos agachados. Con pedazos de ropa y algunas cuerdas que teníamos, logramos llegar al agua. Recuerdo bien que la primera lata de agua me la eché arriba, con ropa y todo. Bebimos hasta llenarnos, descansamos y... ¡a llenar cantimploras! La sed no se nos quitaba. Hasta hacíamos gárgaras con agua, para mojar nuestras secas gargantas. Todo esto en el mayor silencio. Amarramos las cantimploras y decidimos regresar, apretándolas contra nuestros cuerpos, para evitar la más mínima bulla, aunque estaban bien forradas. Al pasar nuevamente por el batallón inglés, nos dieron pan duro y dos cigarros. El primer cigarro nos lo fumamos en un hueco, donde descansamos unos minutos. Mi compañero tenía un mechero, y las fumadas eran pegadas a tierra. Nadie nos podía ver. Cuando llegamos a nuestra posición... ¡por poco hay muertos!, porque todo el mundo quería tomar agua. Había una gran desesperación. Les dimos las cantimploras a sus dueños y les recomendamos que bebieran de ellas la mayor cantidad posible de compañeros. Me quedé con la mía, y varios disfrutaron de su poquito. Me tiré a descansar y como a las dos de la madrugada nos llamaron para partir hacia Sierra pandolls, a donde llegamos casi de día, todavía un poco a oscuras. Relevamos a un batallón que llevaba allí muchos días y había sufrido numerosas bajas. Nos metimos en nuestros parapetos y... ¡ojo avizor! De día solo teníamos que vigilar por las mirillas los movimientos que pudieran hacer nuestros enemigos. Solo se podían hacer algunas operaciones por zanjas en forma de zig-zag, porque los francotiradores disparaban a cada rato contra cualquiera que enseñara algo de su cuerpo. Muchos murieron o fueron heridos en Pandolls. Esta posición era como una cadena de montañas en forma de herradura, siendo nuestra una parte y la otra del enemigo; pero había, por ambas partes, posiciones muy ventajosas desde donde combatir. Por el día, las ráfagas de ametralladoras eran interminables y por la noche aquello era un infierno, como dice la gente. Apenas se acababa la claridad, empezaban los moros con su gritería. Era un escándalo toda la noche: tableteo de ametralladoras, morterazos y otros proyectiles. Esta operación era como un tipo de avanzada que situaban fuera de nuestras líneas, como a unos ochenta o cien metros, y nos ponían a veinte metros uno del otro, casi rodeando los parapetos. En esta situación, se debía estar muy alerta. Si había algún movimiento de tropa, rápidamente había que avisar, y con mucho cuidado. Hubo ocasiones en que nos quedábamos entre dos fuegos, sin tener dónde guarecernos. Algunas veces, como medida de precaución, ocultaba un poco la cabeza con la culata del fusil. En esta Sierra Pandolls, una madrugada bastante clara y al mando del sargento García, hicimos una operación hacia las líneas enemigas alrededor de unos veinte hombres, porque se oían muchos quejidos de heridos. Después de unas orientaciones muy acertadas por parte del sargento, emprendimos la operación, a rastras, cubriendo bastante territorio y, efectivamente, encontramos en aquellos lugares —puede decirse—un cementerio. Cientos de muertos y heridos, algunos de estos en plena agonía. Varios heridos tomaron un sorbo de agua y pidieron que acabáramos con ellos o les dejáramos algún arma corta. No pudimos hacer nada debido a su estado, pues estaban casi destrozados. Uno de ellos lo que tenía era un hueco en sus partes. Había muchos moribundos. Casi todos cambiamos los zapatos y ropas. Encontramos gran cantidad de armas y municiones, entre ellas, una ametralladora rusa marca Tocórof que pesaba demasiado, con varias cintas. Llegue a mi parapeto "con la lengua afuera", pero estaba orgulloso de mi hallazgo. Comencé a familiarizarme con aquella arma y, autorizado por el sargento, la usé muchas veces: me encantaban sus ráfagas. Recuerdo que conocí a un camarada polaco-argentino llamado Pablo, muy cerca de mi parapeto. Había ocasiones en que conversábamos mucho, hasta que una mañana fue herido en el vientre por un pedazo de metralla de mortero. A sus quejidos me arrastré hacia él y lo encontré en muy malas condiciones. Con una camiseta, más o menos limpia, que tenía como bufanda, le cubrí toda la herida y empecé a darle ánimo, diciéndole: "Pablo, tú eres un camarada muy fuerte. Tienes que resistir hasta que te saquen de aquí. Aguanta un poco, Pablo, tú no puedes morir." Y fue sacado de ese lugar por los camilleros, ya de noche. A este compañero lo vi meses después en un hospital. Nos dimos un fuerte abrazo. Yo estaba herido también. Dejar de comer uno o dos días era cosa corriente. Una noche, como a las diez, fuimos mandados siete compañeros a buscar comida. Al salir, vino un camarada y nos orientó sobre lo que teníamos que hacer: "Mucho silencio, mucho cuidado, y usted, camarada —se refería a mí— es el responsable del grupo." La guía era la línea del teléfono y un lugar que le decían Equipo donde terminaba el viaje. En el grupo iba Veintemillas, un buen compañero cubano llamado Nery Díaz, un catalán, y otros. Antes de partir, orienté lo siguiente: "Silencio. No hacer ninguna bulla. Solo yo me guiaré por la línea telefónica. Nadie más la tocará, evitando que se pueda dañar." La caminata fue de unas tres horas. La hicimos sin detenernos y llegamos al lugar convenido sin novedad. Encontramos allí a varios compañeros que nos entregaron lo que nos pertenecía: cuatro grandes sacos de pan, varias latas de carne, otras latas con alimentos y algunos paquetes. Un compañero de fuerte complexión, cogió un palo y puso en él dos sacos de pan. Nos compartimos todo como pudimos. Ibamos bien cargados, además de nuestras armas, cuando emprendimos el regreso. Yo iba de guía, con una lata de agarraderas que pesaría unas treinta libras; parecía contener carne asada. Como a los ochenta metros, hice una parada de descanso unos cinco minutos. Al poco rato le dije a los compañeros: "Camaradas, no podemos perder el tiempo. Hay que ir lo más rápido posible. Tenemos que llegar antes de que aclare. Recuerden que hay un trecho muy peligroso casi a la llegada que está muy descampado. Por allí hay que pasar a oscuras" Una hora más y ya estábamos seguros en un semirrefugio a la entrada de nuestras posiciones. Allí, por primera y hablé personalmente con el comandante Villafaña. Me hizo algunas preguntas sobre Cuba y la lucha que se desarrollaba. Hablábamos y de allí marché hacia mi parapeto a descansar pero sin dormir. Como a las dos de la tarde me trajeron mi ración de comida consistente en un pedazo de pan con carne, urna manzana en dulce y un poco de vino. Yo pensaba que ese Pequeño almuerzo me lo había ganado bien. ¡Qué rico le encontré! Ese mismo día, por la noche, hice escucha desde las diez hasta las doce y después dormí. Serían cerca de las siete cuando desperté. Corrió la noticia de que nos relevaban esa noche, y, efectivamente, como a las ocho o nueve horas ya estábamos en camino hacia un descanso que duró dos días. Caminamos casi toda la noche, con varias treguas, hasta llegar a un lugar donde nos alojamos bajo unos árboles, la mayoría frutales. Fue en ese lugar donde me bañé con jabón, después de mucho tiempo sin hacerlo. En un camión-tanque instalaron varias tuberías con duchas y agua caliente. En ese mismo descanso armé y desarmé mi ametralladora Tocórof varias veces, pero una comisión que revisaba nuestras armas me la quitó, prometiendo nombrarme tirador de fusil-ametralladora, y, en efecto, me entregaron antes de partir un fusil-ametralladora con su trípode, marca Ditérof. Recibí algunas prácticas de armas, desarme y de tiro. Además, me dieron unos cuantos discos y un proveedor, el cual fue mi gran compañero Veintemillas. Una noche partimos hacia unas posiciones. Yo iba con mi fusil-ametralladora, y mi compañero Veintemillas con los discos y su fusil. Caminamos por espacio de dos horas y descansamos unos veinte minutos. Hicimos una larga jornada por una carretera. A cada rato pasaban camiones con personal, que nos saludaban al acercársenos y cantaban. Yo opinaba que el frente estaba lejos. No acostumbrado al fusil-ametralladora, en ocasiones me sentía un poco cansado, ya que pesaba mucho más que mi arma anterior. Al desviarnos de la carretera hicimos un descanso y nos orientaron guardar el mayor silencio. Cuando partimos nuevamente, ya se sentían algunos disparos y de vez en cuando ráfagas de ametralladoras, pero a bastante distancia. Como a las tres de la mañana cruzó junto a nosotros, muy de prisa, una compañía y una hora más tarde ya estábamos ocupando nuestras posiciones y dando paso a otro personal que salía por unas zanjas, bastante agachado. Mi nueva posición era un pequeño refugio con aspilleras. Entramos al mismo por una zanja. Mi compañero y yo situamos el fusil-ametralladora en el centro, desde donde se do-minaba una gran extensión de terreno. Recuerdo que el enemigo se encontraba un poco más bajo que nosotros, desde donde disparaba, por lo que recibimos la orientación de disparar cuando ellos arreciaran el fuego y desde varios lugares. Pedí una explicación, porque no había entendido bien la "cosa", y me dijo un comisario: "Salga de la trinchera con mucho cuidado y a unos diez metros, desde el parapeto, lance unas dos ráfagas y vuelva a su nido; y esto mismo lo hace a la derecha y a la izquierda, pero recuerde bien que su posición es aquí." Yo estaba muy contento con mi nueva arma, pero pronto noté que era muy buscada por el enemigo. Me di cuenta que disparaban mucho hacia mi posición y los morterazos abundaban a mi alrededor. Hubo días en que veíamos al enemigo caer, tirarse a tierra, y a algunos no levantarse más. Me daba perfecta cuenta de que mi arma hacía grandes estragos. Una noche me dieron la oportunidad de hablarle al enemigo. Me entregaron un papel y me dijo el comisario: "Estudie esto y hábleles esta noche desde un parapeto." Aproveché la calma que hubo en un momento, me situé en un parapeto y les grité: "Españoles, hermanos. Cada día estamos cayendo muchos españoles, muchos trabajadores, enfrascados en una guerra criminal que nos impone el fascismo. Hermanos, ¿por qué no nos unimos contra el jefe fascista y sus bandas criminales y libramos a nuestra patria de tanta sangre derramada y de tanta muerte?" Y una voz del otro lado me respondió: "Oye, rojillo, ¿tú eres español?" Le respondí que sí, que toda mi familia era de Lugo. Y entonces volvió a decirme: "¿Sabes que habláis bonito?, ¿por qué no os paráis en el parapeto para oírnos mejor?" En esos momentos, una larga ráfaga de ametralladora rompió el silencio que reinaba. Volví a mi posición y dormí unas horas, mientras mi compañero vigilaba. Cuando desperté, ya había amanecido. En este lugar hubo días en que la aviación nos acosaba bastante, pero sus ataques no eran efectivos. Las bombas caían lejos de nuestros parapetos. Yo estimaba que esto se debía a que estábamos muy cerca unos de otros. A veces, cuando había calma, escuchábamos la conversación del enemigo, y de día, veíamos algunos de sus movimientos. En ciertos casos, pensé que estábamos a unos ochenta o cien metros, otras veces más cerca. Eran de temer. Mas los morteros, en mi criterio, hacían más daño que la aviación, aunque se le ponía la carne de gallina a cualquiera. En ocasiones pasaban varios aparatos y se sentía una bulla horrible, además de las explosiones; pero en la noche, por ejemplo, el mortero hacía grandes bajas en nuestras filas. Era un continuo fuego de este tipo de armamento. Desde luego, ellos desperdiciaban el parque en grandes cantidades. Hubo noches de una actividad interminable: de fusilería, de tableteo de ametralladora, de morterazos... en fin, ellos tenían más armamentos que nosotros. Y esta era la razón de producirnos tantas bajas. Sin embargo, hay que decir que, aun en esas condiciones, la valentía y el arrojo de nuestras tropas, tanto de los españoles como de los de otras tierras que fuimos a combatir el fascismo, eran admirables, dignos todos de una gran admiración y de un gran respeto. Días enteros estuvimos sin probar alimentos, sin agua, muchos sin zapatos, alpargatas rotas, ropas cayéndosenos del cuerpo, descalzos, y aun así, atacábamos y contraatacábamos, resistiendo hasta lo indecible. Y ese resistir era casi nuestro lema: Resistir siempre, en cualquier condición y a cualquier precio. Y los fascistas lo sabían. No quiero expresar con esto que fueran tan valientes y decididos como nosotros... No había razón para ello. Nosotros, con más armamentos, seguramente hubiéramos ganado la guerra. La razón estaba de parte nuestra. Luchábamos por un ideal, por la libertad de todos los trabajadores, por una España libre de fascistas y explotadores; libre de acomodados y señoritos que vivían sin trabajar, pero que se prestaban a toda clase de crímenes. En varias ocasiones, cuando les hablaba en los parapetos sobre temas políticos e ideológicos, era cuando más arreciaban el fuego. Tal parecía como una maniobra para escuchar y no prestar atención a lo que les decía. Así continuaron los días, hasta que fuimos relevados. Salimos una noche y caminamos varias horas con sus pequeños descansos. Un día, al amanecer, nos alojamos bajo una gran arboleda y nos tumbamos a dormir a pierna suelta. Desperté con un sol bastante fuerte y me uní a un grupo que iba a bañarse a un pequeño arroyo. El resto del día, lo pasé buscando algunas frutas y practicando el arme y desarme con los ojos vendados, lo que dominaba bastante bien. Comimos como a las seis de la tarde. Recuerdo que un camión llegó con la comida. ¡Tremenda paella! Lo mismo encontraba un gordo de no sé qué carne, como un caracol con su babosa; pero comimos y tomamos vino. Por la noche hubo charlas y comentarios de la situación. Terminado esto, armé y desarmé mi fusil-ametralladora a oscuras, usando como fondo mi frazada o manta. Durante este descanso, se reorganizó la compañía y se completó con nuevos camaradas. Al otro día, como a las dos de la tarde, se aparecieron unos camiones y... ¡adiós Lola! ¡Para el frente de nuevo! Mandaron a formar y dieron unas orientaciones precisas: había que defender un cruce a toda costa. Subimos a los camiones. En cada caseta colocaron una ametralladora pesada y grande, y partimos. Como a un kilómetro de nuestro punto de partida, se apareció la aviación franquista. No nos dejó avanzar. Nos disparaban infinidad de proyectiles y nos bombardearon. Bajaron tanto, que muchas de nuestras armas les disparaban, sobre todo las ametralladoras. Nos guarecíamos bajo los árboles (algunos camiones iban casi cubiertos de ramas) y avanzamos un poco hacia lugares apropiados. Pero llegó el momento en que fue tanto el fuego, que nos ordenaron bajar de los camiones y continuar a pie a toda marcha, corriendo y separándonos unos de otros casi ocho o diez metros. Mientras, los aviones seguían disparando y haciendo muchas bajas. No cesaron en su criminal faena. Llegamos a un cruce y, nos parapetamos como nos fue posible. Se decía que por ese cruce se nos abastecía, que no podíamos perderlo, que había que resistir hasta el otro día que viniera una buena cantidad de tropas. Entre grandes piedras coloqué mi fusil-ametralladora. Creo que serían las seis de la tarde cuando comencé a disparar. Mi fusil se calentó tanto, que temí llegara al rojo vivo. Recuerdo que me abastecieron en tres oportunidades. De vez en cuando, a rastras, pasaba algún responsable, que nos decía: "No los dejes mover, camarada, ¡duro con ellos!" Mi propio proveedor me daba ánimo, y mi Ditérof no dijo nunca que no; muy caliente, no dejó nunca de oírse. Serían como las diez de la noche cuando sentí un gran golpe en el hombro derecho y seguidamente un calambre en mi brazo, de donde comenzó a brotar sangre. Le dije a Veintemillas: "Llama a un compañero para que te ayude." Recuerdo que gritó: "Échate a tierra cubano, que te van a matar." Me arrastré unos metros hacia abajo y comencé a caminar algunos kilómetros, hasta donde había un puesto de primeros auxilios. Un enfermero me hizo un torniquete en el hombro y en el brazo y... a esperar. Como a la hora, una camioneta nos condujo a un pequeño hospital de campaña. Llevaba un dolor insoportable en todo el brazo. En cuanto me vio un médico, me quitó todo aquello. Sentí gran alivio. Al otro día ya estaba en un hospital, en las afueras de un pueblo que creo se llamaba Vic. Allí me atendieron muy bien y me colocaron un aparato de alambre, que la gente denominaba avión. Los primeros días los pasé muy mal. No hablaba con nadie. Neurasténico, encabronado conmigo mismo, apenas comía. Esto me ocurrió el 6 de septiembre de 1938, a las diez de la noche, fecha que jamás olvidaré. En este hospital comenzó para mí una etapa de grandes sufrimientos. Me atacó un fuerte reumatismo, por lo que apenas si podía caminar. Una tarde, como a las tres, sentí un gran dolor en el pecho. Dijeron los médicos que había sido un pequeño infarto. Me inyectaron y volví en mí. Al otro día, al amanecer, estuve muchas horas inconsciente y muy debilitado. Me atendían varias enfermeras: una española llamada Mercedes, una americana y una checa, que es la que más he recordado siempre y a la que llegué a estimar como a una hermana, pues me ayudó mucho. De este hospital de Vic, pasé al de Mataró, en Barcelona. En este la pasé muy mal. Los bombardeos eran diarios. Estuve algunos días sin poder levantarme de la cama a causa de mi reumatismo. En este hospital, cuando bombardeaban, las ventanas de cristal formaban una bulla horrorosa. Parecía que venía abajo, y todo el que podía corría hacia el refugio. Oí hablar de una evacuación de heridos hacia la frontera, y, finalmente, nos trasladaron para un gran hotel, convertido en hospital. Aquí la gente se iba por su cuenta, debido a los bombardeos. Desde el mar y por el aire, los proyectiles dejaban a veces grandes huecos en las paredes. Existía el temor a un derrumbe, por lo que una mañana decidí coger la carretera, a pie, con una maleta... Algún camión hacia la frontera, era mi esperanza. Muchos pasaban, evacuando heridos y toda clase de personal (camiones llenos de familias, muchos niños y mujeres). A mi lado se detuvo una ambulancia. Subí a ella con mucho trabajo y tuve que dejar la maleta en la carretera. No cabía. Yo iba tirado en el suelo, muy incómodo y con dolores reumáticos. Mi brazo, con aquel aparato, era una verdadera calamidad. Pasábamos por pueblos que la aviación bombardeaba. Era una evacuación de "sálvese el que pueda": una cordillera de toda clase de vehículos hacia la frontera, de camiones destrozados por las bombas y hubo momentos en que la aviación nos pasó muy de cerca, al extremo de huir todos de la ambulancia. Llegamos al campo de concentración, que radicaba en el balneario de San Feliú de Guixols, con un hambre atroz, mucho frío y hechos una calamidad. No sé de qué manera, ni recuerdo cómo, nos reunimos Federico Chao, Arístides Saavedra, un camagüeyano y yo. Estábamos como en una larga caballeriza, de lado a lado, repleta de heridos y en un suelo lleno de paja. Era raro el día en que no había muertos. Había muchas moscas y una peste insoportable. Pasamos frío y hambre. No recuerdo cuántos días estuvimos en ese lugar, pero nos enteramos de que un tren de refugiados pasaba a varios kilómetros de allí y acordamos huir. Tan pronto se hizo de noche, nos fugamos. Al grupo se nos unió un camarada búlgaro y un turco. Caminamos como pudimos, con varios heridos en las piernas, pero llegamos y tomamos el tren. No sabíamos a dónde íbamos; pero, con seguridad, dondequiera que llegásemos era mejor que el lugar en que estábamos. La primera parada se hizo en una pequeña estación, subieron a los vagones trabajadores franceses. Comimos y bebimos bastante, gracias a la solidaridad de los trabajadores. En todas las estaciones en que paró el tren nos brindaron alimentos, hasta que llegamos a una villa en el departamento de la Borgoña, Burdeos, llamada Claire de Bier-sur-Mer. Aquí estaban concentrados los heridos de las Brigadas Internacionales. El fuego fascista había arrasado con todo, lucían los árboles sin hojas, los campos secos... Lo primero que nos dieron las autoridades francesas como alimento fue un poco de Caldo con pedacitos de pan. Al otro día, por la mañana, repartieron unas latas. El compañero Saavedra se saboreaba y sacaba la lengua, pasándola por los labios, y decía: "¡Mermelada! ¡Cómo me voy a poner, camarada! ¡Mermelada!" Sacaron las latas de unos calderones grandes, que contenían agua caliente, y nos dieron una a cada uno y un pan. El primero que abrió una lata fue un compañero búlgaro, que olió su contenido y dijo: "Pisca a matar" y... otras cosas. Un compañero se comió el contenido de dos latas. Los demás la probaron, pero no la pudieron comer. Eran tripas, y algunas con su correspondiente "moñingo". Casi pasamos la noche espantando al perro. Llegamos al acuerdo de guardar una lata, traerla a Cuba y hacérsela comer al cónsul francés. Circulaban comentarios de que eso era parte de la comida que le daban a los senegaleses. Nos visitaron enfermeras francesas. Algunas era buenas y humanas, otras déspotas y fascistas. En ese lugar no la pasamos bien. El trato de aquellos franceses no era el mejor. Sin embargo, aunque nevaba y hacía mucho frío, mi estado de salud comenzó a mejorar notablemente. Además de las medicinas y las inyecciones intravenosas que me ponían, mi mejoría fue grande, al extremo que salía con Saavedra por las mañanas y visitábamos la cocina del campamento. En general, después de todas las dificultades, como cubanos al fin, no perdimos nuestro buen humor. Un día se aparecieron, en comisión, varias enfermeras, un militar y un barbero, quienes querían cortarme el pelo al rape, o, como decimos nosotros, "al coco". Yo me negué, diciendo que tenía mi cabeza limpia, que me bañaba, que no tenía piojos ni ningún otro bicho. Pero intervino una enfermera que hacía como jefa del grupo y me dijo: "Tiene que pelarse; es obligatorio. Es una orden de la jefatura." No quise. Entonces me amenazó con el comandante, diciéndome: "El comandante es muy grande y usted muy chiquitico", señalando con sus manos los tamaños, y añadía: "Él es quien manda aquí. Usted solo es un soldado en desgracia, que tiene que obedecer." "Está bien —dije— yo sé que el comandante es el que manda aquí, pero yo mando en mi cabeza." Al otro día me llevaron a la jefatura y me mandaron a sentar. Como a la media hora, se apareció un militar muy alto, que me dijo: "Vu parlé francés?" Yo respondí: "Unpé, me ye parlé español." Llamó a un señor que estaba en una oficina, quien me dijo: "Pregunta el comandante qué es lo que ha sucedido.- Le expliqué lo del pelado a rape, que tenía mi cabeza limpia y una serie de cosas más... y me respondieron: "Usted ahora está en suelo francés y no es un militar... Usted es un refugiado de un ejército en retirada y ahora está en Francia hospitalaria, y hemos ordenado una serie de medidas sanitarias de precaución, ¿por qué no obedece y coopera con nosotros?" Yo les dije que tenía el pelo un poquito largo y que no quería raparme otra vez, que tenía la cabeza limpia, y, además, que era un hombre disciplinado y obediente a lo que fuera razonable. Parece que esto no les gustó. El comandante pateó en el piso y continuaron: "Díganos qué sería de usted sin la acogida francesa". Les dije: "No es muy buena, pues apenas recibimos alimentos y dormimos en el suelo, a pesar de estar heridos." El comandante respondió que yo estaba loco y que era un malagradecido y otras cosas de las que entendí algo y que no me dijo el intérprete. Ya un poco cansado, les dije que la moneda francesa tenía tres palabras: "Egalité, Fraternité, Liberté", y que eso no se cumplía por ellos. Bastante molestos ambos, dijeron toda una serie de cosas y me mandaron a un calabozo. Pasaron los días y empezó a hablarse de nuestra partida para Cuba. Y así fue... El vapor "Órbita" nos trajo a la patria querida. Fui ingresado en un hospital de La Habana, donde me salvaron el brazo. |
Alejo Elías Sánchez Suffo Alejo Elías Sánchez Suffo. Nace en La Habana, el 17 de julio de 1908, de origen campesino. Realiza actividades revolucionarias e7 las filas de Joven Cuba, desde 1933. En el gobierno llamado de "concentración nacional", presidido por Mendieta, es juzgado en Consejo de Guerra en el que se solicita para él la pena de muerte. Posteriormente es amnistiado, continuando sus actividades políticas. En 1937 se une al contingente de voluntarios que marcha hacia España en defensa de la República y combate al fascismo junto al pueblo español. En mayo de 1939 retorna a Cuba. En la ciudad universitaria tuve mi primer combate En la huelga de marzo de 1935, fui condenado a seis meses de reclusión por el Tribunal de Urgencia de La Habana. La policía me acusaba de haber incitado a la huelga a los trabajadores de Sarrá. Al ser puesto en libertad, cumplida la condena, volví a la fábrica, donde me mantuve hasta mi salida para España. A la muerte de Guiteras, había perdido todo contacto con Joven Cuba. Entonces, busqué contacto y encontré en diciembre de 1936 al compañero Juan Francisco Fonseca, miembro del Partido Comunista de Cuba (hoy mártir de la Revolución), quien me explicó que el Partido había decidido sacarme de Cuba. Me dirigí al Partido y me recibió el compañero Víctor Pina, quien me expuso que deseaba sacarme del país y enviarme a México para realizar una misión, que ya yo estaba considerado, por mis actividades, como miembro del Partido. Le manifesté al compañero Pina que no me oponía a esa decisión, que la respetaba, pero que deseaba que mejor me enviaran a España. Allí seguramente iba a ser más útil a la causa internacionalista. Mi propuesta no tuvo objeción, y el día 23 de septiembre de 1937, a las ocho de la noche, junto a un grupo de compañeros, embarqué en el "Reina del Pacífico" rumbo a Francia. Tuvimos catorce días de navegación. Cruzamos los Pirineos y llegamos al Castillo de Figueras. En este lugar permanecimos dos días, pasando luego a la base de Albacete. El mismo día de la llegada fuimos designados para la 111 Brigada Internacional, que radicaba en el pueblo de Madriguera, donde estuvimos treinta días. Luego partimos hacia Madrid, al sector de la Ciudad Universitaria. En la Ciudad Universitaria tuve mi primer combate. Allí cayeron dos de los compañeros que habían partido conmigo: Florentino Alejo y Rafael No-darse. De ahí en adelante, la batalla no cesaría jamás hasta la toma de Teruel, que tuvimos sitiada durante seis meses. Al cabo de ese tiempo ocurrió la "ofensiva gigante", hasta nuestra retirada al río Ebro. En el Ebro nos hicimos fuertes nuevamente y contraatacamos. Cruzamos el río hasta llegar al pueblo de Gandesa. De allí nos retiramos a Barcelona y, posteriormente, a Francia, donde fuimos internados, 400.000 hombres, en el campo de Argelés-sur-Mer y, más tarde, en el de Gurs. De este lugar fuimos repatriados y arribamos a nuestra patria el 29 de mayo de 1939. |
Luis Silvestre Sosa Pain Luis Silvestre Sosa Pain. Nace el 31 de diciembre de 1906, en el seno de una familia campesina, en Mantua, provincia de Pinar del Río, donde cursa instrucción primaria hasta el cuarto grado. Luego realiza distintos trabajos y se incorpora a las actividades revolucionarias en las filas de Joven Cuba. En 1937 marcha hacia España, identificado con los objetivo:, del pueblo español en su guerra revolucionaria, concluida la contienda regresa a Cuba en mayo de 1939. Partí para España a luchar junto a aquel pueblo hermano Partí para España, a luchar junto a aquel pueblo hermano, el 11 de junio de 1937, a bordo del buque "México", en unión de un grupo de compañeros guiados por el mismo propósito, llenos de fe en la victoria de la democracia sobre las repulsivas fuerzas del fascismo. Once días después, arribábamos a las costas de Francia, desembarcando en el puerto de La Rochelle. En contacto con los camaradas encargados de encaminarnos hacia nuestro objetivo principal, fuimos trasladados a la capital francesa, donde permanecimos hasta emprender el viaje para unirnos a los combatientes. En París fuimos atendidos por los camaradas franceses y recibimos orientaciones con respecto a nuestras futuras actividades, dirigiéndonos luego a la frontera franco-española. Realizamos a pie el cruce de los montes Pirineos y llegamos al pequeño pueblo nombrado Siete Casas, cercano a la frontera. Ya en territorio español, se nos condujo al Cuartel de Figueras, donde ya quedamos alistados en las Brigadas Internacionales. Fui ubicado en la Cuarta Compañía del Noveno Batallón, en la 151 Brigada. Tuve como jefe a un oficial francés apellidado Debrulé. Tomé parte en la ofensiva del Ebro y resulté herido en una pierna y en la espalda, durante un combate en Sierra Pandolls. Alcancé el grado de Sargento, con el que finalicé la guerra. Al ser retirados de los frentes los efectivos de las Brigadas Internacionales, por acuerdo tomado en la Liga de las Naciones, me retiré hacia Francia, como los demás compañeros voluntarios extranjeros. En este país pasé las de Caín, por el pésimo trato de las autoridades francesas a los internados en los campos de concentración. Me tocó pasar cerca de cinco meses en Argelés-sur-Mer, hasta ser repatriado en mayo de 1939. |
Ulises Tejeda Salazar, El Dominicano Ulises Tejeda Salazar, El Dominicano. Nace en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, el 2 de marzo de 1902. Participa, a los catorce años de edad, en la lucha contra las fuerzas yanquis que invadieron su patria en 1916, y, años después, en 1930, se subleva contra la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo. Precisado a exiliarse en Haití, al fracasar el movimiento armado, recibe allí la noticia de que su hijo Pedro Ulises, de 17 años de edad, fue asesinado por los esbirros trujillistas. El gobierno haitiano, influido por la diplomacia dominicana, le hace abandonar aquel país en 1933, precisamente a raíz de la caída de Machado. Se dirige a Cuba en unión de otros exiliados dominicanos y • cubanos. No cesa en su labor contra Trujillo. En 1937, decide combatir al fascismo en las trincheras españolas. En 1939, regresa a Cuba y prosigue la lucha antifascista, como miembro del Partido Comunista de Cuba. Fallece en La Habana, el 31 de julio de 1979. Las ondas expansivas me provocaron una hemorragia interna tremenda Fue decisivo en mi vida el conocer al compañero Ramón Nicolau en el año 1937. Por mediación de él, integré el grupo de voluntarios cubanos que prestaron servicio internacionalista en España. A mediados de 1937, embarqué en el vapor "Orduña", junto a un grupo de cubanos —incluyendo dos dominicanos—, rumbo a España, vía Francia. Al llegar al puerto francés de Le Havre, fuimos recibidos por tres jóvenes comunistas de aquella nación, quienes nos trasladaron a París, donde permanecimos cerca de tres o cuatro días. Perpignan fue nuestro último punto de estadía antes de atravesar los Pirineos. Allí nos abastecimos. Nos fueron entregadas dos laticas de jamón y dos de sardinas. Con este alimento, nos dispusimos a cruzar a pie la frontera por los Pirineos. Salimos a las nueve de la noche. Era un grupo compuesto por unos doscientos hombres de diferentes nacionalidades. A las cuatro de la tarde del siguiente día, alguien gritó: "¡España a la vista! Y nos dispusimos a bajar las faldas `pirineas' ." La bajada resultó peligrosísima. Pero, ya en el llano, nos esperaban varios camiones que nos condujeron al Castillo de Figueras. Allí pasamos tres días descansando, pues veníamos bastante agotados, reventados por aquella marcha a paso forzado. Después, partimos hacia Valencia, donde tuvimos la gran alegría de saludar al compañero Juan Marinello. Fue algo emocionante. Recuerdo muy bien que se despidió de nosotros expresando: "¡Buena suerte, camaradas! ¡Buena suerte para todos!..." Pasados algunos días, llegamos a la base de entrenamiento militar radicada en Albacete. Allí nos entregaron todo el avituallamiento. Tiempo más tarde, se me nombró instructor militar, por la experiencia que había adquirido durante los entrenamientos. Me enviaron a Madriguera, donde permanecí durante más de seis meses, y continué el entrenamiento, que consistía básicamente en lo siguiente: Teníamos dos campos, uno para instrucción de orden combativo, es decir, preparábamos simulacros de combate —muy bien logrados, por cierto— debiendo enseñarse la posición en trincheras, la marcha arrastrados y las formas de protegerse durante un tiroteo. El otro campo estaba destinado a la preparación de los hombres en orden de fuego, haciéndose las prácticas de tiro con laticas de leche condensada como blanco y adiestrando en el complejo manejo de las ametralladoras. Pasaban los meses en la labor de entrenamiento, pero mi deseo era marchar al frente. Hablé con el jefe de la plaza, que era de nacionalidad alemana, para lograr mi traslado a las líneas de combate, pero no accedió. El jefe alemán me expuso que, en el frente, yo sería un hombre más, mientras que en la base preparaba a cientos de hombres. Con tales explicaciones, tuve conciencia de la necesidad de que yo continuara allí. No obstante lo anterior, esperé la primera oportunidad que se me presentara, la que llegó al ser trasladado el jefe de la plaza. Hablé con el nuevo jefe, que accedió a mi solicitud, y así marché al frente. Me ubicaron en el Batallón Thaelmann, que en aquellos momentos estaba en proceso de reestructuración, pues había perdido muchos hombres. Recuerdo uno de los bombardeos fascistas que se desató en una zona civil. La aviación alemana la bombardeó despiadadamente. Toda la zona quedó destruida, ocasionando centenares de muertos, la mayoría ancianos, mujeres y niños. En un bombardeo, fui herido a sesgo en una mejilla. Me condujeron al hospital de campaña y, estando allí, se desencadenó un segundo bombardeo. Yo sabía que durante un bombardeo debe morderse fuertemente un pedazo de madera; pero ese día, en medio de la sorpresa, no lo hice, y las ondas expansivas me provocaron una hemorragia interna tremenda. En el momento en que me trasladaron del hospital de campaña, este se venía abajo... En aquel estado de cosas, fuimos trasladados todos los heridos para un hospital en Barcelona, en un tren. El trayecto fue un infierno, ya que la aviación enemiga no paraba de ametrallarnos. Llegué al hospital en estado bastante delicado. Cuando me encontraba en proceso de recuperación, recibimos nuevamente la "visita" de la aviación fascista. Esta vez los bombardeos eran sistemáticos sobre Barcelona. ¡Era algo increíble! Algo recuperado, decidí marchar de nuevo para el frente, junto a otros compañeros. Los últimos días en el frente resultaron muy malos. Los combates eran muy intensos y se sucedían uno tras otro. Afrontamos situaciones desesperadas, sobre todo ante los ataques de la aviación fascista cuyos bombardeos sobre nosotros eran constantes, día y noche. Salimos de territorio español en la misma forma que habíamos entrado: cruzando los Pirineos a pie. Pudimos interceptar un tren que salía hacia París, el que tomamos "revolucionariamente", pues no teníamos un centavo para costear nuestro pasaje. En París, los compañeros del Partido Comunista Francés nos viabilizaron el viaje de regreso a Cuba. |
Armando Torres Diez Armando Torres Diez. Nace en la ciudad de Camagüey, el 7 de marzo de 1912, de extracción social obrera. Cursa sus primeros estudios en la escuela pública y, apremiado por las estrecheces económicas de su familia, comienza a trabajar a los catorce años de edad. Ingresa en la Liga Juvenil Comunista y labora activamente en la organización de numerosos sindicatos fabriles y de comercio en Camagüey, Guáimaro, Florida, Ciego de Ávila y Morón, hasta que sobre• vino la sangrienta represión de la huelga de marzo de 1935. En febrero de 1938 marcha hacia España para combatir en defensa de la República agredida por el fascismo. El 14 de abril de 1939, terminada la contienda, regresa a Cuba. Quedé en el centro de caída de los proyectiles Al producirse el ataque franquista a la República Española en julio de 1936, en respuesta al llamamiento de solidaridad lanzado por la Internacional Comunista, participé de modo activo y militante en la organización de los Comités de Ayuda al Pueblo Español y al Niño Español, en Camagüey, Ciego de Ávila y Morón. Con conocimiento en 1937 de que el Partido reclutaba voluntarios para enfrentarse al fascismo en España, solicité inmediatamente engrosar la lista de combatientes, lo que fue aceptado. El 5 de febrero de 1938, salí para España, vía Francia, a bordo del vapor inglés "Oropesa". Tras una permanencia de varios días en tierra francesa, logré cruzar la frontera franco-española por el túnel de PortBou, amparado en un pasaporte español, hasta llegar al Castillo de Figueras en Cataluña. Allí ingresé oficialmente en las Brigadas Internacionales, cuya base se encontraba en Albacete, lugar este al que llegué después de un viaje que duró aproximadamente una semana, habiendo hecho escala de un día en Valencia. En esta ciudad desfilamos los voluntarios y el pueblo nos hizo objeto de grandes muestras de afecto, levantando pancartas, en medio de grandes demostraciones de entusiasmo y alegría, en las que podían leerse estas inscripciones: "¡Salud, camaradas cubanos! ¡Muera Batista, el Mussolini de América!" La demora sufrida por nuestro tren en el trayecto de Figueras a Albacete, tuvo su origen en que el convoy era constantemente perseguido y bombardeado por la aviación fascista. También en Albacete fuimos recibidos por una multitud desbordante de júbilo y, en el mismo andén de la estación ferroviaria tuve un emotivo encuentro con muchos compatriotas que habían sido mis compañeros de lucha en nuestra patria, a quienes abracé conmovido e inicié una franca camaradería con otros que llegaban de distantes tierras para combatir contra el fascismo. De la estación ferroviaria marchamos hacia la base de las Brigadas Internacionales, donde las tropas se encontraban formadas y se nos situó en lugar preferente. A los pocos instantes el general Julio Mangada escaló la plataforma que ocupaba el Estado Mayor y, dirigiéndose a los recién llegados, manifestó que le había correspondido el honor de darle la bienvenida y expresar el agradecimiento del pueblo español a los voluntarios de más de cincuenta países, pero que en ningún momento había experimentado la profunda emoción que le invadía aquella tarde al encontrarse frente a cerca de un centenar de combatientes cubanos. Continuó diciendo el general Mangada que ese estado afectivo que experimentaba debíase al motivo de que, como cubano, sentíase muy orgulloso de la actitud del pueblo que lo vio nacer. Dirigiéndose a nosotros, dijo: "Vamos a ver cuál de ustedes sabe en qué lugar de Cuba nací yo." Inmediatamente, el compañero Enrique de la Torre respondió: "General, usted nació en Sancti Spíritus." El general Mangada, muy emocionado, le dijo: "Suba usted a la plataforma, que quiero abrazar en su persona al pueblo de Cuba." A los tres días de llegar a la base fuimos trasladados al campo de entrenamiento de Tarazona de la Mancha, donde recibimos instrucción militar elemental durante tres semanas. En los últimos días de marzo fuimos movilizados hacia el frente del Este y se nos situó para entrar en combate en la madrugada del primero de abril. Un intenso bombardeo de artillería y ametrallamiento de aviación nos sorprendió al amanecer de ese día, quedando nuestros efectivos totalmente cercados por el enemigo, que se encontraba a muchos kilómetros en nuestra retaguardia. No obstante la grave noticia de que el Estado Mayor de la 150 Brigada Internacional había muerto y la inesperada eventualidad de haber perdido el contacto, no cundió en nosotros el menor síntoma de desmoralización. En tan comprometida situación, llegó hasta nuestras filas el oficial portugués Vilanova, de la 159 Brigada, quien procedió a reagrupar los pocos supervivientes que quedamos —unos doscientos cincuenta, aproximadamente—, nos explicó la delicada situación que confrontábamos, haciéndonos conocer la imperiosa necesidad de que rompiésemos el cerco enemigo. Quedó improvisado un Estado Mayor provisional, bajo el mando del propio Vilanova, con los tenientes Palenzuela, mexicano, y Ráúl Rojas, cubano. A cada uno nos fue asignada la misión que debíamos desempeñar y que era imprescindible para romper el cerco. Por razones que desconozco, fui llamado por el nuevo mando y se me ordenó que escogiera cuatro compañeros más que debían actuar a mis órdenes. Una vez reunidos los cinco, se nos instruyó sobre el manejo de la granada de mano y se nos confió la tarea de eliminar un nido de ametralladoras que cerraba la posibilidad de que pasásemos por un Abra. Nos encontrábamos en el sistema montañoso de Calaceite. Eran dos las ametralladoras que dificultaban nuestro paso y nos acercamos bastante al lugar en que estaban emplazadas. Me correspondió colocar la granada en el nido, haciéndolo con tan buena suerte que las dos bocas de fuego quedaron silenciadas. En esta acción tuve el respaldo del fuego de fusil de mis cuatro compañeros. Después de superada la grave situación, el capitán Vilanova manifestó que aquella acción había garantizado la ruptura del cerco, librándonos de caer prisioneros o ser muertos. Aquel mismo día, primero de abril, en horas de la tarde, se procedió a confeccionar el listado y dividir el personal, bajo los mandos de Palenzuela y Rojas, para iniciar la marcha hacia Cataluña por la carretera que la une con Aragón. No experimentamos dificultad alguna en nuestro camino hasta el amanecer del día 2, en que divisamos un fuego a lo lejos. Para investigar la naturaleza de aquel fuego, el capitán Vilanova seleccionó un grupo de compañeros entre los que estaba yo. Al llegar al lugar, nos cercioramos de que era un garaje, a la entrada de Gandesa, donde apreciamos la presencia de varios oficiales republicanos. Tomando las debidas precauciones, nos acercamos a dichos oficiales, con el fin de obtener información sobre el lugar en que nos encontrábamos y a la división a que estos pertenecían. Nos informaron que eran tropas republicanas y que Gandesa estaba en nuestro poder. Regresamos e informamos al capitán Vilanova la necesidad de avanzar, pues había la orden de retirada hacia las márgenes del río Ebro. Una vez en antecedentes de todo, el capitán Vilanova dispuso la distribución de nuestra tropa en tres grupos. Uno, bajo las órdenes del teniente Raúl Rojas, del que yo formaba parte, marcharía hacia Gandesa por la carretera. Los dos grupos restantes, mandados por el teniente Palenzuela y por el propio capitán Vilanova ocuparían los flancos. Nos dirigimos a confirmar la verdadera identidad de los combatientes que habíamos visto, toda vez que el compañero Jorge Martínez Márquez, Yoyo, había manifestado sus sospechas de que pudiera tratarse de una emboscada. Cuando llegamos de nuevo al garaje de Gandesa, el comandante que estaba al frente del grupo de los supuestos republicanos, ordenó a Rojas continuar por la calle central del pueblo y esperar instrucciones a tres kilómetros del mismo. Raúl Rojas se identificó como teniente de la 19 Brigada Internacional, a la vez que solicitó la identificación del comandante, pero, al vacilar el supuesto jefe republicano, Yoyo me dice: "¡Fuego, mulato, que son fachas!" Hicimos funcionar nuestros fusiles-ametralladoras y allí quedaron los nueve cadáveres de los falsos combatientes republicanos. De inmediato se generalizó el tiroteo y comenzaron a salir los miembros del ejército fascista de las casas situadas en la calle principal, habiéndose confirmado las sospechas del compañero Yoyo. Cerca de tres horas después, nos reunimos a unos tres kilómetros del pueblo. El capitán Vilanova procedió a confeccionar una nueva lista a fin de conocer las posibles bajas o los desaparecidos. En este lugar establecimos contacto con tropas republicanas y recibimos la orden de presentar una línea de resistencia que permitiera la debida evacuación de tropas y equipos hacia Cataluña. Varias veces fuimos atacados por el enemigo con tanquetas italianas e infantería, los que fueron rechazados por nosotros. Por el teniente Raúl Rojas, se me asignó la encomienda de abastecer de municiones una ametralladora Maxim, mandada por el cabo Pajón, argentino. Cuando cumplimentaba esa misión, con una pesada caja de balas sobre los hombros, me sorprendió en medio de la carretera un vigoroso barrage de la artillería enemiga. Atribuyo el haber podido escapar a la muerte en tal coyuntura, a la exactitud con que me ceñí a las instrucciones para protección en estos casos, recibidas durante el entrenamiento militar. Consistió ese medio defensivo en tirarme al suelo boca abajo, totalmente estirado, con las manos sujetando el casco y el rostro protegido por los antebrazos y la varilla separadora colocada entre los dientes. Quedé en el centro de caída de los proyectiles, algunos de los cuales explotaron tan cerca de mí que se me incrustaron en el cuerpo virutas de la metralla y sufrí distintas perforaciones de poca consideración. Ante la pérdida de sangre ocasionada por las heridas recibidas, fue dispuesto por el médico que estaba presente que fuese evacuado. La ambulancia que me conducía a Tortosa fue bombardeada por la aviación fascista y resulté nueva-mente herido, con presencia de hemoptisis provocada por explosión de las bombas. Logramos llegar a Tortosa, donde recibí los primeros auxilios, que me fueron administrados mientras yacía tendido en el suelo sobre una manta, ya que era imposible distinto tratamiento debido a la excesiva cantidad de heridos que debían ser atendidos allí. Pocos días después fui remitido al hospital de Villafranca del Panadés, que presentaba el mismo problema de falta de capacidad para acoger más heridos. Se me trasladó entonces al hospital civil de Mataró, donde recibí la atención facultativa que reclamaba mi estado, al serme extraídos los fragmentos de metrallas incrustados en distintas partes del cuerpo y administrarme el adecuado tratamiento para controlar la hemoptisis. El proceso de mi curación finalizó en el hospital de las Brigadas Internacionales en el mismo pueblo de Mataró. Ya curado, permanecí una semana en la casa de reposo de los combatientes internacionalistas en la ciudad de Badalona, hasta reincorporarme a la 154 Brigada, que se encontraba en la aldea de Caxane. En este lugar me informó el comandante Hernández Antón, andaluz, jefe del 59" Batallón, que se me había ascendido a Comisario Político de la Compañía de Transmisiones a propuesta del capitán Vilanova, por mi comportamiento en las operaciones del frente del Ebro. De Caxane nos trasladamos a Marsá, donde iniciamos los preparativos para la ofensiva del Ebro. El 25 de julio de 1938, sobre las tres de la madrugada, la XV Brigada Internacional cruzó el río Ebro, entre Tortosa y Ascó, iniciando la ofensiva a las doce y un minuto de ese día. Teníamos asignada la misión de penetrar la línea enemiga hasta veinte kilómetros, pero fue tal la sorpresa que recibió el enemigo, que al atardecer del propio día nos encontrábamos a cerca de cuarenta kilómetros y habíamos ocupado varias poblaciones pequeñas y la importante base enemiga de Venta de Camposines, donde fue hecho prisionero un coronel italiano y numerosas tropas de línea, con la ocupación de importantes abastecimientos de ropa y comida. Mi actuación en esta ofensiva se consideró destacada por la superioridad, haciéndose mención de la misma en la orden del día. La Compañía de Transmisiones fue considerada como la mejor, por haber establecido y mantenido las comunicaciones entre los distintos Estados Mayores del Batallón y haber ocupado, con los hombres a mi mando el lugar de numerosos camilleros que habían sido heridos o muertos durante la ofensiva. En las operaciones de Sierra Pandolls resultó gravemente herido en un ojo el Comisario Político de la Compañía de Ametralladoras del 59 Batallón, compañero Carlos Arias de la Rosa, y, en pleno combate, el Comisario de la XV Brigada, John Gates, dictó una orden designándome, por méritos de guerra, para sustituir al compañero Arias de la Rosa. Estas operaciones duraron alrededor de quince días en los cuales fuimos mencionados en el orden del día. De Pandolls pasamos a operar en Sierra Caballs, donde logramos detener las tropas fascistas que habían practicado una brecha en la línea establecida por la 43 División. En este lugar se encuentra el famoso Barranco de la Muerte, al que tuve que bajar para colocar ametralladoras en más de una oportunidad. En ocasión de efectuar servicios de esta índole, hube de ayudar a la evacuación del compañero Arístides Saavedra Martín, que había recibido graves heridas en combate. Concluidas las operaciones clel Ebro, fui entrevistado por periodistas latinoamericanos, de acuerdo con una lista facilitada a estos en la base de las Brigadas Internacionales, en la que aparecían los nombres de los combatientes más distinguidos en opinión de la superioridad. Me encontraba entonces desempeñando con carácter provisional el cargo de Comisario Político en Ripoll. Esta entrevista fue publicada en periódicos de América Latina, entre ellos el diario Noticias de Hoy, de La Habana, donde aparecía mi fotografía, probablemente en diciembre de 1938. Pertenecía al Partido Comunista de España, teniendo como jefe de núcleo en la 151 Brigada al compañero Manso. En octubre de 1938 fui desmovilizado, en cumplimiento del acuerdo tomado sobre la retirada de los voluntarios extranjeros del escenario de la guerra antifascista española. Tratamos de cruzar la frontera franco-española por Puigcerdá, pero nuestro intento fue frustrado por los agentes de gobierno "muniquista" francés. Era nuestra idea dirigirnos de allí a México, ya que el gobierno de Cuba, controlado por Batista, se oponía a que regresáramos a nuestra patria. Este intento de penetrar en territorio francés ocurrió el 10 de enero de 1939, décimo aniversario del asesinato de Julio Antonia Mella, efectuando nosotros un acto de recordación del gran líder comunista cubano. Volví a tomar las armas en Puigcerdá, para responder a un llamado de la dirección de las Brigadas Internacionales, pero no participé en ningún otro combate. Recibimos, al fin, la orden de cruzar la frontera y penetra: en Francia, donde, con los demás compañeros, fui internado es el campo de concentración de Argéles-sur-Mer, permaneciendo allí solamente un mes, pues pude evadirme del mismo y dirigirme a París. En la capital francesa me puse en contacto con el Comité de Ayuda al Pueblo Español y con e Partido Comunista Francés, para formar parte del Comité Pro Repatriación de Cubanos. En abril de 1939 me encontraba de regreso al suelo patrio. |
Pablo Valdés Laguardia Pablo Valdés Laguardia. Nace en La Habana, en 1917, de procedencia obrera. Comienza a trabajar muy joven y se une a la lucha contra el control militar que ejercía Batista. Marcha a España en 1938 y regresa a Cuba al finalizar el año 1939, terminada la guerra antifascista del pueblo español. Las armas de la república eran recibidas de la Unión Soviética Muy joven, participé en muchas actividades políticas, después de la caída del gobierno de Machado. Por las noches frecuentaba un círculo de revolucionarios, donde se hablaba mucho de la guerra civil española, comenzada en julio de 1936. En este círculo me formé para la acción. Un día, el compañero Peraza y yo, decidimos contactar con el Partido Comunista de Cuba, para solicitar nuestro ingreso en las Brigadas Internacionales. Nos presentamos al compañero Ramón Nicolau, Jefe del Comité- de Reclutamiento y responsable de aglutinar a los jóvenes revolucionarios antifascistas dispuestos a luchar. También participaba en la dirección de esta actividad, el compañero Víctor Pina. Estos compañeros nos enviaron ante el doctor Álvarez Tabío, quien nos practicó un chequeo médico, con resultados satisfactorios. Pocos días después, nos reunimos en la Universidad de La Habana, donde recibimos las últimas instrucciones antes de partir para España, lo que hicimos el día 5 de febrero de 1938, a las seis de la tarde, a bordo del buque inglés "Oropesa". Ya en el buque, nos cuidamos de no salir a cubierta en evitación de que la policía interrumpiera nuestros planes, pues otros compañeros habían sido extraídos del barco, debido a denuncias formuladas por sus padres ante las autoridades. A las nueve de la noche, zarpó el barco. Yo permanecí en el camarote y no salí de él hasta que el buque estuvo lejos del Morro. A bordo, aprecié la cantidad de voluntarios —ochenta y dos jóvenes— que marchaban a luchar, entre los que había universitarios, campesinos, obreros y dirigentes sindicales, así como revolucionarios recién liberados de las prisiones a quienes era imposible vivir en Cuba, constantemente perseguidos por haber participado en secuestros y otros actos de carácter político contra la tiranía de Batista. Había compañeros de todas partes de la isla, comenzando aquí nuestras fraternales relaciones. Existía entre nosotros una gran compenetración y sentido de la unidad, así como una moral muy alta. La travesía duró quince días, hasta llegar al puerto de La Rochelle, en Francia. Pasamos por la aduana y luego fuimos a un restaurante a comer. Posteriormente partimos en tren hacia París, a donde llegamos un domingo por la mañana. Cada grupo tenía un guía, designado por el Partido Comunista Francés, encargado de alojarnos en diferentes hoteles. En la capital francesa estuvimos quince días. Antes de llegar a España, pasamos por el pueblo francés de Perpignan, donde nos recibieron los delegados del gobierno español. A cada uno de nosotros se nos entregó un nuevo pasaporte. Algunos cubanos recibieron pasaporte español, y yo, como negro, recibí pasaporte argelino, para así poder entrar en España. Al cruzar la frontera, los guardias franceses no opusieron obstáculo alguno, pues encontraron correcto los pasaportes. Pasamos por el túnel oscuro y largo que une a Francia con España, que atraviesa los Pirineos y que mide alrededor de un kilómetro de largo. Íbamos a pie, en fila india, con guías españoles y agarrado cada uno al compañero que tenía delante, pues no se veía nada en medio de aquella gran oscuridad. Al divisar la claridad, nos dimos cuenta de que estábamos llegando a España. Junto a nosotros, también atravesaban el túnel otros extranjeros. Tuvimos muy buena suerte al pasar la frontera por el túnel, ya que muchos tuvieron que hacerlo atravesando a pie los Pirineos, que se encontraban cubiertos de nieve. Algunos murieron en el camino. Arribamos al primer pueblo de España: Port-Bou, junto al mar. Nos recibieron las autoridades civiles y militares, así como el pueblo, con mucho júbilo. Nos montaron en camiones y nos condujeron al Castillo de Figueras, que encontré muy parecido al Castillo de Atarés, de La Habana. Esta vieja fortaleza era el punto de concentración de los combatientes internacionales y allí nos entregaron los uniformes. Seguida-mente fuimos destinados a la provincia de Almería, donde estaban los campos de entrenamiento de la República para los extranjeros. Nos recibió el jefe de la plaza, general Julio. Mangada, de origen cubano. Desde este lugar partimos para Tarazona de la Mancha, un pueblo muy viejo de la provincia de Albacete, donde quedamos alojados en un cuartel. Rápidamente se organizaron los batallones. El jefe de nuestra compañía era un negro norteamericano, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial. Nos levantábamos a las cinco y media de la mañana y hacíamos matutinos, ejercicios y paso doble, antes del desayuno, para combatir el frío. Después nos dirigíamos al campo de entrenamiento militar. En la retaguardia la vida era muy dura para el pueblo. Estuvimos como veinte días del modo antes descrito, pero un día, cuando más tranquilos nos sentíamos, llegó la orden de movilización general de todos los internacionalistas, junto con el llamado de los reclutas. Todo el pueblo fue movilizado para frenar la ofensiva fascista. En aquel momento pensé: "Ha llegado el momento de la verdad: La guerra para los que no la conocíamos." Marchamos hacia Aragón, en viaje que duró casi una semana. Los oficiales del Ejército Republicano habían entre-gado el control del tren a los internacionalistas. Llegamos al pueblo de Gandesa, entre Aragón y Cataluña. Estuvimos en las afueras de este pueblo durante cuatro días. Mi partida para el frente lo hice con una tremenda pulmonía. Un médico alemán me reconoció y ordenó mi evacuación, alegando que no me encontraba en condiciones de combatir; pero yo, pensando en que mejoraría, seguí con mi batallón para el frente, con cuarenta grados de fiebre. En el camino veíamos cómo la aviación fascista bombardeaba a los pueblos pequeños y a la avanzada del ejército. Yo me quedé rezagado, a causa de que me faltaba el aire; entonces, mis compañeros me subieron a una ambulancia, en la que anduve un kilómetro hasta llegar a un pueblo recién bombardeado, aún entre las llamas, en destrucción, lleno de heridos y muertos. El médico puso la ambulancia al servicio del pueblo. Nos cayó la noche, pero el Batallón siguió hacia adelante, a través de una carretera llena de precipicios. Yo veía cómo el batallón se alejaba de mí, cada vez más. Opté por que-darme a dormir junto a un pino de la carretera. Ya no podía avanzar más. Me dormí, hasta que sentí el motor de un carro, al que no podía ver por lo intrincado de la carretera. Tardé media hora en verlo, cerca de las seis de la mañana. Tenía ante mí un camión, que venía subiendo cuesta arriba. Apunté con mi fusil al chofer, quien al verme, se asustó y tiró un corte, pues por ser yo negro, creyó que estaba ante un moro. Le grité: "¡Alto! ¿Quién vive?" Me contestó con tal temor y tan baja su voz, que no entendí si dijo Franco o la República. Me le acerqué más y contestó: "La República." Le pregunté a dónde iba y si se dirigía a la línea del frente. Monté con él. El camión iba cargado de pertrechos de guerra. Llegué a la línea de combate y encontré mi Batallón. Mis compañeros se asombraron al verme. Me dieron cognac, leche caliente y entonces me sentí más dispuesto. Al cabo de poco tiempo, comenzó "la verbena", es decir, comenzó el fuego artillero del enemigo y, por primera vez, viví lo que era un frente de batalla. En vista de que los obu-ses caían a tres metros del lugar en que estábamos, nos movíamos hacia adelante y de derecha a izquierda, esquivando la metralla. Este ataque duró cerca de cuarenta y cinco minutos. Tan pronto se calmó el fuego de artillería, fuimos atacados por la aviación. Al cesar el ataque, tomamos posiciones para defender la línea del frente. La fuerza enemiga estaba compuesta por moros, que avanzaban en fila india —a cuatro o cinco metros—, se echaban al suelo, volvían a avanzar, y así sucesivamente, sobre nosotros. Intercambiamos disparos durante cerca de una hora. El fuego de los moros era muy violento, por lo que recibimos la orden de hacer una pequeña retirada. Cuando volvimos a atacar, vimos cómo la motorizada y los tanques enemigos avanzaban por la carretera hacia el pueblo de Gandesa; vimos cómo un pequeño tanque nuestro se enfrentaba a ellos. Pocas horas después, ya los fascistas habían roto las líneas del frente. Notamos que faltaban algunos compañeros nuestros de los flancos derecho e izquierdo. Al momento se nos unió un grupo que estaba en la avanzada y había logrado romper el cerco. Este grupo estaba comandado por un teniente del Batallón Lincoln, quien dio la orden de retirarnos rápidamente, pues podíamos ser copados por un movimiento envolvente de los fascistas. El batallón iba en retirada hacia los alrededores del puebla de Gandesa, donde estaban los fascistas atacando. Intentadnos romper las filas, pero no fue posible, por lo que nos desviamos hacia Lérida, pero al aproximarnos ya los fascistas la habían tomado. Entonces regresamos a las afueras de Gandesa, donde los tanques fascistas y la infantería italiana nos rodearon e hicieron prisioneros, y nos enviaron a la retaguardia. El principal interés de ellos, en esos momentos, era la toma de Gandesa. En calidad de prisioneros, fuimos a parar al pueblo de Alcañiz, donde encontramos millares de prisioneros, españoles e internacionales, entre ellos muchos cubanos. Los fascistas clasificaban a los prisioneros por nacionalidad. Al preguntarnos la nuestra, al compañero Surribas y a mí, contestamos que éramos cubanos, y nos llevaron a un pajar, donde habían otros prisioneros alemanes e italianos. Allí estuvimos sin tomar agua hasta bien tarde. Luego nos hicieron montar en un camión, y nos trasladaron más tarde para Zaragoza en un tren. Durante el viaje, vimos la cantidad de artillería moderna que operaban los alemanes, con la cual rompieron el frente, avanzaron Más de cien kilómetros hacia el mar y dividieron a España. En cambio, el ejército republicano no contaba con suficiente armamento para contrarrestar la calidad y cantidad del que poseían los alemanes. Aquí se comprobó que la llamada "no intervención" de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, impidió que llegaran armas para la defensa de la República. Las armas de la República solo eran recibidas de la Unión Soviética y llegaban a los combatientes españoles por caminos peligrosos, principalmente por mar, cumpliendo un principio internacionalista. Llegamos a la plaza militar de Zaragoza, donde encontramos multitud de prisioneros. Los soldados fascistas y los moros vinieron a ver nuestro grupo. También estuvo presente la prensa extranjera, que nos tomó fotografías y películas. Por mi parte, tuve que soportar el ataque de los moros, que me amenazaban de muerte, me pasaban la bayoneta por el cuello y me producían otras molestias por el estilo. Nuevamente sentí los efectos de la pulmonía, pues apenas podía respirar. De Zaragoza nos condujeron a un campo de concentración situado en Burgos, provincia de Castilla, zona muy fría de España. Llegamos al campo de concentración de San Pedro de Cerdeñas, que había sido palacio del Cid Campeador y también seminario de curas. Encontramos allí dos mil prisioneros españoles. En este lugar comenzó para nosotros una vida de intenso terror. Los responsables de campo eran soldados fascistas, que nos sometían a torturas por las noches y por las mañanas. Nos hacían correr alrededor de ellos durante cuarenta y cinco minutos y si alguno se detenía era golpeado salvajemente. Por la tarde, debíamos ir a misa, en la que el cura nos decía horrores y teníamos que estar firmes, sin pestañear. Después venía la comida: un agua caliente con lentejas. Todos los prisioneros antifascistas nos organizamos en células comunistas. Existía un comité llamado Comité de la Casa, representado por una célula de cada nacionalidad. Esta organización secreta existía para contrarrestar a las fuerzas fascistas. Se trataba de buscar libros, jugar ajedrez... todo, dentro de una gran escasez de recursos. No contábamos con ayuda de nadie de fuera. A través de la célula, me fortalecí ideológicamente, gracias a los compañeros militantes del Partido Comunista de Cuba. Esta unidad celular clandestina trajo buenos resultados, pues se mantuvo la moral de todos y no caímos en estado de desmoralización. Mi salud empeoró, pero gracias a las gestiones hechas por los médicos polacos, alemanes y peruanos, auxiliados por el entonces estudiante —hoy médico— Humberto Sinobas del Olmo y el compañero Surribas, cerca del comandante del campo de concentración, fui ingresado en un hospital. En el hospital en que fui recluido, había solamente españoles republicanos, pues no permitían el ingreso de extranjeros, pero, a pesar de esa disposición, me fue posible ingresar. Allí trabajaban monjas y médicos militares falangistas. Todas las mañanas nos visitaba un cura para decirnos misa. Fui bien atendido y me curaron la pulmonía. Me sentí más fuerte para enfrentarme de nuevo a los horrores, los golpes y la presencia de la Gestapo, que venía todas las noches a buscar alemanes fichados como comunistas en Alemania, para fusilarlos. En el campo de San Pedro de Cerdeña nos fusilaron un compañero, el cubano Abarca Moreno, lector de obras teatrales, históricas y literarias. Había sido detectado por la Gestapo, porque era oficial del Ejército Republicano en el norte de España. Un día recibimos la noticia de que el embajador cubano venía a vernos. Nos mandaron a bañar, para que tuviéramos buena presencia. Pero la visita no era del embajador, sino de sargentos y guardias fascistas, quienes nos separaron del grupo, llevando a todos los cubanos a un lugar aparte. Había surgido una situación peligrosa para los cubanos, por cuanto, aunque todos los prisioneros hablaban español, eran atribuidas a los cubanos todas las expresiones verbales de condena al fascismo o a los falangistas que nos custodiaban. Entre lo cubanos, que indudablemente éramos los que mejor hablábamos el español, los falangistas cayeron sobre los compañeros conocidos por Napoleón (Alberto Acosta Pérez), El Niño (Manuel Cala Reyes) y Palomo, cuyo nombre no recuerdo. Estos compañeros fueron apaleados terriblemente. Un sargento llegó hasta Acosta y le preguntó si era Napoleón, este le respondió cuál era su verdadero nombre, pero el sargento le dijo: "¡Conque usted es Napoleón!... ¡Pues yo soy tu conquistador!", y los apaleó salvajemente. Los tres compañeros referidos, después de haber sido apaleados por el sargento, fueron mantenidos por largo tiempo dentro de un calabozo. Tal fue la "visita del embajador de Cuba". Vivíamos allí en perenne tensión, ya que la Gestapo entrevistaba a los prisioneros por nacionalidades. Los miembros de la Gestapo eran hombres de seis pies de estatura, aproximadamente, y venían siempre acompañados por oficiales y soldados españoles, para confeccionar las fichas. Cuando llegó el turno de los cubanos, nos interrogaron uno a uno, para conocer si éramos comunistas. Nosotros estábamos preparados de antemano para las contestaciones. No teníamos la grave situación de los alemanes, que habían sido fichados en la propia Alemania de Hitler. Al ser sometidos a interrogatorio, manifesté que pertenecía al Partido Liberal, que había sido bautizado en la Iglesia Católica y que había llegado a España influido por una campaña mundial, impulsado por mi juventud a correr una aventura. Mostraron gran interés en conocer la casa donde se reunía el Partido Comunista en La Habana. Mucho insistían en esto último, informándoles yo que nada sabía de eso y que los gastos del viaje nuestro habían corrido por cuenta del comercio español republicano de Cuba. La Gestapo sabía que todo lo que yo decía era mentira. Conocían bien la isla de Cuba y hablaban el español con perfección, pareciéndose su pronunciación a la de los cubanos. Nos tomaron fotografías, sin camisa, captando todos los detalles: tatuajes, dentadura... todo. Para los prisioneros oír la cercanía de la Gestapo, era como acercarse a la muerte, pues era lo que significaba la presencia de esta. El resto de los cubanos, aleccionados al efecto, contestaron lo mismo que yo al referirnos a los partidos políticos y a la religión. Uno de nuestros compañeros conoció a uno de los miembros de la Gestapo, que había sido viajante de productos farmacéuticos en La Habana. Quedamos todos fichados por la Gestapo. Los españoles que acompañaban a los agentes nazis, pretendieron torturarnos para que confesáramos sobre lo que les interesaba, pero fueron contenidos, manifestando los alemanes que no había necesidad de hacerlo. Al llegar el invierno, continuamos en las mismas condiciones de miseria, hambre y maltrato. Los responsables de los prisioneros internacionalistas eran el cubano Pedro González y el holandés Hales. El nivel cultural de los prisioneros era muy elevado: había médicos, poetas, catedráticos, ingenieros. Los fascistas decidieron un día llevarnos a bañar a un río que se encontraba a unos dos kilómetros del campo. íbamos sin hablar. Tomamos sol, pues estábamos pálidos, famélicos, harapientos. Al pasar por una aldea, el cura mandó a todos los aldeanos a que permanecieran dentro de sus casas, para que no nos vieran, pues el sacerdote nos había descrito ante los vecinos como monstruos diabólicos con rabos. Pero en nuestra marcha por la aldea, advertimos que se nos miraba por las rendijas de las ventanas y que los aldeanos exclamaban: "¡Si son iguales que nosotros!" Nos bañamos en el río, nos despiojamos y lavamos la ropa, para regresar al campo a continuar la misma vida miserable, con la Gestapo llevándose compañeros todos los días, auxiliada por los soldados franquistas, hasta que supimos que íbamos a ser canjeados por italianos. Partimos entonces para San Sebastián y nos alojaron en la cárcel de Ordaneta, donde había prisioneros vascos con los que nos compenetramos fraternalmente, ya que fueron muy atentos y acogedores con los internacionales, compartiendo con nosotros cuanto tenían. Estuvimos como quince días en espera del canje, pero, en el momento en que este debía realizarse, cayó la República Española, lo que significó un rudo golpe para nosotros, que ya habíamos acordado retornar a la defensa de la República tan pronto se efectuara el canje. Ante esta situación, fuimos reintegrados a Burgos y, poco tiempo después, se nos condujo a Belchite como condenados a trabajo forzado, para reconstruir lo que —decían ellos— nosotros habíamos destruido. En Belchite, nuestro ánimo decayó notablemente, pues al llegar allí comenzaron a asesinar compañeros. Belchite era un pueblo que, a lo lejos, no se veía. Solo se divisaba la cúpula de la iglesia, porque sus casas estaban revestidas del barro del mismo color de la tierra. El lugar estaba tomado por la Falange. Allí se había peleado muy duro por ambas partes. Un día estaba en manos de la República y otro en manos de los fascistas, quedando el pueblo totalmente destruido. Y nosotros teníamos que reconstruirlo. Todos los días, cuando pasábamos por el centro del pueblo, los falangistas nos asediaban y nos decían horrores, con intención de atacarnos, lo que no pudieron lograr por encontrarnos a disposición del ejército de Franco. Trabajábamos en una cantera que estaba en las afueras del pueblo. Fue una dura etapa aquella, en un pueblo destruido. Los maltratos y el hambre fueron mayores que los sufridos en Burgos. Nos azotaba constantemente el mistral, un viento arenoso procedente de África, acompañado de un frío glacial. El día en que llegó la gran noticia de la repatriación de cubanos y norteamericanos, resultó penoso para nosotros toda vez que se nos hacía muy duro partir hacia la libertad, dejando a los camaradas polacos, alemanes y franceses en el cautiverio. Les prometimos luchar para que también pudieran abandonar aquel campo de sufrimiento y de muerte. Salimos de aquel infierno custodiados por seis soldados canarios y un sargento de la Legión Extranjera que nos condujeron a Zaragoza y de allí a Bilbao, donde tomamos el buque "Marqués de Comillas", que tocó los puertos de Santander Gijón y Vigo, en el camino hacia la patria, haciendo el viaje como prisioneros, bajo custodia de una escolta. En La Habana nos recibieron los compañeros del Partido, familiares y pueblo en general. Me siento satisfecho de haber cumplido mi deber, practicando el principio del internacionalismo proletario, como lo ha hecho siempre nuestro Partido —con Mella, Pablo de la Torriente Brau, Ernesto Che Guevara— solidarizándose con todos los pueblos que han luchado por su liberación: Vietnam, Angola, Etiopía... |
Sebastián Viciedo Pérez, Pompilio
Sebastián Viciado Pérez, Pompilio. De procedencia campesina, nace en Sancti Spíritus, antigua provincia de Las Villas, el 22 de febrero de 1905. Lucha como guerrillero contra la tiranía machadista. Era conocido por el seudónimo de Pompilio. Después de derrocado el régimen de Machado, milita en la organización revolucionaria Joven Cuba. Exiliado en los Estados Unidos, integra el contingente de voluntarios internacionalistas que marchan a combatir el fascismo en España, donde alcanza la militancia en el Partido Comunista. Finalizada la guerra española, regresa a Cuba y continúa sus actividades políticas en las filas del Partido Comunista. Participa en la lucha armada contra la tiranía de Batista, como miembro del Ejército Rebelde. Se le otorga la Orden del XX Aniversario del Moncada. Fallece en La Habana el 29 de noviembre de 1977. En la batalla de Teruel hicimos cerca de diez mil o más prisioneros Después de producirse el asesinato de Guiteras, partí clandestinamente hacia Estados Unidos. En la ciudad de New York, establecí contacto con los compañeros del Club Mella, ara gestionar mi incorporación a las Brigadas Internacionales que se batían contra el fascismo en España. Transcurrido muy poco tiempo, fui incluido en el listado de combatientes cubanos y norteamericanos que saldrían de aquella ciudad. Ya en España, ingresé en la 16 Brigada Mixta, 68 División, Cuarto Batallón, a las órdenes del comandante español Pedro Martínez Cartón y hube de librar mi primera batalla en el santuario de la Virgen de la Cabeza, en Extremadura. Por espacio de cuatro días sitiamos al enemigo e hicimos prisioneros como a mil fascistas. Posteriormente nos trasladamos en camiones hasta Madrid, al frente de Brunete. Mi compañía entró por Villanueva de la Cañada, al norte de Madrid. Peleamos durante día y medio, hasta tomar la posición señalada por el mando. Como a veinte kilómetros de Villanueva de la Cañada, nos enfrentamos nuevamente con el enemigo. Recibí una herida en la cadera, que fue atravesada por el proyectil de uno a otro lado. Fui trasladado en una ambulancia para el hospital de Madrid, donde estuve recluido hasta mi restablecimiento. Al ser dado de alta en el hospital, se me trasladó para la provincia de Aragón, donde recibí el grado de Primer Teniente y me fue entregado el carnet como militante del glorioso Partido Comunista de España. De nuevo en campaña, marché hacia Loma Gorda, en el frente de Teruel. En aquel lugar mis tropas eran atacadas en horas de la noche por los moros, con bombas de mano y fuego de ametralladoras. Pero nada lograron en su aspiración de obligarnos a la retirada, pues sucedió todo lo contrario. Nosotros recibimos orden del mando superior de aproximarnos a Teruel. En ese tiempo fui nombrado capitán interino de la Tercera Compañía. Recibí órdenes de entrar en Teruel por Campillo, lugar en que existía una ermita convertida en fortificación del enemigo, la que rodeamos. Allí hicimos cerca de sesenta prisioneros, entre los que se encontraba el cura del lugar. En fin, en la batalla de Teruel hicimos cerca de diez mil o más prisioneros. En Loma Gorda permanecimos por espacio de dos meses. De allí salimos hacia Albarracín, donde libramos una batalla cuerpo a cuerpo en la que resulté herido en el codo del brazo izquierdo, trasladándoseme a un hospital de Valencia. Estando recluido en dicho hospital, me fue notificada la concesión del grado de Capitán, efectivo. Cuando aún me encontraba en período de recuperación, llegó la orden de retirada de los voluntarios extranjeros. Todos los combatientes que estábamos hospitalizados fuimos trasladados a un pueblecito cercano a Valencia, donde estuvimos varios días, hasta dirigirnos a Barcelona. Antes de que fuésemos retirados definitivamente de la lucha armada, todos los que habíamos servido como oficiales fuimos ascendidos al grado inmediato superior. En mi caso ascendí a Comandante. Dicha medida obedeció a una decisión del Ministerio de Guerra, que nos fue informada en el momento de la notificación del ascenso. Iniciamos la retirada hacia Francia y al cruzar la frontera fuimos apresados por las autoridades francesas, que nos obligaron a caminar un trecho de cerca de cincuenta kilómetros, hasta llegar al campo de concentración de Argelés sur-Mer. Después de una permanencia de varios meses en el citado campo de concentración, llegó la orden de repatriación de algunos cubanos en cuya lista se encontraba mi nombre. Hicimos la travesía hacia Cuba en el vapor "órbita", que salir del puerto de La Pallice, Francia. Realizamos el viaje de regreso en dieciséis días de tormenta, hasta el arribo a nuestra patria por el puerto de La Habana. |
Pedro A. Vizcaíno Urquiaga Pedro A. Vizcaíno Urquiaga. Nace en La Habana el 30 de agosto de 1908, en una familia de trabajadores. Cursa sus primeros estudios en la escuela pública, pasa a la Escuela de Artes y Oficios y posteriormente ingresa en el instituto de Segunda Enseñanza. Muy joven, se inicia en las luchas revolucionarias, y participa activamente en el movimiento estudiantil lidereado por Julio Antonio Mella. Toma parte en el mitin para protestar contra /a presencia en aguas cubanas del buque fascista "Italia", así como en las jornadas que reclamaban la soberanía cubana sobre Isla de Pinos; en el Comité Pro Libertad de Mella y más tarde en la manifestación en que cayó mortalmente herido el estudiante Rafael Trejo. En 1936 parte hacia España para luchar contra el fascismo. Al regresar a Cuba, terminada la guerra en España, continúa laborando en el movimiento antifascista y antimperialista. Hasta el triunfo de la Revolución, trabaja en el clandestinaje, junto a su compañera María Luisa Lafita, con los grupos de acción del Directorio, Federación Estudiantil Universitaria y células del Movimiento 26 de Julio. Es miembro fundador de las Milicias Nacionales Revolucionarias y de los Comités de Defensa de la Revolución, habiendo recibido cursos políticos y de entrenamiento militar. Desde 1970, imparte charlas y conferencias de Historia a profesores de la Universidad de La Habana. Posee la Medalla XX Aniversario del Moncada. Día a día se combatía denodadamente Me exilié con mi familia en España, en el mes de mayo le 1935. En junio y julio, hice contacto con las organizaciones de izquierda, Partido Comunista de España, Juventudes Socialistas Unificadas, Socorro Rojo Internacional, Amigos de América Latina, Federación Universitaria Hispano-Americana (FUHA), Federación Universitaria Española, y otras. En septiembre, ya era miembro de la FUHA (carnet No. 80), en noviembre, formé parte de su ejecutivo como jefe de propaganda. Esta organización estaba compuesta por exiliados, en su mayor parte estudiantes latinoamericanos, que luchaban por la liberación económica, política y social de sus respectivos pueblos y de América Latina. Con mi compañera María Luisa Lafita, fundé el Comité de Revolucionarios Antimperialistas Cubanos, que impartió charlas en centros obreros y estudiantiles. En julio de 1936, el Comité creó el círculo de estudios "Antonio Guiteras", del que eran responsables, Moisés Raigorodsky, de los cursos de Economía Política, Filosofía Marxista y Estudios Martianos; María Luisa Lafita, de idioma inglés y cultura general, y yo impartía instrucción sobre los métodos de lucha, acción y sabotaje. Estos círculos funcionaban dos veces por semana. Participé en la toma del Cuartel de la Montaña junto con Moisés Raigorodsky, Esteban Larrea, Alberto Sánchez, Claudio Gutiérrez, los hermanos González, Policarpo Candón y otros compañeros. Nuestro primer enfrentamiento con las tropas fascistas lo tuvimos cuando pasarnos Buitrago. Combatimos sobre la marcha, ya que se iban replegando hacia el pueblo y puerto de Somosierra. La pequeña columna a la que yo pertenecía, estaba dirigida por el capitán Paco Galán y tenía muy pocos efectivos. Todos estábamos conscientes de nuestra inferioridad. Paco ya había advertido sobre esa realidad, pero estaba seguro de que íbamos a ser los primeros en demostrar a los traidores fascistas la fuerza moral del pueblo en armas, su coraje y arrojo. Es bueno aclarar que los primeros que salimos a combatir íbamos sin uniforme. Cuando nos dieron los "monos", o sea, los trajes de mecánicos cerrados con zipper, nos parecieron muy buenos. Ei alimento era muy limitado, a tal grado que cuando nos cercaron estuvimos dos días sin comer. Había gran escasez de agua. Las primeras armas que nos llegaron fueron las enviadas por el general Lázaro Cárdenas de México, y, seguidamente, las de la Unión Soviética. Desde que salimos de Madrid, al pasar por el canal de Lozoya y Buitrago, sostuvimos duros combates con el enemigo que había tomado dichas posiciones de las que los desalojamos. Los fascistas se habían atrincherado en todos los edificios, hasta en el campanario de la iglesia, donde tenían emplazados nidos de ametralladoras calibre 30 y 50. Tuvimos necesidad de dar fuego a las puertas y entrar, o sea, asaltarlas "a sangre y fuego", como comúnmente se dice. Ellos esperaban el refuerzo de la columna que comandaba el sanguinario Escámez, hombre de toda confianza del general Mola. El día 24 de julio, la columna enemiga, con más de cuatro mil hombres bien armados, veinticuatro piezas de artillería y con el apoyo de la aviación y los blindados, se lanzó en feroz ataque contra nuestras fuerzas. Si mal no recuerdo, el combate duró cuatro días con sus noches. Ya al anochecer del día 28 de julio, nuestras posiciones habían sido rotas en varios puntos y nos encontrábamos semi-cercados, por lo que tuvimos que abandonar el puerto de Somosierra y la aldea de Roblegordo. La nueva línea de defensa pasaba por delante de Buitrago y del Canal de Lozoya. Las ofensivas fascistas posteriores fracasaron, sin alcanzar ninguno de los objetivos que se habían propuesto. Jamás pudieron entrar por la Sierra a Madrid. Durante el transcurso de esos combates, el coronel Puig, que había salido en viaje de exploración, no regresó a nuestras líneas, en vista de lo cual, Galán ordenó a un grupo de voluntarios que hiciéramos un nuevo recorrido de reconocimiento y a la vez de búsqueda del coronel Puig. Esta exploración resultaba extremadamente peligrosa y difícil. íbamos en una camioneta de asalto por la carretera; éramos seis entre todos. Cuando avanzamos cerca de dos kilómetros, comenzó un nutrido tiroteo del enemigo, que se encontraba como a un kilómetro de distancia de nosotros. Paco ordenó retroceder un poco. Nos tiramos de la camioneta y llegamos, casi a rastras, hasta donde se oían quejidos de heridos. Era lógico pensar que se trataba de compañeros nuestros, pues el enemigo había retirado los suyos. El cuadro del campo que mediaba entre la carretera y las avanzadas enemigas era dantesco. Había avanzado la noche y apenas podíamos vernos. Todo estaba lleno de muertos y algún que otro moribundo... El "Jabato" Paco dijo: "Aquí debe estar el coronel Puig; si es así, lo sacaremos vivo o muerto." Al accionar una linterna para reconocer a algunos de los heridos, comenzó un violento tiroteo de una avanzada enemiga que estaba parapetada detrás de unos sacos terreros, por lo que entablamos combate hasta asaltar y tomar el parapeto. El enemigo dejó unas ametralladoras de mano y algunas granadas y fusiles. Continuamos nuestra búsqueda y, efectivamente, encontramos al coronel Puig con el cuerpo lleno de balazos, aún con vida y lo trasladamos hasta donde se encontraba el capitán Francisco Galán. Día a día se combatía denodadamente. Alberto Sánchez y Esteban Larrea dejaron de actuar como jefes de sanitarios camilleros y pasaron a las líneas de combate, junto con los hermanos González. Estos últimos, cubanos, cayeron en una emboscada y fueron asesinados. El enemigo, fortalecido con el apoyo de la aviación y la artillería, lanzó un día sus blindados sobre nuestras posiciones. Recuerdo que en la línea de ametralladoras, donde yo estaba como riflero, se descompuso una máquina en pleno fragor de la pelea y el capitán Galán, a viva voz, solicitó la presencia del capitán Gallo, de la infantería de aviación, que formaba parte de nuestra columna. Gallo acudió presuroso y se le explicó la necesidad urgente de reparar la ametralladora averiada, toda vez que los efectivos blindados del enemigo avanzaban y no teníamos otro medio de defensa. Quedé asombrado cuando el capitán Gallo, sin inmutarse, bajo aquel fuego graneado, arregló la ametralladora. Sus manos, seguras y firmes, resolvían todas las dificultades. Galán me había ordenado colocarme al lado del otro riflero para hacer fuego mientras se procedía al arreglo de la ametralladora, que a los pocos minutos volvía a funcionar perfectamente. Pasadas unas horas de fiero combate, el enemigo fascista se retiró hacia sus posiciones iniciales en Cerezo Abajo, donde tenía instalado un aeródromo. Los frentes que comprendían la Sierra del Guadarrama y de Somosierra fueron, durante toda la guerra, escenario de permanentes combates. Alrededor del 20 de agosto, empezó a atacarme una horrible fiebre. Enterado Paco, le habló al médico y este diagnosticó una posible pulmonía. Con otros enfermos y algunos heridos, fui remitido al Primer Hospital de Sangre de las Milicias Populares del Quinto Regimiento, que dirigía el doctor Juan Planelles. El día 26, el doctor Planelles me permitió tener una reunión con los dirigentes de la FUHA en un departamento del propio hospital. El referido facultativo estimaba que no podía incorporarme hasta haber pasado determinado tiempo, ya que la neumonía me había afectado bastante; no obstante, luego de debatir el problema, convino en permitirme salir a actividades en el interior de Madrid y regresar al Hospital. Hasta el día 5 de septiembre, trabajé con tesón en la FUHA y el Socorro Rojo, cuyos jefes estaban ocupados por entero en el Quinto Regimiento, que era donde operábamos. Volví nuevamente a Somosierra para combatir, pero la salud era cada día más precaria. Recuerdo que un día en que se me envió a Madrid en servicio especial, visité a mi compañera en el hospital y esta quedó asombrada al verme, pues yo había perdido más de treinta libras de peso. El día 15 de septiembre, al encaminarme al Ministerio de la Guerra, me encontré con el querido compañero Pablo de la Torriente Brau, que acababa de llegar a Madrid. Me manifestó que venía como corresponsal, pero que no demoraría en poder ir al frente. Otra vez en Somosierra, frente de Buitrago, los combates se sucedían cada vez con mayor intensidad. En uno de estos ataques fui alcanzado. en la pierna izquierda por un cascote de roca que me ocasionó fractura en una tibia. De esta herida y fractura jamás he podido reponerme totalmente, y he tenido serias complicaciones. Por este motivo, fui evacuado del frente definitivamente, sin embargo en Madrid realicé trabajos de carácter especial, a las órdenes del comandante Carlos y de Esteban Vega. |
Los republicanos españoles, a la memoria de todos los voluntarios cubanos caídos en España luchando contra el fascismo. |