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Biografías de republicanos

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PISTOLERO, MINISTRO, ESPÍA Y RENEGADO

(Una aproximación a la controvertida biografía del dirigente comunista Jesús Hernández, 1907-1971)

por Fernando Hernández Sánchez

Entre las organizaciones que se destacaron en la lucha contra el franquismo, el Partido Comunista de España (PCE) ocupó un lugar preponderante. La clandestinidad en que hubo de desenvolverse, así como el contexto de guerra fría en el que se inscribieron sus actividades durante buena parte de su existencia, apenas dejaron margen para otros tipos de aproximación a su conocimiento que no fueran las obras militantes, reproductoras de un discurso hagiográfico, o una publicística abiertamente anticomunista, sostenida por funcionarios policiales, libelistas y ex militantes desengañados. Solo cuando la cuestión comunista ha dejado de ser un asunto candente de la agenda política inmediata se ha iniciado una normalización de su tratamiento historiográfico. Ha sido entonces cuando, junto a estudios sobre la organización, su línea y su aparato dirigente, han visto la luz trabajos sobre personajes excluidos del partido, de su historia y de su memoria durante décadas, como Heriberto Quiñones y Jesús Monzón[1]. Aún quedan otras figuras por replantear, como la de quien fuera uno de los principales forjadores del PCE durante los años cruciales de la República y la guerra civil, miembro de su Buró Político y dos veces Ministro de Instrucción Pública, purgado posteriormente en los años 40, eliminado de sus anales y estigmatizado oficialmente como paradigma del traidor: Jesús Hernández.

 

Los años de plomo (1920-1931)

Jesús Hernández nació en Murcia en 1907, quinto hijo del matrimonio formado por un cabrero y un ama de casa. La familia emigró poco después a Bilbao, donde el padre murió al poco de llegar. Debido a la penuria familiar, el pequeño Jesús se puso a trabajar a los seis años, voceando el precio de las sardinas que las lanchas traían por la ría a cambio de un puñado de pescado y poco más de veinte céntimos. A los nueve años entró como recadero en un almacén de materiales de música, y al año siguiente se colocó como pintor en un taller de construcción de carruajes de lujo, realizando en él toda la carrera de aprendizaje y oficialía.

Su entrada en el mundo laboral adulto fue acompañada de su compromiso político: Atraído por el ambiente de los mítines que se celebraban en el Bilbao proletario de la época, donde desplegaban su retórica oradores consagrados como Indalecio Prieto, Óscar Pérez Solís y Facundo Perezagua, Hernández  ingresó con nueve años en la Juventud Socialista, y a los catorce, a pesar de la prohibición contemplada en las leyes de trabajo, fue elegido secretario del Sindicato de Constructores de Carruajes de Lujo de Bilbao. 

En 1920 las Juventudes Socialistas de Vizcaya fundaron la primera agrupación del Partido Comunista, en la que Jesús Hernández militó desde primera hora. Los años iniciales del nuevo partido estuvieron marcados por el radicalismo izquierdista, el maximalismo y el frecuente recurso a la violencia, debido, en buena parte, al hechizo ejercido en aquel entonces por el sindicalismo revolucionario. Un episodio violento arrastraría a la cárcel, por primera vez, al joven Jesús Hernández. En el marco de un largo conflicto protagonizado por los mineros vizcaínos, los comunistas convocaron una huelga general en Bilbao el 23 de agosto de 1923. Cuando al comité de huelga llegó la noticia de que El Liberal, el diario donde colaboraba el dirigente socialista Indalecio Prieto, no iba a secundar la huelga y que tenía previsto salir a la calle, se envió a un grupo de acción para impedir su publicación, destruyendo la propia rotativa si era preciso. Entre los integrantes del grupo se encontraba Jesús Hernández, que contaba entonces 16 años. Fueron descubiertos por la policía, reducidos y apresados tras un profuso tiroteo. Hernández, junto a sus compañeros, fue procesado e ingresó en la cárcel de Larrinaga.  Sería el inicio de un camino que recorrería frecuentemente durante los años siguientes: De los siete que duró la Dictadura de Primo de Rivera, casi cinco de ellos los pasó en la cárcel. Mientras tanto, comenzó su carrera ascendente en el PCE: participó en la creación del primer Comité Provincial de las Juventudes Comunistas de Bilbao, y en 1927 fue designado miembro del  Comité Central.

A la llegada de la República Jesús Hernández fue encargado de organizar la Federación Regional del Norte del PCE, que agrupaba las provincias de Vizcaya, Álava, Santander y Navarra. Pero nuevamente se vería inmerso en un episodio trágico que le obligaría a salir del país: El 9 de agosto de 1931, con motivo de una huelga general de 24 horas en Vizcaya, se reprodujeron los enfrentamientos entre comunistas y socialistas, que mantenían posturas antagónicas respecto al paro. Buscando tomarse la revancha de una reyerta anterior, Hernández y otros seis individuos más  se dirigieron a la calle Somera, donde se ubicaba una taberna frecuentada por concejales y empleados socialistas del ayuntamiento, y abrieron fuego contra los parroquianos que se encontraban en el interior, causando dos muertos. Tres o cuatro días después, un grupo de socialistas pretendió vengar a sus compañeros matando a tiros a un militante comunista de Sestao, muy conocido en la zona fabril. El rechazo que motivaron ambos hechos entre los trabajadores vizcaínos acabó determinando el declive de las actividades violentas por ambas partes. Hernández había partido ya hacia Moscú, donde  ingresó de inmediato en la Escuela Leninista.

 

Camino de la cima (1932-1939).

Tras su periodo de formación en la URSS, Jesús Hernández regresó a España en 1932, asumiendo la responsabilidad de agitación y propaganda en la nueva dirección del partido designada por la Komintern. En diciembre de 1933 participó, con Dolores Ibárruri, Pasionaria, en las sesiones del XIII Plenario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (IC), y en agosto de 1935 hizo lo propio en el VII Congreso de la IC, al que acudió como segundo responsable oficial de la delegación española, tras José Díaz. A comienzos de 1936 se hizo cargo de la dirección de Mundo Obrero, y tomo parte activa en la campaña electoral que en febrero daría el triunfo al Frente Popular y le llevaría a ser elegido diputado por Córdoba.

Desencadenada la guerra civil, los gobiernos de Largo Caballero y Negrín le elevaron a la cartera de Instrucción Pública, que ocuparía entre septiembre de 1936 y abril de 1938.  Impulsó las Milicias de la Cultura, la fundación de los Institutos Obreros y potenció el servicio radiofónico del Altavoz del Frente, al tiempo que decretó la evacuación del patrimonio artístico para ponerlo fuera del alcance de las bombas franquistas, y animó la convocatoria del Congreso de Intelectuales Antifascistas en Valencia. Por  su habilidad oratoria, fue empleado por el partido como ariete en los procesos de derribo de LargoCaballero, en mayo de 1937, e  Indalecio Prieto, Ministro de Defensa, en marzo de 1938[2].

A su salida del gabinete fue nombrado Comisario del Cuerpo de Ejércitos de la Zona Centro-Sur, manifestándose como notorio impulsor de la resistencia a ultranza. Stepanov, uno de los delegados de la IC, alabó sus alocuciones a los cuerpos del ejército de Levante, destinadas a levantar el decaído estado de ánimo de las tropas y de los comisarios en los momentos críticos que precedieron a la caída de Cataluña[3]. Las loas de Stepanov contrastaban con la hostilidad, apenas disimulada, de otro de los delegados de la Komintern, Togliatti, (“Ercoli” o “Alfredo”). Las contradicciones inherentes a la formación de un líder que había sido educado para la revolución, colocado en una situación objetiva de toma del poder, pero frenado en su consecución por las necesidades de la geoestrategia soviética, originaron las primeras diferencias entre Hernández y otros responsables comunistas españoles con los tutores de la IC.

El punto álgido de la tensión entre Hernández y “Ercoli” llegó con la huída de la plana mayor del PCE desde Monóvar (Alicante) el 7 de marzo de 1939, tras el golpe del coronel Casado. Hernández, con Togliatti preso de los casadistas, tomó por su cuenta la decisión de constituir un nuevo Buró Político y difundir un manifiesto, fechado el 9 de marzo, en el que se manifestaba partidario de resistir al Consejo Nacional de Defensa mientras no se restituyese la legalidad frenetepopulista. La iniciativa de Hernández contradecía la línea determinada por la asesoría kominteriana, que ya daba por amortizada la resistencia republicana en los prolegómenos del pacto germano-soviético y apostaba por ceder a los casadistas la responsabilidad de poner fin a la guerra.

En última instancia, Hernández hubo de encargarse de organizar, junto a Pedro Checa y Jesús Larrañaga la dirección del PCE que habría de pasar a la clandestinidad ante la inminente victoria franquista. Fue uno de los últimos cuadros comunistas en abandonar España, el 24 de marzo de 1939, en uno de los aviones que lograron despegar de la escuela de vuelo de Totana (Murcia) antes de la entrega a Franco de los últimos restos de la aviación republicana.

 

La demoledora experiencia soviética (1939-1943)

Después de pasar un tiempo en Orán (Argelia) y París, se instaló en Moscú, donde fue designado representante del PCE en la IC. Durante su estancia en la Unión Soviética se ocupó de la situación de la emigración española, diseminada en hogares infantiles y fábricas[4]. Sus intervenciones para mejorar las penosas condiciones de vida del colectivo de exiliados, agravadas por la invasión nazi, le valieron la simpatía de sectores del PCE críticos con Dolores Ibárruri y su círculo de allegados (Francisco Antón, Ignacio Gallego, Irene Falcón…).

El choque entre la imagen idealizada de la URSS que traían los españoles y la precaria realidad de la sociedad soviética provocó fracturas en las conciencias de militantes que, hasta entonces, se habían considerado “de temple estalinista”. Quienes fueron destinados a las fábricas acabaron deplorando los ritmos de producción impuestos por los estajanovistas. Muchos emigrados con experiencia militar no dudaron en dirigirse a la dirección del partido para que solicitara de las autoridades soviéticas su empleo en la guerra contra el invasor nazi. No fueron fácilmente aceptados en un principio, aunque Hernández consiguió la formación de una brigada de guerrilleros, bajo las órdenes de Domingo Ungría. Fueron luego reiteradamente enviados a realizar peligrosas acciones de sabotaje tras las líneas alemanas, que se cobraron muchas bajas sin que su sacrificio pareciera ser suficientemente correspondido por los propios mandos y soldados soviéticos. Pero el principal problema lo constituían las colonias infantiles, cuyas condiciones de vida se agravaron extraordinariamente con la evacuación hacia el este tras la invasión alemana, en 1941, hasta el punto de que hubo que presionar en no pocas ocasiones a los responsables soviéticos locales para que proporcionaran los artículos más elementales (alimentos, medicinas, calefacción…) destinados a garantizar la salud y la propia vida de los pequeños[5].

La accesibilidad de Hernández para recibir quejas sobre estos problemas, sus gestiones para resolverlas o paliarlas ante los altos dirigentes soviéticos y kominterianos, unido a su capacidad para el trabajo político le convirtieron, en fin, en uno de los candidatos con más posibilidades de suceder a José Díaz como secretario general cuando se produjera el inevitable desenlace fatal que hacía prever su precaria salud.

 

Tequila, gnomos y soda (1943-1944)

José Díaz se suicidó en Tiflis en marzo de 1942. Hernández recibió entonces la orden de viajar a México, junto con Francisco Antón, para poner orden en el funcionamiento de la delegación del PCE en aquel país, que adolecía de graves defectos a juicio de algunos dirigentes de la Komintern, como Dimitrov y Manuilski. Bajo la dirección de Vicente Uribe (ex ministro de Agricultura) y Antonio Mije, la delegación mexicana se ocupaba de la tarea de seleccionar a los militantes que iban a España con la misión de reconstruir el partido, al tiempo que debía coordinar las relaciones con las otras organizaciones republicanas y participar tanto en sus organismos unitarios como en las instituciones de la República en el exilio.

Lejos de esto, la delegación en México llevaba una línea política oscilante y contradictoria, de confrontación con las instituciones republicanas y de rechazo a la colaboración con los sectores de la izquierda socialista, actitud que había contribuido al aislamiento del partido y a la desorientación de la militancia. Así mismo, se descuidaba la seguridad del trabajo clandestino dirigido al interior de España. Los envíos terminaban frecuentemente con la detención de los implicados al poco tiempo de llegar al país, y se sospechaba de la posible existencia de infiltraciones policíacas. Por último, existían quejas acerca del tren de vida llevado por los dirigentes: Según los testimonios de militantes y cuadros del partido en México, Mijey Uribe vivían en chalés de la zona residencial de Cuernavaca, con servicio doméstico y chofer particular[6]. A todo ello se unía el mantenimiento de un nutrido y costoso aparato burocrático retribuido, con más de dos docenas de “liberados”.

Hernández y Francisco Antón emprendieron viaje en el verano de 1943. Además de reordenar los asuntos de la dirección del PCE en México, Hernández tenía encomendadas otras tareas, no menos importantes, pero absolutamente secretas, que debía acometer por encargo del servicio secreto soviético y  bajo la falsa identidad de “Pedro”. Se trataba de sondear las posiciones de los grupos del exilio ante la previsible derrota del Eje, y de reforzar la labor de la estación de inteligencia –rezidentura, en la terminología del aparato de espionaje- que operaba bajo el paraguas de la embajada de la URSS en el país azteca. Las rezidenturas dependían del Departamento del Extranjero del Comisariado del Pueblo para la Seguridad del Estado (NKGB), organismo dirigido por el teniente general Pavel Mijailovich “Fitin”, bajo las órdenes directas de Laurenti Beria.

A comienzos de los años 40 las principales operaciones que el espionaje de la URSS había acometido en México fueron la eliminación de Trotski, el 20 de agosto de 1940, y el intento de rescate de su asesino, el español Ramón Mercader. La conexión española había sido decisiva, gracias a que sobre la red que había perseguido al trotskismo en España se había montado el armazón del operativo. La NKGB intentó durante todo este tiempo liberar a Mercader, como revelan los documentos desclasificados del FBI agrupados bajo el nombre clave de “Venona”, y que recogen los mensajes soviéticos descodificados por la inteligencia norteamericana entre 1940 y 1948[7].

El servicio secreto soviético asignó a la operación el nombre clave de “Gnomo”. El plan consistía en rescatarlo durante uno de las salidas de la cárcel para ir a declarar al juzgado. Aprovechando una reducción de la guardia que lo custodiaba, Mercader sería introducido en un coche (“disuelto en soda”, en expresión textual del mensaje cifrado) y sacado del país. La supervisión correría a cargo de “Tom”, el general Leonid Eitingon, responsable de la planificación del asesinato de Trotski,

 

La expulsión  (1944-1945).

Pero toda la operación sería puesta en riesgo por el estallido de la confrontación entre Hernández y los dirigentes del PCE en México en la primavera de 1944. Hernández debió creer llegado el momento de definir la estructura de la nueva dirección del partido, en el aire desde la desaparición de Díaz. Según había confiado a cuadros de su confianza antes de salir de la URSS, apostaba por constituir una dirección bicéfala, con Dolores Ibárruri elevada a un puesto emblemático, pero irrelevante: la presidencia del partido; y colocar a Uribe como principal responsable, dejando fuera de juego a Antón, y reservándose él el terreno en el que se desenvolvía con mayor soltura: el de la agitación y las relaciones con los aliados. Es decir, salvando las distancias y con alguna variación en los personajes, el modelo que llevaría a la secretaría general a Santiago Carrillo entre 1956 y 1959.

El plan de Hernández se completaba con la aproximación a España de la mayor cantidad posible de cuadros del partido –una vez sacados de la URSS, donde apenas llevaban a cabo cometido alguno-, y con la aplicación de una autonomía de criterio respecto a Moscú, una vez desaparecida la IC en 1943, que no podía dejar de desagradar a los dirigentes más ortodoxos.

Con los argumentos de que lo que Hernández pretendía era socavar la autoridad de Dolores Ibárruri, la unidad del partido y el prestigio de la Unión Soviética, Antón convenció a Uribe y Mije de cerrar filas en torno al valor seguro que constituía Pasionaria. Siguiendo las pautas de un típico procedimiento de purga estalinista, Jesús Hernández hubo de ejercer una “profunda autocrítica”, y fue sancionado con la separación del trabajo activo a la espera de la decisión que se adoptase en Moscú.

Los servicios secretos soviéticos intentaron mediar por él para evitar poner en riesgo todo el entramado de la operación Gnomo[8]. Incluso Dimitrov envió varios telegramas conminando a la dirección en México a no tomar medidas disciplinarias irreversibles contra Hernández[9]. Sorprendentemente, sus indicaciones fueron ignoradas por Antón, Uribe y Mije, que decidieron conducir la situación al terreno de los hechos consumados. La separación de Hernández del partido fue comunicada a los militantes del exilio y trasladada a las organizaciones que operaban en el interior en julio de 1944. Su purga fue acompañada de la de Enrique Castro Delgado, fundador del 5º Regimiento, excluido del Comité Central tras sufrir un humillante proceso acusatorio, y de la mayor parte de quienes, en México o en Moscú, se había identificado alguna vez con las posiciones de Hernández.

El fin de la militancia de Jesús Hernández en el PCE no fue acompañado automáticamente de la separación de sus funciones como miembro del NKGB. Su actividad secreta se prolongó durante algo más de un año tras su expulsión oficial del partido. No se conoce la naturaleza de los trabajos que llevó a cabo durante este periodo, aunque cabe conjeturar que siguieron estando relacionados con las funciones de cobertura al operativo destinado a sacar de la cárcel a Mercader. El plan acabó frustrándose por diversos motivos, entre ellos la incapacidad, la desconfianza y las sospechas mutuas entre los propios integrantes del grupo responsable de su ejecución. El fiasco definitivo tuvo lugar cuando Caridad del Río Mercader irrumpió en México procedente de la URSS, en marzo de 1945, para tratar personalmente de que personajes influyentes de la política mexicana intercedieran por la liberación de su hijo. Alertadas las autoridades, aplicaron a Ramón un estricto régimen penitenciario, imposibilitando las oportunidades de rescate. Los servicios soviéticos se enfurecieron, ordenando a ‘Klava’ (alias de Caridad Mercader) que abandonase México inmediatamente. Después de esto,  la “operación Gnomo” quedó definitivamente descartada. Un par de meses más tarde, un mensaje de Fitin a México ordenaba a los agentes soviéticos desconectar con Hernández.

 

La oportunidad yugoslava (1948-1953).

A mediados de 1945 Hernández quedó definitivamente desligado de todo lazo orgánico con lo que había sido su mundo desde 1920. Inició entonces una andadura propia, fundó una plataforma disidente, el Movimiento Comunista de Oposición, reunió a antiguos camaradas tanto del PCE como del PSUC y publicó una revista, Horizontes, de breve existencia. Tras décadas de entrega exclusiva a la militancia política, el “revolucionario profesional” se vio obligado, a los 37 años, a llevar una vida civil: puso un taller de fabricación de placas de matrícula, regentó un negocio  de  venta de coches usados en Nuevo León y abrió una tienda de café en un mercado de Ciudad de México. Se separó de su mujer, Pilar Boves, y se casó de nuevo –por la iglesia- con una mexicana, con la que tuvo una hija. Su vida pública parecía pertenecer definitivamente al pasado cuando el cisma titista le dio de nuevo la oportunidad de dedicarse a lo que constituía su auténtica pasión: la política[10].

Cuando se produjo la ruptura entre Yugoslavia y la Kominform, en 1948, Tito dio instrucciones a sus agentes diplomáticos para captar posibles simpatizantes entre los excluidos de los partidos comunistas prosoviéticos[11]. En México, el secretario de la embajada contactó con Hernández, Enrique Castro Delgado, Antonio Hierro, Ramón Pontones y Vicente Cuello[12]. La dirección del PCE, alarmada, se movilizó para neutralizar cualquier intentona escisionista, logrando colocar un infiltrado que proporcionó al partido informes detalladísimos de las actividades llevadas a cabo por el grupo de Hernández[13].

Se intentó constituir un nuevo partido con la intervención de tres grupos: el de Hernández -Horizontes-; el Círculo “Jaime Vera”, que agrupaba en México a Ramón Lamoneda y los socialistas de la tendencia encabezada por Negrín y Álvarez del Vayo; y  Acción Socialista, movimiento impulsado por los ex miembros del PSUC y del PCE José del Barrio (antiguo secretario de la UGT de Cataluña, miembro del PSUC y organizador de las milicias comunistas de Barcelona, expulsado en 1946 por censurar el imperialismo soviético) y Félix Montiel (catedrático de Derecho Administrativo de la universidad de Murcia y diputado socialista que se incorporó al PCE durante la guerra; se mostró muy disconforme con la actuación del partido en el golpe de Casado, y lo abandonó tras el pacto germano-soviético, reingresando en 1941, y expulsado definitivamente en 1949 por discrepar de la línea oficial sobre la naturaleza de las “democracias populares”).

Las conversaciones con los socialistas del “Jaime Vera” fracasaron pronto: Lamoneda y sus seguidores no estaban tan interesados en constituir un nuevo partido como en reconquistar el control del viejo PSOE[14]. Los contactos con Acción Socialista fraguaron en la constitución de un partido filoyugoslavo – el Movimiento de los Círculos de Acción Socialista- que tomó como modelo al socialismo nacional y autogestionario balcánico. Su presentación tuvo lugar a raíz del viaje de Hernández, Hierro y Del Barrio al Congreso por la Paz celebrado en Zagreb en octubre de 1951.

 

El declive (1952-1971).

 El partido de Hernández y Del Barrio fracasó al no poder hacerse con un espacio propio entre la dividida familia socialista y el comunismo hegemónico del PCE.[15] Tras fracasar, de nuevo, en la puesta en marcha de un partido propio, el Partido Nacional Comunista de España, Jesús Hernández se refugió en el oscuro trabajo de asesor de la embajada yugoslava en México, efectuando de vez en cuando algún viaje al país balcánico. En octubre de 1956, como miembro de un numeroso grupo de republicanos españoles, acudió al congreso de los brigadistas internacionales yugoslavos[16].

Su deteriorada salud le impidió en sus últimos años participar en los actos institucionales que de vez en cuando convocaban las instituciones de la República en el exilio[17]. Acudía, junto con su mujer, Lourdes, y su hija, Rocío, a tertulias caseras dominicales donde, inevitablemente, no se hablaba de otra cosa que de España, de la guerra civil  y de la próxima caída de Franco[18]. En  ocasiones recibía el anuncio de la visita de algún representante de la oposición antifranquista de nueva hornada que lo trataba con la reverencia debida a las viejas glorias vencidas por el tiempo[19].

Murió en México DF, en enero de 1971, dejando tras de sí el rastro de una biografía agitada, durante la que recorrió un camino -el que le llevó de la exaltación heroica al desengaño y la execración- que transitó buena parte de una generación de militantes que había confiado en la revolución de Octubre como acontecimiento fundacional de un tiempo nuevo.

Notas:

[1] GINARD, D: Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España (1931-1942), Palma.Madrid, Edicions Documenta Balear, 2000; y MARTORELL, M: Jesús Monzón, el líder comunista olvidado por la Historia. Pamiela, Navarra, 2000.

[2] Sobre el papel jugado por Hernández en ambos procesos –además de su propio testimonio-, PRIETO, I: Epistolario Prieto - Negrín: puntos de vista sobre el desarrollo y consecuencias de la guerra civil española. Planeta, Barcelona, 1990; y ZUGAZAGOITIA, J: Guerra y vicisitudes de los españoles. Tusquets Editores, Barcelona, 2001, págs. 408-410.

 

[3] STEPANOV, S.M.: Las causas de la derrota de la República española. Informe elaborado por Stoyan Mínev (Stepanov), delegado en España de la Komintern (1933-1939). Miraguano Ediciones, Madrid, 2003,  p. 200.

 

[4] ALTED. A. et alt: “Una biografía colectiva de los niños de la guerra”, en Los niños de la guerra de España en la Unión Soviética.De la evacuación al retorno (1937-1999), Fundación Largo Caballero, Madrid, 1999, p. 73.

[5] VANNI, E: Yo, comunista en Rusia, Destino, Barcelona, 1950,  p. 206-207.
 

[6] Testimonio de José del Barrio, en ESTRUCH, J: El PCE en la clandestinidad (1939-1956), Siglo XXI, Madrid, 1982, p.44.

[7] Los documentos facsímiles se pueden consultar en Internet: http://www.nsa.gov/venona/venon00017.cfm

 

[8] NSA –Venona, T947,  6/4/1944.

[9] DIMITROV, G: Diario. Gli anni di Mosca, Einaudi, Turín, 2002, p. 740.

[10] AHPCE, Divergencias, 107, 1/1 “Informe sobre el grupo H.C.D. n. 123” México, 1951.

[11] AHPCE, Divergencias, 107, 1/1,. “Informe sobre el grupo H.C.D. n. 120”, México, 1951.

[12]ALBA, Víctor, El Partido Comunista en España, Barcelona, Planeta, 1976, p.290.

[13] ÁLVAREZ, Santiago: Memorias V: La larga marcha de una lucha sin cuartel, A Coruña, Edicions do Castro, 1988, p.  89-91. Los informes están numerados entre el 120 y el 139. El infiltrado era Vicente Cuello.

 

[14] AHPCE, Divergencias, 107, 1/1, “Informe sobre el grupo H.C.D. n. 139”, México, 1951,

[15] ESTRUCH, Joan: op.cit, p. 171-173.
[16] Comunicación al autor de Carolina Nina Udovicki, 4/2/06.
[17] AFPI, Documentación política /España/ República en el exilio, ALJA-456-28, 1965.

[18] Comunicación epistolar al autor de Francisca González Díaz (29/9/2005).

[19] AFPI,  AMGB-92-94, “Carta de Raúl Morodo a Jesús Hernández”, Madrid, 18 de octubre de 1969.