S.B.H.A.C.

Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores

Memoria Introducción Carteles Fuerzas Personajes Imágenes Bibliografía Relatos Victimas Textos Prensa Colaboraciones

Introducción a la historia de la Guerra Civil Española

Enlaces

 Historia y Vida nº 124 julio de 1978

Derechas e izquierdas en el Ejército

María Teresa Suero Roca

Sin comentarios...

La U.M.R.A., o Unión Militar Republicana Antifascista, fue como su nombre indica, una asociación surgida en el seno del Ejército para defender a la República y hacer frente al creciente empuje del fascismo, especialmente entre los miembros de las fuerzas armadas. En 1933 se había fundado la U.M.E. (Unión Militar Española), de tendencia derechista y monárquica, y a finales de 1934, después de los trágicos sucesos de octubre y cuando un buen número de militares izquierdistas o simplemente republicanos estaban presos o incluso procesados, nació en contra-posición a ella la U.M.R.A., que tuvo su mayor fuerza y la mayor cantidad de afiliados en Madrid.

Estos, de todos modos, no fueron muy numerosos, puesto que al parecer más del 80 por ciento de los militares españoles eran considerados conservadores y monárquicos o antirrepublicanos. Aun así, su actuación, sobre todo con respecto al alzamiento de julio de 1936, fue decisiva en muchos puntos de España, entre ellos Barcelona (donde la información suministrada por sus afiliados fue de gran utilidad para el comisario general de Orden Público, capitán Federico Escofet, y para el jefe de servicios de Orden Público, comandante Vicente Guarner, que a su vez había sido designado secretario de la organización en Cataluña), y particularmente en Madrid.

En la capital de España, después de las elecciones de febrero de 1936 que dieron el triunfo al Frente Popular, y de la amnistía promulgada que benefició a cuantos militares fieles al régimen se hallaban cumpliendo diversas condenas por su participación en los acontecimientos de octubre de 1934, las actividades de la U.M.E., y en consecuencia las de la U.M.R.A., se vieron acrecentadas e intensificadas. Por entonces se celebraron asiduas reuniones de los militares de la Unión Republicana, en las que se decidía la acción a seguir. Estas reuniones tenían lugar en el domicilio del capitán Eleuterio Díaz Tendero —fundador y presidente del Comité Nacional—, en un entresuelo de la calle del Prado, y a ellas asistían el capitán de Artillería Urbano Orad de la Torre, uno de los más destacados colaboradores, que tuvo a su cargo la redacción de los más importantes escritos confeccionados por la U.M.R.A.: el comandante Ricardo Burillo, jefe del Grupo de Asalto de Pontejos; el teniente coronel Juan Fernández Saravia, secretario de Azaña; el teniente coronel Carratalá, el comandante Barceló. etcétera.

Simultáneamente se efectuaban reuniones paralelas, dos veces por semana, en el domicilio del capitán Faraudo (instructor de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, asesinado el 8 de mayo), en las que participaban el capitán de Aviación Arturo González Gil (jefe secreto, como el anterior, de la milicia socialista), el capitán aviador Carlos Núñez Maza, los tenientes Gabriel Vidal (destinado en el parque de Artillería de Atocha, cuyo jefe. el teniente coronel Rodrigo Gil. pertenecía también a la U.M.R.A.), Alfredo León LLupión (uno de los fundadores de la organización, que había sido presidente del Casino de clases y que manejaba los hilos de los subalternos), y Fernando Condés, de la Guardia Civil e instructor de las M.A.O.C.

Todos ellos, conocedores de que se preparaba una rebelión del Ejército, dirigían en Madrid el movimiento de resistencia militar y civil. En sus actividades contaron con la valiosa colaboración de los miembros de la U.M.R.A. surgidos del Cuerpo de Suboficiales, que en los meses precedentes a la guerra ejercieron vigilancia permanente en los cuarteles y en los aeródromos para detectar las actuaciones de los conspiradores.

La organización, entre sus miembros o simpatizantes, contó con el capitán médico Miguel Palacios —otro de los fundadores—, el general Miguel Núñez de Prado —posiblemente sólo simpatizante—, el teniente coronel Julio Mangada —tan conocido por el célebre incidente que protagonizó el 27 de junio de 1932 en Carabanchel, incidente en el que fueron partes principales los generales Goded, Caballero y Villegas—, el aviador Antonio Moreno, el comandante de Aviación Ignacio Hidalgo de Cisneros, los dos hermanos Barbeta —ambos de Artillería—, el teniente de Infantería José Castillo --asesinado el 12 de julio--, el médico militar Antonio Cerrada, el comandante de Estado Mayor Segismundo Casado, etcétera.

Se relacionaba con la asociación, aunque no pertenecía a ella, el coronel José Asensio Torrado, que con otros militares participó en las reuniones izquierdistas del Café Negresco y de la Granja El Henar. Asensio, con anterioridad al alzamiento, proyectó armar al pueblo, pensando en la posibilidad de crear milicias encuadradas. Cuenta él mismo en sus memorias: «En días anteriores al de producirse la rebelión, cuando ya estaba en el ambiente, tomé parte con elementos del Ejército adictos al Gobierno, en proyectos de organización para armar al pueblo. De mí salió la idea de las milicias encuadradas y redacté notas para su ejecución y organización» (1). Convencido de que el alzamiento sería secundado por la mayoría del Ejército, se mostró partidario de la disolución de éste antes de que aquél tuviera lugar; de este modo sería posible malbaratar los planes de los conspiradores, fracasando todo intento subversivo. El coronel, ya iniciado el movimiento, planearía con el comandante Burillo el asalto al cuartel de la Montaña, reducto de los sublevados madrileños, en el cual tendría parte notabilísima el capitán artillero Orad de la Torre. En el despacho de Burillo, Asensio le confesará el día 18 el pensamiento que acabamos de exponer: debido a la actitud que adoptaban gran parte de los oficiales, juzgaba necesario disolver el Ejército y rehacerlo a base de las milicias.

En aquellos días, uno de los papeles de mayor relieve correspondió al capitán Díaz Tendero, que con el tiempo había ido elaborando un minucioso fichero de militares con datos muy concretos que eran actualizados continuamente y en el cual constaban las características personales, políticas y profesionales de cada uno de ellos; para establecer este fichero, le había servido de base una parte de unas listas confeccionadas por los futuros sublevados en las que figuraban los generales y numerosos jefes y oficiales, con las características señaladas más arriba, a fin de conocer mediante estos datos las posibilidades de que se adhirieran a la rebelión. Para elaborar el fichero, el capitán se valió también de los datos proporcionados por las organizaciones de la U.M.R.A. y por las organizaciones clandestinas de cabos y soldados a nivel nacional, que editaban el periódico El Soldado Rojo. Díaz Tendero. que coordinaba todas las actividades desde Madrid, creó una especie de servicio de información que en diversos lugares consiguió infiltrarse en el seno mismo de la U.M.E. Así, pues, fue posible obtener datos fidedignos sobre los preparativos y los planes de los conjurados.

Medidas contra el alzamiento

Con tales datos en su poder, Díaz Tendero. en compañía de otros dirigentes de la U.M.R.A., acudió el 16 de julio a entrevistarse con el jefe del Gobierno y ministro de la Guerra. Santiago Casares Quiroga, con objeto de exponerle la gravedad de la situación y la urgente necesidad de tomar enérgicas medidas destinadas a hacer abortar el alzamiento (2). Dichas medidas eran las siguientes:

1) Pase inmediato a la situación de disponibles forzosos de los generales Goded, Mola, Fanjul, Varela (3) y Franco, así como de los coroneles Aranda y Alonso Vega, el teniente coronel Yagüe, el comandante García Valiño, y de otros destacados militares implicados en la conspiración.

2) Envío urgente, a todas las guarniciones, de emisarios especiales del Gobierno dotados de amplios poderes para dar cuenta de la situación a la tropa.

3) Rápida creación de seis unidades especiales, con mandos de absoluta confianza y con capacidad para hacer fracasar cualquier intento de sublevación, que serian organizadas respectivamente en Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Bilbao y Sevilla.

4) Depuración de los mandos sospechosos de pertenecer a la U.M.E. y de estar implicados en el complot.

5) Y por último, como medida de emergencia para abortar el alzamiento, la disolución del Ejército.

El presidente del Gobierno negó categóricamente a Díaz Tendero y sus acompañantes, como negó a cuantos le hablaron de la inminencia de un alzamiento militar, que existiera peligro alguno. Y además objetó que lo que en el fondo pretendían los militares republicanos era conseguir que un elevado número de altos mandos pasaran a disponibles forzosos para ser ellos quienes ocuparan sus puestos. La ceguera de Casares Quiroga era absoluta, y de las medidas que se le habían propuesto únicamente la última  —disolución del Ejército— sería llevada a la práctica, aunque demasiado tarde, cuando la sublevación en toda España era ya un hecho: entonces perjudicó, más que benefició a la República, que se quedó sin Ejército para hacer frente a los sublevados, mientras éstos, en la zona en que el alzamiento logró triunfar, conservaron sus cuadros prácticamente intactos. La medida, pues, surtió efectos contrarios a los deseados, por la inoportunidad del momento en que fue adoptada. Era también el 16 de julio cuando Díaz-Tendero se entrevistó con Indalecio Prieto, al que le unía excelente amistad desde los tiempos de la campaña de Marruecos —amistad que generó sus simpatías por los socialistas—, para hablarle del peligro que suponía el coronel Aranda en Oviedo y de la conveniencia de reclamar inmediatamente su presencia en Madrid. Prieto contestó que el coronel acababa de telefonearle para notificarle que la situación era normal y que él permanecería al lado de la República, a lo cual replicó Diaz-Tendero que Aranda no decía la verdad. Aranda era asimismo gran amigo de Prieto.

Son igualmente notables las actuaciones, por aquellas fechas del teniente coronel Mangada, el general Núñez de Prado, el comandante Hidalgo de Cisneros y el capitán Núñez Maza. Mangada, socialista relacionado con las M.A.O.C., participó intensamente en actividades políticas junto al pueblo, y poco antes del estallido de la rebelión publicó en Madrid un folleto en el que denunciaba a la U.M.E., titulado El fascismo en el Ejército o la Unión de Militares Españoles.

Núñez de Prado había sido nombrado en abril director general de Aeronáutica. Tenía la certeza de que se preparaba una sublevación contra la República en la que estaban comprometidos muchos generales, jefes y oficiales, de que la sublevación sería de gravedad, y de que era posible abortada adoptando de inmediato enérgicas medidas, entre las cuales, en la Aviación, la primordial consistía en poner las fuerzas aéreas en manos de militares leales al régimen. Con esta finalidad, nombró secretario técnico de la Dirección General de Aeronáutica y presidente del consejo de administración de las Líneas Aéreas Postales Españolas al capitán Núñez Maza, con el encargo muy concreto de conseguir que el personal de las líneas aéreas fuera leal.

Por otra parte, Núñez de Prado, Hidalgo de Cisneros y el comandante Luis Riaño, en la propia residencia del general, prepararon una lista con los cambios de mandos más necesarios, que en seguida fue presentada al ministro de la Guerra. Este consideró peligroso realizar los cambios propuestos, y Núñez de Prado, muy a su pesar, se vio obligado a hacer concesiones para que por lo menos fuera aprobada una parte de la propuesta. Obtenida la aprobación, empezó por cambiar los mandos de los dos aeródromos de Madrid (Cuatro Vientos y Getafe), y así destinó provisionalmente al de Getafe a Hidalgo de Cisneros, que se encargaría de desplazar a los mandos sospechosos; poco después el comandante simultanearía esta tarea con el cargo de ayudante de Casares Quiroga.

Cuando Casares, al asumir la presidencia del Gobierno (13 de mayo), pasó también a desempeñar la cartera de Guerra, Núñez de Prado e Hidalgo de Cisneros creyeron que obtendrían mayores facilidades para llevar a cabo su plan de cambiar cuanto antes los mandos sospechosos; no obstante, la actitud de Casares les decepcionó, y en vano le pidieron repetidamente que disolviera la escuela de vuelos de Alcalá de Henares, que en su opinión era uno de los principales centros para el alzamiento.

La Aviación, fiel a la República.

Hidalgo de Cisneros se enteró cierto día de que en el aeródromo de Alcalá había sido almacenada gran cantidad de armamento y de que en los aviones de la escuela se habían montado lanza-bombas, e inmediatamente puso sobre aviso a Núñez de Prado, el cual, considerando inútil cualquier gestión cerca de Casares Quiroga, sin consultarle, entregó al comandante una orden escrita para que se hiciera cargo de los aviones y del armamento. Posteriormente informaron al ministro y le pidieron una vez más que disolviera el grupo de Alcalá; en principio Casares aceptó, pero supeditado enteramente a la voluntad de Azaña, antes de dar una respuesta definitiva quiso consultarle: el presidente, sin conceder al asunto la menor importancia, negó su autorización.

Pese a ello, continuaron desplazando a los militares sospechosos, de suerte que lograron desbaratar gran parte de sus preparativos y que casi toda la aviación permaneciera fiel, a la República, conservando en su poder el 80% de los aviones. Para esta labor dispusieron de la ayuda de otros militares pertenecientes a la U.M.R.A. o simpatizantes con ella. En cuanto a Núñez Maza, a quien Núñez de Prado había además nombrado su enlace de confianza con el general Pozas, director general de la Guardia Civil, destituyó al gerente de la L.A.P.E., al jefe de pilotos y a otros y disolvió el Consejo de Administración, de modo que al iniciarse el movimiento sólo un aparato con su piloto se pasó a los rebeldes.

La Coruña, 1932.

Estas fueron las más importantes actuaciones desarrolladas en Madrid por los componentes de la U.M.R.A. con vistas a prevenir la sublevación que se avecinaba y hacerla fracasar antes de su estallido. Preparada sin ningún disimulo, los miembros de la U.M.R.A. poseyeron la lucidez suficiente para darse cuenta de que, a pesar de su mala preparación, no se trataría de una nueva «sanjurjada». Pero, desdichadamente, esta lucidez no caracterizó a los más elevados responsables de la dirección del Estado.

M. Teresa Suero Roca


Notas:

(1) El general Asensio. Su lealtad a la República, Barcelona. s. a. (1938), par. 88.

(2) La información referente a la actividad de Diaz-Tendero el 16 de julio procede de una persona muy próxima a un alto dirigente de la U.M.R.A. y relacionado con ésta.

(3) Sin duda se trata de un lapsus, ya que en aquellas fechas Varela se hallaba detenido en Cádiz a consecuencia del fallido complot de abril.