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Introducción a la historia de la Guerra Civil Española

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Biblioteca de la Guerra Civil. Editorial Folio

Carlismo y violencia en la II República.

1931-36: la organización del Requeté vasco-navarro

Por Manuel Ferrer Muñoz

Investigador del Centro de Estudios de Humanidades. Las Palmas

Las derechas mantuvieron en Navarra un lugar de preeminencia y contaron con la simpatía incondicional de la inmensa mayoría de las fuerzas sociales durante los años que "siguieron a la proclamación de la Segunda República. El tradicionalismo carlista se confirmó como opción mayoritaria después de recuperar la vitalidad perdida a causa de sus crisis internas -particularmente las escisiones integrista y mellista-: la dictadura de Primo de Rivera había señalado, en opinión de Blinkhorn (1), el punto más bajo desde los años centrales de la década iniciada en 1880.

Este predominio derechista causó serias preocupaciones al gobierno de Madrid, que se veía en aprietos para ejercitar el poder en una región en la que los republicanos se hallaban en una situación próxima a la discriminación. La inquietud de los gobernantes de la República no era infundada, porque tanto la Comunión Tradicionalista como Unión Navarra -ramificación de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) en suelo navarro- rechazaban la legitimidad de la forma de gobierno republicano y trabajaban para subvertirla.

Pero ni siquiera había sido preciso esperar al cambio de régimen para advertir la remozada combatividad de la Comunión, pues ya con ocasión de la huelga revolucionaria de diciembre de 1930 habían salido a la calle, en Pamplona, varias decenas de requetés a quienes mandaba Jaime del Burgo, para colaborar en el mantenimiento del orden público. Es incuestionable, sin embargo, que el relevo de régimen abría al carlismo unas perspectivas esperanzadoras. La derivación de la monarquía de Alfonso XIII hacia posiciones conservadoras había restado fuerzas a la Comunión, preterida ya en las consultas electorales previas a 1923 en beneficio de alternativas derechistas menos comprometedoras. Cada vez tenía menos sentido alzarse contra un régimen que había establecido excelentes relaciones con la jerarquía eclesiástica y que podía sintonizar sin demasiada dificultad con programas políticos de inspiración más o menos tradicionalista, pues poco quedaba de liberalismo a la Monarquía tal como salió del paréntesis dictatorial. Todo ello condenaba a un segundo plano la cuestión dinástica y, en consecuencia, enfriaba los ánimos de los militantes de la causa.

Pero la proclamación de la República supuso una honda crisis entre los partidarios de la monarquía alfonsina y, por tanto, abrió la posibilidad de que los monárquicos se reunificaran en torno a la bandera carlista. La atracción de simpatizantes para la Comunión pasaba por la radical oposición al sistema: de esta manera se confiaba en congregar alrededor de la causa carlista a cuantos identificaban la República con anticlericalismo y revolución social.

Esa fue la inspiración política de don Jaime casi desde el primer momento [sobre todo a raíz de los sucesos de mayo, que mortificaron la conciencia católica de muchos españoles (2).] Y éste iba a ser también el fracaso de la Comunión, que, a escala nacional, se reveló incapaz de ejercer la suficiente atracción entre las masas. Navarra, desde luego, era otra cosa. Y tendremos ocasión de comprobarlo.

Las llamadas a la violencia se intensificaron a raíz de los sucesos de mayo de 1931, que motivaron la organización de decurias en la capital navarra, con la misión inmediata de salvaguardar los edificios religiosos y custodiar los locales del Círculo Tradicionalista y de El Pensamiento Navarro. Estas decurias, carentes aún de carácter militar, fueron confiadas a la dirección de Generoso Huarte, que contó con el asesoramiento de Sanz de Lerín, un coronel retirado que se encargó de los ejercicios de instrucción. Desde el principio, las actividades de Sanz de Lerín despertaron las sospechas del Gobierno, como se evidencia en las comunicaciones entre el gobernador civil de Navarra, el subsecretario de gobernación y el propio ministro en enero y agosto de 1932 (3).

No pasaría mucho tiempo hasta que las autoridades de la Comunión decidieran impulsar desde arriba las actividades paramilitares: el 14 de junio se reunieron en Leiza delegados de Navarra, provincias vascongadas y Logroño, y acordaron constituir grupos armados para replicar a posibles violencias de las izquierdas. Era ésta la primera vez, después de muchos años de acomodación al statu quo, que se analizaba en serio la posibilidad de un alzamiento armado.

Esos preparativos militares no pasaron inadvertidos y alarmaron al Gobierno, que envió tropas al norte con la excusa de unas maniobras. Tomaron estado parlamentario a final de julio, cuando Mariano Ansó denunció la colaboración de alfonsinos y jaimistas:

Hay alguien que ha soñado nada menos que con que esa región [vasco-navarra] sea y represente la Covadonga de una restauración monárquica, en cualquiera de las dos ramas, porque las dos, en un nuevo y vergonzoso abrazo de Vergara, llegaron a un acuerdo tan pronto como se asomó en el horizonte la faz de la República. [...] Entre las fuerzas reaccionarias de Navarra cuento a los monárquicos vergonzantes, a los integristas, a los jaimistas y a los nacionalistas de derecha (4).

Las acusaciones de Ansó cobraron especial fuerza en el ambiente de violencias que se respiraba en Navarra -y también en Vizcaya y Guipúzcoa- durante los meses del verano de 1931.

En enero de 1932, con ocasión de un gigantesco mitin en el frontón Euskalduna de Bilbao, que reunió a unos diez mil carlistas, se produjeron gravísimos desórdenes que costaron la vida a tres socialistas. Fueron detenidos veintinueve requetés y al día siguiente hubo huelga general convocada por las izquierdas. Desde luego, esos trágicos enfrentamientos no constituían un acto aislado y volverían a repetirse con frecuencia en muchas poblaciones vasco-navarras y en el mismo Bilbao, al cabo de tres meses, con más de cuarenta detenciones.

Ya en la primavera de 1932, don Alfonso Carlos se estableció en Ascáin, un pequeño pueblo francés cercano a San Juan de Luz, para dirigir con más eficacia las actividades conspiratorias. Poco después tuvieron que disolverse las decurias: una delación puso en conocimiento del gobernador civil los pormenores de su funcionamiento, que aparecieron publicados en la prensa con todo lujo de detalles. Fueron procesadas diez personas -entre ellas, el propio Jaime del Burgo- que, al cabo de unos meses, resultaron absueltas. Según la acusación del fiscal, la Juventud Jaimista había constituido en Pamplona la titulada milicia carlista, distribuida en grupos de diez llamados decurias, a las que sin la correspondiente licencia, había provisto de pistolas y distintivos al efecto, ejercitándose en adiestrarse en el manejo de aquéllas y preparándose a servirse de todo ello en tiempo oportuno (5).

Después de la disolución de las decurias, para no atraer la atención en los entrenamientos militares, se procedió a inscribir a los requetés de Pamplona en AET (Agrupación Escolar Tradicionalista), una organización de estudiantes de la que Jaime del Burgo era presidente desde su fundación en diciembre de 1931: esa cobertura consentía disimular bajo la bandera de la Agrupación las excursiones militares. Con el tiempo, las concentraciones de requetés acabarían celebrándose abiertamente e incluso, algunos actos, con amplio despliegue propagandístico en la prensa tradicionalista, que reseñaba los ejercicios de instrucción o las entregas de uniformes.

A pesar de estos precedentes, el carlismo -conocedor de los preparativos que ultimaba Sanjurjo en el verano de 1932 para intentar derribar al Gobierno- no quiso secundar el pronunciamiento, en el que sí aparecieron implicados los monárquicos alfonsinos. Ciertamente, la presencia de Sanz de Lerín en una reunión que se celebró en los alrededores de Madrid el 8 de agosto fue interpretada por algunos como un respaldo de la Comunión Tradicionalista a aquella iniciativa: incluso llegó a hablarse de la movilización de seis mil boinas rojas. Pero la organización del Requeté se hallaba todavía en mantillas y seriamente afectada -en Navarra- por el desmantelamiento de las decurias pamplonesas, y una llamada a la acción en esas circunstancias hubiera sido prematura.

Varela organiza el Requeté

Uno de los procesados a raíz de lasanjurjada fue el coronel Varela, con quien establecieron contacto Rodezno y Fal Conde durante su encarcelamiento. En el curso de esas conversaciones acabó aceptando la dirección clandestina del Requeté nacional; y, enseguida, puso manos a la tarea: obra de Varela sería el Compendio de ordenanzas, reglamentos y obligaciones del boina roja, que representaba el primer intento serio de sistematización de las milicias carlistas (6).

En 1933, las desaparecidas decurias cedieron paso a las patrullas, que equivalían a las escuadras del ejército y respondían a los nuevos planteamientos tácticos de Varela. Hubo también algunos cambios en las jefaturas regionales, como el relevo de Generoso Huarte por Ignacio Baleztena. Poco antes de que terminara el año, la Junta delegada de la Comunión Tradicionalista convocó a una reunión secreta en Vergara, en la que se acordó la reanudación de la actividad conspiratoria, lógicamente aplazada desde el otoño de 1932. A principios de 1934, cuando ya el Requeté extendía su acción a los pueblos más apartados de Navarra, se fundó el semanario AET, que, hasta su cierre a comienzos de junio, sirvió de eficaz instrumento de propaganda y de expansión a los jóvenes carlistas, que se consideraban abanderados de la lucha contra la revolución y toleraban mal la parsimonia de la vieja dirección de la Comunión (7). El 18 de febrero dos mil boinas rojas de la región vasco-navarra respondieron a la llamada dirigida por la Juventud Tradicionalista de Guipúzcoa; en los meses sucesivos serían frecuentes, como veremos, estos alardes de fuerza.

El 5 de marzo de ese año El Siglo Futuro recogía unas declaraciones de Rodezno, que todavía presidía la Junta delegada de la Comunión. El líder carlista, habitualmente tan moderado, quizá cediendo a la presión de las bases, que reclamaban mayor energía, expresaba su apoyo alas organizaciones de choque de la Comunión Tradicionalista dispuestas a defender a la sociedad contra la amenaza marxista (8).

En consonancia con esta apertura a actitudes violentas se sitúa el viaje a Roma que en ese mismo mes realizaron algunos dirigentes alfonsinos y carlistas (9): el teniente general Emilio Barrera (que acudía en su propio nombre), Rafael Olazábal y Antonio Lizarza (en representación de la Comunión Tradicionalista), y Antonio Goicoechea (como jefe de Renovación Española). Entre los acuerdos convenidos estaba la entrega de dinero y armas y el viaje a Italia de cierto número de muchachos para instruirse en el manejo de armas. Antes de que terminara el año partieron a Italia las primeras expediciones de jóvenes que se disponían a prepararse en el manejo de armas.

No era la primera vez que carlistas y alfonsinos conspiraban juntos: en el verano de 1931, los primeros habían tratado con el general alfonsino Orgaz la posibilidad de llevar a cabo una acción común, aunque en último término los requetés navarros se negaran a secundar un pronunciamiento alfonsino (10). Con el tiempo se agudizarían las discrepancias entre las bases de la Comunión y la cúpula nacional, sobre todo desde que Rodezno -sucesor de Villores en mayo de 1932- impusiera una línea política tendente a un acercamiento de posiciones a los alfonsinos, con vistas a facilitar condiciones que justificaran la incorporación de los carlistas a un hipotético levantamiento contrarrevolucionario que pudiera estar protagonizado por el otro sector monárquico. El fracaso de la orientación pretendida por Rodezno, poco grata al mismo don Alfonso Carlos, que desde octubre de 1931 había sucedido a don Jaime en la jefatura de la Comunión, explica la sustitución de Domínguez Arévalo por Fal Conde en mayo de 1934.

Un mes después de la firma del acuerdo con los fascistas italianos se creó un Frente Nacional de Boinas Rojas que, según Blinkhorn, representaba la aspiración (sentida por vez primera) a configurar el Requeté como una organización de ámbito suprarregional. El Frente, integrado por las asociaciones juveniles y los requetés, nacía con pretensiones unificadoras y pretendía dotar de mayor eficacia a la acción contrarrevolucionaria. La necesidad de coordinar cada vez mejor la actividad de las Juventudes y del Requeté, recordada en noviembre de 1934 por el órgano oficial de la Comunión, fue subrayada de nuevo en la conferencia nacional de Juventudes Tradicionalistas que se celebró a fines de junio de 1935.

En mayo de 1934 se avanzaba un paso más en la articulación de los requetés, y las patrullas pasaban a encuadrarse en grupos, similares a los pelotones militares. Pero el acontecimiento decisivo de este mes fue el nombramiento de Manuel Fal Conde como secretario regio general: con el relevo del conde de Rodezno y la supresión de la Junta Suprema nacional tradicionalista se cerraba un período y empezaba una nueva etapa, que estaría decisivamente marcada por la profunda reorganización emprendida por el ex integrista Fal Conde.

Una de las primeras decisiones del secretario general fue la creación de la Delegación Nacional de Requetés. Al frente de este organismo fue puesto José Luis Zamanillo, diputado en Cortes por Santander, que acometió la urgente tarea de extender las milicias tradicionalistas y dotarlas de mayor eficacia. En fechas muy próximas al nombramiento de Zamanillo, el Boletín de Orientación Tradicionalista se refería al avanzado estado de la nueva organización de requetés y expresaba la convicción de que acabarían por formar un todo orgánico que, sin perjuicio de las particularidades exigidas por la diversidad regional, respondiera a una sola forma nacional (11).

De la vitalidad de las milicias vasco-navarras dieron muestra las masivas reuniones de Orduña, Urqulola y Zumárraga, en los meses de junio y julio. Por lo que se refiere a Navarra, después de la designación de Fal como secretario general se confirmó como jefe de Requetés a Antonio Lizarza, que, desde fines de 1933, se ocupaba del encuadramiento de las boinas rojas. Unos meses después, en septiembre de 1934, volvió a ratificársele la confianza con el nombramiento de delegado regional de los Requetés de Navarra.

Organización militar del Requeté

Para entonces, el Requeté había adquirido su estructura definitiva: la unidad superior era el tercio, equivalente a un batallón y constituido por tres requetés que, a su vez, se correspondían con las compañías del ejército; cada requeté estaba compuesto por tres piquetes (equiparables a las secciones), y éstos, de setenta hombres cada uno, constaban de tres grupos (iguales que los pelotones del ejército). Los grupos encuadraban a veinte boinas rojas y estaban formados por tres patrullas. Finalmente, la patrulla coincidía con las escuadras del ejército y estaba integrada por cinco soldados mandados por un cabo o jefe de patrulla.

Durante los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, que costaron la vida al diputado tradicionalista por Guipúzcoa Marcelino Oreja, asesinado en Mondragón, los requetés de Vizcaya y Guipúzcoa se pusieron al servicio de las autoridades y ayudaron al restablecimiento del orden.

En los meses que siguieron a octubre Lizarza desarrolló una intensa actividad a través de continuos viajes por toda la geografía de Navarra que le permitieron captar nuevos jefes locales e incrementar sensiblemente las filas del Requeté: quedó así terminada una completísima trama en la que quedaban incorporadas las poblaciones más importantes de la provincia.

Los resultados conseguidos en el viejo Reino eran expuestos a Zamanillo en una carta fechada el 21 de marzo de 1935: el número de patrullas y de boinas rojas disponibles revelaba una organización eficacísima, aunque susceptible de mejora en las merindades de Olite y Tudela: el total de patrullas era de 899, con 5.394 boinas rojas, a los que habían de agregarse otros 300 de Pamplona-ciudad que todavía no estaban encuadrados en grupos. El desglose por merindades era el siguiente: Aoiz-Sangüesa, 247 patrullas y 1.482 boinas rojas; Estella, 186 y 1.116; Pamplona (incluida la capital), 215 y 1.290; Olite-Tafalla, 125 y 750, y Tudela, 126 y 756.

La carta valoraba muy positivamente el acto de homenaje a Zumalacárregui que se había celebrado recientemente en Estella, y destacaba la participación de más de tres mil requetés que desfilaron en la explanada del santuario del Puy. También ponderaba la importancia de las fuerzas del Requeté en la capital de la provincia: dieciocho grupos de tres patrullas, además de los trescientos boinas rojas todavía pendientes de encuadramiento (12).

Las mejoras alcanzadas en el reclutamiento y racionalización militar de los requetés exigían dotar a los nuevos cuadros de un armamento adecuado. Antonio Lizarza, siempre activo, emprendió largos viajes -a París, Bruselas y Hamburgo- para adquirir armas. Un cargamento fletado en Bélgica por mediación de José Luis Oriol fue retenido en el mismo puerto de embarque, y la mayoría de las armas que componían la partida fueron decomisadas. La frontera francesa fue testigo del paso de muchas de las armas compradas en el extranjero; otras se consiguieron en la fábrica de Eibar mediante una hábil estratagema. Para atender los cuantiosos gastos que ocasionaban todas estas compras no bastaban los fondos de la Comunión Tradicionalista, bastante escasos, ni la ayuda concedida por Mussolini: se hubo de recurrir a donaciones efectuadas por personas acomodadas de la Comunión, como los navarros Joaquín Baleztena y Miguel María Zozaya.

Todavía en 1935 se vio la conveniencia de buscar un sustituto a Varela que dispusiera de mayor facilidad de movimientos de la que gozaba éste, recién ascendido a general. La persona a la que se confió ese cometido fue el teniente coronel Ricardo Rada, que, hasta poco antes, había militado en Falange Española.

Si en el plano nacional eran constantes las iniciativas tendentes a agilizar y articular orgánicamente las unidades del Requeté, Navarra no se quedaba a la zaga. Por sugerencia de Lizarza se había trasladado a Pamplona el comandante Luis Villanova, que puso en marcha los tres primeros piquetes de la capital navarra (aunque sólo dos de ellos, los confiados a Mario Ozcoidi y a Del Burgo, fueran operativos). Del Burgo nos ha transmitido el relato de unas maniobras que se desarrollaron en Marcaláin bajo la inspección de Villanova que bien pudieron haber terminado con un enfrentamiento armado con las fuerzas del orden (13). Incluso se logró la constitución del primer Requeté de Pamplona, bajo el mando de Silvano Cervantes. No se descuidaban tampoco la propaganda ni los mítines multitudinarios: así, el 10 de noviembre se concentraron en Villava unos ocho mil carlistas.

Los ejercicios de instrucción y las enseñanzas teóricas impartidas en el Círculo Carlista de Pamplona, complementadas con maniobras en el campo, alcanzaron por entonces su máxima efectividad. Una parte de los locales del Círculo había sido acondicionada para uso del Requeté y funcionaba como un auténtico cuartel, donde se trasmitían órdenes y se recibían novedades: allí se hallaban instalados un cuerpo de guardia y las oficinas de la Jefatura del Requeté. La dirección de la Academia de Requetés, que se estableció también en ese Círculo, fue encomendada al teniente coronel Alejandro Utrilla, que a principios de 1936 se había incorporado a Pamplona como inspector jefe militar de los requetés navarros, después de haber ejercido el cargo de jefe de requetés de Andalucía oriental.

El Requeté en el País Vasco

Los carlistas alaveses intensificaron sus actividades de rebeldía desde finales de 1935 y prosiguieron sus entrenamientos en las zonas montañosas de la provincia. Ya en agosto de ese año la policía había incautado un paquete con uniformes militares que, desde Madrid, fue enviado al secretario de José Luis Oriol, diputado de la Comunión por Alava. Sin embargo, el registro practicado en los locales de la sociedad tradicionalista Hermandad Alavesa no arrojó ningún resultado positivo (14).

Desde febrero de 1936 se incrementaron las acciones violentas del Requeté alavés, en colaboración con Falange Española -a través de su jefe provincial, Ramón Castaños-, y se establecieron contactos con los coroneles Fernández-lchaso y Camilo Alonso Vega (jefe de la conspiración militar en la provincia) y con el comandante Brena, que dirigía los núcleos activistas de Renovación Española y de Falange. Al parecer, y como consecuencia de esos trabajos conjuntos, a primeros de abril se habían recaudado 120.000 pesetas para la compra de armas (15). Los máximos responsables de las milicias alavesas de la Comunión eran Luis Rabanera (coronel de Infantería y jefe provincial del Requeté) y Antonio Oriol.

A principios de 1936 un comandante de Artillería retirado, Alejandro Velarde, fue designado por Zamanillo para la Jefatura del Requeté de Vizcaya, con instrucciones para ultimar los detalles de la sublevación con Antonio Luisa (que ejercía la dirección política de los requetés), Rafael Olazábal (hijo) y José Luis Zuazola. Pudo así disponerse de cinco piquetes en Bilbao, aunque uno de ellos era reserva. Pero persistían las dificultades para dotar de armamento a las unidades del Requeté por la lejanía de la frontera, que hacía sumamente complejo el transporte. Este inconveniente fue obviado, al menos en parte, gracias a un afiliado de la Comunión, fabricante de armas en Ermua.

El delegado regional de Juventudes de Vizcaya era entonces Pedro M. Gaviria, a quien Arrarás -posiblemente con exageración- atribuye la puesta en funcionamiento de 72 centros tradicionalistas y el reclutamiento de más de tres mil requetés (16). El 22 de marzo celebraron en Durango su segunda asamblea las juventudes vizcaínas, mientras en la vecina Guipúzcoa era ya un secreto a voces que los jóvenes tradicionalistas recibían un adiestramiento militar: a lo largo de 1935 habían sido organizadas cuatro unidades del Requeté (en San Sebastián, Tolosa, Azpeitia y Oñate), sometidas a la inspección de Ignacio Sabater, conde de Valcabra y comandante de Infantería retirado.

La jornada electoral del 16 de febrero de 1936 fue testigo de un espectacular despliegue del Requeté de Pamplona, que ocupó militarmente los puntos clave de la ciudad para prevenir una hipotética movilización de las izquierdas. Conocidos los resultados de las elecciones, la Delegación Nacional de Requetés transmitió unas instrucciones adelantándose a posibles medidas gubernativas que pudieran implicar el cierre de círculos y centros carlistas; señalaban también las pautas de acción para el caso de provocaciones violentas.

La conspiración

Poco antes, y con objeto de facilitar la coordinación de los trabajos, se había constituido, cerca de San Juan de Luz -en una villa de la vizcondesa de Gironde-, la Junta Suprema Militar carlista, también conocida como Junta de conspiración. Sus miembros más importantes eran el príncipe don Javier, Fal Conde, Muslera, Zamanillo, Olazábal y Lamamié de Clairac. Además formaban parte de ella los inspectores regionales del Requeté y varios militares -el ya citado general Muslera y los tenientes coroneles Rada y Baselga, entre otros-. No faltaba la representación vascongada en las personas de José Luis Zuazola (presidente de la Junta provincial carlista de Guipúzcoa), Fausto Gaiztarro (arquitecto donostiarra) y Oriol.

También en marzo, el príncipe don Javier -a quien don Alfonso Carlos había designado regente de la Comisión- aprobaba un proyecto para una sublevación militar, justificada por el estado de hondísima perturbación en que vive España (17). En el mes de abril, un miembro de la Junta -Fausto Gaiztarro-convocó a grupos de derechas (Renovación Española, Falange Española, CEDA) y a nacionalistas vascos a una reunión en la que se trató de un posible levantamiento armado, ante la eventualidad de una intentona revolucionaria de los comunistas.

El PNV, a pesar del distanciamiento entre sus posiciones políticas de los últimos años y las sostenidas por aquellos partidos, participó también en las reuniones sucesivas, en las que estuvo representado por Monzón. Sierra Bustamante, que fue testigo de varias entrevistas, asegura que preguntado [Monzón] si llegarían a colaborar incluso en el caso de que se implantara una dictadura militar, manifestó, aunque con distingos y vacilaciones, que aun llegado ese caso, y llega a afirmar que se hizo una reducida entrega de dinero y de armas al PNV. Posteriores reuniones pusieron de manifiesto la mutua desconfianza entre PNV y demás partidos, y los nacionalistas acabaron por dar marcha atrás porque -según sostiene Sierra Bustamente- participaban de la certeza de Prieto de que el alzamiento militar fracasaría (17). Iturralde da otra explicación de la definitiva ruptura: Agustín Tellería informó en una de esas reuniones de que tenía noticias sobre los preparativos de un levantamiento del ejército en contra del gobierno, con un general prestigioso al frente. Ante el anuncio de aquella subversión radical, tan condenable como la que temía por el lado de las izquierdas, el representante nacionalista hizo constar su disconformidad absoluta (18).

Antes de que concluyera el mes de marzo, el entierro en Pamplona de un falangista asesinado en Mendavia se convirtió en una demostración de fuerza del Requeté, que expresó su solidaridad con Falange mediante el envío de un piquete uniformado. Desatendidas las órdenes de la Guardia de Asalto, que conminó a su disolución, hubo serios enfrentamientos y se practicaron detenciones: veintitrés miembros del Requeté y uno de Falange. La Sociedad Tradicionalista fue clausurada y no volvería a abrir sus puertas hasta el 9 de abril.

Por entonces abandonó su domicilio en Madrid el teniente coronel Rada, para quien la capital no ofrecía suficientes garantías de seguridad y suponía, además, molestas limitaciones para su libertad de acción.

Provisionalmente se trasladó a Pamplona y, luego, a San Sebastián. Finalmente, fijó su residencia en San Juan de Luz, donde se ultimaban los preparativos para un levantamiento contra la República.

El arsenal introducido en Navarra clandestinamente se vio completado en estos meses por bombas de mano de elaboración casera, que procedían de dos pequeñas fábricas, en Caparroso y Mañeru, puestas en funcionamiento por una comisión a la que se había encomendado la tarea de organizar la producción de material bélico.

El 9 de junio recogía la prensa la detención de Agustín Tenería, jefe del Requeté guipuzcoano, que ya había intervenido en una audaz operación que permitió desviar una importante cantidad de armas de Eibar hacia los almacenes carlistas. En esta ocasión se vio implicado en las investigaciones policiales sobre el descubrimiento de uniformes de la Guardia Civil que iban a ser utilizados como camuflaje para falangistas y requetés en la sublevación aprobada por don Javier en el mes de marzo; para sustituirlo fue nombrado Eduardo Bustinduy, aunque en la práctica eran Muslera y Baselga quienes desde San Juan de Luz se ocupaban de la dirección de las milicias. Otra circunstancia adversa, poco antes de la sublevación de julio, fue el hallazgo de un depósito de armas y de uniformes de requetés en casa de un conocido carlista.

Tan hondo era el convencimiento de la inminencia de la insurrección que algunas mujeres tradicionalistas de Zarauz empezaron a ejercitarse en prácticas de enfermería en la Casa de Misericordia, pues decían que venía la guerra (19).

En 1936 culminaban los esfuerzos de los dirigentes navarros del Requeté, que en un año habían conseguido incrementar sensiblemente los efectivos de la milicia carlista. Ya en vísperas de la insurrección del 18 de julio se había llegado a los 8.400 boinas rojas, perfectamente encuadrados y dispuestos a la movilización inmediata (20).

La información recogida por las autoridades tradicionalistas a finales de febrero de 1936 nos permite conocer cuáles eran aproximadamente las fuerzas del Requeté y el peso de las Juventudes a principios del año (21): una cifra, sin duda, bastante inferior a la correspondiente a julio -como puede comprobarse en el caso de Navarra-, pero útil como aproximación y para comparar la extensión de las milicias y de las Juventudes tradicionalistas en cada una de las provincias de la región vasco-navarra.

Estos datos han sido tomados de González Calleja, E., La radicalización de la derecha, pp. 941-942.

NOTAS

  1. Cfr. Blinkhorn, M., ldeology and schism in Spanish Traditionalism. 1876-1931", en Iberian Studies, 1, n 1, primavera 1972, pp. 16-24. También Bard enfatiza el hecho de que durante la dictadura los carlistas permanecieron fuera de la arena política (cfr. Bard, R., Navarra: The Durable Kingdom, Reno, Nevada, University of Nevada Press, 1982, p. 203).

  2. En unas declaraciones a la prensa que recogió Diario de Navarra (29-VII-1931) lamentaba la crisis moral y política que vivía España, empeñada inúltilmente en buscar el remedio para sus males en la izquierda, y pronosticaba el fracaso de quienes intentaban establecer una República que no fuera exclusivo coto de las izquierdas:: La República conservadora y católica, que tiene su exponente en el señor Alcalá Zamora, será arrastrada por sus comprometedores y molestos aliados, los que han incendiado conventos e iglesias y llevado el espanto de sus violencias a las masas.

  3. Archivo Histórico Nacional, Gobernación, Serie A, leg. 18, expte. 12. Cfr. también Burgo Torres, J. del ,Conspiración y guerra civil, Madrid, Alfaguara, 1970, p. 510, y Redondo, L., y Zavala, J. de, El requeté (La tradición no muere), Barcelona, Ed. AHR, 1957, p. 235.

  4. Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes 30-VII-1931 (n. 12). No deja de tener interés la inclusión de los nacionalistas de derechas (el PNV) entre esas fuerzas reaccionarias capaces de concertar su acción en contra del régimen: las entrevistas sostenidas entre Aguirre y el general Orgaz en agosto de ese año confirmaron lo fundado de ese juicio.

  5. Cfr. Burgo Torres, J. del,Conspiración, pp. 511-512;Democracia, 1-VI-1932; La Prensa (San Sebastián), 31-V-1932, y El Pensamiento Navarro, 14-1-1933.

  6. Cfr. Blinkhorn, M., Carlismo y contarrevolución en España, Barcelona, Crítica, 1979, p. 145; Pemán y Pemartín, J. M., Un soldado en la historia. Vida del capitán general Varela, Madrid, Escelicer, 1954, pp. 131-132, y Burgo Torres, J. del, Conspiración, p. 526. La organización y terminología concebidas por Varela se mantendrían inalterables hasta marzo de 1936: los cambios que entonces se introdujeron por disposición de Zamanilo suponían la adopción de denominaciones características de la infantería española, y muy posiblemente estuvieron relacionados con las conversaciones entabladas en aquellas fe-chas con sectores del ejército con vistas a una insurrección antirrepublicana: cfr. Comunión Tradicionalista, Ordenanzas y reglamentos del Requeté, Madrid, Delegación Nacional del Requeté, 1936, pp. 3-4.

  7. Esa radicalización de las Juventudes Carlistas puede ser contemplada como consecuencia del proceso de fascistización que, según algunos autores, se estaba operando en el seno del tradicionalismo desde fines de 1933. Sin embargo, como observa González Calleja, en realidad afectaba más a la forma y organización del movimiento, con un liderazgo cada vez más centralizado, y a su talante violentamente contrarrevolucionario que a sus verdaderos postulados ideológicos. [Gonzalez Calle-ja, E., La radicalización de la derecha española durante la Segunda República (1931-1936). Violencia política, paramilitarización y facístización en la crisis española de los años treinta, te-sis doctoral inédita, Universidad Complutense, Facultad de Geografía e Historia, 1989, p. 151]. Véase también Blinkhorn, M., Carlismo, pp. 238-241.

  8. El Siglo Futuro, 5-111-1934.

  9. Cfr. Lizarza Iribarren, A., Memorias de la conspiración, 1931-1936, Pamplona, Ed. Gómez, 1969, pp. 34-41; Coverda le, J F.,La intervención fascista en la Guerra Civil española, Madrid Alianza Editorial, 1979, pp. 61-64; Saz Campos, 1., «De la conspiración a la intervención. Mussolini y el Alzamiento Nacional», en Cuadernos de Trabajo de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, XV (1981). pp. 329-330, cit. en Saz Campos, 1., «Antecedentes y primera ayuda material de la Italia fascista a los sublevados en España en julio de 1936», en VV.AA., Italia y la guerra civil española, Simposio celebrado en la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma, Madrid, Centro de Estudios Históricos, CSIC, 1986, p. 157, nota 7; Prieto, 1., Convulsiones de España. Pequeños detalles de gran-des sucesos, 3 tomos, México, Oasis, 1967, t. 111, p. 145; Payne, S. G„Politics and theMílitary in Modern Spain, Stanford University Press, 1967, p. 295; Robinson, R., «La República y los partidos de la derecha», en Estudios sobre la República y la Guerra Civil española, edit. por R. Carr, Barcelona, 1974, p. 85; Cierva y de las Hoces, R. de la, Historia de la Guerra Civil española, Madrid, San Martín, 1969, pp. 738-739, y Arrarás, J., Historia de la Segunda República Española, 4 tomos, Madrid, Editora Nacional, 1964-1968, t. II, p. 353.

  10. Cfr. Payne, S. G.,Politics, p. 280, y Ejército y sociedad en la España liberal (1888-1936), Madrid, Akal, 1977, p. 395. Las actuaciones preparatorias de un alzamiento militar por par-te de los grupos monárquicos aparecen analizadas en Gil Robles, J. M., No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968, pp. 709-716. Las actividades de Orgaz fueron conocidas por el Gobierno, como se desprende de las anotaciones del diario de Azaña correspondientes al 6 de julio (cfr. Azaña, M., Memorias políticas y de guerra, 3 tomos, Madrid, Afrodisio Aguado, S. A. 1976-1978, t. 1, p. 32).

  11. Cfr. Boletín de Orientación Tradicionalista, 16-IX-1934.

  12. Cfr. Lizarza Iribarren, A., Memorias de la conspiración, pp. 55-59.

  13. Cfr. Burgo Torres, J. del, Cien años después. Recuerdos del Alzamiento Nacional, Pamplona, Siempre, 1952, pp. 29-34.

  14. Cfr. Pablo Contreras, S. de, «E PNV alavés en julio de 1936, en HISTORIA 16, núm. 166 (febrero 1990), p. 28.

  15. Cfr. El Pensamiento Alavés, 19-V-1936, donde se informa de la causa que en relación con este asunto se instruyó a Castaños, y Payne, S. G., Falange. Historia del fascismo español, Madrid, Sarpe, 1985, p. 124. En el mes de febrero, el gobernador civil de la provincia avisó al ministro de la Gobernación de que se preparaba un movimiento de derechas de carácter militar y de que uno de sus focos iba a ser Vitoria (Archivo Histórico Nacional, Gobernación, Serie A, leg. 60, expte. 22).

  16. Cfr. Blinkhorn, M., Carlismo, p. 310, y Arrarás, J., Historia de la Cruzada Española, Alzamiento, Madrid, Datafilms, 1984, vol. V, p. 517.

  17. Archivo Melchor Ferrer. Cfr. Robinson, R., Los orígenes de la España de Franco. Derecha, República y Revolución, 1931-1936, Barcelona, Grijalbo, 1974, pp. 482-483; Aróstegui Sánchez, J, «El carlismo, la conspiración y la insurrección antirrepublicana de 1936», enArbor, 491-492 (noviembre-diciembre de 1986), p. 37, y Redondo, L., y Zavala, J. de, El Requeté, pp. 345-348.

  18. Cfr. Sierra Bustamante, R., Euzkadi. De Sabino Arana a José Antonio Aguirre. Notas para la Historia del nacionalismo vasco, Madrid, Editora Nacional, 1941, pp. 155-157.

  19. Cfr. Iturralde, J. de, La guerra de Franco, los vascos y la Iglesia, 2 tomos, San Sebastián, Gráficas Izarra, 1978, t. 1, pp. 339-340. Algunas referencias a estas entrevistas aparecen también en Gil Robles, J. M., No fue posible..., pp. 728-729, y Rodríguez Aisa, M. L., El cardenal Gomá y la guerra de España. Aspectos de la gestión pública del Primado, 1936-1939, Madrid, CSIC, 1981, p. 231.

  20. Cfr. Iturralde, J. de, El pueblo vasco frente a la cruza-da franquista, Toulouse, Egi-Indarra, 1966, p. 95.

  21. Cfr. Payne, S. G., Politics, pp. 322-323 y 334, y Lizarza Iribarren, A., Memorias de la conspiración, pp. 102-103. No cabe duda, a la vista de estos números de que García Venero se quedó muy corto cuando cifraba en unos seis mil el total de fuerzas del Requeté en España en febrero de 1936 [cfr. García Venero, M., Historia de la Unificación (Falange y Requeté en 1937), Madrid, Agesa, 1970, p. 149, y Blinkhorn, M., Carlismo, p. 313].