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Xavier Lacosta

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¿No había que pasar página?

¿No había que pasar página? ¿No había que evitar reabrir viejas heridas? Pues no: a despecho de las recomendaciones hechas una y otra vez sobre la memoria histórica por la derecha hispana, el Papa canonizó a cinco centenares de curas y monjas víctimas del ‘terror rojo’. Se ve que en el  Vaticano desconocen ‘El evangelio de la transición según San Mariano Rajoy’, resumible en el único mandamiento de ‘no recordarás jamás a tus muertos porque hay que pasar página para no reabrir  viejas heridas’. Caso contrario no se comprenden las eternas críticas derechistas de que no hay que recordar, que hay que olvidar a las víctimas causadas por el franquismo, pero en cambio sí hay que recordar a las víctimas de la República: Paracuellos, curas y monjas, cuartel de La Montaña, base naval de Maó, Alcázar de Toledo, paseos, sacas y checas, etc.

Ah, y también hay que recordar y homenajear a las víctimas de la ETA, del 11M, de las torres gemelas neoyorquinas, a las del Holocausto, a las de Hiroshima y Nagasaki, del genocidio en Rwanda, a las del gulag soviético, etc. pero ¿a las de la dictadura de Franco en España? No, a ésas no, nunca, jamás, hay que oponerse a ello, eran otros tiempos, pasemos página, hay que asumirlo, se lo merecían incluso, etc.

Digámoslo de una vez fuerte y claro: la Iglesia española de 1936 / 1939 no fue un bando inocente, ni neutral ni no beligerante, sino todo lo contrario. Desde mucho antes de la guerra dio su opinión desde el púlpito, desde la trona, sobre cuál era  su posición, qué le parecían los sindicatos y partidos y las democracias y el liberalismo en general. Al estallar el conflicto se puso impertérritamente del lado de quienes habían sido sus socios naturales desde Atapuerca. De forma irresponsable bendijo la superstición mortal de los ‘detente bala ante el Sagrado Corazón de Jesús’ lo que les costó la vida a centenares, miles de adolescentes de 17 años, muertos no por la libertad sino en pro de la dictadura. Al alzamiento se unieron los requetés con el lema ‘Dios, patria y fueros viejos’ convencidísimos de que luchaban por Dios. Los capellanes castrenses nacionales estuvieron siempre en primera línea, hay quien dice que incluso alguno con las armas en la mano, bendiciendo y reconfortando a los golpistas antidemócratas.

No sólo eso: la mayoría de la oficialidad franquista había sido seminarista antes que alférez, de forma que los generales golpistas más veteranos fogueados entre legionarios, regulares, moros y putas -Cabanellas, Queipo, etc.- se reían de sí mismos denominando al nuevo régimen como ‘el nacionalseminarismo’. La Iglesia no sólo estaba de uno solo de los lados de la Guerra Civil conceptuando al otro como ‘pecador’ merecedor de la santa violencia, sino que era el semillero y sustento ideológico y hasta formador de ese mismo lado que amparaba.

¿Qué podían esperar obispos, cardenales, capellanes y madres abadesas que les ocurriera a los religiosos ubicados en el bando legal republicano, qué creían que les iban a hacer a quienes se les habían declarado como sus enemigos y amigos de quienes querían acabar con la democracia y la libertad y hasta con ellos físicamente? Pues pasó lo que pasa en todas las guerras a quien está en el bando equivocado. Algo intuyó el mismo Escrivá de Balaguer cuando, apartando de sí el honor del martirio, colgó la sotana y se enfundó un mono de mecánico miliciano para pasar desapercibido en el Madrid marxista y antidiós.

En ocasiones los religiosos fueron amparados por los republicanos. Como en Manacor, donde las monjas locales no sufrieron ningún mal a manos de los milicianos de Bayo, y en cambio ellas no movieron ni un dedo para evitar la cruel represión que sufrieron los supervivientes de la columna tras su derrota. Otro caso se dio en la lejana Guinea Ecuatorial española, en que la única víctima religiosa lo fue debido al ‘fuego amigo’ nacional que hundió el barco prisión en donde habían sido recluidos los misioneros locales, quienes una vez liberados cubrieron de insultos y maldiciones a las autoridades republicanas que, afortunadamente exiliadas ya, no les habían tocado un pelo.

Cierto que murieron religiosos inocentes de delitos de sangre –tampoco Emili Darder ni Lorca ni ‘las 13 rosas’ ni tantos miles de demócratas habían matado a nadie-, pero en una democracia en estado de guerra las garantías constitucionales y procesales se reducen. Todas las constituciones democráticas contemplan esta situación extrema. En el bando franquista no sólo se redujeron, sino que dejaron de existir desde el mismo 18 de julio. En guerra, los sospechosos devienen convictos. Es de locos creer que la República no podía ni debía ejercer su propia represión y con los medios disponibles a su alcance contra quienes querían derribarla. Equivale a esperar que Goded fuera recibido en Barcelona con un puro y una copa de coñac, o que los sublevados de La Montaña y el Alcázar tenían todo el derecho a irse a su casa tras disparar el último cartucho.

Los religiosos ‘muertos por su fe’ no lo fueron por eso sino porque les había tocado estar en el bando geográfico de quienes ellos mismos se habían declarado como sus enemigos. Para asumirlo, hagamos la pregunta: ¿se podía ser nazi en la Inglaterra de 1940? Cierto que hubo nazis ingleses y ¿qué les pasó? Huyeron para evitar la represión democrática y al final de la guerra fueron ahorcados tildados de traidores. Caso del famoso ‘lord Haw Haw’, y no se sabe que hubiera matado a nadie. O fueron ‘desaparecidos’ como los hindúes que se pasaron al Reich, o los belgas, daneses, noruegos, franceses, italianos, croatas, rusos blancos, ucranianos, etc. que colaboraron con el nazismo contra su propia patria.

¿Se podía ser demócrata, o judío, en la Alemania nazi? Es claro que no ¿Y japonés en los USA después de Pearl Harbour? De ninguna manera: centenares de miles de norteamericanos de ascendencia japonesa fueron internados en campos durante años en previsión de que alguno de ellos, ni que fuera un 0,001 por 10.000, ni uno solo, actuara como quintacolumnista en plena guerra. La ‘rosa de Tokyo’, japonesa americana, fue condenada por traidora y lo único que había hecho era hablar ante un micro.

¿Se podía ser religioso durante la ‘guerra de los cristeros’ en Méjico?¿Se podía ir por la calle diciendo ‘yo soy de la Baader Meinhoff’ en la antigua República Federal de Alemania sin que pasara nada? Hoy en día, en cualquier país decente ¿se puede expresar simpatía hacia el terrorismo o el golpismo militar?¿Quién será el valiente que se ponga un pin de Herri Batasuna a las puertas de la Audiencia Nacional? En suma ¿cuántos religiosos se declararon en 1936 leales a la República y contrarios al alzamiento?

¿Se pudo ser sindicalista o liberal en el bando franquista? Ni hablar, lo comprobó hasta Unamuno en su tiempo. Y todos en las siguientes 4 décadas Las guerras, y a veces las paces, son así.

Así que, por favor, que alguien nos diga definitivamente qué hay que hacer: o se recuerda y homenajea a todos, beatos y rojos incluidos, o a ninguno, ni siquiera a los beatos. Pero que nunca se exija a unos sí y a otros no. Caso contrario las heridas seguirán abiertas y esta página nunca se pasará.

Xavier Lacosta.