S.B.H.A.C. Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores |
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Introducción a la historia de la Guerra Civil Española |
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Historia y Vida. Extra número 4, 1974 Teruel: El día que se rindió el seminarioSebastián PelegríOcho de enero de 1938. Ayer se rindió la Comandancia Militar de Teruel, y su jefe, el coronel Rey d'Harcourt, firmó el acta de capitulación, aclarando que en su rendición no entraba el Seminario ni el Convento de Santa Clara, para lo cual dejaba en entera libertad al coronel Barba, jefe de dichos reductos. Pero el coronel Barba no deseaba rendirse, quería morir como los héroes, pues más de una vez, pistola en mano, atajó cualquier infiltración de los soldados republicanos. Amaneció el día triste, nuboso, aunque sin nevar. Hace días que no vemos el sol. Las calles todavía están llenas de nieve, nieve que se resiste a desaparecer, ya que estamos con temperaturas de 6 o 7 bajo cero. El Seminario presenta un aspecto tétrico. La mayoría de sus torres volaron por los aires, junto con sus defensores, mujeres y niños. Ya lo dijo un comisario: «Aquí no pasará como en el Alcázar de Toledo. Aquí morirá todo quisque». ¿Por qué tanta resistencia? Hay resistencias que son inhumanas, y la del Seminario era una de éstas. Si comparamos el asedio del Seminario con el del Alcázar de Toledo, veremos que este último casi fue un juego de niños. Los zapadores hacían minas con una rapidez asombrosa y toneladas de trilita hacían volar por los aires todo lo que entorpecía su expansión. Hay que reconocer que la resistencia en el Seminario fue cosa de titanes. Los asaltantes, con abundancia de bombas de mano -dinamiteros de Asturias-, iban conquistando habitación por habitación, piso por piso, dejando ambos contendientes infinidad de, cruces negras, Infinidad de muertos. Parece que en la madrugada de hoy un teniente auditor logra parlamentar con los defensores, diciéndoles que la Comandancia Militar se ha rendido. El coronel Barba insiste en que él no se rinde. Sobre las nueve de la mañana se trabaja activamente en terminar dos minas, una en el Seminario y la otra en el Convento de Santa Clara. Si no se rinde el reducto defendido por el coronel Barba dichas minas estallarán, a más tardar, a las dos de la tarde. Una sección de nuestra compañía de zapadores trabaja activamente calentando la correspondiente trilita. Se presenta la Cruz Roja
Interviene la Cruz Roja Internacional para tratar de evacuar a heridos, mujeres y niños. Parece que a ello accede el coronel
defensor, después de haber consultado al general jefe del Ejército del Norte. Exigen
pasaporte para los militares y civiles comprometidos. Naturalmente, se deniega tal
petición. Sobre las diez de la mañana, más o menos, se presentan ante el Sólo se oye el tronar de la artillería enemiga que trata de romper el cerco y liberar a los sitiados. Algunos habitantes de la ciudad se han acercado al Seminario extrañados de esta anomalía. Nada más entrar la Cruz Roja se produce un caos en el interior del edificio. Empiezan a salir heridos, pero no todos lo son. Algunos soldados y un suboficial se han envuelto la cabeza con vendas y gasas y las han manchado ligeramente de sangre. Estos mismos soldados son los que han luchado como «fieras», valientemente, defendiendo el Seminario, y ahora sufren una metamorfosis y se comportan de manera opuesta. Y es que el heroísmo y la cobardía casi siempre son colectivos. Estaban convencidos de que morirían como héroes pero, ahora, al divisar una ligera esperanza de salvar la vida, van en busca de ella a cualquier precio.
Salen las mujeres llorando a lágrima viva y visiblemente asustadas. Los niños,
agarrados a sus faldas, atemorizados, lloriquean... La propaganda las ha convencido
de que serán violadas... y uno de los niños pregunta: «Madre... madre... ¿dónde está
el rabo que llevan los rojos? Automáticamente, sin control de sus jefes, salen corriendo del Seminario más de cien
soldados, desertando. Huyen despavoridos, aunque contentos de salir de aquella
ratonera infernal. Una mujer se acerca a nosotros. Está desencajada,
atemorizada. Intenta buscar protección. «Sois catalanes, ¿verdad? -pregunta-. Yo también.
Me casé con un turolense. «Dicen... » Le contestamos que no tenga miedo, que la
ciudad está bajo el control de una brigada disciplinada. El coronel Barba trata por todos los medios de que no cunda el pánico. Habla con
sus oficiales, la mayoría de los cuales opinan que deben rendirse. En cambio, muchos de los civiles,
falangistas comprometidos, piensan que deben morir con las armas en la mano.
Los tenientes Izquierdo y Loeches, de la Compañía de Zapadores de la 87
Brigada Mixta de Carabineros, mientras la Cruz Roja evacua a los heridos y población
civil, dialogan con un oficial que dicen es el ayudante del coronel Barba, quien más
o menos pide: «Como militar que me he sublevado, que se me juzgue y se me
fusile. Todo antes que morir despedazado por una mina o aplastado por el derrumbe
de una torre». Los pocos oficiales que antes opinaban como el coronel van engrosando el grupo
de los que deciden rendirse. Aparece un teniente republicano hecho prisionero en el interior del
Seminario y desaparecido ocho días antes. Eso es lo que dice él, pero un soldado nacional
lo delata como «pasado». La guerra no tiene entrañas. Los vencidos quieren hacer méritos ante los vencedores, como
ocurriría al terminarse la guerra. Ninguno de nosotros comprende cómo el citado teniente
quiso pasarse metiéndose en una ratonera. Y es que a veces los ideales no tienen juicio.
Mientras la Cruz Roja cumple su cometido, inspeccionando a los presuntos
heridos de guerra, los carabineros de nuestra brigada, la 87, van adentrándose en el
Seminario, pisando terreno todavía nacional, -¡A sus órdenes, mi coronel! Según órdenes, pronto llegará un automóvil que lo trasladará a Valencia. El coronel contesta con el clásico saludo del Ejército español al saludo republicano del comandante Marquina. Sin el coronel, el Seminario ya no ofrece resistencia. Empiezan a salir jefes y oficiales, que en general son bien tratados, y a los que se recibe con el respeto que se debe a un vencido. Los que reciben más burla son los sacerdotes, a quienes algunos soldados republicanos escupen en la cara. Al salir el obispo de Teruel, doctor Polanco, un soldado trata de arrebatarle el crucifijo -seguramente como botín de guerra-, pero se Interpone un oficial republicano y el obispo es dejado en paz. Al entrar en la Comandancia oímos cómo el obispo se dirige a nosotros -los enlaces de la brigada- en el zaguán de la casa: «¡La paz sea con vosotros, hijos míos!» Vuelvo al Seminario en busca del teniente Izquierdo, de mi unidad. Van saliendo los últimos militares del reducto. Por lo general, van contentos; su porvenir es incierto, pero, por lo menos, están con vida. Ni plasma... ni tintura de yodo. Nuestros soldados buscan algo de botín entre los escombros, pero lo único que encuentran son mantas manchadas de sangre que envolvían los cadáveres depositados en el atrio de la iglesia, y que no olían porque las temperaturas bajo cero se lo impedían. Cuento más de quinientos muertos. Nuestra brigada no le va a la zaga. Han sido baja entre muertos, desaparecidos, heridos y evacuados por enfermedad más de mil doscientos en una unidad de cerca de tres mil hombres. El servicio de Intendencia empieza a recuperar los sacos de azúcar colocados en las ventanas para que sirvieran de parapetos defensivos. Mi botín de guerra es una pistola alemana "Parabellum", que todavía luce uno de los oficiales muertos. Bajo a los sótanos. Todavía quedan muchos heridos. Aquello es dantesco. No tenían nada. Ni plasma... ni tintura de yodo, por decir algo. Los militares heridos están también asustados. Alguno dice que los vamos a rematar. ¿Cómo podían tener ese concepto de nosotros? Oscurecía el día cuando el Seminario quedó libre de militares y civiles. El servicio de evacuación fue eficiente. Y los heridos, en los hospitales de Mora de Flubielas, Segorbe y Sagunto aquella noche descansarían por primera vez después de muchos días de insomnio y de sufrimientos. Nosotros, los combatientes republicanos, nos abrazamos contentos. Ha desaparecida la pesadilla del Seminario y, por ende, tal como nos prometieron, seremos relevados, marcharemos con permiso a nuestras casas y alguno de nosotros seguramente será ascendido. Esto es lo que dijeron, y que radio «macuto» se encargó de difundir, aunque nadie pudo decir que salió de la boca del teniente coronel Nieto, jefe de nuestra división, la 40 de Carabineros. Pero no... No tuvimos permiso, ni descanso, ni ascenso. Cuando los afortunados supervivientes descansamos de la guerra fue el 1 de abril de 1939. |