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Me voy a España*

Nueva York, 6 de agosto de 1936

He tenido una idea maravillosa; me voy a España, a la revolución española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: "No te mueras sin ir antes a España". Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el gran bosque de mi imaginación. Mas no hizo explosión por medio de un contacto eléctrico. Fue más bien, a la manera con que antiguamente estallaban las bombas: por medio de una larga mecha chisporroteante. Fue así: el día 28, me enteré que estaba de paso por Nüeva York, Miguel Ángel Quevedo, Director de la revista Bohemia, de La Habana, de carácter liberal y democrático, donde algunas veces he escrito. El día 30 lo fui a ver y le pregunté si no le interesaría una crónica sobre las repercusiones de la revolución española en Nueva York. Me pidió que se la enviara enseguida por sello aéreo. Por la tarde, pues, me fui al gran mitin de Union Square a tomar información. Allí, entre la multitud de banderas rojas, entre los vendedores de periódicos revolucionarios, escuchando los gritos contra Mussolini y Hitler y los vivas al Frente Popular Español, recordé que yo era periodista, que mi gusto era ir por entre el pueblo, buscando su emoción para expresar sus anhelos. Y entonces, recordando la febrilidad con que venía siguiendo el curso de la lucha en España, fue cuando me estalló la luminosa idea de ir a España, a la revolución española, a marchar con las columnas, a tomar ciudades, a hablar con los héroes, a ver los niños y las mujeres armadas... Desde entonces, el gran bosque de mi imaginación está incendiado y el resplandor glorioso ilumina hasta los remotos confines de mi vida, hasta los tres horizontes, de ayer, de hoy y de mañana...

¿Cómo no se me ocurrió antes la idea? Ya estaría yo en España. La culpa es de Nueva York. Aquí, en año y medio de exilado político, no he hecho otra cosa que cargar bandejas y lavar platos. Me puse estúpido. Me volví tornillo. He sido uno de los diez millones de tuercas. Algún día me vengaré de Nueva York. Aunque dicen los que lo conocen, que es bello. Algunos compañeros de trabajo, dicen que otros dicen que es hermoso, magnífico, único. Yo, algunas veces, he sido arrastrado por el río nocturno de Broadway, bordeado por la orilla de montes incendiados con fuegos infinitos de bengala. A la puerta de cada "burlesque", de cada cine, el río hace remolinos... y por las escaleras del subterráneo se hunden los hombres ya cansados. Porque aquí, donde todos son activos, todos están siempre cansados. Y el sol solo lo he visto en el tren subterráneo. El "Subway Sun"...

Pero ahora yo me voy a España, a ser arrastrado por el gran río de la revolución. A ver un pueblo en lucha. A conocer héroes. A oír el trueno del cañón y sentir el viento de la metralla. A contemplar incendios y fusilamientos. A estar junto al gran remolino silencioso de la muerte...

Por ello, la idea que estalló en mi cerebro, ha incendiado el gran bosque de mi imaginación. Y no duermo. Y estoy inquieto, nervioso, irritado. Porque no hay barco. Ni todavía me han contestado de Cuba, a donde pedí dinero para el pasaje a un periódico. Aquí ya "New Masses" me ha dado credenciales y un plan de trabajo. Me acercaré a los líderes para saber lo que piensan. Iré a donde están peleando las milicias, en las montañas y desfiladeros, contra el ejército traidor. Hablaré con la Pasionaria, la jefa de las mujeres de corazón de acero. Iré hasta los barcos de la escuadra, mandados por marineros que han salvado la revolución con su lealtad y su valor, impidiendo el paso de los mercenarios de Marruecos. Presenciaré el fusilamiento de los jefes fascistas. Acaso estaré allá, cuando Mussolini y Hitler no pudiendo sostenerse más se lancen a la guerra y vendrá entonces la batalla definitiva entre oprimidos y opresores... ¡Y asistiré de todos modos, al gran triunfo de la revolución...!

En la cama pasan las horas... la una, las dos, las tres, las cuatro... Y nunca me duermo. Y pienso, sufro, gozo, el chisporroteo del gran bosque incendiado de mi imaginación... En la otra cama. Teté Casuso de vez en cuando da hondos suspiros. La conocí cuando tenía solo siete años. Ya hoy hace más de seis que es mi única compañera. Y no tiene fe ninguna en que yo solamente "vaya a ver"... Pero ella comprende que es un glorioso deber el ir allá para aprender y contar a otros pueblos cómo se arranca la libertad y se aplasta el fascismo... y ella comprende.

Hoy debo recibir carta de Cuba; y si no mañana a más tardar. ¿Iré o no iré? Si no puedo ir, qué pobre cosa voy a ser por algún tiempo.

* * *

Para distraer un poco la imaginación, leo las noticias de las Olimpíadas en Berlín. Pero todo está lleno de revolución hoy en el mundo. Los desprecios de Hitler a los atletas norteamericanos triunfadores solo por ser negros, son elocuentes. Lástima que en ese equipo no haya habido un solc atleta capaz de asumir una actitud digna y noble. Cada vez pienso más, que el atleta es el animal inferior de la escala humana. Me he ido a aprender a nadar un poco. Esto me cansa y, además, puede serme de extraordinaria utilidad, a lo mejor... Y los negros de Abisinia siguen peleando. ¡Esos sí que son atletas famosos!

Pablo de la Torriente Brau: Peleando con los milicianos. Ediciones Nuevo Mundo, La Habana, 1962, pp. 9-12.

* Este artículo fue escrito por Pablo de la Torriente Brau en Nueva York, poco antes de marchar hacia el escenario de la guerra española.