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T04 ESTAMPAS DEL HORROR EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Salga de esta página si es usted impresionable. No se habrá perdido nada, solo brutalidad y horror. Pero si quiere ver hasta que límite puede llegar una guerra, y aunque sólo sea lo que los fotógrafos capturaron (un mínimo del horror que ciertamente ocurrió) ésta es la página.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Es un ser humano. Son los restos de un piloto republicano descuartizado (1) y que fueron lanzados en un paracaídas y dentro de un cajón sobre el frente de Madrid. Sobran comentarios, pues poco más más sabemos. Parece que a principios de noviembre de 1936, un piloto ruso abatido cayó en paracaídas sobre Madrid, muy mal herido. Paisanos republicanos lo confundieron con un alemán y lo maltrataron hasta que lo llevaron al Estado Mayor, donde alarmados por su estado lo enviaron al hospital. Ipso facto, Miaja lanzó una orden general para que todos los pilotos derribados, sin preguntarles su nacionalidad o bando fueran inmediatamente enviados a la instalación más cercana de las Fuerzas Aéreas. Una semana después aproximadamente, fue derribado en zona rebelde el piloto republicano José Cazorla. Ese mismo día un avión rebelde lanzo en paracaídas un cajón con una etiqueta de Valladolid. Cuando, con todas las precauciones, las fuerzas de orden público madrileñas se dispusieron a abrir el cajón, comprobaron horrorizadas el contenido. El que vemos en imagen, los restos del piloto republicano descuartizado. Ignoramos si el piloto llegó al suelo muerto o qué otra cosa. Pero esta fue la respuesta de "Los caballeros del aire" a la humanitaria disposición de Miaja.

Caballeros del aire, como el que vemos aquí en esta portada de la revista republicana Ahora del 2 de noviembre de 1936, por las mismas fechas.

(1) El piloto voluntario ruso Gavril Mijáilovich Prokófiev, relata en el libro "Bajo la bandera de la República Española" que el cadáver descuartizado arrojado en un cajón de mercancías pertenecía al piloto voluntario serbio apellidado Kovalesvki que había sido derribado en territorio rebelde el días anterior. Este piloto costa sin embargo en nuestros archivos como Anton Kovalesvki voluntario ruso y a la sazón jefe La Escuadrilla de «Chatos».

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Original: AGA - Archivo Rojo

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El siniestro cajón tal y como lo fotografió alguno de los fotógrafos de Hermanos Mayo. Suponemos que la etiqueta, donde pone algo de Marceliano Ballesteros es irrelevante.

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Este pobre soldado republicano ha sido brutalmente herido por una explosión, donde ha perdido un brazo y sabe quién qué mas. Aún conserva cierta conciencia mientras su compañero le toca mientras se espera el socorro, el drama ocurrió en el frente de Cataluña a mediados de 1938.

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Piloto republicano abatido sobre Vinaroz el 15 de abril de 1938 y fotografiado por Deschamps.

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Efectos del bombardeo en Gijón sobre el Cuartel de la Guardia de Asalto, sito en el Instituto Jovellanos. Tomada por Constantino Suarez.

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Delante de la Casa de Velazquez, los restos de un soldado republicano, ha tiempo abandonados, son fotografiados por Deschamps unos días después de terminada la guerra.

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Momias de religiosas expuestas al público en Barcelona en el verano revolucionario de 1936. Ignoramos por qué la CNT no acabó inmediatamente con estos desmanes.

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Cadáveres de republicanos fusilados en Badajoz se alinean en el cementerio de esta población. Los cuerpos fueron rociados con gasolina y quemados ante la imposibilidad de enterrar tantos cuerpos.

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Los mismos cuerpos, ya quemados.

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Niños muertos en Madrid tras el bombardeo rebelde el 30 de octubre de 1936. Unos peligrosos combatientes que no vivían en el barrio de Salamanca, que es el único que respetaba Franco. Esta excepción deja al descubierto, con toda su crudeza, la verdadera naturaleza de esta violencia. Franco castigaba al pueblo de Madrid, ciudad que nunca le gusto, y donde siempre se encontró a disgusto, no siendo más que un militar provinciano, ávido de recompensas y ascensos, que creía estar armado de la ira flamígera de Díos, y que como todos saben por las guerras que hemos visto, Díos le tiene una manía imperecedera a los niños, como aquí se ve.

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Adolescente, muerto sobre la piedrona del Deposito de cadáveres. Madrid, invierno de 1936.

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La victima está recibiendo anestesia, mientras el cirujano se dispone a salvar lo que se pueda de estas juveniles piernas. Qué debil nuestra carne, la que nos sustenta toda la vida, no fue hecha para soportar los bombardeos de militares rebeldes. En puridad, que si como dijo Azaña, la República no valía lo que un cuadro del Prado, la rebelión no valía las piernas de este joven.

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El anciano ha sobrevivido al bombardeo, pero su mirada refleja pocas ganas de vivir. La imagen del Archivo Rojo custodiado por el AGA, fue en su día el archivo de los desmanes franquistas, y con este fin se creó y se mantuvo. Sea aquí de nuevo instrumento de esa necesidad, la necesidad de mostrar la barbarie de unos servidores del Estado, militares, que se levantaron en armas contra su gobierno y contra su pueblo, dispuestos a matar a su padre (Mola, dixit).

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Parecen dormir, pero están muertos. Jóvenes, niños, bebés, mujeres y ancianos. Faltan los madrileños en edad de combatir. Pero esos morían en las trincheras.

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Otra vista de la sala macabra, la cosecha roja, como decía Hammet, de un día de invierno del año 1936 en la ciudad de Madrid. Ellos vivían en paz, tenían, seguramente, ilusiones y esperanzas en un mundo mejor, más justo y más igualatorio. Para que no lo tuvieran, los encargados de la paz, se volvieron locos, sedientos de poder y de sangre, y como Morlochs desatados, ayudados por diablos de negros y vistosos uniformes, y por fantoches latinos de colorines, abrasaron la capital, el rompeolas antifascista.

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Personal sanitario recoge restos humanos tras un bombardeo en el invierno de 1936 en el Madrid sitiado. A destacar la juventud y la expresión de estos servidores del Estado, firmes en sus puestos. Desolados, pero firmes.

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Soldados, todavía con las insignias del antiguo reglamentos yacen en el suelo del Deposito de cadáveres.

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Adultos, víctimas de los bombardeos franquistas sobre la ciudad de Madrid en el invierno de 1936. Al observar este escenario desolado, de estancias ensangrentadas entendemos que los servicios funerarios estaban sobrepasados, un día tras otro, mientras duró el largo y cruel sitio de Madrid. Anticipo de otros muchos que vendrían después: Guernica, Barcelona, Valencia, Ámsterdam, Leningrado, Sebastopol, Stalingrado, Dresde, etc..., etc...