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ANTONIO QUIRÓS CASADO

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Manuel Tagüeña.

Una biografía en fotogramas

La vida de una persona es una sucesión dinámica de hechos; como una película que tiene sentido en su totalidad, pero que no puede analizarse sólo por alguno de sus fotogramas. Cuando tratamos de explicar únicamente una parte perdemos la riqueza del todo. Pero ¿cómo plasmar con palabras ese dinamismo existencial completo? El discurso probablemente no sirva. Es por ello que la razón humana emplea siempre discursos reduccionistas, como no tiene herramientas que puedan abordar el todo se conforma con tratar de analizar cada una de las partes.

 En este trabajo intentaremos resumir la vida de Manuel Tagüeña a través de unos cuantos fotogramas de la misma. A veces un solo momento sirve para entender toda una existencia, pero cuando un hombre es grande puede vivir varias vidas en una misma y entonces necesitamos múltiples instantes para captar esa diversidad que se nos escapa. Para entrar en detalles más prolijos están sus propias memorias, el Testimonio de dos guerras[1], su ponderada y recomendable autobiografía.

 

 El vértice Cantarranas sobre el Ebro

Estamos en el vértice Cantarranas, a un kilómetro y medio al noroeste de la Torre del Español, sobre la margen derecha del río Ebro. Hace calor, es el 24 de julio de 1938, el atardecer hace que las lomas cercanas comiencen a presentar perfiles más precisos. El sol se está poniendo enfrente, detrás de la sierra de la Fatarella. Manuel Tagüeña Lacorte, teniente coronel del Ejército Popular de la República, jefe del XV Cuerpo de Ejército, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas y del Partido Comunista de España está, junto con su Estado Mayor, viviendo las últimas horas antes de que comience la maniobra más importante que el ejército republicano hará en toda la guerra, el paso del río Ebro. Cuando anochece le visitan el coronel Modesto, jefe del Ejército del Ebro y su consejero soviético Lazarev. Tagüeña, junto con su consejero Soroka, discute con Lazarev, que opina que la operación de paso no está asegurada y debe suspenderse. Pero Modesto continua con las órdenes y todo sigue adelante. Cuando los dos visitantes se marchan el silencio comienza a imperar. El proceso de revisar telefónicamente la disposición de todas las unidades ha terminado, ahora sólo falta esperar que llegue la hora prevista y desear que nada falle. Todo el mundo está pensativo y silencioso. Tagüeña sabe que va a mandar a la muerte a muchos hombres esa noche, pero la causa lo justifica. Si la ofensiva tiene éxito se habrá logrado dar forma a la política de resistencia de Negrín, se habrá podido detener la ofensiva enemiga sobre Valencia y se habrá ganado tiempo para que la guerra en Europa haga que la contienda española entre en un escenario más amplio de lucha contra el fascismo, contando entonces con aliados más importantes. Y de eso se trata al fin, de luchar contra el fascismo. Los recuerdos le invaden. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?, se pregunta. Desde la adolescencia se vio inmerso en la aventura revolucionaria, pensaba que la acción violenta podía transformar el mundo. La sociedad estaba llena de injusticias y había que actuar sobre ellas para cambiarlas. Ello le llevó a la FUE, a las Juventudes Socialistas y, por fin, al Partido Comunista, la organización que más eficazmente había puesto en práctica las ideas organizativas necesarias para hacer frente al levantamiento de los militares rebeldes. El Partido era lo más importante, el comunismo una causa por la que merecía la pena luchar. Realmente él no se ha nutrido de los elementos teóricos del marxismo, ha llegado a la militancia por cuestiones estrictamente prácticas; como tantos otros ha visto en el Partido Comunista la forma más rigurosa y sólida de organizarse para ganar. Su pertenencia al partido le ha ayudado, sin duda, para lograr su actual posición en el Ejército. Esto, por supuesto, sin menoscabar sus claros méritos. Tagüeña tiene sólo veinticinco años y dirige una de las unidades de choque más importantes del Ejército de la República, el XV Cuerpo de Ejército; a su mando más de 30.000 hombres y algunas de las divisiones míticas del Ejército Popular, la 3ª, que paró a los italianos en Torrevelilla y en Cherta cuando el frente de Aragón se desplomaba y la 35ª Internacional, ahora reformada, que había actuado como fuerza de choque en las batallas más importantes de la contienda. Su vida no ha sido tampoco la de un revolucionario profesional, como muchos otros de sus compañeros de partido. Pertenecía la clase media, estudio la licenciatura en Ciencias Físico Matemáticas y casi termina el doctorado en Física, interrumpido por el estallido de la guerra civil. Siempre osciló entre la vida de acción del revolucionario y la vida de investigación del científico. En este momento, la primera había ganado la batalla. Pero a pesar de eso él era un combatiente estudioso de la táctica, que respetaba y fomentaba el trabajo de sus oficiales de Estado Mayor y trataba de aprender todo lo que podía sobre el mundo militar. La mezcla de valor y técnica era la base necesaria para ganar una batalla. Lo malo es que muchos cuadros del Ejército Popular estaban sobrados de la primera característica y bastante faltos de la segunda. Sus hombres sabían que no era un irreflexivo hombre de acción, que las operaciones en sus tropas eran concienzudamente preparadas y que siempre buscaba asegurar el menor número de bajas posible. Y ahora estaba ante la historia. Él estaba entre los que confiaban que la guerra se podía ganar. El Ejército Popular había avanzado enormemente desde aquellos valientes, pero desorganizados hombres, que pararon la rebelión de los militares en las ciudades más importantes de España; ahora era una máquina de alto nivel que podía enfrentarse de tú a tú con el ejército rebelde. Sólo la carencia de armas, de las que los franquistas estaban sobrados, marcaba la diferencia. La operación del Ebro demostraría de lo que los republicanos eran capaces. Eran las 0:15 del día 25 de julio, los primeros movimientos de tropas podían adivinarse en la oscuridad, algunos motores de camiones comenzaron a sonar y el chapoteo de las primeras barcas que se echaban al río sugerían que la operación estaba comenzando. La suerte estaba echada.

 

Port Bou y la derrota

Hace mucho frío, es el 9 de febrero de 1939 y ha anochecido ya hace horas. Estamos en Port Bou, en la frontera entre España y Francia asistiendo a la concreción formal del hecho de que una vez más a lo largo de nuestra historia, media España está mandando al exilio a la otra media. Desde que el día 26 de enero se ha perdido Barcelona, ríos humanos se dirigen hacia Francia temiendo la represión de los franquistas. Más de 300.000 personas pasan la frontera y se esparcen por improvisados campos de concentración habilitados por las autoridades galas, hacinados, hambrientos, derrotados. El día 5 los franceses abren la frontera al paso de unidades militares republicanas[2]. Tagüeña recibe de Modesto la orden de cruzar al otro lado con sus unidades. Todo se ha perdido. Cataluña ha caído y aunque se mantiene oficialmente la ilusión de que la guerra puede continuar en la zona Centro-Sur, el fondo de su corazón alberga una razonable duda de que ello pueda lograrse. Lleva muchos meses apartado de la realidad de la gente. Desde que en marzo de 1938 se le ordenó desplazar su 3ª división desde Torrelaguna al frente de Aragón, todo ha sido correr sin descanso de un lado a otro. El Ebro, la batalla de Cataluña, Barcelona perdida y ahora el fin, pasar a Francia con la esperanza de volver pronto a pisar suelo español y seguir luchando por construir un país más justo y libre de la amenaza del fascismo internacional y las fuerzas reaccionarias internas. Nuestro responsable teniente coronel tiene algunas evidencias, aunque no se lo termina de creer, de que el pueblo está harto de guerra y  la mayoría de la población española duda ya de que cualquier causa merezca tanto sufrimiento y privaciones. Pero allí está Francisco Antón para poner el punto de vista del partido en este maremágnum. Seguir las instrucciones del partido clarifica las cosas. La fidelidad a la organización, la disciplina, es la base del triunfo futuro. Y el PCE dice que hay que seguir luchando. Antón indica a los militares importantes, a través de Modesto, que deben cuidarse de caer en la trampa de los campos franceses, que deben seguir hasta Toulouse desde donde volarán de nuevo a España para continuar la lucha. Tagüeña ha llegado ese mismo día a Port Bou tratando de que sus tropas fueran realizando una retirada organizada. Y lo que se ha encontrado en la frontera es un espectáculo dantesco. Sus dotes organizativas se muestran pronto. Reprende a los oficiales presentes en la zona y les indica que en nombre del Ejército del Ebro se hace cargo de la operación. Negocia con los agentes fronterizos franceses. Él quiere una operación digna de paso de la frontera, no quiere la imagen de derrota de tropas desarmadas arrastrando los pies mientras salen de su país. Este es el Ejército del Ebro, el que ha mantenido en jaque durante 113 días a lo más granado de las tropas franquistas, llenas de los mejores y más modernos materiales de guerra. Enseguida infunde energía a los hombres. Con los franceses ha negociado que se podrá pasar con armas y luego abandonarlas en territorio galo. Organiza a las unidades que van pasando la frontera en perfecta formación y portando su armamento. Nada debe quedar del lado español para evitar así que caiga en manos de los franquistas. Es de noche, está junto con André Marty viendo como se alejan hacia Cerbère los últimos brigadistas internacionales que quedaban en suelo español. Los dos se han cuadrado emocionados ante estos hombres que lo abandonaron todo en su día para venir a luchar por un país que no era el suyo y que han regado con su sangre de forma generosa. Ya solo quedan las últimas tropas. Lo mejor del Ejército del Ebro, la 35ª división del XV Cuerpo de Tagüeña y la 11 división del V Cuerpo de Líster. El orgullo del ejército republicano. Ambas pasan marcialmente la frontera. Ya todo ha acabado. Tagüeña pasa la frontera y detrás de él lo hace Modesto que deseaba ser el último hombre de su ejército que quedara en España.

 

Llegando a la patria del socialismo

Hace cuatro días que el Smolny ha salido del puerto del El Havre. Es el día 13 de abril de 1939. Tras una cómoda travesía que les ha llevado a través del mar del Norte y los pasos de Skagerrat, Kattegat y Sund hacia el mar Báltico y el golfo de Finlandia, ahora estaban entrando en Leningrado. Por supuesto que habían atravesado Kronstad y la emoción les había invadido pensando en los marinos sublevados que   habían dado pie a la revolución. El Smolny transporta a la flor y nata de los dirigentes del Partido Comunista de España que han salido un mes antes del país por decisión del Partido a fin de que pudieran ser empleados en otras labores a la mayor gloria de Stalin. Manuel Tagüeña y su esposa, Carmen Parga, miran por la borda las banderas de la revolución que ondean en el puerto. Están entrando en la patria del socialismo. Aquello por lo que tanto han luchado, aquello que les ha llevado a sacrificarse desde la más precoz adolescencia está a punto de concretarse en el país de los soviets. A la depresión surgida de la situación española, de la guerra perdida, del exilio forzoso, de los familiares y amigos abandonados, sucede el optimismo del futuro, de una nueva vida a comenzar en el país abanderado de la nueva sociedad sin clases. El mes pasado en Francia ha sido duro. Toulouse, Melum, París; la larga espera fuera de la patria recibiendo cada día las noticias más crueles, el triunfo del golpe de Casado y los fusilamientos de amigos y camaradas, el fracaso de la negociación de Casado ante Franco. Y el último acto, la entrada pactada en Madrid, con el Ejército Popular previamente rendido y las calles de la otrora orgullosa capital de la gloria y la resistencia repletas de banderas bicolores, camisas azules, boinas rojas y voces cantando los himnos fascistas. Y al final, la caída de Alicante sin que nadie pudiera huir por mar para salvarse del aciago futuro. Luego, las noticias del comienzo de la terrible represión; la duda de no saber el destino que tendrán los seres queridos, los camaradas con los que se han compartido tres largos años de lucha. Pero el espíritu de misión permanece, ahora hay que esperar una nueva posición en el frente de la revolución socialista. Tagüeña se siente soldado de una causa más amplia que la del pueblo español, una causa universal cuyas guerras tienen lugar en cualquier parte del mundo. Cualquier lugar es bueno para luchar por el socialismo. Cualquier lugar es bueno para enfrentarse a la reacción fascista. El Partido Comunista es la organización a la que pertenecen y que se ocupa de su futuro. El Partido exige dedicación total y fidelidad absoluta, pero a cambio proporciona seguridad, la seguridad de que siempre hay un puesto en que ejercer la lucha. Eso es lo que esperan ahora en la Unión Soviética, un nuevo puesto desde el que seguir trabajando por la revolución social.

  

Moscú tras la guerra

La primavera está volviendo a Moscú después del largo invierno. Esto es una metáfora, ya que también la primavera está volviendo después de cuatro largos años del invierno de la guerra. Es la noche del 5 de mayo de 1944. En el salón de actos están reunidas alrededor de treinta personas. Son los militares españoles pertenecientes a las academias Frunze y Vorochilov. Están allí reunidos a petición del Buró Político del Partido Comunista de España. Preside la reunión Ignacio Gallego. En la Vorochilov están los militares profesionales, gente como Cordón y Ciutat. En la Frunze están los que provenían de las milicias y que han pasado allí largos años preparándose primero ellos y algunos preparando después a las hornadas de oficiales soviéticos que han destrozado las Panzerdivision alemanas en Stalingrado y Moscú y que ahora avanzan victoriosos camino de Berlín. Tagüeña, junto con sus compañeros de la Frunze ha pasado en Asia Central, en Taskent, los años más duros de la guerra. Stalin no quiso que los oficiales españoles lucharan en el ejército soviético; según decía, quería reservarlos para la futura vuelta a España. Algunos terminaron sus estudios y desde entonces pasaron a formar parte del profesorado, Tagüeña estaba entre ellos. Otros, no tuvieron unas notas demasiado brillantes, tampoco se les dio demasiado bien el ruso y, además, se negaron a trabajar como profesores intentando con ello que Stalin los mandara al frente, los más significados a este respecto eran Modesto y Líster, los camaradas de Tagüeña en la dirección del Ejército del Ebro. La guerra había sido terrible; muchos de los refugiados españoles se encontraban en una lamentable situación, aunque ciertamente no peor que la de los soviéticos. A lo largo de estos años, Tagüeña ha ido recibiendo el impacto de la realidad soviética, también de las luchas internas por el poder en el PCE. El viejo ideario revolucionario seguía en pie, pero la experiencia acumulada iba haciendo germinar la duda sobre los métodos seguidos y, sobre todo, sobre muchas de las personas que dirigían las organizaciones proletarias. Las noticias de la represión de Stalin no se difundían a la luz del día, pero los atisbos de las mismas se presentaban cada vez más con la evidencia suficiente. Ignacio Gallego abre la reunión ante los asistentes. Se trata de debatir acerca del trabajo fraccional que Jesús Hernández y Enrique Castro han estado realizando en los últimos años y presentar la conclusiones del Comité Central al respecto, informando de la decisión de expulsar a Jesús de la dirección y del partido y la del alejamiento de Enrique de la dirección, permitiéndole la militancia si se produce el abandono de sus ácidas críticas sobre los dirigentes del PCE y el mundo soviético. Desde el suicidio de José Díaz, en el partido se ha dado una monumental lucha de poder entre Jesús Hernández y Pasionaria, o más bien sus partidarios que la emplean como un icono de la fuerza del partido. Pasionaria ha ganado la batalla. Jesús Hernández ha sido expulsado acusado de trabajo fraccional. Ignacio Gallego pone las cartas sobre la mesa, “…ella (Dolores) es una realidad histórica, es un símbolo que no tiene ningún Partido, es un tesoro que no se puede comprar. Sus cuartillas tienen más valor que toda la filosofía de sus atacantes. Es un gigante; tiene unas ideas tan claras que no caben en la cabeza de Hernández y Castro porque para ver eso hay que ser muy honrado…”[3]. Los miembros de los colectivos militares que han apoyado abiertamente a Jesús Hernández tienen que hacer ahora una pirueta en el aire para que la realidad histórica de Dolores no los aplaste. Líster y Modesto están en esa posición, pero en los últimos tiempos han sabido cambiarla hábilmente. Tanto es así que recientemente han sido nombrados ambos generales del ejército polaco y van a ser enviados a Polonia para que participen en esta última fase de la guerra. Su participación en la reunión es clara, tienen que explicar los porqués de su equivocada antigua posición y echar todas las loas posibles sobre Pasionaria como líder indiscutible del partido. Tanto Líster como Modesto han sido los responsables del colectivo de la Frunze desde la llegada a la URSS, aunque sus actitudes intelectuales no sean demasiado relevantes. Tagüeña se ha sentido apartado, su poco apego al poder no ha sido entendido de forma correcta y en ocasiones ha creído que otros camaradas le empleaban como una alternativa a los dos generales en la dirección del colectivo. Ello le ha llevado a ser un compañero incómodo. Pero también está lo de los chistes. Carmen, su mujer, con el fino humor gallego que la caracteriza era uno de los ecos más autorizados de recepción y control de los chistes sobre Stalin y otras realidades históricas del momento. Líster lo menciona en el acta de la reunión e igualmente lo ha hecho en la del Comité Central que se ha llevado a cabo el mismo día, su dedo acusador señala a Carmen Parga y a Caridad Mercader (la madre del asesino de Trotski, gloria patria de la URSS, medalla de la orden de Lenin) acusándolas de cachondearse junto con Enrique Castro y su esposa, de Stalin, de la revolución socialista y de ellos mismos. Y es que Carmen lleva ya tiempo siendo consciente del enorme berenjenal en el que están metidos. Sus mitos revolucionarios se han caído hace tiempo, la pobreza vista en la URSS, la falta del dinamismo social, la represión estalinista, el culto a la personalidad, las personas, como su cuñada Natacha, aplastadas por la maquinaria de un poder omnímodo han ido dejando paso a la sorna como mecanismo de protección. Tagüeña no ha llegada aún a tanto, él sigue siendo un disciplinado y convencido militante comunista que conoce las mismas realidades que Carmen, pero que las achaca a fallos en las personas, pequeñas piedras en el camino que algo más grande, como la revolución socialista terminará apartando. También es una persona práctica. Él es consciente de que “…el Partido comunista, para sus militantes, no es sola ni principalmente un organismo político: es escuela, iglesia, cuartel, familia; es una institución total en el sentido más completo y puro del término, y compromete por entero a quien se somete a él”[4]. Tagüeña siente miedo de ser apartado, él sabe que en la URSS no es nadie sin el partido, el partido le da trabajo, le proporciona hogar y sustento. Él es un funcionario más de una maquinaria enorme y aún no está preparado para romper sus anclajes. Por ello templa gaitas. “Me siento orgulloso de pertenecer a un Partido que marcha hacia adelante apartando los obstáculos. Esta reunión exige intervenciones largas para decir francamente lo que uno siente. El beneficio no queda reducido a la reunión, sino que en adelante hay que eliminar de sí mismo todo lo que sea necesario. Hoy por primera vez presencio una reunión de esta importancia. Está claro que, -como dijo el camarada Gallego y lo ha dicho Modesto- lo que unía a Hernández y Castro era la ambición, aspiraban a ser jefes”[5]. Tras una larga y confusa disertación en la que alaba a Pasionaria y, hay que confesarlo, tiene momentos en que no se sabe lo que dice, el camarada Carrión le contesta, “hay que saber mucha filosofía para comprender a Tagüeña; si ha tenido algo debe decirlo y no divagar”[6].

 

La vuelta a la ciencia en Checoslovaquia

Estamos a últimos de febrero de 1949. Manuel, Carmen y sus dos hijas, Carmiña, de ocho años y Julita con sus escasos tres meses, acaban de llegar a Brno en Checoslovaquia. La vida está dando un giro trascendental para ellos. Para Tagüeña se ha acabado el mundo militar y la vivencia interior de la revolución. Se encuentra en Brno porque ha sido invitado por el Instituto de Biología en la Facultad de Medicina de la Universidad Masaryk para dar clase allí. El mundo científico vuelve a resurgir con fuerza. Tagüeña le pidió a Vicente Uribe su alejamiento de la primera línea de la revolución. Ello se produjo después del affaire yugoslavo. Stalin ha decidido acabar con el protagonismo de Tito en el mundo socialista. El dictador soviético no puede consentir otro líder que él y Tito no para de ganar prestigio entre las democracias populares. Para ello tira de la maquinaria habitual. Todos los partidos comunistas hermanos generando información perversa y falsa acerca de las maldades del líder yugoslavo. Nuestro renovado científico ha estado en Yugoslavia varios años como coronel asesor del ejército y tiene un fuerte nivel de compromiso con el país, con sus líderes y con la vía yugoslava hacia el socialismo. En Yugoslavia ha visto parte del socialismo que a él le gustaría ver en España, un socialismo de carácter nacional no plegado a los dicterios imperiales de la URSS, un socialismo participativo y auto gestionado, un socialismo con líderes dedicados a la causa y respetados por el pueblo. Los militares soviéticos que asesoraban a Tito recibieron la orden de volver a la Unión Soviética. Manuel y Carmen se lo piensan. Ya le han perdido todo el respeto a la patria de la revolución. Saben que Stalin es un dictador inmisericorde y aunque siguen creyendo en el futuro del socialismo, cada vez están más convencidos de que éste no pasa por las prácticas que se están llevando a cabo en los denominados países del socialismo real. ¿Deberían quedarse en Yugoslavia? Finalmente deciden no hacerlo. Aunque comparten amistad e intereses comunes con sus camaradas yugoslavos, ambos saben que aquel no es su país. Aman a España y su deseo es volver a la patria. Quedarse en Yugoslavia supondría seguir de mercenario de la revolución, aunque fuera para un país amigo. Por otro lado saben que Stalin es hijo de una teoría política, que no es fruto del azar. Aquí el pensamiento de Tagüeña ha cambiado radicalmente. Con el paso de los años ha dedicado mucho tiempo a estudiar la teoría marxista y lo que ha visto no le convence. Desde su punto de vista es el marxismo, como doctrina política, la fuente que produce situaciones como la creada por Stalin. Y lo mismo que surgió Stalin, puede cambiar a Tito. Ellos no han dejado de ser estalinistas para convertirse en titistas. Lo que desean realmente es abandonar el mundo comunista. Pero aún no están preparados y saben que la situación es altamente peligrosa. El mundo de la URSS y sus satélites no es algo que pueda abandonarse como quien deja una asociación benéfica. Por otro lado Tagüeña aún no está preparado para romper todas las amarras con el PCE, allí están muchos de sus camaradas de lucha que aún siguen creyendo en las viejas ideas. Él es un hombre disciplinado y, aunque Carmen, hubiera preferido quedarse en Yugoslavia y mandarlo todo al carajo, Manuel continúa fiel a la disciplina del Partido. Sin embargo, sabe también que el mundo militar se ha acabado para él. Ya no puede permanecer trabajando tan directamente por la causa. Por otro lado sabe que lo público de su actitud defendiendo el modelo yugoslavo le va a traer grandes problemas. Sabe que en el estalinismo es práctica común la eliminación de los disidentes y no puede evitar sentir miedo. A Checoslovaquia ha llegado junto con algunos de los españoles destinados en Yugoslavia. Primero recalan en Praga;  cada vez siente más el alejamiento de los viejos principios, cada vez se siente más distanciado de sus antiguos camaradas. Por otro lado, el gusanillo de la ciencia ha vuelto a picarle tras tantos años de abandono y surge la idea. En la entrevista con Uribe, le pide que el Partido le busque algo que tenga que ver con su antigua profesión. Uribe, con su brutalidad habitual, le advierte que ha cometido el error de pensar y de buscar razones para las cosas cuando lo único que hay que hacer es obedecer y aceptar las directivas soviéticas. El partido es lo más grande, lo único, el partido siempre tiene razón y los militantes deben sacrificarlo todo por el partido. El alto cardenal de la iglesia comunista, pontifica. Pero también ayuda y Tagüeña finalmente obtiene lo que desea. Uribe le indica que pedirá la ayuda del partido checo para que pueda trabajar en el entorno científico que desea. Ahora está entrando en la Universidad Masaryk y una nueva vida comienza para él.

 

La muerte de Stalin

Es el 5 de marzo de 1953 y las calles de Praga están oficialmente tristes. Ya ha anochecido, Manuel y Carmen están en su casa y la abuela y las niñas se han ido a dormir. Manuel saca una botella de vino oculta en el bolsillo de su abrigo y ambos brindan por la muerte del dictador. Muchos años más tarde, cuando Tagüeña ya haya muerto, Carmen brindará de nuevo con champán en México por la muerte del dictador doméstico español, mucho más duradero que aquel otro. Para Tagüeña, a esas alturas de la vida y tras cuatro años en Praga, el mito del comunismo ha caído totalmente. En estos años ha visto como un país próspero se ha ido hundiendo cada vez más en la red del socialismo real al servicio de los intereses soviéticos. El proceso de Praga ha terminado de testimoniar la realidad descarnada de un régimen inhumano. En dicho proceso han caído en la horca patriotas checos y líderes comunistas de dicho país. Cae Sling, el líder del partido en Brno y protector suyo. El miedo sigue imperando. Artur London, amigo de Tagüeña y brigadista internacional en España se ha librado de la horca pero ha sido condenado a cadena perpetua. Su hijo, menor de edad, ha sido obligado a renegar públicamente de su padre. Con la distancia de los años, libre de la pesada carga de la cárcel impuesta por los propios camaradas, Artur confesará:

“…éramos soldados de la revolución, disciplinados, y considerábamos justo acatar órdenes superiores sin discutir. (…) ¿Cómo sospechar de Stalin, o acusarle de traición, cuando su nombre estaba en los labios de los héroes que caían ante los pelotones de ejecución alemanes, en las bocas de los soldados soviéticos que caían en Stalingrado u otras batallas? Nuestra aproximación al marxismo era simplista. En nuestra fe incondicional, habíamos perdido la cualidad esencial de marxismo: la duda. Habíamos olvidado el sentido de una estrofa de la Internacional, que cantábamos con entusiasmo: Ni en dioses, reyes o tribunos está el supremo salvador…”[7].

 

Tagüeña se siente cómplice de los crímenes por haber servido a una causa que conducía a estos niveles de degeneración. Pero ahora ha muerto Stalin y quizá un viento de libertad recorra el mundo socialista. Al poco tiempo fallecerá también Gottwald, el presidente checo, servil esclavo del patrón soviético y promotor de los crímenes de Praga. Tan cerca en el tiempo muere uno de otro que el crespón que los Tagüeña deben poner en la ventana se reutiliza con el segundo tras ser usado para el primero. Incluso queda vino de la botella de Stalin que vuelve a ser usado para el brindis por la estancia en el infierno del carnicero de Praga.

 

La salida del telón de acero

Es el 11 de octubre de 1955, es de noche y vuelan en un avión de la KLM que está cruzando sobre el telón de acero. Su destino es México. Desde el avión pueden ver los reflectores y las alambradas que marcan la separación de una Europa dividida. Desde la muerte de Stalin y Gottwald se han relajado en parte los controles de seguridad, situación que Manuel y Carmen aprovechan para planificar su definitiva huída de la cárcel comunista. Conocen bien el sistema, los absurdos de su burocracia y navegan entre ellos para lograr lo que quieren. Primero, a través de la familia de Carmen, solicitan autorización de México para establecerse allí. Una vez obtenida ésta, falta el escollo de regularizar su situación con el Partido Comunista de España. Desde que están en Brno dedicados a labores docentes el contacto con el Partido ha estado roto. Tal ha sido así que Tagüeña no sabe si su situación administrativa es o no de alta en el mismo. Pero sí sabe que no podrá salir de Checoslovaquia sin la autorización del PCE y se prepara para obtenerla. Lo primero que hace es solicitar a las autoridades checas la salida del país, pero sabe que no habrá respuesta hasta que el partido español lo autorice. Al poco tiempo recibe una citación de la organización de Praga del partido español para acudir a una reunión. En siete años no han contado con ellos para nada y de repente se acuerdan. Asisten a la cita entre el temor y la esperanza. Allí están los viejos camaradas y amigos, Artemio Precioso y García Victorero. Junto a ellos, Moix, un militante del PSUC que ahora pertenece al Comité Central. La discusión es larga. Sobre el tapete se pone todo lo que les hace abominar del mundo comunista: falta de democracia interna, culto a la personalidad, métodos dictatoriales de dirección, abuso de autoridad, desprecio de los valores humanos, etc. Ante los argumentos, Moix primero elogia. Cuando no consigue nada pasa a la amenaza y suelta la retahíla de argumentos acostumbrados sobre la prevalencia del partido sobre sus militantes. Pero Tagüeña responde que nada tiene que agradecer al partido y en cambio el partido le debe mucho a él. Ante Moix y los viejos camaradas, Manuel y Carmen insisten en que sólo podrán evitar su salida de Checoslovaquia con el empleo de la fuerza. Tras el segundo intento fallido tiene lugar el tercero, el intento de compra.  Le ofrecen ser trasladado a Praga y llevarlo al mejor instituto de investigación, todo antes de que  abandone el partido para marcharse al mundo capitalista. Nada funciona ante su firme decisión. Por último, se produce la oferta final. Deben reconocer que son miembros del partido y solicitar a éste el traslado a México. Aunque al principio se niegan, finalmente aceptan. Así escriben:

“nuestro traslado a México no puede significar en ningún modo rompimiento con el Partido, por el contrario esto ha tenido como consecuencia una larga discusión con el Comité de la organización de Praga que nos ha sido muy útil y que ha disipado completamente desconfianzas y dudas que un largo periodo de relaciones irregulares había despertado entre nosotros y la organización y que nos había llevado a realizar las gestiones para nuestro traslado a México sin consultar la opinión de la dirección del Partido. Lo que reconocemos que ha sido injusto por nuestra parte”[8].

 

La respuesta aún se hace esperar, pero finalmente llega la autorización para salir del país. Toda una época de la vida finaliza, todo un mundo se derrumba. Tagüeña tiene 42 años y siente que ha gastado su vida en un esfuerzo baldío por una causa injusta. Así, con el paso de los años, le confesará en una de sus cartas a Juan Fernández Figueroa, editor de la revista Índice: “me entregué a una causa que me parecía justa y la he abandonado por motivos de conciencia. Por lo primero no me juzgo a mí mismo muy favorablemente, aunque estoy bien seguro de la limpieza de mis impulsos; pero de lo segundo sí me considero orgulloso y la satisfacción interna que este hecho me ha producido me permite mirar con tranquilidad hacia adelante y hacia atrás”[9].

 

España tras más de veinte años

Son las navidades de 1960. Tagüeña ha vuelto a pisar la bendita tierra española. Su madre está gravemente enferma y está volviendo a su patria para verla por última vez. Sus pies no han hollado España desde la madrugada del 7 de marzo de 1939, cuando un avión republicano sacó a algunos de los últimos líderes comunistas del aeródromo de Monóvar, después de que el gobierno Negrín y el Comité Central del Partido Comunista hubieran partido para el exilio. Tagüeña lleva cinco años en México. Nada más llegar al país intenta el regreso a España. La aversión tan profunda hacia los regímenes comunistas le hace quizá ser más benévolo para el régimen del dictador doméstico. Entre dictadura y dictadura prefiere la cercana, la conocida y que se expresa en su misma lengua. El principio de la estancia en México es duro. Tiran adelante gracias al apoyo de la familia y a las muchas horas de trabajo. El prometido puesto en la Universidad no se ha concretado y sólo resta dar clases en colegios destinados a los hijos de los exiliados españoles y traducir publicaciones técnicas en los varios idiomas que conoce. Incluso está a punto de ser expulsado del país, acusado de espía soviético. La intercesión de Rafael Méndez, antiguo secretario del doctor Negrín y persona respetada por las autoridades mexicanas, le salva[10]. Ante un entorno tan hostil sus fuerzas se concentran en requerir de las autoridades españolas la autorización para la vuelta a España. Contacta también con su antiguo profesor de Termodinámica, Julio Palacios, quien le atiende de forma amabilísima, pero le quita las ganas de volver. En una de sus cartas llegará a decirle: “me permito aconsejarle que asegure V. su situación económica de antemano, pues todos los mediocres han ocupado los mejores lugares y los defienden con dientes y uñas sin reparar en los medios”[11]. En cualquier caso, el tiempo va pasando y la situación en México se normaliza. Finalmente ha encontrado trabajo como asesor médico en los Laboratorios Servet, fundados en 1943 por otro exiliado español, Cristian Cortès, que había sido durante la República director del Instituto de Cardiología de la Generalitat. Su situación se ha estabilizado, sus hijas han emprendido allí sus estudios y el agradecimiento al nuevo país de adopción es enorme. El tiempo ha moderado, además, las pasiones. En su escaso tiempo libre ha comenzado a redactar sus memorias, pero el trabajo es arduo y muchas sus dudas acerca del enfoque. No desea crear más polémicas y por ello su estilo no será tan revanchista como el de otros autores excomunistas como Jesús Hernández o Enrique Castro. Tagüeña sigue creyendo en el socialismo, pero en un socialismo respetuoso para los valores humanos, un socialismo en democracia. Pero la idea de volver a España sigue tirando con fuerza. Por fin, tras cinco largos años recibe el permiso para viajar al país. Y ahora lo está aprovechando para visitar a su madre a la que sabe moribunda y que no ha visto desde 1938. Llega al aeropuerto ilusionado pero con prevención sobre lo que se va a encontrar. El ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, ha propuesto la autorización en Consejo de Ministros y el propio Franco ha dado su plácet. El ejército se ha opuesto; quizás las heridas del Ebro no se han cerrado todavía y el perdón para el jefe del XV Cuerpo, que tantos disgustos les causó, se hace aún esperar; pero Castiella y Franco esperan obtener beneficios de la estancia de un rojo arrepentido y facilitan las cosas. Carmen Parga narra en su obra Antes que sea tarde, como se producen las cosas:

“es cosa sabida que cuando en una dictadura el dictador mueve un dedo, todos sus servidores mueven el mismo dedo. La policía española recibió a Tagüeña con toda amabilidad, y le comunicaron que “por decisión de las más altas esferas” podía volver a España cuando quisiera y trabajar donde quisiera. “¿Qué me están pagando?”, les preguntó Tagüeña. Estaba claro que tenían informes de nuestra posición política y se preparaban para utilizarnos en beneficio propio”[12].

 

Sea como fuere, el viaje a España le convence de que México es su último destino, su país de adopción, al menos mientras no muera el dictador. Ha encontrado una España nueva, diferente, con gente que piensa de modo distinto a como lo hacía su generación y donde ve un fuerte dinamismo que habla muy bien respecto al futuro. Pero el presente es Franco y su dictadura y Tagüeña no desea ser usado como icono político.

 

La última carta

Es el 29 de mayo de 1971. Estamos en México. Tagüeña está gravemente enfermo y dicta la que será su última carta. Faltan sólo dos días para su muerte que se producirá el 1 de junio. Escribe a Michael Alpert, el reputado historiador inglés, especialistas en el Ejército Popular de la República y con quien ha mantenido una asidua correspondencia en los últimos años. Durante sus dieciséis años en México son muchos los interesados en la guerra civil que le escriben solicitando información. Hugh Thomas, Michael Alpert, Luis Romero. Otros intentan que escriba cosas para revistas o que incluso publique sus memorias en España, como Juan Fernández Figueroa, editor de la prestigiosa revista Índice que ya en los años cincuenta está arrojando algo de luz aperturista en el negro horizonte del régimen. Tagüeña contesta amablemente a todo el mundo. Son decenas de cartas donde anota cuanta información se le pide, pero no escribe casi nada para publicar. Sólo lo hace con un artículo en la mencionada revista y la polémica levantada es tan fuerte que decide no continuar por ese camino. Tagüeña critica las prácticas soviéticas, pero se le acusa de ayudar al régimen de Franco con dicha crítica. No quiere revuelos y por ello cierra los oídos a las propuestas de publicación de su obra, totalmente terminada ya en 1969. Tampoco quiere más polémica y, por tanto, no desea ni una edición mexicana en vida. Por ello encarga Carmen Parga que se encargue de la edición de la misma, una vez que se haya producido su fallecimiento. Para España es más duro, como no desea interferir en las nobles inquietudes de la juventud antifranquista, pide a Carmen que no se edite la obra hasta que Franco muera. Una vez fallecido Tagüeña, serán varios los editores españoles que pidan a Carmen la edición de la obra, que ya ha visto la luz en México y goza de un notorio prestigio. Pero el deseo de Manuel se cumple y hasta 1978 no saldrá de imprenta una edición española llevada a cabo por Planeta. Tanto la edición mexicana como la española fue manejada por muchos españoles durante la transición y fue muy influyente entre la clase política del momento. La muerte le llega demasiado joven, con 58 años, cuando las cosas le están yendo mejor y se encuentra más satisfecho con la vida que lleva. México le parece un gran país al que le debe mucho, se encuentra en la mejor fase de su vida respecto a la función intelectual; sus hijas han decidido seguir sus pasos y ambas estudian Física, ya tiene incluso nietos. Pero la vida está siempre fuera de nuestro control y en ese momento tranquilo decidió abandonarlo. Carmen Parga lo cuenta con emoción en su obra,

“en 1971 murió mi marido. Afrontó la muerte con el mismo valor con que había afrontando la vida. Se despidió de las niñas y de mí, y nos pidió que no lo lloráramos. Se consideraba afortunado de ser superviviente de tantas batallas en las que había visto morir a tantos hombres. Tenía 58 años recién cumplidos y hay que admirarse de todas las cosas que le dio tiempo de hacer en su realmente corta vida. Dos años antes había terminado de escribir sus memorias, que se resistía a publicar, tan harto estaba de polémicas. Me pidió que yo las publicara después de su muerte y así lo hice. No quiso que se editaran en España mientras viviera Franco. Temía que sus críticas fueran distorsionadas o utilizadas por los franquistas”[13].

 


Notas:

[1] Manuel Tagüeña. Testimonio de dos guerras, Barcelona, 2005, editorial Planeta. La mayor parte de la información presente en este capítulo está obtenida de la obra autobiográfica de Tagüeña, así que no se la volverá a referenciar. Sólo se citan a continuación los elementos basados en fuentes diferentes.

[2] Gabriel Jackson, La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, 2006, editorial Crítica, p. 402

[3] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE –Archivo Histórico del Partido Comunista de España-  Exilio, carpeta 25)

[4] Boris Souvarine. Le premiere désenchanté du communisme. Robert Laffont, Paris, 1993. p. 150

[5] Acta de la reunión de los colectivos de la “Frunze” y “Vorochilov” para discutir el asunto Hernández-Castro. 5 de mayo de 1944 (AHPCE Exilio, carpeta 25)

[6] Ibidem

[7] Artur London. Se levantaron antes del alba, Barcelona, 2006, ediciones Península, p. 27.

[8] AMTL -Manuel Tagüeña, Fondo documental depositado en la Fundación Pablo Iglesias-, correspondencia sobre la salida de Checoslovaquia y del PCE, carta del 2 de septiembre de 1955, signatura 747-18-5.

[9] AMTL, correspondencia con Juan Fernández Figueroa, carta del 15 de octubre de 1958, signatura 747-9 (páginas 3 a 5)

[10] AMTL, correspondencia varia (carta-informe a Rafael Méndez de fecha 9-5-57), signatura 747-14

[11] AMTL, correspondencia con Julio Palacios, carta sin fecha, probablemente de principios de 1958, signatura 747-17-8.

[12] Carmen Parga. Antes que sea tarde. Madrid, 1996, Compañía Literaria, p. 165.

[13] Ibidem, p. 168