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Introducción a la historia de la Guerra Civil Española

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 Historia y Vida nº 23, febrero de 1970

Exodus 1939

Eduardo Pons Prades

En una directiva del Estado Mayor del Ejército republicano, de fecha 23 de enero de 1939, se ordenaba la ocupación de la línea L-5, constituida por la margen izquierda del río Llobregat, con posición avanzada en la orilla derecha hasta la costa y extremando, sobre todo, la resistencia en los célebres desfiladeros del Bruc y «congost» de Martorell —plaza ésta que es un importante nudo de comunicaciones—. Pero el desgaste sufrido por las tropas republicanas en la batalla del Ebro y las reorganizaciones demasiado precipitadas imposibilitarán la maniobra.

Alegando dificultades técnicas y financieras, el ministro de Asuntos Exteriores francés Georges Bonnet, se niega a tomar en consideración la proposición de su colega español, Alvarez del Vayo, con vistas a acoger unos 150.000 refugiados civiles y heridos. Esta entrevista tuvo lugar a mediados de enero. Tres semanas más tarde, la marea humana que invadió el Mediodía de Francia sobrepasaba el medio millón de personas. Entonces, las autoridades francesas pusieron en marcha la más irresponsable de las improvisaciones.

Al romperse la línea del Llobregat, los organismos oficiales reciben la orden de proceder a su evacuación hacia Gerona y Figueras y se dispone la defensa inmediata de Barcelona bajo el mando del teniente coronel don Carlos Romero, y luego del coronel segundo jefe de la Comandancia, don Jesús Velasco. Están en línea el Batallón de ametralladoras número 125, un Batallón de la 151 Brigada mixta, cinco grupos de fuerzas de asalto, un batallón de carabineros y otros tres batallones de retaguardia. El perímetro de defensa era de unos 20 kilómetros. Para guarnecer la línea que iba de Esplugas de Llobregat al mar se contaba con un regimiento de caballería del Ejército del Ebro, de un batallón de retaguardia, un grupo de guardias de asalto y con algunos batallones de la 43 División. Dos agrupaciones de artillería estaban afectas a la defensa de Barcelona.

Machado y sus acompañantes hace una parada en el penoso exilio.

Una retirada de cincuenta días

Bajo el control de la Comisión militar internacional se procede a la evacuación de los voluntarios de las Brigadas internacionales. A primeros de enero salen de España: 2.141 franceses, de los batallones «Comuna de París», «Edgar André», «Henri Barbusse», «Vuillemin», y «6 de febrero»; 584 norteamericanos de la brigada .Lincoln»; 407 británicos de la Brigada «Ralph Fox»; 347 belgas del Batallón «Louise Michel» y del franco-belga; 283 polacos de los batallones «Dombrowsky» y «Mickiewicz»; 194 italianos de la Brigada «Garibaldi»; 190 alemanes, 182 suecos, 142 holandeses y 115 daneses de los batallones «Thaelmann», «Tchapaiev» y «Dimitrov», entre otros grupos menos importantes. En dichas brigadas habían combatido voluntarios de cincuenta y tres países y seis mil de entre ellos yacían para siempre en tierras españolas.

El día 25, a las cuatro de la tarde, salen los últimos trenes con heridos desde las estaciones de Sans y de la plaza de Cataluña. La evacuación de los soldados hospitalizados fue seguramente uno de los problemas más arduos que el mando republicano tuvo que resolver. Como las columnas de fugitivos que huían desordenadamente hacia la frontera llegaron a sumar cerca de un millón de personas, no es difícil imaginar las penosas condiciones en que se desarrolló la retirada de Cataluña, a lo largo de casi cincuenta días.

A las nueve de la noche, reúne el general jefe del grupo de fuerzas de Barcelona, en su P. C., al jefe del Ejército del Ebro y al coronel comandante militar. Se ha ordenado la evacuación de los quince almacenes de intendencia (en los que había víveres para más de dos años), y de los 14 millones de litros de gasolina almacenados en galerías subterráneas del Tibidabo, encargándose de esto ultimo las fuerzas de Aviación. Para aligerar las existencias se prevé la distribución de 80.000 equipos con destino a los Ejércitos del Ebro y del Este. Cuando se ordena el repliegue hacia la línea del Besós, al norte de Barcelona, surge una voz discrepante, que se niega a retirar sus fuerzas de la ciudad condal: la del mayor Zaragoza, del Cuerpo de Seguridad. Y para corroborar esta valiente actitud, en el sector de Esplugas, el Batallón 125 de ametralladoras y el de la 151 Brigada mixta se baten hasta el último extremo. Pero, todo el flanco derecho del XV Cuerpo de Ejército pasa a ocupar la línea del Besós. Del Batallón de la 151 sólo queda una compañía que se repliega a la Plaza de España. Al Batallón 125 es imposible retirarlo. El último parte telefónico de su jefe dice: En este momento el enemigo asalta mi puesto de mando...»

Gendarmes y soldados franceses examinan municiones y pertrechos requisadas al Ejército Popular.

Con Machado en el café de la estación de Cerbére

El 26 de enero de 1939, Barcelona caía en poder de las fuerzas nacionales y, ese mismo día, en Cerviá de Ter, no lejos de Gerona, en torno a Antonio Machado, su hermano José y su madre, se reunían los doctores Trías, el poeta y helenista Carles Riba, los hermanos Xirau, los profesores Navarro Tomás y Roura, el neurólogo Sacristán, el escritor Corpus Barga, el geólogo Royo Gómez, Ricardo Vinós y el doctor Puche, en espera de ser evacuados a Francia en unas ambulancias de Sanidad Militar.

En la destartalada escuela municipal de Garriguella, cerca de Figueras, entre los aparatos de radio decomisados al vecindario y debidamente precintados, el comisario político del Batallón Especial daba la pauta a varios oficiales de su unidad.

—Y si optamos por salir del país, ¿qué pasará cuando entremos en Francia? —preguntó uno de ellos.

—Eso no lo sabe nadie, respondió secamente el comisario.

Dado que el Gobierno radical-socialista de Albert Sarrault mantenía cerrada la frontera, un grupo de personalidades francesas lanzó el 25 de enero un llamamiento encabezado así: «Francia debe aceptar el honor de aliviar la espantosa miseria de los españoles que se dirigen hacia sus fronteras.» Firmaban el documento personas de la más variada procedencia: el cardenal Verdier, arzobispo de Pares; el filósofo Henri Bergson, Premio Nobel; Jacques Maritain, del Instituto Católico; el marqués de Lilliers, presidente de la Cruz Roja francesa; León Jouhaux, secretario de la C.G.T.; el novelista católico Franpois Mauriac, de la Academia Francesa; Jean Perrin, Premio No-bel, el escritor André Gide, el poeta Patri Valéry, entre otros.

Al anochecer del 29 de enero Machado abandonó España, a pie. Don Antonio el Bueno pasó aquella noche en el café de la estación de Cerbére, sentado en una silla. «Sus ojos reflejaban una indecible tristeza, pero su porte sereno y su expresión tranquila daban a su gesto austero la típica dimensión castellana, que en él se fundía, de modo sorprendente, con su profundo espíritu andaluz.»

Su último escrito había sido publicado, el 6 de enero de 1939, con el título «Desde el mirador de la guerra», en «La Vanguardia» de Barcelona.

El Gobierno francés, tratando de evitar la invasión que se avecinaba, hizo una última gestión acerca de las autoridades nacionalistas, sugiriendo el establecimiento de una zona neutral en Andorra, o a lo largo de la frontera, en la región del Pertús, o de Portbou, en la provincia de Gerona. Los refugiados gozarían en ella del derecho de asilo, como en la Edad Media, en espera de su emigración a otros países o de su regreso a España. La proposición fue categóricamente rechazada por Burgos.

Los soldados republicanos atraviesan la frontera puño en alto.

El rigurosísimo invierno de 1939 en el Rosellón

 La verdad es que del país vecino se tenían unas ideas muy sublimizadas: cuna de la revolución, crisol de la democracia... todo ello aureolado por el secular tríptico libertad, igualdad, fraternidad. Y, por música de fondo, la popularísima y vibrante «Marsellesa», El tinglado era insuperable, es cierto. Pero, los protagonistas indígenas fallaron en toda la línea.

Por fortuna, como sucede casi siempre en semejantes circunstancias, la ayuda de las capas populares, muy sensibilizadas, atenuó en gran parte la frialdad, la indiferencia, y en no pocos casos la hostilidad de los funcionarios de la Tercera República francesa.

Se debía esto a que, en la inmensa mayoría de los hogares españoles de allende los Pirineos, se había vivido el período 36-39 con tanta intensidad que las casas estaban impregnadas de guerra civil y no tenía nada de extraño que, a partir de ellas, la palabra solidaridad adquiriese unas dimensiones admirables.

Enero fue muy riguroso. Al decir de los campesinos hacía treinta y tantos años que por el Rosellón no habían conocido un invierno tan frío. Y, febrero y marzo no se quedaron a la zaga.

España se desangraba por mil senderos de la cadena pirenaica y al enloquecedor retumbar de cañones y bombas sucedería una terca cantinela de nombres exóticos, que se colaría de rondón en nuestra historia: Argelés, Saint-Cyprien, Barcarés, Agde, Gurs, Vernet, Setfonts y, al otro lado del Mediterráneo, Djelfa, Meridje, Ain-el-curak y Adjerat-m'guil...

Entretanto, en otras esferas, se seguía especulando con la tragedia española: el diario moscovita «Pravda» publicaba un artículo, reproducido por la prensa francesa, del que entresacamos este párrafo: «Las autoridades francesas niegan el asilo a los republicanos españoles. A punta de bayoneta hacen volver atrás a los niños, a las mujeres, a los ancianos, e incluso a los heridos. Nunca se ha visto en la historia un cuadro tan vergonzoso para toda la Humanidad».

Por aquel entonces los sindicatos franceses recaudaron más de doce millones de francos con destino al fondo de ayuda a los refugiados. La Unión soviética, por su parte, envió cinco millones de francos, con los que no se cubría los gastos de un sólo día. Estábamos a seis meses vista del pacto Hitler-Stalin y cuando se airearon, años más tarde, los documentos de la Wilhelmstrasse, se descubriría que una de las condiciones impuestas por el Canciller alemán al dictador ruso, en las negociaciones preliminares, era el cese de cualquier ayuda a los republicanos españoles.

Con la toma del Pertús, el 9 de febrero, y la de Puígcerdá, el 10, las fuerzas nacionales dieron por terminada la campaña de Cataluña. La última unidad republicana que cruzó la frontera, el mismo día 10, por tierras de Cerdeña, fue la 26 División, la antigua columna Durruti, con su jefe, Ricardo Sanz, a la cabeza, siendo internada en Mont-Louis.

En poco más de dos semanas habían entrado en Francia alrededor de 525.000 refugiados, entre los que figuraban unos 75.000 niños, unas 105.000 mujeres y cerca de 15.000 heridos (1.200 voluntarios internacionales entre ellos).

Abandonaron también Cataluña 1.800 médicos, más de 1.000 abogados, 431 ingenieros, arquitectos y técnicos, 276 profesores de segunda enseñanza, 156 catedrático (de los 550 con que contaba España en 1936), incluidos 7 rectores; 817 diplomados de la enseñanza superior, 243 escritores y periodistas y unos 5.000 funcionarios. La mayor parte de ellos serían acogidos, meses más tarde, por el Gobierno mexicano presidido por el general Lázaro Cárdenas.

Los españoles desdramatizaban la situación

Los primeros refugiados de la última oleada llegaron a Perpiñán al amanecer del 28 de enero. La primera oleada había cruzado la frontera, por el lado occidental de los Pirineos, tras la caída de Irún, en septiembre de 1936. De una latitud a otra el recibimiento fue aproximadamente el mismo: una cazoleta de agua sucia aquí y una lata de sardinas para quince personas allá.

Lo que no tenía vuelta de hoja era que la propaganda nacionalista había despertado, en ciertos países, un eco insospechado.

El asedio a que fueron sometidos quienes llevaban cosas de cierto valor, aunque fueran simples objetos de uso personal (los «Gardes Mobiles» quitaron a muchos refugiados todo lo que llevaban encima, so pretexto de que no habían sido satisfechos los derechos de aduana), alcanzó tal amplitud que muy pronto los refugiados se dieron cuenta del partido que podían sacar a tan desenfrenada obsesión. Y, si bien al principio, con las privaciones y el hambre por medio, no pocos españoles fueron literalmente desvalijados, luego, entre vendedores y compradores, se estableció una cadena de intermediarios que darían muchas veces gato por liebre a los gendarmes y a los bobalicones negros, que eran la clientela más asidua.

Desde las falsas máquinas de retratar hasta la rutilantes piedras preciosas, que no eran sino culos de vaso hábilmente tallados, todos los artículos codiciables y comerciables en semejante trance, fueron inventados y fabricados por los españoles para salvar y desdramatizar aquella humillante situación.

Pilotos republicanos en el campo de Argeles.

En Gurs no había ni termómetro

En el castillo de los Templarios de Colliure encerraron a unos 400 soldados republicanos y algunos internacionales. Fueron conducidos allí, esposados como vulgares delincuentes, por tropas coloniales del 24 Regimiento de senegaleses.

Las razones de su encarcelamiento iban desde el simple hecho de haber sido sorprendidos confeccionando una lista de los que deseaban marchar a América (como ocurrió con 17 hombres del campo de Bram, enviados a Colliure), que era un recurso muy asequible para apuntalar la moral de unos y otros, hasta la represalia contra un comandante de los servicios Z, el cual, al ser interrogado por un oficial del Deuxiéme Bureau, tuvo esta salida:

—Mire, señor comandante, lo que pasa es que, en cruzando la frontera, me ha dado la amnesia, y no sólo ya no me acuerdo del armamento alemán o italiáno que tienen los nacionales, sino que me he olvidado del día en que nací, fíjese usted.

En sendos informes, el general-médico francés Peloquin y el doctor Joaquin D'Harcourt, coronel del Ejército republicano, señalaron que la disentería y la neumonía causaban verdaderos estragos, así como la tifoidea, la tuberculosis y en algunos casos, la lepra. Que la tercera parte de los internados sufría de tiña y sarna, siendo muy frecuente la ulceración de la piel y la inflamación de los ojos y de la garganta, debido a las violentas tempestades de arena que el viento originaba. Y, el doctor D'Harcourt agregaba: que los trastornos mentales y neuróticos constituían un problema mucho más grave que el resto de las enfermedades. Este médico declararía, algo más tarde, a la escritora Isabel de Palencia, que «a varios centenares de médicos españoles se les prohibió atender a sus heridos y enfermos».

La negligencia llegó á tales extremos que en la enfermería del campo de Gurs no había, a mediados de febrero, ni un simple termómetro.

El primer paisano que logró penetrar en aquella siniestra fortaleza del siglo XIII fue Paul Bourgeois, miembro de la asociación de ayuda a la España republicana, el cual, en una conferencia de prensa, acusó al jefe de la prisión, capitán Rollet, de tener a los españoles un odio innato. Uno de los detenidos, el comandante Vílellas Freixas, declararía que, cada vez que se anunciaba una visita de inspección, ocho secciones de prisioneros eran llevados a las celdas subterráneas, para que no les vieran. Las vejaciones alcanzaron tal grado de brutalidad que uno de los oficiales de la Garde Mobile, confesó: «Me avergüenza ser francés». Tras la conferencia de prensa se declaró una huelga del hambre y el jefe del fatídico castillo de Colliure cesó en su cargo.

La marcha hacia el exilio...

Desnudo, como los hijos de la mar...

Y, a la sombra de la fortaleza de los Templarlos, de triste memoria, en la modesta pensión de los esposos Bougnol-Quintana, en la misma habitación, separados por un biombo, agonizan el poeta sevillano, Antonio Machado, y su madre, Ana Ruiz. El día 22 de febrero de 1939 muere el poeta. Sus restos serán llevados hasta el cercano cementerio, féretro en vilo, por soldados andaluces del regimiento de caballería Andalucía. Era el postrer y sentido homenaje del pueblo a su sencillo poeta, al que allegado el día del último viaje, y estar al partir la nave que nunca había de tornar, se le encontró a bordo, ligero de equipaje, casi desnudo, «como los hijos del mar».

Por aquellos días en la prensa —«La Vanguardia Española» y «Solidaridad Nacional»— se podía leer esto: «En Roma, muere Pio Xl... en Burgos, se dicta la Ley de Responsabilidades políticas... botadura del acorazado inglés «King Georges V»..., el general Vicente Rojo dimite de su cargo de jefe de Estado Mayor..., desfile de la Victoria en Barcelona y primer discurso de Franco dirigido a «los españoles de Cataluña..., el cardenal Verdier, arzobispo de París, exhorta a los católicos franceses a que visiten Sevilla en Semana Santa... Don Emilio Jimeno Gil, catedrático de la Facultad de Ciencias, es nombrado rector de la Universidad de Barcelona...; en Hamburgo, los alemanes botan el acorazado «Bismark» y el Führer aprovecha la ocasión para discursear: «La Providencia, dirá, se ha mostrado con nosotros más justa que los hombres».

 E. P. P